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APUNTES PARA CLASES DE INTRODUCCIÓN AL DERECHO

PROCESAL

Texto confeccionado para su utilización en clases por los alumnos del curso de pregrado
de Introducción al Derecho Procesal de la Escuela de Derecho, Universidad de
Valparaíso, año 2012. Se basa en el programa aprobado por Resolución N°50.038 de 20
enero 2011. No se autoriza otro uso diverso

CLAUDIO MENESES PACHECO


Profesor de Derecho Procesal, Universidad de Valparaíso, Chile
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I. UNIDAD I. NOCIONES GENERALES


SUMARIO: 1. Derecho Procesal. Concepto. Clasificación. 2. Contenido del Derecho Procesal. Nociones generales
sobre formas de solución de conflictos (autotutela, autocomposición y proceso jurisdiccional). Generalidades sobre la
jurisdicción, la acción y el proceso. 3. Fuentes del Derecho Procesal. Fuentes directas. Fuentes indirectas. 4. La ley
procesal. Concepto, características y clasificación. Eficacia de la ley procesal en el tiempo. Eficacia de la ley
procesal en el espacio. Interpretación de la ley procesal. Integración de la ley procesal. 5. La legislación procesal
chilena

1. DERECHO PROCESAL
CONCEPTO. CLASIFICACIÓN

a) EN QUÉ CONSISTE EL DERECHO PROCESAL


El Derecho Procesal es una rama del ordenamiento jurídico que regula los métodos de
resolución de conflictos de intereses de relevancia para el Derecho.
De tales métodos, el más sofisticado es el proceso jurisdiccional, caracterizado –en lo
esencial- por tratarse de una modalidad en la que pueden participar en pie de igualdad todos los
involucrados en el conflicto, correspondiendo a un tercero imparcial (juez, órgano jurisdiccional,
tribunal de justicia) la decisión de la controversia en forma irrevocable. El proceso jurisdiccional
es el principal objeto del Derecho Procesal.
Lo llamamos proceso jurisdiccional para diferenciarlo de otras secuencias de actos que
producen decisiones jurídicas, como el proceso legislativo o el proceso administrativo.
En el proceso jurisdiccional civil (o proceso civil) intervienen tres sujetos: el demandante,
sujeto que ejercita la acción y formula pretensión; el demandado, sujeto respecto de quien se
ejercita la acción y en contra quien se formula la pretensión y, el tribunal (órgano jurisdiccional,
tribunal de justicia), caracterizado –en lo central- por tratarse de un órgano imparcial,
independiente y competente.

b) CONCEPTO
El Derecho Procesal ha sido definido como rama del ordenamiento jurídico y como rama
del saber jurídico.
En el primer sentido, CORDÓN MORENO lo ha entendido como “la rama del ordenamiento
jurídico que regula globalmente el ejercicio de la función jurisdiccional del Estado”.
En el segundo sentido, COUTURE se refiere al Derecho Procesal Civil como aquella “rama
de la ciencia jurídica que estudia la naturaleza, desenvolvimiento y eficacia del conjunto de
relaciones jurídicas denominado proceso civil”.
En la doctrina chilena, PEREIRA ANABALÓN señala que el Derecho Procesal es “la ciencia
jurídica cuyo objeto es el estudio sistemático de las normas, principios e instituciones que regulan
el ejercicio del poder jurisdiccional del Estado”.
Como se aprecia, el Derecho Procesal se integra por normas que regulan el poder
jurisdiccional y el proceso jurisdiccional. Se compone, asimismo, de principios e instituciones
relacionadas con las antedichas normas, los cuales dan forma a la regulación institucional del
poder jurisdiccional y del proceso jurisdiccional. A la vez, el Derecho Procesal es un área del
conocimiento jurídico; una disciplina del saber jurídico.
Ahora bien, esta rama del ordenamiento y del saber no se identifica exclusivamente con el
ejercicio de la función jurisdiccional dentro del proceso. También comprende los derechos de las
personas para obtener acceso a la justicia y para intervenir en pie de igualdad en los procesos
jurisdiccionales. Autores como RAMOS MÉNDEZ, en España; DINAMARCO y MARINONI, en Brasil;
CAROCCA y BORDALÍ, en Chile, han puesto el acento en la protección de las personas y de los
derechos de éstas, sosteniendo que la función central de la jurisdicción no es tanto la resolución
de conflictos jurídicos, ni la aplicación del Derecho sustantivo, sino –fundamentalmente- la
protección de las personas y el resguardo de sus derechos subjetivos.
Con lo cual debemos decir que el Derecho Procesal también se preocupa de la posición de
las personas frente a los órganos jurisdiccionales, y de la debida tutela de sus derechos por parte
de tales órganos. Esta posición de la persona la podemos resumir en la idea de las “garantías” de
los sujetos que solicitan respuesta jurisdiccional. Así como los órganos jurisdiccionales detentan
un poder jurisdiccional y cumplen una función pública (la función jurisdiccional), las personas
invisten una garantía conforme a la cual pueden exigir la intervención judicial para obtener el
debido y oportuno resguardo de sus derechos.
Por tanto, podemos decir el Derecho Procesal es una rama del ordenamiento jurídico
compuesta por un conjunto de normas, garantías, principios e instituciones que regulan y
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disciplinan el poder jurisdiccional, el proceso jurisdiccional y el derecho de las personas para


acceder a la debida tutela jurisdiccional.
Esta rama jurídica es estudiada, sistematizada y explicada por la ciencia jurídica procesal.
De las doctrinas que actualmente presentan mayor grado de desarrollo científico, podemos
destacar la alemana, la italiana, la española, la brasilera y la argentina. La doctrina nacional de los
últimos veinte años ha alcanzado importantes niveles de profundización, tomando como base –
principalmente- las antedichas ciencias procesales.

c) CARACTERÍSTICAS
Considerado desde la perspectiva de las normas jurídicas, el Derecho Procesal puede ser
caracterizado como una rama del Derecho Público; dentro de éste, como una rama autónoma y,
finalmente, como un Derecho instrumental.
Es una rama del Derecho Público, pues regula el ejercicio de un poder público (la potestad
jurisdiccional) y el cumplimiento de una función pública (la jurisdiccional).
Es una rama autónoma dentro del Derecho Público, toda vez que no se confunde con otras
áreas como la constitucional, la administrativa u otra. Adquieren especial relevancia en este punto
las garantías, principios e instituciones a las que hacíamos mención antes, que distinguen al
Derecho Procesal de los otros ámbitos del ordenamiento jurídico. Garantías como el debido
proceso legal; principios como la inexcusabilidad de los jueces; instituciones como la cosa
juzgada; son propias de esta rama del Derecho.
Es un Derecho instrumental, como quiera que está destinado a permitir la aplicación del
Derecho sustantivo. El Derecho Procesal se preocupa de los métodos de resolución de conflictos
y, en particular, del proceso jurisdiccional; pero no determina el contenido de tal resolución. Esta
última parte corresponde al Derecho sustantivo o de fondo. En cualquier caso, es importante
subrayar que el carácter instrumental no minusvalora al Derecho Procesal frente a los Derechos
sustantivos (Derecho Civil, Derecho Comercial, Derecho Penal, Derecho Constitucional, entre
otros), sino que, por el contrario, lo hace adquirir un papel fundamental en la tarea de hacer
efectivas las disposiciones que conforman tales Derechos. La eficacia del Derecho sustantivo
presupone una correcta elaboración del Derecho Procesal.

d) CLASIFICACIÓN
Es posible hacer dos clasificaciones del Derecho Procesal, dependiendo del contenido de
las normas procesales y del contenido del Derecho sustantivo.
Según el primer criterio, distinguimos el Derecho Procesal orgánico y el Derecho Procesal
funcional.
Derecho Procesal orgánico es la rama del ordenamiento jurídico compuesta por un
conjunto de normas, garantías, principios e instituciones que regulan y disciplinan el poder
jurisdiccional, lo que comprende fundamentalmente la organización y las atribuciones de los
órganos jurisdiccionales.
El Derecho Procesal funcional es la rama del ordenamiento jurídico compuesta por un
conjunto de normas, garantías, principios e instituciones que regulan y disciplinan el proceso
jurisdiccional, lo que comprende el derecho de las personas para acceder a la debida tutela
jurisdiccional.
De acuerdo con lo dicho, estas dos clases de Derecho Procesal se encuentran
estrechamente vinculadas.
Según el segundo criterio, distinguimos el Derecho Procesal Civil, el Derecho Procesal
Penal y el Derecho Procesal Constitucional.
En nuestro país, en especial a partir de preceptos como el art. 76 inc. 1º CPR, suele
decirse que el Derecho Procesal Civil se preocupa de regular y disciplinar la tutela jurisdiccional
en todas aquellas materias sustantivas que no tengan carácter penal. Comprende, por tanto, áreas
como los procesos civiles, de comercio, de familia, laborales y contencioso-administrativos.
Entre ellos, por cierto, existen diferencias, directamente relacionadas con los asuntos ventilados
en cada caso. Pero presentan un elemento común: los asuntos no dicen relación con la aplicación
de sanciones punitivas.
El Derecho Procesal Penal atañe al ejercicio del poder de punición (ius puniendi) del
Estado. El procedimiento penal y el proceso penal son los instrumentos jurídicos a través de los
cuales el Estado está legitimado para aplicar una sanción penal a una persona. En este mismo
sentido, por tanto, esta rama procesal constituye una importante garantía de las personas frente a
los abusos del poder penal.
El Derecho Procesal Constitucional es una rama jurídica cuyo objeto es la jurisdicción
constitucional. Esto incluye órganos públicos, procedimientos jurídicos y garantías de las
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personas, destinados a obtener el debido resguardo del orden institucional dentro del Estado de
Derecho y la protección del individuo frente a los órganos públicos. Las materias sobre las cuales
recae la tutela judicial se relacionan, básicamente con el control de constitucionalidad de los actos
de los órganos públicos y la tutela de los derechos fundamentales de las personas frente a los
organismos del Estado.
Podemos incluir dentro de esta última rama jurídica las funciones del Tribunal
Constitucional (art. 93 CPR), una de las cuales es el conocimiento y decisión de la acción de
inaplicabilidad por inconstitucionalidad de las leyes (art. 93 Nº6º CPR). También cabe incluir las
acciones de protección (art. 20 CPR) y de amparo (art. 21 CPR), que son de competencia de las
Cortes de Apelaciones, en primera instancia, y de la Corte Suprema, en segunda instancia.
Según volveremos a señalar, la idea de incluir un capítulo especial para la tutela procesal
de asuntos como los indicados precedentemente, ha adquirido especial realce en los últimos años
en nuestro país. BORDALÍ, por ejemplo, al momento de definir al poder jurisdiccional, habla de un
“contra-poder”, para de este modo resaltar la importancia que en la tutela procesal tienen materias
como el control de la juridicidad de los actos públicos y el debido resguardo de los derechos de
las personas respecto de los abusos del poder público. Estos últimos aspectos atañen directamente
al Derecho Procesal Constitucional.

e) UNIDAD O DIVERSIDAD DEL DERECHO PROCESAL

La doctrina procesal se encuentra dividida en este punto.


Con buenos argumentos, se ha sostenido por algunos que el Derecho Procesal es uno solo,
sin perjuicio de las divisiones internas que deben hacerse con ocasión del Derecho sustantivo al
que esta rama resulta instrumental. La existencia de Derecho Procesal Civil, Penal o
Constitucional, no altera la base común, compuesta por un conjunto de principios, garantías e
instituciones propias y exclusivas de esta rama. Es el caso, por ejemplo, de la garantía del debido
proceso legal; de la noción de jurisdicción; del concepto de prueba; de la institución de la cosa
juzgada.
También con buenos argumentos, otros han sustentado la tesis contraria, en particular
cuando se trata de distinguir los procesos civiles y los penales. Los principales partidarios de la
idea de dividir y distinguir dos ramas del ordenamiento jurídico, son los penalistas, quienes
estiman que por la especial vinculación que existe entre el Derecho Penal sustantivo y el Derecho
Procesal Penal, éste –en rigor- forma un conjunto normativo con aquél.
Sin entrar en el debate, nos limitaremos a observar que en nuestro sistema existe una
disposición constitucional que apunta más bien en el primer sentido. Cuando el art. 19 Nº3 inc. 6º
CPR consagra el debido proceso legal lo hace con un sentido unitario. Cuando la norma indica
que “corresponderá al legislador establecer siempre las garantías de un procedimiento y una
investigación racionales y justos”, lo hace sin distinguir entre los órdenes civiles y penales.

2. CONTENIDO DEL DERECHO PROCESAL


NOCIONES GENERALES SOBRE LAS FORMAS DE SOLUCIÓN DE CONFLICTOS
(AUTOTUTELA, AUTOCOMPOSICIÓN Y PROCESO JURISDICCIONAL). GENERALIDADES
SOBRE LA JURISDICCIÓN, LA ACCIÓN Y EL PROCESO

a) EL PROCESO JURISDICCIONAL
El método más sofisticado de resolución de conflictos jurídicos es el proceso
jurisdiccional. El art. 29 inc. 1º CPC se refiere al proceso como sinónimo de “expediente”, que es
el aspecto material del proceso escrito. El proceso jurisdiccional también recibe la denominación
de “juicio”, y a veces la ley lo llama “autos” (como ocurre con la figura denominada
“acumulación de autos”).
El proceso jurisdiccional debe sustanciarse de acuerdo con un orden prefijado. De modo
que los actos que componen el proceso han de seguir una determinada secuencia. Ese orden
recibe el nombre técnico de “procedimiento”.
En el caso del proceso jurisdiccional, la solución del asunto disputado se obtiene a través
de una sentencia judicial, que una vez que posee el carácter de firme adquiere una autoridad
llamada “cosa juzgada”. Esta autoridad (atributo) impide –por regla general- que el asunto vuelva
a ser discutido (cuando se trata de una cosa juzgada “material” y no “formal”).
La cosa juzgada es el estado jurídico en que queda un conflicto una vez que ha sido
sometido a un proceso jurisdiccional y resuelto por una sentencia definitiva firme, que prohíbe
revisar la decisión (non bis in idem).
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La Constitución chilena hace referencia a lo anterior en el art. 76 inc. 1º CPR: “hacer


revivir procesos fenecidos”.

b) FINALIDADES DEL PROCESO JURISDICCIONAL


Las finalidades del proceso jurisdiccional son fundamentalmente tres: uno, resolver los
conflictos de relevancia jurídica mediante la aplicación del Derecho objetivo; dos, brindar debida
tutela a los derechos de las personas; tres, obtener seguridad jurídica y paz social.
Por lo dicho, el proceso jurisdiccional es instrumental a tales finalidades. No es un fin en
sí mismo; es una figura jurídica orientada a obtener los predichos fines política, jurídica y
socialmente relevantes.
Hay que añadir que en la doctrina contemporánea, autores como FERRAJOLI, TARUFFO y,
en nuestro país, BORDALÍ, han relacionado la legitimidad del proceso jurisdiccional (y, con ello,
del ejercicio de la potestad jurisdiccional) con dos premisas básicas: la verdad fáctica y la verdad
jurídica de la decisión judicial. La fuente de legitimación de la función jurisdiccional y del
proceso jurisdiccional es la verdad, en sus dos vertientes. La fáctica consiste en la necesidad de
establecer los hechos del modo más cercano posible a la realidad. La jurídica consiste en la
necesidad de fundar la decisión jurisdiccional en el Derecho sustantivo aplicable al caso concreto.
En este sentido, podemos afirmar que en el proceso jurisdiccional debe producirse una
combinación entre “saber” y “poder”. Retomaremos esta idea más abajo, al referirnos a la
potestad jurisdiccional.

