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El Arte de La Terpia Familiar
El Arte de La Terpia Familiar
El arte
de la
terapia familiar
w
PAIDÓS
Barcelona
Buenos Aires
México
Título original: Masteriitg Family Therapy. Joumeys of Growth and Transformation
Publicado en inglés por John Wiley & Sons, Inc., Nueva York y Toronto
■
SUMARIO
Agradecimientos ................................................................................. 11
Prólogo, Braulio Montalvo ................................................................. 13
Prefacio, Salvador Minuchin .............................................................. 15
*
AGRADECIMIENTOS
donde ambos persigan con avidez los medios de anticipar y crear escenarios.
Estas ideas no encajan dentro de una área inclinada a sacrificar el empleo
de conversaciones evocativas y probatorias por la planificación y puesta en
marcha de intervenciones terapéuticas. Estas ideas no se acomodan con un
protocolo breve y atomizado concebido como el medio principal de
entrenamiento. Sin embargo, sí pertenecen a cualquier escenario profesional
en el que se emplee un tipo de terapia centrada en la familia y ejecutada por
sujetos que valoren sobre todo la relevancia y utilidad de las intervenciones.
Estos clínicos acogerán con avidez el tema principal del libro: el
descubrimiento de metas viables y la improvisación de una trayectoria
terapéutica flexible, a través del entendimiento sistemático de las familias.
La guía de Minuchin para lograr tal empresa cultiva y libera la imaginación
bruta del terapeuta: la capacidad ilimitada para desarrollar nuevas opciones.
Enseña cómo asumir las diferentes fórmulas en función de las necesidades
de cada caso.
En el futuro, cuando el campo de la terapia familiar sea examinado y las
herramientas de su taller inventariadas, El arte de la terapia familiar será
concebido como algo más que el mero trabajo de un brillante artesano de
cuya fragua se extrajo una colección extraordinaria de herramientas que
continúan moldeando el área de la terapia familiar. Será recordado como una
fuente literaria central a la hora de inspirar a los terapeutas a encender su
imaginación y forjar sus propias armas para ayudar con mayor efectividad a
las familias con las cuales trabajan.
BRAULIO MONTALVO
PREFACIO
En una ocasión, un sabio anciano rabino escuchaba con afecto a sus dos
discípulos más brillantes enzarzados en una polémica discusión. El primero
presentó su argumentación con una convicción apasionada. El rabino sonrió de
forma aprobatoria: «Eso es correcto».
El otro seguidor defendía lo contrario de modo convincente y claro. El
rabino sonrió de nuevo. «Eso es correcto.»
Los discípulos, atónitos, protestaron. «Rabino, no podemos estar ambos en
lo cierto.»
«Eso es correcto», replicó el sabio anciano rabino.
Al igual que el sabio anciano rabino, los autores mantienen dos puntos de vista
diferentes con relación a la formación del terapeuta familiar. Meyer Maskin, un
supervisor analítico brillante y cáustico del Instituto Wi-lliam Alanson White, solía
contar a sus alumnos cómo en cierta ocasión, cuando deseaba construirse una casa
de verano, le pidió a un arquitecto que le mostrara los planos de casas que había
diseñado con anterioridad. Después fue a mirar su aspecto una vez que estaban
terminadas. Aquí Maskin realizaría una pausa para lograr un golpe de dramatismo.
«¿No deberíamos realizar un proceso idéntico y riguroso cuando buscamos un
analista? Dicho de otra manera, antes de que iniciemos juntos el arduo periplo
psicológico, ¿no deberíamos observar de qué modo ha construido su vida el
potencial terapeuta? ¿En qué grado se entiende a sí misma? ¿Qué clase de esposa
es? Y lo que es más crucial, ¿cómo educa a sus hijos?»
Otro observador igualmente crítico, el terapeuta familiar Jay Haley, diferiría
con el anterior punto de vista. Haley afirma que conoce a mucha «buena gente» y
padres modelos que son terapeutas mediocres o nefastos; él también conoce buenos
terapeutas familiares cuyas vidas personales son un desastre. Ni las habilidades de
la vida, ni el autoconocimiento alcanzado a través del psicoanálisis mejoran la
capacidad del terapeuta para convertirse en un clínico mejor. La habilidad clínica,
haría notar, requiere de un entrenamiento específico en el arte de la terapia: cómo
planear, dirigir, reordenar las jerarquías. Eso sólo se puede adquirir, defendería, a
través de la misma supervisión de la terapia. Según Haley, para conocer la calidad
de un terapeuta familiar, se necesitaría entrevis-
1
tar a sus pacientes. Incluso cualquier trabajo escrito de un terapeuta sólo nos daría
información acerca de sus habilidades literarias, no sobre las terapéuticas.
Así que nos encontramos en un aprieto porque, al igual que en la historia del
rabino, ambos bandos difieren absolutamente y estamos de acuerdo con los dos. En
escritos anteriores, he indicado cómo respondo a las necesidades específicas de los
clientes empleando diferentes facetas de mí mismo. Mi experiencia acerca de la
influencia que la familia ejerce sobre mí, modula mis respuestas hacia ellos. Este
aspecto de la terapia requiere ciertamente un autoconocimiento. Pero Haley está en
lo cierto cuando afirma que las respuestas terapéuticas no están guiadas por el
autoconocimiento, sino por el conocimiento de los procesos de funcionamiento de
la familia y de las intervenciones dirigidas hacia su cambio.
Para escapar de esta paradoja, algunas escuelas de terapia familiar piden a sus
alumnos que entren en psicoterapia durante su entrenamiento. De hecho, éste es un
requisito para licenciarse en algunos países europeos. Recordamos las primeras
estrategias de Virginia Satir y Murray Bo-wen sobre la reconstrucción familiar
cuando enviaban a sus estudiantes a modificar las relaciones con sus familias de
origen. Cari Whitaker solía tomar en terapia a sus estudiantes como parte del
entrenamiento. Más recientemente, Harry Aponte y Maurizio Andolfi han
desarrollado técnicas de supervisión que pretenden el autoconocimiento como
terapeutas.
La estrategia de supervisión, con la cual confrontamos esta paradoja, consiste
en centrarnos en el estilo preferente del terapeuta —esto es, el uso que hace de un
grupo delimitado de respuestas previsibles bajo circunstancias diferentes—. Un
terapeuta puede centrarse en exceso en el contenido; otro podría percibir cierta
conducta a la luz de una ideología particular como, por ejemplo, el feminismo.
Algunas veces el estilo se relaciona con respuestas caracteriológicas básicas del
terapeuta, tales como la evitación del conflicto, una posición jerárquica, miedo al
enfrenta-miento, un foco exclusivo en la emoción o la lógica, o una preferencia por
los finales felices. Pero, en la mayoría de los casos, el estilo del terapeuta manifiesta
elementos que son menos visibles para el propio terapeuta, como, por ejemplo,
centrarse en pequeños detalles, permanecer distante, ser indirecto, hablar demasiado
o carecer de ideas propias.
Así, dos terapeutas con una visión similar de una situación familiar y con las
mismas metas terapéuticas, responderán ante la familia de dos maneras diferentes,
idiosincrásicas. Esta diferencia en el estilo puede ejercer un efecto considerable
sobre el curso de la terapia; algunas respuestas son mejores que otras. Mi
acercamiento a la supervisión, por tanto, es comenzar trabajando con el terapeuta en
la comprensión de su estilo preferido. ¿Qué respuestas de su repertorio emplea con
mayor frecuencia? Las acepto. Son correctas. Después, las declaro insuficientes. El
estilo del terapeuta es correcto en tanto funciona, pero se puede desarrollar. El
terapeuta que se centra en el contenido puede aprender a dirigir su atención a las
interacciones que acontecen entre los miembros de
PREFACIO 17
SALVADOR MINUCHIN
Primera parte FAMILIAS Y
TERAPIA FAMILIAR
1. TERAPIA FAMILIAR
MINUCHIN (el supervisor, al grupo): Creo que Gil les dice que el hecho
de que David se frote los ojos está desencadenado por la proximidad de la
"ladre. Él es tan considerado con el poder de las palabras que piensa que lo
han entendido. Pero ellos se encuentran en otra órbita. Gil necesitará
aprender a gritar antes de que puedan escucharle.
1
He estado trabajando sobre el estilo de Gil con esta familia desde comienzos de
año y, aunque ha reconocido las limitaciones de su estilo y parece comprometido en
ampliar su modo de trabajo, ha mantenido su enfoque marcadamente cognitivo y su
confianza en las interpretaciones expresadas suavemente. Decidí unirme a Gil en el
otro lado del espejo y trabajar con él como supervisor-coterapeuta durante un breve
lapso de tiempo.
Cuando entro, Gil dice simplemente «doctor Minuchin». Tomo asiento. La
familia sabe que he estado supervisando la terapia durante los últimos meses.
escuelas de terapia familiar. Pronto quedará claro, sin embargo, qué distinciones
son las cruciales.
Retrocediendo al tema de la supervisión de Gil con la familia de David, es
importante resaltar que mi foco de atención como supervisor no se centra demasiado
en las dinámicas familiares, al contrario que el estilo terapéutico de Gil. Creemos
que es esencial atender a la persona del terapeuta. Desafortunadamente, la literatura
de la terapia familiar ha puesto a menudo un interés mucho mayor en la técnica
terapéutica que en la propia figura del terapeuta como motor de cambio. Esta
división entre técnicas y el empleo del «yo» del terapeuta apareció muy temprano
en el desarrollo de esta área. Esto, en parte, constituyó un subproducto involuntario
de la necesidad histórica de la terapia familiar de diferenciarse de las teorías
psicoanalíticas. Considérense, por ejemplo, los conceptos psicodinámicos de
«transferencia» y «contratransferencia», conceptos que implican sobremanera a la
figura del terapeuta. Los terapeutas pioneros de la terapia de familia desecharon
tales conceptos por irrelevantes. Ya que los padres y otros familiares del paciente
se encontraban en la sala de consulta, no parecía necesario considerar cómo podría
éste proyectar sus sentimientos y fantasías vinculadas con miembros de la familia
en la figura del terapeuta. Pero con el rechazo de estos conceptos, la persona del
terapeuta comenzó a hacerse invisible en los escritos de estos pioneros de la terapia
familiar. A medida que el clínico desaparecía, todo lo que quedó fueron sus
técnicas.
Con la evolución de la disciplina, los terapeutas de familia aceptaron, copiaron
y modificaron técnicas introducidas por otros clínicos. Por ejemplo, la técnica del
abandono del cambio, de Jay Haley, reaparece en la noción de «paradoja» y
«contraparadoja» de la escuela de Milán. La técnica de la escultura de Virginia
Satir fue retomada y modificada a partir de la técnica de la coreografía de Peggy
Papp. Y el genograma, desarrollado por Bowen y Satir, se convirtió en un medio
común para casi todos los terapeutas de familia a la hora de trazar el mapa de las
familias.
Por supuesto, en la práctica, la manera en que los terapeutas aplicaban estas
técnicas era preocupante para las familias, clínicos y supervisores. Para la mayoría,
sin embargo, este temor no estaba reflejado en la literatura del campo; como
mucho de manera adicional. Por ejemplo, en Families ofthe slums (Minuchin,
Montalvo, Guerney, Rosman y Schumer, 1967) escribí:
El terapeuta está en el mismo barco que la familia, pero él debe ser el ti-
monel... ¿Qué cualidades tiene que poseer? ¿Qué puede emplear para guiar la
habilidad?...[Él] aporta un estilo idiosincrásico para comunicarse y un bagaje
teórico. La familia necesitará adaptarse a este bagaje de un modo u otro y el
terapeuta necesitará acomodarse a ellos (pág. 29).
ncional más que accidental, como resultado, de hecho, de una elección teórica
deliberada. Una de las principales aseveraciones de este libro es ue el campo de la
terapia familiar se ha organizado, a lo largo del tiempo en torno a dos polos
caracterizados por una visión diferente del papel aue el terapeuta podría
desempeñar como motor de cambio. Discutiremos, más adelante en el capítulo, las
inquietudes teóricas que han legado algunos terapeutas de familia en orden a
buscar deliberadamente una especie de «invisibilidad» en el consultorio. Primero,
sin embargo, permítanos mostrarle el aspecto de una terapia de familia cuando es
efectuada por un miembro del grupo de clínicos que, en sus prácticas y publicacio-
nes, concibe al terapeuta como el principal instrumento de cambio del encuentro
terapéutico. Este tipo de terapia familiar se ejemplifica en la siguiente descripción
de una sesión dirigida por Virginia Satir.
De
Conocimiento como objetivo y fijo Conocimiento creado socialmente y
—sujeto y conocimiento como generativo —interdependiente
independientes
Las familias en un kibutz extienden sus límites hasta incluir la comunidad. Una
familia mormona compuesta por un hombre, sus cuatro esposas y sus hijos se
consideran a sí mismos una familia nuclear, digan lo que digan los sociólogos o el
propio Estado. Con la biotecnología actual, una familia puede incluir una pareja de
hijos biológicos, concebidos con su óvulo y su esperma pero gestados en el cuerpo
de una extraña. En una ocasión reciente, una pareja de lesbianas fue demandada
ante un tribunal familiar por el padre biológico de su hijo, un amigo homosexual a
quien habían pedido que donara esperma. Cuando su hija tenía dos años de edad, el
donante les demandó y reclamó los derechos paternos. El juzgado declaró que la
hija ya tenía padres y lo más conveniente para la niña era no alterar su concepto de
familia.
Entonces, ¿qué es una familia? La socióloga Stephanie Coontz (1992),
Peguntaría: ¿en qué momento y en qué tipo de cultura? Una familia es 'empre un
segmento de un grupo más amplio v en un periodo histórico Particular.
La gente en la actualidad tiende a pensar el término «familia» como a unidad
familiar. Pero, de acuerdo con la idea del sociólogo Lawrence one (1980), la
familia británica de hace dos siglos no habría sido una 'dad nuclear, sino un
grupo formado por los parientes más próximos.
ne
ha afirmado que, en el sistema de linaje abierto de aquella época, el
36 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
ue volviera con el marido con el fin de preservar el orden social (Skol-ick, 1991).
Por la misma razón, mujeres e hijos se encontraban legal-ente bajo el control del
marido/ hermano o guardián. Un niño se convertí3 por ley en persona al alcanzar la
mayoría de edad. En el caso de la mujer, el influyente jurista inglés William
Backstone expresa la opinión de que la ley dictaminaba que el marido y la esposa
eran uno solo, y que el marido era ese «uno».
Estamos tomando este rodeo histórico porque los terapeutas de familia deben
entender que las familias son distintas en contextos históricos diferentes. Imagínese
viajando a través del tiempo para practicar terapia con una familia colonial o con la
familia de Pierre Riviére en el siglo xix, en Francia (Minuchin, 1984). Nuestro
terapeuta viajero debería cambiar su concepción de la familia en cada lugar y
época en que aterrizara. Las demandas de la terapia en diferentes culturas y épocas
le forzarían a re-evaluar las normas que hasta ahora él habría podido considerar
como universales.
Nuestro terapeuta explorador querría poner una atención particular en las
amplias fuerzas que modelan las familias en una época determinada, especialmente
la actitud pública de la época. Por ejemplo, en la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas, las leyes cambiaron cuando variaron las necesidades del Estado. Las
primeras leyes al respecto del matrimonio y del aborto, relativamente igualitarias
como corresponden a la lealtad hacia un marxismo feminista, fueron elaboradas de
forma cada vez menos liberal durante la década de los treinta, cuando la población
decrecía (Bell y Vogel, 1960). Jacques Donzelot, en su The policing offa-milies
(1979), explora un fenómeno similar en Francia. Cuando la industrialización creó
la necesidad de una fuerza de trabajo estable, las instituciones parecían apoyar la
preservación familiar (y un aumento concomitante de la población). De forma
similar, cuando Francia estaba estableciendo colonias en ultramar, las sociedades
filantrópicas centradas en la familia se volvieron muy comunes. El cuidado de los
niños se convirtió en la preocupación no sólo de los médicos y educadores sino
también de políticos como Robespierre, que atacó la práctica de convertir a ■as
niñas en nodrizas. Por consiguiente, se siguieron cambios políticos como respuesta
no a las necesidades familiares, sino a los propósitos de 'a clase política dominante.
La política pública mantiene su impacto en la familia norteamericana actual, como
consecuencia de los rápidos cambios económicos y sociales " ue la cultura
occidental está experimentando. Como consecuencia, disposiciones famil iares que
hace sólo unos años eran indudables parecen °y Relevantes. Como siempre que se
presentan épocas de cambios so-es significativos, la sensación de que el tejido
social está llegando a squebrajarse peligrosamente está encontrando expresión en el
miedo a cambios familiares. Algunas personas han hecho un retrato de «la fa-af kt
norteamer cana>>
i de acuerdo con el ideal de los años cincuenta: un t ole hogar de los
suburbios, que ofrecía un cálido refugio para niños alenté valorados, y un padre y
esposo que ganaba el pan, que parecía
38 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
deseoso de volver a casa con una esposa y madre de su mismo ámbito Pero, bajo la
superficie de este estilo, en la época dorada de los cincuen. ta, había tensión y
descontento, lo que generó las revoluciones culturales de los años sesenta,
sucedidas inevitablemente por las reacciones de los años ochenta. Con el
estancamiento de los años ochenta, la Norteamérica liberada, «verde», de los
sesenta y los setenta se convirtió en una tierra de «temor sexual, evangelistas
televisivos, cruzadas antidroga y antipornografía» (Skolnick, 1991, pág. 5). Ahora,
en los noventa, está quedando claro que el sueño de la nueva derecha de restaurar la
familia nuclear 1¡. derada por el hombre se enfrenta con numerosos desafíos.
¿Hacia dónde se encaminará la familia? Lo único que podemos predecir con
certeza es que cambiará. Las familias, como las sociedades y los individuos, pueden
y deben cambiar para adecuarse a las circunstancias variables. Apresurarse a
etiquetar el cambio adaptativo como desviante y patogénico es producto de la
histeria, no de la historia o de la razón.
La psicóloga social Arlene Skolnick esboza tres áreas que pueden gobernar el
cambio familiar en la década de los noventa y con posterioridad. El primero es el
económico. Por ejemplo, el cambio de la fábrica a la oficina significa que los
trabajos manuales bien pagados están desapareciendo en la medida en que los
trabajos mal pagados y en el ámbito de los servicios se incrementan. Este cambio ha
ido acompañado por un movimiento a gran escala de las mujeres dentro de la fuerza
de trabajo. En la economía actual, muchas mujeres no tienen la opción de
permanecer en casa incluso aunque así lo desearan. El impacto de la fuerza de
trabajo femenino fuera del hogar, junto con las ideas feministas, ha cambiado el
ideal cultural del matrimonio en una dirección más igualitaria.
El segundo factor de influencia en el cambio familiar es el demográfico. El
cuidado de los niños en una sociedad tecnológica acarrea una carga económica tan
fuerte que las familias son cada vez más pequeñas. Familias que hace sólo dos
generaciones podrían haber esperado procrear muchos hijos ahora se planifican para
invertir enormes esfuerzos en el cuidado y la educación de tan sólo uno o dos hijos.
Al mismo tiempo, la expectativa de vida se incrementa y por primera vez en la
historia la gente espera llegar a anciana. Incluso a pesar de la longitud incrementada
de la «infancia», una pareja puede planear permanecer muchos años juntos después
de haber completado su función de cuidado de los hijos (incluso podrían
perfectamente necesitar cuidar a sus propios padres ancianos).
El tercer cambio principal que Skolnick delinea es lo que ella llama el
«aburguesamiento psicológico», que también tiene profundas implicaciones para la
familia. A consecuencia de los altos niveles de educación V tiempo libre, los
norteamericanos se han vuelto más introspectivos, más atentos a su experiencia
interior. Por encima de todo, han llegado a interesarse cada vez más en la calidad
emocional de las relaciones no sólo fe' miliares, sino también laborales. Este énfasis
en la calidez e intimidad h3 sido de gran importancia en el desarrollo de la terapia
familiar, particularmente porque puede crear descontento o frustración incluso
cuando Ia misma vida familiar esté en consonancia con los roles sociales. Ya no es
FAMILIAS PARTICULARES: TODAS LAS FAMILIAS SON DIFERENTES 39
ificiente para un marido y padre ser un buen proveedor. Una mujer no S iede
demostrar sus virtudes como esposa mediante el contenido de su ¡j pensa. De un
niño ya no puede esperarse simplemente que sea sumi-v obediente. Cuando se
confía en que la vida familiar nos aporte la fe-Icidad y la plenitud, se prevé que
aparezcan problemas familiares percibidos.
estos trabajadores entran en su •torio traen de forma invariable ideas muy bien
definidas sobre cómo
40 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
romo los Harris son afroamericanos, hay importantes aspectos en su que son
genéricos: los miembros de las familias sin hogar se en-cas tran sujetos a la
imprevisibilidad de la vida y a la necesidad de en-, tarse con múltiples asistentes.
Jimrny Smith
La manera en que el sistema de cuidado en adopción influye en las familias es
otro ejemplo de distorsión contextual que afecta a la configuración familiar.
Jimrny, de dos años, era un niño afroamericano nacido con signos de intoxicación
de su madre adicta. Sufre lesiones neurológicas. Al nacer, el jurado declaró
automáticamente a su madre incapacitada, y Jimrny fue enviado a una agencia que
trabajaba con bebés drogodepen-dientes para cuidarlos en adopción. Fue colocado
con una pareja homosexual extremadamente paternal que le daba todos los
cuidados posibles.
Jimrny fue saliendo adelante, y sus padres de acogida querían adoptarle. La
madre, que a estas alturas se había desintoxicado, contactó con la agencia para
establecer algún contacto con su hijo. Ella reconoció que los padres de acogida de
Jimrny eran excelentes y no se opuso a tal adopción, pero deseaba tener alguna
relación con su hijo. La agencia estaba preocupada respecto a que el contacto con
Jimmy diera a la madre biológica derechos parentales, así que empezó a defender a
los padres adoptivos. Fue la misma agencia la que creó una relación antagonista y
polarizada entre los padres adoptivos y la madre, boicoteando cualquier posibilidad
creativa de compromiso en la cual los padres adoptivos y la madre biológica
pudieran colaborar.
Cuando María tuvo a su segundo bebé, la madre de Juan les invitó a vivir con
ella. Fue una buena época para María. Ella floreció bajo el apoyo y el cuidado de la
madre de Juan y de su hermana mayor, Corrine. Ella se había sentido siempre
rechazada, como alguien anormal. Ahora la madre de Juan y su hermana eran
como una familia para ella. Se sentía protegida, orientada, la cuidaban. Pero su
relación con Juan se enturbió y él se marchó. Poco después, la madre de Juan le
pidió a María que se fuera.
María empezó a tomar drogas de nuevo y Juan llamó al Departamento de
Bienestar para que le quitaran los niños. El jurado declaró a María «rnadre no
cualificada» y, ya que ella rehusó cooperar con los trabajadores sociales, se emitió
un veredicto por el cual se le prohibía ver a los niños. En realidad, la madre de
Juan se convirtió en una madre adoptiva afable, dejando a los niños al cuidado de
la hermana de Juan, Corrine. Expulsada de la única experiencia positiva que había
experimentado, María se fue a refugiar en un grupo para mujeres adictas a la droga,
donde dejó de consumirlas. Se ganó el derecho a ver a sus hijos una vez cada dos
semanas. Corrine llevaba los niños a que la visitaran en el centro. En una visita
ambas mujeres se pelearon, y María golpeó a Corrine. El juzgado dictaminó una
sentencia limitadora y a María no se le permitió más estar junto a sus hijos.
Lo que consiguió el juzgado fue una organización familiar disgregada e
inmóvil. Corrine dejó de trabajar para dedicarse por completo al cuidado de los
niños, restringiendo su vida social y su carrera. Siendo joven aún, se convirtió en
una madre de tiempo total de dos niños que no eran suyos. María fue a parar a un
grupo para mujeres sin casa, donde disfrutaba de una familia sustituta compuesta
principalmente por mujeres adictas, a pesar de que en aquel momento ella no lo
era. No se le permitía ver a sus hijos o ayudarles en su cuidado, mientras que
Corrine se estaba convirtiendo en una madre joven aislada socialmente. En otras
palabras, el juzgado había congelado judicialmente una situación en que el con-
flicto entre los miembros familiares les había separado, creando una tierra de nadie
y haciendo absolutamente imposible una negociación natural entre los miembros
familiares.
A mí (Minuchin) se me permitió concertar consultas familiares que Incluían a
María, Corrine, y a los niños. Me reuní con las dos mujeres halando con ellas tanto
en castellano como en inglés. Alabé a Corrine elo-g>ando su excelente cuidado de
los niños. Al mismo tiempo, resalté con 4Ue frecuencia se sorprendía a sí misma
chantajeándoles. Me hice partí-Pe del amor de María y su responsabilidad para con
los niños, a pesar r ?Ue,ODServé o reseñé la frecuencia con que se sorprendía a sí
misma te índoles cuando se portaban mal. Concluí que ambas eran excelen-Di H^13
es
' Pero que sería mejor para todos si sus diferentes habilidades a Ieran unificarse.
Hablamos de la importancia de la paternidad y del rnil'V° mutuo de los miembros
ar
a de la familia, hablamos sobre la lealtadarnfa-<Ha . asaltando el fuerte valor que
otorga la cultura latina a la solidari-na iliar. Comentamos que el juzgado no
entendía a las familias lati-c°rñ ^í^116 na°ía impuesto los valores de la cultura
dominante. No fue Pecado para las dos mujeres, quienes esencialmente cuidaban la
una
44 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
de la otra, así como de los niños, acordar que el juzgado con su postura rígida les
había excluido.
A la hora de trabajar con una familia minoritaria es importante que e] terapeuta
evalúe si la presión del racismo ha llegado a penetrar en la familia desde el mundo
externo y de qué forma lo ha hecho. En algunas familias, el miembro familiar que se
siente indefenso ante las presiones racistas en el trabajo, puede convertir esa rabia y
frustración en un abuso interpersonal dentro del ambiente familiar, donde él o ella se
sienten poderosos. Podría ser necesario dirigir o encauzar este enojo en la terapia,
distinguir entre el neuroticismo y la respuesta a un racismo real, y ayudar al
miembro familiar y a la familia entera a afrontarlo.
Con el fin de asegurarnos que el mismo clínico no se convierta en una autoridad
racista o clasista, algunos terapeutas familiares han sugerido que esta área debería
subrayar la influencia de todos los contextos multiculturales en los que están
incluidos las familias. Celia Falicov (1983) ha propuesto una definición ecológica de
cultura:
dos, y les entrenamos en terapia familiar. Nuestro supuesto fue que, ya que
pertenecían a los grupos culturales con los cuales trabajarían, detentarían un
conocimiento instintivo del terreno cultural en el que iban a moverse dentro
de su trabajo clínico. Resultó, sin embargo, que pecamos de ingenuidad.
Además de vivir en su propio mundo, nuestros futuros colegas habían
coexistido también en la cultura dominante que nos había formado. De ésta
habían absorbido los prejuicios acerca de sus propias culturas que
reflejaban, y algunas veces exageraban, los prejuicios de la cultura
dominante.
El entrenamiento de estos paraprofesionales nos llevó tres años. La meta
del entrenamiento era crear trabajadores que, como cualquier otro de la
clínica, independientemente de su bagaje académico, raza o nivel
sociocultural, pudieran ser terapeutas de cualquier familia que llegara pi-
diendo tratamiento. ¿Fuimos idealistas e ingenuos? ¿Fue un intento ciego de
eliminar las diferencias? Ésa sería probablemente la opinión hoy en día del
área, con su énfasis actual sobre la diversidad.
Damos la bienvenida a la presente preocupación por la diversidad como
un concienciador significativo de los peligros de imponer los valores
mayoritarios sobre las poblaciones minoritarias. Pero creemos que también
existe un elemento peligroso en esa actitud social políticamente correcta:
algún tipo de fanatismo opuesto. Como terapeutas, trabajamos siempre con
personas diferentes a nosotros. Por tanto, necesitamos cerciorarnos de
nuestra propia ignorancia, y de nuestros supuestos sobre la gente que es
diferente. Necesitamos incorporar el ethos para entender la diversidad, pero
aceptando a la vez que debemos reconocer que existen los universales.
Como resaltó hace años Harry Stack Sullivan: «Todos y cada uno de
nosotros somos por encima de todo humanos».
3. FAMILIAS UNIVERSALES
LA CONSTRUCCIÓN DE LA FAMILIA
tos datos de forma más clara, datos a los cuales ya se les había asig-cie,
importancia. Un genograma es otro ejemplo de este tipo de cons-na cjón artificial.
Como instrumento para organizar la información es
l'oso altamente útil por su inclusión de la participación histórica y ac-Va 1 pero
también mantiene su propio tipo de sesgo.
