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MÉXICO, 2013
ÍNDICE
DE ANIMAL DE COSTUMBRE
XII 15
XIV 15
XVI 16
XVIII 16
XIX 18
DE FILIACIÓN OSCURA
XIV 19
FILIACIÓN OSCURA 19
PERSISTENCIA 20
DE LO HUIDIZO Y PERMANENTE
I 22
IV 23
XI 23
DE RASGOS COMUNES
SI COMO ES LA SENTENCIA 25
HORA ENTRE LAS HORAS 25
NO TE EMPECINES 27
2
XX 31
XXI 31
3
NOTA INTRODUCTORIA
*
Juan Sánchez Peláez nació el 25 de septiembre de 1922 y falle-
ció el 20 de noviembre de 2003. Esta nota introductoria acompa-
ñó la primera edición del Material de Lectura, publicada en 1995.
(N. del E.)
4
En la primavera de 1969, en el Iowa International
Writers encontré a Juan. Coincidía él ese semestre
con Néstor Sánchez, Carlos Germán Belli, Fernando
del Paso, Luisa Valenzuela y Nicolás Suescún. Toda-
vía recuerdo los oscuros pasillos del Mayflower, el
edificio de los escritores becados, que me parecieron
los corredores de un hospicio donde, de puerta en
puerta, el traqueteo de las máquinas confirmaba que
había escritores que, en efecto, escribían, como
bromeaba Valéry a propósito de Léautaud. Se decía
que la beca de un año fue reducida a medio luego de que
un poeta chileno se suicidó al no poder resistir la so-
ledad. Néstor Sánchez se compró un auto para romper
el encierro nevado, pero el pueblo era de cuatro calles
y un solo bar; y una noche la policía lo detuvo, le
hicieron un dosaje, y por un grado de más fue llevado
a la cárcel. Sufrió una crisis tan elocuente que le
conmutaron el plazo de la beca y lo dejaron irse. Pero
ese día de mi visita, la pausa reflexiva de Juan Sán-
chez Peláez me conmovió como la mejor medida de
esa suma de desamparos. Después, creí entender que
Juan encarnaba, reluctantemente, ya no el exilio,
que abunda en coordenadas y sabe su nombre, sino la
errancia, que es un desencuentro permanente, y cuyo
lenguaje está hecho de la duda y la zozobra. Juan pa-
recía provenir de ninguna parte y estar partiendo a
parte alguna. Tenía, eso sí, la virtud mayor de conver-
tir las deshoras y destiempos en espacios de intimidad
gozosa. Como los grandes poetas, hacía su fogata en
la intemperie.
Yo estaba entonces en Pittsburgh, y pasaron por
mí, en el enorme automóvil de narrador que conducía
Fernando del Paso, Juan, Néstor, Belli y Suescún,
rumbo a Nueva York. Allí Juan se iba reanimando
hasta revelarse tan cosmopolita y urbano que termi-
naba renunciando a la ciudad: le bastaban unos rinco-
nes familiares y propicios a la charla. Juan siempre
tuvo el don de la amistad, virtud de los solitarios; y el
gusto certero, aunque nunca fue sarcástico sino, todo
lo contrario, capaz de una tierna inteligencia, virtud
de los más apasionados. A poco de ese viaje, conoció
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a Malena Coelho, a quien todos le debemos los mejo-
res años de Juan. Los vi en el 71, en New Haven.
Juan emergía de su largo trato con la melancolía y
hasta planeaba volver, con Malena, a casa.
No los reencontré hasta el 90, en Caracas, pero con
Juan los tiempos no suman distancias porque él culti-
va una suerte de presente dilatado, más joven en su
propio destiempo. Lo he visto derivar en la charla
entre disputas recuperadas, amistades interrumpidas,
estrofas memorables, con la misma pasión y desape-
go con que discute la correspondencia de Artaud, la
curiosidad de Peret, la alquimia de Reverdy, las lec-
ciones de Breton. Hace un año o dos, en otra visita,
pasamos los días discutiendo las versiones posibles
de una imagen de Mark Strand. No llegamos, claro, a
ninguna conclusión, pero Juan me llamó a Providen-
ce, una noche, para confiarme la suya. La aprobé con
entusiasmo, y me gustaría recordarla. Esta charla dila-
tada con Juan, tarde en su jardín, bajo el croar de las
ranas de la república de las letras, está hecha a favor
del insomnio, esa memoria creciente.
