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introducción

a la lógica
---------------------------------------------------------------------------------------------—H
traducción de Juan Cario» Garcfa Borrón

editorial labor, s.a.


David Mitchel

introducción
a la lógica
Título de la obra original
An Introduction to Logic
Editada por Hutchinson & Co, Londres
© David Mitchell
© Editorial Labor, SA. Calabria 235-239 Barcelona 15 1968
Depósito legal B. 34093-68 Printed in Spain
Printer, industria gráfica sa
Molins de Rey Barcelona
Introducción

El propósito de este librito es proporcionar una introducción ele­


mental a los sistemas de lógica y a alguno de los problemas centra-
les de la teoría lógica.
Para el estudiante de hace unos cien años la lógica form al ele­
mental consistía en la lógica silogística de Aristóteles, modificada y
ampliada durante la Edad Media, pero ya estereotipada e indiscu-
tida durante siglos. Esa lógica ofrecía un material para realizar ejer­
cicios en la aplicación de reglas aprendidas de memoria, pero no
parece haber estimulado el pensamiento o la curiosidad intelectual.
Mas después de eso, y especialmente en los últim os sesenta años, la
lógica form al ha revivido, y se han ideado nuevos sistemas de lógica,
tales como el cálculo de proposiciones y el cálculo de predicados.
Mientras que los exponentes de la lógica tradicional fueron eruditos
formados en las disciplinas literarias y lingüísticas de las lenguas
griega y latina, los creadores de la lógica moderna han sido princi­
palmente matemáticos. La mayor parte de lo que es nuevo en la
lógica se debe a sus investigaciones sobre los fundam entos de las ma­
temáticas y las relaciones entre el razonamiento lógico y el mate­
mático.
El revivir de la lógica y el ensanchamiento de su alcance no so­
lamente han.llevado a nuevos descubrimientos, sino que también han
conducido al reexamen crítico de doctrinas tradicionales. Pero, como
cabía esperar, los modernos innovadores de la lógica, como otros ade­
lantados, se han preocupado más de desbrozar nuevos terrenos que
de establecer vínculos entre sus propios descubrimientos y los tra­
bajos anteriores. Y, dado que las notaciones y el estilo de presenta-

5
ción de los sistemas lógicos modernos son m uy diferentes de los de la
lógica tradicional, la relación entre los sistemas antiguos y nuevos no
es inmediatamente evidente. En consecuencia, una de las tareas que
m e he im puesto a mí m ism o es la de mostrar que las diferencias
entre dichos sistemas son más aparentes que reales, y que todos ellos
pueden pensarse adecuadamente como análisis, más o menos com­
pletos y satisfactorios, de las form as de argumentación válidas Así,
en sucintas revisiones de la tradicional lógica de términos (cap. 2)
y de la lógica proposicional elemental (cap. 3), he presentado la
lógica de térm inos y la lógica de proposiciones como partes comple­
mentarias de una rama de estudios; en tanto que, en el capítulo 4, he
intentado poner de manifiesto cómo el reconocimiento de la insu­
ficiencia del análisis tradicional de proposiciones lleva a una acep­
tación calificada del moderno cálculo de predicados.
Los capítulos que siguen a esas exposiciones elementales de sis­
temas lógicos se ocupan en algunos de los problemas filosóficos
planteados por la lógica. Después de una discusión general de la na­
turaleza de proposiciones (o «juicios») y hechos (cap, 5), he consi­
derado con algún detalle una opinión m uy extendida a propósito de
la condición de las verdades lógicas y su relación con las reglas del
lenguaje (cap. 6), y he expuesto a continuación otra que, según creo,
puede sustituirla con ventaja (cap. 7). El capítulo 8 se consagra a
considerar las nociones de necesidad lógica y de «analítico» en sen­
tido lógico. El capítulo final presenta una exposición breve e incom­
pleta de algunas especies de pensar que sólo indirectamente intere­
san a la lógica formal. La principal justificación de la inclusión de
esas form as de pensar se encuentra en el hecho de que, al franquear
las fronteras de la lógica form al deductiva, podem os ver con mayor
claridad la localización de esas fronteras.
Aunque he expresado las argumentaciones de este libro con la
mayor sencillez de que he sido capaz, no he tratado de darles un
carácter dogmático o incontrovertible, ni siquiera en los capítulos
que son principalm ente de exposición. Las teorías en favor o en
contra de las cuáles he argumentado, aunque deban ser rechazadas
si son internamente inconsecuentes, no son demostrables. Las cues­
tiones discutidas no dejan de ser cuestiones abiertas, y las respues­
tas sugeridas son de poco valor si no animan al lector a una inves
tigación más profunda de los problemas planteados.
De los muchos amigos y colegas que me han ayudado, directa o
indirectamente, en la elaboración de este libro, son acreedores a que
exprese aquí m i agradecimiento, en particular, el profesor H. J. Pa
ton, por su interés paciente e incansable y por muchas mejoras en

6
^estilo y claridad; el señor E. J. Lemm on, por muchas correcciones,
particularmente en los capítulos 2 y 3; el señor J. Ai. H inton y el
profesor P. H . NowelUSmith, por sus sugerencias y por los ánimos
que me han dado; y él señor P. F. Strawson, por el estímulo propor­
cionado por su Introduction to Logical Theory, que ha representado
para mí, a la vez, un modelo y un desafío.

D. M.
Indice de materias

Introducción 5

\ i
La form a lógica 11

2
La tradicional lógica de térm inos 27

3
La lógica de proposiciones 51

4
Existencia, predicación e identidad 77

5
Proposiciones y hechos 105

6
Lógica y lenguaje I 125

7
Lógica y lenguaje II 141
1
La forma lógica

La lógica elemental es el estudio de las formas de argumentación


válida, y, más ampliamente, de los diferentes tipos de proposiciones
que son lógicamente verdaderas. Las argumentaciones válidas cons­
tan usualmente de un equipo de proposiciones llamadas 'premisas*
y de otro equipo dé lo que se llaman 'conclusiones'; y una de las
tareas propias del lógico consiste en poner en claro las condiciones
según las cuales las prem isas 'imponen' (o 'implican') conclusiones, o,
para decirlo de otra manera, las conclusiones 'se siguen lógicamente'
de las premisas. El lógico está interesado por la verdad lógica, no por
la verdad (o falsedad) 'm aterial' de las proposiciones. Esa distin­
ción entre verdad lógica y verdad m aterial es hecha en el lenguaje
ordinario por las personas cultas, hayan o no estudiado lógica. Por­
que la tenemos en cuenta, consciente o inconscientemente, cuando
utilizamos correctam ente palabras tales como 'lógica' y 'lógico', que
pertenecen al lenguaje común y no sólo al vocabulario de una cien­
cia especial. Se tra ta de una distinción que puede ilustrarse fácil­
mente, por difícil que pueda ser explicarla de modo satisfactorio.
Es verdadero, como una cuestión de hecho, que Eisenhower
era en 1960 presidente de Estados Unidos de América, que el rey
Carlos I de Inglaterra fue decapitado, que la sal común se disuelve en
el agua. Es verdadero como una cuestión de lógica —o 'lógicamen­
te verdadero'— que si ningún protestante reconoce la suprem acía
del papa, nadie que reconozca la suprem acía del papa es pro­
testante; que si Pérez es m arxista y todos los m arxistas son m ateria­
listas, Pérez es m aterialista; que si Juan dice siempre la verdad, es
falso que diga m entiras. Saltan a la vista algunos de los aspectos en

11
que el prim er equipo de proposiciones difiere del segundo. Si se ex­
presaran dudas sobre cualquiera de las del prim er equipo, sabría­
mos cómo buscarles apoyo; apelaríamos a la observación o a la
experimentación, a la evidencia de los sentidos. En cambio, no pen­
saríamos en buscar esa clase de apoyo para las del segundo. Al
contrario, quedaríam os perplejos si se nos dijera que eran pues­
tas en cuestión, porque, a diferencia de las prim eras, parecen garan­
tizar su propia verdad. Nos vemos tentados a decir que a las propo­
siciones del prim er equipo les ocurre ser verdaderas, m ientras que
las del segundo equipo deben ser verdaderas, tienen que serlo; o,
dicho en un lenguaje más técnico, que las proposiciones del prim er
equipo son 'contingentes', en tanto que las del segundo son 'necesa­
rias'.
Pero aquí debemos m atizar algo más. Si queremos vernos libres
de la posibilidad de ser mal entendidos, debemos hablar no de pro­
posiciones 'necesarias', sino, más exactamente, de proposiciones 'ló­
gicamente necesarias'. Por lo que la lógica puede decirnos, es posible
que haya otras especies de necesidad distintas de la necesidad lógi­
ca, que es la noción que nos interesa elucidar. Que ciertos organismos
m ueren cuando quedan privados de oxígeno puede parecer algo que
no simplemente 'ocurre que' sea verdadero, sino que, en cierto sen­
tido, es necesariamente verdadero. Pero aunque así sea, tal necesidad
no sería lógica, sino biológica, y, desde el punto de vista de la lógica,
la correspondiente proposición es una proposición 'contingente'. Con­
tradecirla sería cometer un error en biología, pero no un error ló­
gico.
No es difícil enum erar otros aspectos en los que las proposicio­
nes de la lógica difieren de las proposiciones 'factuales'. Si conside­
ramos proposiciones lógicamente verdaderas relativamente no com­
plicadas, advertimos que no necesitamos que se nos informe de su
verdad. Y si alguien dejase (o pareciera dejar) de reconocer la ver­
dad de las mismas, no tendríam os la menor confianza en que una
instrucción o información cualquiera pudiese hacerle salir de su 'ig­
norancia'. Parece inadecuado decir que aprendamos, o recordemos, u
olvidemos, qué proposiciones lógicas son verdaderas, como apren­
demos, recordamos u olvidamos proposiciones contingentes. Es me­
jo r decir que aceptamos o reconocemos su verdad, y el no hacerlo
así no se atribuye a ignorancia, sino a falta de comprensión. Las
verdades lógicas son con frecuencia evidentes, y también, por lo que
respecta al discurrir ordinario, triviales. Que la puerta de mi habi­
tación es blanca es algo contingentem ente verdadero; que la puerta
de mi habitación es blanca o no es blanca, es lógicamente verdadero,

12
\
aunque no contenga información alguna. No nos dice nada que no
supiéramos ya, y lo que nos dice parece ser algo que, con fines or­
dinarios, no merece la pena decir. Pero, aun así, no nos sentimos in­
clinados a desechar todas las proposiciones de la lógica como tauto­
logías triviales. Encontramos algunas dignas de enunciarse, incluso
en la vida ordinaria. «Si Juan fue la últim a persona que visitó mi
habitación, y el último visitante de mi habitación dejó encendida la
luz eléctrica, Juan debe haber dejado la luz encendida» expresa una
proposición lógicamente verdadera; pero la conclusión expresada
por el consecuente de ese enunciado condicional podría no ser sa­
cada por una persona, aun cuando ésta aceptase como verdaderas las
proposiciones expresadas por el antecedente. Al menos, la conclusión
no parece ser m eram ente otro modo de enunciar las premisas, o una
simple repetición de éstas, como «si la puerta de mi habitación es
blanca, la puerta de mi habitación es blanca». No necesitamos preo­
cuparnos aquí de si hay o no alguna im portante distinción específica
entre esas dos proposiciones. Basta con que las identifiquemos como
ejemplos de proposiciones lógicamente necesarias, en oposición a
las proposiciones contingentes. Pero cuanto hasta ahora hemos dicho
no proporciona un criterio infalible para la identificación de las
proposiciones de la lógica; y tal vez la indicación, aunque poco sutil,
más digna de confianza, de qué enunciados se utilizan para expresar
proposiciones lógicas, es la presencia en éstos de palabras como ’así
pues', 'por tanto’, 'en consecuencia' 'de ahí se sigue...', 'si ... en­
tonces particularm ente cuando se emplean en conjunción con
palabras que significan necesidad, como 'tiene que', 'no puede', 'ne­
cesariam ente', o 'imposible'.
En lo pasado los lógicos han solido definir la lógica como el es­
tudio de las form as de inferencia válida. Sería m ejor definirla
como el estudio de las formas de proposiciones de implicación ver­
daderas. Inferir, en el sentido en que los lógicos formales acostum ­
bran utilizar esa palabra, es reconocer lo que hay implicado. 1 Infe­
rimos de unas prem isas una conclusión válida cuando reconocemos
que las premisas implican (o 'imponen') la conclusión. Una inferen­
cia es, pues, un acontecimiento en la historia vital de un ser racional,
y, como tal, puede tener interés para el psicólogo. Pero la lógica no
es psicología, no es un estudio de estados, acontecimientos o activi­
dades mentales; no se interesa por mi inferencia (o la de usted) de
unas prem isas a una conclusión, sino —en la medida en que se in-

1 Sobre este punto, ver también el epígrafe «La lógica y el cálculo», en el


capítulo 3.
teresa en absoluto por argumentaciones particulares— por la validez
de los pasos recorridos, y por la cuestión de si las premisas llevan o
no consigo la conclusión. Afirmar que la implicación es el tema cen­
tral de la lógica es m antener a ésta aparte de la psicología, que es el
estudio sistemático de la actividad de la mente.
Otra ventaja hemos conseguido. Cuando decimos que las pre­
misas implican o llevan consigo una conclusión no nos comprome­
temos a aceptar ni las premisas ni la conclusión como verdaderas;
pero cuando pretendem os inferir cierta conclusión a p artir de
prem isas dadas, nos comprometemos a aceptar como verdaderas tan­
to las premisas como la conclusión. Como ya hemos visto, la verdad
o falsedad de proposiciones particulares no lógicas no interesa a la
lógica pura más de lo que le interesa el estado mental de una persona
que participe en una argumentación. Inferim os una conclusión cuan­
do decimos.: «Todos los hombres son mortales, y Sócrates es un
hombre, luego Sócrates es mortal». Pero la verdad de la conclusión
no es garantizada por la sola lógica. Para que nuestra inferencia
sea una inferencia sólida, y para que nuestra argum entación sea una
prueba, las prem isas han de ser verdaderas; y que sean verdaderas
la lógica no puede establecerlo. Es, en cambio, una verdad de lógica
que si todos los hombres son m ortales y si Sócrates es un hombre,
entonces Sócrates es m ortal. Si restringimos nuestra atención a enun­
ciados como ése, es decir, a enunciados de implicación verdaderos,
excluimos lo que lógicamente carece de interés, a saber: la verdad
o falsedad de enunciados particulares contingentes.
Así pues, el tema central de la lógica es la implicación. Pero al
decir eso no intento lim itar la consideración exclusivamente a aque­
llas proposiciones en las que aparece expresamente la palabra 'impli­
ca' o algún sinónimo. La relación de implicación se expresa de
muchas m aneras diferentes, y quizá con m ayor frecuencia en enun­
ciados de la forma 'si ... entonces (necesariamente) ...'; y el lector
debe entender la palabra 'implicación' como designando la relación
en la que se encuentra una proposición o equipo de proposiciones
con otra proposición o equipo de proposiciones en aquellos casos en
que la prim era (o prim ero) no puede ser verdadera (o verdadero)
sin que la segunda (o segundo) lo sea también, m eram ente sobre
bases lógicas.
Hasta este momento hemos dicho que la lógica no se interesa
por la verdad o falsedad de las proposiciones contingentes que cons­
tituyen las prem isas y conclusiones de argumentaciones particula­
res. Hay una razón especial para decir tal cosa. La lógica no se inte­
resa por la verdad de argumentaciones particulares porque no se

14
\

interesa en absoluto (excepto con fines de ilustración de principios


lógicos generales) por las argumentaciones particulares. Porque la
lógica (como se dijo al comienzo de este capítulo) es el estudio de
las formas (como opuestas al contenido material) de proposicio­
nes lógicamente verdaderas. Examinemos, pues, esa distinción entre
forma y contenido m aterial, y veamos cuál es su aplicación en la
lógica.

V.'jA í Y j \
Forma y contenido

Un profesor rellena un form ulario de informes de un alumno con


información acerca de los progresos de éste. Mientras no se rellene,
el form ulario está en blanco y no proporciona información factual;
prescribe no la información que será dada, sino cómo deberá pre­
sentarse ésta. De modo parecido hablamos de formas de gobierno
(que determ inan no qué leyes se promulgan, sino cómo se promul­
gan), de la form a de un soneto (que es la estructura o molde dentro
del cual se expresa el poeta). ’Pauta’, ’estructura’, ’molde’, ’esquem a’,
se sugieren como sinónimos o casi sinónimos de ’forma'. Las oracio­
nes «¿Ha venido él?», «¿Llueve?», «¿Dónde está la Administración de
Correos?», tienen significados diferentes; no obstante, todas se ase­
mejan en ser preguntas. Esa similitud es una sim ilitud de forma, y al
distinguir las preguntas de las órdenes, exhortaciones, reconvencio­
nes y aserciones, distinguimos form as de manifestación o comuni­
cación. Pero si hemos de entender las formas por las que se interesa
el lógico debemos establecer una distinción que no está claram en­
te m arcada en el lenguaje ordinario, a saber: la distinción entre
enunciado y proposición. *
La pregunta «¿Qué dijo Juan en aquella ocasión?» es equívoca.
Puede tra ta r de averiguar o bien las palabras exactas pronunciadas
por Juan en la ocasión en cuestión, o bien la sustancia o sentido de lo
dicho por Juan; en térm inos de la distinción que ahora nos ocupa, la

* «Enunciado» y «proposición» traducen aquí, respectivamente, las pala


bras inglesas sentence y proposition. Debe hacerse la advertencia, porque la
lógica tradicional, al hacer esta misma distinción, llamaba precisamente «pro­
posición» a lo que los lógicos modernos de lengua inglesa llaman sentence, y
«juicio» a lo que ellos llaman proposition. Entre otras razones, no uso aquí
esta terminología tradicional, más conocida en España, y que yo mismo he em­
pleado otras veces, por creer que daría lugar a confusiones en el texto, espe­
cialmente en los capítulos 2 y 3 de este libro, donde se trata de otra distinción,
entre lógica proposicional o de proposiciones y lógica de términos. (Nota del
traductor.)
pregunta puede referirse o bien al enunciado pronunciado por Juan,
o bien a la proposición establecida por éste. Los enunciados son
gramaticales o no gramaticales, y constan de palabras habladas o es­
critas. Las proposiciones se caracterizan por ser verdaderas o fal­
sas, y no constan de palabras, aunque se expresan en palabras. La
misma proposición puede recibir expresión en enunciados diferentes
(por ejemplo, «el rey ha muerto», «the King is dead», «Le Roi est
mort»), m ientras que un mismo enunciado puede utilizarse para
expresar proposiciones diferentes (como cuando uno de ustedes o yo
decimos por separado «Yo he estado en Londres»). La proposición
es aquello de que se hace (o se podría hacer) aserción, m ientras que
los enunciados son los equipos de palabras con los que enunciamos las
proposiciones. No todos los enunciados expresan proposiciones, sino
solamente aquellos de los que sería sensato decir que su intención
o sentido es verdadero o falso. Así, por ejemplo, si hubiera que dis­
tinguir entre las palabras que uno utiliza para dar una orden y aque­
llo que es ordenado (y no necesitamos decidir si tal distinción sería
útil o, al menos, posible), la distinción no sería la establecida entre
enunciado y proposición. La palabra 'proposición' se restringe a lo
que puede ser objeto de una aserción verdadera o falsa.
La distinción entre enunciados y proposiciones suscita proble­
mas a los cuales dedicaremos nuestra atención en un capítulo pos­
terior. Pero no es una distinción artificial ni una que, sin caer en el
absurdo, pueda ser ignorada o negada. Si aquello en que consiste una
aserción no pudiera distinguirse de las palabras con que la aserción
se expresa, sería imposible que hombres que hablaran lenguajes dife­
rentes tuvieran conciencia de (y considerasen) las mismas verdades.
El francés que dice «Hitler est mort» no haría aserción de la misma
verdad, sino de una verdad diferente, que quien afirma en castellano
«Hitler ha muerto». Pero aunque la distinción es propia del sentido
común, el lenguaje común no está equipado para expresarla inequívo­
camente, y, para indicarla y evitar confusiones, adoptaré un artificio.
Cuando pueda pensarse que haya un malentendido, utilizaré enun­
ciados puestos entre comillas dobles para registrar los enunciados
mismos, y enunciados puestos entre comillas sencillas para hacer
referencia a las proposiciones expresables con los enunciados cita­
dos. A veces seguiremos un procedimiento más embarazoso pero
menos artificial; las palabras citadas llevarán antepuestas las pa­
labras 'el enunciado' o 'la proposición'. Pero, cuando el estilo lo per­
mita, evitaré valerme de enunciados citados para hacer referencia
a proposiciones, y adoptaré una fórmula como 'la proposición de que
H itler ha m uerto'. Así pues, ' 'H itler ha m u e rto '', 'la proposición

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'H itler ha m uerto*' y 'la proposición de que H itler ha m uerto', pue­
den utilizarse como modos diferentes de expresar la misma cosa.
Son las formas de las proposiciones y no las formas de los enun­
ciados lo que constituye el interés de la lógica. Lo que en las propo­
siciones es formal y lo que es m aterial puede distinguirse del modo
más fácil si consideramos unos ejemplos. Consideremos, pues, en
prim er lugar, el par de proposiciones

1. 'Tom es australiano' ' .•"


2. Tom no es australiano'.

La proposición 2 es contradictoria de 1. Si 1 es verdadera, enton­


ces, por lógica, 2 debe ser falsa, y viceversa. No pueden ser ambas
verdaderas al mismo tiempo: son incompatibles entre sí. Pero ¿qué
es lo que las hace incompatibles? Lo que explica la incompatibilidad
no es el hecho de que sea a Tom a quien se hace referencia, ni tam ­
poco el que éste sea, o no sea, australiano. Resultaría exactamente la
misma clase de incom patibilidad si el sujeto de la proposición no
fuera Tom, sino Dick o Harry, o si lo que se afirmase o negase de él
fuera el ser austríaco o armenio. En otras palabras, la incompatibili­
dad no puede explicarse con referencia al contenido m aterial de la
proposición.
Si reemplazamos 'Tom' por S y 'australiano' por P, y establece­
mos que S y P representen a cualquier sujeto y cualquier predicado,
nos quedamos con dos formas o estructuras proposicionales, 'S es Pf
y 'S no es P\ En seguida podemos reconocer que cualquier par de
proposiciones de esas formas serán incompatibles, siempre que las
letras S y P (que podemos llam ar 'variables de térm inos') represen­
ten ambas veces al mismo sujeto y al mismo predicado. Podemos
decir ahora que cualquier proposición de la form a ’S es P' es incom­
patible con la correspondiente proposición de la form a 'S no es P\ o,
en palabras que no requieren simbolismo especial alguno, que cual­
quier proposición en la que un predicado es afirm ado de un sujeto
es incompatible con la correspondiente proposición en la que el mis­
mo predicado se niegue del mismo sujeto. Expresemos nuestras con­
clusiones del prim er modo o del segundo, hacemos aserción de la
misma verdad, que la incompatibilidad de dos proposiciones ha de
explicarse con referencia no a su contenido, sino a sus formas. Lo
que son las dos formas de proposiciones puede expresarse o en una
terminología que no requiere signos especiales, o, más cómodamente,
en una notación especial.
Pero aunque la proposición 'Tom es australiano' es correctam en­

17
te analizada como de la forma 'S es P', por lo cual, como hemos
dicho, debemos entender que es una proposición en la que un predi­
cado se afirma de un sujeto, es tam bién de una form a más sencilla.
Comparemos 1 y 2 con el par de proposiciones

3. 'Hay un Dios'
4. 'No hay Dios alguno'.

Estas dos proposiciones, lo mismo que 1 y 2, son contradicto­


rias e incompatibles entre sí. No obstante, no ejemplifican las formas
'S es P' y 'S no es P \ Aquí no se trata de que un predicado se afirme
o se niegue de un sujeto. Lo que estas dos últimas proposiciones tie­
nen en común con 1 y 2 es el hecho de que constituyen un par de
proposiciones un miembro del cual es contradictorio o negación
del otro. Esta últim a consideración ha llevado a los lógicos a adoptar
una notación formal más breve y sencilla, de acuerdo con la cual las
letras 'p', 'qf, V, etc., se utilizan para representar una proposición
cualquiera, m ientras que 'rco-p', 'rio-q', 'rco-r', etc., representan sus
correspondientes negaciones. Así, tanto 'Tom es australiano' como
'hay un Dios' ejemplifican la forma 'p', y sus contradictorios ejem pli­
fican la forma '«o-p'. Esa notación más sencilla nos perm ite expresar
una verdad lógica de mayor generalidad de la que podría expresarse
por el lenguaje natural o por medio de la notación especial que utili­
zamos al principio para representar las formas y exponer la relación
lógica de 'Tom es australiano' y 'Tom no es australiano'. Así pues,
'Tom es australiano' ejemplifica la form a 'p' y al mismo tiempo la
subform a fS es P \ puesto que es una proposición en la que algo se
afirm a de (o se predica de) un sujeto. Pero si lo que nos interesa es
m eramente exponer la relación lógica en que se encuentra con 'Tom
no es australiano', nos basta con reconocerla como de la forma 'p'. ;

Forma y validez !

Hemos alcanzado ahora un punto en el que podemos considerar


la relación entre las formas de proposiciones lógicamente verdaderas
(o falsas) y su verdad (o falsedad) lógicas. Ver que solamente la for­
ma, y no el contenido m aterial, de proposiciones contradictorias
tiene que ver con su incompatibilidad m utua, es reconocer el sentido
que tiene decir que son incompatibles por su forma. Cuando deci­
mos, sin pensar en los tecnicismos del análisis lógico, que lo que
alguien ha dicho es inconsecuente porque se contradice a sí mismo,

18
hacemos de hecho referencia a características formales de sus enun­
ciados para explicar aquella inconsecuencia, que no es otra cosa que
la incompatibilidad entre proposiciones de que venimos hablando. 2
En realidad, tan estrecha es la relación entre las form as de pro­
posiciones y su validez o verdad lógica que uno se siente tentado a
definir la form a de una proposición lógicamente necesaria, o de una
argum entación sólida, como aquello en virtud de lo cual la proposi­
ción es lógicamente necesaria o válida. Pero no es difícil ver por qué
debe uno resistir a tal tentación. Porque si tuviéramos que decir
que las argumentaciones son válidas en virtud de su form a y aña­
dir que entendemos por 'form a' aquello en virtud de lo cual las argu­
mentaciones son válidas, no habríam os conseguido decir sino que
los argumentos son válidos en virtud de aquello en virtud de lo cual
son válidos. Y lo que antes hemos expresado no es una perogru­
llada vacía, sino el hecho de que al menos un tipo muy general de
incompatibilidad entre proposiciones ha de ser explicado parcial­
mente haciendo referencia a la estructura, y no al contenido m ate­
rial, de esas proposiciones. Pero deberemos adm itir que esa conclu­
sión sólo puede ser ilum inadora en el caso de que la distinción entre
forma y m ateria pueda ser establecida sin recurrir encubiertam ente
a la explicación, «en círculo» de la forma, que hemos descartado.
Confiamos en que algo hemos hecho para clarificar esa distinción,
a la que más tarde tendremos ocasión de volver.
Aunque es fácil ver que hay una estrecha conexión entre la vali­
dez de las argumentaciones y su form a lógica, no es fácil form ular
esa relación de una m anera precisa. ¿Hasta qué punto tenemos dere­
cho a decir (si lo tenemos) que una argumentación determ inada es
válida por, o en virtud de, su forma? Podríamos sentir la tentación
de decir que la argum entación 'si Tom .es australiano, entonces es
falso que no sea australiano' es válida, prim ero, porque es de la
form a 'si p, entonces no no-p\ y segundo, porque hay una ley según
la cual las argumentaciones de esa forma son válidas. En tal caso
podríamos expresar así nuestro razonamiento:

2 Decir que la lógica es el estudio de la implicación sugiere que la únic


relación lógica entre proposiciones es la relación de implicación. Podemos ad­
vertir, pues, que decir que una proposición de la forma p es incompatible con
la correspondiente proposición de la forma no-p, es decir algo que puede expre­
sarse igualmente como un enunciado de implicación, a saber: «que una propo­
sición de la forma p es verdadera implica que la correspondiente proposición
de la forma no-p es falsa».

10
La argum entación A es de la form a F ^
Las argumentaciones de la forma F son válidas
.-. La argumentación A es válida.
:r ;i

Pero sería erróneo ceder a esa tentación. Sugiere que para saber
que la concreta argum entación dada es válida necesitamos saber pri­
mero que las argumentaciones de la forma dada son válidas. Y eso es
falso. Porque yo no necesito reconocer la ley lógica de que, cualquie­
ra que sea la proposición ’p \ si p, entonces no no-p, como una condi­
ción previa para ver que si Tom es australiano debe ser falso que no
sea australiano. Un hombre puede reconocer perfectam ente que así
debe ser, sin necesidad de reconocer nada más acerca de la estruc­
tura de la argumentación. Si bien podría tener una visión más pro­
funda, y, además de reconocer la argum entación como válida, ver
también que su validez es formal (es decir, que solamente las carac­
terísticas formales de la argumentación, en tanto que distintas de su
contenido, son pertinentes para su validez). En tercer lugar, podría
ir aún más lejos y reconocer que la argumentación, al ser formalmen­
te válida, es generalizable (es decir, que ejemplifica una ley lógica
general). De ese modo avanzamos hacia la ley general: no partim os
de ésta para deducir sus consecuencias en un caso dado. No nece­
sitamos conocer las leyes de la lógica, ni siquiera saber que hay tales
leyes, para distinguir las argumentaciones válidas de las que no lo
son. Si afirmamos de modo no calificado que las argumentaciones
particulares son válidas en virtud de su forma, parece que nos vemos
comprometidos a negar esa incuestionable verdad. Así pues, todo
lo que tenemos derecho a decir es que una argumentación dada es
válida al ser de una form a dada, y que explicar la validez de una argu­
mentación con referencia a su forma es exponer esa argum entación
como una ejemplificación de una ley lógica formal.
Debe advertirse, además, que al reconocer una argum entación
dada como una ejemplificación de una determ inada forma de argu­
mentación, no arrojam os luz alguna sobre el hecho de que las argu­
mentaciones de esa form a son válidas. Llamar la atención sobre el
hecho de que 'Si Tom es australiano es falso que no sea australiano'
ejemplifica la ley formal 'Para cualquier p, si p, entonces no no-p',
no explica en modo alguno por qué 'Para cualquier pf si p, entonces
no no-p' es una ley lógica. La ley puede entenderse como enunciando
que proposiciones de una form a dada son necesariamente verdade­
ras. Por qué proposiciones de esa form a son necesariamente verda­
deras, no se explica con decir 'porque son de esa form a'. Decir eso
no sería más eficaz que decir que los enunciados verdaderos son ver­

20
daderos porque son verdaderos. Si se nos pide que probemos que
lo que pretendem os que es una ley es ciertam ente una ley, solamen­
te dos caminos se abren ante nosotros. Podemos pretender o bien que
la ley es indem ostrable y evidente por sí misma, o bien que se sigue
de otras leyes de la lógica que se aceptan como indem ostrables o evi­
dentes por sí mismas. Sólo para explicar la necesidad de argum enta­
ciones particulares, concretas, se puede apelar a la noción de forma.
Nada hemos dicho hasta ahora, desde luego, que nos autorice a
concluir que toda la lógica es formal. Está claro que no estaríam os
justificados para argüir que, puesto que pares de proposiciones son
incompatibles cuando son contradictorias en su forma, todos los
ejemplos de incompatibilidad (inconsecuencia) o necesidad lógica
hayan de explicarse con referencia a características formales de las
proposiciones y en un capítulo posterior tendremos ocasión de con­
siderar la posibilidad de una lógica no-formal. Lo que nos hace posi­
ble generalizar a propósito de la relación de la forma a la necesidad
lógica es el hecho de que, por espacio de más de dos mil años, los
lógicos han podido m ostrar con éxito que la relación vale para un
muy vasto campo de argumentaciones.

La lógica de proposiciones y la lógica de términos

Anteriormente hemos visto que, para exponer la relación lógica


en que se encuentran entre sí las proposiciones contradictorias, no
es necesario representar en nuestras fórmulas su estructura interna.
Cuando las proposiciones son simplemente contradictorias, es lógica­
mente indiferente que sean predicativas (como 'Tom es australiano')
o existenciales (como ’hay un Dios'). Quedan adecuadamente repre­
sentadas por ’p \ *q\ Y , no-p\ 'no-q', 'no-r', etc. Por medio de esas va­
riables proposicionales podemos enunciar la ley lógica general 'p
y no-p, incom patibles’. Esa es la llamada ley o principio de no-contra­
dicción, uno de los tres llamados principios del pensamiento, que
tradicionalm ente han sido vistos como básicos, de un modo peculiar
aunque mal definido. Los otros miembros del trío, el principio de
identidad —que si una proposición es verdadera, es verdadera— y el
principio de tercero excluido —que cualquier proposición, o es ver­
dadera, o es falsa—, pueden tam bién expresarse, en la misma nota­
ción, como 'si p, entonces p ’ {'p implica p ’), y 'o p, o no-p’. El estudio
sistemático de todas las leyes de esa naturaleza, es decir, de todas
las leyes de la lógica para la formulación de las cuales no es preciso
atender a la estructura interna de las proposiciones, constituye lo

21
que se llama la «lógica de proposiciones», o, m ejor, la lógica de las
proposiciones elementales. Esa ram a de la lógica sólo ha sido plena­
m ente explorada en los últimos sesenta o setenta años.
Pero hay otras leyes lógicas que solamente pueden expresarse
en una notación formal equipada para representar la estructura in­
terna de las proposiciones. Por ejemplo, el aparato de variables pro-
posicionales elementales no es adecuado para exponer la lógica de
'si ninguno de los delegados era comunista, entonces ningún comu­
nista era delegado'. Si sustituim os 'ninguno de los delegados era
comunista' por p, y 'ningún comunista era delegado' por q, obtene­
mos la fórmula 'si p, entonces q \ la cual, evidentemente, no es una ley
lógica. Es inmediatamente evidente la falsedad de que cualquier pro­
posición Cp') implique cualquier otra proposición (V ). Para exponer
la estructura lógica de la citada argumentación, necesitamos ’varia­
bles de térm inos', por ejemplo, X e Y, o S y P, mediante las cuales po­
demos construir la fórmula 'si ningún X es Y, entonces ningún Y es
X \ donde X e Y representan respectivamente cualquier término-
sujeto y cualquier térm ino-predicado. 3 Es fácil ver que ésa sí es una
ley lógica general, que podría expresarse más extensamente como
'para todo X y para todo Y, donde X e Y son términos relacionados
como sujeto y predicado, si ningún X es Y, entonces necesariamente
ningún Y es X \ El estudio sistemático de las formas de argum enta­
ción para la exposición de las cuales es necesario que las proposi­
ciones se analicen en sujetos y predicados, se llama 'lógica de térm i­
nos'. Fue la prim era ram a de la lógica que se desarrolló plenam ente
y constituye el cuerpo de lo que se llama la lógica tradicional.

Las formas de enunciados y las formas de proposiciones :'»■

Cuando las formas de las proposiciones 'todos los hom bres son
m ortales' y 'ningún hom bre es m ortal' se representan como 'todo X
es Y' y 'ningún X es Y ’, podría pensarse que las palabras 'todo' (o
'todos'), 'es', 'ningún', fueran el residuo de los enunciados que queda
al sustituir por X e Y las palabras constituyentes del contenido ma­
terial de la proposición, 'hom bre' y 'm ortal'. Pero sería un error su­
poner tal cosa. Las proposiciones no son enunciados, y los elemen­
tos de las proposiciones y de las formas de las proposiciones no son
palabras. La función de la palabra 'todo' en la fórm ula anterior
es simplemente la de señalar el hecho de que Y es predicable de (es

3 Para una explicación de 'término', ver «El silogismo», en el capítulo 2.

22
decir, puede ser afirm ada de) cualquier cosa que sea X, independien­
temente del artificio lingüístico que se utilice para expresar esa fun­
ción. La misma proposición puede expresarse en distintos idiomas
y de indefinido número de modos, solamente algunos de los cuales in­
cluyen la utilización de la palabra 'todo'. Semejantemente, la fun­
ción de 'es' es señalar el hecho de que Y es predicable de X (o X de
Y); y, en esa notación mixta, que comprende palabras del lenguaje
natural a la vez que letras del alfabeto, 'Todo X es Y \ y 'Ningún X
es Y \ han de entenderse como presentación de las formas de cua­
lesquiera proposiciones en las que algo sea afirmado o negado de la
totalidad de un sujeto. Así, 'Los tigres comen carne' y 'Los niños de­
berían ser vistos y no oídos' (en las que se afirma de todos los tigres
que comen carne y de todos los niños que deberían-ser-vistos-y-no-
oídos), son de la forma Todo X es Y \ lo mismo que 'Toda sal es so­
luble en el agua' o 'Todos los hombres son m ortales'. No es de espe­
rar que se provoquen malentendidos m ientras tengamos presente el
hecho de que la lógica investiga no las formas de los enunciados, sino
las formas de las proposiciones. «El tigre come carne», y «Todos los
tigres son carnívoros» son enunciados que pueden ser interpretados
como expresando el mismo pensamiento, la form a del cual, como he­
mos dicho,, se representa tradicionalm ente como Todo X es Y f (o
'Todo S es P').
Es interesante observar que la selección por Aristóteles de un
vocabulario formal sugiere que también él estuvo interesado por
evitar confusiones entre forma gram atical y forma lógica. Para indi­
car la relación entre sujeto y predicado, en su fórmula para las pro­
posiciones, se valió de dos palabras griegas que no solían ser tan
utilizadas en el habla ordinaria y que indudablemente fueron esco­
gidas como tecnicismo. La versión aristotélica de «Todo A es B»,
traducida literalm ente, es «B pertenece a todo A» o «£ se predica
de todo A». Al parecer, Aristóteles tuvo interés en subrayar que para
que una proposición tenga esa forma lógica no necesita ser expresada
en ninguna forma verbal particularm ente determ inada, un hecho que
habría sido más fácil perder de vista si hubiera elegido la expresión
«A es B». Semejantemente, Aristóteles observó que deberíamos (al
form ular argumentaciones) «cambiar térm inos equivalentes, pala­
bras por palabras y frases por frases». La intención de esa observa­
ción fue puesta de manifiesto por un tem prano com entarista de Aris­
tóteles, que dijo que lo que hace silogismo a un silogismo no son las
palabras empleadas, sino sus significados. 4
4 Para los puntos que se tocan en este párrafo, ver J. L u k a s ie w ic z , Aristo
tle's Syllogistic, 1951, cap. 1.

23
Puesto que una fórm ula como 'Todo X es Y' expresa la form a de
proposiciones, y no de la inmensa gama de todos los posibles enun­
ciados en todos los lenguajes que pueden utilizarse para expresar
aquéllas, al decir que dos proposiciones son de la misma forma no
podemos significar que sean expresadas en enunciados de similar
apariencia. No debe sorprender, sin embargo, que en general las
formas gram aticales de expresión revelen la estructura de los pensa­
mientos o proposiciones para cuya expresión son utilizadas, e indu­
dablem ente similitudes sintácticas generales llevaron a los adelanta­
dos de la lógica a reconocer identidades formales en la estructura
de proposiciones, lo que hizo posible el estudio sistemático de la
lógica.
Un corolario de la tesis de que las fórmulas de la lógica no
representan estructuras de enunciados es el de que aquéllas no pue­
den ser utilizadas como criterio para decidir si determinados enun­
ciados del lenguaje ordinario están o no siendo utilizados para expre­
sar proposiciones de las formas en cuestión. Las lenguas vivas no se
conform an a reglas rígidas e inalterables, y no existe una forma cons­
tante de palabras en la cual deba expresarse una determ inada pro­
posición. Eso no es negar que haya siempre un vocabulario modelo,
y modelos de uso —en realidad, si no los hubiera, la comunicación
completa sería imposible—; pero las reglas del lenguaje modelo no
están libres de excepciones, y una considerable irregularidad en la
gram ática y en el vocabulario es compatible con la inteligibilidad.
Así, aun cuando frecuentem ente hablamos, sin los debidos matices,
de el significado de un enunciado, no hay correlación inmutable al­
guna entre palabras y significados o entre enunciados particulares
y proposiciones particulares. Muy aproximadamente, 'el significado
de un enunciado' es aquello que la mayoría de las personas (o las
personas que hablan 'correctam ente') acostum brarían expresar con
ese enunciado. Para decidir si una argum entación expresada en
enunciados del lenguaje ordinario es válida, o de qué form a es, de­
bemos en prim er lugar entender los enunciados, es decir, captar
las proposiciones que aquéllos intentan expresar. En esa tarea las
fórmulas de la lógica no nos ayudan. Aunque uno de los logros de la
lógica m oderna es haber ideado métodos mecánicos sencillos para
determ inar si ciertas proposiciones son contingentes, lógicamente
necesarias, o lógicamente imposibles, esos criterios únicam ente pue­
den aplicarse después de que los enunciados han sido entendidos y
las proposiciones correspondientes se han expresado en la apropiada
notación lógica.
Aun cuando una argum entación particular puede ser válida en

24
tanto que posee ciertas características formales, es indudablemente
innecesario, según hemos visto, que sepamos que posee esas caracte­
rísticas antes de reconocerla como válida. La lógica formal aísla la
estructura de proposiciones de necesidad lógica; no prescribe qué
formas han de ser consideradas aceptables. El punto de partida para
la lógica es nuestra capacidad de distinguir el razonamiento sólido
del que no lo es, las proposiciones consecuentes de las no conse­
cuentes, y a eso apela el lógico formal. Este no inventa principios de
argumentación, sino que los descubre y los propone a nuestra aten­
ción. También tiene la tarea de idear notaciones en que las formas
de argum entación se expongan de m anera clara. Eso exige penetra­
ción e inventiva, y de su buen éxito depende la mayor parte de los
progresos en el análisis lógico. Lo que hizo posible el análisis lógico
sistemático fue el reconocimiento, hace más de dos mil años, de que
una muy amplia serie de proposiciones son de una form a que puede
ser representada simbólicamente como 'B pertenece a A' (o 'X es Y \
o 'S es P'). El análisis formal de este tipo de proposiciones nos es
ahora tan fam iliar que se necesita imaginación para reconocer que
entonces fue un descubrimiento. Pero la im portancia de éste debe
com pararse con la invención del signo ’O' para significar 'cero',
invención que transform ó la aritm ética y creó posibilidades ente­
ram ente nuevas para el desarrollo de ésta. Así como un sistema
taquigráfico nos capacita para registrar el habla de úna forma abre­
viada, una buena notación lógica nos equipa para analizar las formas
de proposiciones y argumentaciones.
Como hemos visto, el hecho de que una proposición sea de cier­
ta forma no le impide ser al mismo tiempo de otra form a más ge­
neral o más específica. 'Tom es australiano’ ejemplifica la forma
'p', y también la form a *X es Y \ 'Juan corre más de prisa que Pedro'
es de tres formas. En prim er lugar, ejemplifica 'p en tanto que es
una proposición que es verdadera o falsa; en segundo lugar, ejem ­
plifica ’X es Y \ por cuanto de Juan se predica que corre-más-de-prisa-
que-Pedro; en tercer lugar, es una proposición en la cual 'Juan' y
'Pedro' son térm inos interrelacionados, pero no relacionados como
sujeto y predicado. 5 Cuando hablamos de la form a lógica de una
proposición solemos referirnos a la form a que ésta posee que es sig­
nificativamente im portante para la relación lógica en que se encuen­
tra con otras proposiciones en un contexto dado. Así, diríamos que
'Juan corre más de prisa que Pedro' es de la forma *p\ cuando la

5 Para el tratamiento de la lógica de las relaciones no-predicativas, ve


el capítulo 7.

25
consideráram os en relación con su contradictoria, 'Juan no corre
más de prisa que Pedro'; que es de la form a ’X es Y', si se la consi­
derara como una prem isa en un razonamiento silogístico; que es de
otra form a relacional, hasta ahora no identificada, si hubiera que
tratarla como prem isa de un argum ento de este tipo: 'Juan corre más
de prisa que Pedro, y Pedro corre más de prisa que Tomás, luego
Juan corre más de prisa que Tomás'.
2
La tradicional lógica de términos

El primer sistema de lógica que ha sobrevivido fue formulado


por Aristóteles en el siglo iv a. de J. C., y durante la mayor parte de
los últimos dos milenios ha sido considerado como provisto de auto­
ridad definitiva y no necesitado más que de modificaciones de me­
nor importancia. Aun cuando, en nuestra época, pocos filósofos
pretenderían que ese sistema —con los añadidos adquiridos desde
la época de Aristóteles— sea completo, y aunque muchas de sus doc­
trinas y supuestos se consideran hoy generalmente equivocados o
desorientadores, el 'sistema tradicional' constituye el punto de par­
tida natural para la investigación lógica. De esa tradición aristotélica
hemos heredado no solamente el vocabulario de la lógica (por ejem­
plo, la distinción entre 'forma' y 'materia', y palabras tales como 'in­
ferencia', 'implicación', 'proposición', 'premisa', 'conclusión', y la
misma 'lógica'), sino también la estructura conceptual de gran parte
del posterior pensamiento filosófico y científico europeo.
La lógica tradicional se interesa centralmente por la investiga­
ción de las relaciones lógicas de cuatro formas proposicionales, a
saber: la universal afirmativa (A), la universal negativa (E), la par­
ticular afirmativa (I) y la particular negativa (O), las cuales pueden
representarse y ejemplificarse del modo siguiente:

A Todo S e s P Todos los hombres son mortales


E Ningún S es P Ningún hombre es mortal
I Algún S e s P Algún hombre es mortal
O Algún S no es P Algún hombre no es mortal

27>
Tradicionalmente se supuso que todas las proposiciones son de
la forma sujeto-predicado, es decir, que toda proposición tiene un
sujeto del cual algo es predicado (o dicho acerca de él). S representa
el término-sujeto, P el término-predicado, y 'es' (la 'cópula') indica el
hecho de que P ha de tomarse como predicado de S. La distinción
entre proposiciones afirmativas y negativas se llama distinción
(u oposición) de «cualidad»; la distinción entre universales y particu­
lares, distinción (u oposición) de «cantidad». Aunque Aristóteles ha­
bla también de proposiciones singulares, es decir, proposiciones acer­
ca de individuos, no considera modelos de inferencia en los que
aquéllas desempeñen un papel propio. Las proposiciones singulares,
del tipo de 'Sócrates es mortal', se consideraron tradicionalmente,
por una razón que veremos más adelante, como ejemplificando la
forma A.

El silogismo

Para la lógica tradicional, la inferencia puede ser 'inmediata' o


'mediata'. Hacemos una inferencia inmediata cuando inferimos una
conclusión válida a partir de una sola premisa de la forma S-P (su­
jeto-predicado), y una inferencia mediata cuando inferimos a partir
de dos premisas en las que hay un 'término medio'. El tipo princi­
pal de inferencia en que se ocupó la lógica tradicional es el silogis­
mo, y será éste el que consideremos en primer lugar.
Un silogismo es una argumentación con dos premisas y una con­
clusión; cada una de las tres proposiciones que constituyen las pre­
misas y la conclusión son de una de las cuatro formas, A, E, I u O;
rr la argumentación contiene tres 'términos'. Se llaman 'términos' aque­
llos constitutivos o elementos de proposiciones que no son ellos
mismos proposiciones ni se expresan por la cópula o por los signos
de cualidad y cantidad ('todos', 'algunos', 'ningún', 'no').
En la proposición Todos los hombres son mortales', 'hombres'
y 'mortales' son, respectivamente, término-sujeto y término-predi­
cado. Puesto que una proposición o es el enunciado que se utiliza
para expresarla, los términos de una proposición no se identifican
con las palabras o alguna de las palabras que constituyen el enuncia­
do. Un término es más bien el sentido de la palabra o frase que se
emplea en un enunciado para expresar aquello acerca de lo cual es
la proposición (el sujeto) y aquello que se predica del sujeto.
El propio Aristóteles define el silogismo como «un razonamien­
to en el cual, enunciadas ciertas cosas, alguna otra cosa distinta de

28
las enunciadas se sigue necesariamente de que aquéllas lo hayan
sido»; pero la palabra 'silogismo' es aplicada de un modo más estric­
to por todos los lógicos (incluido Aristóteles) de lo que aquella defi­
nición podía hacer esperar. Se restringe a argumentaciones que satis­
fagan las condiciones que hemos dado, y en las cuales, por virtud
del hecho de que uno de los tres términos, el término medio, es idén­
tico en ambas premisas, se infiere una conexión (válidamente o no)
entre los otros dos términos. Consideremos un ejemplo:

Todos los profesores son instruidos


Algunos escoceses son profesores
.-. Algunos escoceses son instruidos.

En ese silogismo 'profesores' es el término medio, y su conexión


con 'instruidos' en una premisa y con 'escoceses' en la otra impone
una conexión, propuesta en la conclusión, entre los otros dos térmi­
nos. Se llama 'término mayor' al término-predicado de la conclusión,
y 'premisa mayor' a la premisa en que aparece aquél. La premisa en
que aparece el término-sujeto de la conclusión (el término 'menor'),
se llama 'premisa menor'. Puesto que la relación entre premisas y
conclusión es intemporal (por ejemplo, la 'premisa mayor' no ocurre
en el tiempo antes que la premisa menor) carece de significación
lógica el orden que elijamos para exponer las premisas de un silo­
gismo. La forma del silogismo anterior puede simbolizarse conve­
nientemente de este modo:

Todo Ai es P
Algún S es M
. . Algún S es P.

Si consideramos ese esquema e ignoramos los signos de cantidad


y cualidad, podemos ver que solamente hay cuatro posibles dispo­
siciones de los términos, dado que la conclusión debe ser S-P, y que
el orden de las premisas carece de importancia.

I II III IV
MP PM MP PM
SM SM MS MS
SP SP SP SP

Se llama a esos cuatro esquemas las cuatro 'figuras' del silogis­


mo, y se las numera en el orden dado.

29
Puede verse que, supuesto que cada una de las premisas puede
ser de cualquiera de las cuatro formas, A, E, I u O, para cada figura
pueden construirse 4 x 4 X 4 ( = 64) posibles esquemas (llamados
'modos'). Así pues, el número total de modos posibles para las cuatro
figuras es de 256. Pero no hay 256 formas de silogismo válidas o legí­
timas'. Es intuitivamente evidente, por ejemplo, que no podría haber
una inferencia válida de la forma

Todo Ai es P
Todo S es M
Ningún S es P.

En realidad, de las 256 combinaciones posibles de tríos de pro­


posiciones sujeto-predicado que comprendan tres términos, solamen­
te veinticuatro son modos válidos. Y no necesitamos la ayuda de li­
bros de texto de lógica para descubrir cuáles son esos modos. Nos
es posible distinguirles de los modos ilegítimos considerando cada
combinación, y Viendo' si una argumentación de ésa forma sería o
no válida. En realidad, si, después de la más cuidadosa considera­
ción, 'vemos' que es válido un modo que un libro de texto juzga ile­
gítimo, tendremos que abandonar el libro de texto o el estudio de la
lógica. Porque, como se ha dicho anteriormente, el punto de partida
de la lógica es nuestra capacidad para distinguir los razonamientos
sólidos de los que no lo son. No obstante, podemos alcanzar el mismo
resultado más fácilmente y de modo más sistemático acudiendo a
las llamadas reglas del silogismo, que enuncian sucintamente las
condiciones generales en las cuales puede verse que los silogismos
deben conformarse para ser válidos.
Las reglas generales del silogismo establecen las condiciones ne­
cesarias y suficientes que cualquier silogismo, sea cual fuere la po­
sición de su término medio, debe satisfacer para ser legítimo. Com­
prenden reglas de distribución y reglas sobre la cantidad y la cua­
lidad. Pero antes de enumerarlas será conveniente explicar en pocas
palabras qué quiere decir la frase 'distribución de los términos'.

La distribución de los términos

Se dice que un término está 'distribuido' si es utilizado en su


más plena generalidad, y no distribuido si su uso se restringe a me­
nos del campo total al que podría ser aplicado, o bien si se deja in­
determinado. Así, en la proposición 'Todos los hombres son morta­

30
les’, el término 'hombres' está distribuido; puede decirse que la
función de ’todos1es precisamente la de distribuir el término-sujeto.
Todos* expresa que lo que se predica se predica de la extensión com­
pleta de ’hombres' (donde por extensión se entiende el campo total
de las cosas a las que el término es aplicable). Del mismo modo, el
término-sujeto de una proposición de la forma E está distribuido,
porque el predicado se niega de la totalidad de su extensión. Está
claro, en cambio, que en 'Algunos hombres son mortales' y 'Algunos
hombres no son mortales', el término 'hombres' está no distribuido.
No es tan fácil captar la noción de distribución de los términos-pre­
dicados. El término 'inmortal' en 'Ningún hombre es inmortal' está
distribuido, puesto que en la proposición la extensión completa de
'inmortal' (es decir, todo el campo de las cosas que son inmortales)
se excluye del campo de los 'hombres'. Del mismo modo, en 'Algunos
hombres no son inmortales', excluimos de 'algunos hombres' la
totalidad dé la extensión de 'inmortal'. En cambio, los términos-pre-
dicados de las proposiciones A o I están no distribuidos; tanto si de­
cimos que todos los hombres son mortales como si decimos que lo
son algunos, dejamos sin afirmar ni negar el que haya otras cosas
distintas de los hombres que sean también mortales*
Aunque la doctrina de la distribución ni es clara ni está filosó­
ficamente libre de objeciones, es conveniente conservarla en una
exposición elemental de lógica formal. Rechazarla obligaría a refor-
mular gran parte de la doctrina tradicional. Por eso la mantendre­
mos como un artificio para exponer las relaciones lógicas de propo­
siciones de las cuatro formas tradicionales. Podemos desplegar la
distribución de términos en una tabla:

Todo S es P S distribuido P no-distribuido


Ningún S es P S distribuido P distribuido
Algún S es P S no-distribuido P no-distribuido
Algún S no es P S 'no-distribuido P distribuido

Ahora estamos en condiciones para considerar las reglas del silo­


gismo.

Reglas de distribución

1. El término medio debe estar distribuido al menos en una de las


dos premisas.

31
2. Un término que esté distribuido en la conclusión debe estar dis­
tribuido en la premisa correspondiente.

Reglas de la cantidad y la cualidad

3. Al menos una de las premisas debe ser afirmativa.


4. Si una premisa es negativa, la conclusión ha de ser negativa.
5. Si ambas premisas son afirmativas, la conclusión ha de ser afir­
mativa.
6. Al menos una premisa debe ser universal.
7. Si una premisa es particular, la conclusión ha de ser particular.
8. Si la premisa mayor es particular, la premisa menor no puede ser
negativa.

La necesidad de cada una de esas reglas puede ser fácilmente


reconocida.
Regla 1. Si el término medio no está distribuido, en cada una
de las premisas podría aplicarse a distintas partes o miembros del
todo a que se refiere. De que algunos hombres sean celosos y algu­
nos hombres sean malhumorados, no se sigue que algunos hombres
celosos sean malhumorados. Es compatible con las dos proposicio­
nes dadas e l que los hombres que son celosos no sean los mismos
hombres que son malhumorados.
Regla 2. En otras palabras, un término no puede utilizarse en
la conclusión con una generalidad mayor que aquella con que fue con­
siderado en las premisas. Si todos los hombres de ojos azules son
rubios y algunos daneses son de ojos azules, no se sigue que todos los
daneses sean rubios, sino solamente que algunos lo son.
Regla 3. Una proposición negativa separa los términos que la
integran. Si ambas premisas fueran negativas, tanto S como P que­
darían separados de M, lo que no permitiría obtener conclusión algu­
na acerca de la relación entre S y P. Si ningún estudiante de primer
curso es bioquímico, y ningún miembro de la Academia X estudia
primer curso, no podemos sacar conclusión alguna acerca de la pre­
sencia o ausencia de bioquímicos en la Academia X.
Regla 4. Si se afirma alguna relación entre X e Y, pero se niega
entre Y y Z, entonces, si alguna conclusión se puede obtener, ha de
ser una que niegue la relación entre X y Z.
Regla 5. El hecho de que tanto X como Z estén afirmativamen­
te relacionados con Y , no puede damos derecho a concluir que estén
relacionados negativamente entre sí.

32
Las reglas 6, 7 y 8, son corolarios de las reglas 1-5, y, por lo tanto,
pueden ser probadas a partir de aquéllas.1
Al aplicar esas reglas a las 64 combinaciones posibles de propo­
siciones en cada figura, encontramos que hay once capaces de pro­
ducir silogismos legítimos, a saber: AAA, AII, AAI, IAI, EAE, AEE,
EAO, AEO, AOO, OAO, EIO. Pero puesto que, como hemos visto, hay
cuatro posibles disposiciones de términos sujeto, predicado y medio
(es decir, las cuatro figuras), queda abierta la posibilidad de que
cada una de esas once formas sea válida en cada figura. No es ése
el caso, sin embargo. Por ejemplo, en la figura 2, en la que el término
medio es predicado en ambas premisas, no podrá ser válida ninguna
forma en la que ambas premisas sean afirmativas, puesto que los
términos-predicados de las premisas afirmativas son no-distribui-
dos, y, por la regla 1, el término medio ha de estar distribuido al me­
nos en una de las premisas. Recurriendo a las reglas generales y a la
tabla de distribución, podemos, de hecho, deducir si cualquiera de las
once combinaciones puede producir un modo legítimo en cualquier
figura dada. Pero los procesos de eliminación han sido simplificados
por la formulación de reglas especiales, que son especificaciones de
las reglas generales en cuanto son aplicables a cada figura.