De todas maneras, he encontrado útiles las construcciones estructu-
ies Diseñadas para ser heurísticas y clínicamente sugerentes, ayudan al r rapeuta a
organizar sus percepciones y pensamientos de manera que le Deven a
intervenciones eficaces. También organizan las observaciones de las interacciones,
así como el material verbal. Así, pueden ser útiles con este rango de familias que
confía más en las relaciones que en las historias familiares. El concepto de
«estructura familiar» trata algunos universales de la vida familiar: cuestiones de
pertenencia y lealtad, de proximidad, de exclusión y abandono, de poder, de
agresión; tal y como son reflejadas en la formación del subsistema, la
permeabilidad de los límites, la afiliación y la coalición. El terapeuta que emplea
un marco estructural no puede ser objetivo, pero mantengo que ningún terapeuta
puede serlo. Y la oportunidad favorece a la mente preparada.
Sistemas familiares
Mapas familiares
ambos miembros que debe cambiar una vez que entren los hijos en entre a Y
las familias con niños pequeños requieren un grado de implica-es^ entre padres e
hijos que podría resultar asfixiante para los adoles-
CCT>
\ os conceptos de «configuración familiar» y «evolución familiar» per-al
terapeuta evaluar el mapa estructural que haya dibujado de una 011rrninada familia.
Ponen normas a la luz de las cuales la adaptación re-i va de una estructura familiar
puede ser evaluada. El terapeuta sabe que a. n0rmas no son universales. Son
específicas para una determinada ' oca y un contexto cultural concreto. El uso
clínico de tales conceptos en modo alguno contradice la comprensión de la
variedad de formas familia-es' lo que se asume es que cada familia debe encontrar
el modo de llegar a un acuerdo con el contexto sociocultural en el cual se mueve.
Conflicto familiar
Las familias son sistemas complejos compuestos por sujetos que ne-
cesariamente ven el mundo desde sus propias perspectivas únicas. Tales puntos de
vista mantienen a la familia en estado de tensión equilibrada, como en los nudos de
una cúpula geodésica. La tensión se encuentra entre el sentido de pertenencia y la
autonomía —entre el yo y el nosotros—. Las tensiones se activan diariamente en
cada familia, en cientos de interacciones, en cualquier punto donde se toma una
decisión significativa o incluso poco importante. Existe siempre la negociación.
¿Lo haremos a mi manera, a la tuya, o llegaremos a un acuerdo? Al igual que los
patrones formados por los estilos preferidos de los miembros familiares a la hora
de verse a sí mismos y a los otros, el manejo del conflicto llega también a estar
modelado.
Los miembros familiares aceptan la experiencia de los miembros familiares
individuales; si ella es contable, dejémosle hacer el balance del talonario de
cheques. El hermano mayor es un hombre de negocios; si nos dejas columpiarnos
puedes montar en nuestros triciclos. Una familia puede, de forma explícita, estar de
acuerdo con que los modos del padre son mejores; todos debemos intentar ser como
él. O puede que adopten us maneras sin darse cuenta de ello; el padre aborrece las
serpientes, por . ° nosotros nunca iremos a la «casa de los reptiles». De forma
alterna-a> 'os miembros de la familia pueden, en las negociaciones, desarrollar .
ñeras totalmente novedosas de tomar decisiones, las cuales se con-, en en nuestra
forma, la forma familiar. Pero algunas cuestiones de Pa ^Cuer<^° son tan difíciles de
resolver que la familia tiende a crear «es-he,- °S- en b'arico». Capítulos enteros de
experiencia que están cerrados . eiI^amente, que no se afrontan, con el resultado
de un empobrecido de la vida familiar. Co ,n a'gunas ocasiones, cuando los
miembros familiares se encuentran la aü(esacuerdos irresolubles, se organizan
jerárquicamente, empleando °ndad como un medio de zanjar la cuestión. El
contenido tiende a
52 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
tas en su mar, pero no iban a ningún lado. El empleo a él le llevaba ^&A vez
más y más tiempo. Ella había vuelto de nuevo al trabajo y ahora ca contraba el
doble de ocupada, llegando a casa antes y cuidando de
l°s ce sentían desconectados. Jean comía con los niños y les metía en la y entonces
esperaba a que Mark llegara a casa. A las nueve o diez °A la noche ella preparaba
la cena, y cuando había puesto los platos en el avajillas ambos se metían en la
cama muy cansados, y cada uno mirando hacia su lado.
Jean se quejaba de que Mark la criticaba constantemente. Ella sentía que él era
egoísta, frío e indiferente; sólo cuidaba adecuadamente a los niños si ella miraba.
Él sentía que ella le estaba controlando y que estaba apegada obsesivamente a las
cosas; según su visión, el romance de sus vidas había sido sacrificado en un mundo
donde la continuidad Y el orden deben de ser los elementos supremos. Él se veía a
sí mismo como sacrificado por la familia, amando a los niños y responsable con
ellos, pero no daba importancia en modo alguno a las decisiones. En casa él se
sentía superfluo. Ella se veía a sí misma como responsable, preocupada y
abrumada por sus dos trabajos de tiempo completo. Se sentía esclavizada.
Ambos estaban en lo correcto. Y en su sentido de la traición ambos habían
buscado aliados en su conflicto silencioso. El hijo compartía con su padre su visión
desilusionada de su madre. La madre derramó en la hija todo el amor y cuidados
que se habían perdido en la relación con su marido.
Una noche, cuando Mark llegó a casa tarde del trabajo y Jean sumisamente le
calentó la cena, él se mostró preocupado respecto a lo cansada que parecía. Le
sugirió que se fuese a la cama. Que cenaría solo. Ella «escuchó» una cierta crítica
a su sentido del orden. Se fue a la cama en silencio, desolada. Él vio su silencio
como una falta de afecto y se sintió todavía más fortalecido en su incapacidad para
llegar hasta ella.
Ya que ambos evitaban el conflicto abierto, ella se volvió cada vez más
enciente con respecto a la casa. Él, sintiéndose superfluo en casa, se ocupo más en
la oficina. Y a medida que continuó su silencio belicoso, la vida familiar se
consumió y se tornó rutinaria. Revelar el problema significaba un riesgo de
conflicto abierto.
Esta interpretación esquemática de la familia Smith es una cons-rucción del
terapeuta, una visión extraída de los pequeños detalles dia-los. los diálogos, los
desacuerdos y la emotividad de la vida familiar. as afiliaciones, coaliciones,
lealtades y traiciones, la negociación y el omlicto, el ser uno mismo y la
pertenencia —no en la forma de dicoto-las Puras y secuencias temporales que
demanda el lenguaje, sino toas mezcladas en la confusión de las emociones
inexplicadas— tienen ~t e reducirse para lograr una descripción más clara del
funcionamien-to familiar.
tera
]e t- Peuta estudia la historia de la familia, pero a la vez observa se-c lvamente las
interacciones en las que él mismo participa dentro del
54 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
SUMARIO
las jerarquías y las cuestiones de control, este método del entrenamiento del
samurai podría ser una experiencia de aprendizaje espeluznante.
El drama de la relación en el aprendizaje nos aporta temas y signifj,
cados variados para cada persona. El campo de la terapia familiar siern. pre
se ha enorgullecido de su diversidad, como se refleja en sus muchas
escuelas diferentes de pensamiento. La misma diversidad se presenta en el
entrenamiento.
En los noventa, la terapia familiar es una práctica establecida. Las prj.
meras oposiciones contra la dictadura del psicoanálisis han sido reem.
plazadas por la preocupación por la efectividad en áreas discretas. El en-
trenamiento de los terapeutas familiares no está relegado a institutos
especializados, sino que en vez de ello tiene lugar en las universidades, en
los departamentos de trabajo social, psicología, psiquiatría y enfermería.
Los programas que otorgan el grado de máster en terapia familiar han
florecido en numerosos puntos de Estados Unidos y del extranjero, y con-
tinúa expandiéndose el alcance de su aplicación potencial. Ya no existe un
centro teórico para la disciplina; los programas de entrenamiento advierten
de su adhesión a una escuela en particular, y existe una fuerte polémica
entre los discursos rivales de los terapeutas intervencionistas y los pasivos.
Pero la terapia familiar de los noventa, cualquiera que sea su aproximación
preferencial, da por establecido aquello que ha llegado a ser del dominio
público en la teoría y la práctica, sin ni tan siquiera un gesto de
reconocimiento hacia sus orígenes.
Nuestra labor en este capítulo será proveer de una visión general de las
numerosas formas en que se ha conducido la terapia familiar y en que han
sido entrenados los terapeutas en su práctica. Para dotar de una cierta
organización a nuestro esquema, volveremos a la división del campo entre
terapeutas intervencionistas y pasivos. Esta distinción es, de alguna manera,
artificial y los terapeutas que han sido agrupados juntos no necesariamente
se verán a sí mismos como semejantes; pero la agrupación ayuda a arrojar
luz sobre los importantes puntos en común y las diferencias entre las
principales aproximaciones a la terapia sistémica.
virginia Satir
Pl estilo cálido y próximo de Virginia Satir fue descrito en el capítulo 1
o un ejemplo de práctica intervencionista. La meta terapéutica de Sa-
C
° ra el crecimiento, que ella medía con una mayor autoestima para los
f j¡vitluos y un incremento de la coherencia para la unidad familiar. Para
Ln t:r e] concepto de «fabricar personas» era idéntico en la supervisión y
la terapia. Por lo tanto, Satir creaba para los estudiantes el mismo tipo ,
experiencias que ideaba para las familias, experiencias cuyo fin era mejorar la
expresión emocional y lograr insight.
Satir pensaba que era esencial que los terapeutas se conocieran a sí mismos
como integrantes de sus propias familias. En su pensamiento, los terapeutas
necesitaban trabajar a partir de las cuestiones no resueltas en sus propias relaciones
familiares. A menudo entrenaba en un formato grupal en el cual el alumno podía
esbozar un periodo particular de su vida y del contexto familiar de esa época.
Entonces ella se dirigía a la gente del grupo para que interpretaran las diferentes
partes de la familia, de forma que el estudiante pudiera reexperimentar su papel
familiar para lograr un nuevo crecimiento.
Habiendo creado seguidores por todo el mundo, Satir solía encontrarse con su
«gente guapa» en un retiro veraniego de un mes al que asistían no sólo los
estudiantes, sino también sus familias. Durante tales retiros, una parte de su
formato de enseñanza implicaba entrevistar a los estudiantes y sus familias frente
al gran grupo, en un espíritu de crecimiento y participación. Algunos encontraron
que la manera en que Satir se implicaba a sí misma, llegando a ser una «buena
madre» para sus estudiantes, era bastante intrusiva y abrumadora. Ella era, de
hecho, extremadamente cercana y se manejaba a sí misma de un modo altamente
sustentador. Los supervisores que prefieran una relación con el estudiante
amigable, formal y de una cierta distancia, podrían haber encontrado su estilo de
supervisión demasiado íntimo como para que surgiera un pensamiento
independiente. Pero la terapia de Satir era una terapia de intimidad y su supervisión
albergaba esa misma cualidad. Muchas de las técnicas que desarrolló, como la
reestructuración, el uso del árbol familiar (.que precedió al genograma), y la
escultura familiar, por nombrar unas Pocas, todavía son ampliamente utilizadas en
el área.
Ca
rl Whitaker
Murray Bowen
Jay Haley
TaV Haley es más un supervisor que un terapeuta. Pero su pensamien-tan claro y
sus directrices tan fáciles de transformar en maniobras t0 Déuticas que puede ser
comparado con un maestro cartógrafo. Con Je sus mapas, un terapeuta siempre
sabrá con certeza dónde se en-U entra el norte. Haley concibe las interacciones
humanas como luchas C ternas por el control y el poder. El poder al que hace
referencia, sin embargo, no es necesariamente el control de otra persona; más bien
es el ontrol de la definición de la relación. La meta de la terapia, bajo su punto de
vista, es redefinir la relación entre los miembros familiares de tal forma que el
síntoma se abandona como un medio de ejercer el poder dentro de la familia.
Para Haley, la terapia es un intento de creación de condiciones en las cuales los
miembros de la familia «se encuentren» a sí mismos en circunstancias en las que
necesiten hacer algo diferente con el otro. La tarea del terapeuta se convierte en un
proyecto de ingeniería social: dado determinado síntoma, cierta familia organizada
disfuncionalmente, una dificultad o estrés vital, ¿bajo qué circunstancias estarían
los miembros de la familia a cambiar? Y, ¿cómo puede el terapeuta dirigirles hacia
tales circunstancias, de un modo tal que vivan el alcance de una cierta solución
como algo logrado por sí mismos? La terapia se convierte en un ejercicio de
«dirección indirecta».
En el tratamiento de una pareja en la que la esposa era bulímica, dirigió al
terapeuta para que explorara las áreas de desconfianza entre los esposos, diciendo
que el tratamiento de la bulimia no empezaría hasta que el problema estuviese
encauzado. Para ayudar a la esposa a creer en su marido, ella le pide que le
acompañe al supermercado para comprar la comida basura con la que se pega sus
atracones nocturnos. Se animó a la pareja a que hicieran cuentas sobre la cantidad
de comida que la esposa comió y después vomitó. En una ocasión, se le pidió al
marido que comprara la comida de ella. Después ellos decidieron que ya que ésta
iba a vomitarse más tarde, podrían perfectamente pasarla por la batidora para orrar
a a
' esposa esfuerzos a la hora de vomitar; se pusieron de acuerdo en c°mprar la
comida, hacerla puré, y después arrojarla por el baño.
El incremento en la colaboración, la mutualidad, y la confianza entre s esposos
que era esencial para modificar la dinámica de la pareja, así mo cambio del
síntoma, permanecían ocultos en la formulación estra-sica de Haley; parecían
casi ajenos. Pero eran la esencia de las estrate-
s
de Haley. La estrategia terapéutica de Haley ha sido descrita algv.
junas
que pi ntlue e' trabajo de Jay Haley precede a su asociación con Cloe Madanes y puesto reCe j.^, badanes
han escrito mucho juntos pero nunca han firmado en común un libro, pa-daries escribir sobre su trabajo
sin tener en cuenta que durante más de una década Ma-do jUn, "aley fueron codirectores del Instituto
Familiar Washington, enseñando y pensan-pros„ ?j durante la década pasada, tomaron rumbos
diferentes. Mientras que Haley ha tos e<¡ • explorando técnicas estratégicas, Madanes se ha interesado
más por los aspee-P|r'tuales de la terapia.
64 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
El grupo MRI
El grupo MRI también cree que el entrenamiento debe ser breve. yg que su
modelo es simple, creen que pueden enseñar a cualquier terapevj. ta
razonablemente interesado e inteligente a emplearlo. La meta princj. pal del
entrenamiento MRI es conseguir que los estudiantes abandonen la perspectiva de
cualquier modelo que utilizasen antes y se sumen al enfo-que del MRI. Aprender
qué no incluir es considerado más importante que aprender qué incluir.
El otro obstáculo es ayudar a los aprendices a llegar a ser más activo s en la otra
área donde el modelo MRI exige un activismo terapéutico, la de evaluar e
interrumpir las secuencias de soluciones intentadas. Para ser activo en este campo,
el estudiante necesita adquirir la habilidad para obtener de los clientes definiciones
precisas del problema, imaginar y «vender» reestructuraciones, y comunicar pautas.
La supervisión en vivo se puede emplear para ayudar al estudiante a adquirir tales
habilidades. En este momento, la principal intervención del supervisor será
transmitir, por el auricular, directrices al estudiante. Puede guiar al alumno para
que haga más preguntas sobre un área particular. Puede dirigir al supervisado para
que use una cierta reestructuración. O podría dar al estudiante una orden para que
sea comunicada palabra por palabra al cliente.
Es un modelo de entrenamiento que no requiere hablar de la historia, ni insight,
ni retroceder a la propia familia de origen del estudiante. Se trata de un modelo de
entrenamiento que se centra en la planificación y en la técnica mucho más que en el
estilo personal del terapeuta.
La insistencia por parte del MRI de que los supervisados deben abandonar todo
aquello que han aprendido para emplear su nuevo modelo, parece ser restrictiva y
puede crear terapeutas orientados hacia la técnica y sin la sofisticación requerida
para afrontar las situaciones humanas complejas. Al centrarse en la descripción que
hacen los clientes de sus problemas y conductas, frecuentemente pierden de vista a
la familia como un sistema interactivo y se centran en el fenómeno individual. Por
lo tanto, cuando los terapeutas del MRI consideran su aproximación como
minimalista, hablan de dirigir su interés hacia un solo aspecto de la solución del
problema. Con esta definición limitada, el minimalismo puede concebirse como
algo unidimensional.
La contribución actual del movimiento MRI no es quizás tanto su modelo breve
en sí, sino más bien su manera de manejar los problemas. Es beneficioso entender
que la solución que acompaña a un problema puede ser más problemática que el
mismo conflicto; una lección valiosa también para el grupo MRI a tener en cuenta
en su intento de proveer una fórmula para la terapia familiar.
TR
A PERSPECTIVA SOBRE LA TERAPIA: EL FEMINISMO
fil terapia feminista, tal y como existe en la actualidad, conforma una tr K° so'Dre 'a
terapia más que una escuela particular. La esencia del la aJ°c'lmco feminista radica
en la actitud terapéutica hacia el género y So,ensiDilidad hacia el diferente impacto
que tienen las intervenciones la ,e 'os hombres y las mujeres. Los terapeutas
feministas están acumu-tor ° Una ^ran canfidad de investigaciones y conocimiento
sobre los traste °s "e alta frecuencia en las mujeres, tales como la depresión, los ao r
°rnos alimenticios, y las secuelas de la violencia interpersonal y la a [ 0 S1(?n sexual.
El foco del tratamiento consiste generalmente en animar clientes a que cambien
los ambientes sociales, interpersonales y po-
74 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
líticos que han impactado en su relación con los otros, antes que ayuda^ a
los clientes a ajustarse con el fin de hacer las paces con un contexto SQ. cial
opresivo (Brown y Brodsky, 1992).
Los terapeutas feministas comparten con el constructivismo el interés
por el significado, ya que generalmente atienden a los sistemas de creen,
cias de hombres y mujeres y a cómo desarrollan los conceptos de rol que les
fijan en una posición particular. Al contrario de los constructivistas sin
embargo, los terapeutas feministas no temen el poder. Por el contra! rio,
muchos de ellos ven la decisión de emplear el poder como la única manera
que tienen las mujeres de equilibrar la balanza. Como resultado acentúan la
solidaridad como un medio para que las mujeres puedan lo. grar una
influencia mayor.
Ya que los terapeutas feministas varían en sus aproximaciones, la su-
pervisión también se conduce de varias maneras, pero siemprtTCon una
perspectiva común. Marianne Walters, miembro del pionero «Proyecto de
las mujeres», el cual incluía a Betty Cárter, Peggy Papp y Olga Silvers-tein,
ha descrito la supervisión en la terapia feminista como «un proceso de
desafío a nuestros supuestos y tradiciones terapéuticas con el fin de in-
vestigar las formas en que los roles sexuales y el poder del género fortale-
cen la estructura de los sistemas de las relaciones familiares, e influyen en
nuestro propio pensamiento sobre lo que ocurre en la familia que obser-
vamos» (Walters, Cárter, Papp y Silverstein, 1988, pág. 148). Dentro de
este marco, su supervisión entre las sesiones de terapia se centra en analizar
y criticar los conceptos y supuestos que subyacen a las intervenciones
alternativas. Ella subraya la importancia de emplear conceptos sisté-micos
con referencia a los diferentes significados que estos conceptos tienen para
cada sexo.
El trabajo actual de Peggy Papp, con su colaboradora Evan Imber-Black
(Papp e Imber-Black, 1996), se centra en «los temas multisistémi-cos»
como un concepto unificador en la terapia y en el entrenamiento. Este foco
de atención amplía su interés, previamente expresado en las cuestiones del
género, para incluir la transmisión y transformación de los temas
familiares. En el modelo de entrenamiento que ellas han ideado, se pide a
los estudiantes que exploren un tema significativo en su familia de origen
que haya afectado sus propias vidas y que apliquen este mismo tema de
orientación en el análisis de un caso actual. A pesar de mantener una
orientación fuertemente feminista, esta perspectiva clínica subraya el
sentido de la familia en una época en que éste parece estar pasado <Je moda
en la literatura y la terapia posmoderna.
Aunque con esfuerzos muy diversos, el movimiento terapéutico fem1'
nista, como el ejemplificado por el trabajo de los miembros del «Proye c' to
de las mujeres», ha abierto nuevas posibilidades en el campo de la t e' rapia
familiar.
Los capítulos previos han realzado conceptos que preparan al ter^, peuta para
el encuentro terapéutico. La página impresa acomoda fácil, mente los conceptos,
pero la terapia es multidimensional, es mucho rtiás que conceptos. Me pregunto
cómo puedo comunicar el ánimo del eri cuentro, los silencios que envuelven los
pensamientos tangenciales, e] sentido del ritmo que me alerta para centrarme en la
emoción que quier0 que exista pero que no puede expresarse, el misterio de
experimentar 9 los miembros de la familia a través de nuestras diferencias y darnos
cuen. ta de que son «más humanos que otra cosa». Y entonces, ¿cómo describo la
obra, el proceso creativo por el cual me convierto en audiencia y actor en director
de la terapia y también en miembro del sistema terapéutico, y los caminos que
siguen los miembros de la familia mientras experimen. tan con nuevas y mejores
maneras de relacionarse? \.
CUATRO CASOS \
Ella describió que se sentía apenada por su madre y que ella acariciaba ei pelo de su
madre cuando lloraba y le besaba la frente hasta que se calma. ba. Uno a uno, los
otros dos hijos se sumaron a la sesión para contar hi s. torias similares de protección
a la madre de la crítica paterna. Al mism0 tiempo, dijeron que su padre nunca había
sido violento con nadie de la fa. milia y que era muy cariñoso.
En este punto, los síntomas se habían alejado de su lugar central y no s
encontrábamos en un simple drama familiar con los hijos participando
en el conflicto paterno. Este drama era conocido para mí; lo había vivicj0
muchas veces. Paré a los niños, diciéndoles que su protección de la madre
no ayudaba a ninguno de los padres. Animé a la señora Ramos a desafiar
la falta de comprensión de su esposo. Si lo hacía, yo apoyaría y ampliaría
sus peticiones de un trato más justo. \^
Le pedí a la señora Ramos que me hablara sobre sus padres y sobre quién de
ellos había sido más crítico con ella. Me dijo que ella siempre había sido
considerada la menos atractiva e inteligente dé\su familia. Cuando era niña siempre
había trabajado más duro que su herrhana para conseguir el amor de los padres,
pero siempre se había sentido i^na segundona.
Terminé la sesión, invitando a la pareja a una segunda consulta al cabo de tres
días. Instruí al marido para que encontrara nuevas formas de apoyar a su esposa
mientras tanto. Quería que recordara viejos tiempos, cuando él la había cortejado.
Iba a comprarle un regalo. Le dije a la señora Ramos que debía dejar en paz las
manos de los niños para que pudieran ser dueños de sus propios cuerpos. Les pedí a
los niños que dijeran a su madre que sus manos les pertenecían y que se las
lavarían cuando pensaran que era necesario.
Cuando la sesión finalizó, estreché la mano de cada uno. Sólo después de que
se marcharan recordé que las manos de la señora Ramos eran sagradas y que no
tocaba las manos de otras personas. El matrimonio Ramos y yo habíamos olvidado
sus síntomas.
¿Qué es lo que pasaba de manera vaga y compleja por mis circuitos cerebrales
durante la sesión? Primero, estaba impresionado por el poder del síntoma para
controlar a la familia entera. También estaba divertido por la habilidad de los
Ramos —o la desgracia— para trasformar el significado de cada evento en la
lógica de la narración referente al síntoma. En algún punto pensé que la señora
Ramos debía de sentirse extremadamente impotente para necesitar todas estas
formas de control tan elaboradas V< casi de forma simultánea, pensé que si se
sentía tan atemorizada, inde' fensa, desamparada, ella y su marido debían de estar
viviendo en un con' texto que les empujaba a sentirse y actuar de esta manera.
Quiero aclarar mi pensamiento. No creía que el señor Ramos hubie r creado las
condiciones de su esposa. Lo más probable es que la señor" Ramos hubiera
extraído de su familia de origen una propensión a senttf se incomprendida. Cuando
ella se casó, debieron haber existido las co^ diciones para establecer algunas
formas nuevas de relacionarse, pero r¡ se habían desarrollado. El señor y la señora
Ramos estaban mantenien^ los viejos patrones que inducían su particular respuesta.
Pero en vez "
EL ENCUENTRO TERAPÉUTICO 81
controlada por su necesidad de trabajar más duro para ser aceptada. Ern pleé la
palabra fregona * para resaltar mi visión; quizás, al igual que Cen¡ cienta, ella
podría relajarse y aceptar a su príncipe.
En realidad, no sé qué sucedió para que la sesión finalizara como u,. cuento de
hadas. Algo de esta familia hizo que me moviera de una marie. ra simple. Me sentí
atrapado en su drama y su lenguaje. Los Ramos tam. bien se sintieron tocados.
Fueron agradecidos y la señora Ramos no dudó en estrechar mi mano. Esta vez
ambos, ella y yo, sabíamos que era un nuevo paso, una liberación de la tiranía del
síntoma. Si pienso sobre e] proceso del cambio —cómo un síntoma tan extraño
comenzó a cambiar en una consulta de dos sesiones—, debo atribuirlo a mi
confluencia cor, ellos. Al unirme con la señora Ramos, se sintió fortalecida para
realizar demandas. Le ayudé a pasar de actuar sus^emociones a través del síntoma, a
expresarlas en forma de lenguaje y de retos interpersonales.
¿Cuáles fueron los elementos clave en esta consulta con la señora Ra.
mos? Lo primero, creo, fue mi atención y mi manejo del síntoma. El po-
der del síntoma parece depender de la descripción invariable de la histo
ria. Es como los relatos infantiles, siempre narrados (del mismo modo. Si
en la exploración el terapeuta amplía la historia, incluye a otras personas,
o introduce cualquier tipo de novedad, la automatipdad del síntoma es
puesta en duda. El síntoma de la señora Ramos se había ido fortalecien
do durante años por la repetición diaria, y me sentí empujado a explorar
lo de forma detallada para validar mi hipótesis^ (Un manejo similar del
síntoma se presenta en el capítulo 14.) /
Desde el comienzo, cuestioné la validez de la historia en toda su extensión. Mis
dudas eran visibles en un primer momento: «He visto muchos casos similares, pero
ésta es la primera vez que veo...». Cuando pedí a los niños que me mostraran sus
manos, subrayé que eran sus manos. Exploré detalles: «¿Los huevos están sucios?
¿El sexo es limpio?». Acompañé mis preguntas con exclamaciones de sorpresa, que
al repetirse ponían en tela de juicio la realidad del síntoma. Tales cuestionamientos
estaban acompañados de afirmaciones de aceptación de la realidad del síntoma. Es
una estrategia con dos caras.
También trabajé con subsistemas. Comencé con la familia completa. pero
cuando quería cuestionar la intrusión de los hijos en el conflicto ¿e' cónyuge les
invité a que salieran, después pedí que regresaran cuando Ia sesión requería
nuevamente de su participación. En la creencia de que las personas se construyen
unas a las otras, concluí que el síntoma de la s£; ñora Ramos debía ser parte de las
interacciones entre ella y su esposo. M1 pregunta: «¿Por qué cree que su esposo
miente?», estuvo motivada p°, este concepto. Una vez que la pareja se comprometió
en la terapia, alente el conflicto y participé ampliándolo, me uní a la señora Ramos
para ay^' darle a cuestionar a su esposo. Y ya que creo que los padres, al menos
mayoría, desean ayudar a sus hijos, le entregué a la señora Ramos la t 3 rea de
controlar su ansiedad por el bien de los hijos, esperando que d°
por su desinterés al cuidar a los niños de María, pero también resalf cómo se había
limitado su vida y cómo María le podía liberar de ser ma dre a tiempo completo.
Critiqué al tribunal, indicando inconfundible mente que un juzgado
angloamericano no podría entender lo importante, que es para los latinos ayudarse
entre sí. Dije que la orden limitante hab¡a impedido la mejor solución: que
trabajaran juntas.
Recapitulando para el personal, observé que era natural para los n¡. ños
comportarse de forma hiperactiva en presencia de dos madres refij. das entre sí.
Subrayé que había empleado sus conductas para crear una representación de los
estilos parentales y^sugerir alternativas que podrían mejorar las vidas de ambas
madres. Más tarde, el trabajador social y y0 diseñamos un plan para cambiar la
orden disuásoria del tribunal.
nes, y que deseaba estudiar para convertirse en policía. Añadió que a rante los dos
últimos años había trabajado en McDonald's al salir de la e ' cuela.
Le pedí que pasara el lapicero a su hermana. El hecho de pasar el ] a
picero, como si fuera un ritual mágico, llamó la atención de los otr 0
miembros familiares, que se convirtieron en la audiencia. Esta técnica e.
