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Fernando Cayo protagoniza este monólogo escrito y dirigido por Juan Carlos Rubio

sobre los vicios del poder y la desgracia de no saber ejercerlo


Maquiavelo hoy sería un asesor político, de esos que llevan traje y corbata, cuello duro, puños dobles y están

muy cerca del poder. Tanto que tienen en la memoria olfativa grabado el olor a podredumbre y son incapaces de

librarse de él, llegando a sentir cierta nostalgia cuando se ven obligados a alejarse. Eso le sucedió a Nicolás

Maquiavelo (Florencia, 1469-1527) cuando fue desterrado; paralizado por el rechazo de los suyos, se sentó a

escribir sobre lo que mejor conocía y parió El príncipe, un tratado estratégico político-militar y un manual de uso

para todo dirigente que se precie.

Nunca había sido adaptado al teatro, por eso la hazaña que han realizado el director Juan Carlos Rubio y el

actor Fernando Cayo merecía todos los llenos que han gozado en los festivales veraniegos. Ahora entra por fin

en Madrid, en los Teatros del Canal (del 16 de octubre al 11 de noviembre), al borde de unas elecciones

generales y en medio de un momento político que hace más necesario que nunca escuchar en qué se convierte

el hombre cuando está cerca del poder.

Si ha tardado tantos años en adaptarse a la escena será porque es complicado de teatralizar. ¿Qué han tenido

que hacerle a El príncipe para que pueda subir al escenario?

Juan Carlos Rubio. Ha habido sobre todo una labor de limpieza. Maquiavelo utiliza muchos ejemplos

históricos y habla mucho de la guerra y los ejércitos, así que lo más complejo ha sido quedarnos con

esas líneas de pensamiento que podían estar vigentes hoy día y que podían sonarle contemporáneas al

espectador. Habla, por ejemplo, de la corrupción, de la importancia de elegir bien a tus ministros; que

también es tu responsabilidad. ¿Qué pasa cuando un gobernante cambia de opinión, las promesas

electorales que deben hacerse? Maquiavelo ya tenía estas cosas bastante claras. Da un poco de repelús

pensar que hace 500 años ya se hablaba de todo esto.

¿Por qué elegir esta obra?

Fernando Cayo. Juan Carlos tenía ganas de hacer un texto político desde hacía tiempo y él pensaba

que no había uno mejor que El príncipe de Maquiavelo. Yo creo que cuando un pensador como éste llega

a algo esencial, como es el caso de El príncipe, es algo que permanece, como cuando se ponen en

escena los clásicos. El gran acierto de Juan Carlos es que con esta obra nos acerca al Maquiavelo

individuo, persona, en su despacho de una manera privada, una vez que ya está en el destierro y se

siente frustrado.

Juan Carlos Rubio. Sí, yo quería escribir algo sobre el poder, y la aventura ha sido teatralizar toda esta

historia. La clave nos la ha dado el propio Maquiavelo: un hombre que, acostumbrado a manejar el poder,

se ve privado de él y, en el destierro, sueña con el poder. Fue determinante encontrar su


correspondencia personal. Hay una carta que él escribe a un amigo y sobre esos sentimientos hemos

montado la dramaturgia de la función. Solo había que buscar una excusa dramática fuerte y un actor

monstruoso como es Fernando Cayo.

El texto es bastante ambiguo, parece totalmente irónico.

Juan Carlos Rubio. Más que ambiguo, lo que hace es diseccionar la realidad, era un analista. Esa

ambigüedad es su grandeza. Los políticos son ambiguos por naturaleza. Era muy avanzado a su época

teniendo en cuenta dónde está enclavado: en una Italia atomizada en reinos cada uno con su

gobernante. Él sueña con un estado más poderoso que pueda tomar las riendas de toda Italia.

Si viviera hoy, ¿qué sería Maquiavelo?

Juan Carlos Rubio. Maquiavelo sería un asesor político. Incluso un asesor un poco pelota porque para

mantenerse en el poder tuvo que simular a veces ciertos gustos. Eso nos pasa a todos, no podemos ir

diciendo siempre la verdad.

