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Apunte Introducción Al DP Año 2012, Unidades I y II.
Apunte Introducción Al DP Año 2012, Unidades I y II.
PROCESAL
Texto confeccionado para su utilización en clases por los alumnos del curso de pregrado
de Introducción al Derecho Procesal de la Escuela de Derecho, Universidad de
Valparaíso, año 2012. Se basa en el programa aprobado por Resolución N°50.038 de 20
enero 2011. No se autoriza otro uso diverso
1. DERECHO PROCESAL
CONCEPTO. CLASIFICACIÓN
b) CONCEPTO
El Derecho Procesal ha sido definido como rama del ordenamiento jurídico y como rama
del saber jurídico.
En el primer sentido, CORDÓN MORENO lo ha entendido como “la rama del ordenamiento
jurídico que regula globalmente el ejercicio de la función jurisdiccional del Estado”.
En el segundo sentido, COUTURE se refiere al Derecho Procesal Civil como aquella “rama
de la ciencia jurídica que estudia la naturaleza, desenvolvimiento y eficacia del conjunto de
relaciones jurídicas denominado proceso civil”.
En la doctrina chilena, PEREIRA ANABALÓN señala que el Derecho Procesal es “la ciencia
jurídica cuyo objeto es el estudio sistemático de las normas, principios e instituciones que regulan
el ejercicio del poder jurisdiccional del Estado”.
Como se aprecia, el Derecho Procesal se integra por normas que regulan el poder
jurisdiccional y el proceso jurisdiccional. Se compone, asimismo, de principios e instituciones
relacionadas con las antedichas normas, los cuales dan forma a la regulación institucional del
poder jurisdiccional y del proceso jurisdiccional. A la vez, el Derecho Procesal es un área del
conocimiento jurídico; una disciplina del saber jurídico.
Ahora bien, esta rama del ordenamiento y del saber no se identifica exclusivamente con el
ejercicio de la función jurisdiccional dentro del proceso. También comprende los derechos de las
personas para obtener acceso a la justicia y para intervenir en pie de igualdad en los procesos
jurisdiccionales. Autores como RAMOS MÉNDEZ, en España; DINAMARCO y MARINONI, en Brasil;
CAROCCA y BORDALÍ, en Chile, han puesto el acento en la protección de las personas y de los
derechos de éstas, sosteniendo que la función central de la jurisdicción no es tanto la resolución
de conflictos jurídicos, ni la aplicación del Derecho sustantivo, sino –fundamentalmente- la
protección de las personas y el resguardo de sus derechos subjetivos.
Con lo cual debemos decir que el Derecho Procesal también se preocupa de la posición de
las personas frente a los órganos jurisdiccionales, y de la debida tutela de sus derechos por parte
de tales órganos. Esta posición de la persona la podemos resumir en la idea de las “garantías” de
los sujetos que solicitan respuesta jurisdiccional. Así como los órganos jurisdiccionales detentan
un poder jurisdiccional y cumplen una función pública (la función jurisdiccional), las personas
invisten una garantía conforme a la cual pueden exigir la intervención judicial para obtener el
debido y oportuno resguardo de sus derechos.
Por tanto, podemos decir el Derecho Procesal es una rama del ordenamiento jurídico
compuesta por un conjunto de normas, garantías, principios e instituciones que regulan y
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c) CARACTERÍSTICAS
Considerado desde la perspectiva de las normas jurídicas, el Derecho Procesal puede ser
caracterizado como una rama del Derecho Público; dentro de éste, como una rama autónoma y,
finalmente, como un Derecho instrumental.
Es una rama del Derecho Público, pues regula el ejercicio de un poder público (la potestad
jurisdiccional) y el cumplimiento de una función pública (la jurisdiccional).
Es una rama autónoma dentro del Derecho Público, toda vez que no se confunde con otras
áreas como la constitucional, la administrativa u otra. Adquieren especial relevancia en este punto
las garantías, principios e instituciones a las que hacíamos mención antes, que distinguen al
Derecho Procesal de los otros ámbitos del ordenamiento jurídico. Garantías como el debido
proceso legal; principios como la inexcusabilidad de los jueces; instituciones como la cosa
juzgada; son propias de esta rama del Derecho.
Es un Derecho instrumental, como quiera que está destinado a permitir la aplicación del
Derecho sustantivo. El Derecho Procesal se preocupa de los métodos de resolución de conflictos
y, en particular, del proceso jurisdiccional; pero no determina el contenido de tal resolución. Esta
última parte corresponde al Derecho sustantivo o de fondo. En cualquier caso, es importante
subrayar que el carácter instrumental no minusvalora al Derecho Procesal frente a los Derechos
sustantivos (Derecho Civil, Derecho Comercial, Derecho Penal, Derecho Constitucional, entre
otros), sino que, por el contrario, lo hace adquirir un papel fundamental en la tarea de hacer
efectivas las disposiciones que conforman tales Derechos. La eficacia del Derecho sustantivo
presupone una correcta elaboración del Derecho Procesal.
d) CLASIFICACIÓN
Es posible hacer dos clasificaciones del Derecho Procesal, dependiendo del contenido de
las normas procesales y del contenido del Derecho sustantivo.
Según el primer criterio, distinguimos el Derecho Procesal orgánico y el Derecho Procesal
funcional.
Derecho Procesal orgánico es la rama del ordenamiento jurídico compuesta por un
conjunto de normas, garantías, principios e instituciones que regulan y disciplinan el poder
jurisdiccional, lo que comprende fundamentalmente la organización y las atribuciones de los
órganos jurisdiccionales.
El Derecho Procesal funcional es la rama del ordenamiento jurídico compuesta por un
conjunto de normas, garantías, principios e instituciones que regulan y disciplinan el proceso
jurisdiccional, lo que comprende el derecho de las personas para acceder a la debida tutela
jurisdiccional.
De acuerdo con lo dicho, estas dos clases de Derecho Procesal se encuentran
estrechamente vinculadas.
Según el segundo criterio, distinguimos el Derecho Procesal Civil, el Derecho Procesal
Penal y el Derecho Procesal Constitucional.
En nuestro país, en especial a partir de preceptos como el art. 76 inc. 1º CPR, suele
decirse que el Derecho Procesal Civil se preocupa de regular y disciplinar la tutela jurisdiccional
en todas aquellas materias sustantivas que no tengan carácter penal. Comprende, por tanto, áreas
como los procesos civiles, de comercio, de familia, laborales y contencioso-administrativos.
Entre ellos, por cierto, existen diferencias, directamente relacionadas con los asuntos ventilados
en cada caso. Pero presentan un elemento común: los asuntos no dicen relación con la aplicación
de sanciones punitivas.
El Derecho Procesal Penal atañe al ejercicio del poder de punición (ius puniendi) del
Estado. El procedimiento penal y el proceso penal son los instrumentos jurídicos a través de los
cuales el Estado está legitimado para aplicar una sanción penal a una persona. En este mismo
sentido, por tanto, esta rama procesal constituye una importante garantía de las personas frente a
los abusos del poder penal.
El Derecho Procesal Constitucional es una rama jurídica cuyo objeto es la jurisdicción
constitucional. Esto incluye órganos públicos, procedimientos jurídicos y garantías de las
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personas, destinados a obtener el debido resguardo del orden institucional dentro del Estado de
Derecho y la protección del individuo frente a los órganos públicos. Las materias sobre las cuales
recae la tutela judicial se relacionan, básicamente con el control de constitucionalidad de los actos
de los órganos públicos y la tutela de los derechos fundamentales de las personas frente a los
organismos del Estado.