útil en familias en las cuales el ruido es el contenido de las interacciones
familiares. Si fuera necesario, el terapeuta puede dirigir el flujo de la co n,
versación insistiendo en que ^ólo puede hablar el miembro de la familj a
que posee el lapicero. \
Suzanne me dijo que después de terminar el instituto había comenza
do a trabajar en McDonald's. Durante el último año había sido la supervj.
sora. Daba a su madre una gran parte de su salario. Le pregunté sobre sus
responsabilidades en el trabajo y si \>u madre la alababa por ser tan res
ponsable. Ella respondió que no. Mfe quedé sorprendido, después estre
ché la mano de la madre, felicitándola cálidamente por su capacidad a]
haber criado niños tan responsables/y leales. Ésta es una intervención su
gerida por Jay Haley Felicitar a 1Q¿ padres por el éxito de los hijos (o vi
ceversa) es una intervención sistemática que resalta claramente la com-
plementariedad entre los miembros de la familia, enfatizando las uniones
positivas. /
A los quince minutos de sesión había enganchado a cada miembro de la familia
y había observado la agresión y los intentos por controlarla, los cuales ignoré.
Había confirmado la fuerza de los dos hermanos mayores y la madre. Y también
había comprobado que los temas de lealtad y de protección de la madre y los otros
eran áreas importantes y admirables, no exploradas totalmente.
Pedí ahora a George y Harry que se pusieran de pie uno junto al otro. Cuando
se trabaja con niños pequeños, el lenguaje de la terapia debe ser el lenguaje de la
acción. A menudo pongo a los niños de pie uno junto al otro para ver quién es más
alto, quién sonríe más abiertamente, etc., para ayudarles a sentirse como
participantes. Le pregunté a Harry cómo era posible que George le hubiera
provocado si éste era mucho más pequeño Suzanne afirmó que George podía ser
muy destructivo y que rompería los brazos y las piernas de Harry si no llegaba a
intervenir. La secuencia oe violencia en casa, que la familia estaba describiendo en
ese momento bastante afablemente, era que Harry provocaba a George, y George
acechaba a Harry. Richard se encargaba de George y Suzanne agarraba a Richard
Me parecía claro que esta familia de gente maltratada había desarrolla^ 0 una gran
sensibilidad a las señales de agresión y un sistema de respuesta inmediatas para
aplazar la agresión antes de que se volviera destructiva como había ocurrido.
Pregunté a la madre, a Richard y a Suzanne, si podrían dejar a Geo ge y a
Harry luchar sin que intervinieran. De forma unánime responda ron que George
mataría a Harry. Le pedí a George si él podría conven^ a su familia de que no
estaba loco o de que no era un criminal. Así esta" creando un contexto en el cual
los miembros de la familia podrían ir>t
EL ENCUENTRO TERAPÉUTICO 87
R
EACIÓN DEL SISTEMA TERAPÉUTICO
.
4. Los miembros de la familia desarrollan medios para negociar conflicto
que permiten la predicción de la interacción pero que » vez coartan la
exploración de la novedad.
EL ENCUENTRO TERAPÉUTICO 89
milia deberían sentirse reclutados en una ocasión u otra dentro H este proceso.
8. Al trabajar con organismos que ofrecen servicios a las familias( Pi clínico
necesitaría considerarles parte del contexto familiar. DeL ría ampliar sus
intervenciones con el propósito de crear cambi0 de organización que no
perjudiquen a la familia.
La historia oficial
* me>noria familiar
micas, las cuales exageraban la importancia del pasado, como si la inf 9n cia
fuera el destino. Asumíamos que lo que es relevante en el pasado e\j„ te en
el presente, y se destaca en el encuentro actual.
Pero en la práctica clínica, la atención a la historia familiar a menun
aparece en la fase media ¿Je la terapia, cuando tiende a descubrirse algfj
segmento relevante de la historia familiar. Para cuando la familia y el te
rapeuta se hayan comprometido de un modo que les permita creer el u^ en
el otro. Ahora la historia paternal, sus padres y la familia al completQ se
convierten en una fuente de curiosidad y de construcción de hipótesi* sobre
la relevancia de los eventos pasados en el modo actual de relacio. narse y
pensar de los miembros de la familia. La familia y el terapeuta ex-ploran
los límites que las experiencias previas imponen en sus patrones e
intenciones actuales. Pueden surgir perspectivas novedosas partiendo de]
entendimiento de cómo los viejos modelos de relacionarse extraídos de la
infancia se están representando de forma anacrónica en las interacciones
diarias. Los «yoes» de hoy son concebidos como una atadura a viejos pro-
pósitos.
Por ejemplo, a John le habían prometido un perro por su octavo cum-
pleaños. El padre le llevó a una tienda de animales donde él eligió un en-
cantador cachorrito de raza doméstica. Pero su padre insistió en comprarle
un perro de raza con pedigrí. Discutiendo el incidente en la terapia, el padre
describió su conducta como un remanente de la devoción de su familia de
origen a «lo mejor». Este esquema, aprendido en un contexto previo, le
impidió actuar de una manera sensible con respecto a los deseos claramente
expresados de su hijo.
En otro caso, Jim siempre se irritaba cuando su esposa se sentía can-
sada. Cuestionado por el terapeuta, Jim se percató de que vivía la conducta
de su esposa como una demanda para hacer algo. La respuesta airada de
Jim puede concebirse como una consecuencia de su experiencia, como hijo
responsable y paternalista en su familia de origen.
En el proceso de captar datos de la historia, el terapeuta no deja de ex-
plorar áreas de fuerza en la familia, periodos de su pasado donde las tra-
yectorias eran diferentes. ¿Su repertorio interpersonal era más rico antes de
que sus problemas estrecharan su visión de sí mismo y del mundo-Durante
esta fase, el terapeuta puede describir las demandas que piens3 que los
miembros de la familia están efectuando sobre él, como un medí0 de
ayudarles a identificar sus «fantasmas» y explorar su pasado relevante. El
puede compartir experiencias de su propia vida y del pasado que pa' rezcan
relacionadas con los conflictos de la familia.
te espero que les haya transmitido algo acerca de la manera en que hago
la
S)a P hoy en día. Pero, ¿cómo lo enseño? Esto lo hago a través de una
rvisión muy amplia. La instrucción académica tiene un lugar en la
94 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
EL TRAYECTO DE UN SUPERVISOR
cuando era niño. No puedo\garantizar los detalles de mis recuerdos, per sé que lo que
aprendí en mi\ infancia sobre las relaciones se relacionak con la lealtad, la
responsabilidad y el compromiso hacia la familia, el clan y, por extensión, hacia la
genjte judía.
He comenzado esta discusión de la supervisión definiéndome a rnt mismo a
través de mi aprendizaje en la infancia, porque rni relación con los estudiantes está
impregnada por el sentido de la obligación y del corn. promiso que aprendí de niño.
Si uno reflexiona sobre los valores que más estima como profesor, probablemente
descubrirá que tales valores se en-cuentran enraizados en la propia infancia.
Comencé a supervisar y a enseñar en 1952, cuando vivía en Israel. Era el
director médico de cinco instituciones elementales para adolescentes con problemas.
La mayoría de los niños eran supervivientes de la Europa de Hitler, pero también
había niños de Marruecos, Yemen, Irak y la India. El personal de las instituciones lo
conformaban psicoeducadores que seguían los principios adlerianos modificados por
su sustancial experiencia de la vida en grupo y sabían bastante más que yo con
respecto al trabajo con estos jóvenes.
Yo era un joven psiquiatra y mi entrenamiento en una institución residencial
para adolescentes delincuentes, ubicada cerca de la ciudad de Nueva York,
difícilmente me había preparado para esta población y este trabajo. Era ingenuo,
ignorante, y lo sabía. Todavía lo que mejor recuerdo de mi experiencia era mi
resuelto rechazo a dejarme paralizar por lo que desconocía. Como persona, terapeuta
y profesor, esto ha sido siempre una de mis características: transformo los
obstáculos en una oportunidad para aprender. Mi respuesta a los inconvenientes se
da en fases. Primero me convierto en un competidor vigorizado por los problemas.
Después me impaciento, más tarde me deprimo, y finalmente me quedo pensativo.
Una vez que estoy comprometido, el reto es primario y los obstáculos los siento
como una provocación. El apuntalamiento es emocional, pero también existe una
respuesta intelectual a la aventura de aprender.
Los años que siguieron a mi experiencia israelita fueron turbulentos y
productivos. Fui entrenado como analista en el Instituto William Alanson White de
Nueva York, pero básicamente me encontraba más interesado en las familias.
Cuando me trasladé a la Universidad de Pensilvani»' como profesor de psiquiatría
infantil y director en la Clínica Filadelí'3 para la Orientación Infantil, creé una
institución que trabajaba sólo con familias y con los principios de la terapia
familiar. Aquí comenzó a dest3' car mi persona* retadora. Era un saltador de
obstáculos enfrentándola a las rigideces del sistema psiquiátrico. Quizás nosotros
creamos nue^ rigideces en el proceso, pero el desafío al tratamiento individual y los
m todos tradicionales era probablemente acertado para la época.
* Juego de palabras. El autor juega con el origen de la palabra, el cual hace refere!1 a la máscara
griega que se utilizaba en el teatro, en definitiva a cada una de nuestras c» o facetas como seres
humanos. (N. del 1.)
LA SUPERVISIÓN EN EL ENCUENTRO TERAPÉUTICO 99
Fue en la época de los sesenta en la Clínica Filadelfia para la Orienta-• 'n Infent'l
cuando me convertí por primera vez en profesor y supervi-C' de terapia de
familia. Mirando hacia atrás, estoy impresionado por la *° crepancia existente entre
mi estilo de terapia y mi estilo de enseñanza esa época. Mi estilo terapéutico era
una combinación de apoyo, con-F¡ niación y cuestionamiento. Era cuidadoso al
contactar con las familias, ra asimilar sus modos y permanecer dentro de un nivel
de cuestiona-;ento aceptable para ellos. No sentía que la enseñanza requiriera de
esa •srna acomodación. Era confrontativo y provocativo, desafiaba a los estudiantes
para que aprendieran. Quizás proyecté mi propia respuesta al
to __y mi propio proceso para encontrarla— en mis estudiantes.
Mi evolución como terapeuta familiar me suministró la materia prima nara
enseñar a los otros, así como las habilidades que adquirí en el camino. En mi
terapia desarrollé la habilidad para captar la comunicación no verbal con rapidez,
y podía saltar de claves mínimas a hipótesis que guiaran el proceso terapéutico.
Llegué a sentirme cómodo con la idea de que estas hipótesis conformaban simples
instrumentos para crear contextos experimentales, para enviar globos-sondas que
me ayudaran a contactar con la familia y a desafiar sus rigideces introduciendo
múltiples perspectivas. Procedía uniéndome y luego «acariciaba y golpeaba»;
durante ese periodo, la pirotecnia de tales sesiones llegó a conocerse como mi
modo de practicar la terapia.
Transferí ese estilo a mi supervisión. Veía cintas de vídeo, microanali-zaba
segmentos y saltaba a la construcción de hipótesis, excitado por la naturaleza
intelectual de la empresa, por la manera en que las piezas del puzzle podían
organizarse en una amplia conceptualización y por la aventura potencial de unirme
a la familia para explorar la novedad y crear una gestalt diferente. Creo que mi
entusiasmo era contagioso, pero me impacientaba la lentitud de otros caminos a
través de los cuales mis estudiantes llegaban a comprensiones similares o
diferentes; y creo que este pe-nodo fue difícil para la gente que supervisé. No les
di demasiado espacio, ni respeté el talento idiosincrásico, ni las dificultades qus
trajeron al proceso de supervisión.
Cuando recuerdo ese periodo y lo comparo con mi enfoque actual, veo arnbién que
enfatizo aspectos diferentes de la supervisión. Quizás inundado por la, casi
alérgica, evitación de Jay Haley a instruir desde la ona, mi propia enseñanza era
básicamente inductiva y experiencial —un asís que ahora considero importante
pero insuficiente—. También con-0 c°mo ingenuo el esfuerzo de Braulio Montalvo
y de mí mismo por en-¡ ar Un «alfabeto de habilidades», incluyendo cómo
relacionarse, crear la ensidad, introducir alianzas y coaliciones, cuestionar, crear
representa-j , es- etc. Una vez que los estudiantes habían desarrollado estas habili-
es Cr a
c¡ , ' eíamos que serían capaces de emplearlas de una manera diferen-era °
arn
idiosincrásica. Las habilidades son importantes, pero el inventario q u bién
demasiado mecánico y se debía probablemente a los errores ^rn|° n^aron 'a teraP'a
familiar estructural durante décadas: esa terapia lar estructural requería la habilidad
para mover a la gente a diferen-
100 / HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Los autores de las historias que siguen son terapeutas que han sin
miembros de mi grupo de supervisión en varias ocasiones durante lQs -?
timos años. Las historias son marcadamente individuales, y reflejan la
periencia única de la supervisión de cada autor. Al mismo tiempo, revel
muchos de los temas recién descritos. Y así, aunque cada historia portal11
huella de su autor, también puede leerse como un género, ilustrand8 cómo
la supervisión orientada estructuralmente debe funcionar en la K rea de
crear un terapeuta.
Mis propios comentarios están entretejidos con cada una de esas his
torias. A medida que la historia se desenvuelve, relato mi experiencia con
el estudiante, ofrezco mi interpretación de su estilo terapéutico preferido y
discuto cómo me empleaba a mí mismo estratégicamente para tratar de
inducir una ampliación de dicho estilo. Lo que espero que surja de estas
historias es una apreciación de la peculiar «danza» de la co-creación que
constituye la supervisión.
7. LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO
va y . Maa rgaret Ann Meskill posee un máster de trabajo social por la Universidad de Nue-
de jr ' " impartido terapia familiar en diversos centros como clínicas de salud mental y
dos p^dependencias, un albergue familiar, y en clínicas de cuidados psiquiátricos agu-
Harjr la actualidad trabaja para doctorarse en psicología clínica en la Universidad de
106 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Hasta que comencé a considerar este artículo, no había hecho conexión alguna
entre mi elección de la supervisión en terapia familiar y las propias dinámicas de
mi familia. Siempre supe que las dos elecciones profesionales —primero la
elección de la modalidad del tratamiento en sí misma y después la del supervisor—
estaban ligadas a mi contexto psicológico particular; lo que ignoraba es cómo. Este
relato es una exploración parcial de esa cuestión. Es necesariamente un trabajo en
curso, ya que todavía estoy desembrollando mi comprensión sobre la manera en
que me impactó la supervisión.
Crecí en un contexto movedizo y cambiante en el cual los lazos fami
liares se consideraban como secundarios a otras cuestiones. Había un
gran énfasis en la autonomía y la ejecución, en el intelecto, el conocí'
miento y la experiencia. De joven estuve muy influida por el matriarca'
do de mi abuela y mi madre. Los hombres en mi familia eran proveed 0'
res distantes poco implicados, especialmente durante mi juventud. La*
decisiones sobre mi hermana y yo eran tomadas por mi madre o i"
abuela, quienes estaban a menudo en conflicto. Ellas estaban de acue
do, sin embargo, con que la educación es sagrada, un fin en sí mism 3^
el comienzo de una carrera profesional. El valor de la educación era u n
trama dentro de la amplia historia de logros y luchas femeninas, u
historia en la cual esperaban que tomáramos parte mi hermana y ',
Como otras hijas de nuestra época, tendríamos que vencer los aspe c
dóciles y sumisos por ser mujeres, aspectos que nuestras madres hab 1
experimentado ya como algo muy limitante. $
Fui enviada a internados en Nueva Inglaterra y comencé excursi 0 ^ veraniegas
por México y Centroamérica. De acuerdo con la manera P e
LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO 107
aue mi familia habitualmente hace las cosas, se suponía que las exliar e . s
jgj verano en la pobreza del tercer mundo contrarrestarían el p er!em0 de los
internados y me iban a educar de una manera maravillosa. e''* w s extremos se
veían en relación con la aventura de aprender. La edu-A111.se valoraba de forma tan
incuestionable, que más tarde mi herma-ca° vo llegamos a ser muy habilidosas en
maquillar nuestras peticiones n3 ^vocaciones más escandalosas hasta convertirlas
en algo aceptable a y ^ jos de nuestra madre en el nombre de nuestra necesidad de
aprender, |°recer y experimentar.
Para cuando tenía trece años, la familia se había convertido en un lu-
¿onde yo «fichaba» cuando nada interesante estaba ocurriendo. Las "venturas,
nuevas experiencias, el éxito académico y, por encima de todo, ■ ¡ndependencia
constituyeron las expectativas formativas para mí. Éstas se colocaban siempre en
el contexto de nuestro género. Mi hermana y v0 estábamos siendo educadas para
ser fuertes con la esperanza de que así nos habituaríamos a la clase de
sufrimientos que se identificaban como «femeninos». La fuerza de esta
solidaridad del género en sí misma, mantuvo a mi padre apartado, como un
proveedor concienzudo pero sospechoso emocionalmente.
Estudié antropología en la universidad. Esta elección era más práctica que
intelectual, porque me brindaba la oportunidad de viajar y llamarlo «trabajo de
campo». Por aquella época me estaba revelando contra mi familia y lo hice en el
ámbito que ellos me habían enseñado que les impactaría de forma más poderosa:
el rendimiento escolar. Nunca terminé el instituto, abandoné los estudios en el
segundo año de universidad, y me fui a vivir una vida aventurera a México. Mi
rebelión estaba bien diseñada, aunque era totalmente inconsciente. Estaba
contraviniendo el bien familiar del «aprendizaje».
El Barnard College en los setenta era un buen lugar para la revolu-
'on. El feminismo y el socialismo estaban en su apogeo dentro del clima
icadémico de aquella época. Mi conciencia intelectual recibió la llamada
P^ra despertarse que necesitaba, después de cinco años en el elitismo
^P que tan inconsciente y arrogantemente es promovido en los inter-j os- La
posición feminista que aprendí en Barnard fue la lente a través
a u
^ al percibiría mi mundo, un tipo de conjunto cognitivo básico que
°nentaba a la vez que me validaba. con \*a- n°ta SODre m' feminismo. El feminismo
comenzó en mi familia jer a lriterpretación tan típica de que los hombres son bestias
y las mu-dij ,SUs víctimas. Barnard le dio un poco más de sofisticación y profun-
intrc^i'nt,e'ectual a esta ideología familiar. La sociedad y el capitalismo se ban t Clan
como factores en la cuestión del género. Las posturas estadas D Iílac^as' las
hermandades existían, las posiciones estaban reforza-co^ Ur»a época y un lugar
que permitía sentimientos tan complicados y clar¡ . Vultuosos. En retrospectiva,
valoro la experiencia de pertenencia ad moral que tuve entonces. También
reconozco las limitaciones,
?'■ White anglosaxon protestant (anglosajón blanco protestante). (N. del t.)
108 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
oersonas que, más que desarrollar una adicción a una droga particu-"aS
mantienen una lista abierta de posibilidades y se «meten» todas y
'aI\ "una de las drogas que consiguen. Nina dijo que ya se había cansado J! las
drogas y quería dejarlo.
Mi clínica normalmente no trabaja con enfermos mentales, pero el di-tor, creyendo
que la adicción a las drogas de Nina justificaba nuestro V bajo con ella a pesar de
que se encontraba severamente trastornada, '. * un arreglo especial para ella. No me
encontraba extasiada con esta ■ js¡ón. Yo tenía muy poca experiencia con el
sistema de salud mental y reSentaba un tipo de rechazo general hacia la enfermedad
mental seve-que se encaminaba hacia la idea de «deja a los doctores que se las
vean c0n ellos y su medicina». Según mi opinión, el tratamiento exitoso consistía
en tener a los pacientes bien medicados en las clínicas de otras personas. Me sentía
nerviosa e incompetente con la «gente loca».
Nina y su marido, Juan, se quejaron de sus experiencias de tratamiento previas,
dejando claro, no por casualidad, que ya habían pasado por el área de psiquiatría
más de una vez, y que podían salir triunfantes de la mejor de mis intenciones de
tratamiento. Yo estaba más que dispuesta a ceder en este punto. Sabía que el
asunto me superaba y me sentía segura de que me uniría al resto de los terapeutas
perdidos con esta familia a corto plazo. Así lo pensé. Y así lo dije.
Ésta era la apariencia de la pareja en ese momento. Nina se presentó a sí misma
como una buena, aunque incurable, paciente. Habló clara y coherentemente sobre
sus estados internos. Ella controlaba su estado emocional cuidadosamente y podía
fácil y libremente informar sobre él en cualquier momento. Era elocuente e
inteligente. Poseía un gran in-sight. Mostraba esa dogmática fe que uno aprende
tan bien en los círculos terapéuticos: que a partir del «refrito» de cada matiz
emocional llegará el alivio y la cura. Incluso podría decir que era una paciente
excepcional. Ella podría haber suministrado a cualquier terapeuta la subiente
angustia y oportunidad para hacer interpretaciones jugosas irre-sistibles, aunque
inalterables.
Juan no se había beneficiado de los años de atención psiquiátrica. De
!cn
o, su presentación reflejaba la falta de atención que había experi-
e
ntado en su posición como esposo de una persona «loca». Era como
fantasma, apenas discernible dentro de la crisis en que se encontraba
^ arnilia. Ocasionalmente estallaba en un claro alivio cuando narraba
°s y hacía afirmaciones sobre la enfermedad de su esposa. Después
se
gi ^Materializaba. La pareja tenía una amorosa hija de catorce años. rial tra^aJar con
la pareja a solas con la esperanza de explorar el mate-dist^Ue sa^na a la luz cuando
la hija no se encontrara disponible como ca acc'°n. También elegí trabajar con
ellos solos porque al acotar el
P° limitaba también mi sensación de estar abrumada.
ope a etapa inicial del tratamiento estaba guiada por la manera usual de
ca^L r °e la familia. El foco estaba perdido en la crisis, las coaliciones
tn¡e la°an azarosamente y la ansiedad era alta, incapacitando a los
"T'os de la familia tanto como al terapeuta. La amenaza de impulsos
112 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
,
MARGARET: De acuerdo, creo que es perfectamente simple y viene ^ caso con
lo que en realidad sucede. Lo que tengo que aprender es que el se va a psicotizar de
cualquier forma.
MINUCHIN: O no. ,
MARGARET: Pero, ¿y si sucede? Mi miedo no es perder el control de sesión
sino que ella enloquezca. Me gustaría verte en esa situación. C° tinúan esta
disputa, y entonces ella no puede hacer nada más y comien a mostrar síntomas...
Ella para ese proceso teniendo un síntoma. Y y° * asusto en este momento. Así
que entro en mi modalidad reconfortante*
LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO 113
El mensaje que me daba Minuchin era que, al igual que la familia, yo ne-
cesitaba crecer superando el miedo. Para mí, esta supervisión fue un gran
descubrimiento. Había sido capaz no sólo de exponer una parte mía que no
aceptaba (ya que la veía como una debilidad), sino también insistí en que Sal me
respondiera sobre ello sin disimularlo o esconderlo tras las cuestiones teóricas más
tentadoras (léase seguras) producidas por el trabajo.
A medida que me aventuré a salir del escondite, comencé a experimentarme
como más centrada cada vez. En la supervisión, abandoné las instigadoras
escaramuzas intelectuales y, en vez de ello, aireé cualquier escepticismo que
sintiera de manera que implicara a mi yo completo y no sólo a mi cabeza.
Cuando Nina salió del hospital, pregunté a la familia si vendrían a una sesión de
consulta con el doctor Minuchin. No podrían haber estado mejor constituidos para
sacar a relucir lo mejor de Minuchin, con su larga lista de tratamientos fracasados,
su drama y su locura. Hispanos y pobres: eran Perfectos para él. Yo sentía que
preferiría no tener esta sesión; habían ido ernasiado lejos. Pero Sal estaba
interesado en mi descripción de ellos y su-!r|o que estuviera la hija también. En
otras palabras, él empezó su superpon del caso preocupándose por mi familia
incluso cuando yo no podía. n términos de relación conmigo, esto fue tan efectivo
como simple.
hey, ¿qué puedo hacer aquí? (Esto, aunque sea considerado de forma Cf) tés
como desequilibrante, es una mentira descarada.)
NINA: YO me sentía tan torturada que cuando él me rodeó con su br zo
me sentí consolada y segura. Aquí estaba mi marido cuidando^ cuando lo
necesitaba.
MARGARET: Pero en otras ocasiones, cuando necesitabas consuelo »
torturabas y sufrías un dolor intenso y fuerte y algo ocurría entre vosotr0
dos cuando sentías que él podía consolarte.
JUAN: Creo que es porque siento que estoy siendo empujado y corno «¡
no me correspondiera.
NINA: Yo no quiero que te alteres.
JUAN: Pero entonces yo me siento que estoy fuera, así que quizás y0
creo que lo mejor que puedo hacer es alejarme y quizás esto funcione. (Su
voz se desvanece y después él se endereza.) He pensado en mamá, y ahora
me doy cuenta de que ella es un ser humano muy infeliz y solitario En ese
sentido, lo siento por ella. Y es triste que me sienta tan impotente para
hacer algo. Ella quiere tan desesperadamente ser amada. Ni siquiera su
madre la amó. Ella quiere el amor de su madre como tú quieres el suyo,
Nina. Cuando pienso en todo ese enojo, es una completa locura. A eso se
reduce todo.
Ésta fue una expresión que nunca había escuchado de Juan. Estaba tan
lejos de «estar en la luna» como es posible estar.
Así, mi concepto de los hombres estaba siendo derruido de maneras
complementarias. En la supervisión, Salvador no estaba resultando ser ni
irrelevante ni opresivo. En las sesiones, Juan estaba llegando a ser cada vez
más relevante y asequible. Con esta reelaboración de una de las caras de la
moneda del género, surgió una nueva visión de las mujeres (yo misma
incluida) que era más profunda y compleja. Violar la regla de la solidaridad
femenina, que yo había sido educada para creer, fue vital para sobrevivir, y
aprendí más sobre la manera en que las mujeres, yo misma incluida, se
desenvuelven en los problemas emocionales. Con esta ampliación, fui
capaz de ver configuraciones del género y la personalidad ante las cuales
había estado previamente cegada. Es muy importante para mí que, a través
del difícil proceso con esta familia, la misma Nina paso ver el trabajo
desequilibrante que estaba aconteciendo como útil Par ella, incluso cuando
iba acompañado de desafíos a sus hábitos. Es de u gran mérito para ella (y
todavía creo que de un gran mérito para su gerl ro) que fuera capaz de
realizar esto, y al hacerlo mostrar el verdadero tr bajo que las mujeres son
capaces de efectuar.
En cuanto a mí misma, ya no estoy segura sobre el tema del gén e No
soy una mujer ni tan débil ni tan fuerte como me había considera
previamente, sino que he abandonado esta cuestión de la fuerza ferr>e na
por otros dilemas en cualquier caso más complicados. Tengo una s sación
creciente de mi necesidad de continuar descubriéndome a mí & ma como
persona, como mujer y como terapeuta. Yo espero y preveo H^( habrá cada
vez mayores esfuerzos en este sentido también por part
LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO 117
hombres. Sin embargo, estoy segura de que tengo más libertad para '°S i
1 rar ias Lucain-uica urna cuiiipiiLaud» uci gciiciu rar las cuestiones
P jaVía feminista y una buena supervisión libera. más complicadas del
género. Para mí, la
libertad e*P i„vfa feminista y una buena supervisión libera.
es
EPÍLOGO
Cuando Juanita tuvo a su bebé, ella y su novio se trasladaron a casa de r
n v Nina. Esto constituyó un compromiso familiar bastante complejo,
)üauy. i _______ *„ „„ ,,„ —;—~„t~ *„~ ^^..«A„ v~ „„t„u~ ¡—~.t ___________________________ ,i„
espe cialmente en un apartamento tan pequeño. Yo estaba impresionada
ltl ja gran cantidad de recursos de la familia. Nina y Juan, funcionando
orno un equipo, dividieron el apartamento, preservando la autonomía de
ambas parejas pero dejando el área más amplia en común. Juan parecía
tener un mejor sentido de los límites familiares y Nina aceptó su juicio.
Nina no ha sido hospitalizada desde hace tres años.
8. UNA CABEZA, MUCHOS SOMBREROS
Hannah Levin'
ae
1947, al primer Festival Mundial de la Juventud en Praga. En Pa-
p
rlS e ¡nvierno impartí clases a jóvenes que estuvieron junto a sus pa-
' y madres como partisanos. Esta experiencia profundizó los valores
^rticos que había absorbido de mi padre. Cuando regresé a los Esta-
P° ijnidos quería comprometerme en cambiar el sistema social norté
ela ~
mericano.
Mi marido y yo dimos un fuerte giro a la izquierda. Con la visión gran-
a y ]a energía de la juventud, nos trasformamos en organizadores y lí-, s
sindicales de la industria básica. Nuestros padres no nos compren-Tan Pero tenían
Ia sabiduría de creer que aquello pasaría. Los posteriores aCimientos de nuestros
cuatro hijos ayudaron a disminuir la ansiedad i nuestros padres sobre el camino
poco tradicional que habíamos elegirlo Nosotros y nuestros hijos nos beneficiamos
en gran parte de vivir en un vecindario abarrotado de clase trabajadora. Los niños y
sus amigos fabricaban carros y exploraban todos los coches usados sin una
supervisión paterna constante, mientras que nosotros llegamos a familiarizarnos
con la complejidad y la riqueza de estilos de vida que diferían de los nuestros.
