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(Aparece Aída llevando un delantal.

Barre el piso, mientras de fondo suena una


canción en la radio. Enfadada murmura): - Estoy harta, histérica de ver tanto
polvo. Es imposible que la casa de una mujer tan sola como yo se llene de
porquerías en segundos. No entiendo por qué el día sólo carga 24 horas en él, si
para mí eso es poco. (Toma una pausa y se sienta en un viejo sillón. Se lleva una
mano al pecho y con angustia proclama): - Si tan sólo le hubiese hecho caso a
Juan, y me hubiese ido con él, no debería estar así todo el día. Hubiese cocinado
con gusto para él, a cambio de un poco de su amor, de su caballerosidad, hubiese
dado mil suspiros de cansancio por un poco de masculinidad en mi vida. ¿Y ahora
qué? Mi actividad favorita se ha convertido en escuchar los chismes del
vecindario, darle de comer a algún perro vagabundo, y coser… (Recuerda algo de
pronto y su cuerpo da un respingo) ¡Por dios! He olvidado completamente el
vestido de doña Clara. (Se para y deja la escoba contra la pared. Se dirige a la
mesa y extiende un vestido sobre ella. Enchufa la plancha y allí comienza la tarea)
(Tararea una canción con poco entusiasmo. La interrumpe un olor fuerte a
quemado. Disgustada mira la prenda):- ¿Dónde ha quedado tu cabeza Aída? Mira
lo que has hecho, qué tonta, tu madre tenía razón “Nunca servirás para nada más
que para esclava si no piensas en mirar más allá de tu nariz” (Cita con disgusto)
(Desenchufa la plancha y camina hacia el patio de la casa. Toma una caja de
cigarrillos y saca uno de ella, el cual procede a encender):- Quizás debería dejarle
el pesimismo a Victoria. Ella sí que sabe lo que es vivir de la pena, si no puede ni
siquiera con su hija menor. (Se ríe con intención sarcástica):- Si a mí me hubiese
tocado una niña así, ya le hubiese dado la tunda de su vida. No puede ir por el
barrio saliendo con todos los que plazca y luego irse de viaje en viaje sin más. Uno
tiene que ser una mujer de bien, una mujer que sepa hacer todo lo que su hombre
le pida. Pero ojito… (Exhala el aire contaminado de nicotina y le da otra calada al
cigarrillo):- Nunca hay que dejar que a una la pisoteen. La que lleva los tacones,
sin dudas, es la mujer, y eso le enseña a nunca olvidar que si a una se le corre el
maquillaje, y se le acaba la comida en la heladera, ese hombre no sirve para nada
más. (Se ríe y levanta la cabeza, denotando orgullo) Eso hice siempre en mi vida,
y no me arrepiento, tal vez no soy lo que quiero, pero sí tengo lo que necesito.
(Exhala el humo de la última pitada y tira la colilla en la tierra. Se sacude las
manos y camina hacia el interior de la casa) (Una vez dentro se quita la ropa en el
baño y toma una ducha. Detrás la radio sigue sonando, pero ésta vez con poca
frecuencia) (Aída se baña cantando lo que la letra de la canción dice y luego sale
de la ducha envuelta en una toalla. Toma una pastilla de color verde, y luego se
dirige hacia su habitación y se coloca un pijama):- Por fin la camita, el nidito, mi
lugar favorito en el mundo. Las sábanas que me vendió Jorge terminaron siendo
espectaculares, pero la radio un fiasco. No debería dejarme llevar por las gangas,
uno ya no puede confiar ni en los amigos de la infancia. Esto de darle tanta oreja a
la gente que dice quererte es un peligro. (Apaga la radio y se recuesta en la cama.