Siempre me ha parecido que Juan es una suerte de
Rimbaud que se quedó en casa. No porque no haya
viajado, tampoco porque sea un ermitaño. Más bien,
porque no tuvo que irse al África, es decir, no vivió el
dilema de “cambiar la vida”, que se le dio ya cambia-
da, de antemano, en el poema. A veces parecería que
en lugar del espacio solar de Rimbaud, Sánchez Pe-
láez hizo su aprendizaje en la luz lunar de Lau-
tréamont. Ya en su primer gran poema, hecho en el
milagro feliz de la escritura automática, el “Animal
de costumbre”, figura el carácter de profunda extra-
ñeza del sujeto en el mundo, y del mundo en el len-
guaje que lo cifra. La ductilidad del poema en prosa,
la calidez lírica, lo emparentan después a Pierre Re-
verdy, el poeta de la imagen viva enigmática. Pero
su poesía habla por sí misma, desde sus ciclos de
cala profunda y sensibilidad inmediata, por su inti-
midad vivencial y con una palabra recobrada a ori-
llas de la tempestad entrevista.
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Austero, y hasta lacónico con su propio trabajo,
Sánchez Peláez es de los pocos poetas mayores que
ha dejado toda la palabra al poema mismo. No lo
acompaña un discurso paralelo, ni una biografía cul-
tural heroica, ni un programa de redención regional.
Todo lo contrario, ha preferido el contradiscurso del
silencio: la biografía sin fechas del sujeto antiheroico;
y el escepticismo irónico ante las empresas funda-
mentalistas. Está libre en la poesía porque no ha
comprometido su palabra con los poderes al uso, pero
tampoco en su mera refutación. Y aunque a veces
más que solo se siente abandonado, es un ejemplo de
integridad callada. Le ha dedicado a la poesía no so-
lamente la juventud como Rimbaud, y la vejez como
Pound, sino una vida liberada de la edad.
Y, sin embargo, todavía lo asalta la vehemencia su-
rrealista de hacer algo. En su diálogo periódico con
Artaud, Michaux, Breton, sus viejas convicciones
surrealistas no ignoran la crítica del mundo tal cual y
la fe en la creatividad libre. Pero a la hora del balance le
son más decisivos Eguren, Moro, Westphalen y Álva-
ro Mutis. Lo angustia la suerte de la cultura, el des-
tino de los más jóvenes, la pérdida de los espacios no
oficiales. Entre sus papeles, prosigue más despierto
que nunca, revisando un nuevo libro, traduciendo a
Mark Strand, reconociendo en Arp o Celan la prome-
sa de un acorde verdadero.
No me ha sorprendido, por todo ello, el testimonio
de Oswaldo Trejo: Juan, me dijo, era de joven exac-
tamente como es hoy. Tenía los mismos hábitos, las
mismas pasiones, y hasta parecidas distracciones.
Oswaldo me cuenta que el día que el hombre llegó a
la luna, Juan rehusó ver el acontecimiento por la tele-
visión, entretenido en una lectura. Mallarmé le hubie-
ra dado la razón. Por lo demás, ha desempeñado ofi-
cios de varia invención, como ser traductor en
Maracaibo, profesor en Trinidad, agregado cultural
en Colombia y España, y corresponsal viajero de Ra-
dio Nacional. De muchacho, estuvo en Chile, enviado
a estudiar por su padre, a quien defraudó para siem-
pre al optar por la poesía. Pasó varios años en París,
7
en pobreza recóndita, y otros en Nueva York, tradu-
ciendo de oficio. Más insólito es que Juan sea un ex-
perto en armas de fuego. Parece que el padre era afi-
cionado a las armas y le enseñó a disparar. Hay
testigos que aseguran haber visto a Juan ejercer su
puntería deportivamente. Rimbaud le habría dado,
ardientemente, la razón. Sospecho, ahora, que Juan
Sánchez Peláez no fue al África sino que se quedó
con el arsenal de Rimbaud: con esas armas de contra-
bando, aventura y silencio.