Mirando de manera retrospectiva, creo que mi implicación y dedicación política
salvaron a mi familia de ser víctima de una madre exageradamente responsable.
Tras cinco años de este estilo de vida alternativo, mi marido y yo decidimos
realizar un cambio: Alan al periodismo y yo de vuelta a la escuela. Ingresé en la
universidad para estudiar psicología.
Muchos terapeutas de familia comienzan como terapeutas individuales y se
orientan gradualmente hacia los sistemas de familia. Mi evolución fue diferente.
Empecé trabajando con el sistema social en el mundo no profesional social y
político, y después pasé a convertirme en psicóloga social y profesora
universitaria. Trabajé en el sur del Bronx a finales de los sesenta .V a comienzos
de los setenta en contextos como «control comunitario» y «fortalecimiento», y fui
uno de los primeros miembros de la nueva división de la comunidad ecológica de
la Asociación Psicológica Americana.
Durante los siguientes veinte años fui profesora comunitaria, activis-a
comunitaria y terapeuta que atendía a individuos. Después empecé a rabajar en un
marco residencial. Cuando recibí una beca de una fundaron para desarrollar un
programa correccional para jóvenes trastorna-ls emocionalmente, me enrolé en un
programa para trabajar con las rriilias de los jóvenes durante el año que residían en
el sistema correc-ti H- ^ durante el año posterior a su abandono. Pedí
asesoramiento a Es-y l°s de Familia (el instituto del doctor Minuchin en la ciudad
de Nueva av A y env'aron un miembro de su profesorado, Erna Genijovich, para
oar a entrenarnos a mi plantilla y a mí en la terapia familiar. Después d' Cor>vertí
en directora clínica de otro programa de tratamiento resi-jóv C PUesto en marcha por
una organización sin ánimo de lucro. Los est ne¡s en este programa eran remitidos
por la agencia juvenil y familiar dfa a' como consecuencia de «trastornos
emocionales severos», y proceda , eri su mayoría de familias pobres y con muchos
problemas. Aproxímente un treinta por ciento eran negros o latinos.
122 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Salvador pidió a cada estudiante que ese año se concentrara en una familia y
trajera grabaciones de ésta para que trabajáramos con ellas.
Mientras empecé a planearlo, comencé a preguntarme —no era la primera
vez— si tenía algún derecho a establecer este compromiso. Me sentí menos al
corriente sobre las cuestiones e ideología de la terapia familiar contemporánea que
otros de mi grupo. Con todo, mi profunda 'mplicación en las políticas y prácticas
de una institución a la hora de manejarse con familias me dio un valioso y útil
sistema conceptual dentro de' cual la terapia estructural familiar encajaba
lógicamente. Decidí que Va que distintas familias provocaban diferentes fuerzas y
debilidades en
ls
intervenciones terapéuticas, mostraría grabaciones de al menos dos.
e
ofrecí voluntaria para la primera sesión.
LA
EMILIA DAVIS
a
n familia consistía en: la madre, Lisa; el padre, Larry; Lil, de dieci-
La VCanos; y Larry III, de diecisiete, residente en nuestra institución.
te /J *H había sido derivado a nuestro programa como alcohólico. Había
° Problemas legales a consecuencia de la posesión de una pistola y
Pütjj ~¡n e' original el autor realiza un juego de palabras intraducibie con la palabra hat, ° significar
sombrero y representación. (N. del t.)
124 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
«Es una familia muy complicada», dijo Salvador. «Dan al terapeuta gato por
liebre.» Lo hicieron y fue un ejemplo de cómo mis roles me efectuaban demandas
completamente diferentes. Como directora, cuando los padres vinieron a verme
para discutir una queja sobre la institución, escuché y acepté su versión de la
historia. Tenían un problema; querían mi consejo de profesional. Reestructurar,
confrontar o pedir que lo discutieran entre ellos hubiera sido irrespetuoso. Pero en
una sesión de terapia familiar debía recordar que los roles y las expectativas son
distintos. Yo no podía ser la directora. Debía ceder el puesto y desafiar a la familia
con el entendimiento de que cada uno es parte del problema y de la solución.
Minuchin resaltó que existía relativamente poca interacción entre los miembros
de la familia durante la sesión que había presentado y que yo había hecho muy
poco esfuerzo para conseguir que ellos trataran entre sí. Él 'esaltó de nuevo que la
familia era muy poderosa y comentó que yo podría ser capaz de cuestionarlos sólo
cuando creara un contexto terapéutico en el que interactuaran. Me llevó cierto
tiempo proceder de esta manera.
Uno de los problemas que surgieron fue la negativa de Larry III a ser
grabado. Esto me parecía un pequeño detalle, así que no lo cuestioné.
ero durante una sesión, percatándome del hecho de que sentarse aleja-
3
°e sus padres inhibía su relación con ellos, le desafié. Los padres, que
. aban enfadados con él por varias razones, se unieron a la confronta-
n
^ - Cuando me miraron al reprenderle, dije: «Vosotros sois sus padres.
ré^en<^e °-e vosotros el hacer que él se comporte de la manera en que que-
*• Con dificultad, esta pareja inexperta inició el establecimiento de lí-
es
Se - Le dijeron a Larry III que no podría ir a casa durante los fines de
<*na hasta que no empezara a cooperar.
r^. nuchin alabó esta intervención, pero explicó también que quizás la
'as n ^°r ^a clue no haDia desafiado a Larry antes era que no quería que
Sas
a ]0 ° se escaparan de mi control. Él me aconsejó que pusiera atención
nc
ómoda que me sentía cuando no tenía el control. ¿Estaba mi som-
126 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Mi meta no era decirle a Hannah lo que debería hacer, sino más bie"
hacerle ver las metáforas en vez de los eventos, los símbolos en vez
del»5
fl
cosas. Cuando la familia estuviese en conflicto por una cuestión, yo que que
ella explorara no ésta sino el conflicto. Deseaba que ampliara el c° flicto en
vez de ofrecer soluciones. ¿Podía ayudar a Hannah a abandona su cambio de
primer orden en favor de uno de segundo orden?
Varios meses después fui capaz de presentar una sesión donde &\ que había
podido desafiar a esta familia, en vez de instruirles en lo 1 deberían hacer. La
madre estaba contando la historia oficial una vez m ' recitando todas las cosas
terribles que su marido había hecho y cómo e había mantenido unida a la familia.
UNA CABEZA, MUCHOS SOMBREROS 127
y ellos, juntos, debían encontrar nuevos modos para manejar a su h¡-Por difícil que
pareciera, la pareja se las apañó para poner límites y UJ.° • se. Tras dos semanas,
Larry III estaba participando plenamente en las s siones familiares, hablando con
ambos padres sobre sus sentimiento preocupaciones y problemas, y todos ellos
estaban proyectando su reh bilitación. Dos semanas después, Larry III volvió a
casa, y fue quien con dujo a su madre al altar. La música para la boda fue
compuesta por el Da dre e interpretada por sus amigos. Hay buena y mala
sensiblería, despu¿ de todo. Éste era el final feliz que yo apoyé. Y era el que esta
familia ne cesitaba y quería.
LA FAMILIA KRAUS
Cuando se les preguntó por qué todos los hijos estaban viviendo to-c°c'; ' n
casa, respondieron que ellos estaban siendo buenos padres. John ^a e encontraba
bien; saldría a hacer su vida cuando se sintiera mejor. Ted n° pSitaba ayuda a causa
de su adicción, y Cari no era capaz de vivir solo. 116Yo elegí la tercera sesión para
presentar a la familia al grupo de sumisión. Se mostró a la madre como el «cuadro
de mandos» de la fa-P ija Explicaba lo que quería decir en realidad cada persona,
inte-,mpiéndoles a menudo y terminando sus pensamientos y frases. Su
reocupación era Cari, que no podía ser responsable en casa. Estaba es-P rzándome
mucho para estar atenta a la novedad. Quizá podía intentar • r un poco de efecto a
esta historia de los padres victimizados, trabaja-Hores esforzados y responsables.
Intentando huir del contenido, sugerí □ue la madre se uniera a mí de forma que
pudiéramos observar a su marido e hijos hablando entre ellos. Minuchin vio esto
como una maniobra útil. Comentó: «Eso estuvo bien. Era una ocasión para dirigir
el tráfico de la conversación, y no para tomar parte en ella».
El padre y los hijos comenzaron a discutir acerca del enojo de éste. John
mencionó que había sido golpeado. Cari se convirtió en un protector de su padre,
diciendo que él nunca le había golpeado. Estaba preocupada porque John estaba
tomando demasiado protagonismo. Me puse mi sombrero de directora y me
apunté a la conversación. Minuchin dijo: «Hannah respondió como pensaba que
era su trabajo. Ella restringió el afecto y no permitió que el fuego se expandiera.
Creó un hermoso escenario, con los hombres hablando. Pero entonces fracasó en
ejercitar el autocontrol».
Una vez que la exploración del estilo del terapeuta ha alcanzado una
meseta, tiendo a hacer llegar al estudiante mis muchas voces. Pregunto cómo
Peggy Papp, Jay Haley, Cari Whitaker, Murray Bowen o yo mismo
podríamos habernos introducido en una determinada situación. O saco a
colación historias u obras que haya leído. Es la ocasión para mí de com-partir
mis voces y esperar a que sean expresadas de una manera idiosincrásica por
mis estudiantes.
Salvador Minuchin hizo con nosotros lo que nos dice que hagamos con
nuestras familias. Él me forzó a pensar de formas novedosas. La incomodidad, la
pérdida de equilibrio y los pensamientos alocados son nuevas características de mi
sombrero terapéutico. Mediante el abandono del uso único del córtex y empleando
el tálamo, Minuchin me hizo experimentar cómo debo enfrentarme a familias que
buscan una solución. Yo a menudo terminaba las sesiones de supervisión
preocupada. Me perdía el final feliz, o al menos la apología. Pero también fui
estimulada, divirtiéndome con muchos pensamientos nuevos y alocados. Los
sentimientos llegaron primero, los pensamientos y las ideas más tarde.
Creo que uno de los puntos fuertes de mi personalidad es un sistema de valores
muy claro. No temo tomar partido. Lo que debo desarrollar es la habilidad para
juzgar cuándo es útil expresar mi postura. Es también "aportante saber que poseer
una posición fuerte mantiene el peligro de enfocar la atención en el contenido más
que en la relación.
Así que, aunque no he tirado ninguno de mis sombreros, estoy Uegan-0 a ser
más consciente de cuál es el que llevo en la cabeza. También es-'V más
capacitada para controlar qué voces debo escuchar y cuales ig-Jar durante la
sesión. Estoy aprendiendo cómo cambiar los filtros y la gura y el fondo de una
sesión de terapia. Minuchin realiza tales modifi-
'ones con una facilidad pasmosa; yo todavía estoy dándole vueltas al daH
autoconscientemente. Pierdo el sentido del control y la comodi-tes ^uf se fue con mi
sombrero de directora. Pero, igual que los pacientan n motivados por la esperanza
que llega con algo nuevo, yo tam-c0rn exPerirnenté esperanza y excitación cuando
aprendí a innovar. Estoy g0 JP acida de que la supervisión me haya ayudado a
incrementar el ran-e mi voz terapéutica.
9. LA POETISA Y EL PERCUSIONISTA
Adam Pricex
^ark R usroctor Adam Price dirige el servicio de pacientes externos del centro médico Ne-trva
Jer« I ael. Ejerce la práctica privada en la ciudad de Nueva York y en Milburn, Nue- 0(je
- ^ Sus intereses incluyen el trabajo psicodinámico y de sistemas con niños del cen-a ciudad
y sus familias.
134 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
CASSANDRA Y RAYMOND
Cassandra es una actriz y una poetisa. Sus trabajos están estimulados r el
profundo dolor que padeció cuando era niña. Afroamericana y po-° P viviendo en
la Norteamérica de la clase social baja negra, padeció to-j s los «abusos», un
término profesional aséptico aplicado a todas las maneras de torturar a un niño:
física, sexual y emocionalmente. Ahora t;ene cuarenta y dos años, un hijo adulto, y
trabaja durante el día para rmitirse su arte. Cassandra es una verdadera
superviviente, una So-iourner Truth* moderna buscando reconocimiento.
Raymond es también artista, músico de jazz. Se sabe poco sobre Raymond. Es
un hombre afroamericano de gran tamaño que siempre lleva gafas de sol, incluso
en los interiores durante el invierno. Sus gafas de sol, su estatura y su porte hacen
que parezca amenazador. Lo que se conoce sobre Raymond es que, al igual que
Cassandra, tuvo una infancia difícil. Es bebedor. Cree en atacar antes de ser
atacado. También se sabe que presenta una historia de malos tratos a su esposa.
Cassandra y Raymond luchan para sobrevivir como marido y mujer. El suyo
fue un matrimonio de esperanza. Su amor pretendía ser un bálsamo, aliviando la
miseria de la amargura y del maltrato. Y, lo que es más importante, esperaban
encontrar en el matrimonio la salvación de la relación de abusador-víctima, tan
familiar para cada uno de ellos. Esta vez las cosas podrían ser diferentes. Ahora
están implicados en una lucha de poder tan viciosa que la esperanza se ha
desvanecido. El fantasma de la victimización ha regresado. Raymond es más bien
el agresor y Cassandra •a apaciguadora, pero cada uno conoce bien ambos lados
del conflicto.
Cassandra y Raymond están en terapia de pareja. Yo soy su terapeuta.
estoy en el proceso de convertirme en un terapeuta familiar. Llevo en ello
a
'gun tiempo. Y para tener éxito en la terapia, debe aprenderse algo nue-
3
- Es preciso despertar algo en la pareja, en cada miembro de la pareja,
y en el terapeuta.
Joür esclava estadounidense de raza negra (1790-1883). Se fugó, cambió su nombre (So-c°i
n?*" rutn: mensaje verdadero revelado divinamente). Aunque era analfabeta, hablaba dia A Ucha
habilidad sobre la emancipación y otras reformas a acometer (véase Enciclope-^^icana). (N.
del i.)
136 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
que mis fallos pudieran ser expuestos. Cuando el primer alumno se p r sentó, mostró
el vídeo de una sesión de pareja que revelaba su intento p mantener un equilibrio, y
no hundir la nave. Minuchin etiquetó este pr r blema presentando a Libra, el signo
astrológico cuyo símbolo es una ta lanza. Habló del peligro de mantener el
equilibrio y reprendió al terapeu ta para que entrara en el otro lado de la balanza con
el fin de generar e¡ desequilibrio y crear una oportunidad para cambiar. Entonces se
dirigj-al estudiante y, guasón, preguntó: «¿Cuál es tu signo astrológico?». El es
tudiante, como leyéndolo de un guión, respondió: «Libra». Yo temí q Ue mis días en
clase estuvieran contados.
Varias semanas más tarde fue mi turno para presentar un caso. Mi pr¡. mera
cinta fue de una familia a la que había visto anteriormente sólo una vez.
Preocupado por parecer incompetente, respondí como cuando esta-ba en quinto
grado. Comencé a hablar. Hablé durante tanto tiempo como pude sobre ello, más
de lo que podía, intentando demostrar mi conocimiento sobre la familia, su historia
y sus dinámicas. Cuando mi monólogo concluyó, vimos el vídeo. Tras verlo
durante varios minutos, Minuchin paró la cinta, que era bastante tranquila, y
preguntó: «¿Qué estás pensando en este momento de la sesión?». Busqué
torpemente una respuesta, incapaz de ofrecer una contestación coherente. Minutos
más tarde paró de nuevo el cásete e inquirió: «¿Qué estás pensando aquí?». Y
entonces otra vez, momentos después, aquel: «¿Y qué aquí?». En este punto me
sentí bastante incómodo. No se me ocurrían palabras inteligentes.
Como supervisor sabía que no podría aplaudir a Adam cada vez que fuera
brillante. Iba a tener que ser distante, tacaño con la aprobación y exigente con
la esperanza de que él pudiera experimentar, en la tensión de la supervisión,
algún elemento que pudiera trasformar en empatia con el propósito de encarar
las diferencias irreconciliables de las personas.
Aprendí de Cari Whitaker a sentirme cómodo con la incertidumbre. De
Borges, a seguir las dos carreteras en un cruce. Intento impartir a mis es-
tudiantes esta apertura a las realidades múltiples. Deben aceptar que cualquier
punto de su visión de la realidad familiar es parcial; por lo tanto, casi cualquier
intervención es correcta, pero esto constituye sólo el comienzo de las
posibilidades. Esta aceptación es necesaria para adquirir la habilidad de
arriesgarse, para sugerir una posibilidad y no incomodarse si no funciona. Yo
sentí que la necesidad de Adam de estar en lo cierto y ser apresado como
alguien capaz debía simplemente desafiarse.
, Con el fin de mejorar como terapeuta, necesitaba correr riesgos. De-r , a°andonar
mi caparazón intelectual y permitirme llegar a ser vulne-s:i.'" También tenía que
tolerar que fueran percibidas las partes más sen-Ha CS rn' mismo: lo inseguro, lo
dubitativo y lo inconsciente. Estaban Com °s a cuestionarse algunos aspectos
fundamentales de quién era yo te °,terapeuta. Se me pedía que cambiara, pero
desconocía exactamen-JaJÍ e ° cómo cambiar. Recibí alguna ayuda de Raymond y
Cassandra cre S°n' Que, en su intento de convertir al otro en inocuo y controlable,
°n lo que yo más temía: un terapeuta incompetente.
1 38 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
LA POETISA Y EL PERCUSIONISTA
Adam había crecido en una familia acomodada de clase media, dis ^ tando
de seguridad, amor y protección. Tal educación hacía que ente t historias como
las de Cassandra y Raymond fuera muy complicado, t $ tipo de habilidades
humanas, de flexibilidad y de resistencia se nece
LA POETISA Y EL PERCUSIONISTA 139
RAYMOND: No, ¡caramba! odio venir a este sitio. El estrés que sientes por
venir aquí hoy, pues eso, tienes que expresarlo. Ya sabes, habla portj misma.
CASSANDRA: YO en realidad no me sentía así (con la mirada baja).
RAYMOND: ¿Y no estarías bien si no lo intentaras?
CASSANDRA: ¿Hablar por ti?
RAYMOND: Hablar por mí.
CASSANDRA: Sólo estaba intentando dar cuenta de por qué me parecía que
todo lo que decía, por pequeño que fuera, lo tomabas por el lado equivocado.
RAYMOND: ¿Ah, sí?, ¿por ejemplo?
CASSANDRA: No importa. No tengo por qué identificarlo.
RAYMOND: ¿Te acuerdas?
CASSANDRA: SÍ, pero no quiero hablar sobre ello.
RAYMOND: Ah, no vas a hablar sobre ello. Entonces no sé de qué estás
hablando.
CASSANDRA: Sentí que más bien estábamos toda la tarde reñidos el uno con el
otro y lo atribuí al hecho de venir aquí hoy por la tarde.
RAYMOND: ¿Ah, sí, a eso lo atribuíste? Yo te pregunté qué querías par 3 cenar.
¿Verdad que te lo pregunté?
CASSANDRA: Sí.
RAYMOND: Y hablamos sobre lo que podríamos tomar para cenar-Acordamos
que camarones o algo así.
En esta interacción, Raymond frustró el intento de Cassandra por o's cutir sus
preocupaciones negando su validez, y pidiéndole que se centr ra en aspectos
concretos y desviándose desde el asunto principal hacia' detalles. Él también
dominó la conversación interrumpiéndola frecuei mente. Ella respondió sólo al
contenido y de esta forma fue controla por él. La sesión continuó en su mayor parte
del mismo modo. Más taf Raymond elevó la apuesta, sugiriendo que si Cassandra
era tan infeliz bería presentar un pleito para divorciarse o de lo contrario dejar de
<? . jarse. Me sentí tomando partido silenciosamente por ella como víctin1 ^
deseando que abandonara a Raymond. A pesar de todo, era conscient que ella no
quería dejarle. También era consciente de que estaba o°
LA POETISA Y EL PERCUSIONISTA 141
, a los Jackson comportarse de una sola manera. Era quizá el único v'aI1'l qUe
conocían, pero existía la posibilidad de que en otro contexto
iera otro estilo de interacción diferente. sUFn esta sesión, me mantuve en silencio la
mayor parte del tiempo. No
í»ía ninguna clave sobre cómo ayudarles a cambiar el contexto. La ver-P° i eS
que temía a Raymond y no tenía palabras para oponerme a su pos-3 a combativa.
Realicé otro intento bastante débil de subrayar la com-11 mentariedad de su
situación: Cassandra deseaba que su marido llegara P r ¡uenos intimidatorio,
mientras que él quería que ella fuese menos te-3 erosa. Mi aproximación intelectual
fue tan efectiva como intentar que
niño de diez años deje su guante de béisbol para ponerse a tocar el pia-
Mis palabras e ideas tenían poca relevancia para la emotividad y enojo de la
pareja. Al igual que Cassandra, me encontraba inmovilizado. No es que no lo
supiera todo. Pero estaba en tensión, como resultado de percibir a Raymond como
alguien amenazador. Y bajo el estrés, regresé a mi punto fuerte, a mi habilidad
para emplear el lenguaje. En la sesión, me convertí en prisionero de mi estilo
terapéutico preferido. Hasta el punto de que mi facilidad con el lenguaje reflejó mi
educación judía, quedé atrapado por mi propia etnicidad.
También estaba estresado cuando presenté la sesión a supervisión, aprehensivo
en relación a cómo respondería Salvador a mi inmovilidad durante la sesión. Tras
ver la grabación durante varios minutos y preguntar en momentos claves por qué
estaba yo callado y no intervenía, Salvador preguntó: «¿Él toca en una banda?».
tu instrumento sean los platillos, sabrás que él no tendrá una buena ^ questa. Yo
me habría trasladado a algún tipo de metáfora que hable sok.
deja tocar cualquiera que sea el instrumento que manejas, incluso aunQ.
Oh
e
los silencios y la melodía. ¿Puedes tener una orquesta que sea sólo de p e
cusión? En este punto yo diría: «Sabes, en esta sesión me siento süenn do. No
eres sólo el percusionista sino también el terapeuta». Algo nü diga: «Dame
espacio». Algo que diga: «Déjame hablar».
Imitando el estilo de Adam al jugar con las palabras, le ofrecí una mP táfora
que usaba el contenido de la sesión pero que se apartaba de él, ha* ta un nivel
más generalizable. Quizás él podría ser capaz de vincular ] a cuestiones del
contexto interpersonal, la mutualidad y la autonomía en »i campo de la
música, uniéndose a Raymond a la vez que desafiándole.
Sabía que no había sido útil. A través de una curiosa y dinámica tram ■
estábamos reconstruyendo la sesión dentro de la supervisión, y Adam, sentirse
controlado por mí, reproducía esa falta de discurso.
El isomorfismo entre la supervisión y la terapia me ofreció en este mentó la
experiencia de ver cómo responde Adam cuando no P ue jam plear el lenguaje
y el significado de forma libre. Pero dudaba de que A ■ entendiera esto. Por
lo tanto, me comprometí en un role playing, una te ca que empleo rara vez, con
la esperanza de empujarle a emplear otro pectos de su repertorio cuando se
encontrara en situaciones similares-
quería decir es que eres un músico. Eres un percusionista. Estoy qpe sa¿o
en el jazz. Pero no conozco mucho sobre ello. Cuando estás to-iflte i ja percusión,
¿quién dirige el grupo? caf1RAYMOND: Quien esté al cargo. Puede ser el organista.
Podría ser el
toca la trompa.
ADAM: ¿Y es siempre el percusionista?
PAYMOND: Algunas veces.
ApAM-' Y cuando estás tocando la percusión, escuchas lo que las otras
personas están...
RAYMOND: ¡Estás en el mismísimo bolsillo del ritmo! Justo allí, en sin-ronía con
lo que está pasando. Estás maravillosamente acoplado a los He más, y mantendrás
esa marcha. Como un reloj sincopado. Haces constantemente eso, constantemente
dejas que fluya el ritmo. Y sin importar loque esté tocando, las trompas, el piano.
Sabes dónde están los cambios, porque vuelves al puente de la canción. Haces tus
cambios y regresas. Haces tus cambios y regresas. Y puedes con todo.
ADAM: Lo que está ocurriendo aquí en este dueto es que tú estas haciendo toda
la percusión. Tú estás liderándolo, ¿cómo podríamos llamarlo, el dúo? No creo
que el instrumento de Cassandra en realidad esté siendo escuchado.
RAYMOND: Está bien, de acuerdo con lo que acabas de decir, ella no tiene
ningún problema en estar en sesión contigo, o cualquier otro, en una situación uno
a uno. ¿Es eso correcto?
CASSANDRA: SÍ.
RAYMOND: Entonces más vale que me vaya.
CASSANDRA: ¿Por qué querrías irte?
ADAM: Ya lo ves, hay melodías diferentes en una orquesta.
RAYMOND: Cómo podría yo estar aquí...
ADAM: Raymond, estoy hablando.
RAYMOND: Cómo...
ADAM: ¡Raymond! (Raymond suspira.) Raymond, existen diferentes e'odías en
una orquesta, en un dúo, en un cuarteto. Hay melodías dis-ntas. Tú tienes la
melodía dominante.
RAYMOND: Sólo aquí porque estoy bajo protección de este foro, de ti ""smo.
En casa no puedo hacer frente a eso.
ADAM: Me refiero a lo que ocurre aquí.
RAYMOND: En casa ella lo orquesta todo. ja? M: Su voz no está expresándose.
Al igual que en un cuarteto de Par' neces'tas dejar espacio para el contrabajo, porque
si no le dejas es-
l0
' no se escuchará.
A n \j¡ Pesar de que la metáfora del director y la orquesta introducida por
lo&r n fue útil, lo que estableció la diferencia fue mi persistencia para
fue o qUe Raymond me escuchara. El cuestionamiento de su dominio
ti¡s ^c'a' para ayudar a la pareja a salir de sus papeles dominante-su-
r
'?ad' °r último, Cassandra necesitaría sentirse lo suficientemente vigo-
c
°nio para encargarse por sí misma de Raymond.
146 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
que fuera Cassandra quien había finalizado la terapia, aunque lo k: bajo presión de
Raymond. Estaba impresionado con que cada uno ,° ellos había extraído algo
concreto y sustancial de las sesiones, e inclü e más sorprendido aún de que la
visualización de Cassandra de una sesi-° grabada había provocado su traslado. No
hay duda de que queda much1, trabajo por efectuar con esta pareja. Pero ellos se
habían adelantado ° habían adentrado en lo desconocido y empezaron a cambiar.
Cassandr había intentado adquirir un nuevo discurso y tocaba un nuevo instru
mentó, y creo que Raymond puede haber reafinado su tambor.
Al revisar mi trabajo con los Jackson, me doy cuenta de que yo también había
efectuado algunos cambios. A través de la supervisión, reconocí que debía
interactuar de forma muy diferente con Raymond con el fin de ganar espacio para
mí mismo como terapeuta. Para confrontarle necesi-taría abandonar la distancia de
seguridad con un porte calmado y objetivo, y abandonar mi castillo de palabras.
Tenía que ponerme los guantes de boxeo y entrar en el ring. Desde aquella época,
he notado un cambio en mí mismo como terapeuta. Concibo lo que digo y cómo lo
digo más como una intervención que como una comunicación. Como resultado de
ello, mi lenguaje refleja más la educación de la familia y es más metafórico. Por
ejemplo, con una familia cuyo padre sirvió en el ejército y está ahora en el cuerpo
de seguridad, empleé frases como «divide y vencerás» o «línea de defensa». Al
abordar a una madre cuyo novio había abusado se-xualmente de sus hijos, le
pregunté: «¿De quién era el alma más herida por estos acontecimientos?». No le
pregunté cómo había reaccionado cada uno de sus hijos ni quién le preocupaba
más.
También me siento más deseoso de asumir riesgos, y creo que me divierto
más. En un reciente ejemplo, una pareja había recurrido a mí para ayudarles a
resolver sus conflictos maritales. Un aspecto del conflicto guardaba relación con la
dificultad del marido para mantener la erección durante las relaciones sexuales con
su esposa. La pareja era de profesionales judíos, y su estilo altamente verbal e
intelectualizado me era completamente familiar. Sus peleas a menudo comenzaban
a causa de alguna cualidad abstracta de la relación. Cualquier detalle podía llega 1*
a convertirse en fundamental en un momento determinado. Entonces 'a pareja
divagaba a través de discusiones sin sentido que evitaban efeC'1' vamente el
conflicto.
