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R 4 GUZMAN Dialéctico, Orgánico, Cíclico, FO FC. La Condición Romántica 2017 PDF
R 4 GUZMAN Dialéctico, Orgánico, Cíclico, FO FC. La Condición Romántica 2017 PDF
Se analizarán ahora varios aspectos atinentes a la forma, entendida tanto como una
posible esquematización, escansión y agrupamiento de segmentos de diverso orden y
extensión, como a procedimientos compositivos de mayor alcance. Ambas perspectivas
se conectan con niveles de implicación ideológica, y revelan por tanto, condiciones
epocales y estilísticas.
Los estudios de la forma en música son recientes. La procesualidad de la historia,
sistematizada en el siglo XIX, revela un impacto hacia todos los discursos posibles.
Éstos se admiten fuertemente impelidos por la fuerza del progreso, la evolución y el
desarrollo. No es casual entonces, que las indagaciones teóricas de la forma musical se
vinculen con la elaboración de las ideas, la plasmación de narratividades y la
recuperación de determinados núcleos temáticos a lo largo de una posible linealidad
funcional, otorgante de unidad y comprensibilidad. La dimensión diacrónica fue la
priorizada para verificar estos mecanismos.
Un primer hecho que parece interesante y pertinente de señalar es (en especial para
nuestro período) el de la consideración del Sistema Tonal como un factible y eficiente
“creador” de unidades narrativas de mayor o menor límite y complejidad, tal como lo
fuera la Modalidad y el contrapunto para los diferentes estilos y escuelas renacentistas.
Esta particularidad inicialmente atinente a la intrínseca dimensión temporal de la música
(pero acrisolada igualmente en las condiciones constructivas de otros lenguajes
artísticos de la Modernidad), potenciará un arte con altas posibilidades de producir
discursos narrativos y descriptivos, los que cobrarán en el Romanticismo un
característico tratamiento y expansión. Dicha situación es comprobable obviamente en
la literatura, en la ópera, en los espacios plásticos de la pintura y escultura, con sus
temáticas históricas de la antigüedad clásica o la historia reciente, casi documental en el
tratamiento de sus diversos temas, anécdotas y planteos.
Pero es en la música sin texto (a partir justamente de las posibilidades que produce el
Sistema Tonal - Formal con sus elementos especializados sintácticamente: secuencias
armónicas, cadencias, modulaciones, introducción, tema, puente, coda, exposición,
desarrollo, etc.), donde con inusitado vigor se concretarán dichos intereses de manera
satisfactoria.
De este modo se establece una autonomía respecto de la palabra o la imagen visual, de
tanta o mayor fuerza comunicativa (al menos tal como sus propios creadores lo
consagraban) que la verificada en aquéllas. Estas narratividades operarán tanto en la
macro como en la micro forma y se formularán a través de las estructuras estandarizadas
recién consignadas.
Lo peculiar es que estas unidades constructivas, presentes con funcionamientos
equivalentes en el Barroco o en el Clasicismo, se revestirán durante el siglo XIX de
nuevos contenidos emocionales o “simbólicos”, y aun más, se identificarán o
transparentarán como poseedoras de una significatividad extramusical, representando
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A partir de los avances científicos y matemáticos, con fuertes resonancias en las artes,
puede decirse que la noción de traslación inercial, presente en los diversos discursos y
textos de la época barroca, constituye el aspecto más significativo del período, en
cuanto a ideación estructural de movimiento espacial y temporal. La ciencia ha
demostrado que el mundo y el universo están en movimiento, que éste responde a leyes
universales, y que dicho movimiento afecta a todas las cosas y les imprime una energía
cinética que es por un lado matemáticamente mensurable, tendiente hacia un
determinado y específico punto, y por otro, inevitable y totalizante.
La emergencia de materiales impelidos a “puntos de fuga” marcados y señalados por
vectores diferenciados según diferentes dominios: el yo relatante de la literatura en
prosa o en verso, la perspectiva en las artes visuales y la tonalidad en la música, se
prescriben como factores inherentes y necesarios al funcionamiento de cualquier
proceso compositivo, concordante con el modelo pautado por la nueva ciencia.
Del mismo modo el sentido “indivisible” de obra de arte, visualizado por los afanes
permanentes de otorgar a ésta la coherencia, cohesión y otros aspectos concordantes al
criterio básico de unidad y textualidad entre materia y sentido, definen también la
voluntad estética de este período, el que por otro lado será compartido por toda la
Modernidad.