Reglas especiales para la figura 1

1) La premisa menor debe ser afirmativa.


2) La premisa mayor debe ser universal.
No ofreceré pruebas de cada una de las reglas especiales. Las
pruebas de 1) y 2) pueden servir de ejemplo.

Prueba de 1) Si la premisa menor fuera negativa, la premisa


mayor sería afirmativa (regla 3), y la conclusión, negativa (regla 4).
Pero entonces el término mayor estaría distribuido en la conclusión,
y no en la premisa mayor (tabla de distribución), lo cual es imposible
(regla 2). La premisa menor debe, pues, ser afirmativa.
Prueba de 2) Puesto que la premisa menor es afirmativa [1)],
el término medio, que es predicado de aquélla, está no distribuido en
la misma (tabla de distribución). En consecuencia, el término medio
ha de estar distribuido en la premisa mayor, en la que es sujeto
(regla 1), y, por lo tanto, ésta ha de ser universal(tabla de distri­
bución)*
1 Pueden verse las pruebas de esas reglas, por ejemplo, en L. S . S te b b in g ,
A Modern Elementary Logic, ed. rev. de 1952, pp. 56 y 57.

33
Por referencia a esas dos reglas especiales, podemos ahora deter­
minar cuáles de las once combinaciones posibles producen modos
legítimos en la figura 1:

AEE, AEO y AOO quedan excluidos por 1)


IAI y OAO quedan excluidos por 2)
AAA, EAE, AII, EIO, AAI, EAO, son modos legítimos.

Reglas especiales para la figura 2

1) Una premisa debe ser negativa.


2) La premisa mayor debe ser universal.

AAA, AAI, AII, IAI, quedan excluidos por 1)


OAO queda excluido por 2)
EAE, AEE, EIO, AOO, EAO, AEO, son modos legítimos.

Reglas especiales para la figura 3

1) La premisa menor debe ser afirmativa.


2) La conclusión debe ser particular.

AEE, AEO y AOO quedan excluidos por 1)


AAA y EAE quedan excluidos por 2)
AAI, IAI, AII, EAO, OAO y EIO son modos legítimos.

Reglas especiales para la figura 4

1) La premisa mayor no puede ser particular si alguna premisa es


negativa.
2) La premisa menor no puede ser particular si la premisa mayor
es afirmativa.
3) La conclusión no puede ser universal si la premisa menor es
afirmativa.

OAO queda excluido por 1)


AII y AOO quedan excluidos por 2)
AAA y EAE quedan excluidos por 3)
AAI, AEE, IAI, EAO, EIO, AEO, son modos legítimos.

34
Así pues, los modos legítimos en todas las figuras son los si­
guientes:

1. AAA, EAE, AII, EIO, [AAI], [EAO].


2. EAE, AEE, EIO, AOO, [EAO], [AEO].
3. AAI, IAI, AII, EAO, OAO, EIO.
4. AAI, AEE, IAI, EAO, EIO, [AEO].

Los modos impresos entre corchetes son modos «debilitados»


o subalternos. Sus conclusiones son menos generales que las que po­
drían obtenerse a partir de las mismas figuras. Si A implica 1 (una
doctrina de la lógica tradicional de la que trataremos más adelante),
entonces Todos los hombres son mortales' (A) y Todos los griegos
son hombres' (A), implica 'Todos los griegos son mortales' (A), y
también la conclusión más débil 'Algunos griegos son mortales' (I).
Los nombres de modo que los lógicos medievales dieron a los
diecinueve modos legítimos no debilitados suelen usarse todavía
en los libros de texto:

Figura 1. Barbara, Celarent, Darii, Ferio


Figura 2. Cesare, Camestres, Festino, Baroco
Figura 3. Darapti, Disamis, Datisi, Felapton, Bocardo, Ferison
Figura 4. Bramantip, Camenes, Dimaris, Fesapo, Fresison

Se verá claramente que las reglas del silogismo son negativas.


Nos permiten eliminar modos ilegítimos. Pero hacerlo así no es en sí
mismo probar que los modos que satisfacen las reglas son en reali­
dad válidos. Antes de que consideremos los métodos probatorios que
adoptó Aristóteles para conseguir ese objeto, es necesario que pase­
mos revista a las leyes de inferencia inmediata, que se dan por
supuestas en aquellas pruebas. Estas son las leyes de conversión y
las leyes del cuadrado de oposición.

El cuadrado de oposición

Las relaciones formales de proposiciones con términos idénticos,


de las cuatro formas, A, E, I, O, se representaron en la lógica tradi­
cional mediante un diagrama llamado el cuadrado de oposición.

35
El diagram a representa la oposición de proposiciones de las
cuatro formas. Dos proposiciones que tienen térm inos idénticos se
dice que son opuestas entre sí si difieren en cantidad, o en cualidad,
o en cantidad y cualidad a la vez. A y E son contrarias, y las propo­
siciones contrarias se definen como aquellos pares de proposiciones
universales que difieren en cualidad. I y O son subcontrarias. Son
proposiciones particulares que difieren en cualidad. A y E son, res­
pectivamente, las contradictorias de O e I. I y O difieren de A y E,
respectivamente, en cantidad, y se llaman subalternas de A y E. Por
lo que respecta a las relaciones de necesidad lógica en que se encuen­
tran entre sí las proposiciones de las cuatro formas, las contrarias
no pueden ser a la vez verdaderas, aunque pueden ser ambas falsas;
así, 'si A, entonces necesariamente no-E' pero no 'si no-A, entonces
necesariam ente E \ En contraste, las subcontrarias pueden ser a la
vez verdaderas, pero no ambas falsas. Las contradictorias no pueden
ser ni ambas verdaderas ni ambas falsas: si A es verdadera, O es fal­
sa; si E es falsa, I es verdadera; si E es verdadera, I es falsa; si A es
falsa, O es verdadera. A implica I, y E implica O; así, si todos los
hom bres son m ortales, entonces necesariamente algunos hom bres
son m ortales; y si ningún hom bre es m ortal, algunos hom bres no son
m ortales.
Podemos expresar la doctrina tradicional de las relaciones de las
formas A, E, I, O, en form a tabular:

36
A I E O

A verdadera F F V V
A falsa V Id Id F
E verdadera V V F F
E falsa Id F V Id
I verdadera Id F V Id
I falsa V V F F
0 verdadera V Id Id F
O falsa F F V V

V = verdadera F = falsa Id = Indeterminada

Sí comenzamos por la parte superior de la columna de la izquier­


da y leemos a lo largo de la línea correspondiente, obtenemos: «Si A
es verdadera, E es falsa, I es verdadera y O es falsa».
Si aceptamos esa exposición de las relaciones lógicas de las pro­
posiciones A, E, I, O (que tienen términos idénticos), aceptaremos A
como equivalente a no-O, y E como equivalente a no-I, en tanto que
no-0 es la contradictoria de la contradictoria de A, y no-I es la contra­
dictoria de la contradictoria de E.

Inferencias inmediatas

Los lógicos tradicionales reconocieron dos operaciones sobre las


proposiciones que producen nuevas proposiciones que pueden, legí­
tima e inmediatamente (es decir, sin la mediación de un término me­
dio), ser inferidas de las proposiciones originales. Esas operaciones
son la conversión y la observación. Hay, además, operaciones com­
plejas que consisten en convertir y obvertir a la vez la misma propo­
sición. Aunque solamente la conversión juega en las pruebas silogís­
ticas, será conveniente pasar revista a las otras formas de inferencia
inmediata aceptada por lógicos tradicionales posaristotélicos.2

2 Los términos negativos (por ejemplo, no-p’) no fueron admitidos por Aris­
tóteles.

37
Conversión: Convertimos una proposición cuando transpone­
mos los términos de la proposición original. Hay dos clases de
conversión, a saber: la conversión «simple» (sim pliciter) y la conver­
sión per accidens. Cuando transponemos los términos de la propo­
sición original, sin cambiar la cantidad de ésta, realizamos una con­
versión simple. La conversión simple de proposiciones de forma E
o I es legítima, y las proposiciones resultantes (o «convertidas») son
lógicamente equivalentes a las proposiciones originales (las «con-
vertendas»); es decir, que la proposición que hay que convertir
(o convertenda) es verdadera si, y sólo si, la convertida es verdadera;
o, en otras palabras, la una implica la otra. Así, 'Ningún chino tiene
el cabello rizado' es simplemente resultado de la conversión de 'Nin­
guna persona de cabello rizado es china'. En cambio, la conversión
simple de una proposición de la forma A, no es legítima: de 'Todos
los hombres son mortales' no se puede inferir válidamente Todo
mortal es hombre'. Pero una proposición de la forma A puede con­
vertirse per accidens: su convertida es una proposición I. Así, de
'Todos los hombres son mortales' podemos inferir, mediante conver­
sión per accidens, 'Algunos mortales son hombres'. No podemos
inferir de I a A, y las proposiciones en O no pueden convertirse de
ninguna manera.
Obversión: Obvertimos una proposición cuando cambiamos su
cualidad y negamos el término-predicado. Las proposiciones de las
cuatro formas pueden ser legítimamente obvertidas, y las proposi­
ciones obvertidas son lógicamente equivalentes a las originales (ob-
vertendas).

Todo S es P se obvierte en Ningún S es no-P


Algún S es P se obvierte en Algún S no es no-P
Ningún S es P se obvierte en Todo S es no-P
Algún S no es P se obvierte en Algún S es no-P

Contraposición es la operación de convertir la obvertida de una


proposición, o de obvertir su convertida. El predicado de la propo­
sición original se convierte en sujeto de la proposición resultante.
Así, de 'Ninguna persona atlética es intelectual' obtenemos, por ob­
versión, Toda persona atlética es no-intelectual', y de ésta, por
conversión, 'Algunos no-intelectuales son atléticos'.
Inversión: La inversa de una proposición es una proposición
que puede ser inferida de aquélla, y que tiene por sujeto el contra­
dictorio del sujeto original. Así, la inversa de 'Todo estudiante es
diligente' (A) es 'Algún no-estudiante es no-diligente'. Los pasos me-

38
jiM M i los cuales se alcanza la proposición inversa pueden m ostrarse
ÉÉlilft tabla:

B p 1, Todo S es P.
2. Ningún S es no-P (obvertida de 1).
¡F 3. Ningún no-P es S (convertida de 2).
! 4. Todo no-P es (obvertida de 3).
5. Algún no-S es no-P (convertida per accidens de 3).

Pocos estarán dispuestos a aceptar como una prueba de la in­


m ortalidad el hecho de que, según la doctrina tradicional, la inversa
válida de Todos los hom bres son m ortales' es 'Algunos no-hombres
son inm ortales'. ¿Cómo es que lo que a prim era vista parecen ser pa­
sos legítimos conducen a consecuencias tan inaceptables como ésa?
El eslabón débil de la cadena es la operación de conversión per
accidens, por la cual pasamos de 'Todo S es P' a 'Algún P es S \
Ahora bien, una condición previa de que algunos X sean Y es que
haya X . Siendo así, 'Todo S es P' puede im plicar 'Algún P es S' (con-
versión per accidens) tanto como 'Algún S es P' (cuadrado de la opo­
sición) solamente si es una condición previa para que todo S sea P
que haya casos de S y tam bién casos de P. Pero no es una condición
previa de las proposiciones universales el que sus términos-predica­
dos y sus negaciones tengan de hecho casos que les correspondan,
aunque los tengan los términos-sujeto; si ningún hom bre es inmortal,
no se sigue que algunas otras cosas sean inmortales. Por esa razón, la
inferencia a 'Algunos que son no-estudiantes son no-diligentes', por
inversión de 'Todo estudiante es diligente', aunque sancionada por la
lógica tradicional, no es válida. Ese defecto en el sistem a tradicio­
nal será considerado más adelante.
De las form as de inferencia inmediata, solamente la conver­
sión es de interés lógico perm anente. Puede dudarse si, cuando ob-
vertimos, hacemos algo más que sustituir un enunciado por otro,
expresivos ambos de una sola y misma proposición. La solución de
ese problem a pende de la respuesta que se dé a la pregunta de si «S
es no-P» y «S no es P» expresan o no la misma proposición. Si la
función de «S es no-P» es simplemente negar 'S es P\ entonces es
lógicamente indistinguible de «S no es P». No eliminamos proposi­
ciones negativas por el artificio verbal de vincular, m ediante un
guión, 'no' y una palabra predicado.
Ahora estamos en m ejor posición para revisar el procedimiento
adoptado por Aristóteles para probar la validez de los modos silo­
gísticos.

39
La reducción de silogismos

Aristóteles distinguió dos clases de silogismos, perfectos e im ­


perfectos. «Llamo silogismo perfecto —dice— al que no necesita
nada más que lo que ha sido enunciado para hacer patente lo que
se sigue necesariamente; un silogismo es imperfecto si necesita una
o más proposiciones, que son en verdad consecuencias necesarias
de los términos puestos, pero no han sido explícitamente enunciadas
por las premisas.»3 Aristóteles consideró como perfectos los silo­
gismos no debilitados de la primera figura, Barbara, Celarent, Darii
y Ferio, e imperfectos todos los demás. El procedimiento llamado
reducción es el de deducir los modos imperfectos legítimos a partir
de los modos perfectos.4
La reducción es de dos clases, directa e indirecta. Todos los mo­
dos imperfectos legítimos, excepto dos, pueden reducirse directa­
mente; Baroco, de la segunda figura, y Bocardo, de la tercera, se
reducen indirectamente.

Reducción directa: Muchos de los modos son lógicamente equi­


valentes entre sí, y con frecuencia un silogismo puede transformarse
por conversión simple de una o más de sus proposiciones compo­
nentes y por un cambio en el orden de las premisas. Así, puesto que
las proposiciones E e I son convertibles simpliciter, EIO, que es
válido en la primera figura, es válido también en cualquiera de las
otras tres.

1. Ferio 2. Festino 3. Ferison 4. Fresison


Ningún M es P Ningún P es M Ningún M es P Ningún P e s M
Algún S es M Algún S es M Algún M es S Algún M es S
.•. Algún S no es P Algún S no es P Algún S no es P Algún S no es P

En todos esos modos, tanto las premisas mayores como las me­
nores son lógicamente equivalentes. La reducción de los segundo,
tercero y cuarto consiste en poner de manifiesto que cada uno de
ellos es lógicamente equivalente al primero.
Puede mostrarse que son equivalentes aquellos silogismos que
* Analytica Priora, 24b.
4 Aunque Aristóteles consideraba los cuatro modos no debilitados de l
primera figura como perfectos y, por lo tanto, no necesitados de prueba, reco­
noció que los dos modos con conclusiones particulares (Darii y Ferio) pueden
ser reducidos. Así, Darii y Ferio pueden reducirse indirectamente a Camestres
y a Cesare (de la figura 2), respectivamente, y Camestres y Cesare pueden re­
ducirse directamente a Celarent (fig. 1 ). Ver A r i s t ó t e l e s , Analytica Priora, 29b.

40
tienen una premisa A (mayor o menor) no convertida, y, como otra
premisa (mayor o menor), una proposición en E o en I convertida
o no convertida. Así, como es fácil ver, son equivalentes los miem­
bros de las tres series de modos siguientes:

1) 1. Celarent 2. Cesare 2. Cames tres 4. Camenes


Ningún B es A = Ningún A es B Todo C es B = Todo C es B
Todo C es B = Todo C es B Ningún A es B = Ningún B es A
Ningún C es A = Ningún C es A Ningún A es C = Ningún A es C

2) 1. Darii 3. Datisi 3. Disamis 4. Dimaris


Todo B es A Todo B es A Algún B es C Algún C es B
Algún C es B Algún B es C Todo B es A Todo B e s A
Algún C es A Algún C es A Algún A es C Algún A es C

3) 3. Felapton 4. Fesapo
Ningún B es A = Ningún A es B
Todo B es C = Todo B es C
. •. Algún C no es i4 = Algún C no es A

En la tabla precedente el signo = se utiliza para enlazar formas


proposicionales lógicamente equivalentes; A, B y C se han empleado
en lugar de S, P y Ai. Qué símbolo del par A y C representa al tér­
mino mayor, y cuál al término menor, puede determinarse por la
forma de la conclusión en cada caso.
Vemos así que nueve modos de las figuras segunda, tercera y
cuarta son reducibles a modos de la primera figura (Ferio, Cela­
rent y Darii) y que un par de modos de la tercera y de la cuarta
son equivalentes. Queda por mostrar cómo ese par de modos (Felap­
ton y Fesapo), así como Darapti, de la tercera, y Bramantip, de la
cuarta, pueden reducirse a modos correspondientes de la primera.
Esos cuatro modos se reducen mostrando no que sean equivalentes,
sino que estén implicados en modos de la primera figura, Ferio, Darii
y Barbara. De este modo:

3. Darapti 1. Darii
Todo B es A = Todo B es A
Algún C es B implica Todo B es C
. *. Algún C es A = Algún C es A

La premisa menor Todo B es C se convierte per accidens en 'Algún


C es B \ y, por lo tanto, implica a ésta. Como la conclusión 'Algún C

41
es A ' se sigue de Todo B es A ’ y 'Algún C es B ’ (que es una premisa
más débil que Todo C es B ')t debe seguirse también de la misma
premisa mayor Todo B es A 1 junto con Todo B es C (que es una
premisa más fuerte que 'Algún C es B \ y la implica). Y lo mismo
puede decirse para la reducción de Darapti. Por el mismo procedi­
miento Felapton y Fesapo se reducen a Ferio:

3. Felapton 4. Fesapo 1. Ferio


Ningún B es A = Ningún A es B = Ningún B es A
Todo B es C = Todo B es C implica Algún C es B
Algún C no es A = Algún C no es A = Algún C no es A

Finalmente, Bafbara implica Bramantip:

1. Barbara 4. Bramantip
Todo B es A f T— Todo C es B
Todo C es B Todo B es A
. Todo C es implica Algún A es C

La conclusión de Bramantip resulta de convertir per accidens la


conclusión de Barbara, que la implica.

Reducción indirecta: Baroco (2) y Bocardo (3) no pueden re­


ducirse directamente a un modo de la primera figura. No podemos
llegar a un modo válido por conversión de las premisas, ya que O no
es convertible, y el resultado de convertir A, per accidens, sería I, que
no puede combinarse con O (dos premisas particulares) para cons­
tituir un modo válido. En consecuencia, para probar esos modos
Aristóteles adoptó un procedimiento distinto, que se llama reduc­
ción ad impossibile. Dice Aristóteles: «Si todo N es M y algún X no
es Ai, entonces algún X no es N [Baroco]; porque si todo X es N
[contradictoria de la conclusión] y todo N es M [premisa mayor]
entonces todo X es M [contradictoria de la premisa menor], pero se
había supuesto que algún X no es M [premisa m enor]».5 (Las pala­
bras entre corchetes no pertenecen al texto de Aristóteles.) Lo que
hace éste es mostrar que la falsedad de la conclusión del silogismo
original es incompatible con la verdad de una de sus premisas; pro­
cura así que veamos que si dichas premisas son verdaderas, la con­
clusión original se sigue necesariamente de ellas. El procedimiento
constituye una forma de reducción, ya que si se establece su validez
es por referencia al modo Barbara, que se acepta como válido. Las

5 Anaylitica priora, 24b.

42
interrelaciones de Baroco, Bocardo y Barbara, pueden hacersé ma­
nifiestas del modo siguiente:

Baroco Todo B es A 1.
Algún C no es A 2.
Algún C no es B 3.

Todo B es A 1.
Todo C es B contradictorias^ ^
Todo C es A contradictoria de 2.

Algún C no es A 2.
Todo C es B contradictoria de 3.
Algún B no es A contradictoria de 1.

Se obtiene un silogismo válido en B arbara tomando como prem isas


la proposición contradictoria de la conclusión de Baroco y su pre­
misa mayor. Si la contradictoria de la conclusión junto con la pre­
misa menor de Baroco se toman como premisas, resulta un silo­
gismo en Bocardo, la conclusión del cual es contradictoria de la
prem isa m ayor de Baroco. Bocardo a su vez puede reducirse indi­
rectam ente a B arbara utilizando la contradictoria de su conclusión
y su prem isa m enor como premisas, para producir como conclu­
sión la contradictoria de su prem isa mayor.
La lógica de la reducción indirecta se hace más clara cuando re­
conocemos que no pertenece a la lógica de términos, sino a la lógi­
ca de proposiciones. Pongamos que ’Si P y Q, entonces R ’ representa
el modo legítimo Barbara. Aristóteles m uestra, de hecho, que 'Si P y
Q, entonces R ' implica y es implicado por ’Si P y no-R, entonces
no-Q*, y que eso implica y es implicado por 'Si Q y no-R, entonces
no-P\ R. M. Eaton ilustra esa ley lógica con un ejemplo: «Si ser sa­
ludable y joven implica ser optim ista, entonces ser joven y no opti­
m ista implica no ser saludable, y ser saludable y no optim ista impli­
ca no ser joven». Aristóteles no prueba esa ley, pero esbozó un
procedim iento de reducción que la ejem plifica. 6
Desde luego, Aristóteles no se interesaba simplemente por mos­
tra r que los tres modos, Barbara, Baroco y Bocardo, se sostienen o
caen juntos, sino tam bién por establecer que Baroco y Bocardo son
• La ley puede expresarse más limpiamente en la notación del cálculo pro-
posicional, que será explicada en el capítulo siguiente:

Esa exposición de la reducción indirecta procede en gran parte de R. M. E a to n ,


General Logic, 1931, pp. 128-131.

43
modos legítimos. La form a del modo B arbara es 'Si todo M es P
y todo S es Ai, todo S es P', y si en esta ocasión utilizamos variables
proposicionales para representar las form as proposicionales compo­
nentes ('Si P y Q, entonces R ’), todo lo que puede ponerse de m a­
nifiesto es la equivalencia lógica de los tres modos, pero no la validez
de uno o de todos ellos. Para eso necesitamos la notación especial de
la lógica de térm inos.

La lógica tradicional como sistema

La doctrina de la reducción nos hace posible ver la lógica tradi­


cional como la construcción de un sistema deductivo de leyes inter-
relacionadas. Podemos considerar los modos de la prim era figura
como axiomas no demostrados e indem ostrables, a p artir de los
cuales pueden deducirse todos los demás modos válidos. Aristóteles
va en realidad aún más le jo s7 y sostiene que solamente los dos mo­
dos universales de la prim era figura, B arbara y Celarent, son nece­
sarios para ese propósito. Sin embargo, él no presentó la lógica del
silogismo en la form a en que suelen presentarse otros sistemas de­
ductivos, por ejemplo, la geometría euclidiana o el cálculo proposi-
cional de los Principia Mathematica de Russell y W hitehead. No se
nos ofrecen en prim er lugar definiciones, luego axiomas no demos­
trados, después una clara form ulación de los principios lógicos en
conform idad con los cuales puede procederse a las pruebas, y fi­
nalm ente la deducción de leyes derivadas (teorem as), a partir de los
axiomas y de acuerdo con los principios lógicos dados (o «reglas de
inferencia»), Aristóteles pretendió equivocadamente que toda de­
m ostración debía hacerse m ediante el silogismo. Es posible que hu­
biese presentado sus argum entos más en el estilo de las dem ostracio­
nes geométricas si hubiese advertido que alguna de las leyes de
acuerdo con las cuales argum entaba pertenecen no a la lógica de tér­
minos, sino a la lógica de proposiciones (por ejemplo, 'si p, y si
p entonces q, entonces q’ y 'si, si p, q, entonces si no-qf no-p\ y
que las leyes del cuadrado de la oposición —a las que apela intuiti­
vamente, sin form ularlas explícitamente— y las leyes de la conver­
sión —por las cuales inferimos de modo inmediato—, pertenecen a la
lógica de térm inos, pero no son silogísticas.
Lógicos recientes, teniendo presente el modelo de los sistemas
m atemáticos deductivos, se han cuidado de distinguir entre defini-
7 Analytica Priora, 29b. Ver nuestra nota anterior, en el epígrafe de la re
ducción de silogismos, a propósito de ese pasaje de Aristóteles.

44
clones, axiomas y principios de inferencia, y han puesto siem pre en
claro qué axiomas adoptan como puntos de partida, y de acuerdo
con qué principios de inferencia deben realizarse las demostracio­
nes. La presentación aristotélica de las notaciones lógicas es menos
sistem ática y más abierta a interpretaciones equivocadas. Se debe
A eso, en gran medida, la posibilidad de desacuerdo con lo que, según
Aristóteles, eran los axiomas primitivos de la lógica del silogismo.
Hay dos pasajes en la obra de Aristóteles que han llevado a al­
gunos eruditos a pensar que éste m antenía que solamente se nece­
sita un axioma, el llamado Dictum de om ni et de nüllo. Esa es la
designación medieval de lo que más tarde se consideró el principio
de lá prim era figura que ha sido formulado de este modo: «Todo lo
que se afirm a o niega universalm ente de algo se afirm a o niega tam ­
bién de cualquier cosa de la que eso se predique». Los dos pasajes de
los cuales se deriva dicho principio son los siguientes: «Que un tér­
mino se incluya en otro como en un todo es lo mismo que el otro
sea predicado de todo el prim ero. Y podemos decir que un térm ino
se predica de la totalidad de otro cuando no puede encontrarse ejem­
plo alguno del sujeto del que el otro no pueda ser afirmado: 'ser
predicado de ninguno' debe entenderse del mismo modo».8 «Cuando
una cosa se predica de otra, todo lo que es predicable del predicado
será predicable tam bién del sujeto.»9 Pero el prim er pasaje pre­
tende m eram ente ser una explicación de la terminología que Aristó­
teles propone utilizar en su exposición, m ientras que el segundo se da
en un contexto en el que no se trata en absoluto del silogismo. Aris­
tóteles no pretende explícitamente en parte alguna que haya un prin­
cipio único ejemplificado por los silogismos de la prim era figura.
Lo más im portante es que Aristóteles no pudo pensar que el dic-
tum, comoquiera que se formulase, fuese un axioma a p artir del
cual pudieran deducirse los modos válidos de la prim era figura.
Como hemos visto, Aristóteles pensó que toda demostración era si­
logística, de modo que si el dictum fuera un axioma y tratáram os
de probar a p a rtir de él la validez de B arbara, la demostración, se­
gún su propio modo de ver, sería a su vez un silogismo. Consideremos
cómo podría form ularse una demostración así:

Todas las argumentaciones que satisfacen el dictum son válidas


Todos los silogismos en B arbara satisfacen el dictum
.-. Todos los silogismos en B árbara son válidos

8 Análytica Priora, 24b.


9 Categorías, la.

45
Esa dem ostración es de la form a

Todo Ai es P
Todo S es Ai
TodoS es P.

Adoptar tal procedimiento sería, pues, pretender probar que los


silogismos en B arbara son válidos m ediante un silogismo en Barba­
ra. Si 'Si todo Ai es P y todo S es Ai, entonces todo S es P' no es un
axioma, sino un teorem a que debe ser deducido, la demostración
requerida necesitará hacerse no según la «regla de inferencia» Todo
M es P, todo S es H, .*. todo 5 es P’, sino según algún otro principio
o regla. Pero no hay inconveniente en llam ar al dictum principio de
los silogismos universales de la prim era figura si lo que quiere de­
cirse es que no es el axioma que garantiza la validez de B arbara y
Celarent, sino una form ulación general en palabras de lo que más
frecuentem ente se expone en parte en palabras y en parte en sím­
bolos, a saber: 'Si todo Ai es P y todo S es Ai, entonces todo S es P',
y 'Si ningún M es P y todo S es Ai, entonces ningún S es P \
Si Aristóteles hubiera asumido la tarea de presentar la lógica
silogística como un sistema deductivo, habría tomado, seguramente,
los modos universales de la prim era figura como axiomas indemos­
trados. Tal vez sea ocioso especular qué otros axiomas habría aña­
dido, y si habría reconocido que, para deducir las otras reglas del
silogismo a p a rtir de esos axiomas, es necesario argum entar de acuer­
do con otros principios de inferencia que no son principios silo­
gísticos. El lógico polaco J. Lukasiewicz ha m ostrado cómo la lógica
del silogismo puede presentarse como un sistema así, y cuáles son
los axiomas y los principios de inferencia que requiere. 10

Críticas a la lógica tradicional

La principal crítica suscitada contra la lógica tradicional aris­


totélica consiste en que ésta es una presentación incompleta de rela­
ciones lógicas. Leyes de la lógica de proposiciones son, o ignoradas,
o disfrazadas como leyes de la lógica de térm inos. Aunque la lógica
proposicional fue investigada sistem áticam ente por los estoicos, des­
pués de la m uerte de Aristóteles, los descubrim ientos de estos lógicos
tuvieron pocos efectos en el desarrollo de la lógica tradicional. Fue

L u k a s ie w ic z , o b r a c i t a d a , c a p ít u l o s 3 y 4.

46
sólo en el siglo xix cuando la im portancia de la lógica no silogísti­
ca empezó a ser generalm ente reconocida. Esa crítica general está
justificada.
En segundo lugar, la crítica se ha dirigido contra la lógica tradi­
cional sobre la base de que, como investigación de la lógica de tér­
minos, es incom pleta y descansa sobre un análisis erróneo de las
preposiciones singulares, es decir, preposiciones acerca de indi­
viduos, y las leyes de la conversión per accidens y alguna de las leyes
del cuadrado de la oposición, presuponen un análisis erróneo de las
proposiciones universales y particulares.

Proposiciones singulares

La lógica tradicional se representa las proposiciones singulares


y las universales como de la misma forma, T oda X es Y ’, un proce-
. dimiento que no parece honrado, pero que es inteligible. Lo mismo
que, en la frase T odo hom bre', el térm ino 'hom bre' está distribuido,
podemos decir que el térm ino 'Sócrates', como sujeto de una propo­
sición, está tam bién distribuido, puesto que se usa para hacer refe­
rencia a todo aquello a lo que puede hacer referencia, a saber: al
individuo cuyo nom bre es Sócrates. En ese aspecto, 'Todo hom bre es
m ortal' y 'Sócrates es m ortal', son proposiciones análogas, en las
cuales la m ortalidad se predica de todo aquello a que puede aplicarse
el término-sujeto. Hay, es cierto, diferencias significativas entre las
proposiciones universales y las singulares; las proposiciones singu­
lares no pueden convertirse, el individuo no puede ser predicado de
nada, aunque proposiciones acerca de individuos puedan expresarse
en enunciados en los cuales el predicado gramatical sea un nom bre
propio. Así, tenemos derecho a decir «Wellington fue el vencedor»
o «El vencedor fue Wellington», indistintam ente, para expresar una
proposición cuyo sujeto lógico es Wellington. Como, además, el indi­
viduo no puede ser predicado, un nom bre propio no puede servir
como térm ino medio excepto en la tercera figura silogística, en la
que el térm ino medio hace de sujeto en ambas prem isas. Además, las
proposiciones singulares no tienen contrarias, y la contradictoria de
una proposición singular no es una proposición particular (es decir,
ninguna proposición significativa es expresada por «Ningún Sócrates
es sabio» o «Algún Sócrates no es sabio»). Así pues, el uso de propo­
siciones singulares como prem isas o conclusiones en los silogismos
es limitado.
No obstante, puede decirse en defensa de la notación tradicional

47
que, cuando puede presentarse un térm ino singular, la proposición
en la que se presenta es lógicamente indistinguible de una proposi­
ción universal afirmativa. Si tuviéramos que definir la proposición
universal simplemente como una proposición en la que el término-
sujeto está distribuido, entonces una proposición singular estaría
correctam ente clasificada como de la form a T odo X es Y*. Al pre­
sentar las proposiciones singulares como de la form a T odo X es Y \
los lógicos han subrayado la única característica formal que tiene
en común con las proposiciones universales, en virtud de la cual pue­
den ser prem isas o conclusiones en silogismos.
Es im portante el reconocimiento de que el análisis formal de
proposiciones puede em prenderse con diferentes propósitos. Por una
parte, podemos interesarnos por ellas mismas, imponiéndonos la
tarea de exponer su estructura form al sin referencia a las relaciones
lógicas en que se encuentran entre sí proposiciones de formas dife­
rentes. Por otra parte, nuestro análisis puede tener el objetivo más
lim itado de revelar solamente aquellas características formales que
tienen im portancia para nuestra comprensión de las relaciones lógi­
cas. La crítica de los análisis formales de proposiciones hechos por
los lógicos en el pasado han sufrido frecuentem ente una desorienta­
ción por no haberse visto la im portancia de la distinción mencionada.
Como hemos visto, una proposición del tipo de 'Juan es más alto que
M aría' puede ser la prem isa m enor de un silogismo. En tal caso, lo
que tiene im portancia lógica es que el ser más alto que María se pre­
dica de Juan, es decir, que la proposición tiene la form a 'S es P\
Pero decir eso no es negar que pueda hacerse un análisis más detalla­
do de la m ism a proposición. La fórm ula Todo S es P \ puede decirse,
no representa bien la naturaleza de las proposiciones universales, pero
refleja el modo más común de expresarlas en el lenguaje ordinario,
y es por ello útil para representar las relaciones lógicas de prem i­
sas y conclusiones en los silogismos.
Aun cuando una fórm ula (como, por ejemplo, T odo S es P’ para
las proposiciones universales afirm ativas) sea lógicamente desorien-
tadora y ofrezca, además, un análisis incompleto, su utilidad para
representar las relaciones de prem isas y conclusiones en los silogis­
mos, y su estrecha semejanza con formas comunes de expresión del
lenguaje ordinario, le asegura su uso perm anente en los textos de
lógica.

48
Leyes del cuadrado de oposición, y de la conversión

La doctrina tradicional es que A implica I, que E (y, lo mismo, la


proposición que resulte de convertir una E) implica O, y que A puede
convertirse en I per accidens. A menos que esas formas de implica­
ción sean válidas debemos rechazar algunos de los modos silogísti­
cos aceptados y alguna de las leyes de la inferencia inmediata. Pero
¿son válidas?
Puede argumentarse, en sentido contrario, que, para que una
proposición valga universalmente, no es necesario que el término-
sujeto o el término-predicado encuentren casos que los ejemplifi­
quen. Afirmar Todos los contraventores de este reglamento podrán
ser demandados' no es presuponer que haya en efecto ni contraven­
tores de este reglamento ni personas que puedan ser demandadas. In­
cluso si es el caso (lo que podría negarse) que la proposición 'Ningún
hombre es inmortal' implica o presupone que hay hombres, no im­
plica que haya cosas que sean inmortales. Así pues, las leyes del
cuadrado de la oposición y de la conversión solamente pueden apli­
carse a proposiciones cuyos términos-sujeto y términos-predicado
sean 'no-vacíos'. Además, no parece necesario que las proposiciones
satisfagan esas condiciones si han de calificarse como premisas o
conclusiones de argumentaciones silogísticas válidas. Y eso ha lle­
vado a la mayor parte de los lógicos a la conclusión de que el esque­
ma tradicional de las relaciones lógicas debe ser abandonado sobre
la base de que A no implica I, que A no puede convertirse per acci­
dens, y que E, ni original ni convertida, no implica O. En consecuen­
cia, todos los modos tradicionalmente aceptados de silogismos que
tienen premisas universales y conclusiones particulares se rechazan
como ilegítimos: AAI y EAO, en la primera figura, EAO y AEO en
la segunda, AEO, AAI y AEO en la tercera, y AAI y EAO en la cuarta.
Hay dos caminos principales para salir al encuentro de esas ra­
dicales críticas de la lógica tradicional:
1. Podemos conceder que las leyes de la lógica tradicional va­
len únicamente entre proposiciones que satisfagan las presuposicio­
nes existenciales que hemos advertido. La objeción a que se adopte
esa línea de defensa es que ésta equivale a una admisión dé que el
sistema no ofrece análisis alguno de las relaciones lógicas de las
muchas proposiciones que no toleran esas presuposiciones existen­
ciales. Es poco verosímil que los defensores estén dispuestos a acep­
tar una defensa según la cual su campo de operaciones quedaría
tan duramente limitado.
2. Otra línea de defensa ha sido ofrecida por Lukasiewicz. Este

49
argumenta así: Aristóteles no introdujo en su lógica términos sin­
gulares o vacíos, sino solamente términos universales, tales como
'hombre' y 'animal', y aun esos términos pertenecen únicamente a la
aplicación del sistema, no al sistema mismo. En el sistema tenemos
sólo expresiones que valen como variables ('jB pertenece a todo A’,
etc.) y sus negociaciones; y dos de esas expresiones son términos
primitivos no definidos: tienen solamente aquellas propiedades que
son enunciadas por los axiomas. La silogística de Aristóteles, man­
tiene Lukasiewicz, no es ni una teoría de clases ni una teoría de pre­
dicados; se da aparte de otros sistemas deductivos y tiene sus propios
axiomas y sus propios problemas.11
Las diferencias entre esos dos puntos de vista pueden no ser ob­
vias, pero son importantes, y es conveniente resaltarlas. Mientras
que, según el primero, la lógica tradicional es un intento, aunque muy
incompleto, de presentar correctamente la estructura de la argu­
mentación y de las proposiciones de las cuales están compuestas las
argumentaciones, el segundo punto de vista presenta como inten­
ción de Aristóteles la de construir un sistema coherente de relacio­
nes lógicas formales entre fórmulas, más bien que un análisis de
lo que los profanos reconocen como proposiciones y argumentacio­
nes válidas. La relación de fórmulas tales como 'Todo A es B* a las
proposiciones universales del razonamiento ordinario no es, según
ese modo de ver, un asunto de importancia central para Aristóteles,
aunque se nos dice que, cuando el sistema es aplicado, tenemos dere­
cho a sustituir los símbolos A y B de las fórmulas por términos ge­
nerales, no-vacíos. Si no hubiera proposición alguna del discurso
ordinario de las cuales pudieran las fórmulas de Aristóteles ofrecer
un análisis adecuado, tal hecho no revelaría defecto alguno en el
sistema. No está nada claro que Aristóteles hubiera aplaudido esa
segunda línea de defensa. En los puntos de vista mencionados po­
demos ver dos direcciones diferentes en las que los lógicos pueden
proseguir sus investigaciones. La primera conduce a una investiga­
ción más atenta de las formas y el lenguaje de las argumentaciones
de la vida cotidiana, la segunda lleva a la construcción de sistemas
ordenados de relaciones, que engendran problemas especializados.
La lógica tradicional no proporciona un análisis formal completo
y satisfactorio de las proposiciones y sus relaciones lógicas. En ca­
pítulos posteriores consideraremos los defectos que han sido reve­
lados y veremos hasta qué punto la lógica moderna ha conseguido
proporcionar un análisis que esté libre de ellos.

11 L u k a s ie w ic z , o b r a c i t a d a , p . 13.
3
La lógica de proposiciones

La lógica tradicional reconocía como válidas dos formas de razo­


namiento hipotético que pertenecen no a la lógica de térm inos, sing
'h Va V6gica de proposiciones. Los lógicos medievales llamaron a esas
formas el modus ponens y el modus tollens.
La form a del prim ero es

Si p, entonces q
P
.*■ q

y la del segundo
Si p, entonces q
no q
nop

Además, reconocía dos form as de argum entación disyuntiva:

O p, o q
P
. . no 4

Op,oq
no q
P
61
Esos tipos de inferencia dependen de la relación formal de an­
tecedente a consecuente y de la de disyunción 1 (entre proposicio­
nes), no de la estructura interna de las proposiciones componentes.
Pero el hecho de que, por ejemplo, la estructura interna del antece­
dente y del consecuente en una argum entación del modus ponens
carece de im portancia para la validez de ésta, no fue reconocido por
los lógicos tradicionales, aunque ya había sido advertido por lógicos
estoicos poco después de la m uerte de Aristóteles. Las argum enta­
ciones de esa form a se simbolizaban en la notación de la lógica de
términos como

Si A es B, C es D
A es B
. . CesD

y se describían como silogismos hipotéticos. En palabras de R. M. Ea­


ton, «al enm ascarar esas relaciones entre proposiciones en el aná­
lisis general sujeto-predicado, y al com prim irlas en las formas
silogísticas basadas en ese análisis, los lógicos tradicionales se oculta­
ron a sí mismos la necesidad de un tratam iento más general de la
lógica que pudiera incluir la lógica de las proposiciones elementales
y no sólo la eje los térm inos».2 Realmente, no,llegaron a ver con cla­
ridad que la lógica de las proposiciones elementales era una ram a
de la lógica necesitada de investigación.
La lógica de las proposiciones comprende aquellas leyes de nece­
sidad lógica vigentes entre proposiciones, cualquiera que sea la es­
tructura interna de éstas. Esas leyes pueden presentarse en un vo­
cabulario lógico que consta simplemente de signos de proposiciones
no-analizadas, de negación, de conjunción y disyunción de proposi­
ciones, y de la relación de antecedente y consecuente. Como hemos
visto, la ley ejemplificada por la proposición de que es lógicamente
imposible que T om es australiano1 y Tom no es australiano' sean
a la vez verdaderas, es una de esas leyes. Para presentarlas sin
ambigüedad y de m anera sucinta ha sido inventada una notación es­
pecial en la que hay signos especiales para la negación, conjunción,
disyunción y relación antecedente-consecuente, y para otras relacio­
nes definibles en térm inos de las anteriores, y en la que letras del
alfabeto representan proposiciones no analizadas o no compuestas.

1 Disyunción exclusiva, no inclusiva; ver «La interpretación de las constan­


tes», en este mismo capítulo.
2 R. M. E aton , obra citada, p. 157 (ligeramente parafraseado).

52
Si utilizamos esos signos especiales nos comprometemos a observar
las reglas que gobiernan su uso en el sistema de lógica proposicional
que se llama ’cálculo de proposiciones'. El cálculo de proposicio­
nes, es im portante reconocerlo, nos proporciona una presentación
sistem ática de las leyes de la lógica proposicional, pero no necesa­
riam ente la única posible. Ese sistema será el que expondremos aho­
ra brevemente.

El cálculo proposicional

Las letras p, q, r, etc., son variables proposicionales; es decir,


pueden representar una proposición cualquiera.
Los signos especiales, que se llaman constantes, son V,
'/'• Ninguno de ellos puede usarse aisladamente, sino sólo
junto con proposiciones o variables proposicionales.
es el signo de la negación, y siempre precede a una proposi­
ción o variable proposicional,
'• \ el signo de la conjunción, y V, el signo de la disyunción, enla­
zan proposiciones o variables proposicionales.
'z )\ llamado el signo de implicación material, enlaza proposicio­
nes o variables proposicionales. Aproximadamente, representa la
relación entre antecedente y consecuente.
' = el signo de equivalencia material, enlaza proposiciones o va­
riables proposicionales que son o ambas verdaderas o ambas falsas,
o, para decirlo de otro modo, que tienen los mismos valores de
verdad.
*/', el «signo-trazo» de Sheffer, es tam bién un,signo conectivo, y
significa que no son verdaderas las dos proposiciones conectadas.
Toda fórm ula completa construida según las reglas de ese sis­
tema representa una proposición o la forma de una proposición.3
Toda proposición, sea simple o compuesta, es verdadera o falsa. De­
finimos las constantes formulando las condiciones en las cuales las
proposiciones compuestas que comprenden esas constantes son ver­
daderas o falsas. Así, definimos cuando decimqs que es
verdadera si ’p ’ es falsa, y falsa si 'p } es verdadera. Semejantemente,
definimos cuando decimos que ’p -q ’ es verdadera si tanto p como

3 Sobre ese punto ver unas páginas más adelante, «Formas proposiciona
les». En este capítulo he comprimido la exposición y formas de proposición.
Por ejemplo, '~ p ' puede servir para presentar, en un contexto, una forma de
enunciado de la que son signos componentes y ’p \ y, en otro contexto, la
forma de una proposición negativa.

53
q son verdaderas, y falsa si una de las dos proposiciones componen­
tes, o las dos, es falsa, ’p v q’ es verdadera si 'p ' es verdadera, o *q*
es verdadera, o lo son ambas. es verdadera si ’p' y 'q* son am ­
bas verdaderas o ambas falsas, o si p es falsa y q verdadera; es falsa
solamente si p es verdadera y q es falsa. ’p = q’ es verdadera si p y q
son verdaderas o si ambas son falsas, ’p / q’ es verdadera si son falsas
p o q, o ambas; es falsa si tanto p como q son verdaderas.
Las constantes no son todas prim itivas e independientes, sino,
hasta cierto punto, interdefinibles. Así, ’p - q ’ puede definirse como
’~ ( ~ P v ~ q )’.4 Del mismo modo, en el lenguaje ordinario podría­
mos pasarnos sin 'y' siempre que tuviéramos un vocabulario que in­
cluyera 'o' y 'no'; podríam os reemplazar, aunque con cierta inco­
modidad, «Juan cayó y Jaime tropezó con él», por «No es el caso que
0 Juan no cayese o Jaime no tropezase con él». Las constantes ' 3 '
y ' = * pueden ser definidas en términos de y o de V y
m ientras que, como hemos visto, fórmulas que empleen y
pueden reemplazarse por otras que empleen V' y y viceversa.
Así, lo mismo que ’p -q ’ puede definirse como ' ~ ( ~ p v —qY, ’p v q >
puede definirse como ' ~ ( ~ p - ~ q ) \ ’p=>q’ puede reemplazarse o por
1 ~ p v q’ o por ~ q ) ’t puesto que, como hemos visto, una pro­
posición de la form a 'p D ^ ' es falsa solamente si ’p ’ es verdadera y
V falsa (para todos los demás valores de verdad es p y q, ’p^>q' es
verdadera) y las mismas condiciones de verdad valen para *~p v q’
y para ' ~ ( p - ~ q ) ’. Del mismo modo, fp = q' puede ser reemplazada
por ’(pz>q)-{qz>py.
Esa sustitución de una fórmula, en la que se emplea un equipo
de constantes, por otra fórmula, en la que se emplea otro, resulta
más inteligible para algunos cuando las constantes se reemplazan
por conjunciones del lenguaje ordinario equivalentes o aproximada­
mente equivalente a aquéllas. Con esa intención puede leerse
como, o ser reemplazada por, 'no'; V, por 'o'; '•' por 'y'; 'z>', por 'si'
(con lo que ’p=)q’ se lee: 'si p} q’)'t y ' = ', por 'si, y sólo si'. Puede
verse, pues, que igualar definicionalmente con *~p vq’, o
’~ {P ’ ~ q’), es lo mismo que igualar el significado de 'si p, q ’ con
'o rio-p, o q' o con 'no-p y no-q’ (o, más idiom áticam ente, 'no-p sin q’).

4 Como sólo quiero ofrecer una breve revisión del cálculo, no haré una
explicación detallada del mismo. La función de los paréntesis puede ser fácil­
mente comprendida por quien haya estudiado álgebra elemental. En este caso
se trata de dejar claro que la parte de la fórmula entre paréntesis se niega como
un todo por el ~ precedente. Similarmente, por \ p v q) v r’ expresamos la
disyunción de 'p v q’ como un todo, y V; por 'p v (q v r), la disyunción de 'p' y el
todo *q v r.

54
Para utilizar un ejemplo particular, tratam os como sinónimos «Si
llueve, el sol está oculto», «O no llueve, o el sol está oculto», y
«No llueve sin que el sol esté oculto».
La interdefinibilidad de las constantes del cálculo posibilita que
su número se reduzca a dos — y V; y o —, o, si se
admite el signo-trazo, por éste sólo.5
Así pues, podemos expresar todas las relaciones entre proposi­
ciones de las que depende la lógica proposicional, a saber: negación,
conjunción, disyunción, implicación m aterial y equivalencia m ate­
rial, por medio de sólo dos constantes. Estas (' ~ ’ y ' •',' ~ ' y V, o ' ~ '
y ’3 ’) pueden considerarse como signos de conceptos primitivos y
no definidos. Pero, lo mismo que no sería conveniente reducir las
conexiones lógicas del lenguaje ordinario a 'y' Y o a 'o' y ’no',
suele considerarse inconveniente reducir a dos las constantes del
cálculo, y las fórm ulas que emplean las otras constantes que hemos
presentado (aparte de '/') se introducen habitualm ente como abre­
viaturas definicionales de fórmulas en las que sólo se utiliza el par
básico. Las definiciones se introducen así: 6

P^Q = ~(P.~Q) Df.


P v Q = ~(~P-~Q) Df.

Lo que determ ina la verdad de las proposiciones compuestas, es


decir, proposiciones que son negadas o comprenden disyunción, con­
junción, implicación m aterial o equivalencia m aterial, es la verdad o
falsedad de las proposiciones no-compuestas con que están construi­

5 Puesto que 'p¡q' es verdadera si al menos una de las dos proposiciones


p o q es falsa, ’p /q ’ es equivalente a ' ~ (p -q )’, o a ~p v z>q\ Si utilizamos
como única constante, ’p /q ’ reemplaza a '~p', ’(p /q ) / (p/q)’ reemplaza
a ’p q’, (p/p) / (q/qY reemplaza a ’p v q’, ’p /(q /q )’ reemplaza a '/?=><?'. La iden­
tidad de los valores veritativos de ambos miembros de cada uno de esos pares
de fórmulas puede comprobarse por las tablas veritativas (ver poco más ade­
lante). Nosotros no utilizaremos la función en los ejemplos siguientes. Lo
que se gana en el aspecto de la economía notacional es contrapesado con
exceso, al menos al principuio, por lo que se pierde en facilidad de inteligibi­
lidad en las fórmulas resultantes.
6 El signo '= ... Df.' no es una constante del cálculo proposicional, y, por
lo tanto, no se utiliza en fórmulas que expresen leyes lógicas. Solamente se usa
para exponer la interpretación de los símbolos utilizados para expresar leyes
lógicas. Larazón de que se empleen letras mayúsculas, ’P’'Q', 'R ', etc., en defi­
niciones y en la expresión de las reglas del cálculo,enlugar de las variables
V, V, etc., es el deseo de excluir definiciones y reglas de las leyes del sistema,
e indicar que definiciones y reglas se aplican con toda generalidad a todas las
fórmulas del cálculo.

55
das. Así, fp • qf es verdadera si *p’ es verdadera y ’qf es verdadera; 'p^>q'
es falsa si y sólo si ’p* es verdadera y ’q’ es falsa. Nada hay en eso que
pueda sorprendernos. 'Juan cayó y Jaim e tropezó con él' es una propo­
sición com puesta verdadera si es verdadero tanto que Juan cayese co­
mo que Jaime tropezase con él. Está, entonces, claro que podríamos
proceder indefinidamente a construir fórmulas de proposiciones com­
puestas que serían contingentemente verdaderas o falsas según que
fuesen verdaderas o falsas sus proposiciones componentes. Pero hay
algunas fórm ulas que producirán siempre proposiciones verdaderas,
y otras que producirán siem pre proposiciones falsas, cualesquiera que
sean las proposiciones que sustituyan a ’q’ y V. Así, cualquiera
que sea la proposición que sustituya a p en ' ~( p- ~ p )\ la proposición
compuesta resultante será verdadera, y cualquiera que sea la pro­
posición que sustituya a p en fp • ~ p \ la proposición compuesta resul­
tante será falsa. Podemos, pues, distinguir tres clases de fórmulas:
1) Contingentes, tales como ’p^>q’, que pueden producir una pro­
posición compuesta verdadera o una falsa. 2) Lógicamente verda­
deras, lógicamente necesarias, tales como 'p v ~ p '; dichas fórmulas
expresan leyes lógicas. 3) Lógicamente falsas, lógicamente imposi­
bles, como 'p- ~ p \

Tablas veritativas

Hay un sencillo método para establecer si las fórmulas son con­


tingentes, lógicamente necesarias o lógicamente imposibles y si unas
fórmulas son o no equivalentes a otras. Es el método de las tablas
veritativas, que puede explicarse con gran facilidad m ediante unos
ejemplos de su empleo. Damos a continuación la tabla veritativa para
la fórm ula ’p ^ q ’:

P <1 p-=>q

1. V V V
2. V F F
3. F V V
4. F F V

En la línea superior, a la derecha, está im presa la fórm ula so­


m etida a consideración. A su izquierda se inscriben en columnas
separadas sus variables proposicionales componentes, y, bajo éstas,
cuatro combinaciones de V («verdadera») y F («falsa»), que son to­

56
das las posibles. En la columna de la derecha se registran los corres­
pondientes valores veritativos (es decir, V o F) de la fórm ula como
un todo, para cada una de las posibles combinaciones de verdad o
falsedad de sus componerítes. Podemos ahora leer los posibles valo­
res de verdad de la fórmula, horizontalmente y línea por línea: «Si
p es verdadera y q es verdadera, entonces p^>q es verdadera; si p
es verdadera y q es falsa, entonces pz^q es falsa; si p es falsa y q es
verdadera, entonces pz^q es verdadera; si p es falsa y q es falsa,
entonces pz>q es verdadera». Esa tabla puede interpretarse como
estableciendo las «condiciones veritativas» de la fórmula ’pz>q, y, en
consecuencia, como form ulando las reglas para el uso del signo ' z)\
Consideremos a continuación un caso en el que las reglas de
uso de la constante 'zj' se dan supuestas, y nuestra tarea consiste
en decidir sobre las condiciones veritativas de una fórmula, a la luz
del conocimiento de aquellas reglas.

P 9 r [(p=>gM gr>r)] =>(p=>r)

1. V V V V V V V V
2. V V F V F F V F
3. V F V F F V V V
4. V V F F F V V F
5. F F V V V V V V
6. F V F V F F V V
7. F F V V V V V V
8. F F F V V V V V
(1) (4) (2) (5) (3)

Los números bajo las columnas de V y F dan el orden en que los


valores veritativos de las partes de la fórmula, para todos los valo­
res veritativos de las proposiciones elementales constituyentes, son
calculados.
Así, las constantes en las columnas (1), (2) y (3) —que son siem­
pre ' 3 '— son las de m enor alcance; el alcance de (columna (4),
es mayor ('•' conecta ’(pziq)' y ’( q ^ r ) ’), m ientras que el alcance de
’=>' en la columna (5), llamada la constante principal, es el m ayor
de todos. Los paréntesis indican qué elementos han de tom arse jun­
tos y también en qué orden han de tomarse. La constante princi­
pal puede ser com parada al verbo principal de una oración com­
puesta, las otras a los verbos de las cláusulas subordinadas. Los
valores veritativos de la columna (4) se determ inan por los valores
veritativos de las columnas (1) y (2), m ientras que los de la colum­

57
na (5), que son los valores veritativos de la fórm ula como un todo,
están determ inados por los de las columnas (4) y (3). Como ya hemos
dicho, el valor veritativo de una fórm ula o parte de una fórm ula se
determ ina por la verdad o falsedad de las formas proposicionales
elementales componentes, de acuerdo con las reglas de su constan­
te. En la anterior tabla veritativa se verá que la columna (5) consta
de una serie ininterrum pida de V. Así, para todas las posibles combi­
naciones de valores de verdad de ’p ’, ’q’ y V', la fórm ula expresa una
proposición que es verdadera. ’[(p'Dq)-(qzDr)]'D(pz3ryt es, pues,
lógicamente verdadera, o una ley lógica. Cuando la columna bajo la
constante principal de una tabla veritativa consta de V y F mezcla­
das, la fórm ula es contingente; cuando consta de una serie ininte­
rrum pida de F, es lógicamente falsa.
Un tercer ejemplo m ostrará cómo podemos, m ediante tablas
veritativas, exhibir la equivalencia de fórmulas.

p <1 ~pvq

V V V V
V F F F
F V V V
F F V V

Para todos los valores veritativos de p y q, cuando ’p=>q’ es ver­


dadera, ’~ p v q’ es verdadera; cuando 'prx?' es falsa, ’~ p y q’ es
falsa. Así pues, son fórmulas lógicamente equivalentes, y cualquiera
de ellas puede sustituir a la otra sin alteración alguna en su valor
veritativo.

Formas proposicionales

En el punto al que hemos llegado hacen falta algunas palabras


acerca del status de las fórmulas del cálculo de proposiciones. ’p^>q'
no es en sí m ism a una proposición, sino una form a proposicional.
No es ni verdadera ni falsa, sino una form a que pueden tom ar tanto
proposiciones verdaderas como proposiciones falsas. En contraste,
'p v ~ p ' puede interpretarse o como una form a proposicional o como
una ley lógica. Es una form a proposicional en tanto que puede ser
ejemplificada, por ejemplo, por 'O Tom es australiano o Tom no es
australiano’. Al mismo tiempo puede entenderse como la formula­
ción (incompleta) de una ley, que rezaría: 'Cualquier proposición,

58
verdadera o falsa, o es verdadera o no es verdadera1, o bien, T oda
proposición, o es verdadera o es falsa'.7 Del mismo modo, es razona­
ble adscribir un status dual a fórmulas tales como 'p • —p \ y descri­
birlas como formas proposicionales o como imposibilidades lógi­
cas. 8

El sistema

Ahora podemos ver cómo sin la ayuda (o, más fácilmente, con
ella) de las tablas veritativas, es posible ordenar las fórmulas del
cálculo de proposiciones bajo distintos encabezamientos. Podemos
colocar bajo uno leyes lógicas, bajo otro imposibilidades lógicas,
bajo un tercero fórmulas contingentes. Además, podemos exhibir
las relaciones lógicas que se dan entre fórmulas, que una fórm ula es
compatible o incompatible con otra, o equivalente a otra, etc. Pero
los lógicos no se han dado por satisfechos con un procedimiento tan
poco sistemático. En vez de eso, han emprendido la tarea mucho
más considerable de m ostrar que las leyes de la lógica proposicio-
nal son interdependientes y constituyen un sistema lógico deductivo
completamente inteligible. Los más influyentes de los adelantados
en esa empresa fueron W hitehead y Russell, y es el procedimiento
seguido por éstos el que vamos a considerar brevemente.
En prim er lugar, determ inadas ideas o conceptos se aceptan
como primitivos y no definidos; luego, otras ideas o conceptos se
definen en términos de aquéllos, y se inventan signos escritos o im­
presos para expresarlos. Después se establecen ciertas proposiciones
como axiomas o leyes primitivas. Estas sirven como prem isas a par­
tir de las cuales se deducen (o «derivan») todas las restantes leyes
de la lógica de proposiciones. A las leyes de ese segundo tipo se les
llama teoremas, y son análogas a los teoremas de la geometría. La

7 Para la formulación inequívoca de leyes lógicas necesitamos un signo de


'cuantificación universal'. Así, la ley de tercero excluido (que toda proposición es
necesariamente verdadera o falsa) se expresaría como \p ) (p v ~ p )\ donde (p)
ha de leerse como 'sea p la proposición que fuere', o, más brevemente, 'para
toda p', y se conoce técnicamente como un 'cuantificador universal'. Si una
fórmula expresa una ley lógica, debemos siempre entender sus variables pro­
posicionales componentes como cuantificadas universalmente. Así, como ex­
presión de una ley '[(p=D^).(^=>r)]=)(pz)r)', es una abreviatura de '(p)(¿7 )(r)
{ [{pz>q) (<5rz>r)]=>(pz>r) \ Pero los cuantificadores pueden ser omitidos, y
generalmente lo son, cuando está claro por el contexto que una fórmula ha de
entenderse como expresiva de una ley.
8 Pero ver el final de este capítulo.

