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Aída - Obra de Teatro
Aída - Obra de Teatro
(Al otro día, el sonido de la alarma suena estridente en la pieza. Aída se levanta
con mucha dificultad y bosteza) – Voy a dejar todo, así es, usted se lo merece, y
usted me va a ayudar a mí a dejar ésta miseria. (La radio no suena. Las luces
están apagadas, y la heladera dejó de funcionar. Se viste con una bata blanca y
sale a ver el buzón, que está lleno. Su vecina Victoria la mira de reojo, y Aída agita
la mano) –Vecina, usted no sabe lo bien que me va, ya quiero que encuentre su
propósito en la vida. Ya verá, se dará cuenta de que lo que le brinda ese hombre,
y su familia es muy poco. (Toma las facturas y la vecina la ignora, devolviéndose a
su casa) –Qué grosera, nunca podría tocarle ayudar a alguien como a mí, no tiene
nada para dar. (Entra a su casa y deja las facturas sobre la mesa. Se dirige a la
heladera y toma una zanahoria. Con cara de asco la lava) –Tal vez cuando
encuentre a la dichosa mujer, ya tenga a alguien que nos limpie, nos cocine, y nos
ayude a ambas. Qué bueno es hacer algo por las dos. (Se termina la zanahoria.
Se coloca unas pantuflas y coge papel de carta y una pluma. En ella escribe).
“Querida mujer de mi sueños: Quiero decirle que he comprendido lo que usted me
ha dicho, y en conjunto con mi mamá, me han hecho dar cuenta. Era imposible
que obtuviese todo lo que quiero sola por mi cuenta, pues ésta vez ha llegado
usted para que mire más allá de mi nariz, y así consiga vivir por usted, por ambas,
y las recompensas que la vida me debe, lleguen de una vez por todas. No lo tome
a mal, pero usted y yo haremos un trueque que no se ve ni en películas. Piénselo,
deme más señales para encontrarle.” –Esta vez le es imposible no pensarlo, tenía
diez en literatura, soy la mejor del pueblo para comunicarle algo. Qué bueno que
me ha elegido a mí. (La luz que se filtraba por las ventanas se oscurece. El reloj
marca las 8. Deja la carta en el buzón y regresa adentro tiritando. Se frota los
brazos) –Qué mal que todavía tenga que vivir en ésta casa, ya las vibras que me
transmite me hacen tiritar. (Se dirige a la cocina a encender una hornalla. Éstas no
encienden) –Bueno, tal vez deba hacer algo de dieta. La zanahoria estuvo bien, no
hay necesidad de exceso. (Camina hacia su cuarto con los brazos estirados hacia
abajo, colgando, con expresando mucho cansancio en su rostro) –Buenas noches
para mí, y para usted. Que ambas nos encontremos pronto. (Se recuesta en la
cama, y se duerme vestida).