Al comienzo del tratamiento intenté unirme a ellos en su exceso de co fianza
en las palabras. Tan pronto como comprendí el ámbito del proble"? y los
antecedentes, mis intervenciones llegaron a ser más complejas-una sesión, la
esposa intentó convencer a su marido de que ya que él s3 que no sería capaz de
mantener una erección, no existía ninguna raZw¿ para que él se preocupara sobre lo
que era o no capaz de hacer. Yo obse esta irónica crítica, pero en vez de
comentarla, escribí dos notas en dos zos de papel, las estrujé y se las arrojé una a la
esposa y la otra al maf i¡.
La incapacidad que había vivido en manos de los Jackson, en coo ,} nación con
el desafío que había experimentado con Salvador, me r" 3 9 creado tensión e
incomodidad. La solución que encontré fue descubrir
LA POETISA Y EL PERCUSIONISTA 149
a
va área de habilidad, un área familiar para mí en otras facetas de mi 0 , pero
poco conocida como terapeuta.
Al final, lo que encontré a través del proceso de la supervisión fueron
vas voces dentro de mí. En el lenguaje de la metáfora que empleé con
lU
vrnond, aunque en la supervisión tocaba en la orquesta de Minuchin,
• todavía mi inteipretación del material lo que importaba. r £Sto me recuerda la
historia de Leo Smitt, el pianista famoso por su ociación con el compositor Aaron
Copeland. Al principio de su carrera, cmitt tuvo la oportunidad de ejecutar un
nuevo trabajo de Copeland para I compc>siton Él esperó el día con agitación.
Después de todo, ¿qué podría ocurrir si su interpretación de la pieza no agradaba a
su creador? Cuando la fecha de la actuación llegó, se sorprendió de encontrar a
Co-neland tendido en un sofá como si —dijo Smitt— estuviera anticipando un
evento placentero. Tras la actuación, Copeland le alabó. Smitt pregunto si la
actuación se encontraba en la línea de las intenciones originales del compositor.
Copeland respondió que eso no le importaba. Lo que le fascinaba era la variedad
con que eran interpretados sus trabajos.
De forma similar, por muy duro que me esforcé para emular el estilo de
Minuchin, el éxito estriba en mí. Mientras que algunas cosas cambian, otras
siguen igual. No soy un devoto de la música clásica. Escuché la historia de Smitt y
Copeland en la radio nacional pública.
10. EL RETORNO DEL «HIJO EDÍPICO»
Gil TunnelV
La verdad es que no recuerdo con claridad los dos primeros años de su-
pervisión de Gil. Muy al principio identifiqué su estilo de aprendizaje como del
tipo de mantenerse distante y asimilar el conocimiento sin una implicación
personal arriesgada. Yo acepté ese estilo, pero me limitaba. Di una
retroalimentación que fue casi exclusivamente teórica y didáctica.
Entonces Gil comenzó a trabajar con la familia Hurwitz. Ellos eran una
agradable familia judía de clase media que cuidaban de sus hijos de forma
genuina. David, el más joven, había sido hospitalizado bajo custodia psi-
quiátrica porque se hurgaba tan fuerte con el dedo en el ojo que eso amenazaba
con dejarle ciego.
David era asintomático en el hospital. Sus síntomas reaparecían siempre que
regresaba a casa. En un mundo más inteligente cualquiera podría percatarse de
que sus síntomas debían estar relacionados con su familia. Pero los
trabajadores psiquiátricos están cegados (sin intentar un juego de palabras) por
su identificación ideológica con el mundo interno del paciente individual.
Gil trabajaba en ese mundo, también. Veía a David como a un paciente
individual cuando comenzó la terapia de familia. Gil había extraído de su
propia familia una capacidad para guardar la distancia que le salvaba de la
familia Hurwitz. Creó una terapia de trayectos paralelos. La familia y el te-
rapeuta viajaban uno junto a otro sin tocarse.
Pero para cambiar familias psicóticas necesitas una terapia de pasión. Gil
podría haber aprendido mucho de Cari Whitaker, que disfrutaba con las
absurdas complicaciones de la irracionalidad y transmitía a SUs estudiantes la
creatividad subyacente a las fuentes de dicha irracionalidad. Mi estilo de
irracionalidad es diferente. Yo arremeto contra los Colinos de viento. Pero Gil
no podía seguirme en una confrontación directa.
Existen muchas maneras de desafiar, pero muchas de ellas son ama-
les
- Existe una diferencia entre el desafío y la confrontación. Mi estilo es
a
menudo confrontativo —de hecho, ésa es mi característica—. Pero los te-
ra
Peutas también necesitan saber cómo intervenir en una familia con dife-
tiem A ^octor Gil Tunell es director del Programa de Estudios Familiares del depártale^ i Psiquiatría
en el centro médico Beth Israel de la ciudad de Nueva York y también UeVa p práctica privada. Enseña
terapia familiar en la Universidad de Nueva York y en la de |a i escuela de Investigación Social. Es
miembro fundador y ex presidente del personal c"a contra el sida para la Asociación Psicológica del
Estado de Nueva York.
152 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
—las familias— podía ser observado más fácilmente (especialmente H tras del
espejo unidireccional) y que por lo tanto se podían construir
tervenciones potencialmente más «objetivas».
En mis seminarios de terapia familiar, leí los textos clásicos de lVlj n chin sobre
la terapia familiar estructural, pero mi trabajo clínico m* temprano seguía un
modelo estratégico. A partir de supervisores estrat S gicos, aprendí a asignar
montones de tareas para casa y a contar historia metafóricas, empleando las
sesiones para sembrar ideas y esperando nu el cambio ocurriese entre las sesiones.
Este modelo me permitía mante ner una actitud científica adecuada. Si la familia
cambiaba durante la sesiones, se demostraba que la sesión había sido efectiva.
En el modelo estratégico, el clínico es concebido como el experto q Ue conoce
la solución al problema familiar. El terapeuta sólo tiene que ser] 0 suficientemente
inteligente como para diseñar una intervención que caiti-biará a la familia antes de
que regresen para la siguiente sesión. (Este modelo me parece ahora una vaga
reminiscencia del tribunal de los domingos por la tarde de mi familia, con mi
abuelo impartiendo su consejo semanal a cada individuo pero sin implicarse
generalmente en exceso.)
Para mí, el trabajo estratégico era muy excitante, pero se trataba esencialmente
de una empresa intelectual. De alguna manera me estaba sintiendo más implicado
con la gente, pero mi trabajo clínico era conducido decididamente desde la
distancia.
Durante mis primeros dos años de entrenamiento con Salvador Mi-nuchin,
aprendí rápidamente que la terapia familiar estructural intentaba crear el cambio
dentro de la sesión y que estas sesiones a menudo eran intensas. Vi a Salvador
crear cambios en muchas familias y la terapia estratégica, por comparación,
comenzó a parecerme insípida. Pero no podía verme a mí mismo actuando de
forma tan vigorosa. Eso demandaba una implicación personal bastante mayor en el
proceso clínico. Así que continué trabajando a distancia y me las apañé para no
presentar mis casos de familia muy a menudo. Salvador debió de haberse
percatado de mi resistencia a mostrar mi trabajo, pero él no afrontó eso. Yo
aprendí pas1' vamente, observando el trabajo de Salvador con los otros estudiantes.
Estaba aliviado de que no me cuestionara, a pesar de que yo
sabía q"e
estaba perdiendo una oportunidad. Salvador trabaja con los estudiante
cuestionándoles su estilo terapéutico, de manera similar a como confro ta a la
familia con su proceso familiar. Del mismo modo que elige a qué mie bro familiar
cuestionar, y no trabaja con cada uno de ellos con la mis intensidad, así tampoco
Salvador trabaja con la misma intensidad c cada uno de los estudiantes. Me
preguntaba en privado si me veía sin fuerza suficiente como para adquirir su estilo
intenso de entrenarme o si creía que mis habilidades clínicas se encontraban tan
poco desa liadas que en realidad no poseía un «estilo». Sea por la causa que ^ \$
no ocurrió un gran cambio para mí en estos dos años. Ahora creo Q f, razón más
fundamental por la que nada sucedió fue que yo era tan r ^ vado como persona y
con mi trabajo clínico que no le di a Salvado masiadas oportunidades para trabajar
con ello. Yo no estaba prepar
EL RETORNO DEL «HIJO EDÍPICO» 155
Creo que al comienzo ambos, Gil y yo, estábamos satisfechos con nues-tro
compromiso tácito. Pero comencé a secundarle en su evitación excesivamente.
No creo que aprendiera gran cosa el segundo año, al menos no de mí. Quizás
sentí que él no podía cambiar, así que mi interés en su desarrollo como
profesional menguó. No sé por qué se matriculó para un tercer año, ni por qué
le acepté, pero estoy satisfecho de que lo hicimos.
Creo que es importante repetir aquí que existen varias maneras de crear e'
cambio. La confrontación es uno de ellos. Pero el cuestionamiento o la
confrontación son «animales» diferentes. Puedes cuestionar un patrón Slendo
dulce y reconfortante. Lo mismo si se es concreto con una familia <lue se
pierde en abstracciones intelectuales, o comportarse de forma cores con una
familia ruda. Mi habilidad particular de ampliar las diferencias y favorecer los
conflictos ha sido denominada confrontación. Creo que es Ucho más complejo
que eso.
es c ,re° que Salvador piensa que el asunto fundamental que me enseñó es 0 510 ser
más confrontativo y desafiante. Él, ciertamente, me mostró que .,erP también a
unirme emocionalmente con una familia. No creo é| suu^,ense de esa manera sobre su
propio estilo. En su entrenamiento, ra.Va el desequilibrio y la confrontación, no la
importancia de la
156 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
La familia Hurwitz
David era el hijo más joven de una familia de cinco hijos adultos que
vivían con sus padres. David y el hijo mayor, Herb, de treinta y cinco años,
trabajaban en el negocio de los padres. Mary, de treinta y dos, estaba em
pleada y vivía en un pequeño apartamento que había renovado para si
misma en el sótano. Las hermanas más jóvenes, Shelly, de veintiocfl 0
años, y Rebecca, de veinticuatro, trabajaban a tiempo parcial e iban a
facultad. Mary, Rebecca, y Shelly, que no tenían ningún papel en el j>
gocio familiar y con relaciones de noviazgo que ya estaban en marc<>»
eran menos fundamentales para la hermética coalición de David, He 1""
los padres. ,
En lo que parecía un matrimonio tradicional, Herbert se ocup a del negocio y
Stella de la casa. Stella había sido despedida de varios bajos a consecuencia de sus
conflictos interpersonales. Ella quería * bajar, pero Herbert dijo que había causado
tantos problemas que Pre<0 ría que se ocupase de la casa y de la contabilidad del
negocio. Su sU
EL RETORNO DEL «HIJO EDÍPICO» 157
¡liar era que finalmente todos los hijos se unieran al negocio. Stella
c mó Que 'os h'Jos podrían, por supuesto, casarse, pero esperaba que
nca vivieran más lejos de una manzana de la casa. Stella dijo que
n
aiigust'a^a mucno cuando cualquiera de los hijos se encontraba le-
- de ella, particularmente David, que había sido enfermizo de niño.
J rpert estaba también angustiado. Era un ex ludópata que asistía aho-
con regularidad a Jugadores Anónimos. Ésta fue su primera salida
social-
La primera sesión tuvo lugar en el hospital con la familia presente al
orT1pleto. Vi a Stella abrazar a David. Él llevaba ropa de hospital. Stella rorrió
hacia él, le rodeó con sus brazos, después se puso en pie, apretujándole, jugando
con el pelo de su pecho. Aturdido por esto, les pedí que se sentaran y traté de
concentrarme en conseguir la historia familiar. Hoy, mientras escribo sobre la
escena, no me puedo imaginar a mí mismo no siendo más activo allí, en ese
momento.
Cada miembro de la familia se centró en David. Dijeron que era el único
problema de la familia y se quejaron de que su conducta estaba alterando sus
vidas. Intentando conseguir una panorámica más completa de la familia, una que
no se centrara alrededor de David, les pedí que me hablaran sobre su familia antes
de que David enfermara. Me contaron sobre su acostumbrada rutina tras la cena: el
padre iba a Jugadores Anónimos o permanecía en la planta baja, mientras que la
madre y los hijos veían la mejor televisión de la casa, en el dormitorio de los
padres. David a menudo se sentaba tras su madre en la cama, y a menudo se
quedaba cuando los otros hijos se iban a dormir.
Todavía ingeniándomelas para ignorar lo obvio, intenté que la familia elaborara
más información acerca de quiénes eran. Les pregunté qué temas elegiría un
productor de televisión para rodar una película sobre ellos. Eran, parecía, una
familia «unida», una familia «todos para uno y uno para todos». Terminé la
consulta formulando un contrato de tratamiento que intentaba reestructurar su
compleja situación. Les dije que me parecían como un grupo de tres lucecitas
instaladas en serie en la Navidad; si una lucecita se apagaba, todas ellas lo hacían.
Si ellos querían fabajar conmigo, mi trabajo sería conectarlos en paralelo, de tal
forma 1ue cada bombilla, aun conectada al resto de las otras, pudiera ser inde-
Pendiente. La respuesta de la familia fue indulgente: «Es una bonita ma-era de
verlo, doctor Tunnell, y trabajaremos con usted. Pero tan sólo re-erde qUe nosotros
somos judíos».
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MENZANDO LA SUPERVISIÓN
Salvador no podía quedarse fuera de los intentos de mi equipo por Sl] pervisar
el caso Hurwitz. Cada uno de nosotros estaba tan tocado como yo por el fascinante
elemento edípico individual. Salvador fue crítico y di. recto, aunque no severo. Él
dijo que mi intento de reestructurar con la metáfora de las luces de Navidad era
inapropiado, por tratarse de una metáfora cristiana. Comentó que eso reflejaba mi
ecuanimidad de tip0 WASP sureño. Este comentario trajo el tema de los judíos-
protestantes que había comenzado en la terapia, a la supervisión. Salvador también
era escéptico sobre cualquier intento de emplear historias. La aproximación
narrativa estaba volviéndose recientemente popular en el campo de la familia y
muchos de nosotros estábamos experimentando con ello. Pero él pensó que
fracasaría en este caso. Con la familia Hurwitz, debería hacer más para crear una
crisis productora de cambio.
Salvador dijo que esta familia me estaba convirtiendo en puré. M e V dio que
hiciera algo para inducir el cambio estructural, porque é ste. d, un síntoma muy
grave en un caso serio. Determinado a crear intensí decidí jugar con el tema del
Edipo. En la siguiente sesión dije a la ta111
EL RETORNO DEL «HIJO EDÍPICO» 159
Ahora conozco de primera mano cómo se debe sentir una familia est- su
estructura es cuestionada. El propio sentido de la organización sihl a'mente
disgregado. Reagruparse bajo la vieja estructura es impo-Un C' Pero todavía no
existe nada que tome su lugar. En vez de ello, hay
^ansiedad intensa. 0. as horas posteriores a la supervisión fueron agónicas para
mí. Los br„ s estudiantes me animaron a que comiera con ellos y habláramos so-1
terna. Yo les di las gracias y decliné la invitación; debía estar de re-
160 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
greso en el hospital. Pero, en vez de ello, caminé por las calles alreded de la oficina
de Salvador, sintiéndome aturdido, ansioso, confundido ¡ r defenso. Este caso me
había hecho sentir indefenso desde el comien? pero lo que sentí aquella tarde iba
mucho más allá. Salvador finalment' había tenido éxito en sacarme de mi sendero
trillado. ¿Pero qué iba a h 6 cer ahora?
En aquella ocasión no podía apreciar el paralelismo entre lo que s a] vador
había hecho conmigo y lo que yo debía hacer con la familia. Yo sol supe que tenía
que hacer algo que no fuera delicado. Pero ¿qué ocurrirí si lo enredaba, y David
empeoraba? ¿Y si efectivamente se cegaba?
No sé cómo sucedió. Pero de alguna forma mi distrés —y la ansiedad de que
David pudiera cegarse a sí mismo— se convirtió en el nuevo foco de atención de
la terapia. En la siguiente sesión realicé algunas intervencio-nes estructurales
simples. Senté a los padres en el sofá e hice que David se sentara en su propia
silla. Siempre que los padres hablaban a David, o cuando ellos se interponían a sí
mismos en una conversación con David, yo les paraba. Animaba a los padres a que
hablaran y no permitía que David les interrumpiera. Todo esto es una técnica de
terapia familiar estructural bastante básica. Pero yo nunca había sido tan activo en
una sesión.
Salvador dijo que estas técnicas estructurales no serían suficientes para lograr
ni un alivio sintomático rápido, ni un cambio estructural duradero. Pero reconoció
el cambio fundamental que esto significó para mí. Él mantuvo su papel crítico
usual, animándome a ser menos delicado y más activo, pero reconoció el cambio.
De forma muy interesante, resaltó que este cambio en el estilo en realidad estaba
enraizado en quién soy yo como WASP, siempre consciente de los límites y
distancias apropiados. Quizás mi herencia podría utilizarse como un recurso en
vez de concebirse como un déficit. Aquí, de nuevo, esto era como su terapia.
Salvador halla un pequeño paso dentro de la danza disfuncional de la familia sobre
el cual puede edificarse la terapia. Ahora había encontrado un recurso dentro de mí
que podía emplearse de forma efectiva con esta familia.
La cinta de vídeo de la supervisión muestra como Salvador está sentado muy
cerca de mí. Él está más amigable, particularmente cuando ve mis nuevas
maniobras con la familia. Sigue criticándome, pero es también muy reconfortante.
Ese sentido del apoyo podría permitirme asum' mayores riesgos para llegar a
desafiar a la familia.
Gil estaba cambiando. No era sólo que estuviera trabajando con la de*•
ción de lo estructural. Estaba atreviéndose a correr riesgos. Sus interpr
ciones eran algo más que intelectuales. Su postura corporal mostraba P
ticipación. Se movía hacia adelante cuando se dirigía o interrump 13 a
miembro de la familia. eS-
Me alegraba de que él sintiera claramente mi cordialidad. Yo hat>' , tado
preocupado con mis reacciones en la sesión de supervisión prevl ' que estaba
satisfecho de que se sintiera cómodo conmigo.
EL RETORNO DEL «HIJO EDÍP1CO» 161
En las sesiones que siguieron, repetí la profecía, una y otra vez. Triste, pero
inexorablemente, comuniqué a la familia que finalmente David se cegaría a sí
mismo por la seguridad de Stella. No existía solución.
Los padres, buscando distraerme de su triste destino y rechazar el marco
interaccional del síntoma de David, replicaron que su drama era menos trágico que
los problemas de otras familias con hijos disfuncionales. Negué eso con la cabeza.
Su tragedia era mucho mayor porque su hijo se estaba cegando a propósito, para
satisfacer a su madre. Me mantuve educado y calmado. Pero los padres se
incomodaron.
Cuando se aproximaban las vacaciones de Navidad, los padres me conr praron
una bonita cartera de cuero. Yo pensé que podría ser un «sobo no» para que diera
marcha atrás. Así que se lo agradecí y lo devolví-dije que si al finalizar mi trabajo
con ellos David había conseguido no c garse a sí mismo, aceptaría su regalo.
Mi equipo de entrenamiento estaba impactado porque rechacé el , galo. Pero
Salvador me respaldó, lo cual fue muy importante pa>" a ese día. Él explicó que
aceptar regalos es a menudo apropiado, Per0 "L. en esta ocasión había hecho lo
correcto. Creo que su apoyo dabael ^, to bueno a cómo había manejado la cuestión
técnica. Creo que él e ba complacido internamente porque yo podía ser descortés.
Yo era ^ paz de ser discontinuo y, al responder de una manera que la farn»1 s.
podía haber anticipado, había puntualizado la gravedad de sus cn" c tancias.
EL RETORNO DEL «HIJO EDIPICO» 163
mente ella tomó el papel de dos personas. Todas crecimos con el miedo A
que mi padre moriría, así que fue un shock cuando mi madre enferrn -
murió de cáncer pancreático a los sesenta y cinco años. Mi padre sobreviví ^
Tras la muerte de ella, volvió a la poesía y vivió hasta casi los ochenta afi °
Creo que fui una niña retadora pero buena, que siempre siguió el A?'
tado familiar. Quizás me convertí en terapeuta familiar para entender m jor
el complejo interior de las familias.
Fui a la universidad en Nueva York, donde conocí a mi marido, que¡
tradujo en mi vida los viajes, la aventura y una mayor captación de rie s gos.
Él me arrancó de mi confortable nicho familiar para vivir como es
tudiantes en Israel, donde establecimos nuestras vidas separados de nuestras
dos familias. En el transcurso de veinticinco años hemos criado tres
hermosos niños, todos con una apariencia y personalidad diferente Nuestro
hijo mayor se marcha de casa ahora, de forma que empieza una nueva parte
del ciclo familiar.
Me topé por primera vez con la terapia familiar en Israel en 1971 como
trabajadora social voluntaria en el hospital Hadassah, observando a
familias en tratamiento a través del cristal unidireccional. Mi dominio
limitado del lenguaje me empujó a usar mis ojos para observar la
comunicación no verbal, las reglas invisibles que organizaban la in-
teracción familiar. El trabajo con varias familias pobres me enseñó la
relatividad de las normas en diferentes culturas y me mostró que las
condiciones emocionales rara vez son separables de los contextos so-
cioeconómicos.
En Israel leí todo lo que cayó en mis manos sobre terapia familiar-
Supe que lo que estaba viendo se denominaba terapia familiar estructu
ral, tal y como la practicaba Avner Barcai, y regresé a los Estados Unidos
decidida a aprender más. Presenté con ilusión algunos casos cuando Harry
Aponte vino a asesorar a mi agencia de colocación. Mi primer emp'e°
tras completar el grado de máster en trabajo social fue en Galveston, 1^
xas, donde un pequeño y entusiasta grupo de terapeutas familiares habí
creado la terapia de múltiple impacto en los años cincuenta. Galvesto
resultó ser un ambiente de aprendizaje excitante y creativo donde la
rapia familiar florecía con entusiasmo contra el sistema. Trabaje
rante varios años en coterapia con Harry Goolishian, un mentor 1
durante varios años ha representado el modelo preferido para el en
namiento y la terapia. Tras mi año de asociación se me pidió que orga
zara un programa de entrenamiento en terapia familiar dirigido a p
profesionales en un centro comunitario de salud mental. ^
En Galveston las ideas novedosas eran bien recibidas en la búsqu 3 de
modelos eficaces para tratar familias. En 1975, John Weakland vl ^ enseñar
la novedosa y popular aproximación de la terapia breve. ^s3jes-la primera
vez que sentí la seducción del lenguaje; era un territorio
EN EL CRISOL 169
c
0cido, donde escuchar, y las palabras contaban más que la visión. De ° ente, los
' las otras ideas. En 1977, i ¿e la Clínica Filadelfia para la Orientación
e Infantil,
terapeutas se encontraban tomando notas a una distancia i" P tuosa durante las
estudiando con
sesiones, discutiendo cuestiones mínimas de la fa-
llía V comunicando de forma inteligente hábiles intervenciones. Había 1 ra interés
en integrar modelos; cuando llegaba una nueva ola, se barrí-
1
I
En 1977, nos mudamos al este, a Allentown. Acudí al programa exter-
PENETRANDO EN EL CRISOL
■
Me sentí como si hubiera sido arrojada a una piscina helada. No r e i
bí validación alguna, ni del grupo, ni del supervisor. Tuve que
decirm^
mí misma: «Mantente nadando, finalmente entrarás en calor. Debes perar el miedo
a la exposición y sobrevivirás».
pn la siguiente sesión con la pareja realicé un gran esfuerzo para in-lucir una
mayor simetría, animando a Kathy a hablar más. Sentí, tr mámente, un cambio al
centrarme en la pareja como una unidad, in-n tando que interactuaran más. Pero
cuando presenté la cinta, vi poco L este cambio. Estaba desconcertada al
percatarme de que incluso cuan-i estaba alentando a Kathy, Edward estaba
asintiendo, apoyando mis alabras. Salvador comentó: «Eres demasiado razonable.
Al privilegiar la azón y el lenguaje estás perpetuando una coalición con el marido
que debilita a la esposa».
Me pregunté si se necesitaba un terapeuta orientado en el proceso para darse
cuenta de esto. ¿Un foco centrado en el lenguaje hubiera mantenido invisible el
proceso? ¿Qué efecto hubiera provocado eso sobre la terapia?
Al presentar el caso resumí las intervenciones que habían fracasado, desde una
aproximación centrada en la solución para exteriorizar las demandas «difíciles»
como una amenaza común, o definir a Jerry como un novato que necesitaba
práctica, hasta describir su enojo como una protección contra la vulnerabilidad.
De nuevo estaba impresionado no sólo por la cantidad de voces de que
disponía Israela sino por la manera en que podía portarlas en su zurrón de
sanadora, disponibles para su uso como patrones separados. Pero la cuestión
del «avestruz» que había seleccionado para emplear con esta pareja era una
elección desafortunada entre sus cualidades.
DE
6
COLIBRÍ A CÓNDOR, O VOLAR CON INTENSIDAD
Dorothy G. Leicht1
Dorothy era una terapeuta individual experta que sabía cómo permanecer en
silencio mientras otorgaba espacio a sus pacientes para desarrollar sus historias.
Era también una terapeuta ericksoniana y, por lo tanto, estaba entrenada para
pensar estratégicamente. Así que era sorprendente que como terapeuta familiar
actuara espontáneamente, más que de acuerdo a un plan.
Para Dorothy, la espontaneidad se traducía en una práctica en la cual seguía
las líneas de la historia de los miembros familiares. Ella reaccionaba con
interés a sus preguntas y siempre tenía disponible cierta cantidad de soluciones.
Como era buena uniéndose a las familias y muy hábil apoyándolas, a éstas les
agradaba. Pero mientras permanecieran satisfechas en la terapia, las familias no
cambiarían.
Yo cuestioné la atención de Dorothy al detalle y le incité a observar los
patrones familiares. La respuesta de Dorothy era descalificadora: «Ahora que
lo señalas, me doy cuenta, pero antes no lo veía». Mientras desarrollábamos
estas situaciones una y otra vez, la intensidad de mis desafíos iba emparejada a
la intensidad de sus variedades de «no lo vi». Era una situación en punto
muerto que nos agotaba a ambos.
El estilo de Dorothy es común entre los terapeutas individuales y los te-
rapeutas familiares en formación. Está acompañado normalmente por sistemas
de creencias que confían en la empatia, y en una práctica que anima a la
revelación por parte del paciente y a la disponibilidad por parte del terapeuta.
La postura que trato de enseñar al terapeuta, sin embargo, es de una exploración
de medio rango de los patrones familiares y un empleo estratégico del yo para
ayudar a los miembros familiares a desarrollar modos alternativos de
relacionarse. Mi propósito es formar a un terapeuta que sea a la vez estratégico
y autoconsciente.
Para Dorothy, eso significó adaptar su repertorio para incluir la planifi-
cación, la atención y el compromiso con sus metas terapéuticas. Necesitaba
primero reconocer que en la terapia se encontraba más bloqueada que
es
pontánea. Comencé a resaltar una parte de su conducta no verbal; los
fomentos en los cuales estaba respondiendo a un evento en la sesión, pero su
respuesta era invisible porque no la expresaba. Empezamos a atender a
de| jl' Dorothy G. Leicht es terapeuta y supervisora en el centro de consejería Echo Hills
Hr pi,al Memorial Pheips en Hasting-on-Hudson, Nueva York. Imparte clases y talleres e el
manejo del estrés y ejerce la práctica privada en Mamaroneck, Nueva York.
182 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
El trabajo en clínica social es mi segunda carrera. Miro atrás, hacia rn' primera
carrera, con orgullo y placer: una vida en común continuada con mi esposo, dos
hermosos hijos, una nuera que se ha convertido en parte de la familia y otra más a
la espera. Convertirme en esposa y madre no hj e una elección consciente; fue
producto de la mentalidad de los años cua. renta y cincuenta, cuando el mensaje
predominante para las mujeres era-cásate, ten una familia, y vive felizmente para
siempre.
Vengo de una familia de clase social media. Mi padre dirigía su propio negocio
con éxito y mi madre permanecía en casa y criaba a los niños. Vivíamos en un
suburbio de la ciudad de Nueva York y pasábamos los veranos en Cape Cod junto
a la amplia, cálida y muy unida familia de mi padre. Mi vida fue ordenada y
cómoda hasta que cumplí quince años, cuando, un día de verano, mi padre murió.
De repente, lo que había sido ordenado y cómodo se convirtió en caótico y
amenazante. La vida continuó, no tuvimos que mudarnos, no pasamos hambre,
pero mi madre nunca fue capaz de hacer frente a la pérdida de su esposo. Los
viejos rencores entre la familia de mi padre y mi madre resurgieron, y donde antes
hubo apoyo, se desarrollaron tensiones. Mi madre dio lo mejor de sí, pero se sentía
sola y perdida y no podía proveernos de la orientación y el apoyo que mi hermana
y yo necesitábamos. En ese declive, cuando mi hermana regresó a la facultad,
permanecí con mi madre. Y mientras ambas intentábamos hacer frente a la
pérdida, me convertí en la madre y ella en la hija.