Fernando Cayo. Yo creo que sería un diplomático, intentando salvaguardar los intereses de Florencia

frente al rey de Francia; un hombre acostumbrado a calibrar sus fuerzas y a utilizarlas.

Con toda la influencia que tenía, cayó en desgracia...

Fernando Cayo. Me gusta decir que Maquiavelo es uno de esos hombres que ha sido despreciado por

los contemporáneos de su tiempo y reconocido por las generaciones posteriores. De hecho, él escribe El

príncipe en 1513 pero no se publica hasta 1532 a título póstumo. Él fue en vida más conocido como

dramaturgo (La mandrágora) que como analista político y hay que rendir cuentas con la historia porque

los seres humanos somos injustos con nuestros genios: Maquiavelo, Van Gogh, Orson Welles... Gente

con un talento inconmensurable pero que sus contemporáneos no tenían la suficiente visión para

reconocerlo.

¿Podría decirse que El príncipe es un manual de instrucciones para políticos?

Juan Carlos Rubio. Maquiavelo no moraliza; describe la condición humana frente al poder. Qué nos

pasa cuando nos encontramos con el poder en frente, cómo nos comportamos... De hecho, como dice el

texto: uno puede ser temido sin ser odioso. Y es que él tampoco va cortando cabezas porque sí. Cuando

habla del mal dice que hay que hacerlo de una vez, porque calibra la manera menos mala de hacerlo. Y

es que el poder es así; de hecho Maquiavelo se queda tibio con respecto a cómo actúan nuestros

gobernantes.

¿Qué ha pasado hoy con la virtud en la política?


Fernando Cayo. Yo encuentro muchos más políticos virtuosos en la política local que en la nacional. Yo

sí que creo que hay políticos plenos de virtú, sin d, como la escribía Maquiavelo, que son conscientes,

que tienen poder pero no abusan de él, que son sabios pero no son prepotentes.

Juan Carlos Rubio. Yo estoy de acuerdo con Fernando en que no se puede generalizar, pero hay un

grado de crispación muy grande y deberíamos bajar el tono, hablar todos un poquito más bajo, ser más

educados, agradeciendo lo que se ha hecho. Habría que trabajar más en lo constructivo en lugar de en lo

destructivo. Eso demuestra poca inteligencia.

¿Deberían venir a ver la función los candidatos?

Juan Carlos Rubio. Cada semana hemos invitado a un político a un coloquio y tendremos la oportunidad

de cambiar impresiones con ellos. Lo que queremos ver es al ser humano frente a la política. Los días

que hemos hecho debate tras la función es muy interesante porque el público ha sabido captar todos los

matices y hacer paralelismos.

¿Cuál es la gran virtud de este montaje?

Fernando Cayo. Una cosa que está muy bien es el sentido del humor, la ironía, el humor negro, el humor

ácido... porque Maquiavelo tenía mucho sentido del humor y Juan Carlos ha sabido extraer este punto y

lo hace de manera divertida, irónica, y te hace pensar.

Juan Carlos Rubio. Hemos querido mostrar a Maquiavelo en la soledad de su despacho, dictando El

príncipe y pasando por el mal trago del destierro. Fernando hace que el texto llegue muy bien al público

porque es un actor inteligente y está inteligente en escena.

S i hay dos personajes ‘oscuros’ del


pensamiento político clásico esos son Rasputín y
Maquiavelo. Su imagen ha pasado a la historia como
la de hombres en la sombra, susurradores al oído del
poderoso, siempre dotándoles de peligrosos
razonamientos y argumentos inconfesables para
legitimar sus acciones y omisiones. En realidad la historia no es tan así, pero —como sugeriría el
propio Maquiavelo— la realidad no tiene que ser tan importante.