(Al otro día unos pájaros le hacen moverse en la cama. Abre los ojos y se los
frota) –Hoy voy a tomarme un vaso de leche y a escribir otra carta. Debo explicarle
cuidadosamente de qué se trata vivir conmigo. (Con una sonrisa en el rostro, pero
con las ojeras muy marcadas, se sirve un vaso de leche y coge de nuevo lo
necesario para hacer una carta. Los vasos se acumulan en el lavabo) –
Refrescante, y bajo en grasas. Perfecto. (Con alegría escribe) “Querida mujer de
mis sueños, espero se haya pensado mi propuesta. No creo que haya persona
más interesada en usted que yo misma. Se ha convertido en mi propósito de vida,
y por eso mismo creo que debería hacer algo mucho más importante por usted,
deme un tiempo y ya verá cuán dedicada puedo ser”. (Toma la carta, la guarda en
el sobre, y luego la deposita en el mismo lugar en el que dejó la anterior. Mira con
desagrado las facturas y bosteza. Victoria la saluda y ella la mira con desagrado) –
Qué se cree esa para saludarme de la mejor manera luego de haber
desperdiciado tal consejo que le di. Ni debe tener amigas, y en eso no se parece a
mí, porque parece ser que ella se tiene a sí misma de enemiga. Es una pena,
Victoria solía ser una gran mujer, y ha hecho de su ser, y de sus hijos, un desastre
total. Debe ser por llevarle el apunto a la catástrofe de marido que tiene. Un
torbellino emocional, y carnal, que lo único que hace es hacerla sentir perfecta,
cuando no se le acerca en lo más mínimo a la palabra. (Entra a su casa. Las
ventanas están cerradas y el ambiente está oscuro) –He olvidado comprar más
materiales y no tengo más hilos… Será que debo ocuparme de éste asunto más
que de los otros. No me iba a durar para siempre vivir así. (De fondo suena un
teléfono) –No voy a atender, de seguro son esas mujeres chismosas que
pretenden saber qué me sucede y me van a venir con el cuento de la depresión
sólo porque me ven delgada. Cuando ellas nunca en su vida han hecho dieta,
hasta le deben tener fobia a la palabra. (Exclama con fervor) Mejor me dedico a
sorprenderlas, luego me van a ver mucho mejor y más contenta. (Se sienta en la
única silla disponible en la mesa y deja una pila de telas sin coser sobre ella) Me
voy a preparar un té y eso será todo por hoy. Hasta me siento mejor sin las
pastillas, no es necesario de aquella sustancia rosa que tanto me hacía olvidar,
prefiero ésta vez recordar cada instancia de la semana pasada, y así trabajar en
conjunto con el insomnio. Ésta vez, al menos hoy, somos aliados. (Prende la
hornalla con dificultad, ya que hay poco gas, y se bebe la infusión. Hace una cara
de desagrado porque no lleva azúcar. Se para y deja la taza, junto a todas las
otras, en el lavabo. Se va al baño y luego se dirige hacia su habitación para
recostarse vestida. Se acuesta pensando en aquella mujer una noche más)
(Es de día y sus dientes castañean al sentir frío. Se tapa hasta arriba, pero luego
se obliga a sí misma a levantarse e ir afuera. Se cubre con la bata y mira a
Victoria, su vecina, darle un beso a su marido. Con rabia murmura) No puedo
creer que siga sintiendo lo mismo luego de tantos años, me es imposible pensar
que aquel hombre le es fiel, y la mantiene enamorada. Son cosas de no creer, y
por eso Juan se fue. Me dejó, y ésta vez yo lo dejo a él, para dedicarme a algo
grande, a algo muy interesante para mí. Que tal vez puede hacer que olvide el
contexto en el que me encuentro, y no sólo me haga pensar en la firme búsqueda
de una mujer que nunca he visto, sino que me abre ojos, y me pide que haga algo
por ella, que me dejará una enorme recompensa. Puedo sentirlo. (Una poco más
animada revisa el correo. Se ven más facturas, las cuales ignora. Ni una carta
recogida, y mucho menos respondida. Con desilusión, una lágrima se le cae. Entra
a la casa corriendo, y cierra la puerta de un portazo) ¿Qué es lo que tengo que
hacer? Ya no se me ocurren ideas para las cartas. Necesito que se dé cuenta de
que a pesar de haber sido tan grosera en nuestro único encuentro, me he dado
cuenta de lo que ella necesita. Que tengo todo para darle, y así me responda
como me corresponde. (Llorando, y con desesperación se dirige al baño. Allí toma
ambos extremos del lavabo con fuerza, y se mira al espejo. Con el ceño fruncido,
y mucho enojo, respira hondo. Luego sonríe forzosamente y abre la puerta del
espejo del botiquín. De allí toma una pinza y sonríe mostrando los dientes) Ya sé
lo que necesitas, y tú lo mereces más que yo. En todo caso, necesito hacer una
dieta larga, para así poder estar más pura, y concentrarme en lo que me respecta
a su completa ayuda. (Acerca la pinza a su boca, y de un tirón quita el incisivo
superior. Su boca sangra, pero su rostro finge felicidad. Sigue así, quitándose uno
a uno los dientes. Toma una toalla y la muerde. Sólo le han quedado tres muelas.