Podemos incluir dentro de esta última rama jurídica las funciones del Tribunal
Constitucional (art. 93 CPR), una de las cuales es el conocimiento y decisión de la acción de
inaplicabilidad por inconstitucionalidad de las leyes (art. 93 Nº6º CPR). También cabe incluir las
acciones de protección (art. 20 CPR) y de amparo (art. 21 CPR), que son de competencia de las
Cortes de Apelaciones, en primera instancia, y de la Corte Suprema, en segunda instancia.
Según volveremos a señalar, la idea de incluir un capítulo especial para la tutela procesal
de asuntos como los indicados precedentemente, ha adquirido especial realce en los últimos años
en nuestro país. BORDALÍ, por ejemplo, al momento de definir al poder jurisdiccional, habla de un
“contra-poder”, para de este modo resaltar la importancia que en la tutela procesal tienen materias
como el control de la juridicidad de los actos públicos y el debido resguardo de los derechos de
las personas respecto de los abusos del poder público. Estos últimos aspectos atañen directamente
al Derecho Procesal Constitucional.
a) EL PROCESO JURISDICCIONAL
El método más sofisticado de resolución de conflictos jurídicos es el proceso
jurisdiccional. El art. 29 inc. 1º CPC se refiere al proceso como sinónimo de “expediente”, que es
el aspecto material del proceso escrito. El proceso jurisdiccional también recibe la denominación
de “juicio”, y a veces la ley lo llama “autos” (como ocurre con la figura denominada
“acumulación de autos”).
El proceso jurisdiccional debe sustanciarse de acuerdo con un orden prefijado. De modo
que los actos que componen el proceso han de seguir una determinada secuencia. Ese orden
recibe el nombre técnico de “procedimiento”.
En el caso del proceso jurisdiccional, la solución del asunto disputado se obtiene a través
de una sentencia judicial, que una vez que posee el carácter de firme adquiere una autoridad
llamada “cosa juzgada”. Esta autoridad (atributo) impide –por regla general- que el asunto vuelva
a ser discutido (cuando se trata de una cosa juzgada “material” y no “formal”).
La cosa juzgada es el estado jurídico en que queda un conflicto una vez que ha sido
sometido a un proceso jurisdiccional y resuelto por una sentencia definitiva firme, que prohíbe
revisar la decisión (non bis in idem).
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d) EL ARBITRAJE
Existe una figura jurídica análoga al proceso jurisdiccional (proceso jurisdiccional en
sentido estricto), denominada arbitraje, consistente en un mecanismo de resolución de conflictos
a cargo de un tercero (llamado “árbitro”), que es designado por las partes para cumplir con tal
función. Se caracteriza por el origen privado del árbitro, situación que lo distingue de los
tribunales estatales.
En el Código Orgánico de Tribunales el árbitro es considerado un juez (arts. 5 inc. 5 y
222), de modo que los asuntos que son resueltos a través de un arbitraje constituyen –en el fondo-
expresión del proceso jurisdiccional. La decisión del árbitro, por tanto, produce cosa juzgada.
En nuestra legislación existen dos principales regulaciones del arbitraje: arts. 222 – 243
COT, que atañe al denominado “arbitraje interno”; Ley N°19.971 de 2004, que se refiere al
arbitraje comercial internacional.
e) LA MEDIACIÓN
Existe otra figura, llamada mediación, que está situada en un sector intermedio entre el
proceso jurisdiccional y la autocomposición, dado que la solución la alcanzan los propios
involucrados en el conflicto, previa intervención de un tercero (mediador) que insta por acercar
las posiciones de aquéllos. En este caso, el tercero no resuelve el conflicto, como sí lo hace el
juez (y el árbitro, que en Chile es considerado juez).
La mediación tiene reconocimiento en la legislación nacional, en materias como los
conflictos familiares (arts. 103-114 Ley N°19.968 de 2004, sobre Tribunales de Familia), y
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asuntos sobre negligencia médica (arts. 43-55 Ley N°19.966 de 2004, sobre régimen de garantías
en salud).
g) LA POTESTAD JURISDICCIONAL
La jurisdicción es la potestad que tienen los tribunales de justicia para resolver los
conflictos jurídicamente relevantes dentro de un proceso jurisdiccional. La Constitución la
identifica como la “facultad de conocer de las causas civiles y criminales, de resolverlas y de
hacer ejecutar lo juzgado” (art. 76 inc. 1º CPR). Esta misma noción la encontramos en el art. 1º
COT.
Mediante la jurisdicción se aplica el Derecho sustantivo en el caso concreto, lo que se
materializa a través de la sentencia que resuelve el conflicto. En la legislación procesal chilena, la
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sentencia que resuelve la controversia recibe el nombre de “sentencia definitiva” (art. 158 inc. 2º
CPC).
La jurisdicción es, asimismo, una potestad que permite controlar la juridicidad de las
actuaciones de los demás órganos públicos y, de esta manera, resguardar los derechos de las
personas. Como ha señalado BORDALÍ, la concepción actual de la jurisdicción permite sostener
que el proceso jurisdiccional no está encaminado nada más que a la resolución de controversias,
sino que también se orienta a garantizar y asegurar la legalidad en general a través de la efectiva
y puntual actuación de los derechos de los particulares.
La jurisdicción no es sólo potestad; es también un imperativo jurídico. En virtud del
principio de inexcusabilidad (art. 76 inc. 2º CPR, art. 10 inc. 2º COT), los tribunales deben
ejercitar la jurisdicción cada vez que es reclamada su intervención en forma legal y en los asuntos
de su competencia.
La jurisdicción es ejercitada por los órganos jurisdiccionales, que en nuestro Derecho
reciben el nombre de “tribunales de justicia” (aunque debemos advertir que preceptos como el
art. 19 Nº3 inc. 6º CPR, se refiere a los “órganos que ejercen jurisdicción”). Los tribunales, a su
vez, son servidos por jueces, que en el ordenamiento chileno deben tener la calidad de abogados.
Más específicamente, hay que decir que todos los tribunales “ordinarios” son servicios por jueces
letrados (abogados).
Son presupuestos esenciales de la jurisdicción la imparcialidad del tribunal y de los
jueces; la independencia de éstos; la responsabilidad de los jueces. La imparcialidad y la
independencia necesitan de otro principio para su completa operatividad, denominado
“inamovilidad”, que asegura a los jueces la permanencia en sus funciones en tanto mantengan el
buen comportamiento exigido por la Constitución y las leyes.
En el Derecho nacional, además, los tribunales ordinarios se rigen por la legalidad, lo que
significa: a) que son establecidos por ley; b) que deben someter sus actuaciones a un
procedimiento fijado por la ley; c) que deben aplicar la ley sustantiva como fuente del Derecho
objetivo (en su defecto, pueden acudir a otras fuentes jurídicas, como la equidad natural o los
principios generales del Derecho).
Uno de los aspectos de la legalidad es la “competencia” de los tribunales, la que –a su
turno- se relaciona con la garantía de las personas a ser juzgadas por un juez natural (art. 19 Nº3
inc. 5º CPR).
que permite hacer efectiva la garantía constitucional a ser juzgado por un juez natural o
predeterminado por la ley.
a) EN QUÉ CONSISTEN
Con las nociones “fuentes directas” y “fuentes indirectas” del Derecho Procesal, se hace
mención a lo que en teoría jurídica se denomina –respectivamente- “fuentes formales del
Derecho” y “fuentes materiales o modeladoras del Derecho”.
b) CUÁLES SON
Las “fuentes directas” del Derecho Procesal chileno son la Constitución Política de la
República; los tratados internaciones sobre derechos humanos; la ley y, los “autos acordados”.