En el Barroco, la forma musical será antes que nada un motor “hacia”, un conjunto de
acciones vectoriales (con ciertos aspectos temáticos recortados) que la modulación, la
variación y la repetición propulsan a un permanente “hacia adelante”. Este movimiento
se verificará por medio de procedimientos en los que puede inferirse un mecanicismo
generalizado, ya sea por la repetición variada (fortspinnung), o por la aplicación de una
continua autogeneración de elementos y acontecimientos, de los cuales la Teoría de los
Afectos se hará cargo (Kühn, 1992).
Los conceptos reexpositivos, al menos en la música instrumental de cámara o
concertante, no son tan evidentes, y los “retornos” se observan fundamentalmente en
una recuperación tonal antes que temática.
La predilección por la monodía acompañada y por una rítmica, (si bien más variada que
en el Barroco en cuanto a sus grupos rítmicos) aglutinada en una isócrona noción de
metro regular, contribuye a esta nueva “sencillez”.
Cuando se habla de forma, principio o procedimiento dialéctico se promueve la
comprensión de una analogía con el pensamiento de esta naturaleza.
En base a ello, un determinado material y proceso formal (luego de variadas peripecias
elaborativas), tiende a un restablecimiento, reconciliación o intento de redefinir sus
identidades y premisas principales, por medio de un “retorno” de lo escuchado, de una
vuelta de sus elementos materiales y formales (no sólo a nivel armónico, sino también
temático), a fin de lograr un equilibrio cerrado y causal, de algún modo irreversible por
su teleología, pero paradójicamente reversible en tanto que la “consecuencia” final
deviene especularmente de la “causa” o premisa inicial.
La forma sonata vendrá a cumplir ejemplarmente este derrotero, por medio de una
estructura musical narrativa que, desde el manejo que realiza el compositor de las
unidades formales antes mencionadas, permite una continua “polémica” o “diálogo”,
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un alcance que cubre todos los elementos involucrados, y con equivalente eficacia para
cada uno de los mismos, centralmente armónicos y melódicos.
“La naturaleza hacia la que se volvieron los románticos no era la naturaleza con un
ordenamiento fijo, racional y jerárquico como antaño, sino la naturaleza de cambio y
crecimiento, de desarrollo y apertura. El concepto central de esta visión romántica de la
naturaleza era la metáfora del organicismo.”
(L. Meyer: El Estilo en la Música, pag. 291).
El arte como imitación de la naturaleza, se suscribe así, a partir del siglo XIX con una
nueva mirada y un nuevo desafío
No sería ya el respeto de sus principio matemáticos como en el Barroco, ni la
espontaneidad y la sensibilidad, como en el Clasicismo.
De hecho, el concepto de imitación también se pone en tela de juicio, toda vez que el
mismo implica un inherente criterio de sumisión y respeto a ciertos elementos previos,
modélicos y prescriptivos. Este tema se tratará extensamente en la Segunda Parte.
La imitación romántica, será en todo caso y como se verá más adelante, la fidelidad a
los sentimientos propios, la imitación de la naturaleza afectiva y racional del creador.
Pero la naturaleza exterior, biológica, erótica, voluptuosa y envolvente, será también
modelizada. En primer término como aspiración estética genérica; luego, como posible
imitación de sus rasgos externos y sensoriales: el movimiento, el bosque, el fuego, el
agua, el color, la tempestad.
Así como la regularidad de la lengua, en sus frases y axiomas lógicos, se establece en el
Clasicismo como modelo constructivo, la expansión del mundo visible o del sentimiento
“sin forma a priori”, conforman uno de los universos inspirativos del siglo XIX.
La naturalidad clásica es la de la sencillez, la parcelación equilibrada y simétrica, la
claridad y la belleza pura y transparente.
El Romanticismo apela a lo evasivo, lo ambiguo, lo expandido, lo extraño, lo diverso
concatenado y evolutivo, o bien, como ya se ha señalado, a la unidad más íntima.
La conocida unión de palabra y música encuentra en el Romanticismo y desde Rousseau
y Herder, una correspondencia más que prescriptiva en formas y géneros, atenta a
desarrollos semánticos, expresivos y expansivos.
Las formas orgánicas suelen presentar un material básico sin rasgos del todo definidos,
en lo que se refiere a sus atributos temáticos, melódicos, métricos o armónicos.
Ya en el comienzo pueden aparecer varios materiales diversos y magmáticos, en íntima
relación y apenas bosquejados, interconectados, incompletos o ambiguados.
El compositor inicia así una transformación o evolución de éstos, los que a lo largo de la
obra, o en todo caso de un movimiento (y movilizados por la armonía modulante, la
irregularidad de las frases y la ambigüedad métrica), sufren mutaciones y variaciones
que los convierten en “otra cosa”. El nuevo estado a menudo ya no remite al diseño
original: (algunos movimientos de los cuartetos tardíos beethovenianos, ciertas
introducciones de sinfonías tardías de Haydn, Polonesa Fantasía Op. 61 y Sonata para
Violoncello y Piano de Chopin, Dramas Musicales Wagnerianos y su principio
varacional aplicado en los leit motiven, Sinfonías Nºs. 1, 3, 5, 7, 8 y 9 de Mahler,
sinfonías de Jean Sibelius).