59
deducción de teoremas a p artir de los axiomas del sistema se lleva
a cabo de acuerdo con un núm ero limitado de principios de infe­
rencia.
En el sistema de los Principia Mathematica9 se tratan como pri­
mitivos los conceptos siguientes:

1. El de proposición, representado por las letras 'p\ 'q\ V, etc.


2. El de disyunción inclusiva, representado por V, y por el
cual una proposición de la form a *p y q* es verdadera si son verdade­
ras o ’q’, o ambas.
3. El de negación proposicional, representado por ' ~ \
Tres constantes se introducen por definición:

P^>Q=~PyQ Df.
P Q = ~ ( ~ P V ~Q) Df.
P = Q = (Pz>Q) ■(Q=>P) Df.

Se seleccionan cinco leyes primitivas:

1. ( pyp) z >p
2. qzD(pyq)
3. ( py q)iD(qy p)
4. ( p y ( q y r ) ) z D( q y ( p y r ) )
5. (qz>r)z)((p y q)z)(p y r))

La derivación de las otras leyes del cálculo proposicional se realiza


de acuerdo con tres reglas operacionales.

1. La regla de sustitución en variables, por la cual, cualquier va­


riable proposicional en una fórm ula lógicamente verdadera puede
ser uniformem ente reemplazada por cualquier otra fórm ula «de fun­
ción veritativa», es decir, por una fórm ula construida con los símbo­
los del cálculo que pueden representar una proposición verdadera
o falsa. Así, si es una ley, la sustitución de ’p ’ por *p y q ' pro­
duce una ley, \ p y q)z>(p y q)’.
2. La regla de sustitución por definición, por la cual, en una
fórmula lógicamente verdadera podemos sustituir una fórm ula por
cualquier otra equivalente según las definiciones de las constantes
del sistema. Así, si ’P Q = ~ ( ~ P v ~Q ) Df/, podemos sustituir
’p - q ^ q - p ’ por ' ~ ( ~ p v ~q)z> ~ ( ~ q y ~ q ) \

9 Prim era edición, 1903.

60
3. La regla de inferencia, que es el principio del modus ponens,
por el cual, si son leyes 'P' y 'Pz>Q', podemos deducir 'Q' como
una ley.
No se pretende que únicam ente a p artir de las prim eras leyes
enumeradas, y no a p a rtir de otro equipo de leyes, puedan derivar­
se las restantes leyes de la lógica de proposiciones, ni que solamente
las constantes y V puedan aceptarse como primitivas. Se reco­
noce que los cinco axiomas de los Principia Mathematica pueden ser
sustituidos por un trío de axiomas, y algunos lógicos han aceptado
como primitivas las constantes *~ ' y ' • o ' ~ ' y ' z > o
Haber escogido un grupo de axiomas que fueran necesarios, in­
dependientes y coherentes, y a p a rtir de los cuales pudieran ser
rigurosamente deducidas las restantes leyes de la lógica proposicio-
nal, fue un logro de prim era m agnitud en la historia de la lógica.
Junto con la construcción de las demostraciones de los teoremas, es
una empresa comparable en originalidad y perspicacia imaginativa
con la sistematización de la geometría euclidiana. Es ése un hecho
que fácilmente podemos dejar de reconocer, pues seguir el hilo de
las demostraciones, después de que han sido construidas, no exige
del estudiante otra cosa que el dominio de la notación, y que reconoz­
ca, paso por paso, la conclusividad lógica de la argumentación. Ha­
cer tal cosa no exige ni originalidad ni imaginación.
Pero no es mi intención aquí ilustrar el procedimiento de de­
mostración adoptado. Podemos advertir, de pasada, que las leyes
tradicionales del pensam iento (o «primeros principios de la lógica»),
representadas en el cálculo por ’p^>p’ («principio de identidad»),
' ~(p- ~ p )’ («principio de contradicción») y ’p v ~ p ’ («principio de
tercero excluido») no están incluidas en los axiomas del sistema.
Aunque los cinco seleccionados son necesarios y evidentes por sí
mismos, no son más obvios que otras muchas leyes. Lo que deter­
minó su selección fue el hecho de que a partir de ellos podían ser
derivados los demás. Los constructores del sistema no tuvieron en
cuenta, para sus fines, que otras leyes pudieran parecer «desde un
punto de vista de sentido común» más fundam entales o im por­
tantes.

La lógica y el cálculo

Es oportuno preguntarse qué nos autoriza a llam ar a ese sistema


que hemos venido considerando un sistema lógico. La respuesta es
sencilla. Los axiomas que sirven como prem isas son leyes necesarias

61
de lógica, y los teoremas derivados de aquéllas se siguen de acuerdo
con otras leyes o principios lógicos igualmente necesarios. Los axio­
mas no están arbitrariam ente seleccionados o prescritos; es decir,
no valen porque un innovador lógico los haya establecido. No son
reglas, en el sentido de la palabra 'reglas' en el que hablamos de 'las
reglas de un juego’. No tiene sentido decir de reglas así que sean
necesarias o verdaderas; valen, porque el inventor de un juego ha
decidido que valgan. Los axiomas del cálculo de proposiciones son,
pues, verdades necesarias, indemostrables. Si se preguntase cómo
sabemos que son necesarios, tendríam os que llegar a contestar fi­
nalmente que son evidentes por sí mismos; es decir, que tendría­
mos que apelar a un hecho psicológico más bien que lógico, al hecho
de que reconocemos intuitivam ente que son verdaderos.10
Como hemos tenido ocasión de advertir anteriorm ente, un pre-
requisito del estudio de la lógica es la capacidad de distinguir lo
lógicamente verdadero de lo lógicamente falso, lo que es válido de
lo que no lo es. Pero el vocabulario que utilizamos al hablar acerca
del cálculo de proposiciones puede llevarnos con facilidad a enten­
der erróneam ente su naturaleza, en particular la aplicación de la
palabra 'reglas' a los procedimientos operativos de acuerdo con
los cuales se dem uestran los teoremas. Son reglas en tanto que pres­
criben las rutas, dentro del sistema, en las que han de llevarse a cabo
las demostraciones. Pero sólo pueden prescribirse porque son, inde­
pendientem ente de cualquier prescripción de los lógicos, formas
válidas de diferencia. Si dos expresiones son, desde un punto de vis­
ta lógico, sinónimas, entonces es válido sustituir una por otra; la re­
gla que perm ite la sustitución uniforme en variables solamente pue­
de ser una regla porque expresa un principio lógico verdadero. La
regla de que dentro del sistema nos está perm itido proceder de pre­
misas a conclusiones mediante el modus ponens, no nos manda hacer
inferencias de ese tipo, más bien nos prohíbe incluir en nuestras de­
mostraciones inferencias de otros tipos.
Estrictam ente no puede haber 'reglas de inferencia'. Solamente
puede haber 'reglas' para hacer cosas que podemos hacer por arbi­
trio, y no inferimos por arbitrio. Inferir no es 'dar un paso', sino
reconocer que hay una implicación. No es hacer nada yo (en un sen­
tido activo), sino más bien que algo me ocurra. Se puede ordenar
a un policía que estudie detenidam ente a los que entran en una ofi­
cina, o que les registre, pero no se le puede ordenar que les reconoz­
ca. No podemos decidir inferir de proposiciones que creemos verda-
10 Aunque ésa no es toda la historia, como intentaré mostrar en el capí
tulo 7.

62
deras que es verdadera otra proposición, más de lo que un policía
puede decidir reconocer a los visitantes. Ordenar a otro que infiera
de que todos los hombres son m ortales y los griegos son hombres que
los griegos son m ortales sería emplear mal el lenguaje o revelar
una radical incomprensión de la naturaleza del pensamiento. O yo
Veo' (o 'topo con’) que la consecuencia se sigue, o no lo veo. Pero
si yo dejase de ver que una consecuencia se sigue, de nada me servi­
ría decidir ver que se sigue. Así, si infiero de acuerdo con el princi­
pio del modus ponens es porque éste es un principio válido. Sola­
mente se me puede pedir que infiera de acuerdo con él en el sentido
de que se me puede pedir, en un sistema de lógica dado, que no
cuente como pruebas demostraciones hechas de acuerdo con otros
principios lógicos válidos.
La prueba presupone siempre la validez de los principios lógi­
cos. Al probar debemos apelar a la capacidad de nuestros oyentes
o lectores para distinguir entre las argum entaciones sólidas y las
que no lo son. Podemos, ciertam ente, construir sistemas deductivos
cuyas premisas sean postulados arbitrarios sin pretensiones de ver­
dad o de necesidad lógica, y que no valen sino porque se ha estable­
cido que valgan; pero cuando desarrollam os tales sistemas y deduci­
mos teoremas a p artir de esos postulados, los principios de acuerdo
con los cuales.realizamos nuestras derivaciones no pueden tener,
ellos mismos, el status de reglas de procedimiento arbitrarias. Deben
ser principios lógicos válidos, en contraste con las prem isas del sis­
tema. Como he dicho, el cálculo proposicional no es un sistema de
ésos. Al ser un sistema lógico, las prem isas en las que tiene su punto
de partida son principios lógicos necesarios y, por lo tanto, del mis­
mo status que los principios de acuerdo con los cuales se deducen
los teoremas. En realidad, todas las leyes del sistema, sean prim i­
tivas o derivadas, son leyes de inferencia válida. El cálculo de pro­
posiciones presenta consistentem ente la lógica de las proposiciones
y muestra cómo, al reconocer ciertas formas de proposiciones como
leyes lógicas, nos vemos obligados, en conform idad con esas leyes,
a aceptar otras leyes lógicas, que pueden ser reconocidas indepen­
dientemente.

La interpretación de las constantes

Si hemos de aceptar la pretensión de que el cálculo de propo­


siciones nos proporciona un análisis correcto de la lógica proposi­
cional, debemos quedar convencidos de que las constantes lógicas

63
del sistema representan adecuadamente las propiedades formales
de las proposiciones negativas y compuestas, y, en consecuencia, sus
posibles relaciones lógicas. Las definiciones de las constantes, ¿justi­
fican que interpretem os p' como 'n o - p ’p - q ’ como ’p y q \ ’p v q’
como 'p o q \ ’p^>q’ como 'si p, entonces q’?
'~ ' no plantea dificultades como signo de negación proposicio-
nal, utilizado bien con proposiciones, como ' ~( Tom es australiano)',
o bien con form as proposicionales. Es lícito que lo leamos como
'no'.
el signo utilizado para la conjunción de proposiciones o de
formas proposicionales, parece a prim era vista tener una función
distinta de la de la palabra 'y' de los lenguajes ordinarios. En el
cálculo, el orden de las proposiciones unidas por es indiferente,
y ’p - q ’ es m aterialm ente equivalente a ’q*p*. Pero hay proposiciones
enlazadas por 'y', en el lenguaje ordinario, que parecen variar de sig­
nificado cuando se invierte su orden. Así, «Juan se puso a trabajar
y aprobó su examen» no es idiom àticam ente intercam biable con
«Juan aprobó su examen y se puso a trabajar». Pero esa aparente
disparidad no revela inadecuación alguna de parte del cálculo. En
el enunciado del lenguaje ordinario antes citado, 'y' equivale a 'y
luego' o a 'y, en consecuencia'. Así, cuando lo utilizamos, lo que afir­
mamos es, prim ero, que Juan se puso a trabajar, y, segundo, que
después de, o como resultado de ponerse a trabajar, aprobó su exa­
men. Así pues, la proposición no es, después de todo, la misma que
'Juan se puso a trabajar. Juan aprobó su examen'. La lección de
que debemos aprovecharnos es que m ientras ' •' es el signo de la con­
junción pura y simple, 'y', en el lenguaje ordinario, se usa a veces
lingüísticamente para expresar algo más que la conjunción pura y
simple.
Debe advertirse que la constante sirve no solamente para 'y',
sino tam bién para 'pero' y 'aunque', pero en eso no debe verse una
debilidad, sino una mayor fuerza del signo del cálculo proposicional.
Al emplear una sola constante para expresar la conjunción, cuales­
quiera que sean las formas de expresión de los lenguajes naturales,
el cálculo distingue lo que tiene im portancia lógica de lo que no la
tiene. 'Pero' difiere de 'y' en tanto que no se limita a la conjunción
de proposiciones, sino que además revela la actitud del que habla
(o la que el que habla supone en su auditorio) por lo que hace a las
proposiciones afirmadas. Cualquiera que sea la palabra que seleccio­
ne el hablante, la proposición de que hace aserción es la misma; y lo
que interesa a la lógica son las formas de las proposiciones, y no
nuestra actitud hacia las proposiciones. Lo que determ ina que un

64
hombre diga «Es pobre pero honrada» m ejor que «Es pobre y hon­
rada», constituye un problem a para la psicología o la sociología, pero
carece de interés para la lógica.
La constante V significa disyunción inclusiva, y no exclusiva;
es decir, una proposición de la form a *p v q' es verdadera no sólo
cuando uno de los términos de la disyunción es verdadero, sino tam ­
bién cuando lo son ambos, m ientras que, en la lógica tradicional, se
consideraba que las conexiones disyuntivas excluían la verdad de uno
de los miembros. En ambas interpretaciones se excluye la falsedad de
ambos miembros. En el cálculo, la fuerza de la disyunción exclu­
siva puede hacerse explícita m ediante expresiones de la form a
\ p v q)- ~(p-qY- En los lenguajes ordinarios parece que sólo el uso
convencional determ ina si las disyunciones han de interpretarse co­
mo inclusivas o exclusivas; * pero en el cálculo es más conveniente
operar con una conectiva que sea inclusiva. Siempre que las reglas
para el uso de V queden entendidas, ese signo puede leerse, sin con­
fusión, como «o».
La constante ’:d' presenta mayores dificultades; y la pretensión
de que represente exactamente la relación entre antecedente y con­
secuente en una proposición hipotética, requiere alguna mayor dis­
cusión que los problemas planteados por las otras constantes. Las
proposiciones de la forma ’pz>qf son verdaderas si p es verdadera y
q es verdadera, o si p es falsa y q es verdadera o falsa; son falsas
únicamente si p es verdadera y q es falsa. Si las mismas condiciones
de verdad valiesen para las proposiciones hipotéticas, auténticas
proposiciones hipotéticas corresponderían a los siguientes enun­
ciados:

1) ’Si Colón llegó a América en 1492, Barcelona es puerto de


m ar’.
2) 'Si Colón llegó a América en 1490, Barcelona es puerto de
m ar’.
3) ’Si Colón llegó a América en 1490, Barcelona es la capital de
Suiza’.
* El uso del castellano, por ejemplo, hace entender «vencer o morir» como
una disyunción exclusiva, y «Rubias o morenas, me gustan» como una dis­
yunción inclusiva. Pero otras muchas veces el uso no es decisivo. Así, «¿Qué
vamos a comprar a los niños? — Libros o juguetes», puede entenderse, sin ne­
cesidad de añadirlo, «o ambas cosas» (disyunción inclusiva); pero en una si­
tuación de especial apuro, o intención poco generosa de los compradores, se
entendería como exclusiva, «o lo uno, o lo otro». El lenguaje natural puede
hacer desaparecer la ambigüedad por el tono de voz (especialmente al pronun­
ciar «o»), el gesto, o algún otro medio. (Nota del traductor.)

65
Porque en 1), tanto el antecedente como el consecuente son ver­
daderos; en 2), el antecedente es falso y el consecuente es verdadero;
y en 3), tanto el antecedente como el consecuente son falsos. El hecho
de que proposiciones como ésas no se form ulen en el discurso ordi­
nario, y que, aunque se form ularan, no sabríamos si llamarlas ver­
daderas o falsas, ¿desacredita la pretensión de que ' 3 ' represen­
te 'si'?
Las proposiciones hipotéticas que tenemos ocasión de afirm ar
son proposiciones condicionales, el antecedente de las cuales formu­
la las condiciones bajo las cuales se realiza el consecuente.11 Afirmar
«Si llueve se suspenderá el partido» es enunciar una condición según
la cual el partido será suspendido. Así, para que una proposición
hipotética sea plausible suele ser necesario que podamos ver la rea­
lización del antecedente como significativa para la realización del
consecuente. Eso es lo que falta en las anteriores 1), 2) y 3). La
fecha de la llegada de Colón a América no im porta a la verdad de los
tres consecuentes.
Veamos si podemos establecer de qué modo los antecedentes
pueden ser significativos para los consecuentes. Se ha supuesto a
menudo que la relación es de implicación. El antecedente de la pro­
posición 'Si ningún com unista es miembro de la policía m ilitar nor­
teamericana, ningún miembro de la policía m ilitar norteam ericana es
comunista', lleva consigo la necesidad del consecuente; lo mismo
que 'Si Juan es soltero, no está casado'. Pero una de las conquistas
de los adelantados de la lógica proposicional es haber reconocido que,
aunque sea natural expresar implicaciones en la form a hipotética,
no se da necesariamente entre antecedente y consecuente relación
alguna del tipo de la de implicación. La caída de la lluvia no implica
(aunque esté causalmente relacionada con) la suspensión del par­
tido. Pero por el hecho de que la proposición implicante y la im­
plicada suelen vincularse hipotéticam ente, resulta un error fácil
suponer que la función de 'si', como tal, sea expresar una relación
lógica. En realidad no necesita haber ningún vínculo significativo
entre proposición y proposición para que éstas se enlacen hipoté­
ticamente. La condición mínima que debe satisfacerse para que
una proposición hipotética sea verdadera es que no se dé el caso de
que el antecedente sea verdadero y el consecuente falso. Es un poco
paradójico, sin embargo, que esa relación m ínima pueda llamarse
'implicación m aterial'. Es desorientador utilizar la palabra 'implica­
ción', aunque calificada, para designar una relación que se da entre

11 Pero ver la nota 12 de este mismo capítulo.

66
p y q (tanto si p implica q, en el sentido ordinario, como si no)
con sólo que no se dé el caso de que p sea verdadera y q falsa.
La doctrina im plícita en el cálculo es que el único hecho, a pro­
pósito de las proposiciones hipotéticas verdaderas, que tiene im­
portancia lógica para las relaciones en que éstas puedan estar —por
lo que hace a las proposiciones elementales— es que si sus antece­
dentes son verdaderos sus consecuentes no pueden ser falsos. No
por eso se niega que el hecho de que en un caso dado se satisfaga esa
condición puede no ei una razón adecuada para vincular hipoté­
ticamente dos proposiciones, y el lógico no se siente más inclinado
que el profano a afirm ar hipotéticas contingentes del tipo de 'Si
Colón llegó a América en 1492, Barcelona es puerto de m ar'. El lógico
convendría, sin duda, en que, en la práctica, uno no debe hacer una
aserción así a menos que piense de algún modo la verdad del ante­
cedente como una condición de la del consecuente. El cálculo no se
interesa por el análisis de las formas de proposiciones hipotéticas
contingentes más que en cuanto pueden presentarse como compo­
nentes de leyes lógicas. La ley \p zD q )^( ~qz> ~ p ) ’ tiene como com­
ponentes las fórmulas contingentes ’p^>q’ y ’~ q z > ~ p \ Qué propo­
siciones pueden vincularse como 9p* y ’q’ para form ar una proposi­
ción hipotética significativa de la forma ’p^>q', es una cuestión que
el lógico no necesita plantearse ni contestar. Lo que le interesa es
m ostrar que si una proposición significativa sustituye a lle­
vará como consecuencia una proposición de la forma ’~ q z D ~ p ’. 'Si
es el caso que si Colón llegó a América en 1492, Barcelona es puerto
de mar, entonces, si Barcelona no es puerto de m ar, Colón no llegó
a América en 1492', es una proposición significativa a pesar de que
las proposiciones hipotéticas con las que está construida (y de las
que no se afirm a que sean verdaderas) no lleguen nunca a tener oca­
sión de emplearse en el lenguaje ordinario.
Pero, aun admitiendo todo eso, podemos seguir considerando
que el significado de 'si p, ql difiere im portantem ente del de ’p^>q’-
'Si llueve se suspenderá el partido' es incompatible con 'Si llueve no
se suspenderá el partido'; en el lenguaje ordinario, una proposición
es la contraria de la otra. Pero, en el cálculo, ’p^>q’ y ’pzD ~q* repre­
sentan formas de proposiciones que pueden ser a la vez verdaderas,
m ientras que ’~pz) (pzDqy y ’~pz>(p^> ~ q ) ’ son ambas lógicamen­
te verdaderas.

Veamos cómo se produce esa disparidad. Cuando decimos algo


de la form a 'si p, q \ hacemos aserción de lo que ocurre con una
condición dada, y nuestra aserción es desm entida si, aunque se satis­

67
faga la condición, no se realiza el consecuente. 12 ¿Qué decimos, en­
tonces, cuando la condición no se satisface? Si 'si p, q’ tuviera la mis­
ma fuerza que ’p u q ’, diríamos que la proposición original había
sido comprobada, puesto que las proposiciones de la forma fp ^ q f
son verdaderas cuando p es falsa. Pero ésa no es la respuesta que
daríamos. N uestra proposición original —pongamos, por ejemplo,
'Si llueve el partido será suspendido'— no hace aserción de lo que
ocurrirá si no llueve, sino solamente de lo que sucederá si llueve. La
proposición no proporciona ni trata de proporcionar información
alguna acerca de cuál sería el caso si la condición no se realizase.
Así pues, en el caso de las proposiciones hipotéticas, una de las pre­
suposiciones del análisis de funciones veritativas de las proposicio­
nes compuestas es inaplicable; a saber: la pretensión de que la
verdad o falsedad de toda proposición compuesta se determine por
la verdad o falsedad de sus proposiciones componentes, y que la pro­
posición compuesta tenga un valor de verdad para todas las posibles
combinaciones de verdad y falsedad de sus proposiciones componen­
tes. La tabla veritativa para ’p=>q’ es:

p q p^q
V V V
V F F
F V V
F F V
Pero, puesto que una proposición hipotética no hace aserción
sino de cuál es el caso si se realiza el antecedente, su tabla veritativa
sería, en el m ejor de los casos,

P q Si p, q
V V V
V F F
Pero ni aun eso serviría. M ientras que, para que sea verdadera
'p-q', basta con que *p’ y ’q’ sean, cada una, verdaderas, la verdad
¿e P Y qf tomadas por separado, no pueden garantizar la verdad de
'si p, q \ cuando la palabra 'si' se emplea del modo normal. En otras
12 Esa es la función clásica, no la única, de las proposiciones de esa forma.
Habría que dar explicaciones diferentes de enunciados como «Si quieres mi
opinión, ése es un pillo», o «Si ése es honrado, entonces yo soy el archipámpano
de las Indias».

68
palabras, no hay función de verdad para las proposiciones de la
forma ;si p, q\
La equivalencia, en el sistema del cálculo proposicional, de
’pz>q’, 1~ p v q’ y ;~(p- requiere una inspección más minuciosa.
En lugar de decir 'Si llueve el partido será suspendido’, podemos in­
dudablemente decir, sin que cambie el significado, ’O no llueve, o el
partido será suspendido' o ’No lloverá sin que el partido sea sus­
pendido'. Y esas dos variantes parecen ser analizadas con exactitud
si se las ve como ejemplificando las form as ' ~ p v q' y ’~( p- ~ q ) ’-
Tal conclusión es sorprendente, puesto que, m ientras, por una parte,
hemos visto buenas razones para rechazar la equivalencia de ’pz>q’ y
'si p, q\ parece perfectam ente correcto sustituir ’pz>q’ o 'si p, q\
indistintamente, por esas otras dos expresiones, *~p v q' o
~ q )\ ¿Cómo puede resolverse esa incongruencia, o aparente incon­
gruencia?
La superamos cuando reconocemos que la proposición de que
hacemos aserción cuando decimos 'O no llueve, o el partido será
suspendido' no ejemplifica, a pesar de las apariencias, la form a
'~ p v q’-’~ p v q ’ es confirmada si cualquiera de sus miembros es
verdadero. Pero 'O no llueve, o el partido será suspendido', no
expresa una proposición que sea verdadera si no llueve, sino una
que se confirma si llueve y el partido es suspendido, y que aparece
como falsa si llueve y el partido no es suspendido. Así, sus condicio­
nes de verdad son idénticas a las de 'si p, q ’, pero no a las de ’p^>q’
(o a las de ’~ p v q' o ' ~{p- ~ q ) ’)-13 Las condiciones de verdad de la
proposición expresada como «No lloverá sin que el partido sea sus­
pendido» son iguales a las de la proposición disyuntiva que acaba­
mos de considerar.
Como hemos visto, ' ~pz>(p^>q)’ y ’~ p u ( p i } ~ q ) ’ son leyes del
cálculo. A condición de que leamos esas fórmulas como sus equiva­
lentes definicionales, no nos enfrentan con paradoja alguna. Así
leídas, pueden reform ularse como ' ---- p v ( ~ p v q)’ y ' -----p v
( ~ p v ~q)' (donde la form a T=)Q' es reemplazada por la form a
' - P v Q*)t o como - ~( p- ~ q )Y y ’~ ( ~ p ------( p - ~ '))’
(donde la forma 'P=>Q' es reemplazada por la forma ' ~( P- ~Q )').
No habrá inconveniente en convenir en que, cualquiera que sea la

13 El reconocimiento de que 'O no llueve, o el partido será suspendido'


no ejemplifica la forma q\ servirá para recordarnos los peligros de iden­
tificar demasiado apresuradamente una proposición por el enunciado utilizado
idiomáticamente para expresarla. No necesitamos negar que los enunciados 'sig­
nifican lo que dicen'; pero con frecuencia se necesita algo más que una mirada
rápida para captar lo que dicen.

69
proposición *p\ o es verdadera, o lo es la disyunción de su contra­
dictoria y otra proposición cualquiera (por ejemplo, 'q’ o 'no-q').
Pero si leemos las fórm ulas como hipotéticas, las proposiciones
resultantes parecen ser inaceptables. No hay argumentaciones acep­
tadas de la form a 'si p es falsa, entonces si es (o si fuera) verda­
dera, cualquier proposición sería verdadera’. Entonces, como quiera
que algunas leyes del sistema que son paradójicas si se leen como pro­
posiciones hipotéticas, dejan de ser paradójicas si se leen como
proposiciones conjuntivas o disyuntivas, parece tentador 'salvar’
el sistema limitando sus pretensiones y diciendo algo así como: «El
cálculo de proposiciones expone sistem áticam ente las relaciones ló­
gicas de aquellas proposiciones elementales que comprenden la ne­
gación, la conjunción y la disyunción; las fórmulas que emplean la
constante ’3 ' han de entenderse como abreviaturas de fórmulas que
empleen las constantes V y V Podría m antenerse además que,
en sí misma, la relación formal antecedente-consecuente no engendra
leyes lógicas, o renunciar a la pretensión de que el cálculo propor­
cione un análisis de toda la lógica proposicional.
Se ha dicho a menudo que, si aceptamos la doctrina del cálculo
de que una proposición falsa implica un enunciado cualquiera, he­
mos de condenar como faltas de propósito o significación una gran
proporción de las aserciones hipotéticas que hacemos en la vida
ordinaria, a saber: todas aquellas que son contrarias a los hechos.
Una proposición hipotética así es: 'Si Aníbal, después de la batalla
de Cannas, hubiera marchado sobre Roma, se habría apoderado de
ésta', que formulamos a sabiendas de que Aníbal no marchó sobre
Roma y no se apoderó de ella. Nadie querría decir que del hecho de
que Aníbal no m archó sobre Roma se sigue que si hubiese marchado
sobre Roma se habría apoderado de ésta, e, igualmente, que si hubie­
se marchado sobre Roma no se habría apoderado de ésta. La ma­
nera más sencilla de hacer frente a la crítica implicada en el cálcu­
lo es decir que las condicionales contrarias a los hechos han de
analizarse de un modo enteram ente diferente del de las condicio­
nales indicativas, y que, en palabras de Quine, «cualquiera que pueda
ser el análisis adecuado de las condicionales contrarias a los hechos,
podemos estar seguros de antem ano de que no será de función veri-
tativa». Podríamos así dejar a un lado cualquier problem a planteado
por aquéllas, tal vez sobre la base de que, de nuevo en palabras de
Quine, «no pertenece a la pura lógica, sino a la teoría del significado,
o posiblemente a la teoría de la ciencia».14 Pero sería erróneo su­

14 W. V. Q u in e , Methods of Logis, 1952, pp. 14 y 15.

70
poner que la imposibilidad de aplicar el análisis funcional veritativo
a dichas proposiciones produzca una distinción radical entre éstas
y las condicionales indicativas. Una situación sim ilarm ente em bara­
zosa, aunque menos aguda, se presenta a propósito de la aplicación
del análisis a proposiciones condicionales que no son contrarias a
los hechos. La plena intratabilidad de las condicionales «contrafac­
tuales» no hace sino revelar a una luz más clara las limitaciones del
análisis.
Hay al menos otra amplia clase de proposiciones hipotéticas,
cuya estructura es o parece ser inadecuada presentar por el cálculo,
a saber: proposiciones hipotéticas 'abiertas' del tipo de 'Si alguien
fuma en un departam ento de no-fumadores, puede ser multado', que
no constan de proposiciones de las que puedan darse aisladamente
valores veritativos.15 Nos ocuparemos en eso más adelante, pero ya
está claro que el recto análisis de función veritativa exigido por el
cálculo no puede hacer plena justicia a la diversidad y complejidad
de las proposiciones hipotéticas en los lenguajes naturales. Sin em­
bargo, a pesar de eso, la pretensión original, de que ese cálculo pro­
porciona un análisis adecuado para los fines lógicos, no se ha mos­
trado que sea falsa. Ni siquiera se ha establecido que los aspectos en
que las proposiciones hipotéticas son diferentes de las proposiciones
de implicación m aterial sean lógicamente im portantes.
Aunque hemos advertido que es imposible señalar las diferencias
entre las proposiciones contrafactuales y otras proposiciones condi­
cionales en la notación del cálculo proposicional, no hemos m ostrado
en qué sentido —si lo son en alguno— son im portantes esas dife­
rencias para las relaciones lógicas entre las proposiciones de uno de
esos tipos y otras proposiciones. Por ejemplo, no hemos mostrado
que haya alguna forma de implicación distinta que tenga validez so­
lamente entre proposiciones condicionales contrafactuales. Además,
aunque hemos visto que algunas leyes del cálculo que comprenden el
signo de implicación m aterial no son aceptables como leyes lógicas
si los componentes que comprenden 'z>' se leen como hipotéticos,
no hemos m ostrado que no haya leyes en el cálculo («leyes-z)») que
correspondan a todas las leyes expresadas como hipotéticas («leyes-

15 Puesto que 'Si llueve el partido será suspendido' expresa una proposi­
ción hipotética, no es fácil admitir la pretensión de que las dos cláusulas del
enunciado expresen dos proposiciones, que sean verdaderas o falsas aislada­
mente. Para que eso se haga comprensible hay que distinguir las proposiciones
de los enunciados (ver «Enunciados y proposiciones», en el capítulo 5). Para
el análisis de hipotéticas 'abiertas', ver «Funciones proposicionales», en el
próximo capítulo.

71
si»). Además, aquellas «leyes-3», como '^ p D ( p D ^ ) ’, que no son
aceptables como «leyes-si», no han de ser rechazadas, sino que
pueden interpretarse como leyes de conjunción (o disyunción) y ne­
gación. Si se leen así, ninguna objeción puede alzarse contra ellas.
M ientras los lógicos no consigan sacar a luz leyes de lógica proposi-
cional que caigan fuera del sistema del cálculo (y que la notación
del cálculo sea inadecuada para expresar), podemos suponer que éste
es satisfactorio.
Antes de abandonar el tem a de las semejanzas y diferencias entre
las constantes del cálculo y las conectivas del lenguaje ordinario, de­
bemos advertir de un punto e*i el que hay falta de acuerdo entre los
lógicos. En el cálculo proposicional, ' ~pz>qf es una fórm ula contin­
gente. Siendo definicionalmente equivalente a ' ---- P v p ’ y a F~
( ~ p - ~ p ) ' , produce una proposición compuesta verdadera cuando
'p* se sustituye por una proposición verdadera. Es, pues, razonable
preguntar si podrá decirse lo mismo de 'si no-p, p \ A esa pregunta,
Lukasiewicz, con otros muchos lógicos modernos, contesta que sí;
Aristóteles contestaba que no. Aristóteles consideraba imposible
que una proposición de la form a 'si no-p, p pfuese verdadera. El argu­
m ento en favor de esa opinión es claro. Las proposiciones hipotéti­
cas establecen lo que es (o sería) el caso si se satisface una condi­
ción dada. Entonces, si la condición expresada en el antecedente
es no-p, la realización de esa condición elimina la posibilidad de p,
porque pp py 'no-p', de acuerdo con el principio de no-contradicción,
no pueden ser a la vez verdaderas. Sería una condición de que una
proposición fuera verdadera el que fuera falsa, con sólo que fuera
lógicamente posible que una misma proposición fuera a la vez ver­
dadera y falsa. Lukasiewicz contesta a ese argum ento (que, para él,
revela desconocimiento de la lógica) insistiendo en que solamente Pp
y no-p', pero no 'si no-p, pp, es contrario al principio de no-contra­
dicción. 16
No cuesta mucho encontrar la explicación de esa falta de acuer­
do. Para Lukasiewicz, las proposiciones hipotéticas no son condicio­
nales. Según su interpretación, 'si p, q pno afirm a que, a condición de
que se realice p, se realice tam bién q. Para Lukasiewicz, 'si p, qp
tiene el significado que tiene en el cálculo fpz^q p\ es decir, puede re-
form ularse como P~ p v qp o como ' ~ ( p • ~ q ) ’. Aristóteles tiene ra­
zón. Su repulsa intuitiva de la form a 'si no-p, p p no es un error, sino
que subraya del modo más claro el erro r de suponer sin argum enta­
ción que ’p^>qf y 'si p, qpsean fórm ulas sinónimas.

16 J. L u k a s ie w ic z , obra citada, p. 50.

72
Imposibilidades lógicas

Los autores del cálculo, al tra tar el concepto o idea de «propo­


sición» como primitivo y no definido, apelan a nuestra capacidad de
reconocer aquellas entidades entre las que se dan relaciones lógicas
y que son verdaderas o falsas. Y es razonable que lo hagan así. La
demostración presupone algo no dem ostrado que pueda servir como
punto de partida, y la definición presupone algunos térm inos no
definidos. Pero, en el cálculo, no solamente 'p fq\ V', etc., y com­
puestos tales como ’p - q \ fp^>q\ 'p v q ’ son formas proposicionales,
sino también fp • ~ p \ y ' ~(p* —p)*. Se dice que 'p- ~ p ' es lógicamente
falsa, mientras que ’~ ( p - ~ p ) ’ es lógicamente verdadera (o nece­
saria). La admisión de 'proposiciones lógicamente falsas' suscita una
dificultad que discutiré brevemente.
¿Qué clase de proposición es la que consiste en la conjunción
de una proposición y su negación, 'p- ~ p ' ? Es posible hacer una afir­
mación, retractarse luego y sustituirla por su negación. Es posible,
también, pronunciar un enunciado que aparentem ente exprese la
afirmación y la negación, juntas, de una misma cosa, «es y no es»,
por ejemplo, al contestar a la pregunta «La decoración de su ha­
bitación ¿es exactamente como usted esperaba que fuera?». Pero
enunciados como ése no se utilizan para expresar proposiciones de
la forma 'p- ~ p \ y deben entenderse como aproxim adam ente equi­
valentes a «Lo es en algunos aspectos, pero no en otros». De hecho,
así son las interpretaciones que damos, y nos negamos a adm itir la
posibilidad de que un hom bre pueda afirm ar y, a la vez y sin retrac­
tarse ni modificar el sentido, negar la misma proposición. Así
pues, parece que la 'proposición' consistente en afirm ar y negar jun­
tamente la misma cosa no es en absoluto una proposición. Una propo­
sición es aquello cuyo significado puede lógicamente concebirse
como realizable, y, por lo tanto, si es lógicamente imposible consi­
derar una sola proposición de la form a 'p- ~ p ', entonces la fórmula
'p • ~ p ' no puede ser una form a proposicional. Sin embargo, como
hemos visto, en el cálculo, ’p- ~ p ’ es una fórm ula proposicional bien
formada, que tiene F como valor veritativo. ¿Hemos de abandonar
nuestras preconcepciones en lo que tenemos derecho a llam ar pro­
posiciones? Si seguimos ese camino, concedemos el status de
proposiciones a expresiones (o sus significados) que no tienen cabi­
da en el discurso ordinario, y de ese modo se abre una grieta que
amenaza con separar las fórmulas del cálculo de las argumentaciones
de la vida ordinaria. Esa consecuencia debe ser evitada si la lógica
ha de seguir siendo el análisis de lo que, independientemente del

73
estudio de la lógica, reconocemos como argumentaciones válidas.
Pero decir que no puede haber una proposición de la forma
'Pm~ P ’> parece tener una consecuencia perturbadora. ,~ ( p - ~ p ) \
que podemos leer como 'imposible que p y ~ p juntas', parece ser
una directa form ulación del principio de contradicción. Al mismo
tiempo es, o parece ser, la negación de 'p • ~ p \ ¿No se sigue de ahí,
entonces, que 'p- ~ p ’ es a su vez una proposición (o forma propo-
sicional) significativa, puesto que su negación es una form a proposi-
cional significativa? Porque si algo puede ser significativamente
negado, debe ser posible que ese algo sea significativamente afir­
mado. Parece ser, pues, que si 'p- ~p* ha de ser rechazada como no
expresando en absoluto proposición alguna, ' ^ ( p - ~p) ' debe ser re­
chazada igualmente.
Una salida de la dificultad consiste en afirm ar que hay una di­
ferencia de especie entre fórm ulas contingentes (por ejemplo, 'p-q')
y fórmulas lógicamente verdaderas y lógicamente falsas, pero que
esa diferencia no es iluminada por la notación del cálculo proposi-
cional y demás sistemas. Podría decirse que 'p- ~ p ' no ha de enten­
derse como expresando una proposición —lógicamente falsa—, sino
como un esquema proposicional que nunca puede ser ejemplificado
significativamente. Así, ' p- ~p' sería no la form a de una clase de
proposiciones, sino una form a que ninguna proposición puede tomar.
Entonces podríamos interpretar ''-'(p- ~ p ) ’ no como la negación de
una form a proposicional significativa, sino como la negación de la
posibilidad de proposiciones de la form a ' p*~p' . En realidad, el
principio de no-contradicción es como un cartel de 'carretera cerra­
da': lo que nos dice no es que podemos ir por la carretera de
'p- ~ p ', pero que si lo hacemos nos equivocaremos, sino más bien
que nuestro paso está cortado, que no hay en realidad un camino
por donde ir.
Lo que parece resultar es que, puesto que 'p- ~ p ' o es un modo
especial de form a proposicional o no es en absoluto una proposición,
la función del signo negativo que la precede en ' ~( p- ~p) ' es dife­
rente de la función de ' ~ ' cuando precede a una fórm ula contingente,
como en ' ~ p ' o ' ~ ( p - # ) \ Que se da esa diferencia de función se
refleja en el hecho de que no decimos «'p y no-pf es falsa», sino que es
lógicamente imposible que una proposición 'p' y su negación, 'no-p',
sean ambas verdaderas. Interpretem os como interpretem os la fórmu­
la ' ~ ( p - ~ p ) \ parece que no podemos describirla inteligiblemente
como la negación de una proposición contradictoria en sí misma.
Para que una proposición sea significativamente negada debe ser
también posible afirm arla significativamente. Pero, para que sea

74
significativo «Es lógicamente imposible que 'p' y 'no-p' sean ambas
verdaderas», no es una condición necesaria que 'p y no-pr pueda
afirmarse significativamente. En realidad, lo verdadero es lo con­
trario.

El cálculo y el lenguaje ordinario

Históricamente, la sistematización de la lógica de proposicio­


nes forma parte de una tentativa, a finales del siglo xix y comienzos
del xx, de m ostrar que las m atemáticas pueden deducirse a p artir
de leyes lógicas. «El fin prim ario de los Principia Mathematica fue
m ostrar que toda la m atemática pura se sigue de prem isas puram en­
te lógicas, y que utiliza solamente conceptos definibles en términos
lógicos.» 17 Aristóteles, en cambio, parece haber estado prim aria­
mente interesado por poner a luz los principios de la argumentación
que afectan a la prueba científica, con la m irada puesta particular­
mente en las ciencias biológicas. Pero, a pesar de la diferencia de
objetivos entre los lógicos, la lógica moderna, de la cual es parte el
cálculo de proposiciones, no está en discontinuidad con la lógica
aristotélica.18 Ambas se interesan por presentar sistemáticamente
los principios de acuerdo con los cuales las proposiciones se impli­
can unas en otras. La lógica de proposiciones presenta sistem ática­
mente leyes lógicas cuyo valor podemos ver intuitivamente, pero
que los lógicos tradicionales o dejaron por completo de reconocer
o interpretaron equivocadamente como pertenecientes a la lógica de
términos. Ambos sistemas de lógica deben satisfacer los mismos cri­
terios para m antenerse en pie. Como hemos dicho antes, ambos
hacen la misma apelación a nuestra capacidad de distinguir la argu­
mentación válida de la que no lo es. Si Todo S es P* no lleva consigo
'Algún S es P', la doctrina tradicional de que las proposiciones A
implican las proposiciones I debe ser abandonada. Si 'Si no-p, p'
es un absurdo lógico, la pretensión de que la relación entre ante­
cedente y consecuente es adecuadamente representada por ' 3 ', debe
ser desautorizada.
El señor Strawson pone en contraste la lógica exacta y siste­
mática de, por ejemplo, el cálculo proposicional, con la 'lógica de las
expresiones del habla cotidiana'.19 Compara al lógico formal que
construye un sistema de lógica con un cartógrafo, que, aunque pa­
17 B. R u sse l l , My Philosophical Development, 1959, p. 74.
18 Ver, por ejemplo, R. M . E a t o n , obra citada, p. 2.
10 P. F. S t r a w s o n , Introducción to Logical Theory, 1952, pp. 57 y 58.

75
rezca hacer el m apa de una comarca, insiste en no utilizar en sus
dibujos más que figuras geométricas de las que puedan darse re­
glas de construcción, y cuyos mapas, en consecuencia, nunca se
adaptan del todo a la realidad del terreno. Creo que esa comparación
es desorientadora. Solamente si los axiomas del cálculo son ver­
dades necesarias, y si sus constantes expresan la negación propo-
sicional y aquellas relaciones entre proposiciones que, sin conoci­
miento alguno del vocabulario técnico de la lógica, podemos ver que
son lógicamente significativas, solamente entonces es el cálculo un
sistema de lógica. Si aquellas condiciones no se satisfacen, los axio­
mas son reglas (a diferencia de «leyes»), y sólo valen porque el in­
ventor del sistema ha establecido que valgan. Tales reglas no serían
más «reglas lógicas» de lo que lo son las reglas de juegos como el
ajedrez o el bridge.
Aun así, vale la pena repetir que, aunque los axiomas del cálcu­
lo tuvieran el mismo status que las reglas de los juegos, las demostra­
ciones en el interior del sistema solamente podrían realizarse de
acuerdo con principios que no fueran m eram ente reglas, sino leyes
que, sin referencia al sistema, reconociéramos como válidas. Alguien
puede prescribir cuáles han de ser las prem isas de una argum enta­
ción, pero no qué es lo que hace válida a una argum entación a partir
de dichas premisas. Así pues, los principios de inferencia deben ser
comunes a las argumentaciones de la vida ordinaria y a los sistemas
simbólicos, si es que se quiere que algunas operaciones en el seno
de esos sistemas se llamen pruebas o demostraciones. En realidad,
como ya he dicho, el cálculo de proposiciones pretende ser un genui­
no sistema de lógica. Tanto los principios de indiferencia como los
axiomas (y, en consecuencia, los teoremas) han de pensarse como le­
yes necesarias de implicación válidas para todo pensamiento, cual­
quiera que sea su expresión, sea en un vocabulario especial o en los
lenguajes naturales. Que, además y aparte de la lógica del cálculo,
haya otra 'lógica de las expresiones del habla cotidiana', es una opi­
nión a la que me opondré indirectam ente en el capítulo 6.
4
Existencia, predicación e identidad

Ya hemos visto que hay defectos en el análisis tradicional de las


proposiciones. Esos defectos resultan principalm ente de la creencia
en que todas las proposiciones son de la form a sujeto-predicado.
Una vez hemos reconocido que esa creencia es errónea, podemos en­
tender la fuerza y la im portancia de más recientes análisis de la ló­
gica de térm inos. En este capítulo intentaré m ostrar que tanto las
proposiciones de existencia como las proposiciones de identidad han
de ser distinguidas de las verdaderas proposiciones de sujeto-pre­
dicado, y pasaré una breve revista al campo de las proposiciones de
cada una de esas tres clases.
No es sorprendente que muchos filósofos del pasado hayan su­
puesto, no siem pre críticam ente, que todas las proposiciones pueden
ser analizadas en sujetos y predicados. El respeto por la autoridad
de Aristóteles tuvo el efecto de asegurar que, m ientras la lógica for­
mal seguía siendo un tem a cardinal en la educación europea, cual­
quier examen radical de sus doctrinas fuese sofocado. Incluso un
filósofo tan crítico y original como Kant supuso que el análisis tradi­
cional de las proposiciones era completo y no requería modificación
ni m ejoras. Además, el peso m uerto de la autoridad era reforzado
por la plausibilidad inicial del análisis de Aristóteles. Los enuncia­
dos en que expresamos proposiciones suelen tener sujetos gram atica­
les, y es fácil, y muchas veces correcto, suponer que la función del
sujeto gram atical es hacer referencia a aquello acerca de lo cual es
la proposición que el enunciado expresa. Al mismo tiempo, tende­
mos de modo natural a suponer que cualquier proposición es acerca
de algo. En realidad, entendemos la frase 'acerca de algo' en un sen-

77
tido muy amplio, en el que siempre se puede encontrar una respues­
ta a la pregunta «¿Acerca de qué es la proposición tal y tal?». Así,
por ejemplo, se puede decir que la proposición 'Llueve' es acerca del
tiempo, que 'Dios existe’ es acerca de Dios, que ’Si Aníbal, después
de Cannas, hubiera m archado sobre Roma, se habría apoderado de
ésta’ es acerca de Aníbal, o, de un modo general, acerca de la situa­
ción m ilitar en Italia en un determ inado momento de la historia
romana. Pero la aceptación de la doctrina tradicional imposibilita
la formulación de un sistema de lógica formal de térm inos ade­
cuado y coherente.
Si, en respuesta a la pregunta «¿Podré hablar con su hijo?» yo
digo «Ese se ha ido a corretear por ahí», no hago la aserción de que
yo tengo un hijo. Ni sería apropiado que lo hiciese. Porque la form a
de la pregunta pone en claro que el preguntante sabe que yo tengo
un hijo. Así, la función de la palabra 'ése’ en mi respuesta es hacer
referencia a una persona particular —y, desde luego, existente—.
N uestra conversación no comienza con conocimiento, de una parte,
e ignorancia absoluta, de la otra. Ambos partim os del conocimiento
de que yo tengo un hijo, de que hay alguien que es hijo mío. La con­
sideración de situaciones como ésa nos perm ite llegar a la com­
prensión del lugar de las proposiciones de sujeto-predicado en el
esquema de nuestras aserciones. Su utilización presupone algún
conocimiento previo de lo que existe, y, en consecuencia, no se
dan al principio, sino en medio de nuestro discurso. Cuando nues­
tros enunciados son de la form a sujeto-predicado, las cosas o per­
sonas acerca de las cuales hablamos son ya «dadas». No es fun­
ción de esas proposiciones expresar que hay tales cosas o perso­
nas. Pero que haya tales cosas o personas es una precondición para
que lo que parecen ser proposiciones de sujeto-predicado sean real­
m ente proposiciones de sujeto-predicado, susceptibles de ser verda­
deras o falsas.
Pero no todos los enunciados que hacemos son acerca de cosas
cuya existencia es ya dada y no se pone en cuestión. A veces necesi­
tamos hacer la presentación, ante nuestro auditorio, de personas
o cosas acerca de las cuales harem os después nuevas aserciones. En­
tonces, como los autores de cuentos de hadas, comenzamos, no me­
diado el discurso, sino como principio de éste, diciendo algo así
como: «Había una vez un rey; ese rey tenía tres bellas hijas». El
prim ero de esos enunciados expresa en una form a muy fácil de re­
conocer una de esas proposiciones «introductorias»; ésta no es
predicativa, sino existencia!. No nos dice nada acerca de un rey, sino
solamente que hay un rey para que acerca del mismo se hagan enun­

78
ciados predicativos, como el que sigue. Es evidente que a veces nece­
sitamos hacer enunciados de esa clase.
Las proposiciones existenciales se expresan del modo más in­
equívoco en enunciados que empiezan por frases tales como «Hay»,
«Había una vez...», etc. Pero, quizá por desgracia para la historia
del análisis lógico, no hay un procedimiento para expresarlas de ma­
nera inconfundible, y ningún filósofo ha conseguido hasta ahora
ganar la aprobación universal por los principios por él recomendados
para distinguir las proposiciones existenciales de las de otras clases.
En este capítulo nos interesarem os principalm ente por la clasifica­
ción presupuesta por el sistema de la lógica de térm inos llamado
'cálculo de predicados'. Hay, sin embargo, cierta base de acuerdo ge­
neral, y en eso nos ocuparemos en prim er lugar.
La existencia no es un predicado. El enunciado «Dios existe» es
de form a gram atical sujeto-predicado; 'Dios' es el sujeto, y 'existe',
el predicado. Pero la proposición norm alm ente expresada por ese
enunciado no es predicativa. Como hemos visto, una condición pre­
via para que una proposición sea predicativa es que haya algo que
sea su sujeto. Si «Dios existe» expresara una proposición de ese
tipo, entonces la función de la palabra 'Dios' sería hacer referencia
a un ser existente, a saber: Dios, cuya existencia sería, pues, presu­
puesta. Pero, en tal caso, «Dios existe» expresaría una perogrullada
vacía. Ahora bien, «Dios existe» no expresa una verdad en sí, como
una tautología lógica, 'quien existe, existe', sino una proposición sig­
nificativam ente contradecible. Entonces, ¿cómo hemos de anali­
zarla?
Nos servirá aquí de ayuda considerar nuestro lenguaje ordina­
rio. En vez de decir «Dios existe», podríam os decir «Hay un Dios».
Además, si deseáramos contradecir la proposición original, diríamos
«No hay Dios alguno», y no «No, El no existe». Pero «Hay un Dios»
y «No hay Dios alguno» expresan m anifiestam ente y de modo inequí­
voco proposiciones existenciales. Así pues, ya que la contradictoria
de la proposición original es existencial, y que la misma proposición
original puede expresarse en un enunciado utilizado para expresar
una proposición existencial, tam bién lo es ella, aun cuando se ex­
prese en un enunciado de la form a sujeto-predicado. Es desorienta­
dor que enunciados que expresan tanto proposiciones predicativas
como existenciales puedan ser de la misma form a gram atical. En
«Dios existe», la palabra 'Dios' no se usa como un nom bre propio
para hacer referencia a un ser individual (existente), sino más bien
como una descripción abreviada. El enunciado se utiliza para expre­
sar una proposición en el sentido de que existe un ser divino o, en

79
otras palabras, que hay un ser divino. (El significado preciso de las
palabras 'Dios' y 'divino', desde luego, depende de las opiniones teo­
lógicas del que hable.) No pueden darse versiones paralelas de enun­
ciados que expresen verdaderas proposiciones de sujeto-predicado.
'Dios es ju sto ’ presupone que hay un Dios, pero no es la misma
proposición que 'Hay un Dios justo'; y la contradictoria de 'Dios es
ju sto ' es 'Dios (o El) no es justo'. En el enunciado «Dios es justo»,
a diferencia del de «Dios existe», 'Dios' se utiliza como un nom bre
propio para hacer referencia únicam ente a un individuo presupuesto.
Así, la palabra 'existe' se usa comúnm ente en enunciados predicativos
que expresan proposiciones que no son predicativas; y puede ser
útil advertir alguna de las condiciones de ese uso. Podemos decir
«Existen tigres» o «Existen tigres domesticados», pero decir «El
tigre de ahí existe» o «Ese tigre domesticado existe» es traspasar la
línea que separa lo que tiene sentido de lo que no lo tiene. N uestra
argum entación debe haber puesto en claro por qué tales enunciados
carecen de sentido; utilizamos la frase «Ese tigre domesticado» para
individuar a un animal particular, para fijar el sujeto del que pueden
hacerse predicaciones (por ejemplo, «Ese tigre domesticado nació
en cautividad»).
Es imposible enum erar exhaustivam ente todas las distintas m a­
neras en que se expresan las proposiciones existenciales y predica­
tivas en los lenguajes naturales. Es más probable que evitemos un
análisis erróneo si, al enfrentarnos con un enunciado lógicamente
ambiguo, nos preguntamos: «¿Qué cosa hay aquí (si hay alguna)
a la que se haga referencia, y qué es lo que se afirm a de ella?». Pero
tal pregunta no tiene magia para resolver todas nuestras dificultades.
Sobre todo, ante la pregunta «¿Cuál es el sello distintivo de una
expresión que hace referencia?» sentimos pronto la necesidad de una
respuesta más clara que la que pueden proporcionar el sentido co­
m ún y el procedimiento de buscar enunciados sinónimos y form ular
algunas preguntas. De la respuesta que demos a aquella pregunta, o,
m ás bien, de las conclusiones que alcancemos acerca de lo que son
y lo que no son expresiones que hacen referencia, dependerá el que
aceptemos o rechacemos el análisis de proposiciones propuesto por
los lógicos, a p a rtir de Aristóteles.
Para la lógica tradicional, frases como 'Todos los hom bres' y 'Al­
gunos hom bres', lo mismo que nom bres propios como 'Sócrates' o
'Londres', son expresiones que hacen referencia, y las proposiciones
que se expresan en enunciados que tienen como sujeto tales palabras
y frases, son proposiciones de sujeto-predicado. También se piensa
que son de la m ism a form a 'Ningún hom bre es inm ortal' y 'Nadie es

80
inm ortal', aun cuando no se ha alcanzado una decisión definitiva so­
bre si 'ningún hom bre' y 'nadie' son realm ente expresiones que ha­
cen referencia. La función de palabras como 'alguno', 'cualquiera',
'nadie', no es siem pre plenam ente considerada, y las dificultades que
suscitan no parecen haber sacudido la confianza de los tradicionalis-
tas en su análisis de las proposiciones. Pero en nuestro siglo dos
teorías han proporcionado el impulso para reexam inar el análisis de
proposiciones, y, al mismo tiempo, han determ inado en amplia me­
dida las líneas seguidas p o r ese reexamen. La prim era de ellas es la
teoría de las 'funciones preposicionales', que tuvo su origen en las
investigaciones del filósofo m atem ático Frege y del m atem ático Pea-
no sobre la posibilidad de derivar las m atem áticas a p artir de axio­
m as lógicos. Aquí únicam ente nos interesam os por esa teoría en
cuanto puede ilum inar el análisis de las proposiciones generales.
Una función proposicional es un esquem a del tipo de 'x es m or­
tal', que puede convertirse en una proposición cuando se sustituye
'x ' por un determ inado valor, por ejemplo, 'Sócrates'. Russell, que
hizo suya esa teoría de Peano, y vio su im portancia para la lógica,
pretendió que, aunque proposiciones como 'Sócrates es m ortal' sean
proposiciones de sujeto-predicado acerca de sujetos designados,
las proposiciones generales (es decir, aquellas cuya expresión com­
prende palabras como 'algún' y 'todos' en sus sujetos gram aticales)
enuncian conexiones entre funciones proposicionales. Así, según la
opinión de Russell, Todos los hom bres son m ortales' es una proposi­
ción cuyo sentido es que, sea x quien fuese, si x es un hom bre, en­
tonces x es m ortal.
La segunda de las dos teorías, debida por entero a Russell, es
su «teoría de las descripciones», y consiste en sus opiniones sobre
la función, en enunciados que expresan proposiciones, de frases des­
criptivas introducidas por 'el' y 'uno', el artículo determ inado y el
indeterm inado. La influencia de esas teorías en el análisis lógico del
siglo xx no sería fácil de sobreestim ar. Aunque no intentaré presen­
tarlas aquí como Russell las ha presentado, ni siquiera advertir de
los puntos en que la argum entación sigue una línea diferente y llega
a una conclusión diferente de la de él, determ inan en gran medida
la form a que tom ará la discusión que voy a ofrecer a continuación.