Las “fuentes indirectas” son la jurisprudencia de los tribunales; la doctrina de los autores;
los usos y las prácticas procesales. Algunos autores también se refieren al Derecho extranjero, al
Derecho histórico y a los “acuerdos o convenciones entre las partes”.
j) OTRAS FUENTES
PEREIRA ANABALÓN considera como fuentes indirectas al Derecho extranjero y al
Derecho histórico. También se refiere a los “acuerdos o convenciones entre las partes”, como una
fuente del Derecho Procesal.
Derecho extranjero: es el Derecho procesal que rige en otros Estados y que pueden influir
en la creación, interpretación o aplicación de las normas procesales. En este sentido, hay que
considerar que en las reformas procesales ejecutadas en Chile (y en las que se encuentran en
proyecto), el Derecho de otros Estados ha tenido influencia en la adopción de medidas o
instauración de figuras procesales.
Derecho histórico: es el Derecho que carece de vigencia en razón del tiempo, pero que
tuvo aplicación en épocas anteriores y, en cuanto tal, pueden servir para interpretar, modificar y/o
aplicar normas jurídico-procesales vigentes. Nuestro Código de Procedimiento Civil tiene como
principales fuentes inspiradoras las Leyes de Enjuiciamiento Civil de España de los años 1855 y
1881, a las que puede acudirse –en ocasiones- para interpretar algunos preceptos del mencionado
Código.
Los “acuerdos o convenciones entre las partes”: son acuerdos adoptados por las partes que
generan consecuencias procesales. Un ejemplo lo hallamos en materia de arbitraje, donde las
partes pueden celebrar acuerdos tanto para obligarse a someter un asunto a este mecanismo de
resolución de conflictos; como para designar a la persona del árbitro e, incluso, para atribuirle la
calidad de “arbitrador”, estableciendo normas de procedimiento especiales.
4. LA LEY PROCESAL
CONCEPTO, CARACTERÍSTICAS Y CLASIFICACIÓN. EFICACIA DE LA LEY PROCESAL EN EL
TIEMPO. EFICACIA DE LA LEY PROCESAL EN EL ESPACIO. INTERPRETACIÓN DE LA LEY
PROCESAL. INTEGRACIÓN DE LA LEY PROCESAL
b) CARACTERÍSTICAS
Las principales características de las leyes procesales son:
Primero, son leyes de Derecho formal (o “adjetivo”) en contraposición a las leyes
sustantivas (o “materiales”). Las leyes procesales no comprenden normas sustantivas del Derecho
Civil, Comercial, Laboral o Penal, entre otras. En nuestra doctrina y, sobre todo, en nuestra
jurisprudencia, la señalada distinción ha sido expresada a través de los términos “leyes
ordenatoria litis”, para aludir a las normas legales procesales, y “leyes decisoria litis”, para
referirse a las leyes de Derecho de fondo o sustantivo. En el campo procesal civil, la referida
distinción tiene importante para efectos de determinar la procedencia del recurso de casación en
la forma (que está destinado a denunciar infracciones de “leyes ordenatoria litis”) y del recurso
de casación el fondo (cuyo objeto es denunciar infracciones de “leyes decisioria litis”).
Segundo, son leyes “instrumentales”. Participa, pues, de esta nota típica del Derecho
Procesal.
Tercero, son, por regla general, de orden público. En este sentido, las leyes procesales
orgánicas son irrenunciables, al regular el ejercicio de una potestad pública; determinan la
organización y las atribuciones de los tribunales. Las leyes procesales funcionales, por su parte,
deben tender a garantizar el llamado “debido proceso legal”, por lo que las partes no pueden
modificar o sustituir las disposiciones que fijan el procedimiento. Excepcionalmente, se admite la
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renuncia de las leyes procesales, como ocurre en ciertos asuntos civiles con las normas sobre
competencia relativa. Las modificaciones de las leyes procesales funcionales están permitidas en
ámbitos como el arbitraje a cargo de “árbitros arbitradores” (art. 223 inc. 3º COT).
Cuarto, se encuentran ordenadas en diferentes cuerpos normativos. Los principales son el
Código de Procedimiento Civil del año 1902 y el Código Procesal Penal del año 2000.
empezado a correr y las actuaciones y diligencias que ya estuvieren iniciadas se regirán por la ley
vigente al tiempo de su iniciación”. Vale decir, en estos casos rige la ley antigua.
Los “términos” son los plazos que se aplican dentro de los procesos.
Las “actuaciones” a las que se refiere la norma, cabe entenderlas como los actos
ejecutados en un proceso (actos procesales), que pueden provenir de las partes o del tribunal o de
auxiliares de la administración de justicia. La demanda y la contestación de la demanda, son actos
procesales de las partes; la sentencia es un acto procesal del tribunal; la notificación de una
resolución efectuada por el secretario del tribunal o por un receptor judicial, es un acto procesal
de un auxiliar de la administración de justicia.
Las “diligencias” pueden ser definidas como actividades procesales en las que intervienen
–a la vez- las partes y el tribunal; también podrían participar, según sea el caso, algunos
auxiliares de la administración de justicia (el secretario del tribunal, por ejemplo), o terceros
ajenos al juicio (un testigo, por ejemplo). La prueba testimonial es un caso de diligencia
probatoria que se ejecuta dentro de un proceso.
Pues bien, si tales términos, actuaciones o diligencias se encontraren pendientes en el
instante de efectuarse el cambio legislativo, lo que procede es atenerse a la norma legal imperante
al momento de darse inicio al cómputo del término, a la ejecución de la actuación o al desarrollo
de la diligencia.
Autores como QUEZADA, estiman que los “recursos procesales” quedan comprendidos
dentro de las expresiones “actuaciones y diligencias” del art. 24 de la citada Ley, de modo que
aquéllos se rigen por la ley vigente al momento de interponerse.
Sexto, en el caso de las leyes sobre la prueba, la situación es dudosa pues exige varias
precisiones (muchas de las cuales exigen estudios sobre el fenómeno probatorio, que es objeto de
análisis en otro curso). El primer problema que se genera en esta materia es la definición de la
naturaleza de la legislación aplicable a las pruebas, pues existen opiniones en tres sentidos: unos
estiman que tiene naturaleza sustantiva, otros que tiene carácter procesal y otros que puede tener
una u otra condición según la materia específica regulada. Esta es una cuestión acuciante, que
debemos dejar reservada para otra asignatura del ramo, donde se estudie la prueba en juicio.
En la doctrina nacional se ha señalado que el art. 23 de la Ley de 1861, en alguna medida,
considera la última situación. La norma dispone: “Los actos o contratos válidamente celebrados
bajo el imperio de una ley podrán probarse bajo el imperio de otra, por los medios que aquélla
establecía para su justificación; pero la forma en que debe rendirse la prueba estará subordinada a
la ley vigente al tiempo en que se rindiere”.