JULIO ORTEGA
Libros publicados
8
Algunos poemas de Sánchez Peláez han sido traducidos al
francés, inglés e italiano en diversas publicaciones y anto-
logías.
9
DE ELENA Y LOS ELEMENTOS
10
Mis cartas de amor son ofrendas de un paraíso
de cortesanas.
APARICIÓN
11
RETRATO DE LA BELLA DESCONOCIDA
UN DÍA SEA
12
podría?
Humanos, mi sangre es culpable.
Mi sangre no canta como una cabellera de laúd.
Ruedo a un pórtico de niebla estival.
Grito en un mundo sin agua ni sentido.
Un día sea. Un día finalizará este sueño.
Yo me levanto.
Yo te buscaré, claridad simple.
Yo fui prisionero en una celda
de abúlicos mercaderes.
13
Me busco inútilmente.
¿Quién soy yo?
EL CUERPO SUICIDA
14
DE ANIMAL DE COSTUMBRE
XII
XIV
Mi madre me decía:
Yo me quedaba confuso.
San Marcos de León era un guerrero
Que nos defendía en el cielo,
Con lanzas y escudos.
Y ella, mi madre,
15
Podía huir
Hacia esa gran isla de las alturas
Misteriosamente protegida.
XVI
A su alrededor
Y más allá de los balcones,
Había un extenso círculo
Con hermosos caballos.
XVIII
16
Justamente
Aquí?”
Entonces sí
Seré fiel
A la luna
La lluvia
El sol
17
Y los guijarros de la playa.
Entonces,
Persistirá un extraño rumor
En torno al árbol y la víctima;
Persistirá...
XIX
a mi aya
Es inútil la queja
Mejor sería hablar de esta región tan pintoresca;
Debo servirme de mí
Como si tuviera revelaciones que comunicar.
Es inútil la queja
Querida Felipa,
Pero
En este hotel donde ahora vivo
No hay siquiera un loro menudito.
18
DE FILIACIÓN OSCURA
XIV
Al margen de mi imagen.
FILIACIÓN OSCURA
19
Después, uno sabe lo que ha de venir o lo ignora.
PERSISTENCIA
20
A Ella, que en la balanza anónima de la memoria y en
las horas finales prolonga mi presencia real y mi
presencia ilusoria sobre la tierra.
21
DE LO HUIDIZO Y PERMANENTE
22
Por ti,
mi ausente,
La crisálida en forma de rosa
Una rosa de agua pura es la tiniebla.
IV
XI
23
Si en la grey estamos de paso y vamos aprisa. Si la
vida teje la trama ilusoria. Si es difícil en las
condiciones en que trabajo, ser la compañía de nadie.
24
DE RASGOS COMUNES
SI COMO ES LA SENTENCIA
Si de una parte,
como es la sentencia,
el mortal amado por los dioses
muere pronto,
aquella plaga
por el contrario
sobrevive a todos los inviernos.
No te vayas a atribular,
tú,
que no tienes
planes hechos para el futuro
y que empujas el musgo
de los días
con tu trauma y
tu hierro marcado al rojo vivo en la nuca.
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HORA ENTRE LAS HORAS
bien
atemos
frases
fragmentos
nociones
uno y otro equívoco e hipótesis habituales
ensayemos máscaras estilos
gestos diversos
26
que sube y baja
quién sabe
y qué podemos saber nosotros
NO TE EMPECINES
Sin embargo
27
Tu asombro es eficaz como el tacto de un ciego.
¡Sopla nieve loca entre los pinos! ¡Jadeante pomposa
desconocida vastedad azul!