c) OTRAS FORMAS DE RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS


Existen otras formas de resolución de conflictos jurídicamente relevantes. Suelen
identificarse como “autotutela” y “autocomposición”.
La autotutela (o autodefensa) consiste en la imposición de la decisión de un sujeto sobre
otro. Es “justicia por mano propia”; uso unilateral de fuerza de un sujeto para obtener la
satisfacción de sus intereses. Dado que en un Estado de Derecho el uso de la fuerza está
reservado para los órganos públicos (los que, además, sólo pueden actuar dentro del marco de
juridicidad), esta modalidad se encuentra, por lo general, prohibida. El uso de la fuerza es
sancionado por el Derecho. Con todo, excepcionalmente, encontramos casos aceptados por la ley,
como la huelga en materia laboral o la legítima defensa en materia penal.
La autocomposición consiste en un método de resolución de conflictos jurídicos que
reposa en la voluntad de los propios sujetos involucrados en el conflicto. A diferencia del caso
anterior, ninguna persona impone su voluntad y decisión a otro. La solución resulta de un acuerdo
de voluntades, o de una renuncia voluntaria a algún derecho. Esta forma de solución opera
primordialmente en el ámbito privado, con figuras tales como el contrato de transacción (art.
2446 CC), el avenimiento (art. 434 N°3 CPC), la conciliación (art. 262 CPC), el desistimiento de
la demanda (art. 148 CPC), entre otras.

d) EL ARBITRAJE
Existe una figura jurídica análoga al proceso jurisdiccional (proceso jurisdiccional en
sentido estricto), denominada arbitraje, consistente en un mecanismo de resolución de conflictos
a cargo de un tercero (llamado “árbitro”), que es designado por las partes para cumplir con tal
función. Se caracteriza por el origen privado del árbitro, situación que lo distingue de los
tribunales estatales.
En el Código Orgánico de Tribunales el árbitro es considerado un juez (arts. 5 inc. 5 y
222), de modo que los asuntos que son resueltos a través de un arbitraje constituyen –en el fondo-
expresión del proceso jurisdiccional. La decisión del árbitro, por tanto, produce cosa juzgada.
En nuestra legislación existen dos principales regulaciones del arbitraje: arts. 222 – 243
COT, que atañe al denominado “arbitraje interno”; Ley N°19.971 de 2004, que se refiere al
arbitraje comercial internacional.

e) LA MEDIACIÓN
Existe otra figura, llamada mediación, que está situada en un sector intermedio entre el
proceso jurisdiccional y la autocomposición, dado que la solución la alcanzan los propios
involucrados en el conflicto, previa intervención de un tercero (mediador) que insta por acercar
las posiciones de aquéllos. En este caso, el tercero no resuelve el conflicto, como sí lo hace el
juez (y el árbitro, que en Chile es considerado juez).
La mediación tiene reconocimiento en la legislación nacional, en materias como los
conflictos familiares (arts. 103-114 Ley N°19.968 de 2004, sobre Tribunales de Familia), y
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asuntos sobre negligencia médica (arts. 43-55 Ley N°19.966 de 2004, sobre régimen de garantías
en salud).

f) EL PROCESO JURISDICCIONAL Y EL “DEBIDO PROCESO LEGAL”


Con las expresiones “debido proceso legal” o “racional y justo procedimiento” (art. 19
N°3 inc. 6º CPR), se identifica al conjunto de elementos esenciales que debe reunir un proceso
jurisdiccional para que opere como un mecanismo legítimo de resolución de conflictos.
En este sentido, también se puede identificar como un proceso “con las debidas
garantías”. El origen de la expresión “debido proceso legal” (“due process of law”) es
angloamericano. En el concierto iberoamericano se ha empleado la expresión “tutela judicial
efectiva” (en especial en España), para designar la idea de un proceso jurisdiccional legítimo, con
debidas garantías.
En nuestro Derecho, junto con el art. 19 N°3 inc. 6º CPR, deben ser considerados el art.
19 N°3 incs. 2º, 3º y 4º CPR (defensa jurídica); el art. 19 N°3 inc. 5º CPR (juez natural); el art. 76
incs. 1º y 2º CPR (inexcusabilidad de los tribunales); el art. 8º de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica); el art. 14 del Pacto Internacional sobre
Derechos Civiles y Políticos.
La Comisión de Estudios de la Constitución de 1980, dejó establecido que la frase
“racional y justo procedimiento” debe ser interpretada por la jurisprudencia, sin que exista un
número cerrado de elementos constitutivos del debido proceso legal. Se señalaron algunos
componentes mínimos, como el debido emplazamiento y la posibilidad de rendir pruebas, entre
otros.
Si consideramos lo expuesto por la doctrina de los últimos años, y la jurisprudencia de la
Corte Suprema y del Tribunal Constitucional, podemos señalar que en nuestro sistema el debido
proceso legal se compone de las siguientes garantías:
Primero, la igualdad de las partes, lo que quiere decir –en lo medular- el tratamiento
paritario de los litigantes al interior del proceso.
Segundo, el derecho de defensa, compuesto –básicamente- por la garantía de las partes
litigantes de disponer de la asesoría de un letrado; la garantía de presentar alegaciones en el juicio
y, la garantía de presentar pruebas en el juicio.
Tercero, la imparcialidad e independencia del juzgador, y la competencia del tribunal.
Cuarto, la duración razonable del proceso, que constituye una garantía destinada a lograr
que el proceso jurisdiccional se sustancie dentro de plazos aceptables, de modo tal que puedan
alcanzarse las finalidades hacia las cuales está orientado. En relación con esta garantía, podemos
aludir a las llamadas “medidas cautelares”, que es una figura procesal encaminada a asegurar los
resultados del juicio (la eficacia de la sentencia que acoge la pretensión del actor). Para lo cual
deben reunirse dos presupuestos fundamentales: el peligro en la demora o periculum in mora y, la
verosimilitud del derecho o fumus boni iuris.
Quinto, la publicidad del proceso.
Sexto, la motivación de la sentencia, esto es, la garantía que tienen los litigantes de
obtener decisiones jurisidiccionales dotadas de una fundamentación que les sirva de respaldo.
Séptimo, la revisión de la sentencia, que se concreta mediante la garantía de los litigantes
para poder impugnar las decisiones jurisdiccionales en aquellos casos en que éstas hayan sido
pronunciadas incurriendo en errores de hecho o de Derecho (o ambos), y siempre que ello les
ocasione agravio. El principal mecanismo procesal de impugnación de resoluciones judiciales se
llama “recurso”, el que sólo puede deducirse en contra de una resolución no firme dentro del
proceso en el que aquélla fue dictada.
Octavo, la eficacia de la sentencia, lo que se relaciona con el tema de la ejecución de las
resoluciones jurisdiccionales. La ejecución puede exigir el uso de la fuerza por parte de los
tribunales de justicia; esta potestad suele ser identificada con el nombre de “imperio” (art. 76
incs. 3º y 4º CPR; art. 11 COT), que forma parte de la potestad jurisdiccional (“hacer ejecutar lo
juzgado”).

g) LA POTESTAD JURISDICCIONAL
La jurisdicción es la potestad que tienen los tribunales de justicia para resolver los
conflictos jurídicamente relevantes dentro de un proceso jurisdiccional. La Constitución la
identifica como la “facultad de conocer de las causas civiles y criminales, de resolverlas y de
hacer ejecutar lo juzgado” (art. 76 inc. 1º CPR). Esta misma noción la encontramos en el art. 1º
COT.
Mediante la jurisdicción se aplica el Derecho sustantivo en el caso concreto, lo que se
materializa a través de la sentencia que resuelve el conflicto. En la legislación procesal chilena, la
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sentencia que resuelve la controversia recibe el nombre de “sentencia definitiva” (art. 158 inc. 2º
CPC).
La jurisdicción es, asimismo, una potestad que permite controlar la juridicidad de las
actuaciones de los demás órganos públicos y, de esta manera, resguardar los derechos de las
personas. Como ha señalado BORDALÍ, la concepción actual de la jurisdicción permite sostener
que el proceso jurisdiccional no está encaminado nada más que a la resolución de controversias,
sino que también se orienta a garantizar y asegurar la legalidad en general a través de la efectiva
y puntual actuación de los derechos de los particulares.
La jurisdicción no es sólo potestad; es también un imperativo jurídico. En virtud del
principio de inexcusabilidad (art. 76 inc. 2º CPR, art. 10 inc. 2º COT), los tribunales deben
ejercitar la jurisdicción cada vez que es reclamada su intervención en forma legal y en los asuntos
de su competencia.
La jurisdicción es ejercitada por los órganos jurisdiccionales, que en nuestro Derecho
reciben el nombre de “tribunales de justicia” (aunque debemos advertir que preceptos como el
art. 19 Nº3 inc. 6º CPR, se refiere a los “órganos que ejercen jurisdicción”). Los tribunales, a su
vez, son servidos por jueces, que en el ordenamiento chileno deben tener la calidad de abogados.
Más específicamente, hay que decir que todos los tribunales “ordinarios” son servicios por jueces
letrados (abogados).
Son presupuestos esenciales de la jurisdicción la imparcialidad del tribunal y de los
jueces; la independencia de éstos; la responsabilidad de los jueces. La imparcialidad y la
independencia necesitan de otro principio para su completa operatividad, denominado
“inamovilidad”, que asegura a los jueces la permanencia en sus funciones en tanto mantengan el
buen comportamiento exigido por la Constitución y las leyes.
En el Derecho nacional, además, los tribunales ordinarios se rigen por la legalidad, lo que
significa: a) que son establecidos por ley; b) que deben someter sus actuaciones a un
procedimiento fijado por la ley; c) que deben aplicar la ley sustantiva como fuente del Derecho
objetivo (en su defecto, pueden acudir a otras fuentes jurídicas, como la equidad natural o los
principios generales del Derecho).
Uno de los aspectos de la legalidad es la “competencia” de los tribunales, la que –a su
turno- se relaciona con la garantía de las personas a ser juzgadas por un juez natural (art. 19 Nº3
inc. 5º CPR).

h) LA POTESTAD JURISDICCIONAL COMO “SABER-PODER”


El ejercicio de la jurisdicción debe combinar el conocimiento del asunto con la decisión
del conflicto; el “saber” con el “poder”; la “veritas” con la “potestas”. En este sentido, FERRAJOLI
ha descrito al juicio jurisdiccional como un “saber-poder”.
Dentro de un Estado Constitucional de Derecho, sólo podemos calificar como legítima a
una función jurisdiccional que reúne ambos elementos. Pues no basta con que el tribunal resuelva
el asunto controvertido y que la decisión tenga autoridad de cosa juzgada. Tampoco bastan la
imparcialidad e independencia del juzgador, ni el juzgamiento dentro de un proceso a cargo de un
tribunal competente. Se necesita una decisión justa, en la que se aplique correctamente el
Derecho objetivo a la cuestión de hecho debatida.
Por ello, es indispensable que durante el proceso jurisdiccional se establezca la
controversia de las partes litigantes del modo más completo posible. Para estos efectos es
fundamental que el proceso jurisdiccional contemple medidas idóneas a fin que se plantee
adecuadamente la contienda, y que se prueben (acrediten) los aspectos fácticos de la misma.
También es indispensable que el tribunal dicte una decisión motivada, en la que se
contengan los fundamentos con base en los cuales ha dado por establecida una determinada
cuestión fáctica, a la que aplica la correspondiente norma jurídica sustantiva. La misma
combinación de saber y poder exige, por tanto, que las sentencias cuenten con una debida
fundamentación.

i) LA COMPETENCIA DE LOS ÓRGANOS JURISDICCIONALES


Para que los tribunales actúen válidamente, deben ser competentes. No basta la
jurisdicción. La competencia es la medida de la jurisdicción.
El legislador chileno define la competencia como “la facultad que tiene cada juez o
tribunal para conocer de los negocios que la ley ha colocado dentro de la esfera de sus
atribuciones” (art. 108 COT).
Es un elemento del debido proceso legal: el tribunal “competente” al que aluden el art. 14
del Pacto Internacional y el art. 8 del Pacto de San José. Y es un presupuesto procesal cuyo
incumplimiento vicia el proceso. Según señala ROMERO, la competencia es la institución procesal
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que permite hacer efectiva la garantía constitucional a ser juzgado por un juez natural o
predeterminado por la ley.

j) EL ACCESO A LA TUTELA JURISDICCIONAL


El acceso a la justicia tiene cabida mediante el ejercicio del derecho de acción, que es un
derecho subjetivo público, dirigido a los órganos jurisdiccionales para obtener la protección de
los derechos e intereses legítimos (ROMERO).
Podemos decir que el derecho de acción es un componente del debido proceso legal, pues
forma parte –en definitiva- de la garantía de defensa. Es la primera expresión de la prerrogativa
que tienen las personas (en virtud del derecho de defensa) para formular alegaciones ante los
tribunales.
En materia civil, el titular del derecho de acción es el demandante (o actor). La petición
concreta en relación con la cual el actor solicita tutela jurisdiccional, recibe el nombre técnico de
“pretensión”.
Como contrapartida al derecho de acción, el demandado es titular del “derecho de
contradicción”, o “derecho de oposición”, o “derecho de defensa”, en uso del cual puede oponer
excepciones destinadas a enervar las pretensiones del actor. En nuestro país, las excepciones
destinadas a enervar las pretensiones del demandante, reciben el nombre de “excepciones
perentorias” (también denominadas en doctrina “excepciones materiales”); en contraposición a
las llamadas “excepciones dilatorias” a las que se refiere el art. 303 CPC, que en doctrina reciben
el nombre de “excepciones procesales”.
El acto procesal por medio del cual el demandante ejercita la acción y formula la
pretensión, es la “demanda”. El acto procesal a través del cual el demandado ejercita su derecho
de contradicción y opone excepciones perentorias (o “meras alegaciones” o “meras defensas”) en
contra de la pretensión, es la “contestación de la demanda”. Ambos actos conforman los llamados
“actos de postulación”, a través de los cuales las partes de un proceso civil forman la cuestión
controvertida.

k) LA ACTUACIÓN PROCESAL DE LAS PARTES


Para que las partes puedan intervenir en un proceso jurisdiccional deben tener capacidad
de ejercicio. Aun cuando cualquier persona puede tener la calidad de parte en una causa judicial
(capacidad de goce), para actuar en ella es necesario que detente la antedicha capacidad. Por lo
mismo, si bien un infante puede ser parte demandante o demandada, siempre debe intervenir a
través de su representante legal (su padre, por ejemplo).
Además, para efectos de obtener una debida defensa jurídica, la ley chilena exige que
cada parte designe un abogado patrocinante y un apoderado procesal (Ley N°18.120 de 1982). Al
abogado patrocinante corresponde dirigir la estrategia jurídica de la parte; al apoderado procesal
corresponde intervenir directamente en el desarrollo de los actos que componen el proceso:
audiencias de prueba, por ejemplo.