La ley que determina los medios de prueba sería sustantiva, mientras que la que señala la
forma de rendir la prueba es procesal. En el primer caso, la parte tiene la posibilidad de optar por
la aplicación de la ley antigua o la nueva, y así utilizar los medios probatorios contemplados por
la ley antigua, o los señalados por la ley nueva. Incluso, autores como PEÑAILILLO estiman que
podría ocupar los dos estatutos legales. Así, si la antigua legislación admitía la prueba testimonial
y la nueva no, la parte puede basarse en la ley anterior y utilizar dicho medio de prueba. Pero, a la
vez, si esta misma nueva ley admite un medio probatorio que la anterior no consideraba (por
ejemplo, el documento electrónico), la parte puede basarse en esta nueva ley para hacer uso de
esta evidencia. De modo que el litigante estaría en condiciones de utilizar las dos legislaciones, y
probar sus alegaciones tanto con testimonios (ley antigua) como por documentos electrónicos
(ley nueva).
La ley que señala la forma de producir la prueba tiene naturaleza procesal, y rige “in
actum”. Por lo que los medios de prueba que las partes ofrezcan en el juicio, independiente de la
ley que permite su utilización, siempre deben producirse en el proceso de conformidad con la
legislación nueva.
Séptimo, si se trata de actos procesales ya ejecutados, o de procesos terminados por
sentencia firme con autoridad de cosa juzgada, el cambio legislativo no afectará las
relaciones/situaciones pretéritas.
En cuanto a los actos procesales ya ejecutados, debe tenerse presente, por una parte, la
regla de la irretroactividad del art. 9 inc. 1º CC y, por otra, la figura procesal llamada
“preclusión”, en cuya virtud la realización o consumación de actos procesales impide el cambio o
la modificación de los mismos con posterioridad.
En cuanto a la situación de la cosa juzgada, son pertinentes los arts. 9 inc.2º CC y 76 inc.
2º CPR.
Octavo, en caso que se trate de iniciar un proceso nuevo, corresponde aplicar la ley
procesal vigente al momento de inicio del juicio. Aun cuando el juicio verse sobre una situación
que ocurrió bajo el imperio de otra legislación procesal.
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Noveno, cabe añadir que mediante la Ley Nº20.245 de año 2008, se ha agregado en el art.
77 CPR el siguiente inciso final, relacionado con el tema de la vigencia temporal de la ley
procesal: “La ley orgánica constitucional relativa a la organización y atribuciones de los
tribunales, así como las leyes procesales que regulen un sistema de enjuiciamiento, podrán fijar
fechas diferentes para su entrada en vigencia en las diversas regiones del territorio nacional. Sin
perjuicio de lo anterior, el plazo para la entrada en vigor de dichas leyes en todo el país no podrá
ser superior a cuatro años”. Esta situación se ha dado en las reformas procesales penal, laboral y
tributaria.
regir ese código. Al legislador no se le presenta en primer término la tarea de redactar leyes, sino
la de planear principios”.
“En un libro que no ha tenido hasta el momento toda la difusión que merece, se ha hecho
un análisis realmente feliz del cúmulo de principios que se le presentan al legislador procesal
como programa de su acción. En él se muestra de qué manera el legislador procesal debe tomar
partido, por ejemplo, entre la oralidad y la escritura; entre el impulso procesal de oficio o el
impulso a petición de parte; entre el proceso dispositivo o el proceso inquisitorio; entre las
pruebas racionales o las pruebas legales; entre la secuencia o desenvolvimiento discrecional del
proceso o el principio de preclusión”.
“En último término, el legislador debe estructurar la ley procesal refiriéndose a algunos de
estos principios. Debe aclararse que, históricamente, casi todos esos principios se han combinado
entre sí: no ha habido históricamente procesos inquisitivos puros, ni procesos dispositivos puros;
ni pruebas racionales absolutas, ni pruebas exclusivamente legales, etc. El legislador dosifica
estos principios, pero él no puede desentenderse de ellos, como no puede desentenderse el
constructor que realiza una obra, de aquellas líneas directivas fundamentales consignadas en el
plano del arquitecto; sin las cuales es imposible iniciar la realización del edificio que se le ha
confiado”.
“Así advertidas las cosas, comprendemos de qué manera los mandamientos adquieren
vigor a través de los principios”.
“Pero, a su vez, los principios procesales se revelan en leyes procesales”.
“No parece que sea un artificio, dentro de un orden normativo muy estricto, distinguir
entre principios procesales y leyes procesales”.
“Desde el punto de vista conceptual, esta presentación en planos, diríamos, de lo que
puede ser un mandamiento, un principio y una ley, contribuye a dejar suficientemente esclarecido
el campo de nuestro trabajo”.
“El legislador antes de ir a la revelación de sus detalles particulares, debe cumplir lo que
llamaríamos el programa de su forma de hacer justicia”.
“El sistema legal es, pues, un sistema de principios, que constituyen algo así como el
esqueleto, la estructura rígida e interna de la obra, su armazón lógica, sobre el cual se ordenan los
detalles de la composición. La ley procesal es la ley que determina los detalles por virtud de los
cuales se realiza la justicia”.
“Toda ley procesal, todo texto particular que regula un trámite del proceso, es, en primer
término, el desenvolvimiento de un principio procesal; y ese principio es, en sí mismo, un partido
tomado, una elección entre varios análogos, que el legislador hace, para asegurar la realización de
la justicia que enuncia la Constitución”.
“El silencio del legislador, dentro de la idea de plenitud del orden jurídico, es, diríamos,
un silencio lleno de voces. En ese silencio, en aquel punto en el cual el legislador ha sido omiso
en dar la solución, es donde se entrecruzan todas las otras normas. La tarea consiste en hacer que
el orden se halle presente en la operación interpretativa de la cual debe extraerse la consecuencia
debida. El caos no previsto, contiene, virtualmente, todas las previsiones posibles”.
“¿Cómo debe reaccionar el intérprete en su tarea frente al silencio de la ley procesal?”
“El caso no previsto en la ley procesal, debe resolverse en función de los principios
inherentes a todo el sistema, y no en función de las analogías aparentes con tal o cual solución.
Las máximas „ubi eadem est ratio, idem jus‟, o la de que „ubi lex non distinguit, nec nos
distinguere debemos‟ no constituyen por sí mismas soluciones interpretativas, sino simples
fórmulas que la tradición nos ha legado y cuya crisis es notoria. Un mínimo de lógica, ese
mínimo de lógica que acostumbramos llamar técnica jurídica, impone sustituir estas viejas recetas
del pensamiento por principios de integración sistemática del derecho, tomados de la índole
propia del derecho particular que nos reclama la empresa interpretativa”.
a) ENUNCIACIÓN
Las principales leyes procesales son, en materia orgánica, el Código Orgánico de
Tribunales del año 1943; en materia procesal civil, el Código de Procedimiento Civil de 1902 y,
en materia procesal penal, el Código Procesal Penal de 2000.
Otras leyes que podríamos citar son la Ley Nº19.968 de 2004 que crea los tribunales de
familia (que contiene preceptos orgánicos y funcionales aplicables a los asuntos judiciales de
familia detallados en la misma ley); el Código del Trabajo (que en su Libro V regula a la
judicatura y el proceso laborales); el Código de Justicia Militar; la Ley Nº15.231 sobre
organización y atribuciones de los Juzgados de Policía Local; la Ley Nº18.287 de 1984 que
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establece procedimiento ante los Juzgados de Policía Local; la Ley Nº17.997 orgánica
constitucional del Tribunal Constitucional.
a) DENOMINACIONES
La Constitución emplea distintas denominaciones para referirse a los órganos que
ejercitan la potestad jurisdiccional. La principal es “tribunales” (arts. 76, 77, 82). También se
hace mención a “órgano que ejerza jurisdicción” (art. 19 Nº 3 inc. 6º CPR).
La ley procesal se refiere a los “tribunales de justicia” (art. 1º CPC) o “tribunales” (arts. 1º
y 5º COT).