Luce muy relajada):- Gracias a los santos, a mis ancestros, y a mí cuerpito por
darme un día más. (Se duerme en unos minutos y su cuerpo comienza a moverse
a causa de una pesadilla) (Sueña que se encuentra en su propio baño, el cual está
más deteriorado, y lleva la bata de siempre. Cuando sale del cuarto se encuentra
con una mujer, sin dentadura, que la mira y niega con la cabeza. Aída confundida,
y muy asustada se acerca lentamente) - ¿Quién es usted? ¿Cómo ha entrado en
mi casa? ¡Respóndame o sino grito! – Yo soy la mujer de sus sueños. Un simple
espíritu que pretende o renovarla del todo, o arruinarla. Eso depende de usted, de
lo que su mente sea capaz de idear. (Aída se cruza de brazos y con un tono
sorpresivo le responde) –Usted no puede decirme cómo vivir mi vida. Y le advierto
que no me dan miedo los espíritus, nunca me han asustado. Mis tías, abuelas, y
mi propia madre siempre se contactaron con esas cosas y nunca hacen más que
tirar cuadros o gritar en la madrugada. Si usted es una de esas, por favor le pido
que se retire, porque no soy muy amante del bullicio y conozco unas buenas velas
para mandarla a volar. (Aquella mujer misteriosa se para y se dirige hacia Aída. La
mira a los ojos y pone ambas manos en sus hombros) –No sabes escuchar, no te
interesa aprender. Estás consumida por el egoísmo, y tu alma se pondrá a arder.
Luego me canso de tratar de entenderte, más ya parece en vano ayudarte, cuando
estás tan concentrada en perderte. Dejando ir amores, dejándote ir a ti misma.
Fijándote en otros caminos, perdiendo todo el carisma. No digas más tarde que no
te advertí, pues soy la mismísima sabiduría tocándote la puerta. (La mujer sacude
los hombros de Aída y el cuarto se pone oscuro. El cuerpo de Aída se mueve, y se
despierta con sudor en el cuerpo, totalmente horrorizada. Un perro aulla de fondo)
–Parece que ni agradeciendo una tiene que soportar éste tipo de sueños locos.
Unos consejos de vida baratos, qué locura Aída, que locura. (Se recuesta de
nuevo y duerme toda la noche).

( A las 6 am suena un despertador viejo. Aída se despereza en la cama y se


coloca unos pantalones sueltos y una camisa, con las sandalias de siempre. Se
dirige a la cocina y prende las hornallas. Cocina unos huevos y hace tostadas) –
Bueno, bueno, nada puede arruinarme la mañana. Hoy me deleito con unos
huevos, y después me tomo un buen café para despabilar. En algún lugar tengo
que tener los pedidos escritos para dejar ésta tarde… Aunque pensándolo bien,
mientras recorro el pueblo, me puedo dirigir a la biblioteca para averiguar en los
registros si hay alguien parecida a esa “bruja” (Murmura con desprecio) (Sirve la
comida en un plato y se dispone a desayunar sola) - ¿Quién necesita de compañía
cuando se tiene a sí misma? No podría rebajarme a las charlas banales que me
propone la gente. E invitar a mi hermana sería un suicidio, porque para ver cómo
le va tan bien mejor me compro una de esas revistas que lee mi sobrina. Seguro
todo es falso, falso como la sonrisa que me pone su marido cada vez que me ve.
Para qué, si sola estoy mejor, fresca como una lechuga. Sólo necesito de mi
trabajo y de mi fuerza. (Termina de desayunar, guarda las prendas en una bolsa
grande y se sube a la bicicleta que se encuentra al lado de la puerta por el lado de
afuera de la casa. Pedalea tres cuadras hasta que se baja a dejar un pedido) –
Aquí están las dos camisas doña Julia. Es lo mismo de siempre (Sonríe
forzosamente y le cobra. Sigue pedaleando cuatro cuadras más y se baja de
nuevo) –Mil disculpas doña Clara, parece que tiene que elegir otro tipo de vestido
para la forma de su cuerpo… (La mira de arriba abajo y deja el vestido en sus
manos. La saluda con un beso en la mejilla y se sube de nuevo a la bicicleta.
Pedalea, y ésta vez va más lento. Exhausta respira con dificultad. Llega a la
biblioteca y se baja con lentitud) – Tomar el bus es una pérdida fatal del tiempo,
parece ser que mientras más tardes, más les pagan… El cansancio vale la pena,
al menos llegué más rápido y me ahorré saludar a las que se sientan en los
primeros asientos. Las chusmas profesionales, ¡Ja! (Mientras sube las escaleras a
la gran biblioteca, el bus recibe a la gente que se encuentra en la parada
esperándolo. La gente mira con desconfianza a Aída y se suben. Cuando llega a
la entrada, saluda con la mano a la encargada y se dirige al fondo del pasillo.