81
Proposiciones de sujeto-predicado

Consideremos en prim er lugar proposiciones singulares con


sujetos designados, del tipo de ’Sócrates es m ortar. Pocos se senti­
rían inclinados a negar que esa proposición sea de form a sujeto-pre­
dicado. Condición previa de que una proposición sea de form a suje­
to-predicado es que lá palabra-sujeto (o frase-sujeto) denote una
persona o cosa que existe, ha existido, o, quizás, existirá. Puede de­
cirse que en nuestro caso se cumple esa condición, porque la palabra
’Sócrates’ es el nom bre de un individuo real.
¿Qué decir entonces de otros nom bres propios como ’Pickwick’,
'H am let' o ’Cerbero'? El hecho de que Pickwick sea un personaje de
ficción, que Ham let (o así lo suponemos, en provecho de la argu­
mentación) no fuese una persona histórica, sino una criatura de la
imaginación de Shakespeare, ¿les descalifica para ser sujetos de pro­
posiciones? Russell da una clara respuesta a esa pregunta. En su
opinión, decir que no les descalifica revela «una falta de ese senti­
m iento de realidad que debería m antenerse incluso en los estudios
más abstractos». «La lógica —afirm a Russell— no debe adm itir uni­
cornios más de lo que puede adm itirlos la zoología.» «Mantener que
Hamlet, por ejemplo, existe en un mundo propio, a saber: el mundo
de la imaginación de Shakespeare [...] es decir deliberadam ente algo
que confunde, o algo confuso hasta un grado que es casi increíble.
Hay solamente un mundo, el mundo real.» 1
Lo que está implícito en la opinión de Russell es que solamente
pueden ser sujetos lógicos aquellas cosas que son componentes físi­
cos del mundo. Los personajes de novela, los animales heráldicos,
dioses y héroes de la mitología clásica, quedan, en consecuencia, ex­
cluidos, y uno se pregunta si el 'robusto sentido de realidad' que
pide Russell no es demasiado robusto. Según la opinión expuesta, pa­
rece seguirse que 'Juan firmó la Carta Magna' es una proposición
de sujeto-predicado, m ientras que 'Ham let m ató a Polonio' no lo es,
y que para que esta últim a fuese una proposición significativa y, por
ello, susceptible de ser verdadera o falsa, debería ser de una especie
diferente. Puede presum irse que fuera algo así como 'Hubo una vez
alguien llamado Hamlet, y ese Ham let m ató a Polonio', que, puesto
que no hubo una persona como Hamlet, es una afirm ación existen-
cial claram ente falsa.
Podemos explicar en parte las opiniones de Russell sobre los
personajes de ficción y los enunciados del m ito y la leyenda. Parecen,

1 B. R u sse l l , Introduction to Mathematical Philosovhy, 1919, c a p . 16.

82
en parte, un reflejo de la reacción del filósofo inglés contra la opi­
nión de Meinong, un filósofo alemán cuya obra había respetado aquél,
de que ya que «podemos hablar acerca de 'la m ontaña de oro', 'el
círculo cuadrado', etc.» y puesto que «podemos hacer proposiciones
verdaderas de las que aquéllos son sujetos», éstos deben poseer «al­
guna clase de ser lógico, pues de otro modo las proposiciones en que
se dan estarían faltas de significado». Sin embargo, está claro
que frases como «el círculo cuadrado» difieren considerablemente de
nom bres como 'Ham let' o de frases descriptivas como 'el hom bre
de la m áscara de hierro'. Podemos decir que el enunciado «Yo dibu­
jé ayer un círculo cuadrado», tomado como un todo, carece de sig­
nificado. «Círculo cuadrado» es una contradicción en los térm inos,
y, a menos que se den significados especiales a una u otra de las
palabras que lo componen, no puede hacer referencia a cosa alguna.
No tenemos, pues, el m enor incentivo para form ular proposiciones
cuyo sujeto lógico fuera 'círculo cuadrado'. Pero las leyes de la lógica
no excluyen la posibilidad de, por ejemplo, unicornios, y, con tal que
reconozcamos que los unicornios son m onstruos legendarios y he­
ráldicos, nada malo hay en decir que hay cosas así en el 'universo de
la heráldica' o en el 'universo de la leyenda'. Cuando hacemos enun­
ciados acerca del señor Pickwick, lo que hacemos son, en un sentido
amplio, enunciados acerca de Los papeles de Pickwick, enunciados
cuya verdad o falsedad puede comprobarse con referencia a la no­
vela. Aceptar la pretensión de que pueden hacerse enunciados ver­
daderos cuyos sujetos son personajes de ficción o leyenda, no es po­
ner un pie en la pendiente resbaladiza que lleva a la invención de
mundos imaginarios en los que hay círculos cuadrados. Cuando hay
algún peligro de que se provoque esa confusión, podemos, y así lo
hacemos, concretar la referencia de nuestro discurso m ediante fra­
ses como 'en la novela de Dickens', 'en la mitología griega', etc.
Hay quizás una razón más im portante para la repulsa por Rus­
sell de Hamlet, el señor Pickwick, y, en general, los personajes de
ficción o leyenda como posibles sujetos lógicos. Russell estaba inte­
resado por la estructura lógica del razonamiento científico, y en
en el 'mundo real' no hay lugar para lo ficticio. Tal vez por esa ra­
zón está mal dispuesto a encubrir la diferencia de status ontologico
entre proposiciones acerca de personas y cosas reales y proposi­
ciones acerca de personajes de ficción, admitiendo que podemos
decir que proposiciones de sujeto-predicado de ficción son de la
m ism a form a lógica que aquellas cuyos sujetos pertenecen al mundo
real. Pero, como hemos visto, cuando proposiciones acerca de la
ficción amenazan con ser mal entendidas como proposiciones acer­

83
ca de la ciencia o la historia, podemos evitar la confusión mediante
calificaciones como las que hemos mencionado. Así, por lo que con­
cierne a la lógica, yo m antendría que 'Sócrates es m ortal1y 'Hamlet
era indeciso' son de la m ism a forma, sujeto-predicado.

Funciones proposicionales

Consideremos ahora las proposiciones generales, es decir, aque­


llas que la lógica tradicional clasificaba como de las formas A, E, I, O.
Russell pretende, como hemos visto, que todas esas proposiciones
hacen aserción de conexiones entre funciones proposicionales. Así,
las proposiciones T odos los hom bres son m ortales', 'Ningún hom­
bre es m ortal', 'Algunos hom bres son m ortales' y 'Algunos hom bres
no son m ortales', se analizan del modo siguiente: 'Para todo x, si
x es un hom bre, x es m ortal'; 'Para todo x, si x es un hom bre, x no
es m ortal'; 'Hay una x tal que x es un hom bre y x es m ortal'; y 'Hay
una x tal, que x es un hom bre y x no es m o rta l'.2
La proposición 'Todos los hom bres son m ortales' es de una gene­
ralidad sin restricciones; afirm a que ser m ortal está implicado en
ser un hombre; no se refiere a ningún individuo hum ano particular;
es acerca de todo lo que satisfaga la condición de 'ser un hom bre', o,
podemos decir, acerca del concepto de 'hom bre'. Así, en vez de
utilizar el enunciado clásico, podemos decir «Todo lo que es un hom­
bre es mortal» o «Si algo es un hom bre, es mortal». Cuando hacemos
una aserción así, nada afirm am os de Juan, Pedro o José, aun­
que entender el sentido de lo que se dice es reconocer que si Juan,
Pedro o José satisfacen las condiciones que definen el ser hombre,
entonces ejem plifican la proposición universal, dado que ésta sea
verdadera. En realidad, ni afirm am os ni negamos que la proposi­
ción esté ejemplificada. Al mismo tiempo, norm alm ente utilizamos
el modo indicativo para expresar proposiciones universales sólo en el
caso de que existan de hecho cosas que satisfagan la descripción
proporcionada por el sujeto gram atical. Así, si yo dijera «Los ma­
m uts no comen carne», se entendería que yo creo que todavía exis­
ten m amuts. Está, no obstante, claro que pueden expresarse pro­

2 No es difícil admitir un mérito menor del nuevo análisis. Un solo ejemplo


en contrario es suficiente para comprobar la falsedad de una proposición uni­
versal; que un hombre no sea mortal contradice la proposición de que todos
los hombres son mortales. Así, la eliminación de la implicación de pluralidad
expresada por las fórmulas tradicionales, 'Algunos S son P', 'Algunos S no son
P', es un punto en favor de 3a forma 'Hay una x tal que x es un, etc/.

84
posiciones universales en form as verbales que no nos autorizarían a
sacar una conclusión así. Si estamos en duda de si hay, o confia­
mos en que no hay, líquidos perfectos, podemos decir, en lugar de
«Un líquido perfecto está libre de rozamiento» (un modo de expre­
sión más natural que «Todos los líquidos perfectos están libres de
rozamiento»), «Un líquido perfecto debe estar libre de rozamien­
to» o «Si hubiese líquidos perfectos, estarían libres de rozamiento».
Además, decir «Los contraventores del reglamento pueden ser pro­
cesados» no es sugerir que haya habido (o no habido) contraven­
tores del reglamento.
Sin embargo, puede decirse que, puesto que las proposiciones
universales expresadas en el modo indicativo presuponen norm al­
m ente la existencia de ejemplos, una formulación que no refleja
esa presuposición ofrece un análisis deform ado e inexacto. Para ha­
cer frente a esa objeción debemos examinar más de cerca la noción
de 'presuposición'; en particular, será útil com parar las 'presupo­
siciones' de proposiciones incuestionables sujeto-predicado con las
de proposiciones universales.
Para que el enunciado «José Pérez es presidente del Club Depor­
tivo» exprese una proposición de sujeto-predicado, es necesario,
como ya hemos visto, que exista la persona llamada José Pérez. No
debe entenderse que esa condición previa sea resultado de alguna
clase de convención. En otras palabras, no se trata de una regla
lingüistica, ni de que, de hecho, en el lenguaje corriente, cuando se
hace referencia a una persona o cosa, deba haber esa persona o cosa
a la que se hace referencia. Lo que ahora decimos no contradice en
modo alguno lo que antes dijimos a propósito de las proposiciones
sujeto-predicado con sujetos de ficción; hay una persona llamada
Pickwick... en los Papeles de Pickwick. Es lógicamente necesario que
si no hubiera una persona llamada José Pérez no podría form ularse
proposición alguna cuyo sujeto lógico fuera José Pérez.3 Pero no
podemos explicar sim ilarm ente la 'presuposición existencial' de las
proposiciones universales. Todo lo más, podemos decir que es des­
orientador expresar esas proposiciones en modo indicativo excepto
cuando la 'clase' del sujeto tiene ejemplos. Además, aunque no fuera
idiom áticam ente perm isible utilizar en una lengua el modo indica­
tivo para expresar proposiciones universales no ejemplificadas, no
se podría m antener seriam ente que sem ejante regla de lenguaje deba

3 El sujeto lógico de una proposición acerca de José Pérez es José Pérez,


no el nombre #José Pérez'.

85
valer para la expresión de proposiciones universales en cualquier
idioma, ni siquiera que algunas proposiciones universales deban ex­
presarse en modo indicativo. Del mismo modo que no hay absurdo
lógico alguno en proponer lo que serían las propiedades de los lí­
quidos perfectos, si alguno existiera, tampoco hay absurdo lógico en
suponer que no hubiese ninguna convención lingüística semejante
en nuestro idioma o en otro cualquiera. Haber proporcionado un
análisis de las proposiciones universales que no autoriza la presun­
ción de que éstas estén de hecho ejemplificadas, es un m érito, y no
un defecto, del análisis russelliano que estamos considerando. La
proposición universal Todos los hom bres son m ortales1 no implica
que algunos hom bres sean m ortales, y el lógico está en un error si
describe erróneamente, como una relación de necesidad lógica, lo
que no es más que una presunción autorizada por las convenciones
lingüísticas de un idioma particular.
Los sujetos gramaticales de las proposiciones universales, como­
quiera que estén expresados, no son expresiones que hagan referen­
cia. La fórm ula russelliana T a ra todo x, si x e s f , x es g' hace explícita
la función de palabras como 'cualquiera', 'quienquiera', etc., del len­
guaje ordinario. Cuando decimos 'Quienquiera que sea hum ano es
m ortal', afirmamos que cualquier ejemplo de 'hom bre' (es decir,
todo aquello de lo que pueda predicarse 'ser un hom bre’) es tam ­
bién un ejemplo de m ortalidad, sin comprom eternos por ello a de­
cidir si 'ser un hom bre' es de hecho predicable de algo. Lógicos
anteriores llegaron cerca del modo de ver russelliano cuando di­
jeron que las proposiciones universales afirm an una relación entre
conceptos universales, o cuando las reconocieron como proposicio­
nes hipotéticas abiertas disfrazadas. Por proposiciones hipotéticas
'abiertas' entiendo aquellas como 'Si alguien tiene gripe debe recibir
asistencia médica' (que podemos expresar como «Todos los enfer­
mos de gripe deben recibir asistencia médica»), a diferencia de las
hipotéticas 'cerradas', como 'Si Jorge tiene gripe debe recibir asis­
tencia médica'. En el lenguaje de las funciones proposicionales, 'Jor­
ge' es un valor para x en la expresión 'Si x tiene gripe x debe recibir
asistencia médica'.
El análisis russelliano de las proposiciones tradicionales I y O,
en térm inos de funciones proposicionales, es igualmente aceptable.
Hacer la aserción contradictoria de 'Todos los hom bres son m orta­
les' es hacer la aserción de que hay al menos una x tal que x es un
hom bre y x no es m ortal, o, dicho más brevemente, que hay al me­
nos un hom bre que no es m ortal. Según ese modo de ver, frases-su­
jeto tales como 'algunos hom bres', 'alguien', 'al menos un hom bre',

86
'algo', son expresiones que hacen tan poca referencia como 'todos los
hom bres'.
Al considerar el lenguaje común, ese análisis resulta confirmado.
Si un conspirador dice «Alguien nos ha traicionado», y entiende ese
enunciado en su sentido usual, no hace po r eso referencia a indivi­
duo particular alguno. Lo que afirm a es simplemente que hay algún
individuo que ha traicionado la conspiración. No sería, pues, apro­
piado contradecirle diciendo «No, él no nos ha traicionado». Tal res­
puesta sería igualmente absurda, y por las mism as razones, a la de
«No, El no existe» utilizada para contradecir «Dios existe». El modo
usual de expresar la contradicción de la proposición anterior es «Na­
die nos ha traicionado». Y 'nadie' y 'nada' no son expresiones que
individualicen ni hagan referencia más de lo que lo hacen 'alguien'
y 'algo'. En la Odisea, Ulises dice al cíclope Polifemo que su nom bre
es «Nadie». Más tarde ciega a Polifemo, y escapa. Cuando Polifemo
llamó a los otros cíclopes pidiendo ayuda, y éstos le preguntaron
quién le había cegado, les contestó que Nadie, respuesta que inter­
pretaron, no sin razón, como equivalente a «No hay ningún hom bre
que lo haya hecho». Así, decir «Nadie nos ha traicionado» es de­
cir que no hay hom bre alguno que nos haya traicionado, o, en el len­
guaje del análisis que estam os considerando, 'No hay una x tal que
x sea un hom bre y x nos haya traicionado'. Indudablem ente, puede
haber alguna ocasión en que a las palabras «Alguien nos ha traicio­
nado» puedan ser réplicas apropiadas o bien la pregunta «¿A quién
se refiere usted?» o bien la respuesta «No, él no lo ha hecho»; por
ejemplo, cuando el interlocutor se da cuenta de que el que habló
dijo menos de lo que podía (o quería) decir. Pero aunque un hombre
diga «Alguien nos ha traicionado» sabiendo quién fue el traidor,
'alguien' seguiría siendo una expresión que, por sí misma, no hace
referencia.

Descripciones definidas e indefinidas

Según Russell, las proposiciones expresadas en enunciados cuyos


sujetos gramaticales son frases descriptivas definidas o indefinidas,
son proposiciones generales: en otras palabras, son de la misma for­
ma que aquellas cuyos sujetos son frases con 'todos' o frases con 'al­
gunos'.
Por lo que hace a las descripciones indefinidas, la pretensión de
Russell está justificada. Si 'Alguien nos ha traicionado' es correcta­
m ente analizada como existencial, tam bién lo es 'Un traidor nos ha

87
vendido'. «Un m aestro de escuela debe ser paciente» es una variante
de «Todos los m aestros de escuela deben ser pacientes», y, por lo
tanto, de T a ra todo x, si x es un m aestro de escuela, x debe ser pa­
ciente'. De modo semejante, «Un m aestro de escuela castigó al niño»
es una variante de 'Hay una x tal que x es un m aestro de escuela y x
castigó al niño'. Siem pre son reemplazables una frase descriptiva que
comience por un artículo indefinido y una frase que comience por
'algún' o 'todo'.
Pero el análisis russelliano de las proposiciones expresadas en
enunciados cuyos sujetos gram aticales son descripciones definidas
(es decir, frases descriptivas introducidas por el artículo determ ina­
do) ha sido muy criticado. La opinión de Russell es que «lo único que
distingue 'el tai-cosa' de 'un tai-cosa' es la implicación de unicidad»,
y que toda proposición cuyo sujeto aparente sea 'el tai-cosa' es una
proposición general. Hay algunas objeciones a ese modo de ver que
son obvias. Es poco plausible sugerir que la única diferencia entre
«Un hom bre me encontró en la estación» y «El hom bre del que está­
bam os hablando me encontró en la estación» se encuentre en el
(presunto) hecho de que la proposición expresada en el prim er enun­
ciado no excluya la posibilidad de que más de un hom bre me encon­
trara, m ientras que la expresada en el segundo sí la excluye. Tam­
poco es plausible en principio decir que ambos enunciados expresan
proposiciones existenciales. M ientras que el prim ero es de la form a
'Hay un x tal que x es un hom bre y x me encontró en la estación', el
segundo parece ser irreductiblem ente predicativo. 'El hom bre del
que estábamos hablando' parece tener en el contexto la misma fun­
ción que tendría un nom bre propio.
Las descripciones definidas que aparecen como sujetos de enun­
ciados tienen al menos dos funciones distintas, que pueden ilustrarse
con dos series de ejemplos:

1) 'El prim er m inistro preside las reuniones del Gabinete'.


'El soberano de Gran B retaña es la cabeza de la Common-
wealth'.
'El hom bre que escribió esa carta anónim a tenía una pluma
mala'.
2) 'El prim er m inistro m e ha invitado a comer'.
'La reina hizo un viaje por la Commonwealth'.
'El au to r de Waveríey cojeaba’.

No es difícil ver que los sujetos gram aticales de los enunciados


citados en la lista 1) no se utilizan (como se utilizan, por ejemplo, los

88
nom bres propios) para hacer referencias únicas y exclusivas. Pode­
mos sustituir, sin cambio de significado, 'el prim er m inistro' y 'el
soberano*, por 'quienquiera que sea prim er m inistro' o 'quienquie­
ra que sea soberano', o, más torpem ente, por 'todos los prim eros mi­
n istro s'y 'todos los soberanos británicos'. Es igualmente digno de ad­
vertirse que el artículo determ inado lleva aquí la implicación de
unicidad, y podemos contrastar las implicaciones de 'El prim er mi­
nistro preside las reuniones del Gabinete' con las de 'Un m iembro
veterano del Gobierno preside las reuniones del Gabinete'. El caso
de los enunciados de la lista 2) es diferente. Las frases-sujeto sirven
para identificar individuos, y lo que en cada uno se predica, se pre­
dica de los individuos así identificados. Si esas frases-sujeto fueran
sustituidas por nom bres propios, las proposiciones resultantes se­
rían de la m ism a forma.
El análisis correcto de las proposiciones expresadas en enuncia­
dos cuyos sujetos son descripciones definidas es muy disputado, y
muchos lógicos estarían insatisfechos con la distinción de dos miem­
bros que yo he esbozado. En realidad, no hay acuerdo general en
cuanto a los hechos que necesitan ser explicados. La teoría de Rus-
sell fue ideada para explicar, entre otras cosas, cómo resulta que
podemos afirm ar significativamente «El autor de Waverley existe»,
pero no «Sir W alter Scott existe». Pero si, como parece, Russell está
equivocado, es decir, si no necesitamos enunciados como «El autor
de Waverley existe», no se requiere teoría alguna para explicar cómo
pueden ser significativos.
Excepto en aquellas ocasiones en que nuestro uso de descripcio­
nes definidas es de la clase ilustrada por los enunciados de la lista 1),
la función usual de 'el' es singularizar individuos. Hay una analogía
exacta entre ese uso de las descripciones definidas y el uso norm al de
los nom bres propios. Así pues, no necesitamos explicar cómo es que
podemos decir «El autor de Waverley existe». No podemos decirlo
significativamente más de lo que podemos decir significativamente
«Scott existe», y por la misma razón. No damos nom bres propios a
cada grano de arena de la playa, pero eso no nos impide hacer aser­
ciones predicativas acerca de cualquiera de ellos. Cuando lo hace­
mos así, individuamos m ediante una descripción o una indicación,
en vez de m ediante una denominación.
En general, pues, las proposiciones que estamos considerando
han de analizarse de una de estas dos m aneras: o como proposiciones
de sujeto-predicado, o como proposiciones de la form a 'Para todo x,
si x e s f , x es g' (donde / y g son variables-predicados). Pero no es sor­
prendente que algunas proposiciones se acomoden con dificultad

89
a esas dos estructuras. «La persona que escribió esa carta tenía una
plum a mala» puede expresarse como «Quienquiera que escribiese
esa carta tenía una plum a mala»; pero la formulación T a ra toda x,
si x escribió esa carta, x tenía una plum a mala', es menos aceptable,
puesto que las proposiciones de esa form a pueden ser verdaderas
aunque no estén ejemplificadas. ’El hom bre que escribió esa carta
tenía una plum a m ala' y ’Nadie escribió esa carta’ son lógicamente
incompatibles, m ientras que T a ra toda x, si x escribió esa carta, x
tenía una plum a m ala’ y ’Nadie escribió esa carta’, no son incompa­
tibles. Las frases «El hom bre que escribió esa carta», «El autor de
Waverley» (o «El hom bre que escribió Waverley»), solamente pueden
utilizarse para expresar los sujetos de proposiciones de sujeto-pre-
dicado si alguien escribió la carta en cuestión, y si alguien escribió
Waverley. Esas no son presuposiciones m eram ente convencionales.
Su verdad es una genuina condición previa para que los dos enun­
ciados citados puedan expresar proposiciones. Y, para representar
el status lógico de esas proposiciones, ni el análisis tradicional, ni el
análisis en térm inos de funciones proposicionales —’Para todo x,
si x es /, x es g’— es adecuado por sí mismo. O se requiere un nuevo
análisis, o debe hacerse explícita la presuposición m ediante la adi­
ción de alguna frase como ’y hay una x tal que x es
Algunos lógicos, aun concediendo que las proposiciones de ge­
neralidad no restringida (por ejemplo, ’Todos los hom bres son
m ortales’) han de ser analizadas en térm inos de funciones propo­
sicionales, han dudado si el mismo análisis vale para aquellas que, en
un sentido amplio de ’acerca de’, son acerca de todos los miembros
de una clase lim itada. Es paradójico, como ha indicado Strawson,
que pueda decirse que las proposiciones 'Jack Straw es feliz’ y
T odos los Straw s son felices’ ejem plifiquen form as lógicas dife­
rentes, a saber: 'a es g’ y T ara toda x, si x es /, x es g' (donde ff re­
presenta 'ser un miembro de la familia Straw ’). Sin embargo, aunque
la familia Straw conste de m iembros que pueden ser enumerados, la
segunda proposición no es acerca de individuos designados, sino
acerca de quienquiera que sea miembro de la familia, es decir, acer­
ca de aquellas fx f para las cuales *x es un m iem bro de la familia
Straw ’ sea verdadera. Así quizá podamos aceptar la paradoja, y
convenir en la asimilación de todas las proposiciones de esa clase a
la form a T a ra toda x, si x es /, x es g\ con la adición ’y hay una x
tal que x es / ' o sin ella. Y tal vez sea demasiado esperar que todas
las proposiciones que los hom bres tienen ocasión de enunciar en los
lenguajes naturales caigan, sin alguna incomodidad, en el estrecho
campo de las form as lógicas aceptadas. La ansiedad de parte del ana­

90
lista lógico por dar cuenta de sutiles diferencias entre expresiones
de un lenguaje dado puede tener el efecto de privar de universalidad
a su sistema.
H asta aquí hemos considerado solamente la aplicación del aná­
lisis de proposiciones en térm inos de funciones proposicionales a
casos en que x es, como se dice, una Variable individuar. En el len­
guaje del cálculo predicativo4 ’cuantificam os’ variables cuando ha­
cemos aserción de que para toda x o para alguna x, 'x es / ’ es verda­
dera. Pero puede ser ilum inador extender el análisis de modo que
cubra toda clase de proposiciones que se ocupen en totalidades y
ejemplos, es decir, proposiciones en cuya expresión se utilicen pala­
bras y frases como ’todos', ’algunos’, ’siem pre que’, ’cualquier cosa
que’.
Así, ’Este vino tiene todas las virtudes del buen clarete’ puede
analizarse como ’Para toda /, si f es la virtud de un buen clarete, f
es poseída por este vino’, donde cuantificamos una variable-predica«
do. Igualmente, ’Siempre que Juan discute pierde la paciencia’, es
de la form a T a ra todo t, si t es un tiempo en el que Juan discute, t
es un tiempo en el que Juan pierde la paciencia’; y ’Pedro es com­
placiente en todas las situaciones’ es de la form a ’Para toda 5, si 5
es una situación en la que se encuentra Pedro, s es una situación en
la que Pedro es complaciente’. La incomodidad, o aun el absurdo
verbal de esas formulaciones, no debe cegarnos para el hecho de
que revelan la verdadera función de 'siem pre que’ o de palabras como
’todo’ o ’alguno’. Esas reformulaciones no parecerán absurdas si se
reconoce que no intentan reemplazar, sino explicar, las formas más
sucintas de expresión desarrolladas en los lenguajes naturales.

Proposiciones de identidad

Nos resta examinar el uso de nombres, descripciones definidas


y descripciones indefinidas, como predicados gramaticales de enun­
ciados. Consideremos los ejemplos siguientes:

«Scott escribió libros»


«Scott fue un autor»
«Scott fue el autor de Waverley»

4Ver «La notación del cálculo de predicados», en este mismo capítulo.

91
El prim er enunciado expresa una proposición de form a sujeto-
predicado,5 pero ¿cómo han de clasificarse el segundo y el tercero?
Desde un punto de vista, el segundo enunciado se agrupa con el
prim ero, por cuanto son casi —si no completamente— sinónimos.
AI mismo tiempo, puede parecer que el segundo enunciado no difiere
del tercero más que en cuanto al hecho de que la frase «el autor de
Waverley» (a diferencia de «un autor») lleva consigo la 'implicación
de unicidad'. Afirmar que Scott fue el autor de Waverley implica que
sólo él escribió dicha obra; afirm ar que fue un autor, no excluye la
posibilidad de que tam bién otras personas fueran autores. Pero en
ese aspecto el segundo enunciado parece ser análogo al prim ero. Ads­
cribir un predicado a una cosa no es excluir la posibilidad de que
el mismo predicado pueda ser adscrito a otras cosas. Comparemos,
pues, con mayor atención los enunciados prim ero y segundo.
Decir que Scott escribió libros es caracterizar a Scott, o, en un
sentido amplio de la palabra, describirle; decir que fue un autor
es decir que es un individuo de cierto tipo, o adscribirle a una clase
de individuos. Esa distinción entre proposiciones predicativas y pro­
posiciones de pertenencia a una clase, es una fina distinción que,
desde un punto de vista lógico, es a veces insignificante. «Si todos
los hombres son m ortales y Sócrates es un hombre, entonces Sócra­
tes es mortal» y «Si todos los seres humanos son m ortales y Sócrates
es humano, Sócrates es mortal», parecen ser simplemente variantes
lingüísticas que expresan la misma proposición. Pero si se pre­
guntase a alguien qué fundam ento tenía para afirm ar que determ i­
nada caja de píldoras era un objeto rojo (una proposición de per­
tenencia a una clase, la de los 'objetos rojos'), el interpelado podría
decir «Desde luego, porque es roja»; en cambio, nadie podría dar
razonablemente como fundam ento para afirm ar que era roja «Que es
un objeto rojo». La pertenencia a una clase está determ inada por la
predicación, de modo que la predicación parece ser, en algún sen­
tido, 'lógicamente anterior' a la pertenencia a una clase.
Un análisis correcto de la proposición expresada en el enunciado
«Scott fue el autor de Waverley» solamente puede hacerse si en­
tendemos, al menos en parte, la diferencia de función entre nombres
propios y descripciones. La función prim aria de un nom bre propio
es hacer referencia a una persona o cosa individual. El nom bre pro­
pio 'Scott' aparece en su función prim aria en el enunciado «Scott
escribió libros», pero no en el enunciado «'Scott' es un nom bre es-

5 Lo cual no es negar que también ejemplifique una forma relacional, en


la que 'Scott' y 'libros' son los términos relativos.

92
|cocés». Para entender completam ente un enunciado en el que apa­
rece un nom bre propio en su función prim aria, es necesario saber
a qué se aplica el nombre, es decir, qué es lo que nom bra, o a quién
(o a qué) representa. En realidad, si una combinación de letras, que
pretende ser un nom bre propio en su función prim aria, no nom bra
nada, esa combinación de letras no tiene significado, sino que es
simplemente un ruido o una m ancha en el papel. Por el contrario,
no es una condición previa para que entendamos una descripción
definida que sepamos a qué o a quién se aplica ésta, ni la descrip­
ción carece de significado cuando no hay nada a lo que se aplique.
Aunque nadie haya visitado la luna, la descripción definida «el pri­
m er visitante de la luna» es una frase significativa. Si no fuera
así, si para la significación de los nom bres propios y para las descrip­
ciones definidas valieran las mismas condiciones generales, enton­
ces yo no podría reconocer como significativo el enunciado «Scott
fue el autor de Waverley» más que si «el autor de Waverley» hiciese
referencia a un individuo designado y yo supiese a qué individuo de­
signaba.
Podemos expresar eso de un modo más sencillo. Si las condicio­
nes para la significación de nombres propios y de descripciones fue­
ran las mismas, entonces, si alguien me dijera «Scott es el autor de
Waverley», yo no podría entender el sentido de ese enunciado a me­
nos que ya supiese que la frase «el autor de Waverley» designaba o no
designaba al mismo hom bre designado por «Scott». Podemos ir más
lejos: si la frase «el autor de Waverley» fuera significativa porque,
y solamente porque, designa al mismo hom bre designado por el
nom bre «Scott», entonces decir «Scott fue el autor de Waverley»
sería afirm ar la misma proposición, aunque expresada en palabras
diferentes, que la afirm ada por «Scott fue Scott». Pero indudable­
mente, decir que Scott fue el autor de Waverley no es enunciar una
tautología, sino una proposición contingentem ente verdadera.
Ya hemos dicho alguno de los modos en que se utilizan frases
descriptivas. En un enunciado como «La piedra que hay en la pala
es lisa», la descripción definida es un sustituto de un nom bre propio,
pero es describiendo, y no nom brando, como realiza la individuali­
zación. En «El prim er m inistro preside las reuniones del Gabinete»,
la descripción definida no se utiliza para hacer referencia a un
individuo innominado, sino que puede ser reemplazada por la frase
«Quienquiera que sea el prim er ministro», o, en lenguaje más técni­
co, «Para toda x, si x es el prim er m inistro, x, etc.». Pero ¿cuál es la
función de las descripciones definidas que aparecen en los predica­
dos gramaticales de los enunciados, como en «Harold Wilson es el

93
prim er ministro» o «Scott es el autor de Waverley»? Es éste un uso
que ya hemos conocido en la reformulación de «El prim er m inistro
preside las reuniones del Gabinete» como «Quienquiera que sea el
primer ministro, preside las reuniones del Gabinete».
Para entender ese uso debemos considerar de nuevo algunos
puntos suscitados al tra ta r de «Scott fue un autor». En prim er lugar,
podemos advertir que hay dos funciones diferentes del verbo 'ser'
en enunciados indicativos. Son ejemplos, de la prim era función,
«Scott es cojo», y, de la segunda, «Scott es el autor de Waverley».
Que Scott sea cojo es que sea predicable de él una cualidad, atributo
o característica general, Que Scott sea el autor de Waverley es,
para él, ser un individuo particular. Ese segundo uso de 'ser' se
ejemplifica en enunciados en los que el predicado consta de alguna
form a del verbo ser, junto con descripciones, definidas o indefinidas,
o nombres propios. Las proposiciones que esos enunciados expresan
pueden llamarse proposiciones de identidad.
La razón de que la palabra 'identidad', en ese contexto, pueda
resultar desorientadora, está clara si consideramos de nuevo el enun­
ciado «Scott es un autor». Ese enunciado expresa el hecho de que
Scott es un individuo, un miembro de una clase de individuos, pero
no le identifica con un individuo determinado (por ejemplo, como el
autor que vivía en Abbotsford). Podría, pues, ser menos desorienta­
dor distinguir, por una parte, proposiciones predicativas, y, por otra,
proposiciones que afirm an de un sujeto que es un individuo, sea un
individuo determ inado o un miembro de una clase de individuos.
Entonces podemos incluir en una subdivisión aquellas que pueden
ser descritas de modo inequívoco como proposiciones de identidad
y las expresadas en enunciados cuyos predicados son o nom bres
o descripciones definidas.
Mediante el enunciado «Scott fue el autor de Waverley», afir­
mamos que un individuo al que hace referencia el nom bre propio
'Scott' es el único individuo del que es verdadero que escribió Wa­
verley. Está claro que no afirmamos que las palabras 'Scott' y 'el
autor de Waverley' tengan el mismo significado, sino que el indivi­
duo al que nom bramos puede identificarse como el individuo que
escribió Waverley. 'Scott' es, pues, el nom bre por el cual hago refe­
rencia al individuo acerca del cual hago mi aserción; no hago, desde
luego, aserción alguna acerca del nombre 'Scott'. La frase 'el autor
de Waverley' es lo que llam aré una expresión singularm ente descrip­
tiva, y afirm ar que Scott es el autor de Waverley es afirm ar que Scott
'satisface' esa expresión singular descriptiva. Es indudable que po­
demos utilizar las expresiones 'Scott' y 'el autor de Waverley' para

94
hacer referencia al mismo individuo, pues, si no pudiéram os hacerlo,
el enunciado «Scott es el autor de Waverley» no expresaría una pro­
posición verdadera; pero, en ese enunciado, la función de 'el autor
de Waverley' no es la de hacer referencia-6
Cuando decimos que Scott era cojo puede decirse que adscri­
bimos a Scott el 'ser cojo'. Así, cuando decimos que Scott fue el autor
de Waverley puede decirse que adscribim os a Scott 'ser el individuo
que escribió Waverley'. Pero la segunda de esas adscripciones no
constituye más que la prim era una referencia a, o una denomina­
ción de, individuo alguno. Sería imposible que un enunciado de la
form a de «(Nombre propio) es (descripción definida)» o «(Descrip­
ción definida) es (descripción definida») se utilizase para expresar
proposición alguna si la función de ambas expresiones conectadas
fuera la de hacer referencia. Pero debe evitarse un posible m alenten­
dido. Cuando adscribim os a Scott 'ser el individuo que escribió Wa­
verley*, no predicamos. Yo predico algo de Scott cuando digo que
escribió Waverley; cuando digo que es el autor de Waverley lo
que hago es decir que es un determ inado individuo.
Aunque la proposición de identidad que hemos discutido es una
proposición cuyo sujeto particular es un nombre, y cuyo predicado
'es' una descripción definida, debemos reconocer que esas proposi­
ciones pueden expresarse en enunciados cuyos sujetos y predicados
pueden ser o nombres o descripciones definidas. Así, todos los enun­
ciados siguientes pueden expresar proposiciones de identidad:

«Scott fue el autor de Waverley»


«El dueño de Abbotsford fue el autor de Waverley»
«Scott fue sir Walter»
«El autor de Waverley fue Scott»

Las siguientes proposiciones parecen ser verdaderas de esos


enunciados:

1. El sujeto lógico puede expresarse o por el sujeto gram atical


o por el predicado gramatical.
• Lo que hace de una frase una expresión que hace referencia es la inten
ción del que habla o escribe. Las palabras no pueden hacer referencia, en el sen­
tido en que estoy utilizando la expresión, sin que lo sepa el hablante. Sería, pues,
ininteligible que a la pregunta «¿A quién se refiere usted cuando dice 'Scott era
cojo'?», se contestase «No tengo la menor idea». Mientras eso se reconozca, no
puede argumentarse que, por nuevos descubrimientos en la historia de la lite­
ratura del siglo xix, resultara que 'el autor de Waverley' no fuera Scott, sino
Byron.

95
2. En cada enunciado, la función de la frase-sujeto, o la de la
frase-predicado, pero no la de ambas, es hacer referencia.
3. En aquellos enunciados en los que la expresión que no es el
sujeto gram atical es un nombre, éste no funciona como
un nombre, sino como una descripción abreviada.

A menudo ha sido advertido por los lógicos que, en ciertos casos,


sólo podemos determ inar qué parte de un enunciado expresa o de­
nota el sujeto lógico si ya sabemos a qué pregunta daría respuesta
la proposición afirm ada. Así, si «Ese edificio de ahí es la Biblioteca»
es la respuesta a la pregunta «¿Qué es (o cuál es el nom bre de) ese
edificio de ahí?», el sujeto lógico es 'ese edificio de ahí'; pero si es
la respuesta a «¿Qué edificio es la Biblioteca?», el sujeto lógico es 'la
B iblioteca'.7 El hecho de que los enunciados que expresan proposi­
ciones de identidad sean reversibles ha inclinado a algunos lógicos
a la opinión de que, lo mismo que dichas proposiciones no tienen pre­
dicado, no tienen tampoco sujeto. Si aceptamos esa opinión nos
veremos obligados a rechazar la que ha sido expuesta aquí, a saber:
que la función de una de las frases componentes es hacer referencia,
y que el análisis correcto de 'Scott fue el autor de Waverley*es adscri­
bir a Scott ser el individuo que escribió Waverley. Quizá pudiera
decirse que la función del enunciado es afirm ar que la referencia del
nom bre 'Scott' es la misma que la de la frase 'el autor de Waverley',
pero eso es difícil de aceptar. Yo podría saber que la palabra mensa
y la palabra table se usan para hacer referencia a objetos de la m is­
m a especie, e ignorar el hecho de que mensa y table son palabras pa­
ra decir 'mesa'. Cuando aprendo que Scott fue el autor de Waverley,
no aprendo simplemente que un nom bre y una descripción definida
hacen referencia a lo mismo. Desde luego, si Scott fue el autor de
Waverley, entonces 'Scott' y 'el autor de Waverley' hacen la misma
referencia, pero eso es porque sólo Scott escribió Waverley, es decir,
por un hecho histórico, y no por un hecho de los usos del lenguaje.
Lo que puede dar alguna plausibilidad a esa errónea suposición es
el hecho de que el nom bre 'Scott' no puede excluirse de ninguna for­
m ulación de la proposición. H ablar de Scott es hablar del hom bre
llamado Scott. Pero otro tanto podría decirse de una proposición
como 'El hom bre del sillón es el hom bre que conocí ayer'. Recono­

7 No siempre se ha advertido que esa particular ambigüedad se da solamen


te en las proposiciones de identidad, y no en las de sujeto-predicado. Tanto si
decimos «Diana de Efeso es grande» como si decimos «grande es Diana de
Efeso», la proposición afirmada es siempre una, cuyo sujeto lógico es «Diana».

96
cer la verdad de esa proposición (dado que sea verdadera) no es
simplemente reconocer que «El hom bre del sillón» y «El hom bre
que conocí ayer» hacen la misma referencia.
Aunque es natural suponer que el sujeto gram atical de un enun­
ciado denota el sujeto lógico de la proposición expresada, tal supo­
sición, como hemos visto, no es siempre correcta. Así, por la form a
de «Scott fue el autor de Waverley» no es posible decidir si es el
nom bre 'Scott' o la frase 'el autor de Waverley' la que tiene la fun­
ción de hacer referencia. Pero está claro que, cuando la expresión
que hace referencia es 'el autor de Waverley', lo que se afirm a es que
este fue el individuo llamado Scott. Así, la función de la frase 'es
Scott' en ese contexto es, como la frase 'es el dueño de Abbotsford',
singularm ente descriptiva. Así, «Scott fue sir Walter» expresa la
proposición 'Scott fue el hom bre que se llamó 'sir W a lte r''. 8 Seme­
jantem ente, «El nom bre de mi vecino es Juan» expresa la proposi­
ción 'El nom bre de mi vecino es el nom bre 'J u a n ''. En su segunda
aparición, las palabras 'el nom bre' parecen redundantes, puesto que
está claro que sólo podríam os identificar inteligiblemente el nom­
bre de mi vecino como un nom bre individual, y no, por ejemplo,
como un hombre individual.
Se habrá advertido que, para toda proposición en que se afir­
me de alguna persona o cosa que es determ inado individuo, pueden
construirse proposiciones correspondientes pero no equivalentes,
que son predicativas; así, a 'El autor de Waverley fue Scott' co­
rresponde 'El autor de Waverley se llama Scott'. La segunda propo­
sición nos dice menos que la prim era; no nos dice qué individuo fue
el autor de Waverley, sino una de sus características o atributos, a
saber: que se llamaba Scott.
En el m ejor de los casos, este breve e incompleto intento de dis­
tinguir entre proposiciones existenciales, predicativas y de identidad,
provocará una insistencia en la investigación. Muchas dificultades
se han dejado intactas, y no se pretende la últim a palabra para las
conclusiones obtenidas. Mi intención ha sido hacer una introducción,
más bien que dar una respuesta, a los problem as del análisis propo-
sicional

8 No soy constante en el uso de comillas con nombres propios, y no creo


que haya reglas rígidas para ese uso. Normalmente escribimos «'Jorge' es su
nombre», pero «Su nombre es Jorge», y no «Su nombre es 'Jorge'». Así, don­
de se menciona el nombre «Jorge», encerrarlo entre comillas sirve a veces
para evitar confusiones, pero ese uso no es siempre necesario.

97
La notación del cálculo de predicados

Los análisis formales de las proposiciones generales que hemos


estado considerando se reflejan en la notación y las fórm ulas del
cálculo de predicados (o cálculo predicativo). Esta es la versión de
la lógica de térm inos que fue presentada por Russell y W hitehead
en sus Principia Mathematica. Así como puede pretenderse que los
nuevos análisis de las proposiciones generales que hemos venido con­
siderando superan los análisis de la lógica tradicional, así tam bién
se suele afirm ar que el cálculo de predicados, que aprovecha esos
nuevos análisis, supera la lógica tradicional del silogismo.
Las leyes del cálculo predicativo son de dos tipos: 1.°, aquellas
que son peculiares al mismo (es decir, a la lógica de términos), y 2.°,
aquellas que son análogos, o especificaciones, de las leyes del cálculo
proposicional. El cálculo proposicional y el cálculo de predicados
pertenecen a un mismo sistema.
Los componentes con que están construidas las fórm ulas del
cálculo son funciones proposicionales, y, en opinión de Russell, hay,
en último análisis, sólo dos cosas que puedan hacerse con una fun­
ción proposicional; una, afirm ar que es verdadera en todos los ca­
sos, y, la otra, afirm ar que es verdadera al menos en un caso, o en
algunos casos. \Esa pretensión puede parecer cuestionable. Podemos
decir que con seguridad hay otra cosa que podemos hacer a una fun­
ción proposicional: podemos, en una de esas funciones, como fx es
m ortal', sustituir la x por el nom bre de un individuo, o, si la función
es de la form a 'fx ' (donde / representa un predicado cualquiera),
sustituir '/' por algún predicado determ inado (por ejemplo, 'es m or­
tal'). Pero la lógica no se interesa por proposiciones individuales, que
son contingentem ente verdaderas o falsas, sino por leyes lógicas
formales, leyes que valen para proposiciones de formas diferentes,
independientemente del contenido de éstas. Las leyes lógicas pueden
ser ejemplificadas por argum entos concretos, pero tales ejemplifica-
dones no form an parte de la lógica formal. En segundo lugar, las pro­
posiciones sobre individuos no tienen, para Russell, puesto alguno
en la lógica, porque «es parte de la definición de lógica que todas sus
proposiciones son completam ente generales». Hay, pues, un estricto
paralelo entre la lógica de térm inos aristotélica y el cálculo de pre­
dicados. Ambos investigan sistem áticam ente la lógica de las propo­
siciones generales (universales o particulares), no de las proposicio­
nes singulares.
Las funciones proposicionales simples se expresan así: '<*>*', ’yx\
o, si se emplean letras del abecedario latino, *fx\ *gx\ La prim era le­

98
tra, llamada variable-predicado, representa un predicado cualquiera;
la segunda letra, la variable-individuo, puede pensarse como reali­
zando la m ism a función que el pronom bre 'eso' del lenguaje ordina­
rio, y puede leerse 'eso' o fx \
Para expresar el hecho de que una función proposicional es ver­
dadera en todos los casos o en algunos casos (o, m ejor, en 'al menos
un caso'), se emplean dos artificios, llamados cuantificadores. Me­
diante un cuantificador, 'cuantificam os' o generalizamos la función
proposicional a la que aquél se añade, indicándose su alcance, donde
es necesario, m ediante paréntesis.

'(x )' es el cuantificador universal, y ha de leerse 'para todo x \


'(3 x)' es el cuantificador existencial y ha de leerse 'hay al menos
un x \
La fórm ula '(x)fx* ha de leerse 'para todo x, x es /', o «sea x lo
que fuere, es /», o «cualquier cosa es /».
La fórm ula ( 3 x) fx ha de leerse «hay al menos un x tal que es
/», o «algo es /», o, aproximadamente, «hay efes».

Si damos un determ inado valor, por ejemplo, 'es hum ano', a


en cada una de esas dos fórmulas, resultan proposiciones la prim e­
ra de las cuales es falsa, porque no todo es humano, y la segunda
verdadera.
Un ejem plo más completo sirve para recordarnos el hecho de que
las leyes de este cálculo pertenecen al mismo sistema de lógica que el
cálculo de proposiciones elementales. \x)(fxzDgx)\ 'Para todo x,
si es /, es g9o 'Todas las cosas-/ son g \ es el análogo de la proposición
A de la lógica tradicional. El análogo de la proposición I de la lógica
tradicional es '( 3 x)(fx-gx)\ Como podría esperarse, 'fórm ulas bien-
form adas' pueden com prender símbolos pertenecientes a simbas
notaciones, por ejemplo, \x)(fxz)gx)-p'.
El cálculo de predicados puede presentarse como un sistem a
deductivo, lo mismo que el cálculo proposicional. Sus ideas prim iti­
vas peculiares son cuatro, a saber: las de variable-individuo, *y*,
etcétera, variable-predicado, 9f , *g\ etc., cuantificador universal,
'(*)'> y cuantificador existencial, '(3 £)'.
Después, las definiciones de las negaciones de las fórmulas,
\ x ) f x f y '(3 x)fx', hacen explícito el hecho de que es posible pasarse
sin uno de los dos cuantificadores. 9Así,
• Definiciones positivas más breves son
( * ) = ~ ( 3 *)~Df.
(3 * ) = ~(x)~D f.

99
~( x) f x = ( i x ) ~ f x Df.
~ { 3 x)fx = {x)~f x. Df.

Si es falso que todo sea '/', entonces debe ser verdadero que hay
al menos un V que no es si es falso que haya al menos un 'x' que
sea '/', entonces, sea 'x’ lo que fuere V no es (o «nada es '/'»).
No citaré las otras ocho definiciones de las constantes distintas
de la negación, que los autores de los Principia Mathematica pen­
saron que eran necesarias. Ni enum eraré las equivalencias que se
dan entre fórm ulas expresadas, una serie en térm inos del cuantifi-
cador universal y la otra en térm inos del cuantificador existencial.
Está claro, por ejemplo, que, dada la prim era definición anterior,
\ x ) f x ' será equivalente a ' ~ ( g x ) ~ f x ’.
Como ya hemos visto, las leyes del cálculo son de dos tipos, a sa­
ber: las que son análogas a las leyes del cálculo proposicional, y las
que le son peculiares.
Que las leyes de la lógica proposicional valen para las funciones
proposicionales no parece que requiera prueba alguna. Si 'p^>p* es
una ley que vale para toda proposición, entonces si \ x ) f x ' es la
form a de una proposición, '(*)/*=>(•*)/*' será una especificación
de aquella ley. En cuanto a las leyes que son peculiares al cálculo de
predicados y no tienen análogos en el cálculo proposicional, los Prin­
cipia Mathematica seleccionaron seis, y éstas, junto con las leyes
del cálculo proposicional, constituyen los axiomas a p a rtir de los
cuales se derivan como teorem as las restantes leyes de la lógica de
predicados.
Tres de las m ás im portantes leyes del cálculo, la prim era de las
cuales es una proposición prim itiva, m ientras que la segunda y la
tercera son teoremas, son:

1. (x)f xz >(3 x)fx,


que puede leerse: «Si todo es /, entonces hay algo que es /»;
2. (x)(fxz>gx)=>((x)fxz>(x)gx),
que puede leerse: «Si lo que es / es g, entonces si todo es / todo es g»;
3. (x)(f x-gx)=(x)f x-(x)gx,
que puede leerse: «Todo es / y g si, y sólo si, todo es / y todo es g».

La prim era de esas leyes enuncia las condiciones en las cuales


podemos pasar válidamente de 'todos' a 'alguno'. Es im portante ad­
vertir que no nos autoriza a pasar de una proposición universal (A)
a una proposición particular (I). \x){fxz^gx)^>( g x)(fxz^gx)r es una
aplicación de la ley, pero la form a de una proposición I no es

100
r(3 x)(fx^>gx)' ('Hay un x tal que, si es f, es g'), sino '(g xXf x- gx) ’
('Hay un x tal que es f y es g').
El uso de las leyes segunda y tercera puede ilustrarse en la deri­
vación (prueba) de la ley

{ ( x)(fxz>gx) ■ (x)(gx^>hx)) r>(x)(/xr>7!x),

que es fácil de recordar como el análogo, en el cálculo, del modo si­


logístico B arbara
'Si todo Ai es P, y todo S es Ai, entonces todo S es P\
Partimos de la ley del cálculo proposicional
((p=>2) • ( g D r ) ) D ( p D r ) .

Reemplazamos p, q y r, respectivamente, por las funciones fx,


gx y hx, con lo que tenemos
((fxz>gx) • (gx^>hx))z>(fxz>hx).
Pero como quiera que ésa es una ley formal, vale sea x lo que
fuere; de modo que podemos generalizar:

(x) { [ ( f x^gx) • (gxz>hx)]i>(fxz>hx)} .

Ahora podemos ver toda la expresión que sigue al cuantificador


'(*)' como una implicación m aterial compuesta; así, podemos derivar
de esa ley, de acuerdo con la segunda ley antes citada, a saber:
'(*)(/*=>gx) 3 [(x)fxz>(x)gx)]’, la ley
1. (x)[fxz>gx)-(gxi>hx)]=i(x)(fx=>hx).
Ahora, puesto que, de acuerdo con la tercera ley anterior, a sa­
ber: ' (xxf x- gx)=( x)f x' ( x)gx’, la expresión completa (en 1) que pre­
cede a la constante principal 'o *, es m aterialm ente equivalente a
( x) ( f x^gx) • (x)(gxz>hx),
podemos derivar de 1 la ley
[(xXfxz>gx) . (xXgxz>hx)]=>(xXfxz>hx),
que es la ley que queríamos probar.

101
El propósito de esta muy breve exposición del cálculo de pre­
dicados ha sido presentar los elementos de la notación, y m ostrar
cómo se relaciona al cálculo de proposiciones, como parte del mismo
sistem a deductivo. Si hemos de aceptarlo como proporcionando un
análisis satisfactorio de la lógica de términos, debemos asegurarnos
de dos puntos generales; prim ero, que el análisis de proposiciones
que ofrece es correcto, o, al menos, que debe ser preferido al aná­
lisis aristotélico; segundo, que las constantes del cálculo proposi-
cional, que, como hemos visto, son asumidas en la notación del
cálculo de predicados, representan adecuadamente aquellos víncu­
los proposicionales en virtud de los cuales las proposiciones se en­
cuentran entre sí en relaciones de necesidad lógica.
En la parte anterior de este capítulo he ignorado las diferencias
que puede haber entre ’p=>q’ y 'si p, q \ y he dado como representa­
ción del nuevo análisis de proposiciones universales 'Sea x lo que
fuere, si x es f, es g\ Pero como quiera que, en la notación del cálcu­
lo, ésa es la fórm ula \x){fx^>gx)\ tal interpretación está expuesta a
las mismas críticas que consideramos anteriorm ente, cuando trata­
mos del cálculo proposicional. El señor Strawson ha atraído la aten­
ción sobre el hecho de que, si aceptamos ' ~ ( 3 x)(fx- ~ g x )’ como aná­
lisis de la proposición Todos los libros de esta habitación son de
autores ingleses', debemos adm itir que la proposición es verdadera
si en esta habitación no hay libro alguno, puesto que

' - ( 3 *)(/*)=> ~ ( 3 *)(/*• ~gxY

es una ley .10Si encontram os esa consecuencia inaceptable y hacemos,


por lo tanto, objeciones al análisis, es im portante que reconozcamos
que el fundam ento para nuestra crítica no es una peculiaridad del
cálculo de predicados, sino que ha de localizarse más atrás, en las
reglas de las constantes lógicas.
En cuanto a la cuestión de si el análisis de proposiciones pro­
porcionado por el cálculo es aceptable, debemos reconocer el gran
alcance de lo que se ha dicho en su favor. El análisis cuantificacio-
nal no se ofrece solamente para las proposiciones que se expresan
en enunciados cuyos sujetos incluyen las palabras 'todos' y 'algunos'.
Proposiciones expresadas en enunciados cuyos sujetos son descrip­
ciones indefinidas y definidas son tam bién analizadas de la misma
m anera. He argum entado que el análisis es apropiado y revelador
cuando se tra ta de descripciones indefinidas, y en algunos de los

10 P. F. S t r a w s o n , obra citada, cap. 5, II.

102
casos en que se utilizan descripciones definidas. Pero tam bién he
argum entado que algunos enunciados cuyos sujetos gram aticales
son descripciones definidas no son existenciales, y que, por lo tanto,
representarlos por fórm ulas cuantificadas es en cierta m edida fal­
searlos. Pero no hemos dicho que el análisis cuantificacional de esas
proposiciones resulte en una representación errónea de leyes lógicas
generales. Si podemos presentar nuestras objeciones es por la suge­
rencia de que descripciones definidas no pueden utilizarse, como
pueden utilizarse los nombres propios, para expresar los sujetos
lógicos de proposiciones de sujeto-predicado.

Notaciones lógicas

Hemos pasado revista, brevemente, a tres notaciones lógicas,


a saber: las de la lógica tradicional, del cálculo proposicional y del
cálculo de predicados. Las dos últim as no solamente nos perm iten
expresar relaciones lógicas de modo más claro y transparente, sino
que nos dan una comprensión más profunda de la estructura de las
proposiciones. Puede entonces preguntarse razonablemente por qué
el vocabulario de la lógica tradicional no ha sido abandonado por
entero, al menos por aquellos lógicos que consideran que la lógica
m oderna ha superado a la tradicional. En realidad, pocos lógicos ex­
cluyen totalm ente fórmulas como Todo S es P9y 'Algunos S son P \
Hay quizá tres razones principales para la sobrevivencia de la no­
tación tradicional; la prim era es el hecho de que en aquélla las
formas de las proposiciones conservan estrecha analogía con las for­
mas del lenguaje común; la segunda, que después de muchos siglos
de literatura filosófica, se nos ha hecho familiar. Hasta tanto que un
estudiante no ha llegado a familiarizarse, m ediante la práctica con­
tinua, con la notación del cálculo de predicados, no debe esperarse
que encuentre las fórm ulas de las formas del silogismo tan naturales
como las de los libros de texto tradicionales. Pero hay una razón más
por la que muchas veces nos sentimos inclinados a conservar la
notación antigua. Aunque, como he tratado de m ostrar, la form a
de una argum entación no puede definirse como aquello en virtud de
lo cual la argum entación es válida, generalmente nos interesamos por
las características formales de las proposiciones sólo en la medida
en que éstas son significativas para la exposición de las relaciones
lógicas en que se encuentran en un contexto dado. Así, tendemos
a adoptar en la discusión las fórmulas más sencillas que revelan la
lógica de una argumentación, aun cuando falte precisión a dichas

103
fórmulas. Las diferencias formales entre proposiciones universales
y singulares pueden a veces ser ignoradas, y sus semejanzas form a­
les acentuadas. Consideremos el diálogo:

«Quienquiera que haya dicho eso estaba mal informado».


«Juan fue quien me lo dijo.»
«En ese caso, alguien le ha informado mal.»