La Constitución emplea otra expresión, sobre cuyo significado no existe consenso entre
los autores. Se trata de la frase “Poder Judicial” (Capítulo VI). Esta expresión también aparece
utilizada por el Código Orgánico de Tribunales, en preceptos como el art. 5º y el art. 12.
b) CONCEPTO
Estructura que de acuerdo con la ley se encuentra encargada de ejercitar la potestad
jurisdiccional y de cumplir la función jurisdiccional.
Lo definitorio está dado, por ende, en la relación que media entre el órgano, la potestad y
la función. Por lo que recobra trascendencia la noción de potestad jurisdiccional.
Para una mejor comprensión, a continuación nos remitimos en parte al análisis efectuado
por BORDALÍ en torno al punto que él ha denominado: “la función judicial en el Estado
Constitucional de Derecho”2.
Como decíamos anteriormente, la tesis de COLOMBO recoge los planteamientos de
CHIOVENDA que define la jurisdicción por la función que desarrolla, función que luego
CARNELUTTI, entre otros autores, la circunscribe a la resolución de los conflictos intersubjetivos o
de la litis. Para CARNELUTTI el proceso y por ende la actividad jurisdiccional es un subrogado de
la guerra. El juez civil estatal opera para combatir la litis o el litigo, esto es, un conflicto de
intereses. El juez penal combate el delito que viene a ser guerra entre individuos. Se debe notar
que los planteamientos de CARNELUTTI sobre la función judicial están fuertemente inspirados en
una concepción típicamente decimonónica de la misma y fuertemente influenciada por la
sociología, ciencia de gran auge a fines del siglo XIX y comienzas del XX.
Es decimonónica la tesis de CARNELUTTI porque es coherente con un modelo de Estado
que asume un rol pasivo consistente en ser un mero árbitro de las disputas que se dan entre los
ciudadanos. El fin del Estado es precisamente proteger el orden existente y constituir un foro para
la resolución de los conflictos que no pueden ser allanados por los propios ciudadanos. Y es que
la propia concepción del Estado en el siglo XIX puede ser entendida como la figura de un árbitro
que resuelve conflictos de los ciudadanos. El Estado y la jurisdicción como parte de éste son
mero cauce de pacificación social.
El problema de la concepción de la función judicial de CARNELUTTI que, como hemos
visto, sigue un sector de nuestra doctrina, es que deja fuera del horizonte los fines principales de
la jurisdicción. Como lo hace ver un sector de la doctrina procesal más contemporánea, la
concepción de la función judicial como solución de controversias deja fuera de consideración la
idea que el proceso pueda servir para garantizar y asegurar la legalidad en general a través de la
efectiva y puntual actuación de los derechos de los particulares.
Por otra parte, CARNELUTTI parece situar la función judicial en un contexto donde el
Derecho se aplica a situaciones en que los ciudadanos tienen intereses contrapuestos, dejando de
lado la evolución de la función judicial para resolver los conflictos entre los órganos del Estado,
cuestiones propias de una Justicia Administrativa y de otra de carácter constitucional. En este
sentido se omite la función de control que asumen los jueces en un Estado de Derecho
contemporáneo.
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Cfr. BORDALÍ SALAMANCA, ANDRÉS, “La independencia del Poder Judicial en el sistema constitucional chileno”,
en AA.VV., Estudios de Derecho en homenaje a Raúl Tavolari Oliveros, coord. A. Romero, LexisNexis, Santiago,
2007, pp. 518-521.
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Se trata de los principios que rigen el ejercicio de la potestad jurisdiccional por los
tribunales chilenos. Un sector de la doctrina (CAROCCA, por ejemplo), ha sostenido que en rigor
es mejor hablar de garantías de las personas frente a la actividad jurisdiccional. Dicho enfoque
cambia la perspectiva tradicional, que acostumbraba analizar esta materia desde la óptica del
poder público, para trasladarla al plano de la posición de la persona frente a ese poder. Además,
la noción de “garantía” se preocupa no tanto de la proclamación de conceptos relativos a la
organización de la judicatura, sino ante todo de la real posibilidad que tienen los individuos para
reclamar el cumplimiento de exigencias o presupuestos propios de la función jurisdiccional
De acuerdo con programa del curso, las bases fundamentales de la organización judicial
chilena son:
a) LEGALIDAD
Principio con arreglo al cual la potestad jurisdiccional debe ser ejercitada conforme al
ordenamiento jurídico vigente y, en particular, conforme a la legalidad. Podría denominarse con
un rótulo más amplio, como base de la juridicidad, pues los tribunales deben actuar conforme al
ordenamiento jurídico vigente, no limitándose únicamente a la ley.
Pero como en materia procesal la principal fuente es la ley, cabe aludir a este principio,
rector de la actividad de los tribunales.
Podemos distinguir dos ámbitos: la legalidad en sentido orgánico y aquella en un sentido
funcional.
En un sentido orgánico, quiere decir que la potestad jurisdiccional sólo puede ser
ejercitada por los tribunales que establece la ley. Su consagración normativa se encuentra
recogida en los arts. 19 Nº 3 inc. 5º, 76 inc. 1º y 77 inc. 1º CPR; art. 1º COT, arts. 8º inc. 1º Pacto
San José de Costa Rica y 14 Nº 1, del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
La ley orgánica constitucional a que se refiere el art. 77 CPR, es el Código Orgánico de
Tribunales, ello en virtud de la disposición transitoria 4ª de la carta fundamental. Podemos decir,
además, que la legalidad orgánica constituye una garantía de las personas. La garantía del juez
natural es una expresión de ello.
En un sentido funcional, la legalidad se refiere a la necesidad del proceso previo
legalmente tramitado (art. 19 Nº 3 inc. 6º CPR). En materia procesal civil existe un recurso que
permite denunciar la infracción a este ámbito de la legalidad, denominada recurso de casación en
la forma (art. 768 CPC).
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b) IMPARCIALIDAD
Cualidad que caracteriza a los órganos jurisdiccionales consistente, por un lado, en ser
extraños o ajenos al objeto litigioso (y, por tanto, en carecer de interés alguno en que el litigio se
resuelva de una u otra manera) y, por otro, a los propios sujetos que litigan (CORDÓN MORENO).
El primer aspecto antes descrito, recibe el nombre de imparcialidad objetiva; el segundo,
de imparcialidad subjetiva.
Su consagración normativa se encuentra contenida en el art. 19 Nº 3 inc. 6º CPR; art. 8º
inc. 1º Pacto San José de Costa Rica; art. 14 Nº 1, del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos.
c) INDEPENDENCIA
Principio/garantía conforme al cual la potestad jurisdiccional sólo puede ser ejercitada por
órganos que gozan de autonomía frente a otros poderes públicos y a los demás tribunales.
Arts. 76 inc. 1º segunda parte CPR; art. 12 COT; arts. 8º inc. 1º Pacto San José de Costa
Rica y 14 Nº 1, del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
Podemos distinguir dos ámbitos: la independencia interna y la externa. La primera refiere
a aquella autonomía del órgano jurisdiccional en relación con otros poderes públicos; la segunda
es aquella que deben tener los tribunales respecto de otros órganos jurisdiccionales en el ejercicio
de la función jurisdiccional, en especial con aquellos de superior jerarquía.
d) INAMOVILIDAD
Principio/garantía con arreglo al cual la potestad jurisdiccional debe ser ejercitada por
jueces que no puedan ser removidos de sus cargos, mientras mantengan el buen comportamiento
exigido por la Constitución y las leyes.