Busca entre los libros y elige uno de tapa roja) –Nadie pensaría que los registros
del pueblo están acá, la gente se confía con que la parte de “derecho” sólo
contiene cosas raras donde las leyes te prohíben y te obligan a raja tabla. (Busca
con detenimiento esa tarde, y cuando la luz del día se va, la bibliotecaria le pide
dejar el establecimiento) – Me voy, pero usted no sabe con quién está hablando.
(Sale del lugar, y se sube a la bicicleta. Detrás los pájaros cantan cada vez menos,
y llega a su casa cuando está oscuro afuera. Deja la bicicleta y se dirige a la
alacena donde encuentra una caja de pastillas) – Ésta es para mañana a la
mañana, y las rosaditas son para ahora, así me relajo. Es muy raro no encontrar a
la mujer de mi sueño, si seguro la he visto en otro lugar… Ahora que lo pienso, me
da un poco de pena la pobre, seguro no dispuso de todas las habilidades que yo
tengo, y se dejó llevar en la vida por lo que alguno le dijo. No me parece posible
que alguien de su edad pierda de esa forma su dentadura, y más que su figura se
note tan débil. Tal vez sea la única que no chismosee, que esté escondida en su
casa, que necesite que alguien le ayude a coser, o a limpiar, o a tomar sus
pastillas. ¿Quién mejor que una mujer tan dedicada como yo? Ya la voy a
encontrar. (Con una sonrisa en el rostro cierra la puerta del mueble y saca de la
heladera un plato de fideos fríos que come con rapidez, luego toma la píldora. Esa
noche se duerme en el sillón).

(A la mañana el sol la despierta, estira los brazos, se sienta en él y mira el reloj de


la pared) – Un día como cualquiera, me parecería muy tarde. Pero hoy a las 9 am
me gustaría desayunar y tomarme mi tiempo para averiguar sobra aquella mujer.-
(Se para y se lava los dientes en el lavabo. Enciende la radio que tiene poca
frecuencia y mientras bebe un café, toma una caja llena de fotos que coloca en la
mesa) –Aquí tiene que aparecer, entre las fotos de mis viejos cumpleaños. Toda la
gente del pueblo ha participado alguna vez, es imposible que aquella señora viva
sola en casa, y nunca haya venido. (El teléfono suena, y Aída concentrada en las
diversas imágenes lo deja pasar. A la hora, la puerta la hace reaccionar y se para
para averiguar que es su vecina, Victoria.) –Hola, Victoria, Vic, amiga, hoy no
estoy haciendo arreglos, me agarró muy ocupada con algo, pero démelo y lo
tendré para muy pronto. (Su estómago suena en ese momento y la vecina la mira
preocupación) –Espero cenes pronto Aída, se ve que no estás comiendo hace
horas. –Tranquila, que de mi alimentación me ocupo yo, hasta luego. –Adiós.
(Aída regresa a la casa, y se olvida de tomar la pastilla. Esa noche no apaga la
radio, no cena, y se duerme pensando en aquella mujer misteriosa) –Buenos
días, espero estés muy bien querida, y radiante como yo. El sueño es pasajero,
ésta vez en vez de desayunar voy a dedicarme de lleno a vos. (Se viste con un
vestido grande para su talla y se coloca las mismas sandalias de siempre. Esa
mañana se olvida de beber su pastilla, y con rapidez se dispone de ir la plaza
central del pueblo. Mientras camina, con la mirada desorientada, se encuentra a
Jorge) – Aída, me va a dar un susto con ese rostro que trae. ¿Ha comido algo? Se
ve pálida. –Es muy grosero de su parte hablarme con ese tono. ¿Usted se olvida
de haberme vendido una radio tan pobre? Lo mínimo que puede hacer, es ser un
poco amable. No se llegue a mi casa mañana, pues estaré ocupada y no recibiré
ningún pedido por ahora. –Está bien, cuídese, y acuérdese de lo que decimos
todos, si usted no lo practica, no tenemos ningún ejemplo al que seguir. (Enfadada
susurra) –Basura. (Jorge se va, y Aída sigue caminando por el pueblo, sin poder
encontrar alguna pista del paradero de aquella mujer. Se sube a la bicicleta y
regresa una vez más a casa sin ninguna pista. Se sienta en el sillón) –Ya no sé
qué hacer, no puedo encontrarla, necesito que usted me guíe. Siento la angustia
en el pecho, como si me estuviese alentando a que la encuentre. (Cierra los ojos y
los presiona. Sale un grito de su boca) ¡¿Qué es lo que usted necesita?! (En ese
momento abre los ojos y se encuentra con la imagen de esa mujer) – Déjelo ir,
deje ir todo por mí. (Aída sacude la cabeza y débilmente se levanta del sillón. Abre
la alacena y ésta vez coje la pastilla de color verde, la cual le provoca una
expresión de asco) –Si fuese mi hermana de seguro tuviese todo limpio, y ya
estaría acostada. Pues, que bueno que soy sólo yo, y me basta con tener un vaso
para beber agua. (Deja el vaso en el lavabo y se va a acostar. Esa noche no come
nada, ni apaga la radio).