3. FUENTES DEL DERECHO PROCESAL


FUENTES “DIRECTAS”. FUENTES “INDIRECTAS”

a) EN QUÉ CONSISTEN
Con las nociones “fuentes directas” y “fuentes indirectas” del Derecho Procesal, se hace
mención a lo que en teoría jurídica se denomina –respectivamente- “fuentes formales del
Derecho” y “fuentes materiales o modeladoras del Derecho”.

b) CUÁLES SON
Las “fuentes directas” del Derecho Procesal chileno son la Constitución Política de la
República; los tratados internaciones sobre derechos humanos; la ley y, los “autos acordados”.
Las “fuentes indirectas” son la jurisprudencia de los tribunales; la doctrina de los autores;
los usos y las prácticas procesales. Algunos autores también se refieren al Derecho extranjero, al
Derecho histórico y a los “acuerdos o convenciones entre las partes”.

c) EL PRINCIPIO DE LEGALIDAD EN MATERIA PROCESAL


La principal fuente del Derecho Procesal es la ley. El principio de legalidad rige tanto en
materia orgánica como en materia funcional.
En cuanto al aspecto orgánico, podemos citar preceptos como el art. 19 Nº3 inc. 4º CPR y
el art. 76 inc. 1º CPR, en los que se exige la presencia de una ley en el establecimiento de los
tribunales de justicia. En el art. 19 Nº3 inc. 4º CPR se señala: “… sino por el tribunal que
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señalare la ley…”. En el art. 76 inc. 1º CPR: “… pertenece exclusivamente a los tribunales


establecidos por la ley”. Hacemos notar, además, que de acuerdo con el art. 77 inc. 1º CPR, “una
ley orgánica constitucional determinará la organización y las atribuciones de los tribunales que
fueren necesarios para la pronta y cumplida administración de justicia”.
En cuanto al aspecto funcional, cabe citar el art. 19 Nº3 inc. 6º CPR, donde se hace
expresa mención a la ley: “proceso previo legalmente tramitado”; “corresponderá al
legislador…”.

d) LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LA REPÚBLICA Y LAS GARANTÍAS PROCESALES


Lo anterior no implica que la ley sea la única fuente directa del Derecho Procesal.
Lo es, en primer término, la Constitución Política, que es la norma que determina las
bases institucionales del sistema procesal chileno. De hecho, la vigencia del principio de
legalidad al que aludíamos antes, está dispuesto por preceptos constitucionales.
En la Constitución hallamos preceptos fundamentales sobre organización y atribuciones
de los tribunales (Capítulo VI). Encontramos normas sobre jurisdicción constitucional (Capítulos
VIII y IX).
Encontramos, además, garantías de las personas, como el derecho de defensa (art. 19 Nº 3
incs. 2, 3 y 4 CPR); la garantía del juez natural (art. 19 Nº 3 inc. 5º CPR); el derecho al debido
proceso legal (art. 19 Nº3 inc. 6º CPR); la acción constitucional de protección (art. 20 CPR); la
acción constitucional de amparo (art. 21 CPR).

e) LOSTRATADOS INTERNACIONALES SOBRE DERECHOS HUMANOS Y LAS GARANTÍAS


PROCESALES
En relación con lo último, es necesario destacar los tratados internacionales sobre
derechos humanos como fuentes directas de Derecho Procesal, particularmente preceptos como el
art. 8º de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica),
y el art. 14 del Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos.
Estas disposiciones de origen internacional, se encuentran contenidos en tratados
ratificados por Chile y que están vigentes, por lo que forman parte de lo que se ha denominado
“bloque constitucional” de derechos fundamentales. Ello, en virtud de lo dispuesto por el art. 5º
inc. 2º CPR.
De este modo, las garantías del justiciable no sólo están contempladas en el texto
constitucional, sino también por tratados internacionales como los antes citados, que lo
complementan.

f) LOS “AUTOS ACORDADOS”


Otra fuente directa, propia del Derecho Procesal (pues no existe en las otras ramas del
ordenamiento jurídico nacional), es aquella compuesta por los “autos acordados”.
Los autos acordados son normas dictadas por los tribunales superiores de justicia, cuyo
objeto es permitir una mejor aplicación de las leyes procesales y un eficiente ejercicio de la
potestad jurisdiccional.
Esta fuente presenta la naturaleza jurídica propia de un reglamento. No equivale a la ley ni
puede suplir los vacíos legales. En este sentido podemos calificar a los autos acordados como
disposiciones reglamentarias cuyas principales características consisten en que: uno, emanan de
los tribunales superiores de justicia; dos, son expresiones de una potestad reglamentaria de los
tribunales, que en nuestro país recibe el nombre de “potestad económica” (art. 3º COT); tres,
solamente pueden propender a lograr una más adecuada aplicación de la ley procesal (no de una
ley sustantiva).
Pueden dictar autos acordados la Corte Suprema y las Cortes de Apelaciones (el art. 93
Nº2 CPR también se refiere a los autos acordados dictados por el Tribunal Calificador de
Elecciones). La fuente legal de la llamada potestad económica, de la cual derivan los autos
acordados, es el art. 3º COT. Para la Corte Suprema, además, encontramos un precepto
constitucional en el art. 82 CPR, donde se le atribuye la superintendencia directiva, correccional y
“económica” sobre todos los tribunales de la nación.
Como indicamos, las finalidades de los autos acordados son dos: primero, lograr una
mejor aplicación de la ley procesal y, segundo, obtener un más eficiente ejercicio de la potestad
jurisdiccional. Por lo mismo, un auto acordado no puede contravenir la ley ni tampoco puede
regular una materia que es de competencia de la ley. De ocurrir esto, se produce una cuestión de
constitucionalidad por transgresión del principio de legalidad que rige en materia procesal (arts.
76, 19 N° 3 inc. 4º y 19 Nº 3 inc. 5° de la CPR), cuestión que corresponde resolver al Tribunal
Constitucional (art. 93 Nº2 CPR).
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g) LA JURISPRUDENCIA COMO FUENTE INDIRECTA


En virtud del citado principio de legalidad, la jurisprudencia de los tribunales sólo cumple
funciones de fuente indirecta, esto es, como un elemento modelador del Derecho Procesal, que
sirve para interpretar las normas legales o para impulsar futuros cambios legislativos.
ROMERO se ha referido a algunos temas procesales que han sido desarrollados por la
jurisprudencia, como la delimitación de la “legitimación” para ser parte; la determinación del
sentido y alcance de las llamadas “leyes reguladoras de la prueba”; el reconocimiento del
“litisconsorcio necesario”. Incluso, existen casos en los que se han creado verdaderas sanciones
procesales que no se encuentran explícitamente señaladas por el legislador, como ocurre con la
situación contemplada por el art. 776 CPC a propósito del recurso de casación. Sobre el punto,
hay que hacer presente que soluciones de este tipo, en las que la jurisprudencia se orienta más
bien a crear preceptos procesales, no se avienen con el aludido principio de legalidad impuesto
por la Constitución.
Otro caso que puede citarse es el de la llamada “tercería de posesión” en el juicio
ejecutivo, que hasta antes del año 1988 no estaba expresamente recogida por el Código de
Procedimiento Civil, y que, pese a ello, fue aceptada por la jurisprudencia. El legislador de 1988
(Ley Nª18.705) hizo eco de este criterio jurisprudencial, y consagró en forma especial la
mencionada tercería, según se lee en los arts. 518 Nº2, 521 y 522 CPC.

h) LA DOCTRINA DE LOS AUTORES COMO FUENTE INDIRECTA


La doctrina de los autores permite comprender mejor y someter a análisis crítico la
legislación procesal. Decíamos al principio que en la actualidad tienen especial desarrollo
científico la dogmática procesal alemana, italiana, española, brasilera y argentina; que junto al
trabajo ejecutado en nuestro medio en los últimos veinte años, entregan importantes elementos de
juicio para la comprensión del fenómeno procesal.
El trabajo de sistematización, de interpretación y de crítica de las normas procesales,
resulta fundamental para el avance de esta rama jurídica, y es por eso que debemos considerar a
esta fuente indirecta.

i) LOS “USOS” Y “PRÁCTICAS” PROCESALES


A raíz del principio de legalidad, en materia procesal no opera la costumbre como fuente
de Derecho, a diferencia del Derecho Civil y, sobre todo, del Comercial, donde sí presenta este
carácter (art.2º CC; arts 4º, 5º y 6º C de C).
Lo que sí encontramos son los llamados “usos” y “prácticas procesales”, que consisten en
actuaciones que se van produciendo diariamente en la tramitación que realizan las partes ante los
tribunales de justicia.
Los “usos” suelen ser entendidos como reiteraciones de conductas que se presentan con
algún grado de constancia y uniformidad en la tramitación judicial, pero que carecen de efecto
vinculante. En opinión de ORELLANA, el “despacho de oficios” podría ser considerado un tipo de
uso procesal, pues se trata de una forma que emplean los tribunales de justicia en los procesos
civiles (a petición de parte), para requerir información probatoria a instituciones públicas o
privadas. Esta modalidad no se encuentra expresamente regulada por el Código de Procedimiento
Civil, y sin embargo es utilizada con frecuencia.
Otro caso de “uso procesal” lo podemos encontrar en la forma de redacción de escritos
judiciales utilizada especialmente en los procesos escriturados. Así, si en la respectiva
presentación se formulan varias peticiones, el escrito se divide en partes: la primera petición es
tratada bajo el nombre de solicitud “principal”; las otras son tratadas como “otrosíes” (el
Diccionario de la Lengua RAE define la palabra “otrosí” como “demás de esto, además”).
Las “prácticas procesales” son entendidas como la particular forma de aplicar o desaplicar
una ley procesal, de un modo más o menos uniforme. ORELLANA se refiere a prácticas positivas,
destinadas a aplicar la ley procesal, y negativas, orientadas a desaplicarla.
Un ejemplo de práctica positiva podría ser la “custodia de los expedientes”: de acuerdo a
la ley procesal el expediente tiene que ser custodiado por el Secretario del tribunal bajo su
responsabilidad, situación que se torna imposible y ha generado la práctica consistente en que los
expedientes se dejan en casilleros que tiene cada tribunal ordenado alfabéticamente (se denomina
“la letra”).
Uno de práctica negativa: el otorgamiento de “traslado” frente a solicitudes que de
acuerdo con la ley procesal deben ser resueltas “de plano” (por ejemplo, un incidente promovido
fuera de la oportunidad prevista por la ley, debe ser rechazado de plano según lo ordena el art. 85
inc. 2º CPC).
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j) OTRAS FUENTES
PEREIRA ANABALÓN considera como fuentes indirectas al Derecho extranjero y al
Derecho histórico. También se refiere a los “acuerdos o convenciones entre las partes”, como una
fuente del Derecho Procesal.
Derecho extranjero: es el Derecho procesal que rige en otros Estados y que pueden influir
en la creación, interpretación o aplicación de las normas procesales. En este sentido, hay que
considerar que en las reformas procesales ejecutadas en Chile (y en las que se encuentran en
proyecto), el Derecho de otros Estados ha tenido influencia en la adopción de medidas o
instauración de figuras procesales.
Derecho histórico: es el Derecho que carece de vigencia en razón del tiempo, pero que
tuvo aplicación en épocas anteriores y, en cuanto tal, pueden servir para interpretar, modificar y/o
aplicar normas jurídico-procesales vigentes. Nuestro Código de Procedimiento Civil tiene como
principales fuentes inspiradoras las Leyes de Enjuiciamiento Civil de España de los años 1855 y
1881, a las que puede acudirse –en ocasiones- para interpretar algunos preceptos del mencionado
Código.
Los “acuerdos o convenciones entre las partes”: son acuerdos adoptados por las partes que
generan consecuencias procesales. Un ejemplo lo hallamos en materia de arbitraje, donde las
partes pueden celebrar acuerdos tanto para obligarse a someter un asunto a este mecanismo de
resolución de conflictos; como para designar a la persona del árbitro e, incluso, para atribuirle la
calidad de “arbitrador”, estableciendo normas de procedimiento especiales.

4. LA LEY PROCESAL
CONCEPTO, CARACTERÍSTICAS Y CLASIFICACIÓN. EFICACIA DE LA LEY PROCESAL EN EL
TIEMPO. EFICACIA DE LA LEY PROCESAL EN EL ESPACIO. INTERPRETACIÓN DE LA LEY
PROCESAL. INTEGRACIÓN DE LA LEY PROCESAL

a) EN QUÉ CONSISTE. CLASES DE LEYES PROCESALES


La ley procesal es la principal fuente directa (fuente formal) del Derecho Procesal, en sus
aspectos orgánicos y funcionales.
PEREIRA ANABALÓN señala que la ley posee naturaleza procesal cuando regula el órgano
jurisdiccional, la función que le es propia y el proceso que la instrumentaliza.
Las normas procesales y, dentro de éstas, las leyes procesales, pertenecen al sistema de
protección jurisdiccional de los derechos, afectando –de este modo- a los órganos y sujetos del
proceso; a los actos, las relaciones y las situaciones suscitadas dentro de aquél.
Aplicando la misma clasificación del Derecho Procesal, podemos distinguir leyes
procesales orgánicas, leyes procesales funcionales, leyes procesales civiles, leyes procesales
penales y leyes procesales constitucionales.
El art. 77 inc. final CPR se refiere a las leyes procesales orgánicas y a las procesales
funcionales, con las siguientes denominaciones: en relación con las primeras: “ley orgánica
constitucional relativa a la organización y atribuciones de los tribunales”; en relación con las
segundas: “leyes procesales que regulen un sistema de enjuiciamiento”.

b) CARACTERÍSTICAS
Las principales características de las leyes procesales son:
Primero, son leyes de Derecho formal (o “adjetivo”) en contraposición a las leyes
sustantivas (o “materiales”). Las leyes procesales no comprenden normas sustantivas del Derecho
Civil, Comercial, Laboral o Penal, entre otras. En nuestra doctrina y, sobre todo, en nuestra
jurisprudencia, la señalada distinción ha sido expresada a través de los términos “leyes
ordenatoria litis”, para aludir a las normas legales procesales, y “leyes decisoria litis”, para
referirse a las leyes de Derecho de fondo o sustantivo. En el campo procesal civil, la referida
distinción tiene importante para efectos de determinar la procedencia del recurso de casación en
la forma (que está destinado a denunciar infracciones de “leyes ordenatoria litis”) y del recurso
de casación el fondo (cuyo objeto es denunciar infracciones de “leyes decisioria litis”).
Segundo, son leyes “instrumentales”. Participa, pues, de esta nota típica del Derecho
Procesal.
Tercero, son, por regla general, de orden público. En este sentido, las leyes procesales
orgánicas son irrenunciables, al regular el ejercicio de una potestad pública; determinan la
organización y las atribuciones de los tribunales. Las leyes procesales funcionales, por su parte,
deben tender a garantizar el llamado “debido proceso legal”, por lo que las partes no pueden
modificar o sustituir las disposiciones que fijan el procedimiento. Excepcionalmente, se admite la
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renuncia de las leyes procesales, como ocurre en ciertos asuntos civiles con las normas sobre
competencia relativa. Las modificaciones de las leyes procesales funcionales están permitidas en
ámbitos como el arbitraje a cargo de “árbitros arbitradores” (art. 223 inc. 3º COT).
Cuarto, se encuentran ordenadas en diferentes cuerpos normativos. Los principales son el
Código de Procedimiento Civil del año 1902 y el Código Procesal Penal del año 2000.