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DE POR CUAL CAUSA O NOSTALGIA
VII
con bifurcaciones
pasos atrás
repliegues
escaramuzas
áurea
nítida
XII
Quien habla
sueña
quien dice
no
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es un muchacho con cuchillos
quien da en el blanco
es por angustia
quien se rectifica
es porque va
a nacer
quien dice
sí
es una muchacha de las Antillas
el que despierta
tiene claras orejas
y otro burro nativo
soy yo
XIV
En medio se encuentran
a ojos vistas
a más no poder
en línea recta
ladean tu cuello
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mascullan dentro de ti
mueven tu casa
se empinan
estas lágrimas
—fieles gavilanes.
XX
Marinera, pescadora,
te perdí en mi ceguedad.
XXI
Si fuera por mí
al cumplir mi ciclo y mi
plazo
habría de estar solo
calmo
31
al pasar
al transcurrir yo
muerto
moverán la luz
—hoja y árbol
Y habrá gorrioncitos de pie
en los cables
—quejas alegrías chimeneas e incendios
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DE AIRE SOBRE EL AIRE
II
33
están presentes esta noche, y hacen ruido y jamás
permanecen inmóviles.
III
VI
34
VII
a Malena
entonces sí soy
el hombre rojo lleno de sangre
—y qué más
qué más por ahora
piragua azul
piragüita.
XII
a Álvaro Mutis
Ápice y cima
a ras de nuestro fin primero
procúranos refugio
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y que no haya sino diafanidad
de parte nuestra respecto al hombre o la mujer
36
POSFACIO
37
La obra de Juan Sánchez Peláez es una de las instan-
cias fundacionales de la poesía venezolana. Esta con-
dición fundacional, siendo evidente, no ha sido revi-
sada y explorada con suficiente detenimiento. Es
decir, esta obra reclama una lectura desde adentro —
como la han hecho Guillermo Sucre, Julio Ortega,
Raúl Gustavo Aguirre, Adriano González León, Al-
berto Márquez y Luis Enrique Pérez Oramas— y no
desde los estereotipos que se han forjado en torno a
ella. Y digo esto porque creo que Juan Sánchez Pe-
láez es el permanente adelantado de la nueva poesía
venezolana: como siempre nos excede, inevitable-
mente, siempre nos interpela. Es el poeta venezolano
que ha tenido mayor capacidad para traspasar o tras-
cender las fronteras de las convenciones, de lo esta-
blecido. Fuera de la lógica de lo establecido —aun de
aquello que se toma convencionalmente por poéti-
co—, su voz ha sido una reacción original, originaria
y originante frente a nuestro mundo. Todavía bajo la
conmoción que nos sacude ante ella, no sabemos có-
mo orientar la experiencia de su lectura. ¿Hallazgo de
una dimensión verbal inédita, proeza de la imagina-
ción, encuentro con una sensibilidad desusada? Creo,
en síntesis, que se trata de la tentativa más valerosa
de la poesía venezolana.
38
enunciar la vulnerable intimidad de un sujeto. Lo que
implica un permanente forcejeo entre la palabra y el
silencio. Es por ello que esta voz constituye el signo
más heterodoxo de la poesía venezolana. Juan Sán-
chez Peláez digo, quiero decir, le dio a la poesía ve-
nezolana una dignidad desconocida. Es por eso que el
legado que de su voz hemos recibido es un legado
siempre inquietante. Hablar de su poesía —dialogar
con ella— significa hacerlo con dificultad. La dificul-
tad que proviene de hablar de alguien que se ha sos-
tenido en la poesía como una forma de exploración
interior. De alguien que ha buscado —y consegui-
do— aquello que perseguía Lao Tse: “la forma de lo
que no tiene forma”.
39
donde Ernst Bloch decía que ningún hombre había
estado: una patria.
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6
41
Juan Sánchez Peláez, Material de Lectura,
Serie Poesía Moderna, núm. 190,
de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM.
Cuidado de la edición: Ana Cecilia Lazcano.
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