(Al otro día, el sonido de la alarma suena estridente en la pieza. Aída se levanta
con mucha dificultad y bosteza) – Voy a dejar todo, así es, usted se lo merece, y
usted me va a ayudar a mí a dejar ésta miseria. (La radio no suena. Las luces
están apagadas, y la heladera dejó de funcionar. Se viste con una bata blanca y
sale a ver el buzón, que está lleno. Su vecina Victoria la mira de reojo, y Aída agita
la mano) –Vecina, usted no sabe lo bien que me va, ya quiero que encuentre su
propósito en la vida. Ya verá, se dará cuenta de que lo que le brinda ese hombre,
y su familia es muy poco. (Toma las facturas y la vecina la ignora, devolviéndose a
su casa) –Qué grosera, nunca podría tocarle ayudar a alguien como a mí, no tiene
nada para dar. (Entra a su casa y deja las facturas sobre la mesa. Se dirige a la
heladera y toma una zanahoria. Con cara de asco la lava) –Tal vez cuando
encuentre a la dichosa mujer, ya tenga a alguien que nos limpie, nos cocine, y nos
ayude a ambas. Qué bueno es hacer algo por las dos. (Se termina la zanahoria.
Se coloca unas pantuflas y coge papel de carta y una pluma. En ella escribe).
“Querida mujer de mi sueños: Quiero decirle que he comprendido lo que usted me
ha dicho, y en conjunto con mi mamá, me han hecho dar cuenta. Era imposible
que obtuviese todo lo que quiero sola por mi cuenta, pues ésta vez ha llegado
usted para que mire más allá de mi nariz, y así consiga vivir por usted, por ambas,
y las recompensas que la vida me debe, lleguen de una vez por todas. No lo tome
a mal, pero usted y yo haremos un trueque que no se ve ni en películas. Piénselo,
deme más señales para encontrarle.” –Esta vez le es imposible no pensarlo, tenía
diez en literatura, soy la mejor del pueblo para comunicarle algo. Qué bueno que
me ha elegido a mí. (La luz que se filtraba por las ventanas se oscurece. El reloj
marca las 8. Deja la carta en el buzón y regresa adentro tiritando. Se frota los
brazos) –Qué mal que todavía tenga que vivir en ésta casa, ya las vibras que me
transmite me hacen tiritar. (Se dirige a la cocina a encender una hornalla. Éstas no
encienden) –Bueno, tal vez deba hacer algo de dieta. La zanahoria estuvo bien, no
hay necesidad de exceso. (Camina hacia su cuarto con los brazos estirados hacia
abajo, colgando, con expresando mucho cansancio en su rostro) –Buenas noches
para mí, y para usted. Que ambas nos encontremos pronto. (Se recuesta en la
cama, y se duerme vestida).