c) APLICACIÓN DE LA LEY PROCESAL EN EL TIEMPO


El art. 9º CC señala que “la ley sólo puede disponer para lo futuro, y no tendrá jamás
efecto retroactivo”. Hablar del efecto de la ley procesal en el tiempo es referirse a cuál es la ley
que debe regir asuntos procesales orgánicos y/o funcionales en un determinado momento. Como
veremos, la solución general consiste en la vigencia “in actum” de la ley procesal y la
irretroactividad de ésta respecto relaciones/situaciones procesales ya concluidas (en especial,
cuando existe cosa juzgada).
Puede ocurrir que al desarrollarse un proceso jurisdiccional se publique una nueva ley.
Existirán dos leyes procesales: la vigente al momento de iniciarse el juicio (ley antigua) y la ley
posterior que entra en vigor durante la tramitación del proceso (ley nueva). El problema de la
aplicación de la ley procesal en el tiempo atinge a este tipo de situaciones, en las que el fenómeno
probatorio es sorprendido por el cambio legislativo. La pregunta a responder es si en un
determinado caso corresponde aplicar la ley antigua o la nueva.
Por ejemplo: durante la tramitación de un proceso civil ante un determinado tribunal, se
dicta una ley que crea un nuevo órgano jurisdiccional al que corresponde conocer ese tipo de
proceso civil. Otro ejemplo: durante la tramitación de un proceso civil, se dicta una nueva ley que
elimina la procedencia de un recurso que sí resultaba admisible de acuerdo con la legislación
vigente al momento de iniciarse el juicio. Otro ejemplo: al momento de celebrarse un contrato la
ley vigente consideraba que el testimonio era inadmisible como medio de prueba, ley que es
derogada por una nueva norma (dictada durante la tramitación de un proceso civil en el que se
discute en torno a tal contrato) que declara admisible el testimonio.
La solución exige distinciones:
Primero, debe acudirse a las disposiciones transitorias contempladas en la nueva ley y, así,
zanjar el tema con base en tales preceptos especiales.
Segundo, de no haber disposiciones transitorias, hay que diferenciar la situación de las
leyes orgánicas y las funcionales.
Tercero, en el caso de las leyes procesales orgánicas, dada su propia naturaleza y objeto,
la solución es la vigencia de inmediato; estas leyes rigen “in actum”. Por tanto, una vez publicada
en el Diario Oficial, se aplica inmediatamente, dejando de tener eficacia la legislación
precedente. Aplicado esto al ejemplo que dimos antes, debemos llegar a la conclusión que el
proceso civil en curso debe ser sometido al conocimiento del nuevo tribunal. Esta solución, con
todo, merece algunas precisiones desde la perspectiva de la garantía del juez natural (art. 19 Nº3
inc. 5º CPR), a las que nos referiremos más adelante al tratar la competencia y la regla general de
la radicación o fijeza (también llamada “perpetuatio iurisdictionis”).
Cuarto, para el caso de las leyes procesales funcionales debemos acudir a los arts. 22 Nº1,
23 y 24 de la Ley sobre Efecto Retroactivo de las Leyes del año 1861. La regla general está
contenida en la primera parte del art. 24: “Las leyes concernientes a la substanciación y ritualidad
de los juicios prevalecerán sobre las anteriores desde el momento en que deben empezar a
regir”. Vale decir, esta clase de ley procesal rige “in actum”; inmediatamente una vez publicada
en el Diario Oficial.
La regla es concordante con el art. 22 Nº1 de la citada Ley, donde se indica que aunque en
todo contrato se entenderán incorporadas las leyes vigentes al momento de su celebración, no
ocurre lo mismo en el caso de “las leyes concernientes al modo de reclamar en juicio los
derechos que resultaren de ellos”. Esto significa que respecto de esta clase de leyes (procesales),
hay que estar al momento en que se reclamen jurisdiccionalmente tales derechos, debiendo en tal
situación aplicarse la legislación vigente en ese momento. La razón: las leyes procesales rigen “in
actum”.
También es concordante con el art. 23 del mismo texto legal, que en su segunda parte
indica que “la forma en que debe rendirse la prueba estará subordinada a la ley vigente al tiempo
en que se rindiere”. Como las pruebas se rinden al interior del proceso jurisdiccional, lo que
encontramos en esta disposición es una reiteración de la regla ya citada, pues la práctica de los
medios probatorios tendrá que ajustarse a la legislación procesal vigente al momento de
producirse la prueba.
Quinto, la segunda parte del art. 24 de la citada Ley señala excepciones a la regla de la
vigencia inmediata de la legislación procesal. Indica esta norma: “Pero los términos que hubieren
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empezado a correr y las actuaciones y diligencias que ya estuvieren iniciadas se regirán por la ley
vigente al tiempo de su iniciación”. Vale decir, en estos casos rige la ley antigua.
Los “términos” son los plazos que se aplican dentro de los procesos.
Las “actuaciones” a las que se refiere la norma, cabe entenderlas como los actos
ejecutados en un proceso (actos procesales), que pueden provenir de las partes o del tribunal o de
auxiliares de la administración de justicia. La demanda y la contestación de la demanda, son actos
procesales de las partes; la sentencia es un acto procesal del tribunal; la notificación de una
resolución efectuada por el secretario del tribunal o por un receptor judicial, es un acto procesal
de un auxiliar de la administración de justicia.
Las “diligencias” pueden ser definidas como actividades procesales en las que intervienen
–a la vez- las partes y el tribunal; también podrían participar, según sea el caso, algunos
auxiliares de la administración de justicia (el secretario del tribunal, por ejemplo), o terceros
ajenos al juicio (un testigo, por ejemplo). La prueba testimonial es un caso de diligencia
probatoria que se ejecuta dentro de un proceso.
Pues bien, si tales términos, actuaciones o diligencias se encontraren pendientes en el
instante de efectuarse el cambio legislativo, lo que procede es atenerse a la norma legal imperante
al momento de darse inicio al cómputo del término, a la ejecución de la actuación o al desarrollo
de la diligencia.
Autores como QUEZADA, estiman que los “recursos procesales” quedan comprendidos
dentro de las expresiones “actuaciones y diligencias” del art. 24 de la citada Ley, de modo que
aquéllos se rigen por la ley vigente al momento de interponerse.
Sexto, en el caso de las leyes sobre la prueba, la situación es dudosa pues exige varias
precisiones (muchas de las cuales exigen estudios sobre el fenómeno probatorio, que es objeto de
análisis en otro curso). El primer problema que se genera en esta materia es la definición de la
naturaleza de la legislación aplicable a las pruebas, pues existen opiniones en tres sentidos: unos
estiman que tiene naturaleza sustantiva, otros que tiene carácter procesal y otros que puede tener
una u otra condición según la materia específica regulada. Esta es una cuestión acuciante, que
debemos dejar reservada para otra asignatura del ramo, donde se estudie la prueba en juicio.
En la doctrina nacional se ha señalado que el art. 23 de la Ley de 1861, en alguna medida,
considera la última situación. La norma dispone: “Los actos o contratos válidamente celebrados
bajo el imperio de una ley podrán probarse bajo el imperio de otra, por los medios que aquélla
establecía para su justificación; pero la forma en que debe rendirse la prueba estará subordinada a
la ley vigente al tiempo en que se rindiere”.
La ley que determina los medios de prueba sería sustantiva, mientras que la que señala la
forma de rendir la prueba es procesal. En el primer caso, la parte tiene la posibilidad de optar por
la aplicación de la ley antigua o la nueva, y así utilizar los medios probatorios contemplados por
la ley antigua, o los señalados por la ley nueva. Incluso, autores como PEÑAILILLO estiman que
podría ocupar los dos estatutos legales. Así, si la antigua legislación admitía la prueba testimonial
y la nueva no, la parte puede basarse en la ley anterior y utilizar dicho medio de prueba. Pero, a la
vez, si esta misma nueva ley admite un medio probatorio que la anterior no consideraba (por
ejemplo, el documento electrónico), la parte puede basarse en esta nueva ley para hacer uso de
esta evidencia. De modo que el litigante estaría en condiciones de utilizar las dos legislaciones, y
probar sus alegaciones tanto con testimonios (ley antigua) como por documentos electrónicos
(ley nueva).
La ley que señala la forma de producir la prueba tiene naturaleza procesal, y rige “in
actum”. Por lo que los medios de prueba que las partes ofrezcan en el juicio, independiente de la
ley que permite su utilización, siempre deben producirse en el proceso de conformidad con la
legislación nueva.
Séptimo, si se trata de actos procesales ya ejecutados, o de procesos terminados por
sentencia firme con autoridad de cosa juzgada, el cambio legislativo no afectará las
relaciones/situaciones pretéritas.
En cuanto a los actos procesales ya ejecutados, debe tenerse presente, por una parte, la
regla de la irretroactividad del art. 9 inc. 1º CC y, por otra, la figura procesal llamada
“preclusión”, en cuya virtud la realización o consumación de actos procesales impide el cambio o
la modificación de los mismos con posterioridad.
En cuanto a la situación de la cosa juzgada, son pertinentes los arts. 9 inc.2º CC y 76 inc.
2º CPR.
Octavo, en caso que se trate de iniciar un proceso nuevo, corresponde aplicar la ley
procesal vigente al momento de inicio del juicio. Aun cuando el juicio verse sobre una situación
que ocurrió bajo el imperio de otra legislación procesal.
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Noveno, cabe añadir que mediante la Ley Nº20.245 de año 2008, se ha agregado en el art.
77 CPR el siguiente inciso final, relacionado con el tema de la vigencia temporal de la ley
procesal: “La ley orgánica constitucional relativa a la organización y atribuciones de los
tribunales, así como las leyes procesales que regulen un sistema de enjuiciamiento, podrán fijar
fechas diferentes para su entrada en vigencia en las diversas regiones del territorio nacional. Sin
perjuicio de lo anterior, el plazo para la entrada en vigor de dichas leyes en todo el país no podrá
ser superior a cuatro años”. Esta situación se ha dado en las reformas procesales penal, laboral y
tributaria.

d) APLICACIÓN DE LA LEY PROCESAL EN EL ESPACIO


La ley procesal se rige por el principio de territorialidad, por lo que su vigor se extiende al
todo el territorio de la República. Excepcionalmente: (i) puede abarcar hechos acaecidos fuera del
territorio de la República; (ii) la ley nacional puede autorizar el cumplimiento de sentencias
extranjeras dentro del Estado chileno.
El principio de territorialidad se encuentra establecido en el art. 14 CC. En materia
procesal, son pertinentes normas como el art. 76 CPR y el art. 1º COT, que establecen que el
conocimiento de los asuntos civiles y penales corresponde a los tribunales expresamente
establecidos por la ley. También es atinente el art. 5º COT: “…todos los asuntos que se
promuevan dentro del territorio de la República….”. Estos preceptos los podemos vincular con
el art. 1º CPC: “Las disposiciones de ese Código rige el procedimiento de las contiendas civiles
entre partes y de los actos de jurisdicción no contenciosa, cuyo conocimiento corresponda a los
Tribunales de Justicia”.
En consecuencia, materia procesal orgánica, rige el denominado principio de la lex fori
(ley del foro), conforme al cual la organización y las atribuciones de los tribunales se gobierna
por la ley del lugar del tribunal.
En materia procesal funcional se aplica el principio locus regit actum, conforme al cual
procede aplicar la ley del lugar donde se celebró el acto. Pero los efectos se someten a la ley
donde el acto produce sus consecuencias jurídicas. La regla locus regit actum aparece recogida
por el art. 17 CC.
La regla precitada puede ser complementada con el precepto del art. 18 CC, en relación
con el cual BELLO realizó el siguiente comentario: “Los requisitos probatorios son materias de
Derecho Público, contra el cual nada valen ni las leyes de un país extranjero, ni las convenciones
privadas”. De manera tal que cabe sostener que según el criterio del codificador civil, todo lo
relacionado con la producción y la eficacia de las pruebas aportadas a un proceso, quedan
sometidas a la legislación procesal chilena en la medida que se trata de causas tramitadas dentro
del territorio de la República.
En el art. 6º COT encontramos situaciones de excepción a la territorialidad, relativas a
delitos y cuasidelitos penales que ocurrieron fuera del país y que, no obstante, están sometidos a
la jurisdicción de tribunales chilenos.
Otro caso de extraterritorialidad dice relación con las sentencias extranjeras en Chile, pues
la legislación nacional autoriza que, bajo ciertos supuestos, una sentencia pronunciada por el
tribunal de otro Estado pueda ejecutarse en Chile. En materia civil, las principales reglas sobre
ejecución de sentencias extranjeras están contenidas en los arts. 242-252 CPC, donde se regula el
proceso de reconocimiento de sentencia extranjera llamado “exequátur”, cuyo conocimiento
corresponde a la Corte Suprema.
Otro caso que podemos citar es la “extradición”, institución reglamentada en el Código
Procesal Penal. A través de la extradición un determinado Estado solicita a otro la entrega de una
persona a la que se acusa de haber cometido un delito o que ha sido condenada por ello, a objeto
de ser sometido a juzgamiento o al cumplimiento de la condena. Puede ser pasiva o activa. Es
pasiva, cuando un Estado extranjero pide al Estado chileno la entrega de una persona que ha sido
acusada o condenada en el Estado extranjero. Es activa, cuando el Estado chileno solicita a un
Estado extranjero la entrega de una determinada persona a objeto que pueda ser sometida a
enjuiciamiento o al cumplimiento de una condena en nuestro país.
Por último, a propósito de la vigencia espacial de la ley procesal, debemos volver a citar
el art. 77 inc. final CPR, donde se autoriza al legislador para disponer la parcelación territorial, tal
como ocurrió con las reformas procesales penal, laboral y tributaria. Esto último implicó que
durante un tiempo al interior del territorio de la República rigieron distintos estatutos procesales,
en diversas regiones del país.
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e) INTERPRETACIÓN E INTEGRACIÓN DE LA LEY PROCESAL