El segundo enunciado expresa una proposición singular de iden­


tidad, pero representarle como de la form a sujeto-predicado, y el
diálogo entero como un ejemplo de silogismo tradicional en Bar­
bara —Todo M es P, (Todo) S es M, luego (todo) S es P'— parece en
algunos contextos una distorsión excusable. Pero hay que pagar un
precio por la asimilación de argumentaciones complejas a las formas
sencillas de la lógica tradicional. La atractiva simplicidad de éstas
y su cercanía a form as gramaticales estándar, no ofrece al lógico
incentivos para intentar análisis m ás penetrantes. No es sorprenden­
te que todos, o casi todos, los progresos de im portancia en la teo­
ría y el análisis lógico durante el últim o siglo y medio hayan sido
hechos por filósofos con un fondo m atemático y no filológico.
5
Proposiciones y hechos

Se dice que W ordsworth dijo que el lenguaje no es el vestido,


sino la encarnación del pensamiento. ¿Estam os justificados para re­
chazar esa opinión de que las palabras y enunciados que pronuncia­
mos son, en sí mismos, nuestros pensamientos, y no m eram ente los
medios m ediante los cuales, o el medio en el cual, los expresamos?
Ciertamente, parece haber buenas razones para m antenerla.
Indudablemente, sentimos a veces que el pensamiento parece
tomar forma en las palabras mismas que utilizamos para expresarlo.
Aunque a veces nos vemos llevados a decir que no encontram os pala­
bras adecuadas para expresar nuestros pensamientos, la reflexión
sobre esas situaciones parece recom endar la conclusión de que, has­
ta que encontram os palabras para expresar un determinado pensa­
miento, éste es vago e indeterminado. Ciertamente, es desorientador
pensar el lenguaje en general como un utensilio o instrum ento, en
todo caso cuando el propósito de nuestra habla es expresar lo que
pretendem os que es verdadero. Para alcanzar un resultado determ i­
nado, yo escojo un utensilio con preferencia a otro. Por ejemplo,
utilizo un cuchillo, m ejor que una cuchara, para cortar la carne. Se­
ría desorientador describir como un instrum ento aquellas cosas
cuya operación no sea asunto de elección por mi parte. Así, si bien
puedo elegir un medio de comunicación m ejor que otro (puedo de­
cidir expresarme por escrito m ejor que verbalmente), e incluso pue­
do escoger una palabra con preferencia a otra, no decido emplear el
'lengua je-en-general' para expresar mis pensamientos. El pensamien­
to se realiza a sí mismo se actualiza, solamente en el lenguaje.
Pero esas consideraciones no deben llevarnos a abandonar la

105
distinción entre enunciados y proposiciones. Sin duda W ordsworth,
cuando hizo la observación que he citado, pensaba en la poesía. Un
poema no es el sentido o idea de las líneas que el poeta escribe o
recita; es más bien pensamiento y sentimiento en tanto que expresa­
do en ciertas palabras y enunciados particulares, y no en otros. Una
paráfrasis de un poema no es el poema, y no existe algo así como un
'poema en traducción’, si lo que esa frase quisiera decir fuera el mis­
mo poema original expresado en un idioma diferente; porque un
poema consiste en determ inadas palabras y frases. Pero está cla­
ro que, para algunos propósitos, la distinción entre palabras y
enunciados dichos, y su idea o 'sustancia’, es permisible, y, en
realidad, necesaria. Si se me pregunta por el tema inicial de una
sonata de piano, debo cantar, tocar o silbar, las mismas notas que
lo componen; si se me pregunta por las líneas iniciales del Hamlet,
debo citar las palabras que escribió Shakespeare; pero si se me
pregunta qué instrucciones he recibido, o qué información me han
dado, puedo hacerlo saber sin necesidad de citar. Considero axiomá­
tico que, aunque los hombres piensan y hablan en idiomas diferen­
tes, pueden, aun así, considerar los mismos problem as y hacer las
mismas preguntas. Así, las proposiciones, si bien solamente pueden
expresarse en palabras, no son las palabras en que son expresadas.
La misma proposición puede tener expresión en un número indefi­
nidamente crecido de enunciados distintos, en el mismo idioma o en
idiomas diferentes.1
La proposición para cuya expresión se utiliza un enunciado es,
en un claro sentido de la palabra «significado», el significado de ese
enunciado. Debemos poner en claro cuál es ese sentido, pues la pa­
labra ’significado’ se usa con más de uno.
Una proposición es un determinado pensamiento que el que
habla trata de dar a conocer a sus oyentes, es un significado en el
sentido de que es lo que el que habla ’significa’, o quiere que se en­
tienda. Distintas personas en tiempos y en circunstancias diferentes
pueden utilizar el mismo enunciado para expresar diferentes pro­
posiciones, o, en el sentido de la palabra ’significado’ que ahora nos
interesa, diferentes significados. Así, un hombre del siglo x v i i pudo
dar a conocer la m uerte de Carlos I de Inglaterra con las mismas pa­
labras con que otro hombre, sesenta, y seis años más tarde, pudo dar

1 Es casi seguro que la función de expresar proposiciones que puedan


ser verdaderas o falsas, no es la función más común del lenguaje, pero es la
función que interesa particularmente al lógico. Así, cuando hablo de la propo­
sición para cuya expresión se utiliza un determinado enunciado no intento
sugerir que todos los enunciados gramaticales expresen proposiciones.

106
a conocer la m uerte de Luis XIV de Francia. Uno y otro pudieron de­
cir «El rey ha muerto», pero su intención sería comunicar proposi­
ciones diferentes, significados diferentes, es decir, dar a conocer
cosas distintas. Así, en el sentido de 'significado' en el que las pala­
bras de una persona que habla 'significan' lo que esa persona quiere
hacer saber, las proposiciones son significados.
Pero es fácil confundir ese sentido con otro. Tal vez más común­
mente entendemos por la palabra 'significado' no lo que un deter­
minado hablante quiere decir en una ocasión determinada, sino lo
que podemos llam ar 'lo que significa el enunciado mismo'. En ese
sentido de la palabra significado, saber lo que significa el enunciado
«El rey ha muerto» no es saber qué pieza particular de información
intenta comunicar un determinado hablante, sino qué es común a to­
das las 'cosas significadas' por el enunciado, en las diferentes ocasio­
nes en que se utilice, cuando se utiliza 'correctam ente', es decir, de
acuerdo con las reglas de uso normal. En otras palabras, entendemos
por 'significado' en ese sentido el más alto factor común de todos los
'significados' (en el sentido anterior de esta palabra) que los que
hablan un lenguaje tratan de comunicar cuando hablan correcta­
mente. 2
Llamemos a.ese segundo sentido de significado 'significado ge­
neral', y, al prim er sentido, 'cosa significada'. Está claro que es po­
sible saber el significado general de un enunciado y no saber la cosa
significada por él en una determ inada ocasión en que sea usado. Pue­
do saber el significado general de «El rey ha muerto», sin saber en
qué rey piensa, cuando lo pronuncia, un determinado hablante que
utilice ese enunciado. A la inversa, parece posible en algunas oca­
siones que alguien entienda la cosa significada por un enunciado sin
conocer su significado general. Por ejemplo, yo podría entender que
un fondista turco me decía que no podía proporcionarm e comida, sin
conocer el significado general del enunciado que utilizara para co­
municarme esa información.
Las proposiciones son, pues, las cosas significadas por los enun­
ciados particulares. Pero pueden ser también significados generales,
a saber: en aquellos casos en que la cosa significada es un significa­
do general, cuando lo que un hablante particular desea comunicar en
un contexto particular es lo que cualquier hablante, en cualquier
contexto podría comunicar con el mismo enunciado. Así, lo que ha­
blantes diferentes en ocasiones diferentes quieren decir con enuncia­
dos tales como «Todos los hombres son mortales» o «Algunos vera­

2 Pero ver más adelante, en la última parte de este capítulo.

197
nos son húmedos» es lo mismo, con tal que hablen de acuerdo con
las reglas del uso normal del idioma. En términos del símil aritm é­
tico del que me valí antes, el más elevado factor común de lo signi­
ficado por los diversos enunciados.
No es difícil citar ejemplos de enunciados para los que coincidan
la cosa significada y el significado general. Incluirían enunciados
expresivos de toda clase de proposiciones generales, proverbios, como
«Quien da prim ero da dos veces», y enunciados históricos que son
independientes del contexto, como «Guillermo de Norm andía ganó la
batalla de Hastings en el año 1066 a. de J. C.». Por el contrario, «Gui­
llermo de Normandía ganó la batalla de Hastings hace ochocientos
noventa y cinco años», es un enunciado que puede utilizarse para
expresar una proposición verdadera en 1961, pero una proposición
falsa (y diferente) en cualquier otro año.
Quizá podamos entender m ejor qué clase de cosa son las propo­
siciones, o, al menos, qué es lo que no son, si consideramos la forma
en que son comúnmente expresadas; a saber: en oraciones sustanti­
vas iniciadas por la palabra 'que'. Así, si Juan dijo «El perro está dor­
mido», podemos decir que la proposición enunciada fue que el perro
estaba dormido. Ahora bien, ¿cuál es la función de la palabra 'que'
en la oración sustantiva «que el perro estaba dormido»? ¿Constituye
simplemente una variante estilística de las comillas de cita? En tal
caso

«Juan dijo «El perro está dormido» ».

sería sinónimo de

«Juan dijo «el perro está dormido» ».

Si interpretam os de ese modo la función de 'que', la proposición


que el perro estaba dorm ido' resulta ser m eram ente una colección
de palabras como la cita «el perro está dormido». Podríamos con­
cluir, entonces, que las proposiciones se reducen, después de todo,
a meras palabras.
Pero ésa no es una m anera satisfactoria de dar cuenta de la fun­
ción de 'que'. Porque en el enunciado «Juan dijo «El perro está dor­
mido» », yo informo de las palabras de Juan, y en el enunciado «Juan
dijo que el perro estaba dormido» yo no informo, sino que interpre­
to. Los dos enunciados no tienen la misma función, y si dijéram os
«cuando Juan dijo «El perro está dormido», afirmó que el perro es­
taba dormido», no expresaríamos una m era repetición. Sería, desde

108
luego, absurdo decir una cosa como ésa, porque, si el enunciado ci­
tado fuera a no entenderse, tampoco se entendería la interpretación,
expresada en las mismas palabras. Pero, lógicamente, el enunciado
compuesto anterior es paralelo a este otro: «Cuando Macaulay, sien­
do niño, dijo «La agonía se ha moderado», quiso decir que sentía
menos dolor»; y nadie se sentiría tentado a describir ese último enun­
ciado como una simple reiteración o una tautología.
Podemos distinguir entre enunciados como

1. « «Le roi est mort» significa lo mismo que «The King is


dead» », y
2. « «Le roi est mort» significa que el rey ha muerto».

El enunciado 2 da el significado general de, o 'la cosa signifi­


cada por', el enunciado citado; 1 no da significado alguno. Lo que
constantemente nos tienta a pensar las proposiciones como combina­
ciones de palabras es el hecho de que solamente pueden ser expre­
sadas en palabras. La proposición para cuya expresión se utiliza un
enunciado no es otro enunciado; es aquello que es lógicamente posi­
ble pensar como un hecho, como algo que es, y que se piensa como
un hecho cuando el enunciado se presenta para hacer una declara­
ción o enunciación.

Enunciaciones y proposiciones

Es una práctica común entre los lógicos de habla inglesa uti­


lizar la palabra statem ent ('enunciación', o 'declaración') en vez de
proposition (proposición) para designar aquellas entidades entre las
cuales se dan relaciones lógicas. * En este punto parece apropiado
que intente justificar mi preferencia por la palabra 'proposición'.
Las proposiciones son afirm adas o negadas, consideradas, acep­
tadas o propuestas. Cuando pregunto «¿Murió Cromwell en 1658?»

* Muchas veces como efecto de una confusión a la que hará referencia e


autor en este mismo epígrafe, statement se traduce en textos de lógica por 'enun­
ciado'; en nuestra traducción, ese término castellano traduce el sentence del
autor. En realidad statement es la acción de enunciar ('enunciación'), más bien
que las palabras utilizadas para ello ('enunciado').
Recordamos, por otra parte, que 'proposición', en la terminología de la
lógica tradicional, es el 'enunciado', mientras que en esta traducción seguimos
la terminología moderna, impuesta por los autores anglosajones (que en ese pun­
to, sí van de acuerdo). Ver nuestra nota anterior, en el epígrafe «Forma y con­
tenido», del capítulo 1. (Nota del traductor J

109
propongo una proposición a la consideración de los interpelados.
Estos pueden, después de una investigación, aceptar la proposición
como verdadera; es decir, aceptar como verdadero que Cromwell
murió en 1658. Entonces se puede expresar esa aceptación afirmando
la proposición, en el enunciado indicativo «Cromwell m urió en 1658».
Podemos, pues, distinguir el considerar proposiciones del aceptar­
las como verdaderas (o rechazarlas como falsas), y del afirm arlas
o negarlas.3 Pero la lógica no se interesa por lo que 'hacemos a'
o 'hacemos a propósito de' una proposición. Aunque no podemos re­
conocer las implicaciones de una proposición sin considerarla, es la
proposición considerada, y no mi consideración de ella, lo que im­
plica (o no implica) nuevas proposiciones. Del mismo modo, el hecho
de que la proposición de que ningún mamífero es invertebrado im­
plica que ningún invertebrado es mamífero, no depende de que yo
afirme una u otra de esas proposiciones. No creamos relaciones ló­
gicas entre proposiciones al enunciarlas, y, si queremos evitar la
confusión de la psicología con la lógica, debemos m antener la dis­
tinción entre la afirmación de una proposición y la proposición mis­
ma. La utilización de la palabra 'enunciación' (statem ent) hace más
fácil que esa distinción se desdibuje; porque la enunciación, en el
sentido usual de dicha palabra, se da en el enunciar o afirm ar. Si re­
emplazamos en nuestro vocabulario lógico proposición por 'enun­
ciación' (o 'declaración') corremos el riesgo de pensar la lógica como
interesada prim ariam ente por la apreciación de la lógica de las ar­
gumentaciones y afirmaciones de los hombres. Ahora bien, apreciar
los propios logros de discurso, o los de los demás, es algo valioso,
pero no es la función prim ordial del lógico. Este se interesa ante todo
por la elucidación de los principios de la implicación verdadera,
no por el éxito o el fallo de los intentos de los hom bres en afirm ar y
argum entar de acuerdo con aquellos principios.
La opinión de que las relaciones lógicas se producen entre enun­
ciaciones (o declaraciones) es incompatible con la suposición (que,
por lo que yo sé, ningún lógico ha pensado en negar) de que una sola
serie de variables proposicionales, Y , etc., puede utilizarse
para representar los constitutivos de proposiciones tanto compues­
tas como simples. Como hemos visto, es práctica normal representar
las proposiciones hipotéticas como 'si p, q \ 'si p, entonces q \ fp^>q’,
y utilizar las mismas letras, fp \ ’q’ y Y , para representar proposicio­
nes simples (o, más bien, no analizadas). Pero únicam ente si 'p', ’q’

3 Sobre proposiciones ('pensamientos') en general, ver G. F rege , The


Thought: a logical enquiry, traducción de Quinton, en Mirid, 1956.

110
y V representan formas de proposiciones, y no formas de enuncia­
ciones o declaraciones, pueden interpretarse de modo inequívoco.
Las cláusulas de los enunciados condicionales no expresan 'enun­
ciaciones5 (declaraciones); cuando decimos «Si llueve, el partido
será suspendido», no declaramos que lloverá, o que el partido será
suspendido. Pero tanto el enunciado «Lloverá» como la cláusula «Si
llueve», nos presentan el mismo pensamiento, a saber: el pensamien­
to de que lloverá, afirmado en el prim er caso y considerado o su­
puesto en el segundo. El significado o contenido común a uno y otro
es lo que interesa al lógico, y lo que éste simboliza inequívocamente
(por ser el mismo en ambos casos) como 'p \
Pese a esas objeciones a la sustitución de la palabra 'proposi­
ción' por 'enunciación' en las discusiones lógicas, es comprensible
por qué no la han invalidado desde un principio. El modo más natural
de proponer a consideración una proposición es utilizar un enuncia­
do indicativo —«El gato está sobre la estera», «El rey ha muerto»,
«Lloverá»— y es fácil dejar de advertir que los enunciados en indi­
cativo tienen una función doble, función que ha sido claram ente
indicada por Frege. «Dos cosas —dice éste— deben distinguirse en
un enunciado indicativo: el contenido, que tiene en común con el
correspondiente enunciado-pregunta, y la aserción.» Como él mismo
dice más adelante, «ambas están tan estrecham ente unidas en un
enunciado indicativo que es fácil pasar por alto su separabilidad».4
Como el uso de la palabra 'enunciación', en lugar de 'proposición',
tiende a ocultarnos esa vital distinción entre lo que es pertinente
para la lógica y lo que no lo es, lo más seguro es excluirlo en lo po­
sible de nuestras discusiones de los temas lógicos.
No pretendo sugerir que la extendida preferencia por la palabra
'enunciación' (statem ent) deba explicarse como dimanada de erro­
res en el análisis o de una confusión entre la psicología y la lógica.
Los filósofos en cuyas obras se refleja más claram ente aquella prefe­
rencia son empiristas, y, como tales, poco propensos a adm itir la rea­
lidad de objetos no-empíricos. M antener que las enunciaciones son
objetos empíricos es más fácil que m antener que lo son las propo­
siciones. Una proposición, si tal cosa existe, es una entidad no-sensi­
ble y no-lingüística. Por el contrario, no pensamos las enunciacio­
nes como cosas que haya que conservar tajantem ente separadas de
las palabras y los sonidos, que son visibles o audibles. No debe, pues,
sorprendernos que los lógicos empiristas, además de preferir 'enun-

4 F re c e , o b r a c i t a d a .

111
dación' (statem ent) a 'proposición', descuiden tam bién la distinción
'enunciado-enunciación' (sentence-statement).
De hecho, se ha argum entado que adoptar un vocabulario que
minimice la distinción entre enunciados y proposiciones tiene po­
sitivas ventajas filosóficas. El señor Strawson considera que, como
formulación de una proposición de necesidad lógica, «la enuncia­
ción de que tiene más de seis pies de alto lleva consigo la enunciación
de que no tiene menos de seis pies de alto» (lo que, desde luego, lleva
fácilmente a su abreviación en « «tiene más de seis pies de alto» lle­
va consigo «no tiene menos de seis pies de alto» »), es preferible a la
formulación «no puede tener al mismo tiempo más y menos de seis
pies de alto». Para Strawson, el error (si es que es un error) de pen­
sar que la implicación se da entre enunciados (al que puede inclinar­
nos fácilmente la adopción de la formulación que él prefiere) es
menos grave que el de confundir la necesidad lógica con la causal,
que es el riesgo que corremos si adoptamos la otra formulación.
Pero sospecho que ésa no es toda la historia. No es una coinci­
dencia que algunos de los lógicos que favorecen la sustitución de
'proposición' por 'enunciación' aboguen por una teoría de la lógica
de acuerdo con la cual la lógica puede derivarse de las reglas del
lenguaje. La plausibilidad de esa teoría, que consideraremos en el
capítulo siguiente, aum enta a cada paso que se dé para estrechar la
laguna entre proposiciones de lógica y enunciados gramaticales.
Cuando reemplazamos 'proposición' por 'enunciación' damos uno de
esos pasos. Desde el punto de vista de los teorizadores mencionados,
se trata de un paso en la dirección acertada.
La pregunta «¿Qué son las entidades entre las cuales se dan las
relaciones lógicas?», o, para decirlo de modo más sencillo, «¿Qué
clase de cosas pueden llenar los vacíos en «... implica ...»?», parece
ser no una pregunta de metafísica, sino, en un sentido amplio de la
palabra, de experiencia. Más exactamente, parece ser una pregunta
que podemos contestar mediante la consideración del testimonio del
lenguaje ordinario, preguntándonos qué es lo que decimos y refle­
xionando sobre lo que significa lo que decimos. ¿Qué clase de expre­
siones usamos, en nuestra habla ordinaria, en el lugar de los puntos
suspensivos en enunciados de la form a «... implica ...»? Cuando nos
hacemos esa pregunta puede resultarnos chocante reconocer el ale­
jam iento de algunas formulaciones corrientes de proposiciones de
implicación respecto de las propias del habla ordinaria.
Nadie que no fuera un teorizador de la lógica se sentiría inclina­
do a decir que tal enunciación implica (o lleva consigo) tal otra enun­
ciación, por ejemplo «La enunciación de que él tiene más de seis

112
pies de alto lleva consigo la enunciación de que él no tiene menos de
seis pies de alto». Pero podría objetarse que es propio de lógicos in­
ventar un vocabulario técnico de términos claram ente definidos. En
la vida ordinaria no decimos que las enunciaciones implican enun­
ciaciones, pero tampoco decimos que las proposiciones implican pro­
posiciones. Ahora bien, esa objeción sería refutable. La palabra sta­
tement ('enunciación', o 'declaración') es una palabra del lenguaje
común que no ha sido redefinida ni recibido un significado nuevo
como térm ino técnico dé la lógica, de modo que la pretensión de que
las enunciaciones impliquen enunciaciones en una pretensión de que la
palabra 'enunciación', en su sentido ordinario, es la palabra que debe
aplicarse correctam ente a aquellas entidades que decimos que se
implican unas en otras; y eso es falso. Para que fuera aceptable sería
necesario que la palabra recibiese un significado técnico, nuevo.
El caso de la palabra 'proposición' (en el sentido que le da la ló­
gica) es distinto. Es un térm ino técnico sin sinónimo exacto en el len­
guaje cotidiano. Por él entendemos aquello que puede pensarse como
el contenido o 'sentido' de los enunciados, lo que éstos quieren de­
cir, lo que es verdadero o falso. Así, si mantenemos que las proposi­
ciones implican proposiciones, nuestra pretensión no puede probarse
ni refutarse directam ente por una apelación al lenguaje ordinario.
Debemos probarla indirectamente, comprobando que palabras del
tipo de 'implica' o 'lleva consigo', en el habla ordinaria, vinculan fra­
ses que expresan lo que hemos decidido llam ar 'proposiciones'. *

Hechos

La respuesta a la pregunta «¿Qué clase de cosas implican y son


implicadas?» a la que nos lleva una consideración imparcial del uso
ordinario, es una respuesta sorprendente: los hechos. En realidad,
utilizamos rara vez la palabra 'implica' excepto cuando lo que se
dice que 'implica', o bien se dice que es un hecho, o bien podría ser
reexpresado como un hecho. Desde luego, no es necesario que al ex­
presar proposiciones de necesidad lógica utilicemos en absoluto la

* El lector habrá advertido que todo este epígrafe depende, en parte mu


principal, de cuestiones de uso de la lengua inglesa, aunque son de gran interés
para los lectores de bibliografía anglosajona de lógica, traducida o no. Las fal­
tas de pleno paralelismo inevitables en toda traducción hacen que la intención
y el riguroso sentido del autor resulten debilitados. El traductor pide perdón
por la parte que pueda haberle correspondido en esa pérdida, que ha procu­
rado hacer mínima por todos los medios. (Nota del traductor.)

113
palabra 'implica'. Así, por ejemplo, podemos decir «Puesto que to­
dos los hombres son mortales y Sócrates es hombre, Sócrates es
mortal»; pero si nos expresamos en un enunciado en el que aparezca
la palabra 'implica', lo más natural será decir: «El hecho de que to­
dos los hombres son mortales y que Sócrates es un hombre, implica
que Sócrates es mortal». Es verdad que también podemos decir:
«Que todos los hombres son mortales, y que Sócrates es hombre, im­
plica, etc.», pero creo que todos convendríamos en que, si lo hace­
mos así, entendemos esa formulación como una abreviación de la
prim era, y que la frase «Que todos los hombres, etc.», debe entender­
se como «El hecho de que todos los hombres, etc.». Del mismo modo
interpretam os otras formulaciones de las prem isas de enunciaciones
de implicación en las que no está presente la palabra 'hecho'. Así,
«Su silencio implica consentimiento» ha de interpretarse como «El
hecho de que él calle implica que consiente».
Es verdad que también utilizamos el verbo 'implicar' en casos
en que nos comprometemos en cuanto a la verdad de las pre­
misas. Así, en vez de decir 'Si los m arxistas son m aterialistas, y si
Pedro es marxista, Pedro debe ser m aterialista' podemos decir algo
como «La suposición de que los m arxistas son m aterialistas y de que
Pedro es m arxista implicaría que Pedro es materialista». Pero lo que
ahí afirmamos no es que se dé una implicación, sino que se daría si
ciertas proposiciones fueran verdaderas. Parece, pues, que son so­
bre todo los hechos los que 'implican', en el sentido recto de esta
palabra.
La conclusión de que son los hechos los que implican ha pareci­
do completamente inaceptable a muchos filósofos. No es difícil ver
por qué. El mundo —se piensa— consta de hechos; éstos constituyen
lo real. Pero si decir eso es decir que los hechos son eventos, esta­
dos de cosas, los constitutivos del universo físico, debe ser sin duda
errónea la conclusión de que son los hechos los que implican. Uno
tendería a decir que eventos y estados de cosas están en relaciones
causales, no lógicas, con otros eventos o estados de cosas. Decir que
los eventos físicos siguen las leyes lógicas sería asim ilar las leyes
de la lógica a las leyes de la física. Pero ni los físicos ni los lógicos
han sentido la tentación de incluir los principios del silogismo en una
lista de leyes físicas. Solamente desaparecerá esa dificultad si po­
demos m ostrar que la identificación de los «hechos» con eventos o
estados de cosas es errónea.
Supongamos que un hombre llamado Juan Pérez, estando be­
bido, ha estrellado su coche contra un camión. En ese supuesto, es
un hecho que Juan Pérez estaba bebido cuando ocurrió el accidente.

114
Al mismo tiempo, es un hecho que el conductor del coche estaba
bebido cuando ocurrió el accidente. ¿Diremos que nos enfrentam os
con un hecho, o con dos? Si decimos que con uno, parece que esta­
ríamos obligados a concluir que quien supiera que el conductor del
coche estaba bebido debería saber tam bién que Juan Pérez estaba
bebido, pues, por hipótesis, solamente hay un hecho que conocer.
Pero eso es falso. Está claro que es posible saber que el conductor
estaba bebido sin saber su nombre, e igualmente saber que Juan
Pérez estaba bebido sin saber que fue el conductor de un coche que
tuvo un accidente. Además, saber que el conductor de un coche esta­
ba bebido es indudablemente conocer un hecho. Nos vemos, pues,
llevados a la conclusión de que las dos oraciones expresan no un
hecho, sino dos.
Pero no parece dudoso que, si nos enfrentam os con dos hechos,
éstos son hechos relativos a un solo individuo. Solamente hubo un
hombre que estaba bebido y que tuvo un accidente. Si el hecho de
que el conductor estaba bebido es diferente del hecho de que Juan
Pérez estaba bebido, la diferencia debe estribar en esto: que mien­
tras un hecho se refiere al conductor de un coche, el otro se refiere
a Juan Pérez. Porque en todos los demás aspectos los hechos son
idénticos. Sin embargo, el hom bre que conducía el coche era Juan
Pérez.
¿Debemos concluir entonces que, después de todo, estamos con­
siderando solamente un hecho, el hecho (relativo a un mismo hom­
bre) de que estaba bebido? La respuesta es que el sujeto de cada
hecho es diferente, aunque no se dé en él más que un hombre. El su­
jeto del prim er hecho es un hombre determinado, en cuanto pensa­
do como el conductor del coche; el sujeto del segundo es el mismo
hombre, en cuanto pensado como el hom bre que se llama Juan
Pérez.
¿Sería posible reemplazar, en ese contexto, la chapucera frase 'en
cuanto pensado como' por 'descrito como1? No, porque el criterio
para identificar el sujeto no es que las palabras de nuestro idioma
'conductor del coche' sean aplicables al sujeto, sino que cuales­
quiera palabras que se utilicen para designarle (en francés, inglés,
o cualquier otro idioma) significarían lo que significan las palabras
'conductor del coche'. Ni siquiera la frase 'en cuanto pensado como'
comporta exactamente el requerido matiz de significado. Si es un
hecho que el conductor del coche estaba bebido, entonces es un he­
cho tanto si alguien lo sabe como si no; y hablar del sujeto de un
hecho como pensado de un modo determ inado puede sugerir que el
hecho ha sido reconocido por alguien, es decir, por quien haya pen­

115
sado de ese modo el sujeto. Estrictam ente, pues, al decir 'en cuanto
pensado como', lo que deseo que se entienda es 'como un posible ob­
jeto de pensam iento como'. Pero, al mismo tiempo, el hecho (diferen­
te) de que Juan Pérez estaba bebido es un hecho relativo a un su­
jeto que es identificable no mediante una descripción, que podría
expresarse en indefinido número de modos, sino como el portador de
un particular nombre propio (que consta de las dos palabras 'Juan'
y 'Pérez', y no otras). En consecuencia, es un hecho relativo a un hom­
bre en cuanto llamado Juan Pérez. Para conocer ese hecho sería ne­
cesario conocer el nombre de su sujeto.
Decir que los hechos implican no nos compromete a la implau­
sible opinión de que las leyes lógicas son las más básicas de las leyes
físicas; porque los hechos no son eventos, estados de cosas o consti­
tutivos físicos del universo, y es en éstos en los que se ocupa la física.
N uestro supuesto accidente de tráfico no es un hecho; lo que es
un hecho (en nuestro supuesto) es que haya ocurrido el accidente de
tráfico. La batalla de Waterloo es un evento, o acontecimiento, en la
historia europea; que se entablase una batalla en Waterloo, es un he­
cho. La batalla ocurrió aproxim adam ente hace siglo y medio; ya
ha pasado. Pero es un hecho que la batalla ocurrió en aquel momen­
to. Así, los eventos tienen su lugar en el tiempo, pero los hechos no.
Son intemporales, como es intem poral la verdad de las proposicio­
nes. Nadie siente la tentación de decir que ocurren eventos negativos
o hipotéticos, pero hay tantos hechos negativos como hechos hipoté­
ticos. Es un hecho que Sócrates no m urió en combate, y quizás es un
hecho que si Aníbal, después de Cannas, hubiera m archado sobre
Roma, se habría apoderado de ésta.
¿Qué son, pues, los hechos? Hemos visto que no han de identifi­
carse con eventos o estados físicos, y que no hay un hecho (y sólo
uno) correspondiente a cada evento; los hechos están entre sí en re­
laciones lógicas; son intemporales; pueden ser negativos e hipotéti­
cos. Todas esas cosas podemos decirlas tam bién de las proposiciones,
y por las mismas razones; porque los hechos son proposiciones, no
proposiciones cualesquiera, sino aquellas que son verdaderas. No es
sorprendente, pues, que siempre podamos sustituir 'es un hecho'
por 'es verdad que'. Es un hecho (o es verdad que) hubo una batalla
en Waterloo; es un hecho (o es verdad que) Sócrates no m urió en
combate. Quizá sintamos alguna incomodidad en decir que puede
ser un hecho que si Aníbal, después de Cannas, hubiera m archado
sobre Roma, se habría apoderado de ésta, pero es la misma incomo­
didad que podemos sentir al decir que puede ser verdad que si hu­
biera m archado sobre Roma se habría apoderado de ésta. La propo­

116
sición verdadera de que Sócrates murió por haber bebido cicuta es
una proposición acerca de Sócrates. Igualmente podemos decir que
el hecho de que Sócrates m uriera así es un hecho acerca de, o relati­
vo a, Sócrates.
Una breve excursión por la 'teoría del conocimiento’, es decir,
la investigación filosófica de la medida en que tenemos conocimien­
to del mundo, puede ayudarnos a hacer más fácilmente aceptable
ese modo de ver el status de los hechos. Son enunciaciones empíricas
aquellas cuya verdad o falsedad podemos establecer por la observa­
ción y el experimento, y cuya comprobación puede hacerse con re­
ferencia a los datos que nos proporcionan los sentidos. Podemos des­
cribir ese procedimiento de comprobación como el consistente en
comparar las enunciaciones hechas con los datos proporcionados por
los sentidos. Tendemos a suponer también que los sentidos propor­
cionan esa prueba pura y libre de interpretación. Así, según ese
modo de ver, muy natural, tenemos, por una parte, la enunciación
que hay que comprobar, y, por la otra, la prueba no interpretada que
nos es 'dada' en la percepción. Pero, si consideramos el procedimien­
to de verificar una enunciación empírica determ inada, veremos que
ese modo de exponer está excesivamente simplificado.
Supongamos que se ha afirmado que hay un sillón en la habita­
ción contigua a ésta en la que estoy sentado. Verifico la afirmación
yendo a la habitación de al lado y viendo si, en efecto, hay allí un si­
llón. Pero ¿cómo verifico exactamente eso, y con qué comparo exac­
tamente la afirmación original?
Ante todo, debe concederse que no basta con que un sillón caiga
dentro de mi campo visual; es también necesario que yo adquiera
noticia del sillón, que pueda ver que hay allí un sillón. Tal vez sea
apropiado decir que un hombre ve una cosa si esa cosa cae dentro
de su campo visual, si el hom bre tiene los ojos abiertos y buena vis­
ta, si no está dormido ni hipnotizado, aun cuando no tenga concien­
cia de la cosa que se dice que ve. Pero está claro que, si solamente
he visto en ese sentido mínimo de la palabra 'ver', no estoy en pose­
sión de los datos que necesitaba para verificar la afirmación origi­
nal. Solamente si me percato conscientemente de que hay un sillón
tengo el conocimiento que me autoriza a decir que la enunciación fue
verdadera; solamente si veo que no hay un sillón en la habitación
tengo derecho a decir que la enunciación fue falsa. Pero ver que no
hay un sillón en la habitación (más claram ente aún que ver que hay
un sillón allí) no es un caso de recepción puram ente pasiva de es­
tímulos visuales.
La lección que deseo extraer de ese ejemplo es que no podemos

117
alcanzar detrás de las proposiciones un mundo «dado-no-proposicio-
nalmente», un mundo de datos empíricos para la aprehensión de los
cuales necesitáram os órganos sensoriales, pero no pensamiento o
inteligencia. Para llegar a tener conciencia del m undo necesitamos
«factualizarlo» o «proposicionalizarlo». Así, cuando compruebo la
afirmación original, «Hay un sillón en la habitación contigua», no
comparo ésta con presentaciones sensibles no interpretadas, sino
con otra proposición. Esa segunda proposición posee mayor auto­
ridad en cuanto la he formulado al observar realmente el sujeto
de la afirmación; pero no por ello deja de ser una proposición. Los
hechos son eventos y estados de cosas en tanto que pensados y re-
conocidos por nosotros.
El error de suponer que hay un mundo dado no proposicional-
mente, con el cual podemos com parar las proposiciones, es un de­
fecto de muchas de las versiones de una muy conocida teoría acerca
de la naturaleza de la verdad, la llamada 'teoría de la correspon­
dencia’. Los defensores de ésta sostienen que la verdad (al menos, en
cuanto es aplicable a proposiciones empíricas) consiste en la corres­
pondencia o acuerdo de las proposiciones con los hechos. Sostienen
también que proposiciones y hechos son realidades de especie dife­
rente. Pero si mi modo de dar cuenta de los hechos ha sido sólido,
esa teoría es. equivocada, o, al menos, desprovista de significación
informativa.
Veamos cómo es así. Según la teoría, la proposición 'Hay un si­
llón en la habitación contigua' es verdadera si corresponde a los he­
chos. Pero ¿de qué hechos se trata? Está claro que solamente hay un
hecho que sea pertinente, a saber: el hecho de que hay (podemos
suponerlo) un sillón en la habitación contigua. Así pues, al parecer,
tenemos derecho a reform ular la pretensión de este modo: «La
verdad de la proposición 'Hay un sillón en la habitación contigua',
consiste en su correspondencia con el hecho de que hay un sillón
en la habitación contigua». Pero eso, según mi argumentación, equi­
vale a decir: «La verdad de la proposición 'Hay un sillón en la
habitación contigua', consiste en su correspondencia con la propo­
sición verdadera 'Hay un sillón en la habitación contigua’». Y parece
que decir eso no es decir sino que una proposición es verdadera si es
verdadera. La teoría parece ser particularm ente errónea cuando
es interpretada como implicando que los hechos difieren en especie
de las proposiciones verdaderas.
Para dar cuenta de los hechos del modo en que lo he hecho, he
buscado el apoyo del uso ordinario del lenguaje. No obstante, su­
pongo que una de las principales objeciones a ese modo de dar cuen­

118
ta ha sido la creencia de que no está de acuerdo con el uso común.
En particular, creo que los teorizadores de la correspondencia
señalarían el hecho de que en nuestra habla cotidiana, lo mismo que
en las argumentaciones filosóficas, decimos de las enunciaciones ver­
daderas que 'corresponden' o 'se ajustan' a los hechos. Seguramente,
argumentarían, cuando dijéramos, por ejemplo, que el modo de
informar una persona de sus movimientos no puede ser verdadero
porque no corresponde a los hechos, no entenderíamos simplemente
que esa información no puede ser verdadera porque no es verdade­
ra. No es plausible la sugerencia de que el idioma común, que en todo
caso pensamos que utilizamos con algún propósito, exprese tan sólo
una tautología disfrazada. Convengo en eso. «Su información no co­
rresponde a los hechos» no expresa una tautología, pero tampoco sir­
ve de apoyo a la teoría de la correspondencia, como podemos ver si
consideramos la siguiente situación imaginaria.
Juan está reprochando a Jorge que éste no ha acudido a una
cita.
Jorge: «Te esperé entre las seis y las seis y cuarto, y tú no te pre­
sentaste».
Juan: «Eso que dices, sencillamente no se ajusta (o correspon­
de) a los hechos».
Jorge: «¿Por qué dices eso?».
Juan: «Muy sencillo. Yo sé que no saliste de tu casa antes de las
seis, pues tú mismo has admitido hace un momento que oíste el co­
mienzo de las noticias de la radio; y no pretenderás que se puede lle­
gar aquí desde tu casa en menos de diez minutos».
Ahora bien, para que pudiera obtenerse para la teoría de la co­
rrespondencia el apoyo que sus partidarios esperan recibir del uso
común del idioma, sería necesario que se m ostrase que lo que quere­
mos decir cuando decimos que una enunciación corresponde (o no
corresponde) a los hechos es que la enunciación se encuentra (o no se
encuentra) en una relación 'de uno a uno' con su hecho (más o menos
como la fotografía de una persona corresponde a esa persona). El
teorizador de la correspondencia afirma que las proposiciones re­
flejan, o representan, o retratan (o dejan de reflejar, representar o
retratar) hechos correlativos correspondientes. Y no es eso lo que
queremos decir cuando hablamos de que algo corresponde o no co­
rresponde a los hechos. Lo que decimos es que una determ inada
enunciación (por ejemplo, la declaración de Jorge de que él esperó
en cierto lugar entre las seis y las seis y cuarto) no es compatible
con otras proposiciones, que, según se cree, se conocen como verda­
deras (y de las que, en consecuencia, se habla como de 'hechos'). La

119
objeción de Juan a la declaración de Jorge es que ésta es lógica­
m ente incompatible con otras proposiciones. El teorizante de la co­
rrespondencia que apela en busca de ayuda al lenguaje ordinario ha
entendido mal el significado de las palabras 'corresponde' o 'se ajus­
ta a' en contextos como los que nos interesan. Al utilizar esas expre­
siones comunes, apelamos, quizás inconscientemente, al principio de
que si dos proposiciones son lógicamente incompatibles, una de ellas,
al menos, debe ser falsa.5
No es necesario que decidamos aquí en qué medida la teoría
de la correspondencia puede contribuir a nuestra comprensión de la
naturaleza de la verdad. Quizá su único servicio consista en recor­
darnos algo que no tenemos la m enor tentación de dudar, que la
verdad de las proposiciones empíricas 'versa sobre' o 'depénde de'
estados de cosas y eventos reales, de un modo en que la verdad de las
proposiciones m atemáticas o lógicas no lo hace. En otras palabras,
puede hacernos recordar la diferencia entre proposiciones empíricas
y no empíricas.

La identificación de proposiciones

¿Qué criterios adoptar para la identificación de proposiciones?


¿En qué condiciones tenemos derecho a decir que dos o más enun­
ciados expresan una misma proposición? H asta ahora se ha dicho
que dos enunciados expresan la misma proposición de sujeto-predica­
do si la misma cosa se predica del mismo sujeto, y si el sujeto se
piensa, en los dos casos, de la misma manera. Así, «El conductor del
coche estaba bebido» y «La persona que conducía el coche iba em­
briagada» expresan la misma proposición. Pero la frase 'de la misma
m anera' es vaga, y debemos procurar una mayor precisión.
Consideremos prim eram ente proposiciones en cuya expresión
se utilicen palabras como 'yo', 'tú', 'nosotros', 'él', 'ese', 'aquel', 'aquí',
'ahora', 'hace (tanto tiempo)', 'hoy', 'ayer', 'mañana'. ¿Qué hemos de
decir de 'Pedro hizo efectivo un cheque el 5 de enero de 1960' y la
proposición afirm ada por el mismo Pedro el 6 de enero de 1960 'Yo
hice efectivo un cheque ayer'? El sentido común sugiere que en am­
bos casos se hace aserción de la misma proposición. Al menos, com­
probar la verdad de una es com probar la verdad de la otra. Sin

5 Desde luego, dos proposiciones pueden ser compatibles y ser ambas fal­
sas. Así, alguien podría decir: «Lo que usted dice se ajusta a la información que
dio su amigo, pero sospecho que tanto usted como él mienten».

120
embargo, parece haber una dificultad. En un ejemplo anterior diji­
mos que «Juan Pérez estaba bebido» expresaba una proposición di­
ferente de «El conductor del coche estaba bebido», sobre la base
de que el sujeto se pensaba diferentem ente en uno y otro caso:
en el prim ero, como conductor del coche, y en el segundo, como
portador del nom bre 'Juan Pérez’. ¿Tenemos derecho a decir que
’yo' y 'Pedro' designan aquí el mismo sujeto, pensando de la misma
manera?
Ahora, cuando Pedro hace una declaración sobre sí mismo, y
utiliza el pronom bre personal 'yo', no se refiere a sí mismo como pen­
sado de una m anera particular o como portador de un nom bre deter­
minado. En el contexto apropiado, aceptaría una reformulación de la
proposición enunciada por él, construida en tercera persona y con
'Pedro' como sujeto. Porque hacer referencia a uno mismo como
'yo' no prescribe un modo particular en el que uno haya de pensar­
se. Parece que el uso de 'yo' no excluye ninguna form a verbal in­
equívocamente identificadora, con tal que la adecuación de las pa­
labras sea reconocible por el sujeto en cuestión. Así, aunque «Pedro
hizo efectivo un cheque», «El inquilino del núm ero 7 del paseo de las
Acacias hizo efectivo un cheque», y «El arquitecto municipal de
Villavieja hizo efectivo un cheque» expresen proposiciones diferen­
tes, dado que Pedro conozca su nombre, dirección y ocupación, con­
vendría en que cualquiera de ellas estaba 'contenida en' la propo­
sición expresada por él con las palabras 'Yo hice efectivo un
cheque'.
Las palabras enum eradas —'yo', 'tú', 'aquí', 'ayer', etc.— puede
decirse que encadenan las proposiciones al contexto de su aserción.
Rompemos esas cadenas cuando reexpresamos las proposiciones en
un lenguaje para cuya comprensión no se necesita conocimiento al­
guno del contexto original de las aserciones. De las reformulaciones
resultantes han desaparecido todas aquellas palabras, excepto cuan­
do hacen referencia a algo interior a la proposición misma.
No es necesario que los verbos de los enunciados estén en el
mismo tiempo gram atical para que la proposición expresada sea la
misma. Así, «Pedro hará efectivo un cheque el 5 de enero», «Pedro
está haciendo efectivo un cheque hoy, 5 de enero», y «Pedro hizo efec­
tivo un cheque el 5 de enero», pueden expresar la misma proposición.
De no ser así, las enunciaciones acerca del futuro serían inverifica-
bles. Pero sería extraño decir que esos enunciados tienen el mismo
'significado general'; no son intercam biables, como «Montó a caba­
llo» y «Subió a su corcel», o como «El rey ha muerto» y «Le roi
est mort». E stá claro que el prim er enunciado solamente es apro­

121
piado antes de que Pedro haya hecho efectivo su cheque, y el último
solamente después de que lo haya hecho.
En realidad, la consideración de las diferencias de tiempo grama­
tical sugiere que nuestra anterior explicación del 'significado gene­
ral' estuvo excesivamente simplificada. Entonces dijimos que el
'significado general' de un enunciado era el más alto factor común
de las posibles 'cosas significadas’ por el enunciado cuando éste se
usa de acuerdo con el uso normal. Pero entender el significado ge­
neral de un enunciado, en el sentido más amplio, debe incluir que
se entiendan las condiciones, en las cuales podría utilizarse para
expresar proposiciones significativamente. Eso puede llevarnos a in­
cluir en el térm ino 'significado general' no sólo el más alto factor
común de las proposiciones (o 'cosas significadas') que pueden ser ex­
presadas por un enunciado dado, cuando éste se usa de modo nor­
mal, sino también las condiciones en las cuales puede aquél utilizarse
para expresarlas. En otras palabras, a decir que un hombre sola­
mente entiende el significado general de un enunciado asertivo cuan­
do entiende qué clase de cosas afirm a ese enunciado, y, al mismo
tiempo, las reglas generales del lenguaje de acuerdo con las cuales
se construye el enunciado para expresar la cosa significada.
El hecho de que los verbos que se utilizan para expresar propo­
siciones tengan flexión tem poral —con formas para el pasado, el
presente o el futuro— suscita una duda en cuanto a si las proposi­
ciones pueden ser consideradas sin alguna referencia al contexto de
su aserción. Porque lo que dicta el tiempo gram atical del verbo no
es solamente el momento de los acontecimientos de que se informa,
sino tam bién el momento en que se hace el informe (o aserción). Así,
el enunciado «Pedro hizo efectivo un cheque el 5 de enero» expresa
una proposición en el tiempo gram atical apropiado para un informe
hecho después del suceso. Solamente las proposiciones intem pora­
les (por ejemplo, 'La sal es soluble en el agua', o ’Los ángulos inter­
nos de un triángulo son iguales a dos ángulos rectos') se expresan
en una forma que no sum inistra clave alguna en cuanto al momen­
to en que se hace aserción de las mismas. El lenguaje no está equipado
con un tiempo gram atical 'neutral', en el que proposiciones acerca
de eventos fechables puedan ser expresadas con igual propiedad an­
tes, en el momento en que, y después de que ocurran.
Cuando consideramos anteriorm ente la lógica de las proposi­
ciones elementales, hablamos de ciertas diferencias verbales en los
enunciados de las que no resultan diferencias en las proposiciones
para cuya expresión se utilizan aquéllos. Los enunciados «María es
pobre y honrada» y «Aunque María es pobre, es honrada», expresan

122
la misma proposición, y únicam ente difieren en que revelan o anti­
cipan diferencias de actitud de parte del que habla o del que oye lo
afirmado. Hemos visto luego que una serie indefinidamente extensa
de cambios 'm eram ente verbales' pueden introducirse en los enun­
ciados sin alterar la proposición expresada. Negar eso equivaldría a
negar la posibilidad de expresar la misma proposición en diferentes
idiomas naturales. Pero no es siempre fácil decidir cuándo un cam­
bio en la expresión es m eram ente verbal. ¿Qué decir de «El nom­
bre 'Jean' es inglés o francés» y «No se da el caso de que el nombre
'Jean' no sea inglés ni francés»?
Si decimos que ése es un par de enunciados sinónimos y que sólo
difieren verbalmente, nos comprometemos a decir que fp o q* y 'no
(no-p y no~q)' son simplemente variantes literarias. Pero tal con­
clusión no puede hacernos sentir felices. Veamos, pues, si podemos
form ular condiciones que deban ser satisfechas para que enunciados
diferentes puedan expresar proposiciones idénticas.
En prim er lugar, el valor de verdad de las proposiciones expresa­
das debe ser el mismo. En segundo lugar, los elementos de la pro­
posición deben ser pensados del mismo modo, no sólo en cuanto al
contenido, sino tam bién en cuanto a la forma. Así, de las proposicio­
nes 'Juan Pérez estaba bebido' y 'El conductor del coche estaba be­
bido', podemos decir que satisfacen la prim era condición, pero no
la segunda; por lo que hace al contenido, el sujeto se piensa en cada
caso de modo diferente. Lo que hace a 'El nom bre 'Jean' es inglés o
francés' una proposición diferente de ’No se da el caso de que el
nombre 'Jean' no sea inglés ni francés' es el hecho de que lo que se
propone se piensa de m anera diferente en el aspecto de la forma. En
un capítulo posterior harem os un intento de ilum inar m ejor la
cuestión de cuáles son los ingredientes de proposiciones que deben
ser llamados, con propiedad, «formales».
6
Lógica y lenguaje I

¿Cómo aparecen los principios de la lógica? ¿Cómo hemos


de explicar el hecho de que la lógica form al conste precisam ente de
aquellas leyes que reconocemos como válidas y no de otras? Las le­
yes lógicas, vale la pena que lo repitam os, no son reglas que establez­
camos por nuestra propia conveniencia. No prescribimos que si todos
los hombres son m ortales y si Sócrates es un hombre, debamos con­
ceder como verdadero que Sócrates es m ortal. No es así, sino que
reconocemos que si las prem isas son verdaderas, la conclusión tiene
que ser verdadera. Por otra parte, tampoco son las leyes lógicas
generalizaciones empíricas a cuya form ulación lleguemos m ediante
la observación y el experimento. La experiencia no nos ha enseñado
el principio de que si una proposición es verdadera su contradicto­
ria ha de ser falsa, ni hay experiencia alguna que pueda llevarnos a
abandonar ese principio. En este capítulo consideraré una de las
respuestas que han sido dadas a esa pregunta.
La teoría que voy a considerar es una que puede describirse
como lingüístico-convencionalista’, y la presentación de la m ism a a
la que voy a referirm e és la sum inistrada por P. F. Straw son en su
Introduction to Lógical T heoryJ Según esa teoría, los principios
aceptados de la lógica salen, de algún modo, de las reglas m ás gene­
rales del lenguaje, a saber: las reglas que determ inan la estructura
de las manifestaciones gram aticalm ente correctas, cualquiera que
sea el contenido m aterial de las mismas. Sostiene, al parecer, que,
al adoptar ciertos tipos de expresión que parecen ser comunes a to-

1Ver, en particular, capítulo 1,1.

125
dos los lenguajes naturales, nos comprometemos a aceptar ciertos
principios de argum entación válida, a saber: los principios o leyes
de la lógica formal. Así, por ejemplo, el hecho de que de 'si p, q’ se
siga ’si no-q, no-p’ debe explicarse como un resultado de nuestras
reglas para el uso de 'si' y 'no' en nuestro idioma, y de las palabras
correspondientes en los demás idiomas.
Tal teoría tiene atractivos obvios. El sentido común se aparta de
toda teoría puram ente convencionalista de la lógica, de todo modo
de ver las llamadas leyes de la lógica como arbitrarias o m eram ente
convenientes. La teoría que ahora consideramos no hace una vio­
lencia evidente al sentido común. Sus partidarios reconocen que no
elegimos los principios a los que han de conform arse nuestras argu­
mentaciones para ser válidas. Al mismo tiempo, la lógica pierde algo
de su misterio. Aunque las leyes lógicas no sean de nuestra elección,
se nos da una alternativa de lo que puede llam arse la opinión tra­
dicional, de que son las más generales 'leyes del ser', a las que el uni­
verso se conform a y de las que adquirim os conocimiento m ediante
una intuición intelectual. Según la teoría 'lingüístico-convencionalis-
ta', la lógica, aunque no sea en sí misma convencional, brota de, o
descansa en, algo que es convencional, a saber: el sistema de reglas
que observamos al hablar y escribir en los lenguajes naturales. Debe
advertirse que la palabra 'reglas' se utiliza aquí en un sentido justifi­
cablemente ampliado. Decir que hay reglas de lenguaje significa me­
ram ente que, en el curso del tiempo, significados más o menos fijos
llegan a ser atribuidos a determ inadas palabras, y modos más o me­
nos fijos de com binar éstas para form ar frases y enunciados llegan
a ser adoptados. Cuando se inventan nuevas palabras y se da a éstas
significados precisos, o cuando encontram os conveniente poner lí­
m ites precisos al uso de una palabra existente, puede decirse literal­
m ente que se establecen reglas para el uso de dichas palabras. Pero
es razonable aplicar la misma palabra, 'reglas', a las restricciones que
el uso normal impone, en el curso del tiempo, al uso del lenguaje en
general.
Los que apoyan esa teoría sostienen que la lógica puede ser di­
vidida, por conveniencia, en formal y no-formal, aunque quizá no
sea posible trazar una clara línea divisoria entre esas dos partes. El
objeto de la lógica formal será la investigación de aquellas leyes ló­
gicas generales vigentes en virtud de los significados de las palabras
estructurales y la sintaxis de los lenguajes naturales, m ientras que las
implicaciones que han de explicarse como resultado de los signifi­
cados de palabras de contenido m aterial, en tanto que opuestas a las
palabras formales o estructurales, constituirán la lógica no-formal.

126
Considero que son palabras formales 'todos', 'algunos', 'si', la
cópula 'es', 'y', 'o', 'no'. Las relaciones lógicas no formales son en
núm ero ilimitado, y caen fuera del alcance de la lógica formal. En
palabras del señor Strawson, «el lógico no es un lexicógrafo. No está
llamado a incluir en sus libros las vinculaciones generales creadas
por toda introducción de un nuevo térm ino técnico en el lenguaje.
Ese es un trabajo para el especialista; la labor de clarificar los sig­
nificados de las palabras peculiares a su propia m ateria. El interés
del lógico es más amplio. El lógico se ocupa en los tipos de inconse­
cuencia, de validez y no validez, que no se ciñen a la discusión de nin­
gún tem a particular, sino que pueden encontrarse en discusiones de
temas completam ente heterogéneos. Así, las vinculaciones de pala­
bras como 'casado' y 'soltero', que llevan m arcada sobre ellas la li­
mitación de su empleo a una clase particular de temas, no figurarán,
como tales, én sus listas. La clase de reglas que puede esperarse
encontrar en la lógica form al son reglas tales que el conocimiento de
que una de ellas ha sido quebrantada en un determ inado momento
del discurso, no proporciona clave alguna en cuanto a cuál fuera el
tem a del discurso en ese m om ento».2
Según la teoría, pues, algunas inferencias son válidas en virtud
de los significados de palabras formales o estructurales, y otras lo
son en virtud de los significados de palabras no-formales, palabras de
contenido. Hay, así, dos tipos de inferencia deductiva estricta, y las
tentativas de reducir toda inferencia a inferencia formal van mal
encaminadas. La regla de que 'X es un hijo m enor' lleva consigo 'X
tiene un herm ano', no es una regla lógica. Sem ejante vinculación, se­
gún la teoría que consideramos, es irreducible; no puede ser repre­
sentada como una ejemplificación de un principio de lógica formal.
Podemos ahora empezar a considerar si es aceptable esa teoría
del fundam ento de la lógica, o, para utilizar una frase del señor
Strawson, de «lo que hace posible la lógica».