Muchas de sus frases e ideas, esas que han pasado a la posteridad, responden a contextos
concretos, momentos históricos donde los líderes tenían un poder que ahora no ejercen. Sin
embargo, eso no significa que —salvando las distancias— no se puedan aplicar a retratos
actuales. Incluso las más descarnadas reflexiones de Maquiavelo encajan en algunas realidades
políticas cotidianas.
Si hacemos caso al hombre al que se debe el concepto de ‘maquiavélico’ (y no como algo bueno,
precisamente), la política son tres cosas: apariencia que conservar, amigos de los que conseguir
cosas y enemigos a los que purgar. Apariencia porque «todos los hombres son perversos y están
preparados para mostrar su naturaleza». Amigos (del alma) porque «cuando uno ha sido buen
amigo encuentra buenas amistades aun a pesar suyo». Y enemigos porque «se ofende solo a
aquellos a los que se les quita sus campos y casas para darlos a nuevos moradores, y quedando
dispersos y pobres aquellos a quienes ha ofendido no pueden perjudicarte nunca».

Qué diría Maquiavelo de Mariano Rajoy


Puestos a hablar de política ficción, podría augurarse que Rajoy sería uno de los políticos favoritos
del filósofo, diplomático y pensador italiano. No por que sea violento o despiadado —porque no—,
sino porque encarna lo más político de la política: dejar hacer, aprovechar las debilidades del
contrario y, llegado el caso, regatear la verdad con extraordinaria habilidad. Pero toda trayectoria
tiene un origen, y en el caso del presidente este tuvo lugar cuando Aznar le designó como sucesor.
Pero ya se sabe, para disgusto del expresidente, «los hombres olvidan antes la muerte del padre
que la pérdida del patrimonio».

Ya ungido como líder, el Rajoy candidato a ser presidente decía que quería ser previsible como
estrategia para oponerse a lo que veía como improvisado y caótico. Pero al Rajoy de después, al
que finalmente consiguió ser presidente, se le olvidó su previsibilidad porque lo de cumplir
promesas electorales no es que haya sido una prioridad, ni en esta última legislatura ni en las
anteriores. Y ya se sabe, «la promesa dada fue una necesidad del pasado; la palabra rota es una
necesidad del presente». O, dicho de forma menos prosaica, «un príncipe nunca carece de
razones legítimas para romper sus promesas».

Es cierto, la verdad sea dicha, que el estilo del presidente no es tan directo como la mentira. Es
algo más sagaz que todo eso: decir que va a hacer algo y no hacerlo o rodear un asunto
complicado. Sí ha habido en su equipo, no obstante, quien ha llevado a su máxima expresión la
versión ‘dura’ del razonamiento de Maquiavelo: «No digo nunca lo que creo ni creo nunca lo que
digo y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras que es
difícil reconocerla». Que cada cual ponga su nombre…

Porque Rajoy es, así en general, un tipo prudente. Tanto que aplica a la perfección eso de que «los
hombres intrínsecamente no confían en nuevas cosas que no han experimentado por sí mismos».
Y eso vale tanto para «hilillos de plastilina», como para «casos aislados», como para «ese señor
del que usted me habla».

«Delega acciones impopulares, resérvate las populares», dijo también. Qué más da si eso
implica no admitir apenas preguntas de la prensa, hacer declaraciones a través de un
monitor o rendir testimonio judicial por videoconferencia. Para lo agradable siempre hay
tiempo, para lo otro ya…

Qué diría Maquiavelo de Pedro Sánchez


Si hay un partido con el que encaja el calificativo ‘maquiavélico’ es ahora mismo el PSOE,
especialmente el de los últimos meses. Aunque todo empezó cuando Susana Díaz decidió ungir a
Pedro Sánchez contra Eduardo Madina, hace unos años que parecen una eternidad. «El que es
causa de que otro se vuelva poderoso obra su propia ruina», advertía el diplomático, pero ni caso.
Y no es que sus textos avisaran una sola vez, porque hubo más frases, casi una para cada fase de
la guerra civil que empezó entonces en el partido. «Los hombres deberían ser tratados
generosamente o destruidos, porque pueden vengarse de las lesiones leves; de las fuertes no
pueden», escribió Maquiavelo también. Pero Susana Díaz no debió atender bien y creyó muerto
(políticamente) a su señalado cuando decidió quitarlo de en medio. Y no.