Tras el bachillerato, fui a la facultad durante dos años, pero la soledad de mi
madre y mi falta de interés en los estudios me trajeron de nuevo de vuelta a casa
para reanudar mi papel de cuidadora y solucionadora o e problemas.
Trabajé en la ciudad de Nueva York y viví en casa durante un año, na
ta que conocí a mi esposo, nos trasladamos a los suburbios, tuve mis n
jos, y trabajé como esposa, madre y voluntaria de la comunidad.
.
Estaba bajo la influencia de la ideología de los sesenta y del mo miento de la
mujer, que me hizo empezar a pensar que yo podía ha más y que como una de mis
carreras estaba declinando podía tener o Mi interés en la gente, mi propia terapia y
mi experiencia como sofuc
nadora de problemas —en casa y como voluntaria— me
condujeron^
forma natural a convertirme en una trabajadora clínica social. Regre. ^¿
la escuela para terminar mis estudios de licenciatura y después con
con mi máster en trabajo social. fljjl
Tras la graduación, comencé a trabajar en una clínica de salud m ^, de
pacientes externos en Westchester. Fui afortunada al encontrar u
ENFRENTARSE AL GORILA 183
sUs habituales conductas rutinarias. Era nuestro trabajo, empleando ' alq u'er mecno
ara e
P 'l°> crear esos momentos. La supervisión era un " oejo de ese proceso y
Salvador me estaba empujando para hacer cosas jp forma diferente. Pero mis
hábitos eran profundos.
gn el segundo año comprendí en qué consistía la terapia familiar estructural,
pero de la teoría a la práctica existía un largo y duro camino. ij n cambio
fundamental que había tenido lugar era que empezaba a trabajar con el conjunto de
la familia, y no sólo con parejas.
La primera familia con la que trabajé durante mi segundo año era una familia
con un padrastro. Helen, la madre, y su segundo esposo, Joe, ambos en la
treintena, habían estado juntos durante cinco años. Helen buscó terapia para la
familia porque los hijos de su primer matrimonio _-Jim, de trece años, y Mary, de
diez— estaban continuamente en conflicto con su padrastro.
Joe, un alcohólico rehabilitado, había establecido un estilo resignado dentro de
la familia. Cuando finalmente la tensión de la familia excedía su nivel de
tolerancia, él arremetía; sin embargo, tales episodios eran poco frecuentes. Helen,
una persona firme, de las que toman el mando, encontró este carácter huidizo,
intolerable y le censuraba por no tomar una mayor responsabilidad a la hora de
disciplinar a los hijos. Cuando Joe cedía y realizaba intentos por asumir una
posición de padre, los hijos se resistían a su autoridad y él se enfurecía. Sus
esfuerzos para ganar su obediencia se hacían infructuosos por la instrucción crítica
de la esposa, la cual le «ayudaba» a ver como erróneo todo lo que él hacía.
Entonces Joe se retraía en un estado de irritación indefensa, dejándole cada vez
más lejos del papel de padre.
Yo sabía que la clave aquí, como en todas las familias con un segundo
cónyuge, era la reorganización familiar. La madre y sus hijos habían establecido
una unión fuerte y la suma del padre necesitaba un ajuste para e' sistema que
permitiera ir introduciendo gradualmente a un nuevo miembro. Para que se diese
tal ajuste, el padrastro necesitaba ayuda de la °iadre. En el fondo, él sería capaz de
participar como autoridad en el funcionamiento de la familia si la madre le
«bendecía» y le hacía sitio. Mi meta consistía en activar y vigorizar al padrastro. Mi
preocupación fundamental era perder de vista este enfoque y quedar estancada en
el convido de la familia.
Presenté el vídeo de mi sesión con la familia enfatizando que era una
a
milia con un padrastro y que la madre, Helen, llevaba la voz cantante y
a muy fundamental en el proceso familiar, como lo había sido en su pri-
er
matrimonio. Por tanto, había estado trabajando para permitir a Joe
er
11 un mayor peso y que se llegara a convertir en alguien imprescindi-
e
Para el proceso.
JOE: La primera cosa que dije fue que el trabajo escolar es tu p rot sión, desde
ahora hasta junio.
MADRE: ¿Entiendes lo que estamos diciendo? Si estuviéramos satisf chos con
tu trabajo escolar, no tendrías que pedir privilegios, porque se t otorgarían de
forma natural.
DOROTHY: ¿Pero cómo lo está haciendo?
Salvador paró la cinta y, mirando al suelo frente a él, dijo: «Tú ibas a hacer
algo, y el chico te interrumpió. ¿Qué te impidió continuar con lo que querías
hacer?».
Mi voz era baja e intensa. Yo evitaba mirar a Dorothy, trasmitiendo una
profunda decepción con su rendimiento. Había decidido que sólo a través de
una alta intensidad emocional entre nosotros podía suprimir sus respuestas
automáticas.
No le permití a Dorothy usar esta vía de escape. Mi meta era consecn,; que
fuera imposible para Dorothy encontrarse con esta familia de nuev sin sentir
mi presencia en el despacho.
MADRE: Cuando lo compramos, se acabó, pero Jim no sabe lo que quiere. (Al
marido.) No te estoy humillando en absoluto.
DOROTHY (a la madre): ¿Podía él haber ido con Joe a comprar el abrigo?
MADRE: NO, de ninguna manera.
PADRE: Por eso es por lo que la noche anterior fuimos los cuatro.
DOROTHY: ¿LOS cuatro?
PADRE: SÍ, todos juntos a un centro comercial. Es un centro comercial grande.
Yo pensé que tendríamos más oportunidad de encontrar algo allí.
DOROTHY (a la madre): ¿Qué ocurriría si ellos dos fueran de compras?
MADRE: SÍ, finalmente tenía que suceder, y en realidad siento que es n voto de
confianza por parte de Matthew hacia mí el que (dirigiéndose Matthew) no te
sientas encadenado a la familia.
JASON: YO también quiero hacer eso.
POROTHY: Ése es un sentimiento normal de un muchacho de dieciséis ños.
Querer sentirse de esa manera e independizarse.
MATTHEW: Supongo que eso crea un papel para él. Cuando salga, se c0nvertirá
en el hombre de la casa.
DOROTHY: Jason, ¿ocuparás el lugar de Matthew o qué sucederá?
Salvador paró la cinta y se dirigió a la clase. «Hablemos sobre mapas. Esto será
un evento significante en la familia. Están moviéndose, pasan-jo de ser cuatro a
sólo tres. Ya que Matthew es el miembro dominante, yo trabajaría con ellos para
estructurar la opción de ser tres como una experiencia positiva. ¿Ves de lo que
estoy hablando, Dorothy? Aquí hay un conjunto mental.»
Estaba decidida a demostrar a Salvador que podía desarrollar este marco, un
conjunto mental y después un foco de atención. La siguiente sesión que tuve con la
familia fue la primera en la que me mantuve en el foco, me quedé al margen del
contenido, y tomé el mando. Estaba dándose el cambio; el hijo se estaba alejando,
y yo también me estaba desplazando. Así que mientras presenté el vídeo de esta
familia en la siguiente supervisión, indiqué que mi estructuración había sido que
algo estaba ocurriendo en esta familia y que las cosas iban a ser diferentes, y ése
era mi único centro de atención.
, DOROTHY: ¿Así que tú crees, Matthew, que Jason no quiere hablar so-
e
tu marcha? ¿Y ésta es la segunda vez que te vas?
MATTHEW (ríe): Sí, cada tres años o así me voy.
DOROTHY (a la familia): ¿Cómo hacen para que vuelva?
¿ASON (ríe): El más o manos se nos impone.
m. "OROTHY (a Matthew): Tú ejerciste bastante el papel de padre en la fallía.
192 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Salvador paró el cásete y dijo: «Entonces lo que ocurre con la familia en esta
sesión es que se convierten en observadores de su propio fenómeno. Creo que esto
es muy bueno. Creaste el marco en el cual interactuan Has introducido un tema —
la partida de él— y les mantuviste en eso»-Puso en marcha el vídeo de nuevo.
Greenan'
En nuestra primera entrevista, David quería que yo supiera que él era gay. Creo que
me lo dijo incluso antes de que describiera su entrenamiento en terapia familiar. No supe
qué deseaba que hiciera con ese conocimiento, si bien quedaba claro que él no quería
ocultarlo. Pero, por supuesto, su definición de sí mismo también me definía a mí —
como heterosexual. Creaba un mundo en el cual tendríamos que encontrarnos desde
continentes diferentes, definidos por nuestra orientación sexual. También me dijo que
había sido actor y director durante diez años. Le conté que uno de los sueños no
realizados de mi vida era ser dramaturgo. Eso unió los continentes para mí, aunque no
creo que tuviera ningún efecto sobre él. Esta cuestión de la autodefinición se convirtió
en el centro de nuestro diálogo en la supervisión.
Uno de los problemas que ha introducido el posmodernismo en la terapia de familia
es su atención a la diversidad. El reto al imperialismo de la cultura dominante puede
producir un mundo de pequeñas turbas, donde nos encontramos protegidos contra el
«otro».
David estaba trabajando con una pareja homosexual, quienes le habían seleccionado
porque, entre otras cosas, creían que él, como homosexual, les comprendería en su
contexto. Cuando David decidió traer este caso a supervisión conmigo, cruzó la frontera
de los estrechos nichos culturales, confiando en que respetaría las idiosincrasias de la
pareja y del terapeuta y me uniría a ellos en mi comprensión de los aspectos universales
de las parejas. Recibí bien su decisión, ya que, a la manera de Harry Stack Sullivan,
pienso que «todos y cada uno somos, por encima de todo, humanos». Esa creencia no
niega las diferencias o se opone a la diversidad, pero incorpora las idiosincrasias de
nuestra compleja humanidad.
Como quedará claro en lo que sigue, el proceso fue complicado. Ni David ni yo
estuvimos cómodos. Al comienzo, David sintió que como representante de la
comunidad gay él debía defender «lo homosexual» contra rois prejuicios y los de otros
supervisores. Yo, por mi parte, sentí que para
conectar con David tenía que pisar suavemente, ser cauteloso en mis r puestas
de supervisión y callarme algunos cuestionamientos. A medida n S la terapia y
la supervisión continuaban, aprendimos a confiar en la pg pectiva del otro. La
terapia de David llegó a ser más compleja y se conv'S tió en un terapeuta de
familia homosexual, y sus clientes fueron rrien representativos de un grupo
social y más idiosincrásicos en su función S miento de pareja.
Una vez en el internado clínico, empecé a trabajar con familias D primera vez
desde los primeros años de licenciatura. Como internos / nos enseñó un modelo
estratégico para trabajar con familias, con entrp 6 namiento y tareas para casa
centradas en la solución a entregar al final H cada sesión. La supervisión era en
vivo desde detrás del cristal unidirer cional. Era un medio relativamente frío; el
conflicto se minimizaba en las sesiones. De la familia se esperaba que hiciera gran
parte de su trabajo entre las sesiones. Éstas se empleaban a menudo como un
periodo de prueba para determinar las metas de la familia y observar su progreso en
las tareas para casa. La idea de emplear mis sentimientos como una herramienta
diagnóstica para establecer hipótesis sobre las dinámicas fa-miliares, o fomentar
las representaciones en el despacho para observar cómo la familia se co-construye
mutuamente, no formaba parte todavía de mi repertorio como terapeuta familiar.
Cuando terminé mi año de investigación doctoral, entré en supervisión con
Minuchin. Estaba trabajando a la vez con una beca federal para desarrollar
sistemas de intervención para mujeres perinatales dro-godependientes del centro de
la ciudad. Muchas de las intervenciones que desarrollamos para estas mujeres sin
hogar se centraban en la creencia de que, si pudieran aceptar sus papeles como
mujeres y madres responsables, estarían motivadas para llevar una vida libre de
drogas. Desarrollando estrategias que las capacitaban para reunirse con sus fa-
milias, se desafió la norma tradicional de la comunidad terapéutica que defiende
que la auto-curación es el ingrediente necesario para librarse de las drogas. De
forma simultánea, estaba trabajando con más familias tradicionales, y proseguí
atendiendo a parejas masculinas, un interés que había desarrollado mientras
realizaba mi investigación doctoral. Cuando comencé la supervisión con Salvador
Minuchin, la primera familia que elegí para presentar era una familia asiática de
clase social media. Pasarían varios meses antes de que pudiera reunir el valor de
traer a supervisión una pareja masculina. Mirando hacia atrás, me doy cuenta de
que mis defensas para no sentirme vulnerable con los hombres se encontraban ya
activadas cuando comencé la supervisión. Los viejos sentimientos, los miedos a
verme expuesto como un incompetente, un impostor, asomaron «sus feas cabezas».
Aunque pienso que todos los hombres comparten estos sentimientos, son
particularmente nocivos para los homosexuales, ya que somos alentados
frecuentemente p° la sociedad a presentar «un falso yo» para encajar en la cultura
mayor taria heterosexual.
comentaron que habían pasado por terapia individual y poseían la f ac¡i. dad de la
jerga psicológica para demostrarlo.
El único estresor que la pareja experimentaba mutuamente era l cuestión de las
dificultades financieras. Robert andaba mal de dinero ' no haber vendido ninguna
de sus obras de arte en varios meses. Habí realizado algunos trabajos sin
importancia, pero nada que aliviase la presiones financieras de la pareja. Para todos
los fines prácticos, el sala rio de Samuel era la fuente de ingresos de la pareja, y
también parecía qu organizara la casa. La primera impresión que me produjo este
material fue que tenía mucho trabajo que hacer. Contratamos ocho sesiones.
por los padres y las figuras paternas por ser «rarito». Entonces, cuand un hombre
homosexual en una relación íntima con otro hombre exp er¡ menta la necesidad de
ser abrazado y consolado, puede rechazar esta ne cesidad porque confunde el
sentimiento con la etiqueta homofóbica in ternalizada de que él es un «maricón», un
anormal. Adicionalmente como en cualquier pareja, las necesidades de
dependencia pueden hacer aflorar el miedo a la fusión y a aprisionarse.
Me preguntaba si mis intervenciones les habían conducido lejos d e sus
necesidades como pareja. Salvador confirmó mi temor: «No les veo como una
pareja. Existe una negación de su complementariedad corrió pareja. Tu énfasis
recae en el trabajo con el individuo. Pero creo que la dependencia en una pareja es
algo bueno». Más tarde dijo: «Estoy interesado en cómo son como pareja. Pero con
ellos me trasladaría a lo concreto porque ésta es una familia que habla por hablar.
Se comunican de forma general, así que yo me trasladaría a los detalles. Tu empleo
de las metáforas intelectuales es inútil, porque con un intelectual como Samuel, no
constituyen una novedad».
Abandoné la sesión de supervisión preguntándome si yo también estaba
atrapado en una dinámica similar, sobreintelectualizando los sentimientos para
defenderme contra la dependencia respecto a mi supervisor. Mi propia necesidad
de aprobación y aceptación me alejaba de la asunción de riesgos con el propósito
de ser más creativo en el tratamiento, y me mantenía a la defensiva contra la
exposición a mi sentido de vulnerabilidad por carecer de respuestas. A medida que
continué trabajando con Minuchin y esta pareja, llegué a ser más claro con respecto
a mis propios «puntos ciegos» contra las necesidades de dependencia.
Los comentarios de Salvador me dieron algo de distancia, así que podía ver la
dinámica desde una distancia intermedia. «Las parejas del mismo sexo son
territorios inexplorados. Esta pareja está funcionando como si tuviera el mismo
poder. Y no es así. Pero donde una pareja heterosexual puede hablar sobre roles y
papeles inversos, para las parejas homosexuales no existen roles tan claros para
invertir.»
Cuando se acercaba la primavera, la pareja indicó su deseo de finalizar la
terapia. Para cuando terminaron las sesiones de la pareja, Robert se había
asegurado un lucrativo trabajo a tiempo parcial que les ayudaba a aliviar sus
dificultades financieras. También habían negociado una división de los quehaceres
domésticos que distribuía las tareas más equitativamente. Ambos hombres
informaron de una mayor estabilidad en la relación. Cuando se aproximó la
finalización de la terapia, repasamos lo que habían conseguido durante el curso de
la misma, y les aseguré que Podrían regresar para una revisión cada vez que
experimentaran la necesidad.
Hacia el final del otoño, cuando no les había visto como pareja desd
hacía varios meses, Robert llamó y pidió una sesión de terapia de pareja-
Estaba preocupado porque había estado recibiendo individualmente
Robert, y Samuel podría sentir que estaba más unido con su pareja, "e
Minuchin pensó que un tratamiento de pareja continuado sería posl
en la medida en que fuera cuidadoso al conectar con Samuel cuando
gresaran. Minuchin recomendó que, para facilitar la reunión, sería bue
para Robert revisar con Samuel los insights que había obtenido dura
su trabajo de duelo. ¿$.
Estaba claro que la pareja se encontraba bajo un considerable eS Samuel
recientemente había comenzado un empleo nuevo muy bie 0 gado en Wall
Street que le exigía trabajar largas horas. Parecía exha ^ y confirmaba que
así era, comentando sentirse abrumado no sólo p
HOMBRES Y DEPENDENCIA
207
trabajo sino también por las demandas emocionales que estaba efectúan ¿o Robert.
Robert contestó que sentía que Samuel le había abandonado ieSde que comenzó su
nuevo trabajo. Esto fue confirmado, dijo, en una reciente fiesta de vacaciones en la
nueva empresa de Samuel. Incluso a oeSar de que era una firma que no discriminaba
la homosexualidad, Samuel había presentado a Robert a sus colegas como un
amigo.
Mientras Robert despotricaba contra Samuel por lo que sentía que era una
trivialización de su relación, observé la retirada de Samuel. Sus ojos parecían
velarse. Me moví entre sus dos posturas. Apoyé a Robert c0n una metáfora de que
estaba «celebrándose una fiesta, y se sintió excluido». Posiblemente en una excusa
intelectual como defensa contra los fuertes sentimientos que estaban expresando,
elegí normalizar la conducta de Samuel con una explicación. Aunque se encontraba
«fuera» del trabajo, Samuel podría haber experimentado el resurgir de una vieja
homofobia en este acontecimiento de la oficina. También hablé sobre que no es
infrecuente para los hombres homosexuales sentir que su autoestima está
amenazada siempre que «se declaran», particularmente ante un grupo cultural
dominante. Mi intervención no calmó la tormenta emocional que se creó en la
sesión. Samuel se quejó de que Robert no le comprendía y salió de golpe de la
sesión, diciendo que estaba demasiado cansado para implicarse en este tipo de
interacción emocional. Aunque había empatizado con Samuel en su esfuerzo para
sentirse cómodo como un homosexual reconocido, me percaté de que, para el final
de la sesión, me había unido emocionalmente a Robert en su papel de «víctima».
En supervisión, Salvador hizo comentarios sobre mi distancia media respecto a la
pareja. Se preguntaba por qué no me había unido a Samuel en su habilidad para
responder al torrente de emociones de Robert. Abrumado por las emociones de
Robert, Samuel se había encerrado, exacerbando el temor de Robert a ser
abandonado. ¿Podía trabajar de una forma más próxima a la pareja y no temer
perder mi jerarquía en la sesión? Esta pregunta no sólo me ayudaba a comprender
mis sentimientos con respecto a la pareja sino que, a la vez, me daba insight
respecto a mi relajón con Minuchin y al grupo de supervisión. Durante este
segundo año de supervisión, mientras presentaba a otras familias, había empezado a
Se
ntirme más confiado en presencia de Salvador. Aunque todavía quería su
aprobación, estaba más deseoso de enzarzarme en un diálogo y podía, 0ri todo,
sentirme apoyado por él. Sería interesante ver cómo esta rela-'°n más compleja se
transfería al tratamiento de la pareja. , Antes de la Navidad, la pareja canceló su
sesión como consecuencia
Su
trabajo y algunos compromisos de vacaciones. Sin embargo, unos ;. arUos días
antes de Navidad, Robert llamó diciendo que tenía ideas sui-[:as y pedía una sesión
individual. Dije que pensaba que sería más va-£ s° verles como pareja, pero
insistió en que nos encontráramos a solas. r . rante la sesión individual, él reveló
que había estado manteniendo una re ac'°n extramarital con un colega escultor
durante los meses anterio-
I Recientemente, cuando la carrera de este hombre despegó, se sintió
208 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
:0 para la fiesta. Una vez más observé velarse los ojos de Samuel y cómo
e distanciaba de Robert.
Me incorporé, me acerqué a la pareja, y pedí a Samuel que se arrodillara. Robert
debía ponerse de pie y continuar hablando. Este simple Ovimiento tuvo un efecto
poderoso, ya que hizo explícito para ambos hombres la dinámica que estaban co-
construyendo. Samuel estaba encantado en un comienzo. Después se llegó a
cohibir cuando Robert ^e hizo saber cuánto le enojaba mi conducta. Yo dije que
pensaba que é] estaba sermoneando a Samuel y que había perdido a su audiencia.
Si ése era el impacto que deseaba provocar sobre Samuel, debía continuar; de lo
contrario, podía explorar un modo diferente de comunicarse con él.
Robert entonces rehusó hablar y se retiró. Ambos hombres parecían inquietos,
como si estuviese a punto de ocurrir una explosión. Decidí no evitar el conflicto,
confiando en el consejo de Salvador de que las oportunidades para el cambio
frecuentemente surgen cuando el terapeuta quiere desequilibrar el sistema.
Empleando mi experiencia de la sesión, reflejé mis sentimientos hacia Robert. Dije
que sentía que le había herido, y que no era consciente de sentir la necesidad de ser
cuidadoso con él. También resalté lo rápidamente que se había convertido en el
paciente en la sesión, y cómo eso parecía aislarle. Cuando nuestro tiempo se
consumía, finalicé la sesión pidiendo a la pareja que pensaran sobre cómo ellos ha-
bían creado esos papeles para el otro.
La sesión marcó un cambio drástico en la conducta para mí como terapeuta
familiar. En vez de hablar sobre afecto y evitación del conflicto, había empleado la
representación «aquí-y-ahora» de las dinámicas de la pareja para intervenir y
desequilibrar el sistema. Más que hablar sobre sentimientos, los había intensificado
en la sesión a través del movimiento físico de la pareja. Robert fue capaz de sentir
su poder «en el Papel de víctima» con Samuel. Samuel entendió visceralmente
cómo se "cuitaba de Robert como respuesta a esta desigualdad percibida de poder.
Eso me llevó una buena cantidad de autoobservación, pero incluso ttíe las apañé para
no intentar restaurar el equilibrio del sistema cuando salían.
La siguiente sesión tuvo un aspecto totalmente diferente. Samuel comenzó la
sesión, una novedad, hablando de que se sentía agotado y sobre
a
dificultad que experimentaba en permitir que le consolaran. Él lo rela-
•onó con su infancia y con las normas que habían existido en su familia ASP —una
familia que consideraba una debilidad del carácter necesitar
pisuelo—. Se esperaba que los hombres mantuvieran «el labio superior ^gido».
Nunca había oído a Samuel hablar tan abiertamente. En un punto, ttienzó a llorar
por los muchos amigos que había perdido desde el co-b 'f1120 de la epidemia de
sida. Esto era una conducta nueva para él. Pero °bert siguió respondiendo con el
patrón típico de la pareja. Comenzó el Oriólogo, ofreciendo sugerencias a Samuel,
comentando lo útil que entraría pedir aquello que quisiera.
210 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Tras un minuto o dos, era consciente de que Samuel se estaba ene rrando en sí
mismo. Interrumpí a Robert y pregunté a Samuel qué er lo que estaba sintiendo.
Dijo: «Siento que estoy en la escuela y que ^ está dando un discurso». Le pregunté
cómo debería hablar Robert H forma que no se sintiera sermoneado. Samuel e
respondió: «Creo qu ayudarían unas palabras distintas. Si todas comienzan con "yo
quiero» Le pregunté a Samuel por qué le irritaba eso. En ese instante, Sarnu ei pasó
de un diálogo de co-construcción de su relación a un monólogo ¡n„ trospectivo. El
resto de la sesión se centró en la incomodidad de Samuel al permitir que Robert le
apoyara. Yo sistematicé esto como un reto para la pareja. ¿Podía Samuel dejar su
rol de cuidador y permitir a R0. bert que cuidara de él?
En la supervisión que siguió surgieron varias preguntas, y Salvador no me hizo
sentir cómodo dándome las respuestas. «La sesión es buena, pero yo les empujaría
siempre a la complejidad. Robert está hablando sólo desde la perspectiva de
Robert. Samuel dice que él no confía en la gente lo suficiente como para dejarse
oír. Cuando le comentó a Robert "siempre dices yo, nunca nosotros", ¿por qué no
le apoyaste?»
Yo contesté que quizás no creía lo que estaba viendo. «Tú ves cambiar a
Samuel, ¿no crees que Samuel te aceptará si conectas con él? Están trabajando a un
nivel diferente, respondiendo de nuevas maneras. Ahora ellos están en terapia.»
El desafío de Minuchin siguió resonando dentro de mí mucho tiempo después
de la supervisión, y no encontré ninguna respuesta rápida. He descubierto que
algunas de las respuestas pueden encontrarse cuando te acomodas con una forma
dinámica de terapia que active emocionalmen-te a las familias para descubrir
modos nuevos de relacionarse. Éste es un estilo de terapia que me exige utilizar mi
ser al completo en el encuentro. Está conducido por la teoría, pero no es sólo una
terapia de palabras; es una forma activa de tratamiento. Es un teatro de la vida con
un reparto completo de personajes —el drama humano representándose en la hora
de terapia con toda su complejidad.
Otra parte de la respuesta se relaciona con la confianza. Debo pred's'
ponerme más a creer en lo que estoy pidiendo que haga la pareja: dar u
salto de fe dentro de un encuentro improvisado. Necesito creer en la ja
cralidad de la situación terapéutica para dejar al descubierto las verdad
universales que compartimos colectivamente en nuestra experier> c
como seres humanos. Eso requiere no sólo el uso del yo, sino tarn^'
creer en el potencial humano para el crecimiento y confiar en la sab'
ría colectiva de los «nosotros». También he debido aprender a confia 1"
que no soy responsable de las respuestas. Mi papel es desequilibrar el
tema, comenzar las preguntas. jo
El resto de las respuestas se relaciona conmigo como hombre y c° p que he
aprendido acerca de cómo negocian los hombres el poder y l* 1 j0s timidad, y sobre
cómo reconocen sus necesidades de dependencia. ^ >e$ hombres, gays o
heterosexuales, se les educa por cultura para ser fue
HOMBRES Y DEPENDENCIA
211
invencibles; ¿cómo podemos, entonces, tratar con los inevitables senti
jentos de debilidad y vulnerabilidad? ¿Es más seguro identificarse con
i papel de la víctima que arriesgarse a ser retado por ser fuerte? ¿Cómo
jeramos los sentimientos de fuerza y debilidad simultáneamente, las
necesidades de dependencia e independencia? ¿Estos sentimientos, que
narecen tan dicotómicos, existen en un continuum? ¿Y cómo resuelven
oS hombres en una relación íntima estos conflictos?
No puedo finalizar este capítulo con la pretensión de haber conseguido todas las
respuestas. Pero puedo comentar que Robert y Samuel encontraron una nueva
forma de relacionarse. Tienen menos miedo de fusionarse e implicarse y parecen
más versátiles en sus roles con respecto al Otro. Han llegado a aceptar más su
complementariedad. A Samuel le encanta su nuevo trabajo. Robert sigue con sus
pasatiempos mientras continúa con la escultura, y eso está bien. Existe una mayor
tolerancia con la idiosincrasia del otro y, de forma simultánea, son más
reconfortantes con el otro. Sus personalidades básicas y el modo en que se
relacionan con el mundo no han cambiado, pero parecen más cómodos con el
desacuerdo y menos amenazados por la tendencia de las necesidades del otro.
Tienen una mayor sensación de ser una pareja, y les sentí también de esa manera
cuando terminaron la terapia. Me siento mucho más libre para entrar en el sistema y
desafiarlo, aunque mi papel era a menudo actuar más como un testigo de su proceso
familiar, quizás como un hermano mayor que apoya su crecimiento.
Salvador modeló esa conducta al proveer un lugar seguro donde explorar las
relaciones humanas, libre de la inducción que ocurre en el tratamiento con una
familia. En el curso de esa supervisión, adquirí una mayor confianza y creencia en
la fuerza de las relaciones para promover el crecimiento. La aceptación y los
insights otorgados por la supervisión eliminaron el miedo a sentirme incompetente
y avergonzado como nuevo terapeuta de familia. Simultáneamente, Salvador
normalizó las dinámicas de la pareja masculina, honrando las características únicas
de los nombres homosexuales en una relación íntima, a la vez que colocando sus
dinámicas dentro de las luchas inherentes a todas las parejas. Expre-sando su
confianza en mí como terapeuta, me retó y animó a pensar más Complejamente. Mi
miedo de que el desafío creara una distancia provocó efecto paradójico y
terapéutico de generar cercanía en la supervisión y e| ^atamiento.