La inamovilidad complementa y fortalece la independencia y, al mismo tiempo, la
imparcialidad. Se refiere a ella el art. 80 CPR. En Chile la edad máxima para servir al órgano
jurisdiccional como juez es 75 años de edad.
e) RESPONSABILIDAD
Principio/garantía conforme al cual los jueces que no observen el buen comportamiento
exigido por la Constitución y las leyes, quedan sometidos al sistema de consecuencias jurídicas
que deriva de su conducta.
Sirve de contrapeso, constituyendo un principio fundamental del Estado de Derecho.
Son pertinentes al respecto los arts.6, 7, y 79 CPR; art. 13 COT; arts. 324-349 COT.
Los jueces en el ejercicio de su cargo pueden incurrir especialmente en 3 tipos de
responsabilidad: disciplinaria, política o constitucional y ministerial.
Responsabilidad disciplinaria: es aquella derivada del ejercicio de potestades
disciplinarias frente a faltas o abusos cometidos por los jueces en el ejercicio de sus funciones. Su
regulación se encuentra regida en el art. 80 inc. 3 CPR y 530 y ss. COT. Las consecuencias que
pueden derivar de la falta o abuso van desde la amonestación privada hasta la remoción.
Responsabilidad política o constitucional: es aquella derivada del “notable abandono de
deberes”. Las normas que la contemplan son los arts.52 Nº2 letra C y 53 Nº1 CPR, en relación
con el art. 333 COT. El “notable abandono de deberes” es un concepto sobre el cual no existe
consenso, existiendo interpretaciones restrictivas que miran nada más que al incumplimiento de
deberes legales, e interpretaciones amplias que también consideran el incorrecto ejercicio de la
potestad jurisdiccional en aspectos sustantivos o de fondo. Se hace efectiva a través del
denominado juicio político que se realiza por las distintas cámaras del Congreso Nacional. La
consecuencia derivada de su aplicación es la remoción del cargo.
Responsabilidad ministerial: es aquella que deriva de conductas ilícitas cometidas por los
jueces en el ejercicio de sus funciones. Su consagración normativa fundamental se contiene en los
arts. 79 CPR, 324 y ss. COT y 223 y ss CP. La responsabilidad ministerial que puede tener lugar
puede ser de carácter civil y/o penal.
La responsabilidad ministerial penal, en términos generales, tiene lugar cuando los jueces
han cometido delito de prevaricación, que es un tipo penal propio del ministerio judicial. Las
consecuencias jurídicas consisten en la aplicación de una pena, siendo además una causal de
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f) TERRITORIALIDAD
Principio consistente en que la potestad jurisdiccional debe ser ejercitada por los
tribunales dentro del territorio que determina la ley (art. 7º inc. 1º COT).
Esta base fundamental cuenta con excepciones; al respecto destacamos aquella regulada a
propósito de la inspección personal del tribunal. Según el art. 403 inc. 2º CPC, la inspección
personal del tribunal puede tener lugar fuera del territorio jurisdiccional del tribunal.
La territorialidad no impide que los tribunales dicten resoluciones que deban cumplirse en
otro territorio jurisdiccional, sino que éstos actúen fuera de su territorio. Al respecto es pertinente
el art. 7 inc. 2º COT. Destacamos que en aquellos casos en que una determinada resolución haga
necesaria la intervención de otro tribunal, debe tener lugar lo que se llama competencia delegada,
lo que se materializa a través de los exhortos.
g) SEDENTARIEDAD
Es un principio conforme al cual la potestad jurisdiccional debe ser ejercitada por los
tribunales en un lugar fijo y determinado.
Consiste en que los tribunales deben estar asentados, cuestión que se contrapone a la
figura del tribunal itinerante. Se extrae de la regulación del COT, pues refiere siempre que el
tribunal debe estar asentado en un determinado lugar. Una excepción se encuentra en el art. 21 A
COT, a propósito de los tribunales de juicio oral en lo penal, lo que se fundamenta en la
necesidad de facilitar la aplicación oportuna de la justicia penal.
h) PASIVIDAD
Principio con arreglo al cual la potestad jurisdiccional sólo puede ser ejercitada previa
solicitud de parte. Se consagra en el art. 10 inc. 1º COT. También guarda relación con el art. 76
inc. 2º CPR.
Consiste en la necesidad de que las partes soliciten el ejercicio de la potestad
jurisdiccional. Los tribunales están llamados, por regla general, a actuar de propia iniciativa sino
sólo cuando sean requeridas. Para así no afectar la imparcialidad.
Sin embargo, existen excepciones a la pasividad: casos de nulidad absoluta civil (art. 1683
CC); las medidas para mejor resolver (art. 159 CPC); el caso de la nulidad procesal de oficio (art.
83 CPC).
Una forma de compatibilizar la imparcialidad con la pasividad, y a la vez con la necesaria
eficacia de la tutela jurisdiccional, es reconociendo a los jueces facultades de dirección del
proceso, de modo que puedan sugerir a las partes algunos cursos de acción, o intervenir en caso
que la actuación de los litigantes sea incompleta. La iniciativa probatoria del juez, con carácter
complementario de la actividad probatoria de las partes, es un ejemplo de lo dicho.
i) PUBLICIDAD
Principio/garantía con arreglo al cual la potestad jurisdiccional debe ser ejercitada por
medio de actos que sean de conocimiento de la sociedad.
Las partes deben tener acceso a las actuaciones del proceso jurisdiccional, como
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consecuencia del derecho de defensa. La publicidad, por tanto, se relaciona ante todo con la
apertura de la actividad jurisdiccional hacia toda la sociedad, cuestión que legitima a la propia
jurisdicción.
Se encuentra regulada principalmente en los arts. 8 inc. 2º CPR; 9 COT y 14 Nº 1 Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos. Atendido el tenor de estas disposiciones, se
concluye que ésta base fundamental constituye a la vez una garantía para el justiciable.
Existen excepciones a la publicidad en los casos de acuerdos de las Cortes de Apelaciones
y Corte Suprema, según es posible apreciar en el art. 81 COT; medidas que puede adoptar un
tribunal penal para restringir la publicidad en determinados casos según el art. 289 CPP.
j) INAVOCABILIDAD
Principio consistente en la prohibición que tienen los tribunales para conocer aquellos
asuntos que se encuentran sometidos al conocimiento de otro tribunal.
Se encuentra recogida en los arts. 8 COT y se relaciona directamente con la regla de
radicación o fijeza (también llamada “perpetuatio iurisdictionis”), que estudiaremos más adelante
k) GRATUIDAD
Principio conforme al cual los tribunales deben ejercer la jurisdicción sin recibir
remuneración de las partes.
El Estado es quien remunera a los integrantes de los órganos jurisdiccionales. La entidad
que lleva a cabo la remuneración de los integrantes de los órganos jurisdiccionales es la
Corporación Administrativa del Poder judicial, regulada en los arts. 506 y ss. COT.
Puede relacionarse con la garantía de defensa de las partes y, por tanto, con el debido
proceso legal. Una excepción a la regla la hallamos en el caso de los jueces árbitros, los que son
remunerados por las partes.
l) GRADUALIDAD
Principio con arreglo al cual la potestad jurisdiccional debe ser ejercitada a través de
distintos grados o estadios jurisdiccionales.
De acuerdo con lo señalado, deben existir distintos grados jurisdiccionales a objeto que
intervengan diversos tribunales conociendo de un mismo proceso. Podemos relacionarlo con el
derecho a la revisión de la sentencia, al que aludimos antes.