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Por ello, en el tránsito de obras tan fuertemente organicistas como la Tetralogía, las
propias de Liszt, R. Strauss, o el citado Mahler, suele sobrevolar una idea dialéctica de
amplio trazo y compensadora.
En términos técnicos, por ejemplo, la tonalidad fluctuante y progresiva de Mahler,
resulta anclada en las recuperaciones de lo temático, tal como ocurre en la 5ta. Sinfonía,
obra siempre mencionada por su novedoso plan tonal.
Idénticamente en los autores recién nombrados, la superestructura armónica intenta
reconciliar ciertos andamiajes macroformales, pese a que en sus extensos transcursos se
presenten desvíos y cambios rizomáticos
Si se defiende la noción por la cual la armonía funcional (como ordenadora horizontal y
vertical de los sonidos), es la mayor fuente de equilibrio, sistematicidad y garantía del
Sistema Tonal, es factible que su orden secreto y finalmente esencial recaiga en la
cualidad dialéctica de sus premisas. De esta manera todo proceso musical encarado,
que pretenda ser fiel a su más profunda convicción epistemológica, se fundaría en tal
procesualidad recuperadora. Por ende, la organicidad sería un procedimiento complejo,
cierto y convalidado, pero también díscolo, al establecer nuevos patrones de
construcción y dirección, peligrosos y paradójicamente autodestructivos.
Árbol y rizoma. De esta forma Deleuze y Guattari señalan la diferencia entre las
cualidades dialécticas y vectoriales, y las transformaciones hibridadas, indeterminadas,
infinitas y arbitrarias de los diferentes procesos de lo humano (Deleuze, 2008).
Podría concluirse que el Romanticismo abre una delicada brecha entre ambos
principios. Con la salvedad de no arriesgar un último juicio definitivo, la dialéctica no
podría ser abandonada tan fácilmente, en tanto la aspiración de la Historia, como
macroestructura epocal y forma liberadora y vital, apueste a la revolución, la felicidad y
el progreso.
La Forma Cíclica
constitutivos y su vez, “todos” los materiales utilizados derivan de una misma fuente
(por ejemplo, las Sinfonías Fausto y Dante de Liszt, o la Sinfonía en Re menor de
Franck).
Del mismo modo, en sus sinfonías, Mahler aplicó estas matrices junto con los principios
orgánicos, a formas expandidas de origen estrófico (provenientes del mundo de la
canción): 1er. movimiento de la 5ta Sinfonía, o bien estructuró modelizaciones
hibridadas entre el rondó o la sonata, generando por ejemplo en cada episodio o nueva
“estrofa”, un considerable y complejo trabajo de elaboración, mosaico y/o
transformación de los diferentes materiales temáticos: rondó final de la Sinfonía Nº 7.
Si se extiende el trazo en la historia occidental, pueden encontrarse en varios períodos
estilísticos la aplicación de estos modelos.
Así en algunas formas vocales de la Edad Media y el Renacimiento, se rastrea este tipo
de construcción (las misas del siglo XV constituyen posiblemente ejemplos modélicos).
La forma cíclica viene a dar cuenta finalmente de la vocación por la unidad, por la
rememoración de lo ya dicho, por la circularidad de los significados; la idea de un
tiempo y un material que continuamente retornan para ser renombrados.
Pero se supone que la Modalidad y la Tonalidad advierten de una diferencia esencial, a
la hora de analizar tanto los modos de aparición como la operatoria concreta de dichos
procedimientos cíclicos dentro de las propias lógicas hipotéticas y sistémicas de sus
paradigmas, con lo cual la mera explicitación de su existencia en los períodos
nombrados es insuficiente para extraer alguna relación común.
Es importante recalcar que tanto las concepciones orgánicas como las cíclicas no
desplazaron a los procedimientos deductivos/dialécticos del Clasicismo, tal como se
dijo en los anteriores párrafos.
Éstos continuaron existiendo y convivieron con estas nuevas estructuras en términos de
una aceptable “vecindad”, con lo cual se reafirma esta idea de la no ruptura para con el
pasado (…el Romanticismo como perturbación del Clasicismo), y al mismo tiempo la
nombrada voluntad de lograr unidad y coherencia en las obras, más allá del dispositivo
formal utilizado o de los múltiples materiales presentes en su organización temporal y
discursiva.