El temor que experimentaba antes de empezar la supervisión con Mi-chin se reflejó
en el recelo inicial de la pareja hacia el tratamiento. El Pacto de la marginación de
los hombres homosexuales por parte de la yoría cultural presenta ramificaciones
para las parejas homosexuales, £. °iUe viven la realidad del aislamiento y la
patologización de la sociedad. Pe ^atarn'ento se centró en normalizar sus necesidades de
cuidado y de-Jar nc'a> Y en expandir la complementariedad de sus roles. Cuando
de-y n el tratamiento, les noté menos jerárquicos en su relación con el otro t 0|°n
respecto a mí. Simultáneamente, había una menor necesidad de pa-8'zar al otro y
una mayor aceptación de su estatus como una pareja
212 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Wai-Yung Lee1
y , "ai-Yung Lee es miembro facultativo del Centro Minuchin para la Familia en Nueva c. ' y directora
de Estudios de Familia en Hong Kong. Con una amplia experiencia en el V 0 |P° de la deficiencia
mental, ha trabajado e impartido entrenamiento en Toronto, Nueva d(j ,y Londres y es, en la actualidad,
una profesora visitante regular en la Escuela de Gra-t^j- °s de Trabajo Social y Administración Social
de la Universidad de Hong Kong. Ha es-c*0 V trabajado con Salvador Minuchin durante más de seis
años.
214 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
'«eras populares chinas en su baño. De él aprendí que las cosas se envenden sin
necesidad de explicarse. La gente puede sentirse muy cercana e0 silencio.
Mi rol de género era también impreciso. Nunca puse demasiada aten-¡5n a las
diferencias de género hasta que acudí a la universidad. A los diez años, mi padre
me regaló una pistola que disparaba perdigones. Fui a dar una vuelta a disparar a
los pájaros y a las ventanas de los vecinos. tjn día arrojé una piedra al hijo de un
vecino, y le hice sangrar por la frente. Estaba tan temerosa de que muriera que me
escondí. Cuando finalmente llegué a casa, recuerdo a mi padre de pie en el patio
admirando su aInplia cisterna de peces de colores exóticos. Con sus ojos fijos en el
gracioso movimiento de las criaturas, me dijo con suavidad: «¿Por qué hiciste eso?
¿En qué clase de mujer te estás convirtiendo?».
Gracias a mi padre me percaté de que la vida está en su mayor parte llena de
preguntas y no hay una necesidad de respuestas. Por lo tanto, había muy poca
preocupación por la planificación excesiva o el establecimiento de metas, y
ciertamente no valía la pena armar un lío por cualquier manifestación emocional.
Sucedió muchas veces que mi padre salía de viaje y reaparecía al poco tiempo
porque había perdido el tren o el avión. Pero todo estaba perfectamente mientras
hubiera peces de colores nadando en el estanque, u otras diversiones en la vida que
desviaran nuestra atención. Cuando finalmente mi padre partió al viaje sin retorno,
casi no me lo creía. Todavía tengo sueños recurrentes de él regresando a casa y
diciendo que había perdido su vuelo de nuevo. En mi repertorio de constructos
cognitivos no existía algo como la finalidad.
Mi infancia me enseñó que el mundo es sólo un foro teatral. Había un teatro en la
casa, y otro más desde la ventana de mi habitación, donde asistía a todos mis
absurdos de la vida diaria. Una vez vi a una mujer corriendo tras su esposo con un
machete; cuando le alcanzó, golpeó al paraguas que éste llevaba con el machete, en
vez de al marido. Había otra Mujer que le dijo a su esposo que si abandonaba la
casa, ella se desnudaría en la calle, y así lo hizo. Mi padre una vez trajo un mendigo
de la calle y le ofreció el trabajo de ayudarme con mis tareas de la escuela. En Su
segunda noche, él intentó propasarse con una de las sirvientas, que le Propinó un
puñetazo en la nariz. De inmediato regresó a la calle, pero siempre que me
estancaba con mis tareas, le gritaba mis preguntas des-.e el balcón, y a él siempre le
hacía feliz darme una respuesta. Mi expe-r,encia infantil era la del teatro de la
confusión, donde los papeles que la gente elegía jugar y las reglas que se acordaban
en la obra podían cam-lar e intercambiarse de todas las maneras posibles, con o sin
límites, asta que alcanzaban un estado de armonía. Bateson diría que esto no es as
que la teoría de la cibernética. Yo prefiero llamarlo «vida». , Mi amor por el caos
y la excitación del mundo me ha salvado de mu-i °s momentos solitarios y tristes
de mi vida. Cuando tenía once años, un rnbre saltó desde nuestra cuarta planta y
aterrizó en medio de un char-^ °e sangre justo debajo de mi ventana. Desde
entonces comencé a ver fantasma y podía atender a su dolor.
216 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Cuando emigré a Canadá, no dejé atrás esos escenarios; sólo expa^^. mi escena
a un mundo más amplio. Pero, al igual que muchos otros Jn migrantes, aparté mi
tesoro del pasado y cerré el cofre con una llave. M veía la necesidad de conectar los
dos mundos. Cuando miraba fuera de m ventana, sólo percibía la nieve.
Por tanto, la vida tenía un perfecto sentido para mí cuando comencé mi carrera
como reportera. Mi experiencia incluso me brindó una sensa ción de profundidad
cuando aprendí el trabajo psicoanalítico. Pero p ara alguien cuyo sentido de la familia
está siempre un poco fuera de foco, na_ rece extraño que decidiera convertirme en
una terapeuta de familia.
EL CONTEXTO PROFESIONAL
nteracción del sistema. Yo trataba a las familias prácticamente del mis-0 rnodo en
que lo hacía con un sistema más amplio. No podía diferen-•ar los límites entre
ambos.
pe la infancia a la adultez, mi estrado ha sido siempre el mundo en ge-neral- Era
buena logrando que conectaran personas extrañas por completo entre sí, pero no
tenía ni idea de qué hacer con los miembros familiares cuando ellos se convertían
en extraños. Comencé a sentirme aburrida conmigo misma y sentí la necesidad de
ampliar mi horizonte.
Primero fui a Milán. Me encontraba perfectamente cómoda con la postura
distante del equipo de Milán y su grandiosa manera de emplear el lenguaje, ya que
también era una narradora con años de práctica percibiendo las cosas, ya fuera a
través de una ventana o desde una postura independiente. Cuando regresé y acudí a
trabajar con Minuchin, de repente el centro de atención residía en mí. Me embarqué
en un aprendizaje del entrenamiento que, durante los siguientes dos años, pondría a
mi trabajo, y consecuentemente a mi propio yo, en el escenario central.
LA FAMILIA
La familia que traje para la supervisión tenía un hijo de veinticuatro años con
síndrome de Down que había manchado con sus propias heces las paredes del
baño. El caso fue remitido por la madre como un asunto urgente. Me organicé para
verles rápidamente, pero el día de la cita sólo vino Bill con su consejero de la casa
comunitaria. Le pregunté a Bill por qué había acudido a verme. Él dijo que le había
enviado su madre. Esta respuesta es muy típica en el campo de la discapacidad
mental, donde la terapia es concebida como una manera de arreglar el problema
presentado por la familia del cliente identificado y por los trabajadores. Yo les des-
pedí con el mensaje de que sólo les recibiría si la familia venía con Bill.
En la siguiente sesión, el resto de la familia —los padres y un hermano de
treinta y un años, Michael—, vinieron, pero sin Bill. Era una familia
anglocanadiense. Ambos padres habían servido en el ejército y todavía se movían
en la misma atmósfera sensata de lo militar. La madre explicó que ellos no querían
hablar sobre Bill delante de él. La conversación de la ternilla giró alrededor de la
conducta-problema de Bill, la cual aparentemente presentaba una historia de
recurrencia. La familia había realizado 'itentos de solución muy diferentes, pero el
problema persistía.
Esta pareja compartía las características de muchos padres que tienen "'jos
adultos con dificultades evolutivas. A los padres que han dado a luz a hijos
discapacitados se les describe a menudo como lamentando la pér-•da del niño
perfecto de sus sueños. He visto este lamento persistir y, a ^edida que el niño crece,
tomar la forma de un entrenamiento y una co-I ección continuos en el nombre del
amor y la protección. La tragedia de s Personas discapacitadas es que a menudo
son tratadas como niños, in-
du s° cuando ya han alcanzado la adultez. Aunque parezcan niños, les en-
fu re
ce vivir en un mundo de infantilismo.
218 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Bill era un joven altamente funcional que intentaba llevar una vid
normal, incluso dejarse barba. Fue capaz de mantener trabajos ocasional a
en restaurantes, pero siempre que se frustraba, iba al cuarto de baño S
untaba la pared con sus heces. Esta conducta hizo a su familia cuestiona
más aún su inteligencia. Cualquier problema se le atribuía al hecho d que
era retardado mentalmente. Su manera de ayudarle le encolerizan aún más.
Su hermano Michael intentó relacionarse con él como debía nn buen
hermano. Pero sus mundos se encontraban a miles de kilómetros de
distancia, uno como arquitecto exitoso viviendo en un mundo intelectual el
otro llevando una vida restringida en un hogar comunitario y viviendo de
cualquier trabajo casual que pudiera conseguir.
La sensación de fracaso a la cual se estaba enfrentando Bill era ajena al
resto de la familia, para quienes su enfado era impensable, de tal modo que
cada uno se centraba en cambiar la conducta de Bill en vez de manejar su
dolor y sus protestas. Aunque los profesionales han defendido desde hace
mucho la necesidad de implicar a las familias en el tratamiento de las
personas con discapacidades, sus métodos también se han centrado en
apoyar y comprender. A menudo se da la ética tácita de que uno debería ser
amable con aquellos que han sufrido mucho por la injusticia de la vida. Es
políticamente incorrecto sacudir el sistema, incluso si la rigidez de éste está
creando o manteniendo el problema.
Entonces, ¿cómo puede uno suministrar una terapia más compleja a la
familia con un enfermo o discapacitado crónico? Eso se convirtió en la
búsqueda de mi entrenamiento.
LA SUPERVISIÓN
-or qué nos hemos estado esforzando tanto tiempo y no lo estamos con-
siguiendo».
Fui sintiendo mucha incomodidad, ansiedad y la fuerte sensación de ser
un desastre. Muchos pensamientos se removieron dentro de mí. Era verdad
que nunca había empleado la representación en mis entrevistas, gn el pasado,
cuando observaba el modo en que muchos de los denominados terapeutas
estructurales familiares decían a un miembro de la familia que hablara al otro, me
parecía artificial y arbitrario.
Aunque mi estilo estaba cuestionándose, también me quedaba claro que no
22]
siempre era una observadora pasiva. Llegué a hacer cosas como quitarme los
zapatos y entregárselos a un hombre fetichista de los zapatos, mientras sus padres y
el oficial encargado de vigilarle miraban con-mocionados. O intenté conseguir que
un rabino se llegara a comportar de forma maliciosa. Cuando el escenario era el
adecuado, yo también inte-ractuaba con las familias. Pero un terapeuta activo que
no pueda crear una representación en una familia se mantiene fácilmente en una
posición centralizada, controlando el flujo de todas las conversaciones y acti-
vidades. La historia que extrae proviene básicamente de su propio pensamiento,
incluso aunque lo hubiera descrito como una colaboración con la familia.
La opción de tomar una posición menos esencial era novedosa para mí, y de
alguna manera me llevó un año entenderlo. Lo extraño es que si Minuchin me
hubiera dicho esto justo al comienzo, yo probablemente lo hubiera tratado
simplemente como si fuera una instrucción sobre la técnica y no le hubiera dado la
suficiente importancia. Ahora me encuentro a mí misma en posición de llegar a
inventar otra técnica que produzca los beneficios de una representación, lo cual no
podía lograr, o seguir una técnica que haya sido desarrollada y aprender a
emplearla creativamente.
Me sentía impaciente por ver de nuevo a la familia, pero cuando regresaron estaba
perdida con respecto a qué hacer. Sólo sabía que tenía que escapar de mi dependencia
respecto a las palabras. Pero sin lenguaje Jne encontraba estancada en la extraña
posición de convertir un espectácu-'° hablado en una película muda. La animada
conversación que habíalos mantenido juntos en la sesión estaba ahora ausente y
reemplazada Por la tensión. En mi angustia, lo único que recordaba acerca de la tera-
P'a estructural era su característico apretón de manos. Así que seguí es-írechándoles la
mano. En un comienzo fue difícil y casi cómico. Sin em-argo, mientras lo hacía,
empecé a entender que una pequeña ruptura Urante una sesión puede lograr que se
interrumpa la continuidad. Comencé a prestar atención a los pequeños movimientos.
Descubrí gestos y °ruencé a ver esquemas de las organizaciones familiares, con sus
pro-P'as interacciones idiosincrásicas, como en una obra de teatro.
222 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
En la última sesión, había dicho a la familia que eran muy rígidos y u podían
entender nada sobre lo absurdo, así que ellos no conseguirían en tender el
significado de la pintura con excrementos de Bill. Para demos trarme que estaba
equivocada, el padre vino portando la peluca de la es posa y se encontraba de un
humor muy gracioso. Michael obviamente estaba agobiado y enfadado por la
conducta del padre hasta que él le ¡n_ cauto la peluca y se la colocó en su propia
cabeza. Entonces, de forma extraña, él también se encontró de un humor risueño.
Recordando la escena de mi última supervisión cuando fracasé en sacar partido
a la conexión fraternal, escenifiqué resueltamente el acto y me abstuve de interferir
con palabras. Le pedí a Bill que nos mostrara cómo pintaría la cara de su hermano.
Bill se lo tomó seriamente y sujetó la cara de Michael con una mano mientras
dibujaba simbólicamente una imagen en la pared.
A medida que proseguía este diálogo, la madre parecía muy tensa. Para
complementar la disposición graciosa de su esposo, ella vino con un sombrero de
paja y ganduleaba, pero su porte parecía fuera de lugar, ya que estaba sentada
rígida contra la silla, con ambas manos asiéndose a los brazos de ésta. Yo hice
algún comentario sobre su estado de tensión.
MADRE: Era el tema. No era la manera. Estoy de acuerdo contigo: fue una
hermosa conversación. Yo nunca había escuchado a Bill darnos una explicación de
cómo pensaba, o sobre cualquier cosa que él estuviese naciendo.
WAI-YUNG: Ésa era la «cuestión» que te trajo a terapia. .
MADRE (lentamente): Es la connotación de lo del cuarto de baño, y e ' con
razón, lo relaciona con algo que estuvo mal, no quiere repetirlo, y °J a' lá que nunca
lo repita.
PADRE: ES una de esas cosas que surgen inesperadamente tan a r*1611^ do, como
un volcán. Se pone en marcha y ¡boom! Él es de esa manera, él hubiera traído una
paleta consigo, entonces seguramente hubiera e pleado colores para la pared. Pero
no tiene una paleta, así que usa cu quier cosa que esté a mano... sea cual sea la
razón.
EL PINTOR AL EXCREMENTO 223
Llamando la atención sobre la tragedia de este joven, Minuchin dijo: tól tiene
unos padres que le demandan un alto nivel de funcionamiento al mismo tiempo que
le tratan como a un niño. Así que el padre está en lo cierto al decir que existe un
volcán, y el volcán puede ser de mierda o con-vertirse en cualquier cosa. Si yo
pensara así, me uniría a Bill en la expresión de su sentimiento de impotencia y
enojo al ser puesto en una situación en la que, haga lo que haga, no alcanza la
marca».
Aunque él cambiaba continuamente mi centro de atención hacia las relaciones,
Minuchin estaba obviamente complacido con mi intento de salirse de mi habitual
posición centralizada. Me llegó a quedar claro que, antes de que el terapeuta
pudiera hacer un uso efectivo de una representación, necesita entender la
aplicación del espacio y el movimiento de forma similar a como un escenógrafo
utiliza el escenario. Como adujo una vez Minuchin: «Una representación funciona
de forma parecida a un tiovivo. Una vez que lo pones en marcha gira por si solo, lo
que le proporciona al terapeuta una oportunidad para observar, pensar y decidir si
intima más, se ausenta, o adopta cualquier postura que juzgue apropiada en esa
ocasión».
Ciertamente, yo había descubierto que esto era cierto. Cuando movilicé a la
familia para que actuaran entre sí, eso no sólo me permitió emplear mi energía de
forma diferente, sino que lo más extraordinario de todo fue que ¡Bill empezó a
hablar!
En el siguiente extracto, pregunté a la madre por qué era tan difícil afrontar la
situación del cuarto de baño.
probarlo con él una y otra vez para asegurarnos que su afirmación Se basa en la
comprensión y no es simplemente una cuestión de coincj. dencia, hasta que llega a
un punto en que decide abandonar. Tras ofrecer un frente asertivo durante un corto
tiempo, Bill comenzó a vacilar Dijo que no lo haría de nuevo. Afortunadamente,
Michael fue capaz de corregirle.
MICHAEL: NO, no, no, eso no es lo que quise decir, Bill. La última vez que lo
hiciste, ¿fue en tu lugar de trabajo?
BILL: Oh, sí, era en Queens Park...
MICHAEL: ¿Ésa fue la última vez que lo hiciste?
BILL (lentamente): Eso creo...
MICHAEL: ¿Sabías cuando lo hiciste que te iban a despedir?
BILL: Sí.
MICHAEL: Sabías que ibas a perder tu trabajo. ¿Eso era lo que querías?
BILL: De repente comenzó a convertirse en algo aburrido.
MICHAEL: ¿Comenzó a convertirse en aburrido el trabajo? ¿Por qué, no te
daban cosas diferentes para hacer?
BILL: ¡Oh, sí lo hicieron!
MICHAEL: ¿Qué era tan aburrido al respecto?
BILL: Ellos querían que yo lo hiciera dos o tres veces.
MICHAEL: ¿La misma cosa?
BILL: Una y otra vez.
MICHAEL: ¿Por qué? Porque no lo hacías bien la primera vez, o...
BILL: Decían que no estaba lo suficientemente limpio.
MICHAEL: ¿Estabas lavando platos?
BILL: NO, estaba limpiando hojas de lechuga.
MICHAEL: ¿NO las limpiabas adecuadamente?
BILL: ¡ESO es lo que ellos creen!
PADRE (a Bill): Cuando veo eso, me hace enojar, me llega al alma ve que un
hijo mío haga eso.
MICHAEL: Te molesta porque estás avergonzado de ello.
WAI-YUNG (a Michael): ¿No estás tú también avergonzado de ello- .
MICHAEL (mirando al suelo): Yo estoy avergonzado porque él e hermano.
Esa extraña manera de expresar algo, pintando con excre tos en la pared.
Existen mejores maneras de hacerlo que de esa form
EL PINTOR AL EXCREMENTO
ejército. Es casi como si después de que hubieran efectuado una matanza exitosa,
se colgaran una medalla en su uniforme, y lo llamaran amor.
PADRE (frunciendo el ceño): ¡Esto es muy extraño!
MICHAEL (molesto): Creo que eso es sobre todo una especie de crueldad. Me
sentía implicado en la manera en que, no sé por qué, nos acusa de ser falsos con
respecto a nuestros sentimientos con cada uno de los otros.
WAI-YUNG: Desconozco cuál es tu sentimiento, pero creo que matáis a gilí con
palabras...
PADRE: ES posible que hagamos eso, ¡es perfectamente posible que hayamos
hecho eso!
WAI-YUNG: Le matáis con palabras, y después adornáis el cadáver con amor.
MADRE (gritando): ¿Qué? ¿Qué ha dicho?
PADRE: ¡Que adornamos el cadáver con amor!
Minuchin paró el vídeo y dijo: «Creo que ésta es una ampliación de tu estilo, y
que estás trabajando en un alto nivel de complejidad. Pienso que antes tenías una
necesidad mucho mayor de tomar el control del proceso, y estás abandonando eso.
Eso es muy bueno».
En la sesión, continué provocando a la familia.
¿Cómo sucedió este cambio? Parecía como si todo lo que había acontecido dentro y
fuera de la supervisión tuviera algo que ver con ello y que fj, nalmente sucedió
espontáneamente, sin pensarlo.
La temperatura continuó incrementándose en la sesión. Michael i n. tentó
desatarse de las cuerdas, con las cuales en estos momentos se había enredado.
Anunció que necesitaba ir al cuarto de bañor pero la cuerda había restringido su
movimiento.
LA ALTURA DE LA INTENSIDAD
MADRE: ¿Cuando Bill te habló antes de que llegáramos, dijo: «Me sien-
to rechazado por mi familia»? ¿Ésas fueron las palabras que empleó?
WAI-YUNG: Ésas son precisamente las palabras que utilizó aquí.
MICHAEL: SÍ, ésas son las palabras que él empleó aquí.
PADRE (señalando a Bill): ¡Pregúntale!
MADRE (actuando a la manera de un juez): ¡De acuerdo! (Dirigiéndose
a Bill, enunciando palabra por palabra): ¿Entiendes honestamente lo que
quieres decir cuando dices «rechazado»?
Ambos, padre y madre, insistieron en que era muy importante par ellos
asegurarse de que Bill conociera lo que significaba «rechazo»- B1
comenzó a musitar.
WAI-YUNG (a Bill): No es un prodigio que no quieras ser franco. ^u3r
do hablaste hoy de rechazo, fue como si lanzases una bomba sobre la
milia. Es muy duro para ellos oír eso. Ésa es la razón por la que están
fadados... -.
MADRE: SÍ, estamos enfadados porque nosotros no creemos que el
tienda la palabra.
EL PÍNTOR AL EXCREMENTO
233
WAI-YUNG (al padre): Usted es un hombre con una tremenda capacidad. ¿Por
qué es tan duro para usted enfrentar su emoción? Supongo que eS difícil porque es
su propio hijo, ¿verdad?
PADRE (de forma abrupta): ¿Enfrentar qué?
WAI-YUNG: Enfrentarse al hecho de que usted podría haberle rechazado.
PADRE: No es que pudiera —estoy seguro de que lo he hecho—. Pero ¿e
nuevo...
WAI-YUNG: ¿Él es un resultado erróneo para usted, quizás?
PADRE: Bien, seguro, puede ser frustración. Estoy seguro de que lo superé hace
mucho tiempo, pero existe todavía... existe todavía un elemento ahí de... de...
vergüenza. Yo utilizaría la palabra «vergüenza». No debería ser, pero existe.
Entonces ¿qué diablos puedes hacer? (Cambiando de tema): Escuchen, admiro a
Bill por tener agallas para hablarlo y decir lo que piensa.
WAI-YUNG: Entonces felicítele. Diga: «Bill, en realidad estoy contento de que
puedas decirme eso».
El padre se inclinó hacia Bill. Le estrechó la mano y le abrazó. Pero vi que tan
pronto como él había hecho eso, le palmeó en la espalda con un gesto de
compañero, indicando que todo se terminaría. Fue en ese punto cuando dije: «No lo
endulces».
Como espoleado por un relámpago, el padre se puso en pie, me apuntó con su
dedo, y empezó a gritar.
PADRE: No me digas qué hacer. Me las apañaré con esto, pero no me digas qué
hacer, o cómo actuar.
WAI-YUNG (intentando mantenerse en calma): ¿Por qué estás dirigiendo tu
enojo hacia mí?
PADRE: Porque tú eres la que hizo la afirmación. Bill no está ofendido por ello.
Y no debería haber ninguna ofensa por ello. (Michael intentó intervenir.) Sí, estoy
emocionado, ¡estoy emocionado! No me importa si a 'os condenados chinos les
gusta abrazarse o no...
MICHAEL (poniéndose en pie y gritando): ¡Eh, escucha! No te propases.
¡Cállate! (Ellos empezaron a empujarse el uno al otro.)
PADRE (gritando): ¡No me apuntes con tu maldito dedo!
MICHAEL (sin dejar de señalarle): Escucha, lo que yo iba a decirte antes " e que
empezaras a gritar y a ponerte desagradable era que, cuando te Juntaste con Bill
para abrazarle, estabas realmente alterado, a punto de llorar.
MADRE: Estaba muy emocionado.
MICHAEL (aporreando la silla con su mano): Venga, eso es bueno. ¡Acéptalo!
PADRE (gritando emocionalmente): Acepto que... MADRE (señalándome con el dedo):
Ella fue la que... . _ MICHAEL (ignorando a su madre): Antes de que comenzara esta
agre-'°n, abrazaste a Bill. Yo podía oír un sofoco en tu voz. (El padre asintió °strando
su acuerdo.) ¿Por qué no puedes simplemente abrazarle?
234 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Esta cuestión desencadenó otra explosión en el padre, que insistió en que todo
se había arruinado por mi afirmación. La cara de Michael también estaba llena de
ira. Había mucha confusión y tensión en el consulto, rio. El padre y el hijo se
embarcaron en un toma y daca, con la voz de la madre haciendo de eco en el fondo.
WAI-YUNG: Hoy es la primera vez que Bill ha sido capaz de sacar a la luz su
pensamiento. Y miren qué intensidad. Miren lo duro que es p ara ustedes intimar con
él. Cuando yo dije que no lo endulzaras era porque creía que lo que hiciste era muy
bello, cuando fuiste a abrazar a Bill. Y entonces, cuando estabas intentando reír y
superarlo rápidamente, es cuando quise que...
PADRE (aprovechando la oportunidad y reanudando la lucha conmigo de
nuevo): Tú no viste mi cara.
MADRE: NO viste su cara.
PADRE: Ahora, estoy complacido de que Bill sea capaz de afirmar lo que le
pasa. Y Michael está bastante en lo cierto respecto a que había un sofoco en mi voz
y lágrimas en mis ojos, como ahora. Pero me saca de quicio cuando haces eso, y lo
haces a menudo. Arruinaste un momento que estaba teniendo lugar. Fin de la
historia. Déjanos proceder.
WAI-YUNG (a la familia): Ahora, yo tengo una cuestión al respecto. Cuando él
me insultó, a mi nacionalidad y todo eso, sentí que no sería capaz de trabajar con él.
Ésa es la parte abusiva que no puedo aceptar. Bill, quizás, la ha aceptado.
BILL: ¡Sí, lo he hecho!
WAI-YUNG: ¿Lo has aceptado? Pero yo no lo haré.
BILL: Si esto continúa, me voy a ir.
WAI-YUNG: Siento una cosa con tu familia. Le resulta muy arduo cargar con un
asunto difícil sin edulcorarlo. Hoy hubo un cambio, y yo quería prevenirte, no
repetir el patrón. Y ustedes se enfadaron conmigo. Voy a dejarles durante un
momento, de forma que ustedes y yo podamos aplacar nuestras emociones. De lo
contrario, encontraría muy difícil continuar trabajando con ustedes.
Yo todavía continué: «Pienso que el hombre hizo más cuando me atacó. Creo
que fue un momento terapéutico importante...». Minuchin sonrió:
«Absolutamente. Moviste a la familia a un nivel de desafío emocional al que no
están en absoluto acostumbrados, ni tampoco tú».
Con cada movimiento que efectué con esta familia, sentí que estaba hablando
con Minuchin. De forma similar, cuando estaba interactuando con Minuchin, la
familia era mi escenario. De pronto, no pude ver los dos niveles de encuentros
como algo separado. Empezaron como dos líneas paralelas, pero a medida que el
entrenamiento estaba dando sus frutos, se superpusieron, una extendiéndose sobre
la otra, más y más lejos, en otro nivel. A medida que la supervisión estaba
llegando a su fin, las dos líneas se encontraron y se convirtieron en una. No
entendí, sino hasta mucho más tarde, que lo que en realidad había aprendido de
Minuchin fue una terapia del movimiento. Desde el primer día que vine a estudiar
con él, me había invitado a moverme con él. Con razón llegué a ser intolerante con
respecto a la atmósfera benigna y restrictiva de las sesiones familiares y me sentí
obligada a ponerme en marcha. Mirando hacia atrás, veo que mi proceso completo
con la familia consistió en moverse de unpla-teau a otro, como una imagen en
espejo de mi experiencia en la supervisión.
Cuatro meses después de mi última supervisión, superé finalmente todos los
obstáculos y controles y llegué a la posición de la madre. Aunque los dos
hermanos continuaron presentes en las sesiones familiares, fueron capaces de
permanecer sentados y dejar que los padres se las hubieran el uno con el otro. El
padre fue capaz de reanudar su papel y confortar a su esposa, quien llegado a este
punto fue cambiando para permitir a Michael tener éxito. Como otros padres
cuyos hijos están listos para abandonar la casa, esta pareja estaba aprendiendo a
consolarse mutuamente.
Cuando la terapia finalizó, la madre me regaló una acuarela que había Pintado.
Era una bella imagen de un ramillete de flores silvestres, el cual había
denominado «Junto al arroyo». Lo tomé como un gesto de que todos nosotros
debíamos encontrar nuevos colores con el fin de sacar a la Emilia del excremento.
Visité a la familia, por primera vez, tres años después. Me encontré s°lo con
los padres. Me dijeron que Michael había dejado la casa y que estaba viajando por
el extranjero. Bill se había instalado en un hogar comunitario. Nunca más había
pintado con excrementos y continuó sin ha-Cerlo. Tan sólo disparó la alarma una o
dos veces.