Lógica ’no-formal’

Comenzaré por examinar lo que se presenta como un ejemplo de


implicación no-formal, 'Si Tomás es soltero, no está casado', y, con
éste, la opinión de que su verdad lógica depende, al menos en parte,
del significado de la palabra 'soltero'. Suscribimos esa opinión, tal
vez inconscientemente, siem pre que hacemos aserciones como « 'To-

2 P. F. S t r a w s o n , obra citada, pp. 40 y 41.

127
m ás es soltero, de modo que no puede estar casado' es una proposi­
ción verdadera por definición»; y rechazar la teoría es compro­
m eterse a negar que haya proposición alguna que sea verdadera por
definición.
No estará fuera de lugar que recapitulem os aquí algunas de las
conclusiones que hemos alcanzado en el capítulo anterior: las pro­
posiciones, aunque expresadas en enunciados, no son enunciados;
cuando decimos que una proposición es verdadera, no querem os
decir que la afirmación o aserción de ella sea verdadera, o que sean
verdaderas las palabras empleadas; aun cuando hablen idiomas di­
ferentes, franceses e ingleses pueden considerar, aceptar o rechazar,
la misma proposición; podemos estudiar las argumentaciones de un
autor extranjero en una traducción digna de confianza; no es ver­
dadero de proposición alguna que únicam ente pueda ser expre­
sada en un lenguaje particular.
Ahora bien, aun si suponemos que todas esas conclusiones son
verdaderas, no tenemos base para negar que, si la palabra 'soltero'
se utiliza en su sentido usual, * que Tomás sea soltero implica que
no está casado, o, para decirlo de otro modo, que el enunciado «Si
Tomás es soltero, no está casado» expresa, o puede expresar, una
proposición lógicamente necesaria. Al mismo tiempo, la misma pro­
posición —que si Tomás es soltero, no está casado— puede, como
hemos visto, ser expresada en otros idiomas; y eso plantea (o parece
plantear) inm ediatam ente un problem a a los que m antienen la teoría
que discutimos. ¿Cómo podría la proposición en cuestión ser ver­
dadera en virtud de los significados de todas o algunas de las pa­
labras que aparecen en el enunciado castellano que se utiliza para
expresarla, si puede expresarse igualmente bien en otro idioma en
el que no aparezca ninguna de esas palabras?
Podría darse la respuesta de que la proposición, cuando es expre­
sada en castellano, es verdadera en virtud del significado de la pala­
b ra 'soltero', y, cuando es expresada, por ejemplo, en inglés, es ver­
dadera en virtud del significado de la palabra inglesa equivalente
(bachelor). Sin embargo, si la m ism a proposición puede ser expresa­
da en lenguajes diferentes, es extraño que haya diferentes razones
para su verdad; tantas razones, en realidad, como idiomas hay en
los que la proposición pueda ser expresada.
Podríamos rechazar esa últim a conclusión. Parece descansar,

* Esta reserva, que tampoco sobra en castellano, es aún más oportuna en in


glés, donde la palabra que significa 'soltero' (bachelor) significa también, en
acepción igualmente normal, 'bachiller'. (Nota del traductor J

128
É
parte, en una confusión acerca del uso del lenguaje. El enunciado
I Tomás es soltero, no está casado» está compuesto de palabras,
ro puede utilizarse para expresar una proposición que no es acer­
ca de palabras. Por contraste, el enunciado « ’Soltero' es una palabra
que utilizamos para designar al hom bre que no está casado» se uti­
liza para expresar una proposición contingente acerca de la palabra
'soltero'. Pero es fácil deslizarse al error de pensar que algunas pro­
posiciones del prim er tipo son proposiciones del segundo tipo, y que
la proposición de que si Tomás es soltero no está casado es encubier­
tam ente una proposición acerca de la palabra 'soltero', y es, en conse­
cuencia, verdadera porque 'soltero' significa precisam ente lo que
significa. Aunque yo creo que es completam ente equivocado sacar
esa conclusión, no sería incomprensible que la sacáramos. E stá claro
que si yo no entendiera el significado de la palabra 'soltero', no
reconocería qué proposición se me proponía, ni que era una propo­
sición lógicamente necesaria. Así pues, puede decirse que entende­
mos qué proposición se afirma, y vemos que es lógicamente necesa­
ria, porque conocemos el significado de la palabra 'soltero'. Pero
decir eso no es decir que la proposición sea lógicamente necesaria en
virtud del significado de la palabra 'soltero'. Volveré sobre ese punto
dentro de poco.
Quizá sería más sencillo plantear el problem a de un modo dife­
rente. ¿Hemos de entender que el enunciado «Si Tomás es soltero, no
está casado» expresa la misma proposición que el enunciado «Si
Tomás es un hom bre no-casado, no está casado»? Si se reconoce que
en este caso tenemos dos modos alternativos de expresar la misma
proposición lógicamente verdadera, deberá adm itirse (según me
parece) que la proposición no puede ser verdadera en virtud del sig­
nificado de una palabra que no necesita utilizarse en un enunciado
que la expresa. Es absurdo pretender que la proposición en cues­
tión, es decir, aquello que puede expresarse como «Si Tomás es un
hom bre no-casado, no está casado» sea verdadera en virtud del sig­
nificado de la palabra 'soltero'; tan absurdo como decir que es verda­
dera en virtud del significado de la palabra 'bachelor'.
Parece ser que los que mantienen la opinión que estoy critican­
do se encuentran en un dilema. Por una parte, tienen la opción de
adm itir que los dos enunciados expresan la misma proposición, y
.abandonar la pretensión de que ésta es verdadera en virtud del sig­
nificado de una palabra que no necesita ser utilizada para expresar­
la. La otra opción posible consiste en negar que los enunciados «Si
Tomás es un hom bre no-casado, no está casado» y «Si Tomás es sol­
tero, no está casado» sean sinónimos. Me parece que deberían re­

129
sistirse a la prim era admisión, pues equivaldría a una retirada de la
posición principal. Pero adoptar la segunda posición parece igual­
m ente inaceptable. Porque solamente si los enunciados son sinóni­
mos, o, al menos, si 'ser un hom bre no-casado' es parte del signifi­
cado de 'soltero1, es lógicamente necesaria la proposición expresada
en el segundo enunciado. Seguramente, la verdad es que recono­
cemos que el enunciado «Si Tomás es soltero, no está casado» expre­
sa una proposición lógicamente verdadera porque 'soltero' y 'hom­
bre no-casado' son sinónim os.3
Tratemos de ver con precisión cómo es más fácil que se pro­
duzca confusión en cuanto al significado del enunciado. Aunque po­
damos utilizar el enunciado «Si Tomás es soltero, no está casado»
para expresar una verdad lógica, no es probable que le utilizáram os
de ese modo en el discurso ordinario. Después de todo, hay pocas
ocasiones en que pudiéram os desear afirm ar, por razón de sí mis­
ma, la perogrullada de que si un hom bre no está casado, no está
casado. El uso más natural del enunciado sería el de inform ar o re­
cordar a otro el significado normal de la palabra 'soltero'. Indudable­
mente, tal información se daría de modo menos inequívoco en un
enunciado como «Llamar a Tomás 'soltero' es decir que no está
casado». Sin embargo, si utilizáram os de ese modo el enunciado ori­
ginal (y lo entonces expresado no sería una verdad lógica, sino una
proposición contingente sobre un uso lingüístico), pero, al mismo
tiempo, no fuéramos expresamente conscientes de que era eso lo
que hacíamos, podríam os con facilidad describir erróneam ente nues­
tra aserción como la enunciación de que es lógicamente necesario
que si alguien es soltero no esté casado; y entonces podríam os con­
tinuar diciendo: «Después de todo, eso es lo que significa 'soltero' ».
Y desde ahí se podría pasar con gran facilidad a decir que la aser­
ción era verdadera por el significado de la palabra 'soltero'.
Sin embargo, la facilidad con que podemos confundir proposi­
ciones lógicas y lingüísticas no basta a explicar plenam ente la buena
disposición, que creo que com parte casi todo el mundo, a aceptar
la causa lingüística. Como una enunciación propia de la vida ordi­
naria, la siguiente es intachable: «Yo puedo ver que es lógicamente
necesario que si Tomás es soltero debe ser un hom bre no-casado,
porque conozco el significado de la palabra 'soltero' ». Pasar de esa
enunciación a «La proposición expresada en el enunciado «Si Tomás
3 Si un escéptico pregunta cómo sabemos que las palabras 'soltero' y 'hom
bre no-casado' son sinónimas, la respuesta más sencilla es que nosotros que­
remos decir lo mismo por ellas. Somos nosotros, los que utilizamos el lenguaje,
quienes decidimos cuáles son los significados de las palabras que utilizamos.

130
| i soltero, debe ser no-casado», es necesaria en virtud del signifíca­
lo de la palabra 'soltero'» parece a prim era vista inm ediatam ente
legítimo, como si todo consistiera sim plem ente en reem plazar un
anunciado del lenguaje ordinario por una versión más inequívoca
en un vocabulario especializado.
Si consideramos qué es lo que en realidad tenemos derecho
a decir, puede aparecer la diferencia entre esas dos enunciaciones.
Tenemos derecho a decir que el enunciado «Si Tomás es soltero,
no está casado» expresa la proposición que expresa, porque las pa­
labras que constituyen el enunciado, incluida, desde luego, la palabra
'soltero', significan lo que significan en el uso normal del idioma.
Si la palabra 'soltero' fuera un sinónimo de 'viudo', o si 'casado'
fuera un sinónimo de 'solo', el enunciado en cuestión, no es preciso
decirlo, expresaría una proposición completam ente diferente. Pero
decir eso no explica por qué la proposición que de hecho es ex­
presada por esas palabras es una proposición lógicamente nece­
saria. En realidad, es una proposición lógicamente necesaria (como
advertimos cuando captam os el significado de la palabra 'soltero')
por cuanto es una directa ejemplificación del principio de identi­
dad, 'Si p, entonces p 9(o 'Si no-p, entonces no-p').
Ahora puede verse con m ayor claridad por qué la enunciación
propia de la vida ordinaria está libre de crítica. No explica por qué
es necesaria la proposición; explica cómo el que habla puede ver
que lo es. Puede ver, en efecto, que, por ser sinónimos 'soltero' y 'no-
casado', la proposición es una perogrullada. Si el que lo ve es un
lógico, reconocerá tam bién qué leyes lógicas ejemplifica. Entender el
significado de las palabras comunes es una necesaria condición pre­
via para advertir cuáles son las proposiciones para cuya expresión se
utilizan tales o cuales enunciados ordinarios; pero el significado de
las palabras no explica en modo alguno por qué las proposiciones
enunciadas son verdaderas o falsas, necesarias o inconsecuentes. El
enunciado «Oliverio Cromwell m urió en 1658» expresa la proposición
contingente que expresa en virtud del hecho de que las palabras
que lo componen significan lo que significan. Pero decir que la pro­
posición 'Si Tomás es soltero, no está casado' es lógicamente nece­
saria en virtud del significado de la palabra 'soltero', no es más
verdadero que decir que Cromwell m urió en 1658 en virtud del
significado de la palabra 'm urió'.

131
Lógica formal

Pasemos ahora a la aplicación de la teoría a la lógica formal. Por


desgracia, no es fácil form ular con limpieza y examinar con justicia
la argum entación de los convencionalistas acerca del fundam ento
de la lógica formal, por la sencilla razón de que esa argum entación
ha sido pocas veces (si alguna) defendida detalladam ente. Es más
frecuente afirm arla que razonarla, y aún más frecuente que afir­
m arla es suponerla verdadera. Dado que se acepte la argum entación
convencionalista sobre el origen lingüístico de la 'lógica no-formal',
el convencionalista puede no creer necesario form ular nuevos argu­
m entos para justificar una extensión de la teoría. No obstante, pare­
ce claro que esos teorizadores exhiben dos pretensiones: prim era,
que los principios de la lógica formal resultan de los significados de
(o de reglas para el uso de) palabras 'form ales' del lenguaje ordina­
rio; y, segunda, que tales palabras son un ingrediente contingente, y
no esencial, del lenguaje. Está claro que es más difícil establecer la
segunda pretensión con respecto a las palabras formales que con
respecto a las no-formales. Palabras como 'soltero' y 'yerno' se intro­
ducen, m anifiestam ente, en el lenguaje por razones de conveniencia;
nos podríam os pasar muy bien sin ellas. Pero no es fácil m ostrar
que pueda explicarse del mismo modo la existencia de palabras que
expresan la función de la negación o de la disyunción. Y eso es lo
que hay que mostrar si se quiere sostener la tesis de que nosotros
hacemos nuestro propio lenguaje y que, por lo tanto, indirectam ente
creamos nuestra propia lógica.
La cuestión form ulada por el señor Straw son es «¿qué hace
posible la inconsecuencia?». Pero esa cuestión es ambigua.
1. Puede interpretarse como preguntando qué es lo que ha
que violemos una ley lógica como el principio de no-contradicción.
Así entendida, podría contestarse de este modo: la inconsecuencia
resulta de que adscribam os a un mismo sujeto predicados incompa­
tibles, o de que afirmemos y neguemos la m ism a proposición. Del
mismo modo, la respuesta a la pregunta «¿Cómo se puede cometer
un error al sum ar cuatro más tres m ás tres más siete?» podría ser
«omitiendo uno de los treses». Y lo mismo que esa respuesta no ex­
plicaría que la suma de cuatro más tres más tres m ás siete sea 17, y
no 14, tam poco explicaríamos por qué 'p y no-p no pueden ser ver­
daderas juntam ente' es una ley de lógica, diciendo que somos culpa­
bles de inconsecuencia cuando afirm am os y negamos la misma pro­
posición. Así pues, según esa interpretación de la cuestión, lo qiie se
nos pregunta es sim plem ente cómo podemos violar los principios de

132
|lft lógica. Por lo tanto, lo que el señor Strawson propone no puede
í‘—o, en todo caso, no debería— ser la cuestión así interpretada. Por­
que él está interesado en descubrir no cómo podemos infringir leyes
lógicas aceptadas, sino cómo resulta que el llamado principio de no-
contradicción es un principio de lógica.
Así pues, la cuestión debe ser interpretada de otro modo:
2. ¿Cómo resulta que el que una proposición y la negación de
ésta no pueden ser juntam ente verdaderas sea una ley de lógica?
E stá claro que esa cuestión no es contestada en lo más mínimo por
la respuesta que podía ser adecuada a la interpretación anterior. No
obstante, no estoy seguro de si el señor Straw son m antiene siem pre
la distinción entre esas dos interpretaciones. Resumiré la respuesta
que él da a la cuestión:
Uno de los modos en que nos es posible decir algo inconsecuente
(es decir, en este contexto, infringir el principio de no-contradicción)
es aplicar predicados a la misma persona o cosa al mismo tiempo.
Llamamos incompatibles a dos predicados cuando la aplicación de
ambos, al mismo tiempo, a la m isma persona o cosa tiene como resul­
tado una inconsecuencia. Es natural, pero no inevitable, que un
lenguaje contenga predicados incompatibles. Si una determ inada
palabra-predicado fuera aplicable a toda clase de cosas, esa palabra
sería inútil para los fines de la descripción. Porque cuando decimos
cómo es una cosa (y eso es algo de lo que hacemos cuando aplicamos
predicados) no nos limitámos a com pararla con otras cosas, sino
que, además, la distinguimos de otras. Debe haber, pues, en alguna
parte, una frontera que limite la aplicabilidad de una palabra utili­
zada para describir cosas; y somos nosotros quienes decidimos
dónde ha de trazarse esa frontera. Así —se razona—, somos noso­
tros, los que hacemos el lenguaje, quienes hacemos que sean incom­
patibles tales y cuales predicados. Pero no todos los predicados son
incompatibles. 'A es rojo' es incompatible con 'A es azul’, pero com­
patible con ’A es redondo’; puede decirse entonces que ’azul’ y 'rojo’
caen en una mism a línea de incompatibilidad. Así, cuando aplicamos
un predicado a una cosa, excluimos implícitam ente la aplicación a
esa cosa de los predicados que queden más allá de los límites del
predicado que aplicamos, pero que sean de la misma línea de in­
compatibilidad. Hemos, pues, de concluir que uno de los modos en
que puede hacer aparición la inconsecuencia consiste en que afirme­
mos del mismo sujeto, y al mismo tiempo, predicados incompatibles;
y somos nosotros, los que hacemos el lenguaje, quienes encontram os
conveniente lim itar la aplicación de predicados de tal m anera que la
aplicación de uno sea incompatible con la aplicación de otros. Así

133
pues, m ediante la libre operación de hacer el lenguaje, hemos crea­
do las condiciones que dan origen a un tipo muy general de inconse­
cuencia. 4
Es difícil evitar la conclusión de que el señor Strawson considera
a veces la cuestión «¿Qué es lo que hace posible la inconsecuencia?»
según la interpretación 1, y no según la interpretación 2. De ser así,
entonces su argumentación, en esas ocasiones, no es pertinente a sus
fines, si es que, como supongo, esos fines son los de m ostrar que
las leyes de la lógica son en algún sentido producidas por, o funda­
m entadas en, las reglas lingüísticas. Pero ésa no es la única difi­
cultad.
La inconsecuencia puede darse, se nos dice^ m ientras el lengua­
je que hablemos contenga predicados incompatibles; además, somos
nosotros, los que hacemos el lenguaje, quienes decidimos dónde han
de trazarse las fronteras que lim itan la aplicabilidad de las palabras-
predicado. Pero, aunque eso sea verdad, no m uestra que la posibili­
dad de la inconsecuencia resulte de nuestras decisiones al hacer el
lenguaje. Unicamente decidimos dónde han de trazarse las fronteras,
no que éstas hayan de trazarse. En ese punto el señor Straw son es
inconsecuente. Al principio dice que no es necesario, pero sí muy na­
tural, que un idioma contenga predicados incompatibles. Aun así, en
el mismo párrafo afirm a que un idioma debe contener predica­
dos incompatibles. «En alguna parte, pues, debe trazarse una fron­
tera que limite la aplicabilidad de una palabra utilizada para descri­
b ir cosas» (el subrayado es mío). Porque, como él mismo observa
con razón, si una palabra fuera aplicable a no im porta qué, sería inú­
til para los fines de la descripción. En realidad, si todas y cada una
de las proposiciones que enunciamos fueran compatibles con cual­
quiera de las demás (como sería el caso si todas las proposiciones
fueran de la form a sujeto-predicado y si todos los predicados fueran
compatibles), no seríamos capaces de comunicación alguna. AI admi­
tir tal cosa, el señor Straw son socava su propia posición.
Decir que somos nosotros quienes decidimos dónde han de tra­
zarse las fronteras de aplicación de los predicados no ayuda nada a
resolver la dificultad. No hay por qué sorprenderse de que un adje­
tivo perteneciente a un determ inado idioma no tenga sinónimo exac­
to en otro idioma distinto; parece, por ejemplo, que la línea de apli­
cación de las palabras que designaban los colores en el griego
clásico no corresponde exactamente a la línea de aplicación de ese
equipo de palabras en uno de nuestros idiomas modernos; pero la in-

4 P. F. S t r a w s o n , obra citada, pp. 5-7.

134
((Consecuencia es igualmente posible si se habla en griego clásico o si
pie habla en nuestro idioma. Lo que hace posible que hagamos enun­
ciaciones inconsecuentes es el hecho de que los límites de aplicación
de las palabras han de trazarse en alguna parte. No llego a ver que
el señor Straw son haya hecho o tra cosa que atraer nuestra atención
hacia el hecho de que el que las enunciaciones «El libro de Juan es na­
ranja» y «El libro de Juan es rojo» sean o no inconsecuentes depende
del modo en que hayamos decidido em plear en castellano las pala­
bras 'naranja* y 'rojo*. Nada ha dicho que m uestre que la ley lógica
según la cual una proposición y su negación no pueden ser a la vez
verdaderas sea producida por decisiones lingüísticas como ésa.
Hay una cosa clara. El señor Straw son ni hace ni pretende ha­
cer una enunciación completam ente razonada de la teoría lingüís-
tico-convencionalista del fundam ento de la lógica formal. Así, él dice
que «uno de los modos en que es posible decir algo inconsecuente
consiste en aplicar predicados incompatibles a la misma persona o
cosa y al mismo tiempo». Indudablem ente, estaría dispuesto a admi­
tir que hay otros modos; porque la explicación que ofrece no podría
explicar la posibilidad de la inconsecuencia en proposiciones que no
son de la form a sujeto-predicado (proposiciones existenciales, o de
identidad, por ejemplo) y, en consecuencia, carecen de predicados,
compatibles o incompatibles. Pero es difícil ver cómo cualquier ex­
tensión de la teoría que perm itiera tener en cuenta proposiciones
de otras formas, iba a poder deshacerse de las objeciones que hemos
presentado. No creo que pudiera m ostrarse otra cosa sino que po­
damos infringir las leyes lógicas por caminos que no son el de la
aplicación de predicados incompatibles.
Aunque hubiéramos de adm itir que nuestras decisiones de for­
mación del lenguaje produjeran leyes lógicas, sorprende a prim era
vista que el señor Straw son haya ilustrado ese supuesto proceso ha­
ciendo referencia a las particulares decisiones que determ inan la
línea de aplicabilidad de palabras-predicado. Porque, aunque las
proposiciones de form a de sujeto-predicado sean inconsecuentes
cuando sus predicados son incompatibles, es aún más obvio que dos
proposiciones son inconsecuentes cuando la una es la negación de
la otra. En otras palabras, ilustram os con la mayor naturalidad la
inconsecuencia citando pares de proposiciones de las formas 'p ' y
’no-p', m ás bien que pares de la form a 'x es f , fx es g\ Podemos pre­
guntarnos, pues, por qué fueron elegidas ilustraciones de aplicación
tan limitada. Se habría podido esperar que un convencionalista ló­
gico explicase el principio de no-contradicción tratando de m ostrar
que éste resulta de las reglas que hemos establecido para la utili­

135
zación de la palabra 'no', o sus sinónimos en otros idiomas. Quizá
podamos conjeturar por qué no se siguió ese camino.
Sostener que las leyes lógicas son producidas por nuestras reglas
lingüísticas es, según me parece, com prom eterse a aceptar la opinión
de que pudiera haber un lenguaje 'prelógico' en el que se establecie­
ran tales reglas lingüísticas. Porque la pretensión convencionalista
consiste en que podemos llegar, por detrás de la lógica, a aquello en
lo que ésta descansa. Si fuese una condición previa para la significa-
tividad de toda expresión verbal que los pensam ientos que éstas ex­
presan sean conformes a las leyes lógicas, sería una simple pérdida
de tiempo que pretendiéram os fundar aquellas leyes en reglas lin­
güísticas, puesto que, por hipótesis, para ser significativas, esas re­
glas tendrían a su vez que haberse estructurado en conform idad con
las leyes lógicas. Supongo, pues, que los defensores de la teoría con­
vencionalista deben m antener la posibilidad de un lenguaje prelógico.
Pero es difícil dejar de pensar la palabra 'no', y la función por ella
desempeñada, como un ingrediente necesario en todo lenguaje, por
prim itivo que fuera. Si esto es así, y si es en térm inos de negación
y de las palabras que expresan negación como ha de explicarse el
principio de no-contradicción, entonces la teoría convencionalista
debe ser abandonada. Porque adm itir que ese principio es una ley
lógica que vale para todo pensam iento expresado en un lenguaje en
el que se expresa la función de negación, y adm itir al mismo tiempo
que la negación es una función no contingente, sino necesaria, de la
expresión del pensamiento, es adm itir que al menos un principio ló­
gico no descansa en reglas contingentes del lenguaje.
Ahí se encuentra, tal vez, la explicación de que el señor Straw-
son haya elegido una línea menos obvia de argumentación. Al parecer
se sostiene que pudo haber uñ lenguaje prim itivo que careciese de
térm inos negativos, un lenguaje 'prenegación', prelógico, y que en
ese lenguaje podrían expresarse proposiciones incompatibles, y, con­
siguientemente, sería posible la inconsecuencia. Según ese modo de
ver, deberíamos pensar la palabra 'no' y sus sinónimos en los lengua­
jes desarrollados como habiendo sido introducidos (o como sus­
ceptibles de haber sido introducidos) como un artificio que perm itie­
ra excluir la aplicación al sujeto de predicados incompatibles con
un predicado determinado. Así, si yo desease expresar mi desacuer­
do con la proposición 'Ese objeto es rojo', en vez de especificar el
color diferente de dicho objeto, podría decir «Ese objeto es no-rojo».
En ese enunciado, 'no-rojo' serviría como un sustituto de 'azul', 'ama­
rillo' o 'verde', etc., y, según ese modo de ver, las proposiciones
negativas constituirían una especie de las proposiciones afirmativas.

136
^or insatisfactoria que pueda parecer esa argum entación, es difícil
ver de qué otro modo podría decirse que la negación fuera un con­
cepto derivado, y no primitivo. Y hay que m ostrar tal cosa si no se
desea el derrum bam iento de la teoría, al menos por lo que hace al
principio de no-contradicción. Porque, como hemos visto, adm itir
a la vez que el principio vale para todo pensamiento expresado en
un lenguaje que com prenda palabras negativas, y que la negación es
una función no contingente, sino necesaria, de la expresión del pen­
samiento, es adm itir que un principio lógico no descansa en reglas
contingentes del lenguaje.
En realidad, la argum entación es inaceptable. Las proposiciones
negativas no son una especie de proposiciones afirmativas. Hacer la
aserción de que a no es / no es adscribir a a la propiedad de la «no-
f-idad», sino negar la ’f-idad’ de a. Cuando hacemos aserción de pro­
posiciones de la form a 'a es f y 'a no es f , no adscribimos dos predi­
cados incompatibles; el mismo predicado es adscrito en un caso y
excluido en el otro. Claro está que no por eso desearemos negar que
enunciados cuyas palabras-predicado tienen prefijos o sufijos nega­
tivos puedan a veces expresar proposiciones afirmativas. Así, 'incon-
form ista' e 'im parcial' tienen una fuerza positiva, y no solamente
privativa, y el enunciado «El juez era imparcial» puede utilizarse
para expresar una proposición que podría expresarse igualmente
bien en un enunciado en el que no hubiese palabras o prefijos nega­
tivos. Pero si hubiéram os de acuñar la palabra 'inazul', la proposi­
ción expresada por «Esta caja es inazul» solamente sería afirm ativa
y determ inada cuando la enunciase alguien que tuviese una visión bi­
color, y que viese las cosas o como azules o como «de otro color».
Si, por el contrario, somos capaces de distinguir los colores que no
son azules, solamente podemos utilizar el enunciado o bien para ex­
presar una proposición negativa (que la caja no es azul) o para
expresar una proposición disyuntiva indefinida: 'la caja es amarilla,
o roja, o verde, o...', con una u otra am plitud en la serie de palabras
de color que será determ inada por las reglas de uso del lenguaje
aceptadas.
Con el fallo de las tentativas de representar todas las proposicio­
nes negativas como afirmativas, falla toda argum entación que se
proponga m ostrar que la negación es un rasgo contingente del len­
guaje, introducido para expresar sustitutos abreviados de específicas
proposiciones afirm ativas de form a de sujeto-predicado. La negación
no puede ser descartada con explicaciones; es implícita a todo pensa­
miento determinado. Porque nada hay que pueda llamarse un pen­
samiento puramente afirmativo. Entender en qué consiste que una

137
proposición sea verdadera es, en parte, entender que su negación es
falsa. Ver que 9p 9 es verdadera es ver que es verdadera 'no-no-p\
Afirmación y negación son conceptos complementarios, ninguno de
los cuales es inteligible aisladamente. La función de la negación es
excluir, y, como el propio señor Straw son ha dicho, esa función de
exclusión está implícita en todos los usos descriptivos del lenguaje,5
y, en realidad, en cualquier posible expresión de pensamiento. Así,
afirm ar que un objeto es rojo es hacer la aserción implícita de que
no es de un color distinto del rojo. De nuevo debe decirse que, aun­
que decidamos nosotros la am plitud que ha de tener la línea de apli­
cación de una palabra en un idioma, no decidimos que ha de haber
un límite para su aplicación. Excluimos tanto cuando afirmamos
como cuando negamos. Las funciones de negación y afirmación de­
ben ser expresables en todo lenguaje, por prim itivo que sea.
La posibilidad de que la versión de la teoría convencionalista
que yo he venido considerando no haya estado bien comprendida, ni,
por consiguiente, correctam ente presentada, hace deseable estruc­
tu rar una crítica más general, que esté menos vinculada a los deta­
lles de la particular presentación que he sabido hacer. Creo que una
crítica así es posible.
Según la versión de la teoría que hemos venido considerando,
tenemos derecho a decir que las enunciaciones lógicas 'descansan en'
reglas lingüísticas, o que 'detrás de' las enunciaciones lógicas hay re­
glas lingüísticas.Y aunque esas expresiones m etafóricas aparecen en
el vocabulario de uno sólo de los exponentes de la teoría, creo que de­
ben ser aceptables para otros convencionalistas lingüísticos. ¿Cuál es
exactamente la relación entre reglas del lenguaje y leyes lógicas? Al
parecer, lo que quieren decir esos teorizadores es que al adoptar las
reglas de lenguaje que adoptamos, nos com prom etem os a aceptar
las leyes de lógica concordantes. Y la única conclusión que yo puedo
sacar es que decir tal cosa es decir, en otras palabras, que las reglas
lingüísticas imponen principios lógicos. Si esa conclusión mía es
correcta, la teoría, en su conjunto, resulta insostenible.
Pongamos que Ri represente una determ inada regla lingüística,
y Li una determ inada ley lógica, la cual, según se supone, descan­
s a en, o viene im puesta por, Ri. Podemos expresar brevem ente esa
pretensión con la fórm ula 'Ri impone L i\ Pero ésta es en sí misma
una enunciación lógica, y, por lo tanto, según la teoría, tam bién ella
debe descansar en una regla lingüística anterior. Llamemos a esa se­
gunda regla R2. Podemos form ular ahora esta nueva pretensión:

5 P. F. S tra w so n, obra citada, p. 7.

138
JTU impone que Ri imponga L i\ Desde luego, está claro que nos he-
!mos metido en un regreso al infinito. Si la proposición lógica 'Ri im­
pone Li' descansa en R2, la proposición lógica en el sentido de que
descansa en R2 debe a su vez descansar en una regla lingüística Ra, y
así ad infinitum . Para relacionar una ley lógica a una regla del len­
guaje debemos siempre relacionarla de acuerdo con un principio
de lógica. Si del hecho de que utilicemos el lenguaje de un modo par­
ticular se sigue que una ley lógica debe tener vigencia, eso debe se­
guirse lógicamente, es decir, de acuerdo con una ley lógica. Cualquier
tentativa de fundam entar los principios lógicos en algo más origi-
ginario, sea nuestro sistema de leyes contingentes para el uso del
lenguaje, o sea otra cosa cualquiera, tiene que refutarse a sí misma.
Porque la tentativa consiste en deducir conclusiones a p artir de
premisas, y un prerrequisito para que sea posible la deducción es la
validez anterior de leyes lógicas.6
Podemos ahora resum ir las objeciones a la teoría lingüístico-
convencionalista, recordando la aplicación de dicha teoría a una
determ inada ley lógica. La argum entación de que el principio de no-
contradicción descansa en nuestras reglas de uso de expresiones
negativas, requiere que aceptemos que es posible concebir un len­
guaje en el cual la función de la negación no está inicialmente. Ese
lenguaje sería aquel en el que se expresarían las reglas para la expre­
sión de la negación. Pero no pudo haber tal lenguaje, porque la fun­
ción de negación está implícita en todos los usos del lenguaje, de
modo que no puede haber habido lenguaje alguno 'prenegación'.
Además, no puede haber pensam iento alguno, en ningún lenguaje,
que no se conforme al principio de no-contradicción. Podemos for­
m ular las tres proposiciones siguientes:

1. Un lenguaje mínimo (es decir, el m ás sencillo lenguaje po­


sible en el que puedan expresarse proposiciones determ inadas) debe
estar equipado para expresar la función de negación.
2. No puede, pues, ser un hecho contingente el que un lenguaje
dado esté equipado para expresar esa función. Por lo tanto, el que
posea dicha función no puede ser un resultado de nuestras decisio­
nes o reglas sobre el lenguaje.
3. Todas las proposiciones determ inadas deben conform arse

• Se ha sugerido que decir que detrás de las proposiciones lógicas hay regla
lingüísticas es pretender que éstas determinan a aquéllas, no que las impongan.
No entiendo de qué clase de determinación se habla, si no es de la determinación
lógica, que es la indicada por 'imponer

139
al principio de no-contradicción, cuyo valor absoluto es condición
previa del pensam iento determ inado, en todos los niveles.

Así pues, parece que el cuadro que el convencionalista lingüístico


nos presenta (hom bres que hacen en un lenguaje prelógico reglas
lingüísticas de las que resultan principios lógicos) es un cuadro im­
posible. No se puede pasar por detrás de la lógica o fundam entarla
en otra cosa. Todo discurso significativo, para ser significativo, debe
conform arse a principios lógicos. Debe, pues, conform arse tam bién
a esa condición la form ulación de reglas lingüísticas, que es una for­
ma de discurso significativo.
7
Lógica y lenguaje II

En el capítulo anterior fue rechazada la teoría de que la lógica


descansa en reglas lingüísticas. Como se recordará, la discusión com­
prendía dos partes, la prim era de las cuales consistía en un examen
de la tentativa de derivar un ejemplo de lógica no«formal a p artir de
reglas lingüísticas, m ientras que la segunda consistía en un examen
de la tentativa de justificar una pretensión, paralela a la anterior,
respecto de una ley de la lógica formal. Al proponer una teoría so­
bre el fundam ento de la lógica que pueda sustituir a la rechazada,
comenzaré por reconsiderar la misma ley lógica formal: el principio
de no-contradicción.

Lógica proposicional

Como ya hemos argum entado, la función de negación es un cons­


titutivo necesario de todo pensam iento determinado; y todo lengua­
je que sea capaz de expresar proposiciones, verdaderas o falsas, ha
de estar equipado para expresar esa función de exclusión, tanto como
la de afirmación. Afirmar fp ' es excluir la negación de 'p \ Al mismo
tiempo, todo pensamiento, para ser determinado, ha de conform arse
al principio de no-contradicción. Porque, por una parte, si cuando
afirm áram os no excluyéramos implícitam ente, cualquier enuncia­
ción que hiciéramos podría ser compatible con la afirmación de cual­
quier otra proposición; m ientras que, por otra parte, de no ser que,
siempre que una proposición sea verdadera, su negación ha de ser
necesariamente falsa, carecería de sentido hacer cualquier clase de

141
enunciación. A pesar de la antítesis, 'por una parte' y 'por otra', está
claro que no decimos sino una sola cosa. Así podemos entenderlo,
porque pensar en térm inos de afirmación-negación es pensar de
acuerdo con el principio: y esto es así porque la función de 'no-p'
es representar la form a de una proposición que no puede ser verda­
dera si *pf es verdadera. Expresar el principio de no-contradicción es,
pues, recordarnos lo que hacemos cuando afirm am os o negamos.
Si el principio de no-contradicción y el correlativo concepto de
negación son, respectivamente, una condición m ínima y un consti­
tutivo mínimo de todo pensam iento determinado, es natural que
nos preguntemos si puede darse cuenta de un modo sim ilar de las
leyes de la lógica de las proposiciones elementales en general, y de
los conceptos, distintos de la negación, que comprende.
En los Principia Mathematica, como hemos visto, se tratan como
primitivos, aparte de la idea de 'proposición', las ideas o conceptos
de negación y disyunción. En otras p a la b r a s ,'~ ' y 'v' son constantes
primitivas. A p a rtir de ahí, las otras constantes del sistema, ' 3 ',
' = ', se introducen en fórm ulas que son definicionalmente equivalen­
tes a fórmulas en las que se utilizan solamente y V. ¿Hemos de
concluir, entonces, que conjunción, implicación m aterial y equiva­
lencia m aterial son conceptos genuinamente derivados que, sin cir-
cularidad conceptual, pueden ser definidos en térm inos de negación
y disyunción?
La respuesta es no. Si bien '~ ' y 'v' pueden ser seleccionados
como los conceptos no-definidos en térm inos de los cuales se definen
los demás, es tam bién posible empezar por y '«', o por '~ ' y 'id',
o incluso por '/'. Y son solamente consideraciones de economía, ele­
gancia y conveniencia, las que determ inan que empecemos por '/ ' o
por cualquiera de los tres pares de constantes. La verdad es que se­
ría imposible entender la función de una de las constantes originales
sin entender las funciones de cada una de las demás. Es parte de
nuestra comprensión de 'p v q' ver que, para que sea verdadera, ha
de ser tam bién necesariam ente verdadera Entender
*p q* es entender ' ^ ( ^ p v q)f. Que podamos pensar hipotéticam ente
('si p, q*) es una condición previa para nuestra comprensión de cual­
quier fórm ula en un sistema lógico interpretado. Porque captar la
significación de, por ejemplo, la fórm ula ' ~( p- ~ p )' es ver que afir­
m a que, si *p* es verdadera, r~ p f debe ser falsa, y viceversa. Entender
una regla o una fórm ula es entender cuál es la consecuencia si la
condición prescrita se satisface. Quizá la interinteligibilidad de los
conceptos de la lógica proposicional puede verse con la mayor cla­
ridad si consideramos la significación de la función Captar la

142
significación de fp / q 9presupone la comprensión de los conceptos de
negación, disyunción, conjunción y condicionalidad. Todo eso pue­
de resum irse brevemente: cuando restringim os el núm ero de las
constantes que empleamos en las exposiciones del cálculo de pro­
posiciones, efectuamos una simplificación notacional, no concep­
tual; al interdefinir las constantes ponemos a la luz la significación
de todas ellas. En otras palabras, todos los conceptos comprendidos
en la lógica proposicional son interinteligibles.
Creo fácil hacer m anifiesta la razón que me aconseja subrayar la
interrelación de los conceptos comprendidos en la lógica proposicio­
nal. Me interesa poner de m anifiesto que, lo mismo que la negación
es esencial para todo pensam iento determinado, tam bién lo son los
otros conceptos de disyunción y condicionalidad. En efecto, hemos
visto ya que la conjunción es tan prim itiva como la negación al reco­
nocer como una condición de significatividad la imposibilidad de la
verdad conjunta de una proposición y su negación, es decir, la vigen­
cia del principio de no-contradicción. Y lo mismo que el principio de
no-contradicción revela la función de la negación, así las leyes del
cálculo proposicional ponen a la luz la significación de los conceptos
simbolizados por las constantes. El modus ponens, 'si p, y si si p, q,
entonces q' revela en parte lo que es pensar (y, a fortiori, hacer aser­
ciones) hipotéticam ente, o, en otras palabras, cuál es la función de 'si'.
Del mismo modo, el prim er axioma del sistema de los Principia Ma-
thematica, \ p v p)^>p\ revela también, en parte, la significación de
la disyunción —'si p o p es verdadero, entonces p es necesariamen­
te verdadero'—. Para asegurarnos de la verdad de esa interrelación
entre los conceptos y las leyes de la lógica proposicional, todo lo que
necesitamos hacer es considerar por turno las cinco leyes prim itivas
del cálculo y las tres reglas operatorias, a p a rtir de las cuales y de
acuerdo con las cuales pueden ser deducidas todas las otras leyes
de la lógica proposicional. Parece ineludible la conclusión de que esas
leyes están relacionadas con todos los conceptos lógicos formales
como el principio de no-contradicción está relacionado con el con­
cepto de negación. Parece igualmente claro que los conceptos lógicos
formales son, todos por igual, requisitos mínimos para la posibilidad
del pensam iento y el discurso significativos.
Las diferencias entre ese modo de ver y el convencionalismo lin­
güístico no pueden ser pasadas por alto. Según un^-y trtra teoría hay
una estrecha conexión entre ciertos elem entos tfofm áles preposi­
cionales.y leyes lógicas. Pero, para el convencionalista, la conexión
se da entre palabras formales y leyes lógicas; m ientras que en la
teoría últim am ente propuesta son conceptos;y no palabras, lo co­

143
nectado con las leyes lógicas. Además, según el modo de ver conven-
cionalista, los lenguajes poseen palabras que expresan negación, con­
junción, etc., porque los que lo usan han encontrado conveniente
incluirlas en su vocabulario para facilidad de comunicación: al mismo
tiempo, se arguye, la presencia de esas palabras determ ina que val­
gan las leyes lógicas. Por el contrario, hemos argum entado aquí que
las funciones de negación, conjunción, etc., deben ser expresables en
cualquier lenguaje para que éste pueda ser un medio de comunica­
ción; y que, por lo tanto, la presencia en lenguajes diferentes de arti­
ficios para expresar aquellas funciones no es resultado de decisiones
contingentes de parte de los que usan el lenguaje. Tampoco decimos
que, por ejemplo, la negación esté 'detrás' del principio de no-con­
tradicción, opinión que, según hemos visto, se destruye a sí misma,
puesto que para la derivación de las leyes lógicas se requiere la
anterior validez de éstas. Si las leyes de la lógica pueden ser derivadas,
dijimos, solamente pueden serlo a p a rtir de otras leyes lógicas. Como
tuvimos ocasión de advertir anteriorm ente, no podemos pasar por
detrás de la lógica, porque la validez de leyes lógicas es una prim era
condición para todo pensam iento significativo. Así, por ejemplo,
cuando establecemos reglas de lenguaje —y establecer reglas es una
form a de pensam iento significativo— nuestro discurso funciona de
acuerdo con las leyes de la lógica.

Lógica predicativa

Veamos a continuación si pueden explicarse análogamente las


leyes de la lógica de predicados. Hemos visto que cuando las propo­
siciones generales son de la form a sujeto-predicado, puede verse que
ciertas otras proposiciones están en relación lógica con aquéllas. Así,
la proposición 'Hay hom bres y todos los hom bres son m ortales'
implica que algunos m ortales son hombres, y es incompatible con (y
contradictoria de) 'Algunos hom bres no son m ortales', la cual a su
vez es compatible con (es decir, no excluye lógicamente la verdad de)
'Algunos hom bres son m ortales'. Así, tam bién, 'Ningún hom bre es
m ortal' implica que ningún m ortal es hom bre, y es incompatible
con, y contradictoria de, 'Algunos hom bres son m ortales'. Esos ejem­
plos ilustran leyes lógicas que pertenecen, no a la lógica de las pro­
posiciones elementales, sino a la lógica de térm inos. Esas leyes valen
para todas las proposiciones de las m ism as form as que las citadas.
¿No es razonable suponer que, lo mismo que las leyes de la lógica
proposicional han de estar correlacionadas con los conceptos prim i­

144
tivos de negación, conjunción, etc., estas otras leyes han de estar
sim ilarm ente correlacionadas con la estructura predicativa de las
proposiciones? Pero, si ha de dem ostrarse un exacto paralelismo,
será necesario m ostrar que, como la función de negación, la estruc­
tura sujeto-predicado de algunas proposiciones (pero no de todas,
desde luego, puesto que no todas las proposiciones son predicativas)
es prim itiva e irreducible. Con ese objetivo a la vista, necesitaremos
considerar más ampliam ente la distinción sujeto-predicado.

Cosas y atributos

Pensamos el mundo como consistente en parte en cosas que po­


seen atributos o cualidades: esas casas, y árboles, y hom bres, y li­
bros, que son altas y hechas de piedra, verdes y umbrosos, de cabello
oscuro e inteligentes, caros y encuadernados en piel. Que hay tales
cosas, y que tienen esas u otras cualidades, es algo que no descubri­
mos simplemente, sino que también, en parte, decidimos. Si me pre­
guntan cuántas cosas hay en mi habitación, no puedo contestar
m ientras no esté de acuerdo con quien me pregunta en lo que debe
contar como una cosa. ¿He de contar como una cosa lo que se en­
cuentra ante mí —por ejemplo, una silla— o lo contaré como una
docena, o más, de piezas de m adera? Sólo cuando sepa qué sistema
de clasificación interesa al que me pregunta podré contestarle ade­
cuadamente. Porque no hay un número, objetivo de cosas en mi
habitación. Cuando hayamos decidido lo que cuenta como una cosa,
podremos descubrir cuántas hay. Cuando hacemos decisiones así, so­
lemos encontrar conveniente crear nom bres generales, y de ese modo
damos continuidad y perm anencia a nuestras clasificaciones.
Podemos decir algo sim ilar de las cualidades. Una cualidad es un
aspecto en el que las cosas son semejantes o desem ejantes entre sí.
Así, la palabra 'verde' designa un aspecto en el que ciertas cosas
—hierba, hojas, esmeraldas— son semejantes entre sí, y diferentes
de otras cosas —los rubíes, o el sol poniente—. Así como no pode­
mos hablar significativamente del núm ero de cosas m ientras no
hemos decidido lo que debemos contar como cosas individuales, sola­
m ente podemos preguntar cuántas cualidades posee una cosa después
de habernos puesto de acuerdo en los aspectos de la m ism a en que
nos interesa com pararla con otras cosas. Y como no hay un límite
fijo para el núm ero de modos en que puede ser interesante com parar
y contrastar unas cosas con otras, las cosas no tienen un núm ero
finito de atributos.

145
Sin embargo, aunque somos nosotros (los que hacemos los
lenguajes en que hablam os) quienes decidimos qué ha de contarse
como cosas, y para cuáles de los aspectos en que éstas se parecen
unas a otras adoptarem os nom bres comunes y adjetivos, no decidi­
mos nosotros que haya cosas o que haya atributos. Ni es eso algo
que descubramos. No ha habido en mi experiencia momento alguno
en el que haya aprendido, como una pieza de información, que el
m undo está compuesto de cosas que poseen atributos, ni es verdad
que haya llegado a revelárseme que el m undo estaba así constituido,
de modo que yo pudiera haber dicho: «Ahora lo reconozco: el mundo
consiste en cosas y sus cualidades». Es más próximo a la verdad
decir que prescribimos que el mundo ha de constar de cosas con
atributos, que no que descubrimos que está así constituido. En rea­
lidad, la verdad no es ni una cosa ni otra. La situación consiste en
que a todo lo largo de nuestra experiencia consciente, hemos experi­
m entado el mundo como ordenado de ese modo. Creo que, después
de reflexionar, convendríamos en que no podemos concebir el m un­
do de una m anera que no fuera ésa.
La distinción básica entre la cosa individual, por una parte, y
los atributos, por la otra, se refleja en los diferentes papeles repre­
sentados en el lenguaje por las palabras y frases individuantes y por
las palabras generales. Hacemos referencia a cosas individuales por
medio de nom bres propios ('Juan', 'Londres', 'el Támesis', 'm odera­
ción' —que es el nom bre propio de un atributo— ), por medio de
frases descriptivas en las que nombres comunes o frases sustantiva­
das van precedidos por el artículo determ inado o por demostrativos
('el', 'este', 'ese'), o por medio de los pronom bres personales; y uti­
lizamos adjetivos o nom bres comunes que, a diferencia de los nom­
bres propios, tienen significados generales, para describir, clasificar
e identificar cosas individuales. Cosas y predicados no se relacio­
nan como partes a un todo; si mi campo de césped es verde, su co­
lor no es un componente suyo, ni una especie de piel o cubierta ex­
terna. Así pues, una cosa no es ni la suma de sus cualidades ni un
núcleo interior al cual se adhieran éstas. Puesto que, como hemos
dicho, las cualidades son aspectos en los cuales las cosas se parecen
unas a otras, las cualidades solamente pueden pensarse como las
cualidades de cosas o individuos. Del mismo modo, es ininteligible
hablar de una cosa sin cualidades, porque para que eso fuera posible,
la cosa tendría que ser ni sem ejante ni desem ejante a ninguna otra
cosa. Si se me pregunta qué es una cosa particular, solamente puedo
contestar describiéndola o clasificándola.
La afirmación de que pensamos el mundo como un mundo de

146
cosas y sus atributos, puede, pues, reexpresarse como la afirmación
de que, para pensar acerca del mundo, necesitamos individualizar y
describir o clasificar, y, por esa razón, el lenguaje requiere palabras
individuantes y palabras generales (nombres, adjetivos, verbos). Así
expresada es quizá más fácilmente aceptable. Pero hay al menos dos
razones por las que distintos filósofos la han rechazado. Algunos,
para los que la distinción 'cosa-atributo1solamente puede justificarse
como una distinción empírica, han partido de la suposición ya men­
cionada de que la distinción, si tiene algún fundam ento en la reali­
dad, debe ser en todo caso estrecham ente análogá a la que hay entre
un todo y sus partes. Desorientados por ese modelo explicativo, esos
filósofos han advertido que, si se prescinde de todas las cualidades de
una cosa, no queda a ésta nada en absoluto. De ese modo, han llegado
a la conclusión de que, después de todo, la cosa no es más que
la sum a de los atributos. Cuando reconocemos la inadecuación de la
analogía —cuando, por ejemplo, vemos que si una cosa tiene una cua­
lidad no pretendem os por ello que la cualidad sea parte de la cosa—
vemos tam bién que la noción de «abstracción» está fuera de lugar.
Dado que las cualidades no son partes, no pueden ser apartadas; y si
una cosa dejase de parecerse a otras cosas en un aspecto en el que
inicialmente se les pareciese, lo que nos quedaría no sería la misma
cosa a falta de una de sus cualidades, sino una cosa diferente. Los
intentos de aislar las cosas de sus atributos, o de aislar a los atribu­
tos de los individuos de los que éstos son atributos, se basan igual­
m ente en la confusión producida por una falsa analogía. Indudable­
mente, a través de esa línea de argum entación no es posible eliminar
las cosas y dejar los atributos como constitutivos básicos del uni­
verso.
La segunda tentativa para pasarse sin la noción de 'cosa' o
'individuo' como prim itiva y no derivada tom a la form a de negar que
palabras o frases individuantes sean indispensables para un lengua­
je. Se sugiere que podríam os en principio sustituir una expresión
individuante (por ejemplo, 'John Sm ith') por una conjunción de fra­
ses puram ente generales, no individuantes (por ejemplo, 'de un
m etro setenta de estatura', 'de cuarenta años de edad', 'de cabello
rubio', 'pecoso', 'graduado en Oxford', 'bilingüe', etc.) extendida has­
ta el punto en que solamente una cosa en el universo la satisficiera.
Sin embargo, aun cuando un procedimiento tan incómodo como ése
fuera viable, no m ostraría que la noción de individuo no fuese pri­
mitiva, sino derivada. Porque solamente podríam os decidir que una
determ inada conjunción de frases descriptivas fuese un sustitutivo
adecuado para una frase individuante, en el caso de que pensá-

147
sernos ya en térm inos de individuos, y nos satisficiera la sugerida
conjunción de atributos como suficiente para distinguir al individuo
en cuestión.
Dicho brevemente, la distinción entre el individuo y sus atri­
butos no es una distinción empírica; es decir, no descubrimos por
observación que hay cosas y atributos. Ni es tampoco una distinción
m eram ente lingüística, que adoptemos por conveniencia para la co­
municación. Es más bien un requisito que el mundo se nos presente
de esa form a para que se piense acerca de él. Pero no se tra ta de un
requisito que podamos decidir poner o no poner. Por decirlo así, no
podemos m antenernos en pie fuera de ese camino de ordenación
de nuestra experiencia. Así, si hubiéramos de encontrarnos con un
lenguaje diferente de cualquiera de los que habíamos conocido an­
tes, no preguntaríam os si era posible expresar en él aquella distin­
ción, sino cómo se expresaba. Como hemos visto en un capítulo ante­
rior, la teoría lógica m oderna se ha movido en la dirección de reducir
el campo de las expresiones individuantes. Pero aunque hubiéram os
de adm itir el demostrativo 'eso* como el único 'nom bre lógicamente
propio', la única expresión verdaderam ente individuante para susti­
tu ir a la variable individual V , la lógica m oderna conserva acerta­
dam ente la distinción individuo-predicado, o cosa-atributo.
La lógica de térm inos está en correlación con esa distinción in-
dividuo-atributo, como la lógica de las proposiciones elementales lo
está con las funciones prim itivas del pensam iento —negación, con­
junción, disyunción y condicionalidad—. Pero hay otros ingredientes
formales de las proposiciones de sujeto-predicado (aparte de los
representados por variables-individuos y variables-predicados) que
son de im portancia para la lógica de térm inos; a saber: las nociones
de totalidad y particularidad, representadas en la notación tradicio­
nal por 'todos' y 'algunos'. (En realidad, algunos lógicos parecen des­
cuidar la distinción básica sujeto-predicado cuando describen la ló­
gica de sujeto-predicado como «la lógica de 'todos' y 'algunos'».)
En otro aspecto parece haber tam bién un paralelismo entre la
lógica de proposiciones y la lógica de términos; porque, lo mismo que
las nociones de disyunción, negación y conjunción, son interinteligi­
bles, tam bién lo son las nociones de sujeto-predicado, totalidad y
particularidad. Entender la función del predicado en una proposi­
ción como 'Ese objeto brillante es duro' (y, debe advertirse, en su
enunciado no aparece palabra alguna que exprese totalidad o parti­
cularidad), es reconocer que al menos una cosa que es dura (particu­
laridad) es brillante, pero que no todas las cosas que son duras son
necesariamente brillantes. Las palabras-predicado son palabras ge­

148
nerales, y que una palabra sea general es que sea aplicable a todo
lo que satisface a su definición. Así, la capacidad de pensar en tér­
minos de sujeto y predicado incluye la capacidad de pensar en térm i­
nos de 'todos' y 'algunos'. Las nociones de totalidad y particularidad
no han de ser derivadas de las nociones de sujeto y predicado, pero
tampoco son lógicamente independientes de ellas.
Se arguye, pues, que la form a en que el mundo es pensado por
nosotros es la de un mundo de cosas y atributos, de sujetos y pre­
dicados, y que toda nuestra experiencia se ordena dentro de la estruc­
tu ra de esa distinción. Nunca hemos aprendido que el mundo esté
así ordenado, ni hemos decidido adoptar la form a sujeto-predicado
como parte de un conveniente sistema de clasificación. 'Operando'
dentro de esa estructura estamos en libertad de adoptar otras cla­
sificaciones. Eso hacemos cuando vemos en las cosas semejanzas
bastante estrechas para darles nom bres comunes y encontram os
útil hacerlo así. Puesto que esa distinción básica es dada desde el
principio, y no es una distinción empírica, sino una a la que nuestra
experiencia debe, al parecer, conformarse, nosotros, al operar den­
tro de su estructura, somos libres de adoptar o rechazar las nuevas
clasificaciones que encontrem os convenientes. Así, por ejemplo, en­
contramos conveniente señalar la diferencia empírica entre una silla
y un escabel mediante la asignación a esos objetos de nom bres co­
munes diferentes, aunque no hay el m enor absurdo lógico en supo­
ner que algunos pueblos no hayan necesitado hacerlo así y hayan
utilizado el mismo nom bre común para referirse a uno u otro. Así,
podemos distinguir sistemas de ordenación preem píricos y empíri­
cos, y es con los de la prim era clase, según nuestra argumentación,
con los que han de estar correlacionadas las leyes de la lógica formal
de términos.
Debe estar claro que esa teoría es incompatible con la opinión
em pirista radical del modo en que adquirim os conocimiento del
mundo que nos rodea. Según esa opinión, nuestra m ente empieza
por ser como una tablilla o una hoja de papel en blanco, sobre la
cual se hacen m arcas o impresiones al percibir nosotros el mundo
a través de los sentidos. Así, John Locke pidió a sus lectores que «su­
pusiesen que la mente es, como decimos, un papel en blanco, sin
nada escrito en él, sin idea alguna». Locke sostenía que la m ente era
un recipiente, puram ente pasivo, para un conocimiento proyectado
en ella desde el exterior. Según la opinión contraria que ha sido ar­
gum entada en este capítulo, y que fue propuesta ilum inadora, si no
lúcidamente, por Kant, la m ente se concibe de otro modo, no como
enteram ente pasiva, sino como una especie de mecanismo-receptor

149
complejo (aunque esa analogía no es del propio Kant), que impone
al m aterial bruto con que es alimentado una form a y una organiza­
ción que el m aterial bruto debe tom ar para poder ser pensado. Y esa
opinión, debe estar claro, ha de relacionarse con la distinción, sobre
la que tratam os en un capítulo anterior, entre hechos y proposicio­
nes, por una parte, y el básico mundo 'dado' de eventos y estados de
cosas, por la otra. Entonces afirm am os que para tener conocimiento
del m undo debíamos 'proposicionalizarlo' o 'factualizarlo'. Según
esa argumentación, la form a (aunque no el contenido) de hechos
y proposiciones es determ inada por el sistema preem pírico de or­
denación y clasificación, del cual es parte muy im portante la dico­
tom ía sujeto-predicado.
Pero la distinción formal entre individuo y atributo no es el
único elemento del sistem a de ordenación al que el mundo, en tan­
to que pensando, se conforma. Aristóteles observó que los predicados
que son aplicables a un sujeto son de diferentes tipos básicos. De
esos tipos de predicados, o 'categorías', el mismo Aristóteles enu­
m eró una lista de diez, que él pretendía que era exhaustiva. Eran
las categorías de sustancia, cualidad, cantidad, relación, lugar, tiem­
po, situación, estado, acción y pasión.
No voy a ocuparm e en los detalles de la doctrina aristotélica.
Hay al menos un aspecto im portante en que parece estar equivocada.
Al decir «Ceilán es una isla», predicaríam os, según el modo de ver de
Aristóteles, en la categoría de sustancia. En realidad, aunque la
frase «es una isla» es un predicado gram atical, la proposición expre­
sada por ese enunciado no es de la form a sujeto-predicado, sino de
la de pertenencia a una 'clase'. Pero la doctrina es iluminadora. Aris­
tóteles atrae la atención sobre el hecho de que hay diferentes tipos
irreductibles de cosas, que las cosas (en el sentido más amplio del
térm ino 'cosas') puede decirse que son; y que esas diferencias ni son
inventadas ni son distinciones empíricas. Si, como réplica a mi enun­
ciación «Ceilán es una isla», se me preguntara «¿Qué es una isla?»,
yo podría decir: «Es una porción de tierra rodeada de agua»; y si
se preguntara qué es eso podría quizá contestar que una cosa físi­
ca. Pero si entonces me preguntan: «Bien, y ¿qué es una cosa?»,
no puedo dar respuesta alguna. En realidad he sido empujado has­
ta una últim a distinción formal, de acuerdo con la cual clasifico
los artículos de mi experiencia. He tenido que retroceder hasta el
'individuo'.
De una m anera semejante, si se me hacen preguntas análogas
con referencia a la enunciación «Hoy es jueves», «¿Qué es jueves?»,
«Es un día», «¿Qué es un día?», «Es un período de tiempo», «¿Qué

150
É
tiempo?», he de retroceder una vez más hasta un punto en el que
>puede darse ya una respuesta directa. Porque lo mismo que nun-
l he aprendido ni decidido que hay cosas individuales, así tampoco
f.fce aprendido ni decidido nunca que hay eso que llamamos tiempo.
Gomo quiera que uno solamente puede enseñar aquello que ha apren-
i dido, si me encontrase con un ser que no tuviera idea o concepto
alguno del tiempo nada podría decirle para llenar la laguna existente
en su comprensión. Yo no puedo suponer justificadam ente que to­
dos los hom bres de todas las culturas y todos los lenguajes desta­
quen en sus vocabularios todas las distinciones empíricas que yo
destaco, pero estoy obligado, o bien a suponer que todos ellos pien­
san dentro de las mismas categorías que dan form a a mi pensa­
miento, o bien a reconocer la imposibilidad de mi comunicación con
ellos.
Que los principios de la lógica no-proposicional estén correlacio­
nados con todas las categorías del pensamiento, lo mismo que he
procurado m ostrar que las leyes de la lógica de sujeto-predicado han
de correlacionarse con las distinciones categoriales de cosa-atributo,
es una sugerencia que parece confirmada por la consideración de
otras verdades lógicas distintas de las que caen dentro del alcance
de la lógica de térm inos tradicional. La verdad necesaria de que
si A actúa sobre B, B padece la acción de A, parece reflejar una dis­
tinción categorial entre acción y pasión, y no una m era convención
lingüística. Es decir, parece que sustituir 'A actúa sobre B ’ por ’B
padece la acción de A' es lingüísticamente perm isible sólo porque
no podemos por menos de pensar que si A actúa sobre B, B padece
necesariamente la acción de A. Igualmente podemos preguntarnos
si no es una verdad lógica que, si A es especialmente contiguo a B,
B es especialmente contiguo a A; y una verdad que está en relación
con la categoría aristotélica de lugar. Es tentador desechar ejemplos
así como extralógicos o como triviales. Pero vale la pena recordar
que la misma evidencia de las leyes de la lógica proposicional fue tal
vez la razón principal de que los lógicos tradicionales dejaran de
reconocerlas. Una correlación m ás clara entre leyes lógicas y una
distinción categorial puede verse en la relación entre la form a de
implicación 'si A es más / que B, y B es más / que C, A es más /
que C' y las categorías de cualidad y cantidad. Consideraciones como
ésas apuntan a la hipótesis de que la todavía incom pletamente ex­
plorada lógica de relaciones (distintas de las de sujeto y predicado)
puede ser investigada con provecho si se toman como punto de par­
tida las categorías primitivas.
El hecho de que no haya una auténtica prueba para las teorías
151
filosóficas de la lógica, no significa que una teoría no haya de ser
preferida a otras. Hemos de explicar nuestra propia confianza en que
la lógica de las argum entaciones expresadas en cualquier lenguaje
es la misma que la de las que expresamos en nuestro propio lenguaje.
Esa confianza es más inteligible cuando las leyes de la lógica se
relacionan a las condiciones formales de todo pensamiento, cual­
quiera que sea su expresión, que cuando se relacionan a decisiones
lingüísticas contingentes y particulares. Si el hecho de que algunos
de nuestros pensamientos tomen la form a de sujeto-predicado no
resulta de un artificio lingüístico que ciertos pueblos que hablan en
idiomas indoeuropeos han decidido adoptar, sino que refleja una
form a de pensam iento que o es necesaria o no hay más remedio
que pensar como necesaria, podemos dar m ejor sentido a la supo­
sición de que proposiciones y hechos son los mismos para todos los
hombres, que la lógica proposicional y predicativa que estudiamos
es de validez universal y no local. Una consideración que parece pres­
tar apoyo a la teoría necesita ser examinada con más detenimiento.
En el capítulo 1 de este libro llamamos la atención sobre el hecho
de que no aprendemos ni olvidamos qué argumentaciones son váli­
das y cuáles no lo son, como aprendemos y olvidamos cuestiones de
hecho contingentes. Es comprensible que un hom bre diga que ha
olvidado el nom bre de la esposa de Carlos I, pero no podría decir
que ha olvidado que, si todos los hom bres son m ortales y Sócrates
es un hombre, Sócrates es m ortal. Ningún teórico de la lógica negaría
esa diferencia entre verdades lógicas y verdades contingentes. Pero
la conexión que el convencionalismo afirm a entre conocimiento de
cuestiones de hecho y capacidad lógica, es quizá tan poco plausible
como lo sería la negación de aquella diferencia. Porque la teoría im­
plica, entre otras cosas, que si un hom bre dejara de captar la lógica
de una argumentación, sería siem pre posible en principio proporcio­
narle información factual que remediase aquella deficiencia. La te­
sis consiste en que las leyes lógicas descansan en reglas estableci­
das para palabras y formas de expresión del lenguaje. Pero nada
hay lógicamente absurdo en la suposición de que un hom bre pudiera
ignorar cualquiera de esas reglas. La teoría implica, al mismo tiempo,
que si ese hom bre conociese las reglas pertinentes, podría por ello
aprender las correspondientes leyes lógicas. Así pues, parece ser un
corolario del convencionalismo que un hom bre podría, por ignoran­
cia de los hechos lingüísticos, no ser completam ente competente en
cuestiones de lógica; y que a un hom bre que dejase de ver la lógica
de una argum entación se le podría siempre enseñar a verla mediante
instrucción en los hechos lingüísticos.