(Al otro día unos pájaros le hacen moverse en la cama. Abre los ojos y se los
frota) –Hoy voy a tomarme un vaso de leche y a escribir otra carta. Debo explicarle
cuidadosamente de qué se trata vivir conmigo. (Con una sonrisa en el rostro, pero
con las ojeras muy marcadas, se sirve un vaso de leche y coge de nuevo lo
necesario para hacer una carta. Los vasos se acumulan en el lavabo) –
Refrescante, y bajo en grasas. Perfecto. (Con alegría escribe) “Querida mujer de
mis sueños, espero se haya pensado mi propuesta. No creo que haya persona
más interesada en usted que yo misma. Se ha convertido en mi propósito de vida,
y por eso mismo creo que debería hacer algo mucho más importante por usted,
deme un tiempo y ya verá cuán dedicada puedo ser”. (Toma la carta, la guarda en
el sobre, y luego la deposita en el mismo lugar en el que dejó la anterior. Mira con
desagrado las facturas y bosteza. Victoria la saluda y ella la mira con desagrado) –
Qué se cree esa para saludarme de la mejor manera luego de haber
desperdiciado tal consejo que le di. Ni debe tener amigas, y en eso no se parece a
mí, porque parece ser que ella se tiene a sí misma de enemiga. Es una pena,
Victoria solía ser una gran mujer, y ha hecho de su ser, y de sus hijos, un desastre
total. Debe ser por llevarle el apunto a la catástrofe de marido que tiene. Un
torbellino emocional, y carnal, que lo único que hace es hacerla sentir perfecta,
cuando no se le acerca en lo más mínimo a la palabra. (Entra a su casa. Las
ventanas están cerradas y el ambiente está oscuro) –He olvidado comprar más
materiales y no tengo más hilos… Será que debo ocuparme de éste asunto más
que de los otros. No me iba a durar para siempre vivir así. (De fondo suena un
teléfono) –No voy a atender, de seguro son esas mujeres chismosas que
pretenden saber qué me sucede y me van a venir con el cuento de la depresión
sólo porque me ven delgada. Cuando ellas nunca en su vida han hecho dieta,
hasta le deben tener fobia a la palabra. (Exclama con fervor) Mejor me dedico a
sorprenderlas, luego me van a ver mucho mejor y más contenta. (Se sienta en la
única silla disponible en la mesa y deja una pila de telas sin coser sobre ella) Me
voy a preparar un té y eso será todo por hoy. Hasta me siento mejor sin las
pastillas, no es necesario de aquella sustancia rosa que tanto me hacía olvidar,
prefiero ésta vez recordar cada instancia de la semana pasada, y así trabajar en
conjunto con el insomnio. Ésta vez, al menos hoy, somos aliados. (Prende la
hornalla con dificultad, ya que hay poco gas, y se bebe la infusión. Hace una cara
de desagrado porque no lleva azúcar. Se para y deja la taza, junto a todas las
otras, en el lavabo. Se va al baño y luego se dirige hacia su habitación para
recostarse vestida. Se acuesta pensando en aquella mujer una noche más)

(Es de día y sus dientes castañean al sentir frío. Se tapa hasta arriba, pero luego
se obliga a sí misma a levantarse e ir afuera. Se cubre con la bata y mira a
Victoria, su vecina, darle un beso a su marido. Con rabia murmura) No puedo
creer que siga sintiendo lo mismo luego de tantos años, me es imposible pensar
que aquel hombre le es fiel, y la mantiene enamorada. Son cosas de no creer, y
por eso Juan se fue. Me dejó, y ésta vez yo lo dejo a él, para dedicarme a algo
grande, a algo muy interesante para mí. Que tal vez puede hacer que olvide el
contexto en el que me encuentro, y no sólo me haga pensar en la firme búsqueda
de una mujer que nunca he visto, sino que me abre ojos, y me pide que haga algo
por ella, que me dejará una enorme recompensa. Puedo sentirlo. (Una poco más
animada revisa el correo. Se ven más facturas, las cuales ignora. Ni una carta
recogida, y mucho menos respondida. Con desilusión, una lágrima se le cae. Entra
a la casa corriendo, y cierra la puerta de un portazo) ¿Qué es lo que tengo que
hacer? Ya no se me ocurren ideas para las cartas. Necesito que se dé cuenta de
que a pesar de haber sido tan grosera en nuestro único encuentro, me he dado
cuenta de lo que ella necesita. Que tengo todo para darle, y así me responda
como me corresponde. (Llorando, y con desesperación se dirige al baño. Allí toma
ambos extremos del lavabo con fuerza, y se mira al espejo. Con el ceño fruncido,
y mucho enojo, respira hondo. Luego sonríe forzosamente y abre la puerta del
espejo del botiquín. De allí toma una pinza y sonríe mostrando los dientes) Ya sé
lo que necesitas, y tú lo mereces más que yo. En todo caso, necesito hacer una
dieta larga, para así poder estar más pura, y concentrarme en lo que me respecta
a su completa ayuda. (Acerca la pinza a su boca, y de un tirón quita el incisivo
superior. Su boca sangra, pero su rostro finge felicidad. Sigue así, quitándose uno
a uno los dientes. Toma una toalla y la muerde. Sólo le han quedado tres muelas.