La interpretación y la integración de la ley procesal se someten a los mismos criterios
utilizados para la legislación en general, de los cuales destacamos los arts. 19- 24 CC.
Con todo, la doctrina procesal acostumbra subrayar la relevancia que tiene en ambas
actividades la analogía y los principios procesales.
Según el primer criterio, tanto en la actividad de hermenéutica de normas procesales como
en la labor de integración de lagunas legales, deben considerarse las soluciones entregadas por
otras leyes procesales. Criterio que puede relacionarse con el art. 19 Nº3 inc. 6º CPR, que ordena
al “legislador” asegurar las garantías de un racional y justo procedimiento, de manera tal que los
preceptos contenidos en una legislación deben servir para ilustrar el sentido y alcance de otras
leyes procesales; o para colmar los vacíos de ésta.
También presentan importancia los principios procesales, esto es, los conceptos
fundamentales que, consciente o inconscientemente, dan forma y carácter a los sistemas
procesales (MILLAR).
Para tener un panorama del análisis teórico que se ha efectuado en la materia,
transcribimos algunos pasajes del estudio elaborado a mediados del siglo XX por COUTURE1:
“La primera dificultad que se plantea cuando se trata de dar la respuesta que ha quedado
pendiente, consiste en saber cuándo una ley es procesal”.
“Tratando de reducir este problema a sus términos finales, creemos correcto asentar la
proposición de que la naturaleza procesal de una ley no depende del cuerpo de disposiciones en
que se halle inserto, sino de su contenido propio. Éste es la regulación de fenómenos
estrictamente procesales, vale decir, la programación del debate judicial referido a su fin, que es
la decisión de un conflicto de intereses”.
“El caso clave en la doctrina es el relativo a las normas de la prueba. Durante mucho
tiempo se creyó que las normas de la prueba eran inherencia del Código Civil o del Código de
Comercio. Sin embargo, hoy puede darse por admitido que las normas de la prueba son normas
de esencia procesal. Es absolutamente indiferente el cuerpo codificado en el que esas leyes estén
insertas. La ley que regula la oposición al matrimonio, aunque se halle incorporada en el Código
Civil, es una ley procesal; la ley que regula el concurso de acreedores o la quiebra, cualquiera sea
el Código en que esté incluida, es ley procesal”.
“Lo que debemos tratar de apresar, frente a cada caso, es la esencia procesal o no procesal
de la ley: si ésta, por su contenido, tiende a describir ese tipo tan particular de relación
continuitiva y dinámica que denominamos proceso y que se revela por esa noción de marcha que
va desde la demanda hasta la ejecución; si encontráramos en la ley esa nota; si halláramos en ella
la descripción de cómo se debe realizar u ordenar el cúmulo de actos tendientes a la obtención de
una decisión judicial susceptible de ejecución coactiva por parte de los órganos del Estado, esa
ley será procesal y como tal debemos tratarla”.
“Analizando la estructura de ese tipo de normas, hemos de encontrar la norma procesal
bajo muy distintas apariencias. Existen normas procesales en la Constitución; así por ejemplo la
norma constitucional que reconoce al ciudadano el derecho de petición para ante todas y
cualquiera autoridad del Estado; la norma, también constitucional, de que nadie puede ser
condenado sin ser escuchado; los preceptos constitucionales que reconocen la gratuidad de la
justicia para todos los ciudadanos o para los declarados pobres con arreglo a la ley, etc.”.
“La Constitución nos ofrece, así, una primera estructura fundamental del orden procesal.
Solamente ocurre que, por virtud de la característica de las normas constitucionales, que es la de
su generalidad, veremos aparecer ante nosotros el máximo campo posible en el orden normativo,
el más vasto panorama de aplicación de una norma procesal. Casi les podríamos denominar,
utilizando una antinomia, el derecho sustancial del proceso, la parte básica, la que instituye
derechos procesales que deben ser desenvueltos en el futuro por el legislador. Cuanto en
oportunidad anterior nos hemos referido a “garantías constitucionales del proceso civil”, lo
hemos hecho pensando en esta categoría de derechos procesales básicos instituidos en la
Constitución”.
“El Código de Procedimiento Civil, como el Código de Procedimiento Penal, son según
hemos expuesto, la ley reglamentaria de las garantías de justicia contenidas en la Constitución.
Encontramos en ellas la otra escala del orden normativo. El legislador, dentro del campo que le
da la Constitución, determina sus estructuras legales”.
“¿Cómo desenvuelve la ley los mandamientos de la Constitución? Sería una visión muy
ingenua la que se limitara a creer que los desenvuelve escribiendo artículos en un código. Una
tarea previa a la de escribir artículos en un código, impone determinar los principios que han de
1
COUTURE, EDUARDO J., “Interpretación de las leyes procesales”, en Estudios de Derecho Procesal Civil,
LexisNexis /Depalma, 3ª edic., Buenos Aires, 2003, t. III, pp. 34-45.
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regir ese código. Al legislador no se le presenta en primer término la tarea de redactar leyes, sino
la de planear principios”.
“En un libro que no ha tenido hasta el momento toda la difusión que merece, se ha hecho
un análisis realmente feliz del cúmulo de principios que se le presentan al legislador procesal
como programa de su acción. En él se muestra de qué manera el legislador procesal debe tomar
partido, por ejemplo, entre la oralidad y la escritura; entre el impulso procesal de oficio o el
impulso a petición de parte; entre el proceso dispositivo o el proceso inquisitorio; entre las
pruebas racionales o las pruebas legales; entre la secuencia o desenvolvimiento discrecional del
proceso o el principio de preclusión”.
“En último término, el legislador debe estructurar la ley procesal refiriéndose a algunos de
estos principios. Debe aclararse que, históricamente, casi todos esos principios se han combinado
entre sí: no ha habido históricamente procesos inquisitivos puros, ni procesos dispositivos puros;
ni pruebas racionales absolutas, ni pruebas exclusivamente legales, etc. El legislador dosifica
estos principios, pero él no puede desentenderse de ellos, como no puede desentenderse el
constructor que realiza una obra, de aquellas líneas directivas fundamentales consignadas en el
plano del arquitecto; sin las cuales es imposible iniciar la realización del edificio que se le ha
confiado”.
“Así advertidas las cosas, comprendemos de qué manera los mandamientos adquieren
vigor a través de los principios”.
“Pero, a su vez, los principios procesales se revelan en leyes procesales”.
“No parece que sea un artificio, dentro de un orden normativo muy estricto, distinguir
entre principios procesales y leyes procesales”.
“Desde el punto de vista conceptual, esta presentación en planos, diríamos, de lo que
puede ser un mandamiento, un principio y una ley, contribuye a dejar suficientemente esclarecido
el campo de nuestro trabajo”.
“El legislador antes de ir a la revelación de sus detalles particulares, debe cumplir lo que
llamaríamos el programa de su forma de hacer justicia”.
“El sistema legal es, pues, un sistema de principios, que constituyen algo así como el
esqueleto, la estructura rígida e interna de la obra, su armazón lógica, sobre el cual se ordenan los
detalles de la composición. La ley procesal es la ley que determina los detalles por virtud de los
cuales se realiza la justicia”.
“Toda ley procesal, todo texto particular que regula un trámite del proceso, es, en primer
término, el desenvolvimiento de un principio procesal; y ese principio es, en sí mismo, un partido
tomado, una elección entre varios análogos, que el legislador hace, para asegurar la realización de
la justicia que enuncia la Constitución”.
“El silencio del legislador, dentro de la idea de plenitud del orden jurídico, es, diríamos,
un silencio lleno de voces. En ese silencio, en aquel punto en el cual el legislador ha sido omiso
en dar la solución, es donde se entrecruzan todas las otras normas. La tarea consiste en hacer que
el orden se halle presente en la operación interpretativa de la cual debe extraerse la consecuencia
debida. El caos no previsto, contiene, virtualmente, todas las previsiones posibles”.
“¿Cómo debe reaccionar el intérprete en su tarea frente al silencio de la ley procesal?”
“El caso no previsto en la ley procesal, debe resolverse en función de los principios
inherentes a todo el sistema, y no en función de las analogías aparentes con tal o cual solución.
Las máximas „ubi eadem est ratio, idem jus‟, o la de que „ubi lex non distinguit, nec nos
distinguere debemos‟ no constituyen por sí mismas soluciones interpretativas, sino simples
fórmulas que la tradición nos ha legado y cuya crisis es notoria. Un mínimo de lógica, ese
mínimo de lógica que acostumbramos llamar técnica jurídica, impone sustituir estas viejas recetas
del pensamiento por principios de integración sistemática del derecho, tomados de la índole
propia del derecho particular que nos reclama la empresa interpretativa”.

7. LA LEGISLACIÓN PROCESAL CHILENA

a) ENUNCIACIÓN
Las principales leyes procesales son, en materia orgánica, el Código Orgánico de
Tribunales del año 1943; en materia procesal civil, el Código de Procedimiento Civil de 1902 y,
en materia procesal penal, el Código Procesal Penal de 2000.
Otras leyes que podríamos citar son la Ley Nº19.968 de 2004 que crea los tribunales de
familia (que contiene preceptos orgánicos y funcionales aplicables a los asuntos judiciales de
familia detallados en la misma ley); el Código del Trabajo (que en su Libro V regula a la
judicatura y el proceso laborales); el Código de Justicia Militar; la Ley Nº15.231 sobre
organización y atribuciones de los Juzgados de Policía Local; la Ley Nº18.287 de 1984 que
17

establece procedimiento ante los Juzgados de Policía Local; la Ley Nº17.997 orgánica
constitucional del Tribunal Constitucional.

b) ALGUNOS DATOS HISTÓRICOS RELACIONADOS CON LAS PRINCIPALES LEYES PROCESALES


El Código Orgánico de Tribunales del año 1943 es el resultado de la autorización otorgada
por el Presidente de la República en el año 1942, para refundir en un solo texto la Ley sobre
Organización y Atribuciones de los Tribunales del año 1875, los textos de todas las leyes que la
modificaron y complementaron. Esta tarea fue encomendada a la Universidad de Chile, por
intermedio de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Así se lee en la carta fechada 14 de
junio de 1943, suscrita por el entonces Decano de dicha Facultad profesor ARTURO ALESSANDRI
RODRÍGUEZ, la que aparece insertada al inicio del Código publicado por la Editorial Jurídica de
Chile. El Código fue promulgado y publicado el año 1943.
Hay que agregar que de acuerdo con el art. 77 CPR, la ley que regule la organización y las
atribuciones de los tribunales debe tener la calidad de ley orgánica constitucional. Por aplicación
de la disposición cuarta transitoria de la Constitución de 1980, corresponde concluir que el Código
Orgánico de Tribunales (anterior a 1980) cumple con la exigencia impuesta por el art. 77
precitado.
El Código de Procedimiento Civil fue promulgado y publicado el año 1902, y entró en
vigencia el 1º de marzo de 1903. Este cuerpo legal fue el resultado de un extenso trabajo de
preparación, redacción y revisión, que duró prácticamente medio siglo. El proceso de codificación
comenzó el año 1861, con la publicación de un texto llamado “Proyecto de Código de
Enjuiciamiento Civil para la República de Chile”, redactado por don FLORENTINO GONZÁLEZ. El
año 1862, el Gobierno encargó a don FRANCISCO VARGAS FONTECILLA que informara sobre el
mencionado texto, tarea que sólo pudo cumplir en parte el año 1867, presentando el Libro I de un
documento llamado “Proyecto de Código de Enjuiciamiento Civil”, relativo a las disposiciones
comunes a todos los juicios. El año 1873, el Gobierno nombró una Comisión informante del
“Proyecto” de 1861 (también llamada “Primera Comisión”), que terminó su labor en 1884 con la
publicación de un nuevo texto, usualmente llamado “Proyecto de Código de Enjuiciamiento Civil”
de 1884. En el año 1888 se designó una nueva Comisión (“Segunda Comisión”), encargada de
revisar el Proyecto de 1884 y de darle forma definitiva a este cuerpo legal. Los trabajos de esta
Segunda Comisión dieron lugar a un documento llamado “Proyecto de Código de Enjuiciamiento
Civil” del año 1893. El Poder Ejecutivo presentó este Proyecto al Congreso Nacional, con un
mensaje fechado 1º de febrero de 1893 (que es el que figura en el Código de Procedimiento Civil
publicado por la Editorial Jurídica de Chile). Por decisión del Congreso, el Proyecto de 1893 fue
sometido a una nueva revisión, a cargo esta vez de una Comisión mixta de senadores y diputados
(la “Tercera Comisión”), que sesionó entre el mes de noviembre de 1900 y el mes de enero de
1902. El texto que resultó de tal revisión fue sometido al análisis del Congreso, donde se decidió
aprobar el Proyecto final con fecha 28 de agosto de 1902. El texto final recibió la denominación
“Código de Procedimiento Civil”, fue aprobado por medio de la Ley Nº1.552 de 28 de agosto de
1902, y entró en vigor el 1º de marzo de 1903.
Las principales fuentes de inspiración del Código de 1902 fueron las ya mencionadas
Leyes españolas de 1855 y 1881. Tanto estas últimas leyes, como el propio Código de 1902,
pertenecen –en definitiva- a la tradición jurídica de las Siete Partidas del rey Alfonso X El Sabio,
cuerpo legislativo elaborado en el siglo XIII, que recoge –por su parte- la tradición del Derecho
común romano-canónico. Por lo mismo, puede decirse que las raíces del Código son
decimonónicas y, más en el fondo aún, bajo-medievales.
El Código Procesal Penal del año 2000 es el resultado de una profunda e íntegra
transformación del sistema procesal penal, que comenzó formalmente el año 1997 a través de la
dictación de la Ley Nº19.519, que modificó la Constitución Política e incorporó al texto
fundamental a un organismo llamado “Ministerio Público” (actualmente regulado en el Capítulo
VII, arts. 83-91). El Código instaura un nuevo modelo procesal, de tipo acusatorio, inspirado en la
idea fundamental de otorgar debido respeto a los derechos del imputado, con un régimen de
enjuiciamiento basado en la oralidad.

c) EL PROYECTO DE CÓDIGO PROCESAL CIVIL


El día 12 de marzo de 2012, el Gobierno firmó el mensaje con el cual presentó al
Congreso Nacional un “Proyecto de Código Procesal Civil”, que reemplazó a otro proyecto de
ley del mismo nombre presentado por el Gobierno en el año 2009.
Este nuevo Proyecto intenta hacer realidad una modificación profunda e integral del
sistema de enjuiciamiento civil, a fin de cumplir con las exigencias del debido proceso legal y,
así, entregar mecanismos idóneos, eficaces y eficientes para brindar tutela judicial efectiva.
18

El trabajo preparatorio de la reforma a la justicia civil comenzó el año 2004, con la


designación, efectuada por el Gobierno y por la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile,
encargada de elaborar las bases para la redacción de un nuevo Código Procesal Civil para la
República de Chile. De ahí en adelante, se han sucedido documentos consistentes en “Bases”
para la redacción de un nuevo Código del año 2005; “Anteproyecto de Código Procesal Civil” de
2006; “Proyecto” de 2009 y, ahora, Proyecto de 2012.
19

II. UNIDAD II. EL ÓRGANO JURISDICCIONAL. CONCEPTO,


PRINCIPIOS Y CLASIFICACIONES
SUMARIO: 1. Concepto de tribunales de justicia. 2. Bases fundamentales de la organización judicial chilena:
legalidad; imparcialidad; independencia; inamovilidad; responsabilidad; territorialidad; sedentariedad; pasividad;
publicidad; inavocabilidad; gratuidad y gradualidad. 3. Sistema de nombramiento de jueces. 4. Clasificación de los
tribunales de justicia

1. CONCEPTO DE TRIBUNALES DE JUSTICIA

a) DENOMINACIONES
La Constitución emplea distintas denominaciones para referirse a los órganos que
ejercitan la potestad jurisdiccional. La principal es “tribunales” (arts. 76, 77, 82). También se
hace mención a “órgano que ejerza jurisdicción” (art. 19 Nº 3 inc. 6º CPR).
La ley procesal se refiere a los “tribunales de justicia” (art. 1º CPC) o “tribunales” (arts. 1º
y 5º COT).
La Constitución emplea otra expresión, sobre cuyo significado no existe consenso entre
los autores. Se trata de la frase “Poder Judicial” (Capítulo VI). Esta expresión también aparece
utilizada por el Código Orgánico de Tribunales, en preceptos como el art. 5º y el art. 12.

b) CONCEPTO
Estructura que de acuerdo con la ley se encuentra encargada de ejercitar la potestad
jurisdiccional y de cumplir la función jurisdiccional.
Lo definitorio está dado, por ende, en la relación que media entre el órgano, la potestad y
la función. Por lo que recobra trascendencia la noción de potestad jurisdiccional.
Para una mejor comprensión, a continuación nos remitimos en parte al análisis efectuado
por BORDALÍ en torno al punto que él ha denominado: “la función judicial en el Estado
Constitucional de Derecho”2.
Como decíamos anteriormente, la tesis de COLOMBO recoge los planteamientos de
CHIOVENDA que define la jurisdicción por la función que desarrolla, función que luego
CARNELUTTI, entre otros autores, la circunscribe a la resolución de los conflictos intersubjetivos o
de la litis. Para CARNELUTTI el proceso y por ende la actividad jurisdiccional es un subrogado de
la guerra. El juez civil estatal opera para combatir la litis o el litigo, esto es, un conflicto de
intereses. El juez penal combate el delito que viene a ser guerra entre individuos. Se debe notar
que los planteamientos de CARNELUTTI sobre la función judicial están fuertemente inspirados en
una concepción típicamente decimonónica de la misma y fuertemente influenciada por la
sociología, ciencia de gran auge a fines del siglo XIX y comienzas del XX.
Es decimonónica la tesis de CARNELUTTI porque es coherente con un modelo de Estado
que asume un rol pasivo consistente en ser un mero árbitro de las disputas que se dan entre los
ciudadanos. El fin del Estado es precisamente proteger el orden existente y constituir un foro para
la resolución de los conflictos que no pueden ser allanados por los propios ciudadanos. Y es que
la propia concepción del Estado en el siglo XIX puede ser entendida como la figura de un árbitro
que resuelve conflictos de los ciudadanos. El Estado y la jurisdicción como parte de éste son
mero cauce de pacificación social.
El problema de la concepción de la función judicial de CARNELUTTI que, como hemos
visto, sigue un sector de nuestra doctrina, es que deja fuera del horizonte los fines principales de
la jurisdicción. Como lo hace ver un sector de la doctrina procesal más contemporánea, la
concepción de la función judicial como solución de controversias deja fuera de consideración la
idea que el proceso pueda servir para garantizar y asegurar la legalidad en general a través de la
efectiva y puntual actuación de los derechos de los particulares.
Por otra parte, CARNELUTTI parece situar la función judicial en un contexto donde el
Derecho se aplica a situaciones en que los ciudadanos tienen intereses contrapuestos, dejando de
lado la evolución de la función judicial para resolver los conflictos entre los órganos del Estado,
cuestiones propias de una Justicia Administrativa y de otra de carácter constitucional. En este
sentido se omite la función de control que asumen los jueces en un Estado de Derecho
contemporáneo.