152
Ya hemos visto que la tentativa de basar una llamada ley de ló-
| k * no-formal sobre el significado de una determ inada palabra de
■dntenido m aterial, yerra el blanco. Enseñar a un hom bre el signifi-
pado de la palabra 'soltero1 no explica por qué son válidas las argu­
m entaciones de la form a 'Si x es soltero, x no está casado'; le enseña
m eram ente qué proposiciones expresan los enunciados de esa form a
Verbal (a saber: proposiciones de la form a 'si p, entonces p'). Con
eso no se arroja la m enor luz en cuanto al hecho de que las proposi­
ciones de la form a 'si p, entonces p ’ son lógicamente verdaderas.
Como ya hemos visto, solamente si se ha reconocido ya que tales
proposiciones son necesarias es ilum inadora la instrucción sobre
el significado de la palabra 'soltero'.
Ahora el convencionalista podría estar dispuesto a ceder terreno
en ese punto, sin abandonar su posición principal. Podría convenir
que, en definitiva, las palabras de contenido m aterial no generan
leyes de lógica no-formal, y podría lim itarse a pretender que la
lógica formal resulta de los significados de las palabras formales
('no', 'si', 'todos', 'algunos', etc.) y de rasgos formales del lenguaje
(tales como la distinción sujeto-predicado). Podría entonces seguir
argum entando que el conocimiento del uso de esos elementos del
lenguaje es todo cuanto se necesita, y que la instrucción sobre tal
uso sería suficiente para im plantar en un hom bre el reconocimiento
de las leyes de lógica formal. Pero con la refutación de la pretensión
paralela respecto de la lógica no-formal, tam bién la otra pretensión
ha perdido mucho de su plausibilidad e incluso de su inteligibilidad.
Porque, como hemos visto, al establecer una conexión entre una ley
lógica y las reglas establecidas para una expresión, lo mismo si se
tra ta de una palabra de contenido m aterial, como 'soltero', que si
se tra ta de una palabra formal, como 'no', presuponemos siem pre la
validez de leyes lógicas.
La teoría que ha sido propuesta en este capítulo es básicamente
sencilla. Es un intento de dar sentido a la conclusión a la que parecen
conducir todas las líneas de argumentación, la de que no podemos
pasar por detrás de las leyes de la lógica en busca de algo más pri­
mitivo a partir de lo cual pudieran éstas ser derivadas. Al mismo
tiempo, y puesto que, de acuerdo con la teoría, las categorías y con­
ceptos primitivos con los que está correlacionada la lógica formal
constituyen la estructura inicial, no aprendida, y, por lo tanto, no
enseñable, dentro de la cual se ordena la experiencia, se evita la pa­
radoja de que podamos aprender a ser lógicos por aprender hechos
lingüísticos. Un profesor puede enseñar a su discípulo cómo usar
correctam ente las negaciones griegas, pero al hacerlo así presupone,

153
y debe presuponer, que su discípulo piensa ya en térm inos de afir­
mación y de negación; él no intenta enseñar eso a su discípulo. Se­
gún esta teoría, si no hay un estudio de la experiencia en el que
aprendamos, o podamos aprender, los hechos sobre los que se basa
la lógica, es porque los conceptos de la lógica formal, y las leyes
lógicas en las que se despliega la función de aquéllos, son prerrequisi-
tos no aprendidos del pensamiento.
Esa teoría categorial de la lógica nos proporciona una base para
clarificar la distinción entre los elementos formales y no-formales
de las proposiciones. En vez de decir m eram ente que los elementos
formales son estructurales, y que su presencia en las proposiciones
no da indicación alguna en cuanto al contenido m aterial de éstas,
podemos decir que son formales todos los elementos que expresan
los conceptos y distinciones categoriales dentro de los cuales es
estructurado y expresado todo pensam iento determinado. Si pu­
diéramos determ inar exhaustivamente toda la serie de distinciones
categoriales, podríam os, si nuestra teoría es sólida, disponer de
indicadores de las direcciones en las que pueden darse nuevas exten­
siones en el alcance de la lógica. Tenemos ya un criterio aproximado
apelando al cual podemos al menos evitar a la lógica algunas exten­
siones ilegítimas en el campo de las relaciones no-predicativas.

La lógica de relaciones

De las relaciones entre los térm inos de una proposición, que no


sean las de sujeto-predicado o las de pertenencia a una clase, algunas
han sido destacadas por los lógicos como provistas de interés para
la lógica. Consisten, en particular, en las llamadas 'sim étricas', 'asi­
m étricas', 'transitivas' e 'intransitivas'.
Cuando el hecho de que una relación se dé en el sentido de A a B
lleva consigo que se dé tam bién en el sentido de B a A, esa relación
se llama 'sim étrica'. Así, la igualdad es una relación sim étrica, puesto
que si A es igual a B, entonces, necesariamente, B es igual a A. La
relación de 'ser más pequeño que', es 'asim étrico'; si A es más pe­
queño que B, no es el caso que B sea más pequeño que A.
Una relación 'transitiva' es una relación tal que, si se da de A a
B y tam bién de B a C, se da tam bién de A a C. La implicación es
claram ente transitiva: si '/?' implica 'q' y fq ' implica 'r', entonces, ne­
cesariamente, fp' implica V\ 'E star en contacto con', por el contra­
rio, no es una relación transitiva; así, si A está en contacto con B
y B está en contacto con C, no es necesariamente verdadero que A

154
esté en contacto con C. La 'paternidad' es una relación intransitiva:
así> si A es padre de B y B es padre de C, es necesariam ente falso
que A sea padre de C.
Está claro que algunas relaciones son a la vez transitivas y simé­
tricas, o transitivas y asim étricas, o intransitivas y. sim étricas, o in­
transitivas y asim étricas. Pero, una vez que hemos advertido esas
distinciones, bien podemos preguntarnos cuál es su im portancia
para la lógica y si pueden llevarnos muy lejos con vistas a la form u­
lación de nuevas leyes. Dos ejemplos pueden servir para m ostrar que
no todas las argum entaciones 'relaciónales' ejemplifican leyes de la
lógica de relaciones.
Supongamos que los juristas han encontrado conveniente crear
la frase 'relación-de-asesinato' para hacer referencia, indistintam en­
te, a la relación en que está un asesino respecto de su víctima o a la
relación en que está la víctima respecto de su asesino. Indudable­
mente, no se seguiría de ahí que asesino y víctima se encontrasen en
la misma relación uno con otro. No es la misma cosa m atar que ser
matado. Así, aunque, si tuviéram os que usar la frase 'está en la rela­
ción de asesinato con' (abreviada en 'r-a') de acuerdo con su defini­
ción, una proposición expresada en la form a de enunciado «si A
r-a B, B r-a A» sería lógicamente verdadera, no sería, sin embargo,
una ejemplificación de una ley especial de lógica relacional. Suponga­
mos que un hom bre dejase de reconocer que un enunciado así
expresase una verdad lógica; podríam os ilum inarle dándole la defini­
ción de 'r-a'. Entonces él podría argum entar de acuerdo con la ley
del modus ponens que, puesto que, según la definición de 'r-a\ siem­
pre que A r-a B, B r-a A, y, puesto que en el caso dado 'A r-a B' es
verdadera, entonces necesariamente 'B r-a A' es tam bién verdadera.
La creación de la frase 'relación-de-asesinato' no aum entaría, pues,
el alcance de la lógica de relaciones.
Contrastemos ahora esa argum entación con otra que superfi­
cialmente se le parece: 'Si María es más alta que Jorge y Jorge es
más alto que Tomás, María es más alta que Tomás'. Esta nueva argu­
m entación ¿ejemplifica tam bién una ley ya reconocida de la lógica
proposicional o de la lógica predicativa? Consideremos de nuevo
qué respuesta daríamos a alguien que pareciera no reconocer su
necesidad. ¿Hay alguna información factual acerca de significados,
que nos perm itiera verla como una ejemplificación de la lógica pro­
posicional o predicativa? Una diferencia entre ambos casos es inme­
diatam ente aparente. M ientras que nosotros prescribimos que si
A r-a B, B r-a A, no prescribim os que si A es más alto que B y B es
más alto que C, A es más alto que C. No diríamos a nuestro interlo­

155
cutor que tal relación vale, sino que apelaríamos a que reconociese
que vale. No establecemos como parte del significado de un adjetivo
comparativo ('más-/') que cuando A es más-f que B y B e s más-f que
C, A es más-f que C.
Los lógicos modernos, al clasificar relaciones, no han advertido
siem pre las diferencias ilustradas por esos dos ejemplos de inferen­
cia. A veces han confundido palabras que se usan sim étricam ente
con relaciones en sí mismas simétricas. Solamente estas últim as son
de interés lógico, porque sólo con ellas (y tampoco con todas ellas)
están correlacionadas formas válidas de inferencia relacional. Oscu­
recer la distinción es abrir la puerta a extensiones indiscriminadas
e ilegítimas de la 'lógica de relaciones', y caer en el error opuesto
a aquel a que se expusieron a menudo los lógicos tradicionales, a sa­
ber: el error de suponer que todas las 'inferencias relaciónales' eran
ejemplificaciones de leyes de la lógica de sujeto-predicado. La teo­
ría de este capítulo sugiere un criterio para distinguir las extensio­
nes genuinas de la lógica relacional de las que son espurias. Es a las
'inferencias relaciónales' que revelan la estructura categorial no-
aprendida del pensam iento adonde debemos m irar para encontrar,
leyes irreducibles de la lógica de relaciones. Así, el hecho de que pen­
samos el mundo en térm inos de las categorías de cantidad y cuali­
dad (y de ambas) como admitiendo diferencias de grado, se refleja
en nuestro reconocimiento de la ley lógica no-derivada de que, sean
lo que fueren A, B, y C, y sea cual fuere la cantidad o cualidad ex­
presada por si A es más-f que B, y B es más-f que C, entonces ne­
cesariam ente A es más-f que C.
La clasificación de las relaciones como transitivas, simétricas,
etcétera, no puede contarse como ganancia pura para la teoría lógica.
En el capítulo 1 de este libro argum entam os que resulta ilum inador
decir que determ inadas argum entaciones son válidas en cuanto sus
proposiciones componentes son de esta o aquella forma. Así, 'Tom es
australiano' y 'Tom no es australiano' son incompatibles en tanto
que contradictorias, o (podemos decir) por ser de las formas ’p ’ y
’no-p’. Aislar las form as de las proposiciones es, en parte, explicar las
relaciones lógicas en que están unas con otras. Es fácil suponer que
transitividad y sim etría son propiedades formales de relaciones, con
referencia a las cuales podemos explicar las relaciones lógicas en
que pueden estar entre sí 'proposiciones relaciónales'. Y en realidad
ésa es una suposición falsa. Clasificar la vinculación y el 'ser mayor
que' como relaciones transitivas, es m eram ente atraer la atención
sobre el hecho de que, para cualesquiera térm inos A, B y C, si A está
en cualquiera de esas relaciones con B, y B está en la misma relación

156
Seon C, entonces necesariamente A está en la misma relación con C.
Al describir la vinculación como transitiva no hemos descubierto una
propiedad formal de la relación de vinculación, que com porta con
otras relaciones, en virtud de la cual las proposiciones lógicas 'tran­
sitivamente relaciónales' son valederas. Como dice acertadam ente el
señor Strawson, «decir que una enunciación es de form a transitiva­
m ente relacional no es dar una razón por la cual pueda desem peñar
un determ inado papel en un cierto tipo de inferencia. Al contrario,
le llamamos transitivam ente relacional precisam ente porque puede
desem peñar tal papel; llam arla transitivam ente relacional es decir
que puede desem peñar ese papel».1 Así pues, para decirlo breve­
mente, m ediante las palabras 'transitiva' y 'sim étrica' agrupamos
conjuntam ente tipos diversos de relaciones; no hemos dado con ras­
gos formales idénticos en virtud de los cuales inferencias transiti­
vamente relaciónales y sim étricam ente relaciónales sean válidas.
Pero incluso si evitamos el error de describir la transitividad y
la sim etría como propiedades formales con referencia a las cuales
pueda ser explicada la validez de argumentaciones, podemos caer
con facilidad en un error diferente. Así lo harem os si argumentamos
de modo parecido a éste:

Hemos visto que es un error pensar la transitividad como una propiedad


con referencia a la cual pueda explicarse la validez de una amplia serie de ar­
gumentaciones relaciónales. Pero si la transitividad es de algún modo una pro­
piedad, es sin duda una propiedad formal, y es razonable suponer que lo que es
verdadero de la transitividad es también verdadero de todas las otras propie­
dades llamadas formales. De todo lo cual podemos concluir que, en palabras
de Strawson, «la forma lógica no es una propiedad de las enunciadas por razón
de la cual (o en virtud de la cual) las enunciaciones tengan ciertos poderes for­
males. Su posesión de una cierta forma es su posesión de esos poderes».

El erro r se encuentra aquí, prim ero, en suponer que es adecuado


llam ar a la transitividad una propiedad formal, y, segundo, en argu­
m entar a p a rtir de esa prem isa hasta la conclusión de que no hay pro­
piedades formales genuinas con referencia a las cuales ha de expli­
carse la validez de las argumentaciones válidas. No repetiré aquí mis
argum entos sobre la relación entre form a y validez. Lo que está cla­
ro, según espero, es que, m ientras no se haya hecho una investiga­
ción más atenta de la lógica de las relaciones no-predicativas, es de
tem er que la introducción, en el vocabulario de la lógica, de las cla­
sificaciones 'transitiva', 'sim étrica', etc., provoque más confusión
que claridad en el estudioso de la teoría lógica.

1 P. F. S t r a w s n , obra citada, p. 56.

157
Otras lógicas posibles

No es necesario que mantengam os una teoría categorial de la ló­


gica para rechazar la noción de que pueda haber otros sistemas de
lógica que reemplacen al nuestro. Basta con que distingamos clara­
mente entre reglas, por una parte (que son 'establecidas1, 'adopta­
das', 'modificadas', y 'quebrantadas'), y principios, por la otra, que se
reconocen como necesitantes y que no pueden ser aceptados o recha­
zados a voluntad. Podemos, sin duda alguna, crear nuevos sistemas
de reglas (como hacemos cuando inventamos un juego nuevo) o idear
nuevas notaciones lógicas, pero, si las leyes de la lógica exhiben las
condiciones en las cuales es únicam ente posible pensar y argum entar
significativamente, la posibilidad de otras lógicas, que sustituyan a
la que conocemos, está excluida. En realidad, el modo de ver cate­
gorial perm ite la posibilidad de que haya otras lógicas. Porque
todo lo que la teoría pretende es que la lógica determ ina los límites
formales de hechos y proposiciones, es decir, que vale para el mundo
en tanto que pensado por nosotros. Así, la lógica del silogismo vale
para un universo de discurso en el que la experiencia se ordena den­
tro de la estructura sujeto-predicado. Si dijéram os que la lógica si­
logística vale absolutam ente para todos los mundos posibles, nega­
ríamos con ello que fuera concebible que hubiera seres racionales
para los cuales la experiencia se ordenase de otra m anera. Si la
teoría categorial es sólida, no podemos concebir de qué otro modo
podría ser ordenada la experiencia, o qué sistem a de lógica, distinto
del nuestro, podría haber. Pero no hay la m enor inconsecuencia lógi­
ca en concebir que pueda haber otras formas de orden, y, en conse­
cuencia, otros sistemas de lógica. La afirmación a que nos compro­
m ete la aceptación de la teoría es que la lógica de las proposiciones
elementales vale para todo pensamiento que tome la forma de pro­
posiciones, verdaderas o falsas, y que la lógica de la predicación vale
para todos los seres que piensan en térm inos de individuos y atri­
butos.
8
Necesidad lógica

¿Qué significa decir que una proposición es lógicamente nece­


saria? H asta este momento, nuestra discusión de los principios lógi­
cos no ha proporcionado una respuesta directa a esa pregunta. Lo
que puede ser sorprendente es que la ausencia de una respuesta para
dicha pregunta no ha parecido constituir una b arrera para la dis­
cusión de los problem as lógicos. Consideremos por qué es eso así.
Cuando decimos que no entendemos el significado de una palabra o
frase, queremos decir norm alm ente no sólo que no podemos definir­
la, sino tam bién que no sabemos cómo utilizarla en la práctica. Así,
si alguien nos dice que no conoce el significado de la palabra 'pe­
yorativo', supondremos norm alm ente que quiere decir que ni puede
darnos una definición de diccionario de la misma ni puede utilizarla
apropiadam ente en la conversación.
Pero hay un sentido en el que puede decirse que un hom bre no
conoce plenam ente el significado de una palabra, aun cuando pueda
utilizarla bastante correctam ente en la práctica. Así por ejemplo, un
niño puede ser capaz de identificar los adverbios de un párrafo de
un libro de lecturas, y, sin embargo, titubear si se le pidiese que ex­
plicase claram ente qué es lo que había de común, si había algo, en
las palabras seleccionadas, que le autorizase a llamarlas «adverbios».
Si una persona educada, que hable castellano como su idioma nativo,
nos dice que no conoce el significado de la palabra Verdadero', no
supondremos que le falta aquella comprensión de 'verdadero1 que
es necesaria para valerse de ella en la conversación ordinaria. La
ignorancia que esa persona estaría admitiendo es diferente de la ig­
norancia del hom bre menos culto que confiesa que no conoce el

159
significado de 'peyorativo1. La prim era especie de ignorancia, es de­
cir, la ignorancia del hom bre que no sabe 'qué es la verdad' (lo 'ver­
dadero') parece no tener nada que ver con la capacidad de utilizar
la palabra correctam ente, puesto que, al preguntarnos a nosotros
mismos qué es la verdad, no inquirimos por una definición de dic­
cionario con referencia a la cual podamos siempre utilizar la palabra
en todas circunstancias. Nuestro interés no tiene que ver con la prác­
tica. Cuando los filósofos han sugerido que la verdad es una corres­
pondencia entre las enunciaciones y los hechos, o la realidad, han
tratado de hacer más inteligible el concepto de verdad m ediante su
comparación con otros conceptos, estableciendo 'relaciones de fa­
m ilia’ entre conceptos, o presentando al que está en cuestión como
cayendo en un particulado lugar de una jerarquía de conceptos. A ve­
ces la investigación de un concepto consiste en el intento de m ostrar
que es complejo, y, en algún sentido, definible en térm inos de otros
conceptos que se expresan como primitivos y no-analizables.
La pregunta '¿Qué es la necesidad lógica?' es sem ejante a la
pregunta '¿Qué es la verdad?'. Cuando la formulamos, no inquirim os
prim ariam ente una definición con referencia a la cual podamos decir
si una proposición dada es lógicamente necesaria o no lo es. Busca­
mos analogías entre esa y otras nociones, nos preguntamos si es una
noción simple o compleja, y, si es compleja, en térm inos de qué nocio­
nes más simples puede ser definida o analizada. El propósito de esa
investigación es el de m ejorar la comprensión teórica, y pensamos
que lo conseguimos progresivamente a medida que vemos la interre-
lación de los conceptos. Pero hay tam bién una razón práctica para
esa investigación, una razón para la que tal vez no hay análogo en las
investigaciones acerca de la noción de verdad. Aunque generalmen­
te no encontram os dificultad alguna en decidir qué proposiciones
son lógicamente necesarias y cuáles no lo son, no siempre es así.
Se puede afirm ar sin miedo a errar que dos líneas rectas no pueden
cerrar un espacio, pero puede no verse claro de qué especie de nece­
sidad (o imposibilidad) se trata. Al examinar con más insistencia la
noción de necesidad lógica es posible que se avance algo hacia el es­
tablecimiento de diferencias entre la necesidad lógica y otras clases
de necesidad.
En este capítulo consideraré brevemente dos temas que a ve­
ces han sido pensados para ilum inar la noción de necesidad lógica:
prim ero, la relación de la imposibilidad lógica a la contradicción y a
la autocontradicción; segundo, la noción de analiticidad.

160
Necesidad lógica y autocontradicción

f ' Se ha mantenido a menudo que una proposición lógicamente


mecesaria es una proposición cuya contradictoria es autocontra-
idictoria. Además, se ha afirm ado a veces que esa enunciación no
¿solamente pone en claro qué proposiciones son lógicamente necesa­
rias, sino tam bién cuál es el significado de la frase 'lógicamente ne­
cesario'. Así el señor Straw son dice: «Decir que una enunciación es
¡ necesaria es, pues, decir que es la contradictoria de una enunciación
{inconsecuente».1 Si esas afirmaciones son aceptables, nuestra inves-
; tigación puede reducirse a la consideración de los argum entos que
¡ se dan en favor de aquéllas, puesto que, de ser verdaderas, nos pro-
I porcionan todas las respuestas que necesitamos. Tendremos a la vez
una definición de necesidad lógica y un criterio práctico para de­
cidir si una proposición dada debe clasificarse propiam ente como
lógicamente necesaria.
Veamos cómo podemos llegar a hacer la enunciación en cues­
tión. El señor Straw son advierte que si consideramos las diferentes
especies de proposiciones que, según acuerdo general, se clasifican
como lógicamente necesarias (por ejemplo, 'si p, entonces p \ 'si p,
entonces no n o - p 'si ningún X es Y, ningún Y es X \ 'si todo M es P
y todo S es Ai, todo S es P'), encontram os que, por diferentes que
puedan ser en otros aspectos, tienen un punto en común, a saber:
que en cada caso sería inconsecuente afirm ar la prem isa o prem isas
y negar la conclusión. «Decir que los pasos son válidos, que la con­
clusión se sigue de las prem isas, es simplemente decir que sería
, inconsecuente afirm ar las prem isas y negar la conclusión.» «Decir
que una enunciación lleva consigo otra es decir que sería inconse­
cuente hacer la prim era y negar la segunda.»2
Ahora bien, si se nos pidiera un ejemplo de inconsecuencia,
el tipo de situación que podríam os citar del modo más natural sería
aquel en que una proposición y la negación de ésta fueran afirm adas
a la vez, bien por distintos hablantes o bien, consecutivamente, por
el mismo. En otras palabras, los casos más obvios de inconsecuencia
(es decir, casos de lo que sería lógicamente imposible) son las con­
tradicciones o autocontradicciones. Contradecirse a sí mismo es la
clase más obvia, y quizá la más común, de desatino lógico. Es en rea­
lidad tan obvia que, en lugar de decir «Es lógicamente imposible que
tal y cual», o «Es inconsecuente decir que tal y cual», decimos mu­

1P. F. S t r a w s o n , obra citada, p. 22.


2 Id., ibíd., pp. 13 y 19.

161
chas veces «Es contradictorio decir tal y cual» o «Quien dice tal y
cual, se contradice». En otras palabras, podemos em plear 'lógica­
m ente imposible', 'inconsecuente', 'contradictorio' y 'autocontradic-
torio' como aproxim adam ente sinónimos. Pero la aproxim ada sino­
nimia de esas palabras en el lenguaje ordinario es desorientadora.
Pueden tam bién utilizarse en un sentido más estricto y, cuando se
usan de ese modo, 'inconsecuente' (o 'lógicamente imposible') y
'autocontradictorio' (o 'contradictorio') tienen funciones diferentes.
Decir, en un sentido estricto, que sería inconsecuente afirm ar A y ne­
gar B, es decir que sería lógicamente imposible que A y la negación
de B fueran a la vez verdaderas, pero no sería decir que A y B eran
contradictorias, ni siquiera 'contrarias'. 3 Decir que A y B son con­
tradictorios es decir que A es la negación de B. No es difícil m ostrar
que cuando utilizamos esas palabras con precisión sus funciones
son diferentes. Podemos decir significativamente que es inconse­
cuente afirm ar y negar la misma cosa. Pero si 'ser inconsecuente'
significara 'afirm ar y negar la m ism a cosa' (es decir, contradecirse a
sí mismo), entonces sólo se habría logrado decir que afirm ar y negar
la misma cosa es afirm ar y negar la misma cosa. En realidad, la fun­
ción de la palabra 'inconsecuente' en un enunciado así es afirm ar la
imposibilidad lógica de afirm ar y negar la misma cosa.
Las palabras 'contradictorio' y 'autocontradictorio' se usan de
tres m aneras diferenciables:

1. Se utilizan para hacer referencia a pares de proposiciones


que ejemplifican las formas 'p' y 'no-p\
2. Se utilizan como térm inos de 'apreciación lógica' (según la
frase del señor Strawson); en tales casos, decir que una argumenta­
ción es autocontradictoria o contradictoria es condenarla, decir que,
lógicamente, «hace agua».
3. Se utilizan en un sentido compuesto que combina los senti­
dos de 1 y 2. Así, «La argum entación tal y cual se contradice a sí
m isma (es autocontradictoria)» se usa a menudo para decir que una
argumentación es lógicamente imposible (es decir, autocontradicto­
ria en el sentido 2) en cuanto contiene una contradicción (es decir,
en tanto que es contradictoria en el sentido 1).

Pero es muy fácil em pañar la distinción entre esos tres usos.


Cuando lo hacemos así, nos deslizamos del reconocimiento de que

3 A menos que definamos como contrarias cualquier par de proposiciones


que no pueden ser ambas verdaderas, pero pueden ser ambas falsas.

162
dos proposiciones «se contradicen a sí mismas» en el segundo senti­
do, a la confusa suposición de que son contradictorias en el prim er
seiitido. Y, como un resultado de ese desliz, podemos ser equivocada­
m ente conducidos a pensar que todos los errores lógicos son infrac­
ciones del principio deno-contradicción.
La tentación de pensar que todas las leyes de la lógica son en
algún sentido especificaciones de la más evidente de ellas, el prin­
cipio de no-contradicción, es, sobre todo, atractiva para el convencio-
nalista lógico. Porque, si pudiera m ostrarse que eso es verdad, la
tarea del convencionalista se simplificaría grandem ente. Para esta­
blecer que la lógica formal descansa sobre reglas lingüísticas, sola­
m ente necesitaría poner de manifiesto que aquella única ley resulta­
ba de nuestras reglas para las palabras y símbolos que se utilizan
en su formulación. Las demás leyes de la lógica podrían derivarse
de aquélla como teoremas. Sin embargo, ningún lógico sistemático
ha pretendido nunca derivar todas las leyes de la lógica del prin­
cipio de no-contradicción. En realidad, ésa es una tarea imposible.
Si a p a rtir de las prem isas 'p’ y 'si p, q* yo pretendiese concluir
*no-q\ o, a p artir de las prem isas Todo M es P* y 'algunos S son Ai',
yo pretendiese concluir 'Ningún S es P \ cometería un desatino ló­
gico. Pero la inconsecuencia cometida no consiste en transgredir el
principio de que una proposición y su contradictoria no pueden ser
a la vez verdaderas. 'Ningún S es P' rio es la contradictoria de 'Todo
Ai es P y algunos S son A f; es la contradictoria de 'Algún S es P',
que es la consecuencia lógica de las prem isas, pero que no es idéntica
a éstas. La ley que ha sido transgredida no es la de no-contradicción,
sino una ley de la lógica de términos. Sólo puedo utilizar la palabra
'contradictorio' o decir que eso es contradecirse a sí mismo —para
condenar la inferencia ilegítima— si doy a dichos térm inos el senti­
do 2. Y puesto que es así, es preferible que utilicemos un vocabulario
menos desorientador y digamos, en vez de eso, que la conclusión
es ilegítima, o lógicamente imposible.
El enunciado «Una enunciación lógicamente necesaria es aque­
lla cuya contradictoria es autocontradictoria» expresa, o una propo­
sición falsa, o una que es trivial. Si se pretende expresar por aquél
la proposición de que las proposiciones lógicamente necesarias con­
sisten solamente en aquellas cuyas negaciones infringen el principio
de no-contradicción, es falso. Si, por el contrario, la palabra 'autocon­
tradictoria’ ha de entenderse en el sentido 2 (es decir, como equiva­
lente a lógicamente falsa), la proposición es verdadera, pero trivial. No
arroja luz alguna sobre la necesidad lógica decir que las contra­
dictorias de las proposiciones lógicamente necesarias son lógicamen­

163
te falsas, como tampoco arroja luz sobre la noción de verdad decir
que una proposición verdadera es una proposición cuya contradic­
toria es falsa. Pero aunque fuera verdad que todo error lógico con­
sistiese en infracciones del principio de no-contradicción, de modo
que fuera verdad que solamente las proposiciones autocontradicto-
rias fuesen inconsecuentes, no habríam os descubierto el significado
de 'inconsecuente'. Si descubriéram os que solamente las cosas que
tienen la propiedad / tienen tam bién la propiedad g, podríam os ha­
ber descubierto, para valernos de una distinción tradicional, la ex­
tensión de las 'cosas-g', pero no la intensión (o «comprensión»)
de g; dicho de modo más sencillo, habríam os descubierto qué cosas
son g, pero no qué significa decir que una cosa tiene la propiedad g.
Decir que solamente las cosas agradables son dignas de ser persegui­
das no es decir que 'agradable' significa 'digno de ser perseguido'. La
conclusión general que debemos sacar es que la presunta defini­
ción que hemos considerado no arroja luz alguna sobre el significa­
do de 'necesidad lógica'.

Analiticidad y necesidad lógica

Pasemos a considerar la aplicación de la palabra 'analítico' a las


proposiciones lógicamente necesarias. La clasificación de las propo­
siciones (o 'juicios') como analíticas y sintéticas, se debe a Kant,
Este dice en la Crítica de la Razón Pura: 4 «En todos los juicios en
los que hay una relación entre sujeto y predicado, esa relación pue­
de ser de dos tipos. O el predicado B pertenece al sujeto A como
algo contenido (aunque encubiertam ente) en el concepto de A;
o B cae fuera de la esfera del concepto de A, aunque de algún modo
esté conectado con éste. En el prim er caso llamo al juicio analítico,
y en el segundo, sintético. Juicios analíticos (afirm ativos) son, pues,
aquellos en los que la conexión del predicado con el sujeto se con­
cibe a través de la identidad, m ientras que los otros, en los que la
conexión se concibe sin identidad, pueden llam arse sintéticos». Como
ejemplo de juicio analítico Kant cita Todos los cuerpos son exten­
sos', y, como ejemplo de juicio sintético, 'Todos los cuerpos son
pesados'.
No necesitamos examinar en detalle la doctrina de Kant a este
propósito. El lenguaje en el que expresa la distinción es vago y en

4 Introducción, sección IV.

164
parte metafórico. Por ejemplo, no es fácil form ular con precisión
lo que él entiende cuando dice que un concepto está contenido en­
cubiertam ente en otro concepto, o que un concepto puede estar 'fue­
ra de la esfera' de otro concepto. Pero, aunque haya oscuridades en
su m anera de ver, es posible poner en claro su posición general. La
distinción que señala no es la misma que hay entre las proposiciones
necesarias y las contingentes. Aunque las proposiciones analíticas
son necesarias, tam bién pueden ser necesarias, en opinión de Kant,
ciertas proposiciones sintéticas. Así, aun cuando el concepto de 'tener
una causa' no está, según Kant, encubiertam ente contenido en el
concepto de 'evento', la proposición 'Todo evento tiene una causa' es,
para Kant, necesaria, o 'a p r i o r i según él dice. Kant insiste en la
posibilidad de proposiciones sintéticas a priori, tanto como de pro­
posiciones analíticas a priori. Así pues, decir que una proposición es
analítica no equivale a decir que es necesaria, sino que es más
bien, en cierto sentido, decir por qué es necesaria. El criterio de ana-
liticidad ofrecido por Kant es doble: en prim er lugar, el concep­
to predicado debe estar encubiertam ente contenido en el concepto-
sujeto; en segundo lugar (y quizá como una consecuencia), las
proposiciones analíticas son de tal clase que negarlas sería contrade­
cirse. Así es como puede presum irse que entiende Kant lo que dice
de que la conexión del predicado con el sujeto se concibe a través de
la identidad. Está claro que Kant consideraba que ambos criterios
eran satisfechos por 'Todos los cuerpos son extensos', que el concep­
to-predicado, 'extensos', está encubiertam ente contenido en el con­
cepto-sujeto, 'cuerpos', y que la proposición no puede negarse sin
contravenir el principio de no-contradicción. No está igualmente cla­
ro si Kant exigiría que ambos criterios fueran siempre satisfechos.
Indudablem ente, si hubiera aceptado Todas las sustancias extensas
son extensas' como una proposición analítica, habría debido abando­
nar la pretensión de que el concepto-predicado esté contenido encu­
biertamente en el concepto-sujeto. Para los fines de nuestra presen­
te investigación no necesitamos llegar a una decisión sobre este
punto.
Como quiera que él aceptaba la clasificación aristotélica de las
proposiciones, Kant restringe la aplicación de las palabras 'analítico'
y 'sintético' a proposiciones de la form a sujeto-predicado. No es sor­
prendente que la posterior modificación o abandono del análisis aris­
totélico haya llevado a una extensión de 'analítico' a otras clases de
proposiciones. Pero, aunque la palabra 'analítico' ha llegado a ser
parte del vocabulario normal de la lógica, los lógicos no se han pues­
to de acuerdo en una definición precisa de la misma. No obstante,

165
4.

un m uestrario de las definiciones dadas revela una am plia coinci­


dencia. 5
Así, M. Schlick dice: «Un juicio es analítico si el fundam ento
de su verdad se encuentra sim plem ente en las definiciones de los
térm inos que aparecen en él».6 A. J. Ayer dice que «una proposición
es analítica cuando su validez" depende solamente de las definiciones
de los símbolos que contiene» ;7 A. C. Ewing, más brevemente, dice
que es analítico un juicio que se sigue de la definición de su término-
sujeto; 8 y A. Pap dice que las enunciaciones analíticas pueden carac- (
terizarse aproxim adam ente como enunciaciones cuya verdad se si­
gue del significado mismo de sus térm inos. 9 Todas esas definiciones
tomadas fuera de su contexto, parecen compatibles con el modo
kantiano de presentar la cuestión, si interpretam os las enunciaciones
de Kant acerca de los conceptos-sujeto y conceptos-predicado como
equivalentes en su significado a enunciaciones acerca de los signi­
ficados o definiciones de las palabras-sujeto y las palabras-predi­
cado.
Pero, cuando examinamos las opiniones sobre la relación entre
la analiticidad y la necesidad lógica defendidas por los filósofos que
han ofrecido aquellas definiciones, aparecen grandes diferencias.
Kant estableció dos distinciones, una entre juicios analíticos y no-
analíticos (es decir, sintéticos), y otra entre juicios necesarios y con­
tingentes. En los escritos de algunos de los filósofos que han sido
citados esas dos distinciones tienden a convertirse en una. Se supo­
ne que solamente las proposiciones analíticas son necesarias, y que
todas las proposiciones no-analíticas son contingentes. Así, la con­
tinuación del enunciado de la definición de 'proposición analítica'
dada por Ayer, era: «y sintética, cuando su validez es determ inada
por hechos de la experiencia». Al mismo tiempo, la diferencia de sig­
nificado entre 'analítico' y 'necesario' no ha desaparecido por ente­
ro. Porque está claro que cuando Ayer dice que las verdades lógicas
y m atem áticas son proposiciones analíticas, no intenta obsequiarnos
con la perogrullada de que las proposiciones analíticas son analíti­
cas, o de que las verdades lógicas son verdades lógicas. Puede enten­
derse que, en su argumentación, la noción de Verdades necesarias'
6 Esas definiciones son citadas por F. Waismann en el primero (diciembre
de 1949) de una importante serie de artículos titulada «Analítico-sintético», pu­
blicada en Analysis.
• M. S c h l i c k , AUgemeine Erkenntnislehre, 1.a ed., 1918, p. 97.
7A . J. A y e r , Language, Truthund Logic, 2.a ed., 1950, p. 78.
8 A. C. E w in g , Short Commentary on Kant’s Critique of Puré Reason,
1928, p. 19.
• Mind, 1946.
|gueda sin interpretar. Pero la distinción desaparece por completo en
los escritos de aquellos filósofos para quienes no sólo las frases
'proposiciones analíticas' y 'proposiciones lógicamente necesarias'
son coextensivas, sino que tam bién son sinónimas la palabra 'analíti­
co' y la frase 'lógicamente necesario'. A ese punto llega Strawson
cuando dice: «Variantes de 'enunciación lógicamente necesaria' son
'enunciación analítica', 'verdad necesaria', 'enunciación lógicamente
verdadera'» .10 Aceptar esa ecuación es aceptar que 'necesario' sig­
nifica 'lógicamente necesario', y que ambos significan 'analítico. 11
Si encontram os aceptable esa últim a opinión, habrem os dado
el prim er paso para contestar la pregunta con que se abrió este ca­
pítulo. Ese paso consiste en afirm ar que 'lógicamente necesario'
significa 'analítico'. Habremos contestado por completo la pregunta
si podemos m ostrar que es posible definir 'analítico' sin hacer recur­
so a la noción de necesidad lógica. Sin embargo, parece que eso es
imposible. Si decimos que son proposiciones analíticas aquellas cuya
verdad es garantizada por (o se sigue de) la definición (o el signifi­
cado) de las palabras (o símbolos) que contienen (o en que son
expresadas), proporcionam os una definición para cuya comprensión
es necesario que entendamos ya la noción de necesidad. Porque de­
cir que A 'se sigue de’ B, es decir que, si B es verdadero, entonces,
como un asunto de necesidad lógica, A debe ser tam bién verdadero.
Parece que todas las definiciones de 'analítico' requieren un voca­
bulario que comprenda ya palabras que expresen la necesidad.
Sin embargo, la objeción principal a cualquier intento de elu­
cidar la noción de 'necesidad lógica' m ediante una referencia a la
analiticidad, consiste en que, en realidad, no hay proposición alguna
que sea 'analítica' en el sentido definido. En un capítulo anterior
expuse lo que me parecía una refutación de la teoría de que las pro­
posiciones lógicas descansan en reglas para el uso de las palabras.
Es cierto que no todos los filósofos que aceptan una u otra de las
definiciones aquí citadas suscribirían una teoría convencionalista de
la lógica. Pero la suposición de que haya una clase de proposiciones
que pueden ser verdaderas por definición, descansa en la misma

10 P. F. S t r a w s o n , obra citada, p. 21.


Desde luego, ese enunciado puede interpretarse no como una afirma­
ción de hecho acerca de cómo profanos y lógicos utilizan esos ingredientes
de nuestro vocabulario lógico, sino como expresando la decisión del autor de
utilizar las palabras de un modo particular (quizá completamente nuevo). Si
el enunciado se usa en ese segundo sentido, es irreprochable. Pero no creo
que sea ésa la intención de Strawson, que me parece ser la de arrojar luz sobre
la interdefinibilidad de palabras en el uso filosófico común.

167
confusión entre enunciados y proposiciones que es, o parece ser,
básica a todo convencionalismo lógico. No repetiré por extenso las
argumentaciones que ya he ofrecido anteriorm ente, sino que me li­
m itaré a considerar un ejemplo particular.
Consideremos la pretensión de que Todos los cuerpos son ex­
tensos1es analítica, según 'analítica' es definido por Pap; o, lo que es
lo mismo, que 'Todos los cuerpos son extensos' es verdadera por de­
finición. Si, al presentar esa proposición, entendemos por la frase
'Todos los cuerpos' todas las sustancias una de cuyas propiedades es
la extensión, entonces la proposición puede ser expresada como «To­
das las sustancias extensas son extensas», o «Todos los cuerpos son
extensos», o de un núm ero indefinidamente grande de otras maneras,
en los diferentes lenguajes. La proposición que sería siempre expre­
sada, en esos distintos enunciados, ejemplifica la ley formal de que
si algo tiene la propiedad /, tiene la propiedad f, que puede verse,
a su vez, como una ejemplificación del principio de identidad, 'para
todo p, si p, entonces p \ Lo que hace a la proposición 'Todos los
cuerpos son extensos' necesariamente verdadera no es el hecho de
que «cuerpo» signifique «sustancia extensa». Se tra ta de o tra cosa.
Lo que hace que el enunciado «Todos los cuerpos son extensos» ex­
prese la proposición que expresa (es decir, la proposición lógicamen­
te verdadera de que las sustancias que tienen la propiedad de la ex­
tensión, tienen la propiedad de extensión) es el hecho de que la
palabra «cuerpo» significa «sustancia extensa». No se tra ta de que
la proposición en cuestión sea verdadera por el significado y defini­
ción de 'cuerpo' ('por definición'), sino de que el enunciado utiliza­
do expresa la proposición en cuestión por el significado o defini­
ción de «cuerpo». Una corta reflexión revelará que cualquier su­
puesto ejemplo de 'verdades por definición' es explicable del mismo
modo.
W aismann ofrece una explicación de la analiticidad menos ob­
jetable que las que hemos considerado antes. «Una enunciación es
analítica —dice W aismann— si puede, por medio de m eras defini­
ciones, ser convertida en una verdad lógica.» 12 Una virtud de esa
caracterización es que no pretende explicar la naturaleza de la nece­
sidad lógica con referencia a la analiticidad. Pero no podemos con­
siderarla satisfactoria. Decir que una enunciación analítica puede
ser convertida en una verdad lógica es adm itir, por implicación,
que ella misma no es una verdad lógica, o que, si lo es, es al menos
una verdad lógica diferente de aquella en la que puede ser converti­

12 F. W a ism a n n ; o b r a c i t a d a .

168
da. No obstante, estoy seguro de que W aismann habría deseado decir
que la proposición Todos los planetas se mueven en torno al Sol'
es en sí misma lógicamente verdadera. Al menos, habría convenido
en que el enunciado «Todos los planetas se mueven en torno al
Sol» expresa una verdad lógica cuando quien lo enuncia entiende
por 'planeta' 'cuerpo celeste que se mueve en torno al Sol'; y sola­
m ente cuando la palabra 'planeta' se usa de ese modo puede llamarse
analítica la proposición expresada. La verdad es más bien que —si
es que es apropiado utilizar la palabra 'analítico' para clasificar enun­
ciaciones— la 'enunciación analítica' 'Todos los planetas se mueven
en torno al Sol' es una verdad lógica. Es la misma enunciación que
podría expresarse igualmente bien como «Todos los cuerpos celestes
que se mueven en torno al Sol se mueven en torno al Sol», no necesi­
ta convertirse en esa enunciación. Ella misma, y no alguna enuncia­
ción diferente en la cual pudiera convertirse, es una verdad lógica.
¿Queda algún lugar en el vocabulario de la lógica para una ex­
presión como 'enunciación analítica'? Si la desterram os, parece
que es poca cosa lo que perdemos, como no sea una fuente de posible
confusión. Si las llamadas 'enunciaciones analíticas' son simplemen­
te las verdades lógicas, y si 'verdad por definición' es una frase que
carece de aplicación, ¿no sería m ejor eliminarla de la filosofía, como
'flogisto' fue eliminada del vocabulario de las ciencias naturales?
Sin embargo, está tan arraigada en el lenguaje de la filosofía que es
difícil que pueda ser desarraigada por completo.
Y quizás haya, después de todo, un uso aceptable para la pala
bra 'analítico'. No es exactamente la misma cosa decir «Todos los
solteros son no-casados» y decir «Todos los hombres no-casados son
no-casados», aun cuando se pretenda que cada uno de esos enuncia­
dos se entienda como expresando una verdad lógica. Captamos el
significado del segundo enunciado con mayor facilidad que el signi­
ficado del prim ero. Quizá fue la im portancia de esa diferencia lo que
Kant tenía en la m ente cuando dijo que el concepto-predicado estaba
incluido encubiertamente en el concepto- sujeto.
La diferencia entre esos enunciados podría señalarse caracteri­
zando al prim ero como 'analítico'. Si hubiéram os de seguir ese ca­
mino, deberíam os aplicar la palabra 'analítico' no a las proposicio­
nes, sino solamente a los enunciados; a saber: a aquellos enunciados
que, aunque expresan verdades lógicas, puede parecer a prim era
vista que expresan proposiciones empíricas factuales. Pero el que
una proposición fuera expresada 'analíticam ente' no tendría interés
lógico, sino solamente psicológico.
La consideración de la relación entre autocontradicción y nece­

169
sidad lógica, y de las llamadas proposiciones analíticas, nos ha acer­
cado a una respuesta a la pregunta con la que empezamos. No he­
mos conseguido descubrir conceptos que sean más fundam entales
que el de necesidad lógica, y en térm inos de los cuales pueda ser
definida la necesidad lógica. Mis conclusiones son negativas, y la no­
ción de necesidad queda sin explicar. No hay gran dificultad en ilus­
tra r la necesidad mediante una m ultiplicación de ejemplos de relacio­
nes que deben tener lugar; pero (aun sin pretender que la noción
de necesidad sea genuinamente prim itiva y pueda ser captada intui­
tivamente, pero no explicada) no puedo ver m anera alguna de redu­
cirla a términos más simples. Lo único que parece posible es suge­
rir, simplemente por vía de ensayo, un criterio para distinguir la
necesidad lógica de otras especies de necesidad. Que la necesidad no
sea exclusivamente una noción lógica, parece probable. Si bien nunca
es necesario que los cambios o procesos físicos se den de esta o de
aquella m anera, parece difícil negar que un hom bre puede pregun­
tarse significativamente: «¿Es necesario que tales y tales sustancias
reaccionen del modo en que observamos que reaccionan?». Y al pre­
guntarse tal cosa no parece que lo que se pregunte sea si una relación
es lógicamente necesaria. Como dijimos anteriorm ente, uno puede
reconocer la necesidad de una verdad de la geometría euclidiana sin
ninguna noción clara de qué clase de necesidad es la necesidad geo­
métrica.
En un capítulo anterior propusim os una doble teoría de la no­
ción de leyes lógicas. La lógica de las proposiciones elementales, adu­
jimos, consiste en la presentación de los límites dentro de los cuales
es únicam ente posible, para un ser capaz de considerar proposicio­
nes verdaderas y falsas, pensar significativamente. Dijimos además
que las leyes de la lógica de térm inos están en correlación con (y, en
cierto sentido, revelan) las 'categorías' o m aneras no-aprendidas e
incomunicables en térm inos de las cuales nos encontram os pensan­
do el mundo. Así, sostuvimos que la lógica de sujeto-predicado reve­
la una m anera prim itiva de ordenación, cosa-atributo, de nuestra
experiencia consciente del mundo. Esos principios categoriales de or­
denación fueron distinguidos de las clasificaciones empíricas que
encontram os conveniente adoptar. Estas últim as clasificaciones pue­
den ser cambiadas o modificadas por nosotros; nunca dan origen a
principios lógicos ni están conectadas con principio lógico especial
alguno.
Esta teoría de la lógica sugiere un posible criterio para distinguir
la necesidad lógica de otras especies de necesidad. La sugerencia
consiste en que son lógicamente necesarias aquellas verdades nece-

170
«arias que han de relacionarse a las categorías que conform an nues­
tra experiencia, y a los conceptos prim itivos de negación, conjunción,
disyunción y condicionalidad. La sugerencia de que, para decidir
si un caso dado de necesidad es o no lógico, debemos preguntam os si
corresponde a una categoría prim itiva del pensamiento, es quizá de­
masiado imprecisa para servirnos de guía clara. Podía, además,
llevarnos a paradójicas extensiones del alcance de la necesidad lógi­
ca. Así, si sostenemos que no podemos por menos de pensar los cons­
titutivos del m undo físico como estando causalmente interrelacio-
nados entre sí, pero, al mismo tiempo, concluimos que es nuestro
modo de ver el mundo lo que nos determ ina a verlo de ese modo,
entonces, de acuerdo con el criterio sugerido, deberemos concluir
que 'cualquier evento tiene (necesariam ente) una causa' o 'nece­
sariamente, nada llega a ser a p a rtir del no-ser', son verdades lógicas.
Al final, podríam os vernos, pues, llevados a la conclusión de que,
después de todo, toda necesidad es necesidad lógica, e invertir así
nuestra prim era suposición, la del sentido común.
Debe advertirse, sin embargo, que tal conclusión sería diferente
de aquella a la que han llegado la mayoría de los filósofos que han
argum entado que toda necesidad es lógica. Cuando se m antiene que,
si una proposición como 'Todo evento tiene su causa' es necesaria
en absoluto, lógicamente necesaria o tautológica, lo que siempre, o
casi siempre, quiere decirse es que puede ponerse de manifiesto que
ejemplifica un principio lógico aceptado (por ejemplo, el principio
de no-contradicción). La conclusión a la que apunta la línea de argu­
m entación que hemos seguido aquí últim am ente, es otra; a saber:
que la proposición ejemplifica una ley prim itiva e irreductible que
no es derivable de las leyes de la lógica tal como son comúnmente
aceptadas. Así pues, al llegar a una conclusión así, pretenderíam os
estar descubriendo nuevas leyes lógicas, y no extendiendo las aplica­
ciones de las viejas leyes aceptadas de la lógica.
9
Generalizaciones y teorías

Una vez que hemos examinado las form as de argum entación en


que unas prem isas llevan consigo determ inadas conclusiones, y aque­
llas clases de proposiciones que son lógicamente necesarias, ¿hemos
cubierto por completo el dominio de la lógica? Hay buenas razones
para sospechar que no. Las argumentaciones válidas no prueban la
verdad de sus propias prem isas universales. La proposición ’Si to­
dos los hom bres son m ortales y todos los griegos son hom bres, todos
los griegos son m ortales’ no prueba, indudablemente, que todos los
hom bres sean en realidad mortales. Pero pocos hombres son tan es­
cépticos como para negar que puede decirse, para todos los fines
prácticos, que sabemos que lo son. Así, si hay una clase de propo­
siciones universales no-necesarias que, como hombres razonables,
estamos dispuestos a aceptar, es razonable suponer que hay alguna
form a de razonar, no necesariamente deductiva, por medio de la
cual podamos llegar justificadam ente a aquéllas. Incluso si el gene­
ralizar fuera solamente una conveniencia, y no un requisito necesa­
rio, de nuestras vidas cotidianas, parece que la ciencia debería pro­
ponerse el objetivo de establecer tales proposiciones. Sería para­
dójico hasta el punto del absurdo descartar todas esas generalizacio­
nes como no justificadas, simplemente en razón de que su verdad
no puede probarse mediante métodos deductivos. Tenemos el más
fuerte incentivo para aceptar la posibilidad de una especie de infe­
rencia llam ada inducción, por la cual podamos pasar legítimamente
del reconocimiento de la verdad de cierto núm ero de proposiciones
no-necesarias, a la formulación de proposiciones de generalidad no
restringida, o a otras proposiciones particulares. Y consideraré ante

173
todo las pretensiones de esa especie de razonamiento —la inducción
por enumeración simple (es decir, incompleta)— para proporcionar
la garantía que necesitamos para hacer aserción de proposiciones
universales, para proceder en nuestras argumentaciones, en form a
justificada, de 'Algunos S son P' a Todo S es P'.
Ningún lógico trataría de justificar todas las transiciones de 'al­
gunos' a 'todos' que podemos sentirnos tentados a hacer en la vida
cotidiana. Podríamos distinguir las proposiciones de generalidad
restringida de aquellas que son genuinamente universales; proposi­
ciones que son acerca de colecciones finitas, computables, de in­
dividuos, de aquellas otras, tales como 'Todo hom bre es m ortal',
que no lo son. Que todos los milanos nativos de las islas británicas
anidan en una sola zona del centro de Gales, es una proposición del
prim er tipo. Es una proposición que únicamente estaríam os justifi­
cados para afirm ar sin reservas sobre la base de una enumeración
completa de todos los milanos individuales nacidos en las islas bri­
tánicas. Y, donde la enumeración es incompleta, debemos contentar­
nos con una 'generalización', en el sentido más corriente de esta pa­
labra, es decir, una proposición en el sentido de que algo es verda­
dero 'en general', o 'para la mayor parte'. Las proposiciones generales
restringidas y las generalizaciones no plantean problem a lógico algu­
no. Al afirm ar unas u otras no podemos pretender estar justificados
si vamos más allá de los hechos observados. El lógico no se interesa
por justificar la aserción de un hom bre que, después de conocer a
media docena de italianos excitables, dice que todos los italianos son
excitables, o del que, cuando tiene derecho a decir 'rara vez, en mi
experiencia', dice 'nunca'. Pero las proposiciones sobre clases restrin­
gidas cuyos miembros pueden ser enumerados, han de ponerse en
contraste con aquellas en las que lo que es predicado ha de pensarse
como aplicable a todo lo que cae dentro de la clase-sujeto, haya o no
sido observado. Afirmar que el hom bre es m ortal es afirm ar que
todo lo que satisfaga la condición de ser un hom bre tiene que m orir.
Sem ejante proposición no puede establecerse contando cabezas,
puesto que la enumeración completa de una clase ilimitada es impo­
sible, y el hecho de que hayan m uerto hom bres no puede hacer
necesaria la conclusión de que tienen que m orir. Para explicar la
aceptabilidad de proposiciones como ésas pensamos apelar a la razo-
nabilidad de la inducción por enumeración simple (como opuesta
a la enumeración completa).