La explicación tradicional relaciona la gradualidad con la estructura jerárquica de los
tribunales (en particular, de los tribunales ordinarios); correspondiendo cada grado jurisdiccional
al tribunal superior jerárquico inmediato; por ejemplo: Juzgados de Letras / Corte de Apelaciones
respectiva / Corte Suprema. No existe consagración normativa expresa, sino que se extrae a partir
de la regulación sobre la organización y atribuciones de los tribunales en el Código Orgánico de
Tribunales, donde los tribunales están estructurados jerárquicamente, y es posible graficar aquello
por medio de una estructura piramidal.
A propósito de la gradualidad, encontramos el concepto de instancia el cual se define
como cada uno de los grados jurisdiccionales que la ley establece para que un tribunal conozca de
las cuestiones de hecho y de Derecho ventiladas en un proceso.
Por regla general en Chile rige el principio de la doble instancia, con arreglo al cual un
proceso puede ser conocido en dos instancias. La primera, corresponderá a los tribunales que
están en la base de la estructura piramidal; la segunda, corresponderá al tribunal superior
jerárquico que se ubica en el segundo grado de dicha estructura. El modo a través del cual se pasa
de una a otra instancia consiste en el recurso de apelación.
República el posible candidato, se requerirá el acuerdo del Senado quien deberá aprobar el
nombramiento por los dos tercios de sus miembros en ejercicio en sesión especialmente
convocada al efecto.
Los ministros y fiscales judiciales de las Cortes de Apelaciones son nombrados por el
Presidente de la República a propuesta de terna de la Corte Suprema
La Corte Suprema y las Cortes de Apelaciones, forman las quinas o ternas en pleno
especialmente convocado al efecto, en una misma y única votación, donde cada uno de sus
integrantes tendrá derecho a votar por tres o dos personas respectivamente. Resultan elegidos
para formar la quina o la terna quienes obtengan las 5 o 3 primeras mayorías según corresponda.
Los jueces de letras son designados por el Presidente de la República a propuesta de terna
de la Corte de Apelaciones de la jurisdicción respectiva.
Para una mejor comprensión de esta materia, nos remitimos –en parte- al trabajo
constitucional de SILVA BASCUÑAN3:
a) INDEPENDENCIA
3
SILVA BASCUÑÁN, ALEJANDRO, Tratado de Derecho Constitucional, Editorial Jurídica de Chile, 2ª edic.,
Santiago, 1997, t. I, pp. 529-536. Es necesario adecuar las citas de preceptos de la Constitución, a la numeración
actualmente vigente.
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b) SISTEMAS DE NOMBRAMIENTO
El mejor sistema de nombramiento de los magistrados fue cuestión que se abrió desde el
comienzo del constitucionalismo moderno.
Dentro de la lógica del pensamiento revolucionario se estimó que correspondía su
designación directamente el soberano, y así la elección popular de los jueces fue consagrada en
Francia por leyes de 1790. Muy pronto, aun antes de instaurarse la dictadura de Bonaparte, la
fórmula había sido prácticamente abolida y reconocido su fracaso. También se ha practicado en
los Estados de la Federación Norteamericana –no en el Poder Judicial Federal- con resultados
igualmente discutibles. Pueden citarse también como de elección popular los tribunales inferiores
suizos.
La realidad confirma la inconveniencia de una solución que es en teoría condenable.
Derivando el juez su título y la duración de su cargo del favor popular es difícil que lo desempeñe
con entera prescindencia de toda consideración ajena a la justicia que administra. Como el
resultado electoral se vincula a la acción de partidos políticos, resultaría más bien extraño que se
conquistara la magistratura y se ejerciera sin compromiso alguno que derivara de la afiliación
partidista o de sus exigencias. Si no se convierte en una carrera dotada de estabilidad y de
continuidad, la magistratura se priva de la profundidad y especialización indispensables en una
tarea cuyo buen desempeño requiere no sólo vastos conocimientos sino la perfección que
proviene de la dilatada experiencia. Por otro lado, por buena intención que cabe suponer a los
sufragantes en la selección de los magistrados, carecerán los electores, en su gran mayoría, de
competencia indispensable para apreciar el grado en que los jueces eventuales reúnen las
condiciones técnicas habilitantes para una eficaz labor.
Si el Parlamento decreta los nombramientos, derivan ciertamente de un cuerpo que, por su
más elevada cultura y mejor información, está en superiores condiciones que el electorado para
aquilatrar las cualidades técnicas que hacen un juez eficiente. Sin embargo, no se evita de tal
modo, sino que, al contrario, se hace más grave el peligro de que los magistrados se vean
envueltos en las luchas políticas y sean juego de las pretensiones y rivalidades partidistas.
Algunas constituciones limitan la designación por las asambleas electivas sólo a los integrantes
de los más altos grados de jerarquía judicial.
No se confunda con el nombramiento por el Congreso aquel sistema que exige, como lo
hace la Constitución de Filadelfia, que los nombramientos se extiendan por el Presidente de la
República pero previo consejo y consentimiento del Senado (Art. II, sección II). En Estados
Unidos se ha creado la tradición de que se aprueben o rehúsen tales designaciones al margen de
toda consideración puramente política y de proselitismo partidista, aunque ha habido en este
último tiempo algunas situaciones que preocuparon a la opinión pública y no la dejaron
convencida de la completa imparcialidad que debía respetarse.
El nombramiento directo y exclusivo del Poder Ejecutivo no se contradice, esencialmente,
con la posibilidad de una judicatura competente – al contrario, se encuentra en excelente
expectativa de procurarla-, pero envuelve el grave riesgo de que resulte dependiente de aquella
autoridad que con más eficacia puede presionarla, fuera de que esa forma de designación no
garantiza tampoco el curso de promociones generadas sólo por consideraciones extrañas a la
mejor prestación del servicio judicial.
En Inglaterra, según el grado de jerarquía del magistrado su nombramiento lo hace el Lord
Canciller consultando, indudablemente, al Primer Ministro; o a la Corona por consejo del Primer
Ministro, quien presumiblemente, consulta al Lord Canciller; o directamente por éste. Las
designaciones recaen en los miembros de los cuerpos profesionales que agrupan, con fuertes y
antiquísimas tradiciones y disciplina, a quienes ingresan a ellos para desempeñar tareas dentro o
fuera de los Tribunales.
Parece razonable sostener como laudable el sistema de que los jueces sean escogidos por
ellos mismos (cooptación) porque se presenta como muy natural que ellos, sabiendo mejor que
otros apreciar las cualidades propias de la magistratura, velen por la aptitud de los seleccionados.
Sin embargo, el espíritu de cuerpo puede ocultar o amparar corrupciones o abusos que se
perpetúan cuando se transforman en una casta cerrada que se autogenera.
Nadie querrá revivir, en fin, el sistema que mereció tantas y tan justas críticas, una de las
causas más graves del desprestigio del absolutismo monárquico, de transformar estos cargos en
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plazas negociables, porque la venalidad no asegura ninguna de las bases fundamentales de una
buena administración judicial.
De la rápida revisión que precede relativa a las diversas formas de nombramiento de los
magistrados y de las ventajas e inconvenientes de unas y otras, se comprende la tendencia a
establecer fórmulas mixtas que, combinando en algún grado las expuestas, procuran asegurar la
buena selección técnica y la estabilidad de los empleados judiciales que requieren prolongada
consagración, independencia e imparcialidad.
c) INAMOVILIDAD
La inamovilidad es el principio en virtud del cual un juez no puede ser removido, mientras
dure su buen comportamiento, durante el período fijo o el tiempo indefinido para el cual ha sido
nombrado, a menos que su mal comportamiento sea establecido por causa legal debidamente
sentenciada.