«Si una lesión tiene que ser hecha a un hombre, debería ser tan severa que su venganza no
necesite ser temida», insistió. Pero nada. «No hay guerra que evitar; solo puede ser pospuesta en
la ventaja de otros», podría haber advertido también a la Gestora, que decidió postergar las
primarias durante seis meses, tras el ‘golpe’ de la lideresa andaluza. Si no se hace caso al
pensamiento de Maquiavelo pasa lo que pasa…

Quien sí pareció atender a los mensajes fue el ínclito Sánchez. «La mejor fortaleza que un príncipe
puede poseer es el afecto de su gente», escribía también. El resto es historia, y lo que esté por
llegar. Como escribió en otra ocasión, «las viejas ofensas no se borran con beneficios nuevos,
tanto menos cuanto el beneficio es inferior a la injuria».

Qué diría Maquiavelo de Pablo Iglesias


Juego de tronos es una de las ficciones favoritas del líder de Podemos. No cuesta ver al pensador
italiano detrás de algunas de las frases de Daenerys Targaryen, como aquella de «no voy a parar
la rueda, voy a romper la rueda». Porque Maquiavelo escribió algo muy similar que encaja
perfectamente con su ideario: «No estoy interesado en preservar el statu quo; quiero derrocarlo».

Pero claro, si quieres acabar con lo que hay y montar algo nuevo, el italiano también tiene un aviso
para reformistas: «No hay nada más difícil de emprender, ni más dudoso de hacer triunfar, ni más
peligroso de administrar que la elaboración de un nuevo orden». Aunque, claro, eso vale tanto para
reformistas hacia el sistema similares a Iglesias como para quienes proponen hacer la reforma de
otra manera, como Errejón, el último purgado.

Aunque no solo de statu quo o ‘sistema’ viven Iglesias y los suyos. Tampoco cuesta verle en sus
apelaciones a «la gente» o «el pueblo», y por tanto no cuesta tampoco verle en afirmaciones como
la de que «para entender la naturaleza de la gente uno debe ser un príncipe, y para entender la
naturaleza del príncipe uno debe ser la gente». De ahí lo de la unidad popular.

La forma en que los demás hablan de Podemos también es de ‘primero de Maquiavelo’. Que si la
formación cobra de Irán, que si admira lo que hace Venezuela… Porque, según decía el
diplomático italiano, «nunca intentes ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira».
Y funciona, al menos en tiempo de campaña electoral.

Qué diría Maquiavelo de Albert Rivera


Ha llovido mucho desde que Albert Rivera intentó saltar a la primera línea de la política. Corría el
año 2006 (sí, UPyD aún no había nacido, aunque envejeciera mucho más rápido) cuando se
presentó a las elecciones con un extraño vídeo de campaña en el que salía desnudo. Después, se
alió con un partido ultra para las elecciones europeas. Ninguna de las dos cosas logró sacarle de
la irrelevancia, aunque su nombre empezó a sonar.
Desde esos extraños inicios hasta la posición actual —cuarta fuerza nacional con peso en el
Gobierno, líderes de la oposición en Cataluña y presencia en varios Parlamentos autonómicos—
ha llovido mucho. Como diría Maquiavelo, «cuanta más arena ha escapado del reloj de arena de
nuestra vida, más claramente deberíamos ver a través de él». Y parece que Rivera y los suyos han
logrado centrar el tiro.

¿Cómo lo han hecho? Diciendo que no son ni de izquierdas ni de derechas, definiéndose como
socialdemócratas y luego como liberales, poniendo como puntales a dos políticos jóvenes,
fotogénicos y con buen discurso para vestirse de partido nuevo… Como dijo Maquiavelo, «no es
preciso que un príncipe posea todas las virtudes citadas, pero es indispensable que aparente
poseerlas».