174
Argumentaciones incompletamente expresadas

La distinción entre argumentaciones deductivas e inductivas no


es siempre clara, puesto que en la conversación no formulamos nues­
tras argumentaciones con el rigor y en la form a completa con que
aparecen en los ejemplos de los textos de lógica. Aun cuando presen­
temos argum entaciones de estricta validez, constituye la excepción
más bien que la regla el que expresemos plenam ente en palabras las
prem isas a p artir de las cuales razonamos y las conclusiones que ob­
tenemos. Así, «Los hom bres son m ortales y él es un hom bre, por lo
tanto tiene que m orir alguna vez», se abrevia en: «Después de todo,
es un hom bre, así que debe m orir alguna vez». En realidad, sería
muy incómodo que las reglas de la conversación exigieran que pu­
siésemos en palabras todos los pasos de todas las argumentaciones,
por aceptables y familiares que fueran a todos los que intervinieran
en la discusión. Así pues, si hemos de entender la estructura lógica
de las argumentaciones de la vida ordinaria, es necesario que reco­
nozcamos que los hom bres ponen en palabras solamente aquello que
necesitan expresar o subrayar. Pero una interpretación demasiado
literal de lo que realmente dicen las personas, puede a veces llevar­
nos equivocadamente o a sospechar sofismas donde éstos no se dan
o a clasificar argumentaciones deductivas como inductivas.
Decir «A tu m adre le gustará mucho que la visites cuando vayas
a Londres, así que debes hacerlo» no es necesariamente cometer una
falacia lógica o sofisma; ni tampoco es razonar de un modo no deduc­
tivo. En verdad, que una m anera de obrar dé gusto a alguien no
impone lógicamente que deba seguirse; pero la interpretación razo­
nable de una enunciación como la anterior es que ésta es una argu­
mentación válida, cuya prem isa mayor («Debes hacer aquello que
gusta a tu madre») ha sido considerada por el hablante demasiado
obvia para que valiera la pena ponerla en palabras. De modo pareci­
do, yo puedo decir «Hoy hay niebla, de modo que los trenes se retra­
sarán», y estar discurriendo no inductiva, sino deductivamente, a
partir de prem isas, una de las cuales (que la niebla reduce la visi­
bilidad y hace más lento el tráfico) es suficientemente fam iliar para
que no haya necesidad de expresarla.
No obstante, a veces se piensa que enunciados como los mencio­
nados expresan siempre argumentaciones inductivas completas, la
clase de argum entaciones por las cuales llegamos a las proposicio­
nes generales requeridas por el análisis silogístico que yo he ofreci­
do. Porque, puede preguntarse, ¿de qué otro modo podemos form ular
proposiciones generales como la de que la niebla causa retrasos en

175
los ferrocarriles, si no es sobre la fuerza de argum entaciones indi­
viduales del tipo de «Hoy hay niebla, de modo que el tren se retra­
sará»? Pero la objeción es poco convincente. No llegamos a la propo­
sición general m ediante la observación «Hay niebla, de modo que el
tren se retrasará» m ientras no confiemos en que hay una conexión,
superior a la simple coincidencia, entre el haber niebla y el retraso
de los trenes. Todo lo que, en principio, podríam os decir, sería «Hubo
niebla tal o tal día, y los trenes se retrasaron». Cuando hemos llegado
a creer que existe una conexión causal, pero no antes, pasan a ser
apropiadas las palabras «así pues», «de modo que», o «por lo tanto».
Los únicos posibles aspirantes al tíulo de argum entación 'inductiva'
que podemos encontrar aquí son los de la forma: «En la ocasión 1
hubo niebla y los trenes se retrasaron; en la ocasión 2 hubo niebla
y los trenes se retrasaron; en la ocasión 3, etc.; así pues, siempre que
hay niebla, los trenes se retrasan, o se retrasarán».
La cuestión que debemos considerar es la de la validez o falta
de validez (la aceptabilidad o no aceptabilidad) de las argum enta­
ciones de esa forma.

Inducción por enumeración simple

¿En qué condiciones es justificable, si lo es en algunas, sacar


una conclusión de generalidad no-restringida sobre la base de obser­
vaciones particulares? Para hacer uso del ejemplo más familiar, ¿está
justificado concluir, a p a rtir del hecho de que el sol ha salido una
vez en cada período de veinticuatro horas, durante todas las épocas
de que tenemos conocimiento, que saldrá siem pre así, o que saldrá
mañana? A prim era vista, podría parecer perverso negar que dispon­
gamos de buena base para hacer esas aserciones, o que esa base con­
sista en los casos conocidos de salida del sol en el pasado. Sin em­
bargo, paradójicam ente, la m era presentación de lo que pueden
llam arse «casos favorables» (es decir, aquellos que son compatibles
con la verdad de la proposición general, y, por lo tanto, 'favora­
bles' a ésta) no parece constituir en sí misma una base para aceptar
una proposición general, como podemos ver si consideramos una
situación imaginaria.
Supongamos que hemos descubierto que el prim er cliente que
se presenta en la agencia de un banco determ inado en un día dado,
nació en m artes. (No nos interesa considerar cómo podría haberse
descubierto ese hecho ni por qué iba alguien a tom arse el trabajo
de establecerlo). Supongamos tam bién que llevamos adelante las

176
ftivestigaciones y establecemos que los prim eros clientes de otras
Veinticinco agencias del mismo banco en el mismo día nacieron tam ­
bién en m artes, aunque no necesariamente el mismo m artes que el
prim er cliente investigado. Supongamos además que, aparte de ese
único punto de semejanza, no aparece en nuestras investigaciones
ningún otro patrón de semejanza en las biografías de esas personas
diferentes. ¿Sería razonable concluir que los prim eros clientes de
otras agencias del mismo banco, no investigadas hasta ese momento,
habrán nacido tam bién en m artes? Indudablem ente, la respuesta es
no. Supondríamos que era una simple coincidencia que las biografías
de los clientes investigados com partieran esa característica trivial.
Consideremos lo que queremos decir al describir unos eventos
como 'coincidentes'. Utilizamos la palabra 'coincidencia' cuando los
eventos tienen algún rasgo en común para el que no puede encon­
trarse una explicación común. Aun cuando no pudiese darse una
única explicación para todos los eventos en cuestión, no utilizaría­
mos la palabra si supiésemos (o estuviésemos bien situados para
calcular) cómo había resultado que cada uno de los eventos poseyese
el rasgo en común. Así, si Juan y Pedro se encontrasen, sin previo
acuerdo, en un mismo vagón de ferrocarril, no describiríam os como
una coincidencia la presencia de ambos si supiésemos por qué podía
razonablemente esperarse que cada uno de ellos estuviera allí, aun
cuando las razones para cada uno de ellos fueran diferentes. Tende­
mos a describir como 'coincidentes ’ solamente aquellos eventos que,
además de co-incidir, no eran fácilmente predecibles. No habríam os
predicho que los clientes m adrugadores del banco habían nacido en
m artes, y no podemos pensar una razón plausible de que todos ellos
hayan nacido ese día de la semana.
La conclusión que hay que aceptar es que cuando la presentación
repetida de eventos similares es, o nos parece que es, una 'coinci­
dencia', no nos ofrece base alguna para predecir o extrapolar en
ningún sentido más allá de la extensión de nuestras observaciones.
Pero aceptar eso es adm itir la verdad de la paradoja de que la mera
presentación de casos favorables no nos ofrece ninguna buena razón
para form ular o aceptar la correspondiente proposición general. Una
vez hemos descrito las presentaciones de eventos similares como
coincidentes, las rechazamos como prueba sobre la cual basar pre­
dicciones, o como fundam ento de proposiciones generales.
Reconsideremos el problem a tradicional de explicar nuestra con­
fianza en que el sol saldrá mañana. Podemos creer que la razón por
la cual confiamos es que el sol ha salido invariablemente en el pasa­
do. Sugiero, sin embargo, que ésa no es la verdadera razón. En prim er

177
lugar, excluimos, probablem ente de un modo no consciente, la posi­
bilidad de que la regularidad en los movimientos relativos del sol
y la tierra en el pasado haya sido 'coincidente'. Suponemos, quizá
sin reconocer que lo suponemos, que las regularidades que hemos
observado son síntom as de un sistema ordenado, y no sucesos 'ca­
suales', inexplicables, en un universo caótico. Las regularidades pa­
sadas que hemos observado no son la prueba en que descansan nues­
tras previsiones racionales. La verdad es, más bien, que interpreta­
mos dichas regularidades como manifestaciones de un sistem a orde­
nado, inteligible. Lo que da origen a una creencia razonable en que
las regularidades continuarán es, o bien nuestra comprensión de ese
sistema, o bien nuestra confianza en que las regularidades observa­
das son parte integrante de un sistema así (aun cuando podamos no
tener una idea clara de cuál sea ese sistema).
Quizás un nuevo ejemplo dará mayor claridad a ese modo de
ver. En el pasado he advertido que todos los días laborables, poco
después de mediodía, una corriente bastante densa de ciclistas pasa
en dirección sur frente a mi colegio de Oxford. ¿Qué fundam ento
tengo yo, o cualquier otra persona, para predecir una corriente simi­
lar, a la misma hora, en el futuro? La respuesta a esa pregunta puede
alcanzarse indirectamente. En una situación como ésa, parece natu­
ral que conjeturem os o supongamos que las regularidades que ob­
servamos no son simple coincidencia. Supongo que hay alguna razón
para que el tráfico se haga más denso, con regularidad, en determ i­
nados momentos. Y eso puede llevarme a form ular la pregunta de
cuál sea esa razón. Entonces puede ocurrírsem e que los ciclistas vie­
nen de su trabajo, y que mediodía es comúnmente un buen momento
para interrum pir el trabajo y dedicar algún tiempo a comer. Así se
empieza a form ular una hipótesis posible, que hace inteligible por
qué debe haber una corriente de ciclistas en ese preciso momento del
día. La confianza en que puedo predecir con confianza la recurren­
cia de corrientes de tráfico similares, crece progresivam ente con mi
creencia en la teoría explicativa form ada en mi mente. Esa creencia
se refuerza si puedo ver que es compatible con hechos que ya conoz­
co; por ejemplo, que hay industrias con una gran plantilla de traba­
jadores en la dirección de la que vienen los ciclistas, y que muchos
trabajadores industriales viven en la dirección hacia la cual van los
ciclistas.
A veces, sin duda, nuestra comprensión de una situación es de­
masiado leve para que formulemos una teoría claram ente delineada
que perm ita explicar un determ inado fenómeno recurrente. En tales
casos podemos, luego de reflexionar, llegar a la conclusión de que

178
fias repeticiones son 'coincidentes', y, en ese caso, no hacemos inferen­
cia, alguna. La otra posibilidad es que conjeturem os que hay un
principio de acuerdo con el cual se dan los fenómenos repetidos, y
que hagamos en consecuencia predicciones precavidas, sobre la
suposición de que tal creencia sea correcta. En una situación del tipo
de la de que una serie de clientes de un determ inado banco hayan
nacido en m artes, seguiríamos el prim er camino; y no es difícil ima­
ginar situaciones en las que parecería más razonable tom ar el segun­
do. Este sería el naturalm ente seguido por un hom bre conocedor de
la regularidad de la salida del sol en el pasado, pero no de las leyes
físicas y astronómicas.
Así pues, la razón de nuestra confianza racional en que el sol
saldrá m añana no es el hecho de que haya salido en el pasado, sino
nuestra creencia en que lo que hemos observado repetidam ente son
manifestaciones del funcionamiento de las leyes naturales. Afirmar
la proposición general de que ’eses’ futuras serán P, o de que 'todo
S es P \ simplemente sobre la base de que ha sido observado que un
núm ero finito, aunque grande, de ’eses’ son P, es dar un paso irrazo­
nable e indefendible. Si realizar una inducción es hacer precisam en­
te eso, entonces la inducción es un procedim iento que no puede
recom endarse a hom bres razonables, y, por lo tanto, que no necesita­
mos justificar. No obstante, se ha m antenido a menudo que la in­
ducción así definida es el único procedim iento racional para llegar
a proposiciones generales acerca del mundo, y el único por el que
se han conseguido todos los avances de la ciencia.
¿Cómo es que un procedim iento patentem ente irracional ha sido
defendido tantas veces? En parte, la explicación se encuentra en el
hecho de que los filósofos han dejado a veces de distinguir entre
creencia racional y expectación no-racional, o bien han comprendido
mal la naturaleza y propósitos de la investigación científica.

Creencias racionales y expectaciones condicionadas

Los animales y los seres humanos pueden ser instruidos para res­
ponder de modos predicibles sometiéndoseles repetidam ente al mis­
mo estímulo. Si se alim enta con regularidad a las gallinas a la
m ism a hora del día, llegan a esperar el alimento a esa hora. En un
sentido amplio, pero inteligible, de la palabra 'creer', puede decirse
que las gallinas, cuando se aproxim a el apropiado momento del día,
creen que serán alimentadas. Parece que todo lo que se necesita para
producir ese tipo de estados de expectación es la repetición constan­

179
te de un patrón de eventos. Así, la regularidad con que el día sigue a
la noche y la noche al día produce en nosotros lo que puede llam arse
una expectación 'conductista' de que el patrón proseguirá. Esa ex­
pectación debe ser claram ente distinguida de lo que he llamado
creencia racional. H asta aquí he tratado de explicar qué fundam en­
tos tenemos para creer que el sol continuará saliendo en el futuro
como ha salido en el pasado. Pero no tendría sentido hablar de funda­
mentos o razones de la adquisición por animales o seres humanos
de expectaciones condicionadas y disposiciones para conducirse de
modos determinados. Experiencias similares repetidas producen o
causan expectaciones; no constituyen buenas razones para creer que
tales expectaciones estén justificadas. No es, empero, sorprendente
que las causas de las expectaciones condicionadas puedan ser con­
fundidas con las tazones para m antener una creencia racional. Es
quizás esa confusión lo que en parte explica la tenacidad con que
filósofos y profanos se han adherido a la opinión de que el mero
hecho de que hayan ocurrido con regularidad eventos similares cons­
tituye un buen fundam ento para m antener que éstos continuarán
reiterándose.

La explicación científica

Es presuntuoso de parte de un no-científico hacer generalizacio­


nes acerca de la ciencia, pero, puesto que se dice que los métodos
de la ciencia son inductivos, no es fácil evitar la consideración de
su naturaleza y objetivos. La finalidad del hom bre de ciencia es hacer
inteligible el universo, y lo que m arca su éxito es la m edida en que
consigue exhibir lo que es observado (o puede serlo) como ejem pli­
ficando la acción de leyes interrelacionadas, que constituyen un solo
sistema interrelacionado. Hay una próxima analogía entre el ideal
de la ciencia y el ideal de la filosofía. Ambas se interesan por pro­
porcionar explicaciones sistemáticas de la totalidad del campo de la
experiencia; pero el hom bre de ciencia trabaja dentro de límites que
él mismo se impone, porque solamente considera aceptables aque­
llas leyes o sugerencias de leyes (hipótesis o teorías) que puedan ser
empíricamente probadas. Pero para que una hipótesis científica
pueda probarse empíricamente no es necesario que sea completa­
mente verificable. La verificación completa de una teoría científica
sería en realidad imposible por dos razones.
Una hipótesis científica acerca, por ejemplo, de las propiedades
de la sal común, debe entenderse que se aplica no simplemente a las

180
m uestras de sal que han sido examinadas, sino a todo aquello que,
en pualquier tiempo, pueda satisfacer las condiciones que definen
la sal común. Solamente se podría verificar por completo una teoría
acerca de una sustancia si hubiera una determ inada cantidad limi­
tada de ésta que pudiese ser inspeccionada. Si se me da tiempo,
puedo establecer completamente que toda la sal común de mi cocina
se disuelve en el agua; pero no que todo lo que satisfaga la defini­
ción de sal común será soluble en agua.
La segunda razón para que no se exija la completa verificabili-
dad de las hipótesis científicas es, en realidad, una parte de la prim e­
ra. Por mucho que un científico guste de resistirse a com prom eterse
al aserto categórico de una teoría, por ejemplo, la de que una sus­
tancia dada tiene una determ inada propiedad, lo que él supone (hipo­
téticam ente) es que dicha sustancia posee esencialmente esa pro­
piedad; en otras palabras, que si cualquier cosa es un ejemplo de la
sustancia en cuestión, entonces esa cosa tiene necesariamente esa
propiedad. En el m ejor caso, podríamos verificar completam ente la
enunciación de que un núm ero finito de x sean /, pero nunca que
toda x tenga que ser /. Ló que se exige de las hipótesis científicas es
que, en principio, pueda comprobarse em píricamente su falsedad.
Esa exigencia no pretende, naturalm ente, que sea posible probar la
falsedad de cualquier teoría científica, sino que toda teoría debe
estar de tal modo estructurada que, si es falsa, sea posible m ostrar
que es falsa m ediante comprobaciones empíricas.
Tras John Stuart Mili, muchos filósofos se han representado la
tarea principal de los científicos como consistente en estructurar
generalizaciones, y han pensado que su objetivo era describir más
bien que explicar el universo. Las leyes científicas se distinguen ade­
cuadamente, como leyes, en un sentido de la palabra 'ley' distinto
de aquellas leyes terrenales cuya obediencia se nos exige; y se ha
m arcado esa distinción, en forma memorable pero desorientadora,
llamando descriptivas a las leyes del prim er tipo, y prescriptivas a
las del segundo.
Es cierto que las leyes que la ciencia trata de descubrir no pres­
criben el modo en que el universo ha de funcionar, y que el movi­
miento de los cuerpos no obedece o se conforma a las leyes de la
física. Pero llam ar a esas leyes ’descriptivas' sugiere que son genera­
lizaciones en las que se registran los modos de com portam iento (ob­
servados) de los cuerpos. Hay un claro motivo de que las proposicio­
nes generales de la ciencia se representen como descriptivas más
bien que como explicativas. Hume, el más coherente y tal vez el más
influyente de los em piristas británicos, advirtió el hecho de que,

181
en un sentido estricto de la palabra Ver1, no podemos ver que un
cuerpo actúe causalmente sobre otro, como podemos ver, por ejem­
plo, que un cuerpo es contiguo a otro cuerpo, o más grande que éste.
El impacto del descubrimiento de Hume en algunas de las doctrinas
filosóficas acerca del m étodo científico, puede ser brevem ente ex­
presado del modo siguiente: puesto que la noción de eficacia causal
no es una noción empírica, no puede haber lugar para ella en la cien­
cia empírica. Así, las expresiones que contienen, o parecen contener,
aquella noción, deben ser, o eliminadas del discurso científico, o
reinterpretadas como m eram ente descriptivas. En conform idad con
ese program a, las leyes e hipótesis de la ciencia fueron interpretadas
no como causalmente explicativas, sino, según hemos visto, como ge­
neralizaciones puram ente descriptivas.
Al mismo tiempo, algunos filósofos han deseado quedarse con
el pan y con el perro, y han pretendido que las leyes, sin dejar de ser
generalizaciones descriptivas, son a la vez explicativas. Pero eso es
querer abarcar demasiado. Así como el hecho de que el sol haya
salido en el pasado no constituye en sí mismo una buena razón para
afirm ar que saldrá en el futuro, así tampoco explica, en modo alguno,
por qué debería salir. Si, como una respuesta a la protesta «¿Por
qué habría de quitarm e los zapatos para entrar en ese templo?», yo
contesto, «Bueno, es que la gente siem pre se quita los zapatos en
los templos budistas», es posible que consiga acallar a mi interlocu­
tor y satisfacer sus deseos de explicación. En realidad, muchas de
nuestras aparentes demandas de explicación, se hacen en la creencia
de que la circunstancia acerca de la cual preguntam os es de algún
modo inusitada o irregular, y estamos dispuestos a dar por satisfe­
chas esas demandas cuando se nos aclara que no lo es. Pero tales
generalizaciones, aunque pueden deshacerse de las preguntas, no
les dan respuesta. Es una característica sorprendente de los grandes
científicos del pasado el haber encontrado menos problem as en lo
inusitado que en lo usual. Se han sentido provocados a buscar expli­
caciones de fenómenos ordinarios, que no plantean problemas a la
vida ordinaria.
Muchas de las leyes e hipótesis de la ciencia difieren mucho de
las generalizaciones empíricas. Que las manzanas caen al suelo cuan­
do están m aduras es una generalización, y el mundo no necesitó es­
perar a Newton para proponerla. La hazaña de Newton no consistió
en form ular la generalización, sino en explicarla. La ley de la gra­
vitación, que toda -partícula de m ateria atrae a cualquier otra par­
tícula con una fuerza directam ente proporcional al producto de sus
masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre

182
ías, no es una reformulación pretenciosa de un hecho de la expe-
R _ encia común, sino un principio sugerido por un genio, según el
cual los movimientos observables de todos los cuerpos, de los pla­
netas y del sol, del flujo y reflujo de las m areas, pueden verse como
éjemplificaciones de una única ley universal, susceptible de expre­
sión en una sencilla fórm ula m atemática. No todas las conclusiones
de la investigación científica son hipótesis tan obviamente explicati­
vas como la ley de la gravitación, y algunas parecen más bien seme­
jarse a las 'generalizaciones precientíficas' (en frase de Russell) que
repetim os irreflexivamente todos los días: 'Las manzanas le senta­
rán bien', 'El celuloide es inflamable', 'Las setas de cierta clase son
venenosas'. Supondré que la ciencia comprende leyes de esas dos
especies no muy rigurosam ente definidas, y consideraré, en relación
con cada una de ellas, qué respuestas pueden darse a la pregunta:
«¿Qué justificación tenemos para formularlas?».

Leyes de generalización

Consideremos, en prim er lugar, las 'leyes de generalización’, y,


como ejemplo de las mismas, 'Con una presión barom étrica de
76,2 cm, el agua hierve a 100° centígrados. ¿Está justificado el aserto
categórico de una proposición general como ésa, y, en caso afirm a­
tivo, en qué consiste la justificación? A veces se ha argum entado que
ésa, que no es una verdad de lógica que se garantice a sí misma, sólo
podría establecerse justificadam ente después de repetidos experi­
mentos, y que, para que pueda ser establecida, ha de serlo por induc­
ción, m ediante enumeración simple. Pero imaginemos que tuviéra­
mos base suficiente para afirm ar que la m uestra con la que hemos
estado experimentando era de agua pura (es decir, perfectam ente
ajustada a la definición o fórm ula del agua) y que las condiciones
de la experimentación fueran completam ente controladas y exacta­
m ente reproducibles. Sabríamos así que nos era posible repetir el
experimento sin correr peligro alguno de que las condiciones, ingre­
dientes, o equipo, fuesen diferentes en ningún aspecto m aterial. En
tales circunstancias, y habiendo llevado a cabo una vez el experimen­
to de m edir la tem peratura del agua en su punto de ebullición, ¿con­
sideraríam os que debíamos repetir el experimento una y otra vez
antes de afirm ar universalm ente su resultado? Está claro que la res­
puesta es «no». Diríamos no m eram ente que era innecesario repetir
el experimento, sino que sería absurdo hacerlo. Eso no es negar que
la repetición de experimentos sea a menudo necesaria para compro­

183
bar la exactitud de experimentos anteriores («¿Tomé correctam ente
la lectura de la tem peratura en el termómetro?») o bien (cuando
varían las condiciones del experimento) para establecer qué facto­
res de la situación experimental fueron, y cuáles no fueron, causal­
m ente relevantes para el resultado.
Pero ¿está justificado que supongamos, sin ponerlo en cuestión,
que sería innecesario (y absurdo) repetir el mismo experimento?
Contestemos a esa pregunta considerando cuáles serían las conse­
cuencias si hubiéramos de decir que no. En tal caso, no podríam os
dar por supuesto (como lo hacemos) que si se reprodujeran condi­
ciones idénticas, el resultado obtenido sería el mismo. Pero sin dar
tal cosa por supuesta, no sería posible en absoluto experim entar sig­
nificativamente. Porque supongamos que el resultado del experimen­
to núm ero 1 fuera que el líquido hervía a 100° centígrados, y el
resultado del experimento núm ero 2 fuera que el líquido hervía a 90°.
Si podemos dar por supuesto que, siempre que se reproduzcan con­
diciones idénticas, se siguen idénticos resultados (llamemos a eso
el principio de 'las mismas causas producen los mismos efectos'),
entonces podemos saber que las diferencias en el resultado prueban
que hubo alguna diferencia en las condiciones. Pero, si no podemos
dar por supuesto que las mismas causas producen los mismos efec­
tos, nunca podremos decidir: 1.°, si (aunque, en ese caso, la 'misma
causa' habría tenido el 'mismo efecto', de haberse reproducido exac­
tam ente las condiciones) las condiciones fueron de hecho diferentes,
o, 2.°, si las condiciones se reprodujeron exactamente, pero, en esa
ocasión, la 'misma causa’ no tuvo el 'mismo efecto'.
Cuando formulamos las proposiciones generales de la ciencia,
parece que damos por supuestos dos principios, el segundo de los
cuales es en realidad parte del prim ero, a saber: los principios que
suelen expresarse como 'todo evento tiene su causa' y 'las mismas
causas producen los mismos efectos'.
Suscribir el prim er principio no es com prom eterse a la opinión
de que las leyes científicas son de la forma 'tal y tal cosa causa tal
y tal cosa', sino m eramente pensar los constitutivos físicos del m un­
do en una esencial acción recíproca entre ellos. Puede ser útil descri­
bir la relación de interacción como 'interna' a los objetos relaciona­
dos, m ientras que describimos las relaciones espaciales de los
objetos como 'externas' a éstos. Que mi cortaplum as esté en mi bolsi­
llo o sobre la mesa, frente a mí, no afecta a la naturaleza de mi corta­
plumas. Las relaciones espaciales de éste pueden cam biar sin que
cambie él mismo. Pero, del mismo modo que si Pedro tiene un m etro
ochenta de estatura y Juan tiene un m etro sesenta, Pedro no pue-

184
lie por menos de ser más alto que Juan a causa de la estatura de
flmfcos, análogamente, las cosas se encuentran entre sí en relaciones
Causales por las propiedades que diversamente poseen. Para un cu-
chillo, ser agudo es poseer una propiedad significativa para su capa­
cidad de interacción con otras cosas: puede cortar la m adera porque
es agudo. Pensamos las cosas físicas como eficaces causalmente en
si mismas y como capaces de interacción. En palabras de Locke,
«las fuerzas [constituyen] una gran parte de nuestras ideas com­
plejas de sustancias». Pero, además, si las relaciones causales en que
un cuerpo A se encuentra con otro cuerpo B son 'internam ente re­
lativas' a las propiedades que A posee en sí mismo, entonces cual­
quier cuerpo que posea esas mismas cualidades debe actuar del
mismo modo sobre otros cuerpos cualitativamente idénticos a B.
Reconocer el principio 'las mismas causas producen los mismos efec­
tos' es reconocer lo que quiere decir 'causa', y captar un elemento
del significado del enunciado «Todo evento tiene una causa».
Como ya hemos visto, adoptar una actitud de escepticismo ante
el principio 'las mismas causas producen los mismos efectos' sería
com prom eterse a adm itir que toda experimentación y todo intento de
estructurar proposiciones generales acerca del mundo son vanos.
Y eso puede llevarnos a sospechar que el principio se adopta simple­
m ente como un expediente para hacer posible la ciencia, y no por­
que sea aceptable en sí mismo. Pero me parece que no elegimos la
adopción de ese principio más de lo que elegimos ver el mundo como
consistente en cosas e interacción causal. Si estamos inclinados a po­
ner eso en duda debemos preguntarnos si, por ejemplo, podríamos
concebir un pedazo de plomo que en una ocasión se hundiera en el
agua y en otra ocasión flotase, aunque no se operase cambio alguno
en él y aunque el líquido tuviera el mismo análisis químico que la
m uestra de agua original.
El m undo físico es concebido por nosotros como un mundo de
interacción causal. El que así sea, ni se descubre empíricamente ni lo
prescribim os nosotros mismos como un expediente ideado para dar
respetabilidad a la ciencia. Pero, aunque parece que no podemos por
menos de pensar el mundo como uno en el que tiene vigencia el prin­
cipio 'las mismas causas producen los mismos efectos', no nos sen­
timos igualmente obligados a pensar que, de hecho, las mismas cau­
sas se presenten de nuevo, o que deba haber en el mundo cosas
num éricam ente diferentes que posean los mismos atributos. Es la ex­
periencia la que nos enseña que las cosas son suficientemente simi­
lares para que nos sea posible, sin artificialidad, agruparlas en espe­
cies naturales. Cuando los filósofos han dicho que la investigación

185
científica sólo es posible si la naturaleza es uniforme, han dejado a
veces de poner en claro que el segundo requisito —que en el mundo
hay cosas con los mismos atributos— no es un requisito preem pírico
de la ciencia. Puede decirse inteligiblemente que el principio de causa­
lidad es un presupuesto de la inducción. La uniform idad observable
de la naturaleza no lo es; aunque, indudablemente, un mundo cuyos
constitutivos no se agrupasen en especies sería un m undo acerca del
cual difícilmente podrían form ularse proposiciones generales.
Antes de considerar las hipótesis explicativas de la ciencia, sería
conveniente explicar por qué ha sido necesaria esa breve, pero con­
trovertida, discusión de la causalidad.
El principio Todo evento tiene una causa', con su colorario, 'Las
mismas causas producen los mismos efectos', subyace no solamen­
te a las proposiciones de la ciencia, sino tam bién a las proposiciones
generales del discurso ordinario. De no haber sido así, habría sido
posible om itir la discusión de las leyes de generalización científicas.
Pero generalizaciones de la vida ordinaria, del tipo de ’Las setas de
cierta clase son venenosas' o 'Los trenes tienden a retrasarse a causa
de la niebla' han de justificarse —o resultar injustificadas— del mis­
mo modo que 'El agua hierve a 100° centígrados'. Si alguna vez se ha
dado cuenta, completa y verdadera, de una situación, diciendo que
una determ inada persona sana enfermó por comer setas de una cier­
ta clase, estaría tan justificado afirm ar en general que las setas de
esa clase particular enferm an a las personas sanas como lo estaría
decir, después de un único experimento perfectam ente controlado,
que el agua hierve a 100° centígrados. Indudablem ente, es más posi­
ble equivocarse en el prim er caso que en el segundo. Las condiciones
en las que un hom bre se envenena por comer setas son más com­
plejas, y menos fáciles de establecer con certidum bre, que las con­
diciones en que se llevan a cabo algunos experimentos controlados
en el laboratorio. Eso hace que sea más fácil para nosotros erra r la
descripción en casos del prim er tipo. Tal vez el paciente tenía una
particular alergia a los hongos, tal vez tuvo im portancia el que las
setas que comió llevaran demasiado tiempo cortadas, o que hubieran
estado contenidas en un recipiente sucio, y así sucesivamente. Pero
si se dio un informe correcto y completo del caso original, su univer­
salización no supone ningún 'salto' injustificado de lo particular a lo
general. Así, un hom bre cauteloso puede no querer generalizar 'Las
setas (de esa clase) enferm aron a Juan' en 'Las setas (de esa clase)
enferm an a las personas sanas', porque, sin un mayor conocimiento
de las circunstancias del que él tiene, le falta confianza en que la
enunciación original, aunque satisfactoria para propósitos ordina-

186
Iflos, sea completa y exacta. Desde luego, no se pretende que poda-
píos siem pre pasar justificadam ente de proposiciones sobre indivi­
d u o s a proposiciones sobre totalidades. Que algunos profesores sean
distraídos no puede ser en modo alguno todo cuanto necesitamos sa­
ber para afirm ar que todos los profesores lo son. Pero, si se acepta
la validez del principio de causalidad, y si es verdad que a una pre­
sión barom étrica de 76,2 cm una m uestra de agua hierve a 100° cen­
tígrados, entonces es lógicamente necesario que, a una presión ba­
rom étrica de 76,2 cm, cualquier otra m uestra de agua hervirá a la
misma tem peratura.

Hipótesis explicativas

M ientras pensemos que el hom bre de ciencia se lim ita a pro­


poner generalizaciones, es natural que nos preguntemos qué justifi­
cación tiene para afirm ar sus conclusiones. Pero esa pregunta deja
de ser adecuada si las proposiciones científicas expresadas por el
hom bre de ciencia son hipótesis explicativas. Si un médico ve que
su paciente tiene una tem peratura elevada, puede preguntarse si
(o conjeturar que) sufre de una afección de garganta. No necesita
proporcionar justificación alguna para hacer semejante hipótesis.
Solamente puede pedírsenos con sensatez que justifiquem os nuestras
pretensiones cuando vamos más allá de las conjeturas y afirmamos
que las explicaciones que hemos sugerido son verdaderas. Carece de
todo sentido preguntar qué derecho lógico asistía a sir Ronald Ross
y sus predecesores italianos para sugerir que la m alaria es transm iti­
da por m osquitos anofeles. La pregunta sólo debe hacerse más tarde,
cuando el científico no se lim ita a entregarse a su hipótesis, sino que
además afirm a que ésta es una ley.
Consideremos qué respuesta nos satisfaría entonces. En prim er
lugar, necesitaríam os que se nos m ostrase que si la hipótesis juera
correcta, sus consecuencias serían exactamente lo que observamos
que en realidad ocurre: en el ejemplo citado, que todos los enfer­
mos de m alaria examinados se comprobase que habían sido picados
por un m osquito anofeles. En segundo lugar, consideraríam os que
la teoría sería vigorizada por un experimento controlado; por ejem­
plo, si se hiciese que m osquitos anofeles que hubieran picado a pa­
cientes de m alaria picasen luego a sujetos sanos que no hubiesen
estado expuestos a otras posibles fuentes de infección (donde por
'fuentes posibles' entendemos aquello que otras teorías sobre la
transm isión de la enferm edad sostienen que son las fuentes de la in­

187
fección), y si los sujetos anteriorm ente sanos contrajesen la enfer­
medad. Si la hipótesis original consistiera en que solamente los mos­
quitos anofeles transm iten la enfermedad, se necesitarían además
nuevas pruebas que estableciesen la falsedad de la teoría de que ha­
bía otras fuentes de infección.
Está claro que las hipótesis científicas son susceptibles de con­
firmación directa en grados distintos y variables. Así, puede ser posi­
ble verificar por observación directa que el organismo de la m alaria
entró en la corriente sanguínea de un paciente a través de la picadu­
ra de un mosquito. Sem ejantem ente, la teoría de un detective de que
un sujeto particular era un ladrón, podría ser confirm ada directa­
m ente si se encontrase un testigo de vista o si el acusado confesase.
Por el contrario, por detalladas que puedan ser nuestras investiga­
ciones, teorías físicas tales como la ley de la gravitación o la ley de
inercia parecen escapar siem pre a la confirmación directa. El físico
no puede llegar a un punto en el que tenga derecho a decir: «Ahora
podemos ver que ese cuerpo atrae a ese otro en la razón prescrita en
la ley de gravitación». No puede cegarse la laguna que hay entre la
teoría y la observación. Además, ninguna teoría científica general
puede ser nunca probada. Si P es una hipótesis dada, y Q las con­
secuencias que se darían si la hipótesis fuera verdadera, el científico
tendrá derecho a afirm ar 'Si P, Q \ y tam bién 'Q'. Pero eso, desde
luego, no le autoriza a inferir la verdad de P. Eso únicam ente sería
posible si estuviéramos en situación de afirm ar 'Si, y sólo si, P, Q';
y ésa es la proposición que hay que probar. Por muy enteram ente
que trate de elim inar todas las otras hipótesis opuestas a la suya que
puedan presentarse para explicar los mismos hechos, no hay modo
alguno de garantizar que un científico pensará en todas las posibi­
lidades y las agotará por completo.
Pero no hemos enumerado todas las m aneras de vigorizar una
teoría. Quizás en particular cuando las teorías no pueden fácilmente
ser confirmadas m ediante experimentos controlados, el hom bre de
ciencia puede dar más fuerza a su posición m ostrándo que su teoría
es de un tipo sim ilar a otras teorías sobre m aterias afines, que, in­
dependientemente, hayan sido consideradas aceptables. Así, la teo­
ría, de que la fiebre am arilla es transm itida por una picadura de in­
secto se encontraría en general más aceptable una vez hubiese acuer­
do en que la m alaria era transm itida de un modo similar. Podemos
decir, más en general, que cuanto más sencilla es una teoría y cuanto
m ás limpiamente puede ponerse de manifiesto que encuentra un
lugar en el cuadro de un sistem a teórico unificado que cubra un am­
plio campo de fenómenos, tanto m ás aceptable es.

188
La investigación científica tiene su principio en la suposición de
que el universo está ordenado, pues preguntar por la explicación
de determ inados fenómenos es preguntar por la ley que éstos ejem­
plifican. No es que descubramos que el universo es inteligible, en el
Sentido de que funciona de acuerdo con leyes, sino que, suponiendo
que lo es, tratam os de descubrir cuáles son esas leyes. Hacemos una
suposición análoga siempre que preguntamos por explicaciones: del
mal hum or de Juan, del relámpago en el horizonte, del sentido de
un pasaje difícil de un autor latino; porque suponemos que algo o
alguien pone de mal hum or a Juan, que el relámpago tiene una cau­
sa, que las palabras no son un amasijo casual de letras, sino que
el escritor intenta expresar por medio de ellas un significado. Así
pues, como cosas y eventos son inteligibles en la medida en que pue­
den ser puestas en form a de leyes, no es sorprendente que nuestra
buena disposición a aceptar como verdadera una proposición sea
directam ente proporcional a la medida en que esa proposición nos
parezca inteligible. Al concebir la hipótesis de la gravitación, New-
ton m ostró los movimientos del sol y los planetas como explicables
dentro de un sistema de leyes. Al poner de manifiesto que era inteli­
gible que el sol saliera m añana (o cualquier otro día), nos dio una
buena razón para predecir su salida. Así, siempre que pidamos expli­
caciones de fenómenos, nos comprometemos a ver el mundo como un
sistem a ordenado y a aceptar como razonables aquellas predicciones
que están de acuerdo con principios de orden no desmentidos por la
experiencia y con los que son compatibles los fenómenos observados.
El hipotético sistema ordenado puede ser equivocado, como lo fue,
por ejemplo, el sistema astronómico de Tolomeo. Aun así, antes de
que se hiciesen observaciones que lo hicieran aparecer falso, habría
sido irrazonable e injustificable hacer predicciones astronómicas que
no fuesen consecuentes con la aceptación de aquél, m ientras no pu­
dieran ser consecuentes con alguna otra teoría igualmente compren­
siva y que fuese coherente, no sólo en sí mismo, sino tam bién con los
hechos observados.
Cuando comparamos el procedimiento y los métodos de la inves­
tigación científica con la lógica formal deductiva, es comprensible
que nos sintamos insatisfechos ante la relativa vaguedad de los cri­
terios m ediante los cuales juzgamos la aceptabilidad de las hipótesis
y las proposiciones generales de la ciencia, y la razonabilidad de las
predicciones científicas. Podemos com probar la pretensión de que
una argum entación dada es deductivamente válida haciendo uso de
tablas veritativas, de las reglas del silogismo, o de otros estrictos mé­
todos de prueba ideados por los lógicos. Podemos probar que es ver­

189
dadera, o que es falsa. Pero la única relación lógica en que se encuen­
tra una hipótesis satisfactoria con los hechos que pretende explicar es
la de simple compatibilidad. Y aunque han sido ideadas comprobacio­
nes deductivas de la compatibilidad, su función es negativa. En el
m ejor caso, podemos poner de manifiesto que la hipótesis que hay
que com probar puede ser verdadera. Pero no disponemos de la prue­
ba de que una hipótesis general dada es verdadera. En realidad,
cuando nos enfrentam os con dos hipótesis tales que ambas son co­
herentes, tienen el mismo alcance y son compatibles con todos los
hechos observados, no hay regla alguna a la que podamos apelar
para decidir entre ellas o para perm anecer escépticos y rechazar una
y otra. Es verdad que preferim os la teoría más simple a la más com­
pleja, dado que satisfaga las demás condiciones, pero, en definitiva,
nuestra preferencia parece determ inada por una 'corazonada' de que
una de las hipótesis 'suena' a acertada y la otra a equivocada. Los
hom bres de ciencia utilizan a veces la palabra 'elegante' para caracte­
rizar las buenas hipótesis, pero no es posible expresar ese requisito
en térm inos concretos inequívocos.
La breve presentación que he ofrecido del procedimiento cientí­
fico y de la justificación del hom bre de ciencia al pretender la con­
sideración de verdaderas para sus hipótesis es discutible y unilate­
ral, y la áfirmación de que el orden de la naturaleza que presupone la
investigación científica es causal, sería rechazada, como ingenua y
anticuada, por muchos científicos y filósofos. Nada he dicho del
'instrum entalism o', es decir, la opinión según la cual las hipótesis
científicas deben pensarse no como verdaderas o falsas, sino como
más o menos convenientes estructuras conceptuales dentro de las
cuales se pueden ver los hechos a investigar. Está claro, también, que
mi presentación ha sido excesivamente simplificada. Y, además, la
distinción que he trazado entre 'leyes de generalización' y 'leyes de
explicación' es una distinción de profano, y no de hom bre de ciencia,
y no estaría mal que nos recordáram os sus rasgos comunes a la vez
que sus diferencias.
Debe reconocerse que la intuición se revela tanto en las proposi­
ciones generales aparentem ente concretas del hom bre de ciencia
como en sus hipótesis más obviamente explicativas. Cuando tra ta ­
mos de reunir las piezas de un rompecabezas, 'vemos' a veces de
pronto una determ inada pieza a una nueva luz. Tal vez la hemos
estado viendo cabeza abajo, o la hemos identificado erróneam ente
como parte del cielo en vez de como parte del m ar. Súbitam ente en­
cuentra su lugar. Los hechos que el hom bre de ciencia se dispone a
explicar son en cierto aspecto semejantes a las piezas de un rom ­

190
pecabezas. AI traducir en proposiciones los escurridizos eventos,
objetos o procesos 'dados1, es decir, al describirlos y registrarlos, el
hom bre de ciencia los interpreta dentro de la estructura conceptual
de un sistema. El lenguaje en el que registra su labor está cargado de
teoría, y en él las descripciones son al mismo tiempo interpreta­
ciones. H ablar de 'un objeto hueco, aproxim adam ente semiesférico,
hecho de fibra y m etal' puede ser en algún contexto menos ilumina­
dor y menos apropiado a nuestros intereses que llam arle un 'casco
protector'. Si, en vez de decir «Una manzana cae al suelo», dijéra­
mos «Un cuerpo suelto, más pesado que el aire, cae al suelo», regis­
traríam os la m ism a circunstancia a una luz diferente, a una luz que
resulta realm ente ilum inadora en el contexto de la teoría física. Es
esa característica de ser sistem áticam ente ilum inadoras lo que todas
las proposiciones de la ciencia tienen en común y lo que les distingue
de las generalizaciones de la vida ordinaria. Una buena proposición
general científica, sea explicativa o descriptiva, está estructurada en
un lenguaje que es científicam ente significativo y que es fecundo
eh sugerir métodos o líneas de investigación.
La tarea del hom bre de ciencia no se reduce a la formulación
de hipótesis explicativas y otras proposiciones generales sistem á­
ticamente iluminadoras. La m ayor parte de su tiempo está, sin duda,
consagrada a la interpretación y elaboración de problem as a la luz
de los ya propuestos, a idear técnicas experimentales y operar con
ellas, a reunir y organizar nuevo m aterial empírico, a aplicar las
conclusiones de la ciencia pura a problemas prácticos. Pero si deja­
mos a un lado la parte desem peñada por las conjeturas imaginativas
y creadoras, esas operaciones no parecen exigir otros tipos de razo­
nam iento distintos de los que nos han hecho fam iliares la m atem á­
tica y la lógica formal. Aplicar teorías a casos particulares y esta­
blecer la interrelación de teorías dentro de un sistem a único son
operaciones que exigen un rigor lógico estricto. En realidad, la
función de una buena teoría científica es representar los problemas
investigados de un modo tal que puedan ser tratados como proble­
mas de m atem áticas o de lógica formal. Así, J. W. L. Glaisher, al
hablar de la hipótesis newtoniana de que una esfera de m ateria gravi-
tatoria atrae a los cuerpos exteriores como si toda su m asa estu­
viera concentrada en su centro, dice: «Ahora estaba en su poder
aplicar el análisis m atemático, con absoluta precisión, a los pro­
blemas reales de la astronomía».1 No se pretende, no obstante, que,
después de form ular sus hipótesis, el hom bre de ciencia se desvíe

1 Citado por W. C. D a m p ie r , History of Science, 10.“ edición, p. 153.

191
hacia un modo de razonar puram ente deductivo. La conjetura imagi­
nativa y creadora, que es esencialmente en lo que consiste el pensar
inductivo, se necesita a cada paso en las investigaciones de la ciencia
y en toda otra disciplina. A menudo, para que el científico aciérte
con el modo de com probar una teoría, se requiere tanta originali­
dad especulativa como para form ular aquella teoría por prim era vez.
El pensar inductivo no es una prerrogativa del hom bre de
ciencia. Pensamos inductivam ente siempre que buscamos una explica­
ción. Y, como buscar una explicación es presum ir que, en principio,
es posible darla, siempre que buscamos una explicación presupone­
mos que lo que se investiga pertenece a un orden inteligible. Ese
orden no necesita ser causal. Si un sospechoso contesta evasiva­
m ente a las preguntas de un policía, y éste conjetura que su hom bre
está al acecho de una oportunidad favorable para asaltar una joyería,
el policía piensa inductivamente, y el orden que presupone su hipó­
tesis no es el de las causas eficientes, sino el de los propósitos o fina­
lidades. Es decir, el policía da por supuesto que su hom bre tiene
alguna razón para contestarle evasivamente, y especula acerca de
cuál pueda ser esa razón. Si se pide a un estudiante que deduzca una
ley lógica a p a rtir de axiomas dados, piensa inductivam ente cuando
tra ta de reconstruir los pasos válidos interm edios que separan la
conclusión de sus principios. En este caso, el orden que se presupone
es lógico.

El lenguaje de la inducción

Tal vez lo que más ha contribuido a oscurecer la diferencia en­


tre el pensar deductivo y el inductivo haya sido, para valernos de una
frase del profesor Gilbert Ryle, la 'ambigüedad sistem ática' del
lenguaje de la inducción. El vocabulario de la deducción fue pronto
absorbido por el lenguaje ordinario. El uso de palabras tales como
'prem isas', 'inferir', 'conclusión', no hace presum ir que el que se
vale de ellas sea un estudiante de lógica formal. Pero no disponemos
de un vocabulario separado en el que expresar el análisis del pensa­
miento inductivo. Ante esa deficiencia, los filósofos, consciente o
inconscientemente, tomaron el camino más cómodo y aprovecharon
para un doble uso el lenguaje de la deducción. Cuando argum enta­
mos deductivamente, inferimos conclusiones a p artir de premisas.
Similarmente, cuando 'inducimos' nos movemos desde hechos ob­
servados hacia teorías o proposiciones generales. ¿Cómo llam ar a
ese movimiento? Nada más natural que utilizar, a falta de otra, la

192
!|>alabra ’inferir'. De hecho, en el lenguaje ordinario la palabra 'infe-
rirV se usa más comúnm ente para denotar un movimiento inductivo
qué un movimiento deductivo. Pero, desde el momento en que la mis­
ma palabra tiene dos funciones, se hace tam bién natural que llegue­
mos a pensar que las funciones mismas son, si no idénticas, al me­
nos muy semejantes. Así, nos inclinamos a decir que, m ientras que
en una argum entación deductiva las prem isas llevan consigo la con­
clusión, en una argum entación inductiva las prem isas ofrecen o
proporcionan una buena base para (o hacen probable) la conclusión.
Ahí vemos cómo, del mismo modo que en la lógica deductiva
a la inferencia válida (un evento m ental) corresponde la relación
lógica objetiva de vinculación entre prem isas y conclusiones, se supo­
ne una paralela relación lógica inductiva (la de 'servir de base',
'fundam entar' o 'hacer probable') entre las 'prem isas' y la 'conclu­
sión' de una inducción legítima. Casi los únicos térm inos que no
tienen una función dual son 'válido' y 'llevar consigo'. Incluso la pala­
bra 'deducción' se utiliza para denotar el acto característico de la
inducción, la formulación de hipótesis. Así, en la obra de Conan Doy-
le, y tantas otras novelas policíacas, donde la ’capacidad de deduc­
ción' suele ser el talento para las conjeturas o teorías explicativas de
los correspondientes detectives-héroes, Sherlock Holmes y progenie.
De hecho, muchos de nosotros hemos conocido por prim era vez la
palabra 'deducción' en esas novelas.
El nocivo efecto de esa extensión del uso del vocabulario de la
lógica formal ha consistido en llevarnos a suponer que hay dos espe­
cies de inferencia, dos especies de premisas, dos especies de conclu­
siones, dos especies de razonamiento o argumentación: la inductiva
y la deductiva. Pero no las hay. Hay dos sentidos de 'inferir', dos
sentidos de 'prem isas', dos sentidos de 'conclusión', pero una sola
especie de razonamiento o argumentación, a saber: la deductiva. Si
Juan entra goteando agua en mi habitación, yo puedo decir: «Infie­
ro que te ha cogido la lluvia», y el carácter obvio de esta sugerencia
puede hacernos creer erróneam ente que, en un sentido amplio, se
sigue del hecho (o proposición verdadera) de que Juan estaba todo
mojado. Pero el hecho de que Juan estuviera m ojado no sólo no lleva
consigo una conclusión, sino que no 'lleva' en absoluto ninguna direc­
ción; es simplemente un hecho que hay que explicar. Puede 'provo­
car’ que yo me pregunte: «¿Por qué está m ojado Juan?», pero no su­
giere en modo alguno una respuesta. La 'conclusión' (inductiva) es
la hipótesis sugerida por mí (no por el hecho). Aun si tuviéramos que
conceder que el simple hecho de la repetición de acontecimientos
similares fuese bastante para provocar mi generalización, los acon­

193
tecimientos repetidos sólo podrían llam arse 'prem isas' de un modo
desorientador. En el m ejor caso, son la ocasión de que yo vea la po­
sibilidad de que las repeticiones continúen indefinidamente. La se­
cuencia del pensam iento es esencialmente sem ejante a la de un gran
científico al que una única observación significativa hace saltar has­
ta la form ulación de una hipótesis ilum inadora. No es difícil ver
por qué es equivocada la opinión de que hay argum entaciones induc­
tivas y razonamiento inductivo. La formulación de una teoría no pro­
cede paso a paso, sino por relámpagos de intuición (o seudointui-
ción). El razonamiento es cálculo, y cuando hacemos conjeturas no
calculamos. La argum entación viene más tarde cuando procuram os
establecer que nuestras conjeturas son compatibles con los hechos
conocidos, o que son más simples y coherentes que otras con un
cuadro teórico general, etc. Pero eso es ya deductivo.
Si la lógica no es el estudio del pensar, sino, como yo he supues­
to, el estudio form al de las relaciones de necesidad lógica que pue­
den darse entre aquello que es pensado —hechos y proposiciones—,
entonces el estudio de la form ulación de hipótesis y proposiciones
generales, de la inferencia en el sentido inductivo del térm ino, no es,
estrictam ente, parte de la lógica. Ese pensar no obedece a reglas. La
originalidad creadora desplegada por un científico cuando ve fenó­
menos a una nueva luz no sigue sendas objetivas de razonamiento.
No hay un método de descubrim iento que la lógica deba exponer.
Bibliografia

O bras g e n e ra les

E a t o n , R. M., General Logic, Nueva York, 1961.


J o s e p h , H. W. B., Introduction to Logic, 2.' ed., Oxford, 1916.
S t r a w s o n , P. F., Introduction to Logical Theory, Londres, 1952.

El primero de los libros citados es una de las mejores obras generales


sobre la lógica, tradicional y moderna. El segundo es una útil fuente para la
lógica tradicional y la historia de las teorías de la inducción. El tercero es una
exposición muy estrictamente argumentada de la teoría lógica desde el punto
de vista del empirismo moderno y la filosofía del lenguaje ordinario.

Otras obras

F rege , G., Philosophical Writings of Gottlob Frege (traducción inglesa de


Geach y Black), Oxford, 1952.
— «The Thought a logical enquiry» (tr. ingl. Quinton), Mind, 1956.
L u k a s ie w ic z , J., Aristotle's Syllogistic, Oxford, 1951.
P r i o r , A. N., Formal Logic, Oxford, 1955.
Q u i n e , W. V., Methods of Logic, Londres, 1952.
R u s s e l l , B., Introduction to Mathematical Philosophy, Londres, 1919.

En las obras de Russell y Frege se encontrarán algunas de las ideas más fe­
cundas en el desarrollo de la lógica. Lukasiewicz hace una nueva presentación de
la lógica de los Analytica Priora de Aristóteles, desde el punto de vista de la
lógica moderna. Quine hace una presentación vivida y original de la moder­
na lógica formal. El libro de Prior es un examen académico de sistemas lógicos.

195
Inducción y m étodo científico

K neale , W. C., Probability and Induction, Oxford, 1949.


P o p p e r , K. R., The Logic of Scientific Discovery, Londres, 1956.
T o u l m i n , S t e p h e n , The Philosophy of Science, Londres, 1953.

Otros dos libros pueden mencionarse:

B a s s o n , A., y O 'C o n n o r , D. J., Introduction to Symbolic Logic, 3.a edición,


Londres, 1959.
P assm o re, J o h n , A Hundred Years of Philosophy, Londres, 1959.
Indice de nombres

A r is tó te le s ,5, 27-29, 40, 42, 44-46, N owell-Sm ith , P. H., 7


50,52,72,77,80,150
A y e r , A. J., 166 Pap, A., 166
Paton, H. J., 6
Dampier, W. C., 191 Peano, 81
Eaton, R. M., 43,52,75 Quine, W. V., 70
E wing, A. C., 166
Ross, Ronald, 187
F rege, 81,110,111 Russell, 44, 59, 75, 81-84, 87-89, 98,
183
Glaisher, J. W. L., 191 Ryle, Gilbert, 192
H inton, J. M., 7 S chlick, M., 166
H ume, 182 S heffer, 53
S tebbing, L. S., 33
K a n t, 77,149,150,164-166,169 S trawson, P. F., 7, 75, 90, 102, 112,
125, 127, 132-136, 138, 157, 161, 162
Lemmon, E. J.,7 S tuart Mill, John, 181
Locke, John, 149,185
Lukasiewicz, 46, 50,72 T olomeo, 189
Meinong, 83 Waismann, F., 166,168,169
W hitehead, 44,59,98
N ewton, 182 Wordsworth, 105,106
nueva
colección
labor
obras
publicadas

H. Laborlt 1del sol al hombre


Bernard Voyenne 2 historia de la idea europea
Ludovlco Geymonat 3 filosofía y filosofía de la ciencia
Peter Mlchelmore 4 einstein, perfil de un hombre
Juan-Eduardo Clrlot 5 el espíritu abstracto
Margherlta Hack 6 el universo
M. I. Flnley 7 los griegos de la antigüedad
Arthur Klein 8 masersy lasers
R. Furon 9 la distribución de los seres
Jean Le Floc’hmoan 10 la génesis de los deportes
PaoloRossl 11 los filósofos y las máquinas
Louis L. Snyder 12 el mundo del siglo XX (1900-1950)
G. B. Rlchardson 13 teoría económica
Jean Gulchard-Melll 14 cómo mirar la pintura
Eduardo Ripoll Perelló 15 historia del próximo oriente
Emrys Jones 16 geografía humana
Albín Lesky 17 la tragedia griega
A. Laffay 18 lógica del cine
Siegfried Wlechowskl 19 historia del átomo
Charles Werner 20 la filosofía griega
Aurel David 21 la cibernética y lo humano
JanVansIna 22 la tradición oral
H.yG.Termler 23 trama geológica de la historia humana
Claude Cuénot 24 teilhard de chardin
JuanVernet 25 literatura árabe
Glllo Dorfles 26 últimas tendencias del arte de hoy
C. F. von Weizsäcker 27 la importancia de la ciencia
Albert Ducrocq 28 la aventura del cosmos
Plerre Massé 29 el plan o el antiazar
Serge Ufar 30 la danza
W. F. Hllton 31 satélites artificiales
Silvio Zavattl 32 el polo ártico
»0 ■^ *s »*'

Roy MacGregor-Hastie 33 mao tse-tung


Pierrette Sartin 34 la promoción de la mujer
J. M. Millás Vaüicrosa 35 literatura hebraicoespañola
GinaPischel 36 breve historia del arte chino
Antonio Ribera 37 la exploración submarina
Dr. Pierre Vachet 38 las enfermedades de la vida moderna
J. A. V. Butler 39 la vida de la célula
Paul Roubiczek 40 el existencialismo
Gaetano Righi 41 historia de la filología clásica
Silvio Zavatti 42 el polo antàrtico
M. Gauffreteau-Sévy 43 hieronymus bosch “el bosco”
Pierre Idiart 44 la cantidad humana
Victor d’Ors 45 arquitectura y humanismo
Vladimir Kourganoff 46 introducción a la teoria de la
relatividad
Henry B. Veatch 47 ética del ser racional
M. Crusafont Pairó 48 el fenómeno vital
P. Bourdieu y J.C.Passeron 49 los estudiantes y la cultura
W. H.Thorpe 50 ciencia, hombre y moral
Stephen Clissold 51 perfil cultural de latinoamérica
R. Harré 52 introducción a la lógica de las ciencias
RenéTaton 53 causalidad y accidentalidad de los
descubrimientos científicos
François Châtelet 54 el pensamiento de platón
LuisM.Llubiá 55 cerámica medieval española
Manuel Cruells 56 los movimientos sociales en la era
industrial
Agustín del Saz 57 teatro social hispanoamericano
W. M. Watt 58 mahoma, profeta y hombre de estado
Jean Piveteau 59 de los primeros vertebrados al hombre
David Thomson 60 las ideas políticas
MaryWamock 61 ética contemporánea
René Bissiéres 62 la búsqueda de la verdad
Charles Chassé 63 gauguin sin leyendas
Glyn Daniel 64 el concepto de prehistoria
F. Garrido Pallardó 65 los orígenes del romanticismo
Walter W. Heller 66 nuevas dimensiones de la economía política
E. B. Ford 67 mendelismo y evolución
H. D. Lewis y R. L. Slater 68 religiones orientales y cristianismo
Stephen H. Dole 69 planetas habitables
Jean Laude 70 las artes del áfrica negra
Douglas Pike 71 australia, continente tranquilo
S. M. Weinstein y A. Keim 72 principios básicos de los computadores
N. E. Christensen 73 sobre la naturaleza del significado
Maurice Aubert 74 el cultivo del océano
C. Rodríguez-Aguilera 75 picasso 85
Clara Malraux 76 la civilización del kibbuts
Antonio F. Molina 77 la generación del 98
John Cohén 78 introducción a la psicología
Harry G. Johnson 79 la economia mundial en la encrucijada
Bruno Munarl 80 el arte como oficio
Santiago Genovés 81 el hombre entre la guerra y la paz
F. R. Jevons 82 el secreto bioquímico de la vida
Suzanne Demarquez 83 manuel de falla
Max Born 84 la responsabilidad del científico
Carlos Miralles 85 la novela en la antigüedad clásica
Gilo Dorfles 86 el diseño industrial y su estética
Norman J. G. Pounds 87 geografía del hierro y el acero
Georges Olivier 88 el hombre y la evolución
J. G. Peristlany 89 el concepto del honor en la
sociedad mediterránea
David Mltchel 90 introducción a la lógica

otros volúmenes en preparación

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