Incluso en Inglaterra los reyes sostenían que la permanencia existía durante bene placito
nostro y, aunque en la época republicana se los nombró quamdian se bene gesserint -mientras
duraba su buen comportamiento-, producida la restauración monárquica como los reyes
renovaran la práctica arbitraria precedente, el Acta de Establecimiento de 1701 afirmó ese nuevo
principio y estableció para el soberano la obligación de remover a los jueces a petición de ambas
ramas del Parlamento. Sólo una vez, en 1830, un juez irlandés, Sir Johan Barrington, fue así
separado. Sin embargo, la Corona –no el monarca- “podría remover por mala conducta
funcionaria, negligencia de los deberes oficiales o (probablemente) si es convicto de un grave
delito” (Hood Phillips, 557).
d) RESPONSABILIDAD
Naturalmente el Poder Judicial no asume responsabilidad orgánica en cuanto actúa dentro del
ordenamiento jurídico, cualquiera que sean las consecuencias de sus decisiones, las cuales deben
ser soportadas o cumplidas por quienes se vean afectados por ellas. Será muy excepcional el caso
en que dicho ordenamiento consagre situaciones que establezcan una responsabilidad, que no
sería del Poder Judicial, sino que del Estado mismo del cual es órgano; tal es la situación prevista
en el art. 19 Nº 7 letra i) de la Constitución chilena de 1980 para el caso de proceso o
condenación injustificadamente erróneo o arbitrario.
Mientras tanto, el principio de la responsabilidad apunta a que los jueces deben sufrir en
su persona o derechos por los delitos o abusos que cometan en el ejercicio de sus funciones. Para
hacer efectivas tales responsabilidades, pueden ser castigados disciplinariamente por la propia
jerarquía, la cual tiene también facultades para remediar las faltas cometidas de oficio o a
petición de parte (recurso de queja), o ser sancionados según la ley común, cuando han llegado
así a cometer delitos, previo un procedimiento que equivale a un antejuicio (querella de
capítulos).
e) SISTEMA DE JURADOS
Según Maitland, el origen del jurado se relaciona con el privilegio que ejercían los reyes
francos de colocarse fuera del procedimiento formal ordinario y que se sentían autorizados para
transferir a otros. Dejado ya de lado el combate judicial; “un grupo de vecinos era convocado por
un oficial público para testificar la verdad cualquiera que fuera, acerca de los hechos y del
derecho que se presumía en su conocimiento. Posteriormente un procedimiento similar se usó
para la averiguación de los crímenes.
Dentro de las tradiciones inglesas, se considera el juicio por jurados como una de las
principales seguridades que tienen los súbditos para la protección de sus derechos y por lo tanto
uno de los principales baluartes de su Constitución. Se extendió tanto en la jurisdicción civil
como en la criminal y en ésta se organizaba primero un gran jurado para dar o no paso a la
acusación y luego un pequeño jurado para pronunciarse sobre la culpabilidad.
Al advenimiento de la República en Francia, es ésta una de las instituciones que la nación
continental procura trasplantar de la isla pero se la acoge sólo en el orden penal.
Actualmente en Inglaterra, aunque nacidos los jurados precisamente dentro de la
jurisdicción civil, han caído respecto de ésta en casi completo desuso.
Se conserva activo, mientras tanto, en las causas criminales mayores, cuando no son
resueltas sumariamente por los magistrados con el consentimiento del acusado. Según datos de
Hood Phillips, al tiempo que escribía, el 85% de los casos se resuelven sumariamente y, el 15%
entregado al juicio de jurados, en cerca de los dos tercios los acusados se reconocen culpables, de
manera que sólo alrededor del 5% se resuelven realmente en definitiva por jurados.
La actuación de los jurados está, por lo demás, encauzada por el juez letrado que dirige el
Tribunal e ilustra su deliberación.
“Muchos argumentos se aducen a favor del juicio por jurados en los casos criminales -
dice el autor recién citado-. Se dice que el veredicto de un jurado es más fácilmente admitido por
el público que el veredicto de un Juez, que el servicio del jurado proporciona ordinariamente a los
ciudadanos una oportunidad de participar en la administración de justicia y que el jurado releva al
juez de parte de su responsabilidad. El último argumento es acogido a menudo por los propios
jueces, especialmente, en relación a los procesos de asesinato… Muchos jueces piensan también
que la apreciación de los hechos por el jurado es casi siempre correcta, y más frecuentemente
exacta de lo que podría ser la del juez. Los jurados, hombres o mujeres, tienen ese sentido común
y conocimiento del mundo que es requisito para aquilatar la credibilidad de los testigos. Se dice
que la necesidad que tiene el juez de dirigir el jurado ha mantenido al derecho ingles simple y
claro, y aun, que el jurado es resguardo contra las leyes impopulares. Los argumentos en contra
del sistema de jurado comprenden el aventurado método de selección, y la exclusión de él de la
mayoría de las clases profesionales: la inexperiencia del jurado en examinar la prueba y su falta
de familiaridad con el trabajo y la atmósfera de los Tribunales; la regla de la unanimidad; el
servicio forzado y la inadecuada compensación por la pérdida de tiempo; el esfuerzo físico y
mental de un prolongado juicio; y el hecho de que un jurado es más fácilmente influenciado que
un juez por la elocuencia del abogado.
Las principales clasificaciones de los órganos jurisdiccionales son las que se indican a
continuación. Cada una corresponde a diversos factores de clasificación, todos los cuales son
posibles predicar respecto de cada órgano jurisdiccional.
Tribunales especiales: Son aquellos tribunales a los cuales la ley encarga expresamente el
conocimiento de determinados asuntos judiciales.
Tienen esta naturaleza: los Juzgados de Familia; los Juzgados de Letras del Trabajo; los
Juzgados de Cobranza Laboral y Previsional y, los Tribunales militares en tiempo paz; todos los
cuales se rigen en su organización y atribuciones por las disposiciones orgánicas constitucionales
contenidas en la Ley N°19.968, Código del Trabajó, y el Código de Justicia Militar y leyes
complementarias, respectivamente.
Existen otros tribunales especiales: vgr. los Juzgados de Policía Local, el Tribunal de
Defensa de la Libre Competencia, entre otros.
Características: primero, no todos forman parte del Poder Judicial (art. 5º COT); segundo,
se rigen por leyes especiales y, en su defecto, por el COT (art. 5º COT); tercero, sólo tiene
competencia para conocer aquellos asuntos judiciales expresamente señalados en la ley especial.
Tribunales arbitrales: Son aquellos tribunales servidos por jueces árbitros. Estos jueces se
encuentran definidos en el art. 222 COT, y les son aplicables los preceptos contenidos en el titulo
IX del citado cuerpo legal.
No forman parte del Poder Judicial. Conocen los asuntos judiciales de arbitraje voluntario
y forzoso.
En relación con esto último, existen tres tipos de arbitraje. En primer lugar, el arbitraje
voluntario, que versa sobre aquellas materias que por decisión de las partes son entregadas al
conocimiento de jueces árbitros; en segundo lugar, el arbitraje forzoso, que versa sobre materias
que por disposición legal deben ser sometidas al conocimiento de este tipo de jueces y, por
último, el arbitraje prohibido, referido a materias que por ley no pueden ser metidas a
conocimiento de jueces árbitros.