15. LLENANDO EL VASO VACÍO
Wai-Yung Lee
' • Andrew Schauer era un trabajador social clínico, que durante el periodo prescrito en
ste
a
capítulo trabajaba con familias en el Centro de Orientación Infantil Queens en Jamai-
. Nueva York. Tras sus estudios con el doctor Minuchin, Schauer se trasladó a Boston,
Onde planeaba continuar su trabajo como terapeuta familiar. Murió sorpresiva e ¡néspera-
^ente poco después de su traslado.
238 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Esto era un desafío directo para un profesor. Un vaso vacío es una paradoja. Su
misma figura y forma invitan a la acción, pero cualquier intento de llenar el vaso es
quitar importancia a su espacio. Si aceptas la visión ¿e Andy de sí mismo, te sitúas
en la postura de mantenerle en una posición inferior. Si lo niegas, serás visto como
alguien que rechaza a Andy. Si luego le preguntabas cómo obtuvo esta visión
imposible de él mismo, eras conducido a una forma benigna autorreflexiva,
fracasando a la hora de ver Ja poderosa táctica de «Aquel que está abajo, no necesita
temer la caída». Cualquier efecto que enriquecía a Andy también le desvigorizaba.
Andy presentó el caso de una pareja que experimentaba problemas a la hora de
manejar a sus dos hijos. Su presentación mostraba la misma cualidad de alegar
ignorancia y solicitaba ayuda. Él comenzaba: «Voy a mostrarle una primera sesión
de una familia que vi la noche anterior en mi clínica. No estoy seguro de lo que
sucede con ellos, así que me gustaría que me diera retroalimentación sobre lo que
usted piensa que está sucediendo». De forma contraria a lo que él normalmente
hubiera hecho, Minuchin no dijo nada sobre el estilo de la presentación de Andy. A
Andy se le iba a dejar esperando la retroal ¡mentación de un profesor que eligió «no
estar allí». Podíamos sentir su ansiedad aumentando mientras avanzaba la sesión
grupal, dando diferentes opiniones y sugerencias sobre su sesión videograbada.
Finalmente, al término de la clase, Salvador nos comentó por qué no estaba
dando retroalimentación a Andy. «Andy creó una organización en su presentación
que hizo que lo que dijera fuera inútil. Él dijo: "Soy un vaso vacío, lléname". Si
lleno un vaso vacío, no soy útil. ¡Así que estoy atrapado!»
Después comunicó a la clase que no era útil interpretar los pensamientos de
Andy, «porque si es un vaso vacío, y le digo lo que está pensando, entonces se
produciría un vino que no sería bueno». Minuchin realizó sus afirmaciones
brevemente. Su voz era tan amable como la de Andy, y su cara no mostraba
ninguna emoción. Pero todos en la clase estaban impresionados por ello.
Desequilibrado por la sorpresa, Andy hizo un esfuerzo Para preguntar al profesor
qué quería decir. «No lo entiendo.»
«Quizás lo entiendas más tarde», respondió Salvador. «¡Puedes entenderlo la
semana próxima, o quizás nunca!»
Dos años después, cuando Andy estaba escribiendo sobre esta expe-r'encia de
aprendizaje con Minuchin, esa primera sesión era todavía la 9 ue más impacto había
ejercido sobre él:
Me sentí humillado, desconcertado, y sobre todo, rechazado. Algunos de mis
colegas se sintieron impelidos a venir en mi defensa... A pesar de los intentos
obvios de algunos de los miembros de la clase por apartamos de la in-
comodidad de esta escena, Minuchin permaneció en sus trece y reiteró lo que
veía. Cuando dije que no entendía cómo estaba atando las manos de la gente
Por el modo en que me presentaba, la respuesta de Minuchin fue que quizás yo
'legaría a entenderlo en el futuro, o quizás nunca. Él estaba diciendo que no Iba
a acomodarse a mí, ni a mi estilo preferido de presentarme, y que debería ser yo
quien tendría que cambiar. Esto era similar a su postura en la terapia.
240 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Así Andy llegó a un contrato tácito con su supervisor. En sus metas Andy
escribió: «Me encontraba allí para expandirme, y él para empujar, apoyar,
"acariciar y golpear", criticar, burlarse, implorar y hacer cualquier cosa que fuese
necesaria para ayudarme a hacer eso».
Una vez que la persona del vaso vacío fue descartada, Andy comenzó a
mostrarse como alguien sólido que se encontraba lejos de no saber. El había
dedicado varios años a convertirse en un terapeuta de familia estructural y estaba
muy familiarizado con conceptos estructurales. Estaba versado en las técnicas y
parecía que estaba haciendo todo lo que un terapeuta de familia estructural se
suponía que debía hacer. Por tanto, Salvador se encontró a sí mismo enfrentándose
a un interesante dilema en su supervisión: cómo transformar a un terapeuta de
familia estructural mecánico, que simplemente seguía mapas y señales de carretera,
en un terapeuta mas complejo que operara en niveles interpersonales más elevados.
Minuchin ha dicho a sus estudiantes: «De vez en cuando tengo una p e' sadilla. Y
la pesadilla es que gente que leyó mis primeros trabajos se con vierten en mis
estudiantes, y debo supervisarles. No puedo decirles que que están haciendo es
incorrecto, porque yo mismo escribí los libros-supervisar a personas como éstas es
como supervisarme a mí mismo ha veinte o treinta años». Cuando empezó a mirar
el trabajo de Andy, Ia P sadilla de Minuchin se volvió real, esta vez en la forma de
un estudia apuesto, de seis pies de alto, que era un devoto admirador de la vida y
trabajo de su profesor.
LLENANDO EL VASO VACÍO
241
Un caso que presentó Andy era el de una familia con un marido marroquí y una
esposa colombiana. Tenían dos hijos pequeños que no respondían a su disciplina.
Había un alto grado de conflicto entre el marido y la mujer. Andy describió cómo la
pareja podía cenar en el dormitorio mientras veían la televisión. La esposa pediría al
marido que le sirviera la cena y él se enojaría. Después, cuando le pediría a ella que
cambiara de canal, ella se negaría. El hombre era santurrón y reservado, mientras
que la esposa era explosiva. Cuanto más le rechazaba él, más atención le de-
mandaba ella. No había una acomodación mutua entre la pareja y los hijos
aprendieron a no escuchar a ninguno de ellos.
Andy estaba mostrando un fragmento en el cual la pareja mantenía una
discusión. Andy estaba desequilibrando la pareja, desafiando al esposo y apoyando
a la mujer.
En este punto, Minuchin paró la cinta y pidió a una estudiante mujer que se
hiciera cargo de la supervisión. La colega supervisora dijo a Andy: «Estabas
apoyando a la esposa, pero tu manera de hacerlo la rechazaba de forma muy similar
a como lo hace su marido». El resto de la clase también sintió que Andy había
luchado por la esposa en vez de ayudarle a luchar por sí misma. Un estudiante
sugirió que el bagaje cultural del esposo no permitiría el tipo de maniobra que Andy
estaba intentando introducir. El grupo concluyó que la sesión había victimizado a
una mujer ya victimizada.
Obviamente, a Andy se le hizo sentir incómodo con la retroalimenta-ción. Él
buscaba la reacción de Minuchin. Minuchin le ignoraba. Él estaba sentado,
cantando sotto voce: «La madre cambiará. La madre no cambiará». Finalmente
llamó la atención de Andy. Dijo que Andy se las había ingeniado para representar
un conflicto en la sesión, y mediante el apoyo a la esposa había incrementado la
intensidad de ese conflicto. Eso podría ser provechoso. «Pero cuando yo hago algo
como eso», continuó, «siempre me siento incómodo. Quiero llamar a la familia en
el transcurso de la semana, y decir "¿sucedió algo?". Este tipo de operación requiere
la habilidad del terapeuta para tolerar la incertidumbre. Y es porque Andy no Puede
tolerar la incertidumbre por lo que insistió en que el marido debela disculparse.»
Una y otra vez durante ese año, Minuchin implicó a Andy en un tango de
ambigüedad. Sus «caricias y golpes» llegaron algunas veces de forma Reparada. En
otras ocasiones, ocurrieron juntas. Lo extraño es que, en esa ePoca, un estudiante
sólo puede sentir el golpe.
Cuando estaba escribiendo este capítulo, le pregunté a Salvador por ^é trató tan
mal a Andy. Él dijo: «Quería a Andy. Era el típico terapeuta
242 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
familiar estructural. Si existiera una persona así, sería Andy. Él era bueno al unirse
a la familia y estructurar. Era encantador, y a la vez podía ser terapéuticamente
autoritario. Pero era excesivamente concreto. Demasiado bueno a la hora de seguir
mapas. Yo quería sacarle de esa seguridad, de forma que pudiera aprovechar otros
recursos y emplearse a sí mismo en un nivel más complejo. Para conseguir eso,
debía golpearle duro y crear una experiencia personal para él. Tenía que
experimentar la complejidad, palparla».
Yo quería decir: ¿por qué no decírselo simplemente, en vez de organizar una
representación tan grande cuando él todavía desconocía los cambios que tenías en
mente? Pero me abstuve de preguntarlo, ya que sabía que la respuesta de Minuchin
probablemente sería: «No sabía cuáles eran los cambios en ese momento, o cómo
lograrlos. Andy tenía que descubrirlo por sí mismo. Mi trabajo era sólo ponerle en
movimiento».
Supongo que el entrenamiento es a veces como la jardinería. Plantas las
semillas. Después puedes regarlas, pero ellas deben crecer por sí solas. En realidad
tú tienes muy poco control.
Andy escribió sobre esa ocasión:
quieres es que el padre sea competente y les eduque. Pero él no puede educar si es
incompetente, porque está muy enfadado por su indefensión, pe acuerdo, eso está
bien».
En el siguiente extracto del vídeo, Emilio estaba gritando a su padre por
llevarse sus cartas de béisbol.
ANDY: Emilio, tiempo fuera, centrémonos en lo que está ocurriendo.
EMILIO (pensando sólo en sus cartas): ¡Él las está estrujando!
ANDY: ¡Emilio! La última vez que estuviste aquí, hablamos sobre ver tu propia
parte en esto, y eso es lo que necesitamos entender.
EMILIO: YO tuve mi parte en eso. Pero papá tuvo más.
ANDY: ¿Cuál fue tu parte en eso?
EMILIO: YO seguí cuando él me pidió las cartas. Las estaba mirando cuando me
estaba hablando, no le estaba prestando atención.
ANDY: Entonces es muy importante que entiendas eso. Es parte de ello. Ahora
estás en lo cierto cuando dices que él tiene una parte en ello también. La otra
persona tiene una parte en ello. Estás completamente en lo cierto.
Minuchin paró la cinta. «Eso está muy bien, Andy. Pero, en esta situación, creo
que podías haber felicitado al padre. Haley siempre insiste en que, cuando tienes
éxito, la familia debería salir con la sensación de que ellos fueron los exitosos y que
tú no hiciste nada. Es muy injusto, porque quieres que sepan que hiciste el trabajo.
Haley dice que ellos no deberían pensar en absoluto en ti. Eso puede fomentar un
terapeuta deprimido.»
Andy continuó con otro fragmento:
PADRE: Acabas de tener una discusión con Andy, Emilio, y dijiste que lo
entendías. Así que saca esas cartas de nuevo, hagámoslo otra vez y veamos si en
realidad entendiste. Se ha convertido en una batalla de ti contra mí, y tú no vas a
ganar. No vas a ganar porque tienes diez años y yo soy tu padre; y no voy a dejarte
hacer cualquier cosa para que después puedas decir: «Papá, qué diablos dijiste». No
te voy a dejar ganar.
ANDY: Lo que estás diciendo es que te preocupas por estos chicos tanto que
tendrás que disgustarles a veces.
PADRE: SÍ, eso es. Incluso pueden pensar: «Mi padre nos trata mal».
Minuchin paró el vídeo. «Aquí Andy está dando un giro positivo que no es en
absoluto necesario. Porque lo que el padre está diciendo a su hijo es: maldita sea,
en cuestiones de operaciones de poder, ganaré. Y eso está bien. Andy es un alma
amable que ama a los niños, así que dice al padre: •° que en realidad quieres decir
es que le quieres. Lo que en realidad el padre dice es: en una cuestión de poder yo
debo ganar, así que para. Andy mtenta hacerle razonar, cuando él está diciendo:
que yo tengo la autoridad, soy más grande que tú, como más, tengo más músculos,
y te azotaré en el trasero. El padre está disfrutando de una nueva sensación de capa-
cidad, y Andy modula el cambio justo cuando éste está comenzando.» solvió a
poner en marcha la cinta.
246 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Parando una vez más el vídeo, Minuchin comentó: «Este hombre está tan
inseguro sobre cómo ser padre que necesita explicarlo. Andy tiene una
aproximación similar como terapeuta. Necesita explicar: estoy haciendo terapia. Él
no puede decir: ¡eso es magnífico! Dice: eso es magnífico porque... No puede
resistirse a dar una explicación a todo.
»En realidad, ésta es una sesión muy buena. Tus sesiones ahora son parte de
una terapia donde la gente está cambiando. Pero sería mucho más fácil si
aprendieses a incrementar la intensidad y reducir tu tendencia a enseñar y
predicar».
En este punto del proceso de supervisión me sentía cómodo con el cambio
de Andy. Sabía que estaba viendo a la familia de una manera compleja.
Estableció metas terapéuticas y se introdujo en el sistema con una sensación de
participar en el proceso. Cuando hice un comentario, tenía la sensación de
participar en un diálogo de colegiales. El efecto de nuestra cambiada relación
fue vigorizante.
JERARQUÍA Y CRIANZA
ANDY: ¿Qué haces como padre para ayudarle en esos momentos en que él está
actuando como un niño de tres años?
EMILIO (quejándose): ¡Vamos!
PADRE: Ése es mi reto. Sé que Emilio tiene un problema. ¿Pero cuál es su
problema? ¿Teme algo, porque no hace sus tareas para casa, o está l u' chando contra
un fantasma invisible dentro de él? Vamos, Emilio, ¿p°r qué no puedes hacer tus
deberes? ¿Cuál es el fantasma, Emilio? ¿Cuál es el temor?
LLENANDO EL VASO VACÍO 247
MINUCHIN: ¿Has visto alguna vez el despacho de Cari Whitaker, Andy? Estaba
lleno de juguetes. ¿Usas juguetes?
ANDY: Una vez me pasé casi toda la sesión jugando a los dados con una madre
y sus hijos.
MINUCHIN: Siéntate en el suelo mientras hablas.
ANDY (quejándose): Me divertí tanto que no creí que debiera cobrarles.
MINUCHIN: NO, ése es tu error. Estabas haciendo terapia.
Mientras Andy hablaba, era obvio para la clase que él también estaba
cambiando su modo habitual de presentarse. En vez de informar de una larga
secuencia de hechos y eventos, se había convertido ahora en un interesante
narrador, y la clase estaba cautivada.
ANDY: Esta vez, cuando el padre estaba siendo crítico con Emilio de nuevo,
pensé en Cari Whitaker y su obra paralela. Así que exageré la idea de castigar a
Emilio y metí humor en ello. Le dije a la familia: «¿Por qué no golpeamos a
Emilio?». Me levanté de mi silla y juguetonamente le di una paliza, y se rió.
Entonces saqué las batakas: ¿conoces esos bates muy almohadillados enormes? Tu
puedes golpear mucho a la gente con ellos y no hacerles ni una pizca de daño. Así
que dije: «¡Peguemos todos a Emilio!». Y todos comenzamos a atizarle, y él se
estaba riendo. Entonces le tiré una bataka y dije: «¡Defiéndete!». ¡Rompí la inercia!
¡Y no había ninguna finalidad en ello! Ya sabes, mi tendencia es querer enseñar
algo y hacer aceptar una opinión.
MINUCHIN (obviamente complacido): Éste no es el estilo de Andy. Es una
interrupción de la lógica para crear una emoción. Él está manejándose con una
libertad de intervención que es absolutamente nueva. Andy, tú has visto más vídeos
que ninguna persona que yo conozca. Esta vez finalmente pusiste en práctica lo que
sabes.
ANDY: ¡Sí! Yo estaba yendo por mi ruta habitual de «a» a «b» de «b» a «c» y
de «c» a «d». Yo tenía mi ruta habitual, pero me sentí más libre para hacer algo
más y ver qué pasaba.
MINUCHIN: Para hacer eso, necesitas tener la confianza de que puedes seguir el
proceso. Debes saber que puedes controlarlo en cualquier punto, dondequiera que
vaya.
ANDY (avanzando rápidamente el vídeo): Aquí ahí otro fragmento que quería
mostrarte. El padre está en la Pequeña Liga, así que utilicé una metáfora de béisbol,
y con este asunto ellos se apiñaron. Les hice construir una escultura familiar. Yo no
había leído demasiado sobre ello, así que no se cómo se hace formalmente, pero de
nuevo quería salirme del camino normal, al que ellos habían regresado de nuevo.
Entonces ésa fue otra intervención que era no verbal, discontinua. Entonces al final
de la sesión ellos finalmente hablaron entre sí. Vi que el padre podía escuchar y que
el hijo no era irrespetuoso, y creí que éste era un buen final.
PADRE (frustrado): Yo intenté decírselo. Pero él no quería escuchar.
ANDY: ¿Por qué está ocurriendo esto? (El padre y el hijo comienzan a discutir.)
Paren la conversación. ¿Ven lo que está sucediendo aquí? Yo quiero que ustedes
hagan una escultura sobre la familia. Sin palabras. Cuando digo hacer una
escultura, se ponen en una posición que demuestra lo que está ocurriendo.
El padre hizo la primera escultura. Colocó las manos de Emilio contra sí mismo
y puso los brazos alrededor de Michael. Después colocó a Emilio en el suelo.
Emilio puso sus pies contra su padre mientras que éste y Michael señalaban de
manera acusadora a Emilio.
250 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Después Andy ordenó a Emilio que hiciera una escultura. Emilio pj. dio
a Michael que se sentara. Después él puso su mano arriba contra su padre y
la mano del padre arriba contra él, de una manera oposicional.
Andy comentó la similaridad entre las esculturas del padre y de Emilio;
estaban de acuerdo en lo que estaba sucediendo. Después invitó a Michael a
hacer una escultura. Michael pidió al padre y a Emilio que se agarraran las
manos y se empujaran el uno al otro. Él después retrocedió y con una
expresión divertida comentó: «Sí, eso es lo que veo que está sucediendo».
Andy paró la cinta.
EPÍLOGO
El actual Dalai Lama dijo algo que me recordó la enseñanza de Min chin.
Era algo así como: yo no te he dicho nada que tú no supieras, y te he
quitado nada que poseyeras. Él también habló sobre las dos prac
LLENANDO EL VASO VACÍO 251
cas del budismo. El nivel más bajo de práctica es para la persona que necesita
reglas y señales para seguir el camino, mientras que el nivel superior es para gente
que puede ir más allá de todas las restricciones, alcanzando finalmente la libertad
de ser.
Andy escribió en su borrador de este capítulo:
Al mirar atrás, veo este logro como una interacción compleja entre mi de-
seo y mi dedicación, el proceso grupal con colegas de apoyo; v el contacto con
un profesor único y poderoso que vive sus creencias en términos de afirmar la
capacidad de sus estudiantes en un nivel profundo.
La paradoja del vaso vacío es mucho más intrincada que lo que ini-cialmente
entendí; cuando Andy se describió a sí mismo como tal quizás no era tanto una
degradación como una llamada para que un profesor especial le iluminara. Cuando
Minuchin rechazó la afirmación de Andy en la primera sesión estaba, de hecho,
comprometiéndole como un compañero, embarcándole en un viaje desafiante.
Al final del año de entrenamiento, le pedí a Andy que resumiera su experiencia
con Minuchin en una sola frase. Él respondió: «¡Soy muy afortunado!». Lo tomé
como una manera humilde de expresar su gratitud pero no estaba de acuerdo en que
la suerte hubiera tenido mucho que ver con ello. Mientras seguía la epopeya de
Andy hasta su última sesión con u ui f escnbir este capítulo, quedé impresionada de
nuevo por la intachable forma de relación estudiante/profesor en la cual la
persecución del conocimiento era, en su transacción, trasparente como el cristal.
Esta elegancia simple renovaba en mí el deseo por aprender.
Tras observar la forma de supervisar de Minuchin durante cinco años veo que
los estudiantes organizan sus propios trayectos incluso aunque' viajen con el mismo
profesor. Comienzan juntos, pero pronto muestran sus diferentes cualidades y
maneras de proceder. Algunos van muy lejos pero otros parecen estancarse en algún
punto y no pueden liberarse completamente. Uno podría decir que Andy se estancó
durante su primera lección. Mientras observaba, estaba preocupada por él y me
preguntaba si podría seguir el curso. Como sus compañeros estudiantes, quizás no
tenia tanta fe en él como la tuvo su profesor. Proyecté en él mucha de mi propia
ansiedad y resentimiento al encontrarse en una posición de ser cri-
í-kad JYI u°r '° tant° fallé en entender que un estudiante como Andy está libre del bagaje
emocional que cargamos muchos de nosotros, estudiantes; adu tos. Fue capaz de
poner su confianza en un supervisor cuya visión sobre él se verificaría.
El mismo Andy ofreció esta graciosa explicación: «Si tú estás cerrado a tu ego
y el profesor alcanza a abrirlo, será muy doloroso. Pero si estás abierto, entonces
será una bienaventuranza». Desde ese punto de vista, el vaso vacío ciertamente
contiene un espacio abierto para aprender a ocuparlo.
Un vaso es también un bote; después de que ha sido cargado, parte, ^ndy murió
repentinamente de un ataque al corazón, poco tiempo des-
252 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Salvador Minuchin
Así que aquí tenemos las historias y los narradores. Son, por encima de
todo, humanos; todos hablan el mismo lenguaje, comparten las mismas
limitaciones culturales, incluso es posible que tengan sueños similares. Pero
los narradores son distintos entre sí, y proclaman su unicidad. Si atendemos
cuidadosamente, podemos escuchar dialectos regionales, frases ideológicas,
música klezmer, tramas de Tennessee Williams. Y cada uno carga con un
sistema de creencias personal que ha moldeado la esencia de sus terapias.
Las historias de Margaret Meskill y David Greenan pertenecen a la
Norteamérica moderna. Tratan sobre la confusión y los derechos del género.
Son portavoces de grupos más extensos. Margaret habla sobre el in-
voluntario y estereotipado rechazo a los hombres que acompaña al ree-
quilibrio feminista de la injusticia. David, que se ve a sí mismo como un
abanderado, ofrece una historia aleccionadora sobre las anteojeras de la
proximidad.
Podemos ver al padre de Israela Meyerstein, encaramado en el tejado
verde de una pintura de Chagall, leyendo sus poemas, y la dificultad de Is-
raela a la hora de equilibrar su herencia estética con su necesidad de certeza.
Hannah Levin viene de un mundo responsable y en vías de extinción
que soñaba con la justicia social. Su narración habla de las necesidades no
satisfechas de la gente, y de las pasiones y limitaciones del esfuerzo
personal en el mundo del cuidado organizado.
Gil Tunnell trae la perfección, sin la fragancia, de las magnolias. Un
mundo donde el conflicto está sumergido en la forma, donde las apariencias
son elegantes, las confusiones quedan pospuestas y donde uno se refrena al
gritar y habla suavemente.
Las historias de Adam Price están escritas sobre el papel satinado de •a
clase media exitosa, donde nada es correcto o incorrecto, puesto que el
dolor ha sido reprimido. A partir de este mundo de verdades examinadas,
Adam se encuentra con la ira de los Jackson que emplean las palabras no
Para explicarse, sino para explotar.
Siendo niña, a Dorothy Leicht se le asignó un trabajo de cuidadora y
c
omenzó a recabar detalles. Como responsable de mantener los nubarro-
254 EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR
nes lejos del hogar, desarrolló un gran número de soluciones que la dejaron
excesivamente cerca de lo inmediato como para ver el horizonte.
Wai-Yung, al igual que Harold con su lápiz morado, construyó su mundo
mientras caminaba; las realidades y los sueños se entremezclan, las oraciones y los
párrafos han sido desterrados y la sombra de Buda sonríe.
La historia de Andy Schauer es la más «norteamericana». Tenía la creencia
optimista de que los logros venían del esfuerzo acumulado. En este mundo no había
espacio para las dudas, excepto, quizás, sobre sí mismo.
Eran un extracto del privilegiado mundo de los terapeutas. Estábamos de
acuerdo en que sus voces eran excesivamente convincentes, y que necesitaban
escuchar y reconocer sus pensamientos tangenciales. Sus capítulos documentan sus
trayectos de transformación, y la lucha que acompaña a la expansión del terapeuta.
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ÍNDICE ANALÍTICO Y DE NOMBRES
— familia mixta innominada, 25-26 Compulsión de lavarse las manos (en caso;
— familia Ramírez (Nina/ Juan/ Juanita; familia Ramos), 78-83
escuchando voces), 84-85, 88, 105, Comunidad, 36, 121
110-117 Concepto de historia, 231 Véase también
— familia Ramos, (Sara/ Tomás/ Juan; Drama/historia; Re-historiar
lavado de manos obsesivo-compulsivo; Conducta obsesivo-compulsiva; véase Com-
la «tiranía del síntoma»), 78-83 pulsión de frotarse los ojos (en caso, fa-
— familia separada ítalo-americana con milia Hurwitz); Compulsión de lavarse las
dos hijos (Michael y Emilio), 243, manos (en caso; familia Ramos)
244-250 Confianza, 210,211
— familia Smith (Mark/ Jean; ilustración Conflicto, familiar, 51-52
de estructura; evitación del conflicto), — evitación del (en caso), 200-205
52-54 — fomentando el, 155-156
— Harriet/ George/ Richard/ Suzanne — localizando áreas de, incrementando la
(madre divorciada y sus cuatro hijos; intensidad de, 89
«Todo el mundo pelea contra todo el — necesidad de ampliarlo, 126
mundo»), 85-87 Confrontación, 155
— Helen/ Joe/ Mary (familia con pa- «Confrontando al gorila», 181-193
drastro), 185-189 Connotación positiva, 24, 165, 169, 175
— Jean/Sam/Diane (anorexia), 91 Conocimiento (cambiando las bases teóri
— Jennifer/Matthew/Jason/Jane (familia cas de la terapia, práctica constructivis-
monoparental), 189-193 ta), 29-30
— Jerry y Susan (cirugía tras accidente de Construcción, imaginativa, 178-179
tráfico), 173-177 Construccionismo social, 29
— Jim (esposa, cansado de/ confuso), 92 Constructivismo:
— John (perro por su octavo cumplea- — alternativa a la aproximación, 61, 70
ños), 92 — lenguaje, 169 Constructivismo
— Los Jackson (Cassandra/Raymond; la social (Gergen), 29 Constructivistas,
poetisa y el percusionista), 133-135, 29-30, 71, 88
138-149 — cambiando las bases teóricas de la
— María y Corrine (Juan/Juana/Peter) terapia (conocimiento/lenguaje/siste-
(«Tribus en guerra»), 42-44, 83-84 mas sociales/terapia), 29-30
— pareja innominada en terapia de pareja, — postura moral, 31
184 — y terapeutas feministas, 74
— pareja innominada tras 15 años de un Construyendo la familia, 47-54
mal matrimonio, 184 Contenido versus proceso, 166, 193
— pareja lesbiana innominada, 36 Contenido/contexto en la enseñanza, 101
— Robert/ Samuel (pareja del mismo Contraparadoja, 23
sexo), 195, 199-200 Contrato con familias en terapia/con los
— Smith, Jimmy (bebé intoxicado, sis- estudiantes, 101,242
tema de cuidado en adopción), 41, 42 Contratransferencia, 23, 28
Cenicienta, 81, 82 — herramienta para controlarla, 28
Centro de orientación infantil Queens, Ja- Conversación terapéutica, 32, 72-73, 169
maica, N.Y., 237 Coparticipación/ unirse (a la familia)/ in
Chinas, familias, 45, 213 troducirse (en el sistema familiar), 24,
Cibernética, teoría de la, 215 78,89,99, 114, 166, 181,207
Circularidad/neutralidad/formulación de Copeland, Aaron, 149
hipótesis, 69 Coreografía (Papp), 23
Clínica de orientación infantil Philadelp-hia, Correr riesgos (como terapeuta), 137, 148,
25, 45-46, 98-99, 100, 169 160 Coterapeuta, miembro de la familia
Coaliciones, 49, 99 como,
Colaborativo, lenguaje, 169 83, 89-90 Coterapia, 61, 169 Creatividad,
Colección de voces, 254 64 Crianza, 64 Crisis (en caso; oportunidad
Compulsión de frotarse los ojos (en caso; para insigh1'
familia Hurwitz), 21-22, 23, 151, 156-163 intimidad), 205-206
ÍNDICE ANALÍTICO Y DE NOMBRES 259