Si hay una línea ideológica que ha sido clara desde el inicio de la formación ha sido, esa sí, la
identidad nacional. Ciudadanos nace como una respuesta al nacionalismo —en este caso,
catalán— para defender otro nacionalismo —el español—. «Se ha de seguir aquel camino que
salve la vida de la patria», que escribiría el italiano. Aunque sea haciendo el hooligan con el fútbol
de la selección en Barcelona.

La estrategia funciona: nunca un cuarto partido en el Parlamento fue tan importante para la
pervivencia de un Gobierno. Y justo por eso ahora les llueven las críticas, por seguir apoyando al
Ejecutivo —tanto nacional como en autonomías como la madrileña— a pesar de los escándalos de
corrupción. Será que Rivera ha aprendido a ser buen discípulo del diplomático, que decía que «no
hay que atacar al poder si no tienes la seguridad de destruirlo».

Qué diría Maquiavelo de los líderes internacionales


Maquiavelo, claro, no solo tiene enseñanzas aplicables a nuestros políticos. Él vio venir, por
ejemplo, el modelo de un líder capaz de representar las esencias de un régimen de tal forma que
estas peligren cuando él deje el mando. Es quizá lo que ha pasado en EEUU desde la salida de
Obama y la llegada de Trump, porque como el pensador predijo, «puede existir un hombre cuya
virtud política supere a la república en conjunto, pero dicha virtud política morirá con el mortal que
la posea, cosa que no ocurriría en una república bien organizada».

Así las cosas, falta ver si esa ‘república’ estadounidense sobrevivirá a Trump, que parece haber
elegido otro pasaje como leitmotiv: «Hay tres modos de conservar un Estado que, antes de ser
adquirido, estaba acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en libertad: primero,
destruirlo; después, radicarse en él; por último, dejarlo regir por sus leyes, obligarlo a pagar un
tributo y establecer un gobierno compuesto por un corto número de personas, para que se
encargue de velar por la conquista».

Fuera de EEUU no hay menos interrogantes por culpa del auge de los populismos. «Las
minorías no tienen sitio cuando la mayoría tiene donde apoyarse», decía el pensador en una idea
que bien se podría aplicar a los Geert Wilders, Frauke Petry, Nigel Farage o Marine Le
Pen actuales. «La sabiduría consiste en saber distinguir la naturaleza del problema y en elegir el
mal menor», decía también, en una especie de profecía sobre la caída de esta última en su duelo
electoral contra Emmanuel Macron.

Con un escenario como ese, no es de extrañar que Merkel, la líder ‘de facto’ de lo que queda de la
UE, diga que tenemos que hacer la guerra por nuestra cuenta. Como dijo Maquiavelo, «la
experiencia siempre ha demostrado que jamás suceden bien las cosas cuando dependen de
muchos». Al menos esa ‘guerra’ no es literal, porque pintan bastos en Corea del Norte, para cuyo
líder también tenía unas palabras el italiano: «Ante todo, ármate», Kim Jong Un.

Lo que Maquiavelo solo dice en la ficción televisiva (de momento)


Hay muchas otras reflexiones de Maquiavelo que encajan con la política real. Sin embargo, otras
encajan incluso con la ficción política (por suerte). Por ejemplo, eso de «es necesario ser un zorro
para descubrir las trampas y un león para aterrorizar a los lobos» le encaja a la reina Cercei
como un guante. Casi parece que el diplomático escribiera guiones para los Lannister de Juego de
tronos a tiempo completo.

Como las temporadas de la serie se toman su tiempo en estar listas, Maquiavelo pudo tener tiempo
para compaginar labores con otras cabeceras míticas. O eso o Frank Underwood de House of
cards es su reencarnación, porque hay frases que cuesta saber si son de uno u otro, como la de
«las virtudes son útiles si tan solo haces ver que las posees: como parecer compasivo, fiel,
humano, íntegro, religioso y serio; pero estar con el ánimo dispuesto de tal modo que, si es
necesario, puedas cambiar a todo lo contrario».

En la política despiadada, ya se sabe, «a los hombres hay que comprarlos o reventarlos». No, eso
no lo decía un colombiano. No solo.

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