Llora del dolor, y se sienta en el piso del baño. Luego de unos minutos se duerme
con la toalla en la boca. Se levanta al cabo de unas horas y se la enjuaga. Su
rostro expresa desagrado. Guarda los dientes en un sobre y escribe en él “para ti”.
Lo deja de nuevo en el buzón, y tira la toalla en el suelo. Se recuesta y duerme)

(Esa mañana, se despierta dolorida y se levanta despacio de la cama. Se desnuda


y toma una ducha. Luego se viste con ropa que le queda suelta, y se pone las
pantuflas. Se toma una de las pastillas verdes, y desayuna jugo de naranja y una
manzana. Nota que le queda poco papel de carta y camina unas dos cuadras para
conseguirlo) Mujer chismosa 1: Qué delgada que se ve, Aída, antes tenía un
cuerpo para envidiar, pero ahora está mal. He visto a tu hermana pasear con su
marido y su bebé, y me han preguntado por ti. Dicen que no le respondes el
teléfono, que tampoco has salido de tu casa, y eso los tiene preocupados. Aída:
(con una mueca de desagrado) Ellos han estado muy ocupados en su vida
perfecta, y ahora se acuerdan de mí cuando yo estoy muy metida en mis asuntos.
Por favor le pido que le comunique a mi hermana que yo ya no necesito más nada
de ella, que me haré cargo de un asunto que el mismísimo universo, o dios, me lo
ha asignado y que eso no es de su incumbencia. (Toma el papel, y le paga al
mercader. La gente la mira con asombro, pues ella sonríe mostrando sus encías
con orgullo. Cuando llega a su casa, toma el papel nuevo y escribe en él) “Estoy
feliz de lo que hice ayer por usted. Creo que ya se debe haber enterado que la
estoy buscando, y si ha recibido mi regalo me gustaría volver a soñar con usted.
Tal vez una señal de su parte no me vendría mal, estoy necesitando un
empujoncito de su espíritu para recobrar las fuerzas que tenía al principio de mi
misión. No le haga caso a los rumores distorsionados que pueda oír de otras
mujeres en el pueblo, pues aquí la gente disfruta con hacerle pasar un mal
momento a uno. Usted, una mujer sola, desprotegida, sin nadie a su lado, se
merece que alguien le advierta de éstos peligros y así ir con más cuidado con las
palabras y acciones que comete. (Se levanta de la mesa y lleva la carta al buzón,
donde la deposita con las otras cartas, y las facturas que se ven acumuladas.
Luego se devuelve adentro y lava los trastes de la semana.) –Parece que no ha
pasado más de una semana, pero increíblemente el calendario marcan 4 meses.
No es posible, he enviado pocas cartas, y parece que la dedicación me ha
acortado más el tiempo. Ahora entiendo cuando Victoria me contaba de sus clases
de pintura. Nunca entendí por qué se preocupaba tanto en enseñarme ese tipo de
cosas, ella siempre ha sido buena en el arte y las manualidades. En cambio yo
sólo he sido buena en dos cosas en mi vida: coser, y dedicarme a la limpieza. Tal
vez ella pensaba que podía hacer más, pero era muy pobre la ambición que me
quería transmitir. ¿Qué podría yo hacer con unos pinceles, y un poco de pintura?