2
Cfr. BORDALÍ SALAMANCA, ANDRÉS, “La independencia del Poder Judicial en el sistema constitucional chileno”,
en AA.VV., Estudios de Derecho en homenaje a Raúl Tavolari Oliveros, coord. A. Romero, LexisNexis, Santiago,
2007, pp. 518-521.
20

La función judicial de control es exigida por nuestra Constitución respecto de la


Administración del Estado (artículo 38 inc. 2º CPR y artículo 93 Nº 3º, Nº 4º, Nº 8º, Nº 9º, Nº 13º
y Nº 16º CPR) y del Legislador (artículo 93 Nº 1º, Nº 3º, Nº 6º, Nº 7º, Nº 14º y Nº 15º CPR). El
poder jurisdiccional ordinario a través del Recurso de Protección (artículo 20 CPR) también
puede cumplir esa función de control cuando los poderes del Estado vulneran los derechos
fundamentales de los ciudadanos. Con un carácter más específico, el Hábeas Corpus (artículo 21
CPR) también permite a los jueces controlar los actos del Estado.
Por otra parte, el perfil sociológico de la función judicial enfocado a la solución de los
conflictos sociales viene a oscurecer el sentido político que tiene la jurisdicción en el Estado de
Derecho moderno. Recordando el sentido y origen de la tesis de MONTESQUIEU sobre la división
de los poderes estatales como un sistema de frenos y contrapesos a fin de preservar la libertad de
los ciudadanos, hay que señalar que el judicial puede ser concebido como un contra-poder en un
doble sentido. Tiene encomendado por una parte el control de la legalidad, es decir, de validez de
los actos legislativos y de los administrativos. Por otra parte le corresponde la tutela de los
derechos fundamentales de los ciudadanos frente a las lesiones que pudiesen provenir del Estado.
Esta función de freno puede ser desarrollada por la jurisdicción precisamente porque no es un
poder representativo, sino sujeto únicamente a la ley y obligado a la averiguación de la verdad,
cualesquiera que fuesen los sujetos juzgados y los contingentes intereses dominantes. De este
modo, la función judicial es una garantía de todos los ciudadanos frente al gobierno
representativo. Este es uno de los principales sentidos que se le debe dar a la función judicial en
las sociedades contemporáneas.
De conformidad con lo dicho, se puede aseverar que una concepción de la función judicial
que pone énfasis en la eliminación del conflicto surgido entre individuos parece no atribuirle
mucha importancia a la independencia judicial. Mientras ese juez que pertenece al Estado no esté
del lado de uno de esos sujetos privados de la contienda se satisfará un mínimo de imparcialidad,
con prescindencia de si ese juez pertenece al Poder Judicial, al Legislativo o el Ejecutivo.
Por el contrario, en una concepción de la función judicial como contra-poder, según la
tesis que se exponía recientemente, la independencia judicial adquiere mucha relevancia. Es
precisamente esa independencia la que permitirá que la decisión de los jueces no sea influenciada
por los otros poderes constitucionales. Sólo así puede existir un poder del Estado que funcione
como control sobre la actividad de los otros poderes. Sólo así se garantiza la legalidad de todo el
sistema jurídico.
Una concepción más contemporánea de la función judicial que esté por lo demás
conforme con las exigencias constitucionales viene a significar que las características
estructurales de los órganos jurisdiccionales no son nada irrelevantes para el ejercicio de la
función judicial, al contrario de lo que sostenía CHIOVENDA en Italia y un sector de la doctrina en
nuestro país. La independencia del órgano jurisdiccional es especialmente importante cuando la
imparcialidad puede hacerse problemática en ciertos casos, como cuando el tercero que debe
juzgar es un órgano que pertenece a la Administración Pública. Este es el típico caso que justifica
la necesidad de la independencia para el desarrollo de la función judicial.
La estructura del órgano, entonces, sí es relevante para definir la función judicial. De lo
contrario no habría cómo asegurar la libertad y los derechos de las personas frente al poder
abusivo del Estado.
En este mismo orden de ideas, si la independencia de los tribunales de justicia u órganos
que ejercen jurisdicción no fuese relevante para definir la función jurisdiccional, no se pueden
entender correctamente algunos preceptos de la Constitución, como es el caso del artículo 38
inciso 2º CPR. Pongamos un ejemplo. Supongamos que el Servicio de Impuestos Internos liquida
un impuesto aplicando ilegalmente la normativa tributaria. Esa ilegalidad del órgano
administrativo afecta el derecho de propiedad de un contribuyente. A ese contribuyente el
artículo 38 inciso 2º CPR le asegura que podrá reclamar del acto ilegal ante el tribunal que
determine la ley. El tribunal que determina la ley, según el Código Tributario vigente (artículo
115), es el Director Regional del Servicio de Impuestos Internos, órgano que como sabemos
pertenece a la Administración del Estado. ¿Se cumple con la función de control y garantía que
asegura el referido precepto constitucional? Es evidente que no. En este caso es la
Administración del Estado. No hay así función de control alguna. No hay tampoco garantía para
ese contribuyente en la tutela de sus derechos.
Hay que señalar que cuando se analiza la jurisdicción como función se pretende
identificar dentro de las funciones estatales una concreta que se encomienda en régimen de
monopolio a unos órganos dotados de determinadas características, las que estarán preordenadas
a garantizar que la función se desarrollará según ciertas exigencias que se consideran de capital
importancia en el Estado de Derecho. Por ello en las democracias contemporáneas la función
21

judicial se encomienda en régimen de monopolio a jueces independientes e imparciales y se


prohíbe que pueda ser ejercida por órganos que no tienen tales notas.
Por otra parte, no parece concordante con nuestra tradición jurídica, ni tampoco con las
experiencias históricas sobre la materia de nuestro entorno cultural, la tesis de JOSÉ LUIS CEA que
sostiene que en la Constitución de 1980 hay dos funciones: la judicial y la jurisdiccional. Esta
tesis al parecer procede de la propia Comisión de Estudio de una Nueva Constitución y de su
presidente don ENRIQUE ORTÚZAR ESCOBAR, quien frente a la propuesta de que el artículo 73
CPR (hoy 76) dijera que “ninguna autoridad”, en vez del Presidente de la República ni el
Congreso Nacional como en definitiva quedó redactado, pudiera ejercer actividades
jurisdiccionales, señaló que ello podría comportar alterar gravemente el mapa orgánico del país
desde el instante que en la Administración del Estado existen autoridades que por mandato de la
ley ejercen esas funciones. A juicio de ORTÚZAR ESCOBAR la Administración legítimamente
ejerce funciones jurisdiccionales.
Hay que señalar que el hecho que la ley faculte a la Administración para resolver
determinados asuntos que la involucran a ella y a los ciudadanos no lo hace por ello un órgano
jurisdiccional ni ejerce funciones jurisdiccionales. Se trata de una actividad en el marco de las
competencias de la Administración del Estado. En otros países, como en España se habla de
recursos administrativos jerárquicos o de otro tipo porque se trata de actividad desarrollada ante
órganos administrativos y no jurisdiccionales. También se puede hablar de tribunales
administrativos, pero poniéndose énfasis en que son órganos no independientes de la
Administración que desarrollan funciones administrativas y no jurisdiccionales.
Ahora bien, cuando esos órganos administrativos que juzgan están dotados de una
autonomía o independencia, especialmente respecto del Ejecutivo, la doctrina comparada suele
denominar los órganos y funciones “cuasijudiciales”, “cuasijurisdiccionales” o
“parajurisdiccionales”.

2. BASES FUNDAMENTALES DE LA ORGANIZACIÓN JUDICIAL CHILENA

Se trata de los principios que rigen el ejercicio de la potestad jurisdiccional por los
tribunales chilenos. Un sector de la doctrina (CAROCCA, por ejemplo), ha sostenido que en rigor
es mejor hablar de garantías de las personas frente a la actividad jurisdiccional. Dicho enfoque
cambia la perspectiva tradicional, que acostumbraba analizar esta materia desde la óptica del
poder público, para trasladarla al plano de la posición de la persona frente a ese poder. Además,
la noción de “garantía” se preocupa no tanto de la proclamación de conceptos relativos a la
organización de la judicatura, sino ante todo de la real posibilidad que tienen los individuos para
reclamar el cumplimiento de exigencias o presupuestos propios de la función jurisdiccional
De acuerdo con programa del curso, las bases fundamentales de la organización judicial
chilena son:

a) LEGALIDAD
Principio con arreglo al cual la potestad jurisdiccional debe ser ejercitada conforme al
ordenamiento jurídico vigente y, en particular, conforme a la legalidad. Podría denominarse con
un rótulo más amplio, como base de la juridicidad, pues los tribunales deben actuar conforme al
ordenamiento jurídico vigente, no limitándose únicamente a la ley.
Pero como en materia procesal la principal fuente es la ley, cabe aludir a este principio,
rector de la actividad de los tribunales.
Podemos distinguir dos ámbitos: la legalidad en sentido orgánico y aquella en un sentido
funcional.
En un sentido orgánico, quiere decir que la potestad jurisdiccional sólo puede ser
ejercitada por los tribunales que establece la ley. Su consagración normativa se encuentra
recogida en los arts. 19 Nº 3 inc. 5º, 76 inc. 1º y 77 inc. 1º CPR; art. 1º COT, arts. 8º inc. 1º Pacto
San José de Costa Rica y 14 Nº 1, del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
La ley orgánica constitucional a que se refiere el art. 77 CPR, es el Código Orgánico de
Tribunales, ello en virtud de la disposición transitoria 4ª de la carta fundamental. Podemos decir,
además, que la legalidad orgánica constituye una garantía de las personas. La garantía del juez
natural es una expresión de ello.
En un sentido funcional, la legalidad se refiere a la necesidad del proceso previo
legalmente tramitado (art. 19 Nº 3 inc. 6º CPR). En materia procesal civil existe un recurso que
permite denunciar la infracción a este ámbito de la legalidad, denominada recurso de casación en
la forma (art. 768 CPC).
22

La legalidad en el campo de los procesos, implica también que la potestad jurisdiccional


debe ser ejercitada con sujeción a las normas jurídicas de fondo aplicables al caso. En este
sentido, es pertinente el art. 6 CPR. En materia procesal civil existe un recurso que permite
denunciar la infracción a este ámbito de la legalidad, denominada recurso de casación en el fondo
(art. 767 CPC).

b) IMPARCIALIDAD
Cualidad que caracteriza a los órganos jurisdiccionales consistente, por un lado, en ser
extraños o ajenos al objeto litigioso (y, por tanto, en carecer de interés alguno en que el litigio se
resuelva de una u otra manera) y, por otro, a los propios sujetos que litigan (CORDÓN MORENO).
El primer aspecto antes descrito, recibe el nombre de imparcialidad objetiva; el segundo,
de imparcialidad subjetiva.
Su consagración normativa se encuentra contenida en el art. 19 Nº 3 inc. 6º CPR; art. 8º
inc. 1º Pacto San José de Costa Rica; art. 14 Nº 1, del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos.

c) INDEPENDENCIA
Principio/garantía conforme al cual la potestad jurisdiccional sólo puede ser ejercitada por
órganos que gozan de autonomía frente a otros poderes públicos y a los demás tribunales.
Arts. 76 inc. 1º segunda parte CPR; art. 12 COT; arts. 8º inc. 1º Pacto San José de Costa
Rica y 14 Nº 1, del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
Podemos distinguir dos ámbitos: la independencia interna y la externa. La primera refiere
a aquella autonomía del órgano jurisdiccional en relación con otros poderes públicos; la segunda
es aquella que deben tener los tribunales respecto de otros órganos jurisdiccionales en el ejercicio
de la función jurisdiccional, en especial con aquellos de superior jerarquía.

d) INAMOVILIDAD
Principio/garantía con arreglo al cual la potestad jurisdiccional debe ser ejercitada por
jueces que no puedan ser removidos de sus cargos, mientras mantengan el buen comportamiento
exigido por la Constitución y las leyes.
La inamovilidad complementa y fortalece la independencia y, al mismo tiempo, la
imparcialidad. Se refiere a ella el art. 80 CPR. En Chile la edad máxima para servir al órgano
jurisdiccional como juez es 75 años de edad.

e) RESPONSABILIDAD
Principio/garantía conforme al cual los jueces que no observen el buen comportamiento
exigido por la Constitución y las leyes, quedan sometidos al sistema de consecuencias jurídicas
que deriva de su conducta.
Sirve de contrapeso, constituyendo un principio fundamental del Estado de Derecho.
Son pertinentes al respecto los arts.6, 7, y 79 CPR; art. 13 COT; arts. 324-349 COT.
Los jueces en el ejercicio de su cargo pueden incurrir especialmente en 3 tipos de
responsabilidad: disciplinaria, política o constitucional y ministerial.
Responsabilidad disciplinaria: es aquella derivada del ejercicio de potestades
disciplinarias frente a faltas o abusos cometidos por los jueces en el ejercicio de sus funciones. Su
regulación se encuentra regida en el art. 80 inc. 3 CPR y 530 y ss. COT. Las consecuencias que
pueden derivar de la falta o abuso van desde la amonestación privada hasta la remoción.
Responsabilidad política o constitucional: es aquella derivada del “notable abandono de
deberes”. Las normas que la contemplan son los arts.52 Nº2 letra C y 53 Nº1 CPR, en relación
con el art. 333 COT. El “notable abandono de deberes” es un concepto sobre el cual no existe
consenso, existiendo interpretaciones restrictivas que miran nada más que al incumplimiento de
deberes legales, e interpretaciones amplias que también consideran el incorrecto ejercicio de la
potestad jurisdiccional en aspectos sustantivos o de fondo. Se hace efectiva a través del
denominado juicio político que se realiza por las distintas cámaras del Congreso Nacional. La
consecuencia derivada de su aplicación es la remoción del cargo.
Responsabilidad ministerial: es aquella que deriva de conductas ilícitas cometidas por los
jueces en el ejercicio de sus funciones. Su consagración normativa fundamental se contiene en los
arts. 79 CPR, 324 y ss. COT y 223 y ss CP. La responsabilidad ministerial que puede tener lugar
puede ser de carácter civil y/o penal.
La responsabilidad ministerial penal, en términos generales, tiene lugar cuando los jueces
han cometido delito de prevaricación, que es un tipo penal propio del ministerio judicial. Las
consecuencias jurídicas consisten en la aplicación de una pena, siendo además una causal de
23

cesación del cargo.