Llora del dolor, y se sienta en el piso del baño. Luego de unos minutos se duerme
con la toalla en la boca. Se levanta al cabo de unas horas y se la enjuaga. Su
rostro expresa desagrado. Guarda los dientes en un sobre y escribe en él “para ti”.
Lo deja de nuevo en el buzón, y tira la toalla en el suelo. Se recuesta y duerme)
(Pasan días y días, y Aída va perdiendo su figura. Recibe todo tipo de comentarios
que le provocan amargura. Su casa se ve abandonada por fuera, y los perros
vagabundos no se acercan más. El buzón se llena de cartas que ella escribe, y se
le cortan todos los servicios. Esa mañana de invierno lleva otra carta afuera de su
casa. Lleva un camisón verde y está despeinada. Su rostro está ausente. Susurra
en voz baja) Qué bueno que estamos cada vez más cerca amiga mía. (Victoria la
saluda desde lejos. Aída responde su saludo levantando su mentón) Perra. (Deja
la carta y cierra los ojos sintiéndose mareada. Estira su brazo para sostenerse de
algo y se cae. Victoria corre a su encuentro y la ayuda. Luego es todo oscuro para
Aída, quien se despierta en un hospital.) ¿Qué me pasó? –Hermana de Aída:
estamos en el hospital, te están haciendo un chequeo. Tienes las defensas bajas y
estás por debajo del peso normal. Además de que he visitado tu casa y tienes
facturas acumuladas en el buzón. Me gustaría saber qué es lo que te pasa, y por
qué me has evitado de esa forma. No me parece que andes diciendo por ahí que
te he abandonado cuando no es cierto. (El bebé se mueve inquieto en el coche. El
marcador de pulsos hace un ruido normal. Aída sorprendida responde en voz baja)
Solo he dicho que estuviste muy ocupada este último tiempo, y es difícil para mí
ahora poder contarte de qué se trata todo esto. Verás, hace tiempo que me ha
visitado una mujer. Alguien que no conocemos, pero estoy segura de haber visto
antes. Lleva el mismo color de cabello que mamá, y los ojos de papá. Me dijo que
tengo que dejar de ver el camino de los demás, porque me voy a consumir en el
egoísmo. (Con los ojos llorosos, solloza. Hace una pausa, y luego sigue) No
quiero eso para mí. Siempre he alejado a los que más quiero, y ahora deseaba
poder ser importante para ella. Le falta la dentadura Vero, y lo peor es que está
toda descuidada. Como si se hubiese olvidado de quién es, qué quiere, qué
busca. Y gracias a ella he encontrado un propósito en mi vida que no es coser,
cocinar, o limpiar. Se lo debo. Tengo que encontrarla. (Con asombro, y lágrimas
en los ojos, Vero niega con la cabeza) Vero: Es que deberías verte Aída, no dirías
las locuras que dices ahora. No entiendo cómo he dejado que esto sucediese.
Necesito, te imploro, que vengas a casa. No estará Pablo con nosotras, se va de
viaje unos meses al extranjero por su trabajo, y tendremos tiempo de charlar.