Por eso me dediqué a la costura. Siempre he sido la mejor del barrio, y creo que
éste tiempo que me estoy tomando es un respiro de tantas obligaciones. En vez
de malgastarlo en mí, prefiero hacer una buena acción e invertirlo en una persona
que realmente lo necesita. No me canso de convencerme de que esto le debería
suceder al menos a dos personas en el año. Este tipo de encuentro espiritual es
más fácil para aquellos que han tenido experiencias con el otro plano, y por eso le
agradezco a mi mamá y a mis tías. Sin ellas no podría vivir el glorioso momento
que estoy viviendo. (Termina de lavar y se seca las manos. Camina hacia la
heladera, que se ve vacía, y come un postre de chocolate viejo. Con cara de asco
mira el frasco vacío y lo tira en la basura. Se recuesta en el sillón. Al cabo de unos
minutos le golpean la puerta. Son dos hombres) Hombres: Usted ha recibido todo
el mes unos avisos de corte de gas, venimos a cumplir con nuestras tareas,
disculpe las molestias, pero necesitamos entrar. (Adormilada les abre la puerta)
Aída: Ya no necesito disponer de esas cosas banales, vivo con cosas frescas, y
no me importa participar de algo tan terrenal como pagar una boleta de gas.
(Asombrados y confundidos clausuran el gas y se alejan de la residencia. Aída
cierra la puerta de nuevo y se recuesta de nuevo en el sillón. Se queda dormida y
se despierta tarde ésta vez.)

(Pasan días y días, y Aída va perdiendo su figura. Recibe todo tipo de comentarios
que le provocan amargura. Su casa se ve abandonada por fuera, y los perros
vagabundos no se acercan más. El buzón se llena de cartas que ella escribe, y se
le cortan todos los servicios. Esa mañana de invierno lleva otra carta afuera de su
casa. Lleva un camisón verde y está despeinada. Su rostro está ausente. Susurra
en voz baja) Qué bueno que estamos cada vez más cerca amiga mía. (Victoria la
saluda desde lejos. Aída responde su saludo levantando su mentón) Perra. (Deja
la carta y cierra los ojos sintiéndose mareada. Estira su brazo para sostenerse de
algo y se cae. Victoria corre a su encuentro y la ayuda. Luego es todo oscuro para
Aída, quien se despierta en un hospital.) ¿Qué me pasó? –Hermana de Aída:
estamos en el hospital, te están haciendo un chequeo. Tienes las defensas bajas y
estás por debajo del peso normal. Además de que he visitado tu casa y tienes
facturas acumuladas en el buzón. Me gustaría saber qué es lo que te pasa, y por
qué me has evitado de esa forma. No me parece que andes diciendo por ahí que
te he abandonado cuando no es cierto. (El bebé se mueve inquieto en el coche. El
marcador de pulsos hace un ruido normal. Aída sorprendida responde en voz baja)
Solo he dicho que estuviste muy ocupada este último tiempo, y es difícil para mí
ahora poder contarte de qué se trata todo esto. Verás, hace tiempo que me ha
visitado una mujer. Alguien que no conocemos, pero estoy segura de haber visto
antes. Lleva el mismo color de cabello que mamá, y los ojos de papá. Me dijo que
tengo que dejar de ver el camino de los demás, porque me voy a consumir en el
egoísmo. (Con los ojos llorosos, solloza. Hace una pausa, y luego sigue) No
quiero eso para mí. Siempre he alejado a los que más quiero, y ahora deseaba
poder ser importante para ella. Le falta la dentadura Vero, y lo peor es que está
toda descuidada. Como si se hubiese olvidado de quién es, qué quiere, qué
busca. Y gracias a ella he encontrado un propósito en mi vida que no es coser,
cocinar, o limpiar. Se lo debo. Tengo que encontrarla. (Con asombro, y lágrimas
en los ojos, Vero niega con la cabeza) Vero: Es que deberías verte Aída, no dirías
las locuras que dices ahora. No entiendo cómo he dejado que esto sucediese.
Necesito, te imploro, que vengas a casa. No estará Pablo con nosotras, se va de
viaje unos meses al extranjero por su trabajo, y tendremos tiempo de charlar.