Responsabilidad ministerial civil tiene lugar cuando el juez en el ejercicio de sus
funciones ha cometido delito o cuasidelito civil. A partir de lo que dispone el art. 325 COT,
podría sostenerse que para que tenga lugar la responsabilidad ministerial civil es necesario que
exista responsabilidad ministerial penal. Las consecuencias jurídicas son que el juez queda
obligado a indemnizar daños y perjuicios, cesando además en sus funciones.
En materia de responsabilidad ministerial, existe un resguardo a favor de los jueces que se
denomina calificación previa de admisibilidad de la acusación o demanda, teniendo su norma
fundamental en el art. 328 COT. En virtud de la señalada disposición, ninguna acusación o
demanda civil entablada contra un juez para hacer efectiva su responsabilidad criminal o civil
podrá tramitarse sin que sea previamente calificada de admisible por el juez o tribunal llamada a
conocer de ella. Constituye un resguardo frente a acciones temerarias.
En materia penal recibe el nombre de “querella de capítulos” y la regulación del
procedimiento a que da lugar se regula en los arts. 424-430 CPP. En materia civil no existe
regulación especial, sosteniéndose que debería ser tramitada como incidente, o de acuerdo a las
reglas del juicio sumario.
Finalmente, es necesario distinguir entre la responsabilidad de los jueces y la del Estado,
que responde patrimonialmente por los errores cometidos por los jueces en el ejercicio de sus
funciones de acuerdo con el art. 19 Nº7 letra i) CPR.

f) TERRITORIALIDAD
Principio consistente en que la potestad jurisdiccional debe ser ejercitada por los
tribunales dentro del territorio que determina la ley (art. 7º inc. 1º COT).
Esta base fundamental cuenta con excepciones; al respecto destacamos aquella regulada a
propósito de la inspección personal del tribunal. Según el art. 403 inc. 2º CPC, la inspección
personal del tribunal puede tener lugar fuera del territorio jurisdiccional del tribunal.
La territorialidad no impide que los tribunales dicten resoluciones que deban cumplirse en
otro territorio jurisdiccional, sino que éstos actúen fuera de su territorio. Al respecto es pertinente
el art. 7 inc. 2º COT. Destacamos que en aquellos casos en que una determinada resolución haga
necesaria la intervención de otro tribunal, debe tener lugar lo que se llama competencia delegada,
lo que se materializa a través de los exhortos.

g) SEDENTARIEDAD
Es un principio conforme al cual la potestad jurisdiccional debe ser ejercitada por los
tribunales en un lugar fijo y determinado.
Consiste en que los tribunales deben estar asentados, cuestión que se contrapone a la
figura del tribunal itinerante. Se extrae de la regulación del COT, pues refiere siempre que el
tribunal debe estar asentado en un determinado lugar. Una excepción se encuentra en el art. 21 A
COT, a propósito de los tribunales de juicio oral en lo penal, lo que se fundamenta en la
necesidad de facilitar la aplicación oportuna de la justicia penal.

h) PASIVIDAD
Principio con arreglo al cual la potestad jurisdiccional sólo puede ser ejercitada previa
solicitud de parte. Se consagra en el art. 10 inc. 1º COT. También guarda relación con el art. 76
inc. 2º CPR.
Consiste en la necesidad de que las partes soliciten el ejercicio de la potestad
jurisdiccional. Los tribunales están llamados, por regla general, a actuar de propia iniciativa sino
sólo cuando sean requeridas. Para así no afectar la imparcialidad.
Sin embargo, existen excepciones a la pasividad: casos de nulidad absoluta civil (art. 1683
CC); las medidas para mejor resolver (art. 159 CPC); el caso de la nulidad procesal de oficio (art.
83 CPC).
Una forma de compatibilizar la imparcialidad con la pasividad, y a la vez con la necesaria
eficacia de la tutela jurisdiccional, es reconociendo a los jueces facultades de dirección del
proceso, de modo que puedan sugerir a las partes algunos cursos de acción, o intervenir en caso
que la actuación de los litigantes sea incompleta. La iniciativa probatoria del juez, con carácter
complementario de la actividad probatoria de las partes, es un ejemplo de lo dicho.

i) PUBLICIDAD
Principio/garantía con arreglo al cual la potestad jurisdiccional debe ser ejercitada por
medio de actos que sean de conocimiento de la sociedad.
Las partes deben tener acceso a las actuaciones del proceso jurisdiccional, como
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consecuencia del derecho de defensa. La publicidad, por tanto, se relaciona ante todo con la
apertura de la actividad jurisdiccional hacia toda la sociedad, cuestión que legitima a la propia
jurisdicción.
Se encuentra regulada principalmente en los arts. 8 inc. 2º CPR; 9 COT y 14 Nº 1 Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos. Atendido el tenor de estas disposiciones, se
concluye que ésta base fundamental constituye a la vez una garantía para el justiciable.
Existen excepciones a la publicidad en los casos de acuerdos de las Cortes de Apelaciones
y Corte Suprema, según es posible apreciar en el art. 81 COT; medidas que puede adoptar un
tribunal penal para restringir la publicidad en determinados casos según el art. 289 CPP.

j) INAVOCABILIDAD
Principio consistente en la prohibición que tienen los tribunales para conocer aquellos
asuntos que se encuentran sometidos al conocimiento de otro tribunal.
Se encuentra recogida en los arts. 8 COT y se relaciona directamente con la regla de
radicación o fijeza (también llamada “perpetuatio iurisdictionis”), que estudiaremos más adelante

k) GRATUIDAD
Principio conforme al cual los tribunales deben ejercer la jurisdicción sin recibir
remuneración de las partes.
El Estado es quien remunera a los integrantes de los órganos jurisdiccionales. La entidad
que lleva a cabo la remuneración de los integrantes de los órganos jurisdiccionales es la
Corporación Administrativa del Poder judicial, regulada en los arts. 506 y ss. COT.
Puede relacionarse con la garantía de defensa de las partes y, por tanto, con el debido
proceso legal. Una excepción a la regla la hallamos en el caso de los jueces árbitros, los que son
remunerados por las partes.

l) GRADUALIDAD
Principio con arreglo al cual la potestad jurisdiccional debe ser ejercitada a través de
distintos grados o estadios jurisdiccionales.
De acuerdo con lo señalado, deben existir distintos grados jurisdiccionales a objeto que
intervengan diversos tribunales conociendo de un mismo proceso. Podemos relacionarlo con el
derecho a la revisión de la sentencia, al que aludimos antes.
La explicación tradicional relaciona la gradualidad con la estructura jerárquica de los
tribunales (en particular, de los tribunales ordinarios); correspondiendo cada grado jurisdiccional
al tribunal superior jerárquico inmediato; por ejemplo: Juzgados de Letras / Corte de Apelaciones
respectiva / Corte Suprema. No existe consagración normativa expresa, sino que se extrae a partir
de la regulación sobre la organización y atribuciones de los tribunales en el Código Orgánico de
Tribunales, donde los tribunales están estructurados jerárquicamente, y es posible graficar aquello
por medio de una estructura piramidal.
A propósito de la gradualidad, encontramos el concepto de instancia el cual se define
como cada uno de los grados jurisdiccionales que la ley establece para que un tribunal conozca de
las cuestiones de hecho y de Derecho ventiladas en un proceso.
Por regla general en Chile rige el principio de la doble instancia, con arreglo al cual un
proceso puede ser conocido en dos instancias. La primera, corresponderá a los tribunales que
están en la base de la estructura piramidal; la segunda, corresponderá al tribunal superior
jerárquico que se ubica en el segundo grado de dicha estructura. El modo a través del cual se pasa
de una a otra instancia consiste en el recurso de apelación.

3. SISTEMA DE NOMBRAMIENTO DE JUECES

Este tema se encuentra directamente relacionado con la independencia y es posible


concebir diversos sistemas.
Un sistema es la elección de los jueces por medio del sufragio.
Un sistema de nombramiento ideal para la independencia consiste en que los jueces sean
designados por otros jueces, es decir, una fórmula basada en la autogeneración. Sin embargo, ello
provocaría el nocivo efecto de formar de castas cerradas al interior de los tribunales.
Otra posibilidad es establecer controles entre los poderes del Estado, de modo que todos
ellos intervengan en el proceso de designación de los jueces. Es lo que ocurre Chile: art. 78 CPR.
Según este precepto, los ministros y fiscales judiciales de la Corte Suprema serán
nombrados por el Presidente de la República eligiéndolos de una nómina de 5 personas que en
cada caso propone la misma Corte Suprema; una vez determinado por el Presidente de la
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República el posible candidato, se requerirá el acuerdo del Senado quien deberá aprobar el
nombramiento por los dos tercios de sus miembros en ejercicio en sesión especialmente
convocada al efecto.
Los ministros y fiscales judiciales de las Cortes de Apelaciones son nombrados por el
Presidente de la República a propuesta de terna de la Corte Suprema
La Corte Suprema y las Cortes de Apelaciones, forman las quinas o ternas en pleno
especialmente convocado al efecto, en una misma y única votación, donde cada uno de sus
integrantes tendrá derecho a votar por tres o dos personas respectivamente. Resultan elegidos
para formar la quina o la terna quienes obtengan las 5 o 3 primeras mayorías según corresponda.
Los jueces de letras son designados por el Presidente de la República a propuesta de terna
de la Corte de Apelaciones de la jurisdicción respectiva.
Para una mejor comprensión de esta materia, nos remitimos –en parte- al trabajo
constitucional de SILVA BASCUÑAN3:

a) INDEPENDENCIA

La independencia es condición y consecuencia del reconocimiento de la especialidad de la


función jurisdiccional y de la autonomía con que ella debe realizarse por los tribunales a que está
confiada, para que pueda actuar al margen de interferencias, presiones o revisiones de otros
poderes. La especialidad de la función consiste en que sólo a los órganos del Poder Judicial
compete pronunciarse sobre los problemas propios de su jurisdicción y, por lo tanto, las demás
autoridades (Parlamento, Presidente de la República, etc.) no pueden influir en sus decisiones, ni
modificarlas o dejarlas de cumplir ni arrogarse sus atribuciones, ni avocarse el conocimiento de
los asuntos entregados a la competencia de los jueces.
Uno de los postulados sobre los cuales descansa la organización constitucional moderna –
afirma don Carlos Estévez- es el de la existencia de un poder judicial independiente, con vida y
atribuciones propias, soberano dentro de la esfera de acción que la Constitución y las leyes le
señalan… La independencia del poder judicial, es freno que detiene tanto el avance de las
veleidades gubernativas, como el de las tiranías legislativas. Puede decirse que sería ilusorio
afirmar que en un país existe libertad política, si no hay garantía de un poder judicial
independiente. Si a los magistrados y jueces les corresponde como rol principal aplicar e
interpretar la ley, no es menos importante en nuestro tiempo proteger la libertad de los
ciudadanos contra los abusos de los poderes públicos; la magistratura así concebida, constituye la
expresión suprema de la conciencia nacional, sobre todo de una conciencia que esté colocada al
margen de las luchas políticas” (Cuarta Conferencia Interamericana de Abogados, t.1, pág. 400).
Con el fin de consagrar ese principio básico se ha elevado la organización judicial al
rango de una de las tres fundamentales del Estado, y así lo reconocen desde la Constitución de
Filadelfia de 1787 o la primera de las francesas, la de 1791: “El poder judicial, no puede, en caso
alguno, ser ejercido por el Cuerpo legislativo ni por el Rey. (Cap. V, art. 10).
Lógico Corolario de esta independencia es que los miembros de la organización judicial
no deben integrar los cuerpos públicos que ejercen las funciones legislativas o ejecutivas ni
intervenir en el cumplimento de éstas.
El establecimiento, estructuración y atribuciones de los tribunales se substrae también,
con tal propósito, a la esfera de competencia del Ejecutivo: “El Poder Judicial de los Estados
Unidos se confía a la Corte Suprema y a tales cortes inferiores cuyo establecimiento pueda
ordenar el Congreso a medida de las necesidades”. Análogos preceptos figuran en la Constitución
francesa de 1791 y en todas las que le siguen.
La independencia de la función judicial debe asegurarse en diversos aspectos.
Desde luego, en primer término, desde el punto de vista orgánico, en el sentido de que su
estructuración, sus atribuciones y sus vínculos con los demás órganos estatales han de permitir a
los tribunales adoptar sus decisiones con plena autonomía, libres de presiones y de la posibilidad
de que sus determinaciones puedan dejar de cumplirse o ser alteradas en cualquier forma. “Ni el
Presidente de la República ni el Congreso pueden, en caso alguno, ejercer funciones judiciales,
avocarse causas pendientes, revisar los fundamentos o contenido de sus resoluciones o hacer
revivir procesos fenecidos” (art. 73 de la Constitución chilena de 1980).
La independencia económica, en seguida, en cuanto debe concretarse la obligación del
Estado de dotar al Poder Judicial de los diversos medios materiales y técnicos requeridos para el
desarrollo oportuno y eficiente de sus labores.

3
SILVA BASCUÑÁN, ALEJANDRO, Tratado de Derecho Constitucional, Editorial Jurídica de Chile, 2ª edic.,
Santiago, 1997, t. I, pp. 529-536. Es necesario adecuar las citas de preceptos de la Constitución, a la numeración
actualmente vigente.
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Independencia personal de los magistrados, en fin, asegurada mediante un estatuto que


rija los requisitos de incorporación, permanencia y término de sus funciones, en tales condiciones
que les sea posible entregarse de lleno a sus tareas y adoptar sus decisiones sin riesgo alguno de
verse perturbados en su persona misma.

b) SISTEMAS DE NOMBRAMIENTO

El mejor sistema de nombramiento de los magistrados fue cuestión que se abrió desde el
comienzo del constitucionalismo moderno.
Dentro de la lógica del pensamiento revolucionario se estimó que correspondía su
designación directamente el soberano, y así la elección popular de los jueces fue consagrada en
Francia por leyes de 1790. Muy pronto, aun antes de instaurarse la dictadura de Bonaparte, la
fórmula había sido prácticamente abolida y reconocido su fracaso. También se ha practicado en
los Estados de la Federación Norteamericana –no en el Poder Judicial Federal- con resultados
igualmente discutibles. Pueden citarse también como de elección popular los tribunales inferiores
suizos.
La realidad confirma la inconveniencia de una solución que es en teoría condenable.
Derivando el juez su título y la duración de su cargo del favor popular es difícil que lo desempeñe
con entera prescindencia de toda consideración ajena a la justicia que administra. Como el
resultado electoral se vincula a la acción de partidos políticos, resultaría más bien extraño que se
conquistara la magistratura y se ejerciera sin compromiso alguno que derivara de la afiliación
partidista o de sus exigencias. Si no se convierte en una carrera dotada de estabilidad y de
continuidad, la magistratura se priva de la profundidad y especialización indispensables en una
tarea cuyo buen desempeño requiere no sólo vastos conocimientos sino la perfección que
proviene de la dilatada experiencia. Por otro lado, por buena intención que cabe suponer a los
sufragantes en la selección de los magistrados, carecerán los electores, en su gran mayoría, de
competencia indispensable para apreciar el grado en que los jueces eventuales reúnen las
condiciones técnicas habilitantes para una eficaz labor.
Si el Parlamento decreta los nombramientos, derivan ciertamente de un cuerpo que, por su
más elevada cultura y mejor información, está en superiores condiciones que el electorado para
aquilatrar las cualidades técnicas que hacen un juez eficiente. Sin embargo, no se evita de tal
modo, sino que, al contrario, se hace más grave el peligro de que los magistrados se vean
envueltos en las luchas políticas y sean juego de las pretensiones y rivalidades partidistas.
Algunas constituciones limitan la designación por las asambleas electivas sólo a los integrantes
de los más altos grados de jerarquía judicial.
No se confunda con el nombramiento por el Congreso aquel sistema que exige, como lo
hace la Constitución de Filadelfia, que los nombramientos se extiendan por el Presidente de la
República pero previo consejo y consentimiento del Senado (Art. II, sección II). En Estados
Unidos se ha creado la tradición de que se aprueben o rehúsen tales designaciones al margen de
toda consideración puramente política y de proselitismo partidista, aunque ha habido en este
último tiempo algunas situaciones que preocuparon a la opinión pública y no la dejaron
convencida de la completa imparcialidad que debía respetarse.
El nombramiento directo y exclusivo del Poder Ejecutivo no se contradice, esencialmente,
con la posibilidad de una judicatura competente – al contrario, se encuentra en excelente
expectativa de procurarla-, pero envuelve el grave riesgo de que resulte dependiente de aquella
autoridad que con más eficacia puede presionarla, fuera de que esa forma de designación no
garantiza tampoco el curso de promociones generadas sólo por consideraciones extrañas a la
mejor prestación del servicio judicial.
En Inglaterra, según el grado de jerarquía del magistrado su nombramiento lo hace el Lord
Canciller consultando, indudablemente, al Primer Ministro; o a la Corona por consejo del Primer
Ministro, quien presumiblemente, consulta al Lord Canciller; o directamente por éste. Las
designaciones recaen en los miembros de los cuerpos profesionales que agrupan, con fuertes y
antiquísimas tradiciones y disciplina, a quienes ingresan a ellos para desempeñar tareas dentro o
fuera de los Tribunales.
Parece razonable sostener como laudable el sistema de que los jueces sean escogidos por
ellos mismos (cooptación) porque se presenta como muy natural que ellos, sabiendo mejor que
otros apreciar las cualidades propias de la magistratura, velen por la aptitud de los seleccionados.
Sin embargo, el espíritu de cuerpo puede ocultar o amparar corrupciones o abusos que se
perpetúan cuando se transforman en una casta cerrada que se autogenera.
Nadie querrá revivir, en fin, el sistema que mereció tantas y tan justas críticas, una de las
causas más graves del desprestigio del absolutismo monárquico, de transformar estos cargos en
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plazas negociables, porque la venalidad no asegura ninguna de las bases fundamentales de una
buena administración judicial.
De la rápida revisión que precede relativa a las diversas formas de nombramiento de los
magistrados y de las ventajas e inconvenientes de unas y otras, se comprende la tendencia a
establecer fórmulas mixtas que, combinando en algún grado las expuestas, procuran asegurar la
buena selección técnica y la estabilidad de los empleados judiciales que requieren prolongada
consagración, independencia e imparcialidad.

