Está en la página 1de 2

Haim

Era la primera mañana de invierno, Yo, Haim, hijo de Elena e Israel, siervo de los Dioses,
ciudadano de algún país; veía con cierta aflicción la caída de las hojas del roble que adornaba
las afueras de mí casa. Me correspondía aquel día la noble labor de recolectarlas, pues ese
había sido el designio de mí pueblo en la reunión semanal precedente. Más no era este hecho
en si lo que me inundaba de tanta tristeza, más bien, era su consecuencia, el no disponer de
mi tiempo para disfrutar de la visión de las hojas cayendo del roble a veces disparadas, otras
lentamente.
¿Pero que podría hacer?, Yo era Haim, hijo de Elena e Israel, siervo de los Dioses, ciudadano
de algún país y todos estos títulos por alguna razón me conferían el deber de recolectar las
hojas, y por alguna razón, no menos extraña, yo aceptaba esto como un hecho natural. Al
menos en aquel entonces.
Estaba ya absorto en mi actividad recolectora, separando las hojas marchitas totalmente, de
aquellas un poco más vivas, por qué estas últimas, eran utilizadas en los festivales de la
temporada. Entonces ocurrió, que paso una mujer enfrente de mí, y como era costumbre, me
arrodille en el acto. Dicha mujer mantuvo su mirada sobre mí, una mirada mordaz he
hilarante. En teoría yo no tendría que voltear la mirada hasta que se retirara, pero ya habían
pasado más de cinco minutos y algunos pedacitos de piedra se empezaban a incrustar en mi
carne. Por lo tanto osé voltear mis ojos hacia arriba y mis tractos ópticos no se encontraron
con una mujer si no con un enorme faisán, un ave esplendorosa, de rojo plumaje.
No podia moverne, algo habia en los ojos de aquella ave magnifica, algo que me infundia un
profundo sentimiento de impotencia, se desmorono mi carne, mi mente entro en el más
profundo silencio, solo quedaba yo, mi vulnerabilidad y los ojos punsantes de aquel faisan.
Con sus garras me tomo de los hombros y me elevo varios metros sobre el suelo. No habia
temor, por alguna razón sabia que aunque me soltara, no moriría. Sobrevolamos las ciudades,
y los imperios, vi barcos de vapor destrozadosos por el oxido y puentes gigantes
construyendose de principio a fin. Vi a seres humanos nacer, crecer, alimentar a sus hijos y
caer desplomados en su tumba, vi a otros tambien nacer, crecer, marchar he igualmente morir.
Vi a aquellos que fueron paridos se embriagaron y murieron. Pasamos igualmente por
aquellos que al solo nacer morian. Tambien sobrevolamos sobre la ciudad de los dioses, y
los vi crearse, crear, desaparecer en la memoria de los hombres.
El faisan, entonces, se detuvo un poco, a descansar quizá, nunca lo sabré, volvio el vuelo y
regresamos a donde habia comezado nuestro viaje. Me solto y me dejo de nuevo arrodillado.
Esta ves su cuerpo y su rostro se tornaron masculinos, pero yo permanecí inclinado. Lo mire
y ahora sus ojos se tornaron risueños. Sonreí y se fue desaciendo poco a poco,
transformandose sus manos y ropaje en unas hermosas hojas de roble. En aquel momento
pude caer en la locura, pude negar lo que habia observado y seguir con mi labor, incluso
considere entragarme a la embriaguez perpetua, o ponerme una corana de espinas, pero decidí
solo sentarme un poco, a observar las esplendidas hojas de roble que cain encrente de mi a
veces despedidas otras lentamente.

También podría gustarte