Aída: Es que no entiendes, no tengo tiempo para esas cosas banales, necesito
hallarla para así ayudarle. No sé qué otras cosas más tenga para decirme, no
sabes el miedo que sentí. Además he sido muy grosera, y la última clase de
encuentro espiritual que tuve con ella me dijo que deje todo. (Se seca las lágrimas
con el dorso de la mano) (Vero horrorizada se tapa la boca. La voz le sale más
fuerte de lo deseado y el bebé se queja) Vero: No puedo entender que estés
hablando de “encuentro espirituales” ¿Es decir que ésta mujer no existe? Has
quedado en la ruina por algo que… ¿Es una ilusión tal vez? ¿Es que te has
quitado los dientes tú misma? (Aída con furia en su voz) Es que nunca lo vas a
entender, si siempre te fijaste en vivir la vida perfecta y nunca pensaste en mí, en
mamá, o en vos si quiera. Éste tipo ni siquiera será para siempre. (Hace una
pausa al ver la expresión de su hermana. Respira hondo e intenta incorporarse)
(Vero mira para la pared y suspira) Vero: Tal vez no sea para siempre, pero al
menos no lo he dejado ir a la primera que me criticó algo. Le permití entrar en mi
vida, y seguí tus consejos, siempre he tenido los “tacones” puestos y nunca me ha
faltado mucho. Le adoro, es una persona muy fuerte para mí, y eso me ha
ayudado a crecer, a ver qué me gusta, qué siento, qué soy. Siempre te has
llenado la boca diciendo que eres autosuficiente, y es por eso que Juan se fue.
Nunca le dijiste que deseabas compartir algo, que necesitabas de su ser para ser
feliz. (Ríe amargamente y Aida abre la boca incapaz de responder) Puedo ser la
menor, pero no quita que sepa quién soy, y no me dejo llevar por lo que una
“misteriosa mujer” me dice en sueños. ¿No te has puesto a pensar que tal vez ella
es sólo una anciana practicando rituales como mamá en los viejos tiempos? ¿O tal
vez un personaje que creó tu cerebro mirando tantas películas? No lo sé Aída, te
desconozco. Puedo hasta decir, que viéndote en tu estado me pareces una
persona fuera de juicio. Quiero que vengas conmigo a mi casa, al menos unos
días, luego ya verás si quieres seguir con esas fantasías tuyas. Si es que eso te
llena y hace feliz. (Sonríe débilmente y Aída traga con ruido. La voz le sale frágil)
Aída: Está bien, iré contigo, pero necesito ir a casa a buscar unas cosas, y luego
nos vamos para allá. Vero: Está bien hermana. (Entra el médico y le pide a la
hermana que se retire. Toma asiento a su lado) Doctor: Todo parece estar en
orden para darle el alta, pero necesito que mañana temprano venga a retirar una
dieta que le hará recuperar su peso. Es necesario que esté sana, y se preocupe
por su higiene, usted es muy joven. Además de que no está tomando las pastillas
que le receté en principios del año. Tiene unas ojeras notables y necesita
descansar, por favor hágame caso. (Le pasa una planilla y una pluma) Firme aquí,
y aquí para que quede registrada su dada de alta. Sus pertenencias están en un
bolso en recepción. Cuídese Aída, hágame el favor. (Aída con emoción se levanta
y firma en los lugares. Pasa por recepción, retira sus cosas, y se marcha con su
hermana. Dentro del auto hay un silencio amable, y se escucha una canción de
Shakira que ambas tararean. El bebé hace algunos sonidos. Aída se baja en su
casa a buscar las cosas que necesitaba. Entra algo confundida y encuentra la
casa muy sucia.) Aida: Es tan extraño encontrar la casa así de sucia… Ha pasado
un año, nunca creí que podría pasar así el tiempo. Aun espero tu respuesta. (Mira
al techo y se dirige al baño a tomar unas cosas del botiquín. Cuando lo cierra pega
un grito horrorizada. La imagen del espejo se mueve, y le está hablando.) Mujer de
los sueños: Aída, me pone muy triste saber que mi visita ha hecho que su vida se
arruine. Soy yo, soy usted, somos lo mismo, y necesito que entienda que lo hago,
y que lo hice, para que se descubra. La vida le va a llevar por caminos muy fáciles,
muy vacíos, y usted ha seguido todos los que no debía seguir. Se dejó llevar por la
ambición, y en vez de aprovechar ese tiempo que usted misma se dio, se dedicó a
buscar a alguien que no era más que su propia peor versión. Encuéntrese, ya me
encontró a mí. Cuídese, hágame el favor Aída.

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