Aída: Es que no entiendes, no tengo tiempo para esas cosas banales, necesito
hallarla para así ayudarle. No sé qué otras cosas más tenga para decirme, no
sabes el miedo que sentí. Además he sido muy grosera, y la última clase de
encuentro espiritual que tuve con ella me dijo que deje todo. (Se seca las lágrimas
con el dorso de la mano) (Vero horrorizada se tapa la boca. La voz le sale más
fuerte de lo deseado y el bebé se queja) Vero: No puedo entender que estés
hablando de “encuentro espirituales” ¿Es decir que ésta mujer no existe? Has
quedado en la ruina por algo que… ¿Es una ilusión tal vez? ¿Es que te has
quitado los dientes tú misma? (Aída con furia en su voz) Es que nunca lo vas a
entender, si siempre te fijaste en vivir la vida perfecta y nunca pensaste en mí, en
mamá, o en vos si quiera. Éste tipo ni siquiera será para siempre. (Hace una
pausa al ver la expresión de su hermana. Respira hondo e intenta incorporarse)
(Vero mira para la pared y suspira) Vero: Tal vez no sea para siempre, pero al
menos no lo he dejado ir a la primera que me criticó algo. Le permití entrar en mi
vida, y seguí tus consejos, siempre he tenido los “tacones” puestos y nunca me ha
faltado mucho. Le adoro, es una persona muy fuerte para mí, y eso me ha
ayudado a crecer, a ver qué me gusta, qué siento, qué soy. Siempre te has
llenado la boca diciendo que eres autosuficiente, y es por eso que Juan se fue.
Nunca le dijiste que deseabas compartir algo, que necesitabas de su ser para ser
feliz. (Ríe amargamente y Aida abre la boca incapaz de responder) Puedo ser la
menor, pero no quita que sepa quién soy, y no me dejo llevar por lo que una
“misteriosa mujer” me dice en sueños. ¿No te has puesto a pensar que tal vez ella
es sólo una anciana practicando rituales como mamá en los viejos tiempos? ¿O tal
vez un personaje que creó tu cerebro mirando tantas películas? No lo sé Aída, te
desconozco. Puedo hasta decir, que viéndote en tu estado me pareces una
persona fuera de juicio. Quiero que vengas conmigo a mi casa, al menos unos
días, luego ya verás si quieres seguir con esas fantasías tuyas. Si es que eso te
llena y hace feliz. (Sonríe débilmente y Aída traga con ruido. La voz le sale frágil)
Aída: Está bien, iré contigo, pero necesito ir a casa a buscar unas cosas, y luego
nos vamos para allá. Vero: Está bien hermana. (Entra el médico y le pide a la
hermana que se retire. Toma asiento a su lado) Doctor: Todo parece estar en
orden para darle el alta, pero necesito que mañana temprano venga a retirar una
dieta que le hará recuperar su peso. Es necesario que esté sana, y se preocupe
por su higiene, usted es muy joven. Además de que no está tomando las pastillas
que le receté en principios del año. Tiene unas ojeras notables y necesita
descansar, por favor hágame caso. (Le pasa una planilla y una pluma) Firme aquí,
y aquí para que quede registrada su dada de alta. Sus pertenencias están en un
bolso en recepción. Cuídese Aída, hágame el favor. (Aída con emoción se levanta
y firma en los lugares. Pasa por recepción, retira sus cosas, y se marcha con su
hermana. Dentro del auto hay un silencio amable, y se escucha una canción de
Shakira que ambas tararean. El bebé hace algunos sonidos. Aída se baja en su
casa a buscar las cosas que necesitaba. Entra algo confundida y encuentra la
casa muy sucia.) Aida: Es tan extraño encontrar la casa así de sucia… Ha pasado
un año, nunca creí que podría pasar así el tiempo. Aun espero tu respuesta. (Mira
al techo y se dirige al baño a tomar unas cosas del botiquín. Cuando lo cierra pega
un grito horrorizada. La imagen del espejo se mueve, y le está hablando.) Mujer de
los sueños: Aída, me pone muy triste saber que mi visita ha hecho que su vida se
arruine. Soy yo, soy usted, somos lo mismo, y necesito que entienda que lo hago,
y que lo hice, para que se descubra. La vida le va a llevar por caminos muy fáciles,
muy vacíos, y usted ha seguido todos los que no debía seguir. Se dejó llevar por la
ambición, y en vez de aprovechar ese tiempo que usted misma se dio, se dedicó a
buscar a alguien que no era más que su propia peor versión. Encuéntrese, ya me
encontró a mí. Cuídese, hágame el favor Aída.