c) INAMOVILIDAD

La inamovilidad es el principio en virtud del cual un juez no puede ser removido, mientras
dure su buen comportamiento, durante el período fijo o el tiempo indefinido para el cual ha sido
nombrado, a menos que su mal comportamiento sea establecido por causa legal debidamente
sentenciada.
Incluso en Inglaterra los reyes sostenían que la permanencia existía durante bene placito
nostro y, aunque en la época republicana se los nombró quamdian se bene gesserint -mientras
duraba su buen comportamiento-, producida la restauración monárquica como los reyes
renovaran la práctica arbitraria precedente, el Acta de Establecimiento de 1701 afirmó ese nuevo
principio y estableció para el soberano la obligación de remover a los jueces a petición de ambas
ramas del Parlamento. Sólo una vez, en 1830, un juez irlandés, Sir Johan Barrington, fue así
separado. Sin embargo, la Corona –no el monarca- “podría remover por mala conducta
funcionaria, negligencia de los deberes oficiales o (probablemente) si es convicto de un grave
delito” (Hood Phillips, 557).

d) RESPONSABILIDAD

Naturalmente el Poder Judicial no asume responsabilidad orgánica en cuanto actúa dentro del
ordenamiento jurídico, cualquiera que sean las consecuencias de sus decisiones, las cuales deben
ser soportadas o cumplidas por quienes se vean afectados por ellas. Será muy excepcional el caso
en que dicho ordenamiento consagre situaciones que establezcan una responsabilidad, que no
sería del Poder Judicial, sino que del Estado mismo del cual es órgano; tal es la situación prevista
en el art. 19 Nº 7 letra i) de la Constitución chilena de 1980 para el caso de proceso o
condenación injustificadamente erróneo o arbitrario.
Mientras tanto, el principio de la responsabilidad apunta a que los jueces deben sufrir en
su persona o derechos por los delitos o abusos que cometan en el ejercicio de sus funciones. Para
hacer efectivas tales responsabilidades, pueden ser castigados disciplinariamente por la propia
jerarquía, la cual tiene también facultades para remediar las faltas cometidas de oficio o a
petición de parte (recurso de queja), o ser sancionados según la ley común, cuando han llegado
así a cometer delitos, previo un procedimiento que equivale a un antejuicio (querella de
capítulos).

e) SISTEMA DE JURADOS

La función judicial, es por su naturaleza, compleja y requiere conocimientos de la legislación


sustantiva pertinente, del procedimiento aplicable, de los sistemas de rendición y valoración de la
prueba. Por tales motivos se entrega generalmente la misión de juzgar a magistrados letrados y de
carrera, y, además, para evitar en lo posible el error o la diversidad de criterios, se organiza con
frecuencia la judicatura a base de cuerpos colegiados en que se facilita la deliberación o se
consagra diversidad de grados de jurisdicción de modo que el superior está facultado para
enmendar o anular la decisión del magistrado inferior.
Sin embargo, se alegan ventajas al juzgamiento por jurados que son jueces ocasionales,
ajenos a especialización técnica, llamados a resolver el caso de acuerdo con su leal saber y
entender, apreciando en conciencia la situación producida o la culpabilidad del acusado. Ajenos a
la deformación profesional y espíritu de cuerpo, se espera de los miembros del jurado un
juzgamiento inspirado en la simple rectitud humana, sin vínculos con la organización judicial ni
de compromiso de intereses o expectativas en la judicatura; se confía en la pureza de la natural
inclinación de justicia de todo hombre sano; siendo el derecho expresión de buen sentido, se
supone que goza de este cualquier persona normal; sumidos en los quehaceres ordinarios y
enfrentados a las dificultades que la vida presenta, se atribuye en fin, a los jurados la posibilidad
de apreciar con exactitud la situación que deben resolver.
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Según Maitland, el origen del jurado se relaciona con el privilegio que ejercían los reyes
francos de colocarse fuera del procedimiento formal ordinario y que se sentían autorizados para
transferir a otros. Dejado ya de lado el combate judicial; “un grupo de vecinos era convocado por
un oficial público para testificar la verdad cualquiera que fuera, acerca de los hechos y del
derecho que se presumía en su conocimiento. Posteriormente un procedimiento similar se usó
para la averiguación de los crímenes.
Dentro de las tradiciones inglesas, se considera el juicio por jurados como una de las
principales seguridades que tienen los súbditos para la protección de sus derechos y por lo tanto
uno de los principales baluartes de su Constitución. Se extendió tanto en la jurisdicción civil
como en la criminal y en ésta se organizaba primero un gran jurado para dar o no paso a la
acusación y luego un pequeño jurado para pronunciarse sobre la culpabilidad.
Al advenimiento de la República en Francia, es ésta una de las instituciones que la nación
continental procura trasplantar de la isla pero se la acoge sólo en el orden penal.
Actualmente en Inglaterra, aunque nacidos los jurados precisamente dentro de la
jurisdicción civil, han caído respecto de ésta en casi completo desuso.
Se conserva activo, mientras tanto, en las causas criminales mayores, cuando no son
resueltas sumariamente por los magistrados con el consentimiento del acusado. Según datos de
Hood Phillips, al tiempo que escribía, el 85% de los casos se resuelven sumariamente y, el 15%
entregado al juicio de jurados, en cerca de los dos tercios los acusados se reconocen culpables, de
manera que sólo alrededor del 5% se resuelven realmente en definitiva por jurados.
La actuación de los jurados está, por lo demás, encauzada por el juez letrado que dirige el
Tribunal e ilustra su deliberación.
“Muchos argumentos se aducen a favor del juicio por jurados en los casos criminales -
dice el autor recién citado-. Se dice que el veredicto de un jurado es más fácilmente admitido por
el público que el veredicto de un Juez, que el servicio del jurado proporciona ordinariamente a los
ciudadanos una oportunidad de participar en la administración de justicia y que el jurado releva al
juez de parte de su responsabilidad. El último argumento es acogido a menudo por los propios
jueces, especialmente, en relación a los procesos de asesinato… Muchos jueces piensan también
que la apreciación de los hechos por el jurado es casi siempre correcta, y más frecuentemente
exacta de lo que podría ser la del juez. Los jurados, hombres o mujeres, tienen ese sentido común
y conocimiento del mundo que es requisito para aquilatar la credibilidad de los testigos. Se dice
que la necesidad que tiene el juez de dirigir el jurado ha mantenido al derecho ingles simple y
claro, y aun, que el jurado es resguardo contra las leyes impopulares. Los argumentos en contra
del sistema de jurado comprenden el aventurado método de selección, y la exclusión de él de la
mayoría de las clases profesionales: la inexperiencia del jurado en examinar la prueba y su falta
de familiaridad con el trabajo y la atmósfera de los Tribunales; la regla de la unanimidad; el
servicio forzado y la inadecuada compensación por la pérdida de tiempo; el esfuerzo físico y
mental de un prolongado juicio; y el hecho de que un jurado es más fácilmente influenciado que
un juez por la elocuencia del abogado.

4. CLASIFICACIÓN DE LOS TRIBUNALES DE JUSTICIA

Las principales clasificaciones de los órganos jurisdiccionales son las que se indican a
continuación. Cada una corresponde a diversos factores de clasificación, todos los cuales son
posibles predicar respecto de cada órgano jurisdiccional.

a) CLASIFICACIÓN SEGÚN SU UBICACIÓN EN EL PODER JUDICIAL


Distinguimos entre tribunales ubicados dentro del poder judicial y aquellos ubicados fuera
del poder judicial. La norma fundamental al respecto, es la contenida en el art. 5º COT.

b) Clasificación según la naturaleza del tribunal


El órgano jurisdiccional según su naturaleza se clasifica en tribunales ordinarios,
especiales y arbitrales (art. 5º COT).
Tribunales ordinarios: Son aquellos tribunales a los cuales la ley encarga el conocimiento
y juzgamiento de cualquier asunto judicial promovido dentro del territorio de la República, a
menos que sea de competencia de tribunales especiales o arbitrales. Sus características son:
primero, integran el Poder Judicial; segundo, se encuentran regulados en el COT desde el Título
II en adelante; tercero, se encuentran organizados de manera jerárquica y, cuarto, corresponde por
regla general el conocimiento de los asuntos judiciales promovidos dentro del territorio de la
República.
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Tribunales especiales: Son aquellos tribunales a los cuales la ley encarga expresamente el
conocimiento de determinados asuntos judiciales.
Tienen esta naturaleza: los Juzgados de Familia; los Juzgados de Letras del Trabajo; los
Juzgados de Cobranza Laboral y Previsional y, los Tribunales militares en tiempo paz; todos los
cuales se rigen en su organización y atribuciones por las disposiciones orgánicas constitucionales
contenidas en la Ley N°19.968, Código del Trabajó, y el Código de Justicia Militar y leyes
complementarias, respectivamente.
Existen otros tribunales especiales: vgr. los Juzgados de Policía Local, el Tribunal de
Defensa de la Libre Competencia, entre otros.
Características: primero, no todos forman parte del Poder Judicial (art. 5º COT); segundo,
se rigen por leyes especiales y, en su defecto, por el COT (art. 5º COT); tercero, sólo tiene
competencia para conocer aquellos asuntos judiciales expresamente señalados en la ley especial.
Tribunales arbitrales: Son aquellos tribunales servidos por jueces árbitros. Estos jueces se
encuentran definidos en el art. 222 COT, y les son aplicables los preceptos contenidos en el titulo
IX del citado cuerpo legal.
No forman parte del Poder Judicial. Conocen los asuntos judiciales de arbitraje voluntario
y forzoso.
En relación con esto último, existen tres tipos de arbitraje. En primer lugar, el arbitraje
voluntario, que versa sobre aquellas materias que por decisión de las partes son entregadas al
conocimiento de jueces árbitros; en segundo lugar, el arbitraje forzoso, que versa sobre materias
que por disposición legal deben ser sometidas al conocimiento de este tipo de jueces y, por
último, el arbitraje prohibido, referido a materias que por ley no pueden ser metidas a
conocimiento de jueces árbitros.

c) CLASIFICACIÓN SEGÚN EL NÚMERO DE JUECES QUE EJERCEN LA JURISDICCIÓN


Distinguimos entre tribunales unipersonales y colegiados.
Tribunales unipersonales: Son aquellos en los que la jurisdicción es ejercida por un juez.
Tribunales colegiados: Son aquellos en que la jurisdicción es ejercida por más de un juez.
Tratándose de este tipo de tribunales, observamos que en Chile el número de los jueces suele ser
impar.
El factor que determina esta clasificación es el número de jueces que ejercen jurisdicción,
por lo mismo, es indiferente para efectos de una u otra categoría, el número de jueces que integra
el tribunal.

d) CLASIFICACIÓN SEGÚN LAS FACULTADES DEL ÓRGANO JURISDICCIONAL


Distinguimos entre tribunales de Derecho y de equidad.
Tribunales de Derecho: Son aquellos tribunales que deben resolver los asuntos sometidos
a su conocimiento de conformidad a normas jurídicas.
Tribunales de equidad: Son aquellos tribunales que están autorizados para resolver los
asuntos sometidos a su conocimiento de conformidad con su concepto de lo equitativo o justo.
En Chile, la regla general son los tribunales Derecho, sin perjuicio del caso del tribunal
arbitral servido por árbitros arbitradores.

e) CLASIFICACIÓN SEGÚN LOS ATRIBUTOS TÉCNICOS DE LOS JUECES


Distinguimos entre tribunales de letrados, legos y escabinos.
Tribunales de letrados: Son aquellos que se encuentran servidos por jueces que son
abogados.
Tribunales de legos: Son aquellos que se encuentran servidos por jueces que no son
abogados.
Tribunales de escabinos: Son aquellos tribunales que son servidos simultáneamente por
jueces que son abogados y que no son abogados.
En Chile, la regla general son los tribunales de letrados.

f) CLASIFICACIÓN SEGÚN LA INSTANCIA EN QUE CONOCEN


Distinguimos entre tribunales de única, primera o segunda instancia.
Tribunales de única instancia: Son aquellos cuyas resoluciones no son susceptibles de
recurso de apelación.
Tribunales de primera instancia: Son aquellos cuyas resoluciones son susceptibles de
recurso de apelación.
Tribunales de segunda instancia: Son aquellos tribunales que conocen y resuelven el
recurso de apelación.
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g) CLASIFICACIÓN SEGÚN LA ESTABILIDAD DEL TRIBUNAL


Distinguimos entre tribunales permanentes y accidentales.
Tribunales permanentes: Son aquellos establecidos por la ley para el conocimiento de los
asuntos judiciales sin considerar si éstos se han suscitado o no, como tampoco, si se ha requerido
o no su intervención en ellos.
Tribunales accidentales: Son aquellos que se establecen para el conocimiento de
determinados asuntos judiciales una vez que éstos se han suscitado y después que se ha requerido
su intervención en los mismos.
En el Derecho chileno, la regla general son los tribunales permanentes; sin embargo,
existen casos de tribunales accidentales, tales como los Presidentes y Ministros de Corte, los que
también se denominan Tribunales de excepción. Sin perjuicio de su posterior análisis,
adelantamos que son pertinentes los arts. 50 y ss. COT.

g) CLASIFICACIÓN SEGÚN EL LAPSO DE EJERCICIO DE SUS FUNCIONES


Distinguimos entre tribunales temporales y perpetuos.
Tribunales temporales: Son aquellos que tiene un tiempo establecido para el ejercicio de
la función jurisdiccional.
Tribunales perpetuos: Son aquellos que no tienen fijado un tiempo para el ejercicio de la
función jurisdiccional.
La regla general en Chile, son los tribunales perpetuos. Un caso de tribunal temporal es un
tribunal arbitral.

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