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Ensayo Gestión II
Ensayo Gestión II
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Para explicar mejor esta premisa, podemos decir sencillamente que no hay cultura si
no hay obra. Como bien dice la gerente cultural María Elena Ramos “la cultura hace
tangibles, audibles y visibles para muchos las ideas inicialmente más íntimas e intangibles”
(Libertad y Comunicación, 2006, p.40). Es por ello que no existe una orquesta que no pueda
interpretar o tocar música –pues esa es su función- así como no existiría el propósito de un
compositor si no se realiza alguna obra compuesta en acto.
Para que esto pueda suceder, es decir, para que la cultura consiga un espacio en el cual
pueda ser expresada, aceptada y recibida, debemos apoyarnos en dos de sus grandes pilares:
la política y la gestión.
Por otra parte, la gestión cultural es aquella que busca concentrar y favorecer todo
tipo de prácticas culturales dentro de la vida cotidiana del ciudadano de forma individual. En
términos más modernos, la gestión se vincula de manera directa con la planificación, la
estrategia, la optimización y el empleo de herramientas que faciliten la finalidad concreta
previamente establecida.
La unión de dichas prácticas son las que nos permiten emitir y definir –con ayuda de
la comunicación y el lenguaje– los valores, principios e ideales de una cultura, ya sea a nivel
micro (enfocado en un solo aspecto cultural: música, teatro, patrimonio, turismo, etc…) o a
un nivel macro (en el caso de las marca país que no representa solo a un sector cultural sino a
una cultura en general).
Una vez entendido estos conceptos, nos basaremos en la Agenda 2030 de los
Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para ejemplificar, en el caso de Venezuela, la
política y gestión cultural que ha sido aplicada por el Estado de esta nación.
Poner fin a la pobreza en todas sus formas y en todo el mundo; poner fin al hambre,
lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura
sostenible; garantizar una vida sana y promover el bienestar de todos a todas las edades;
garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de
aprendizaje permanente para todos; garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del
agua y el saneamiento para todos; garantizar el acceso a una energía asequible, fiable,
sostenible y moderna para todos; promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y
sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos; construir
infraestructuras resilientes, promover la industrialización inclusiva y sostenible y fomentar la
innovación; lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros,
resilientes y sostenibles; garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles;
promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a
la justicia para todos y construir a todos los niveles instituciones eficaces e inclusivas que
rindan cuentas.
Por ello, soluciones como el subsidio alimenticio de una nación a través de cajas
alimentarias mensuales y el pago de bonos u obtención de capital a través de “misiones”, no
contribuye a la erradicación de la pobreza en todas sus formas, poner fin al hambre, lograr la
seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición, ni mucho menos promover el crecimiento
económico sostenido e inclusivo, el empleo pleno y productivo, y el trabajo decente para
todos.
Para que el país pueda realizar una buena gestión en cuanto al cumplimiento de los
objetivos propuestos por la agenda, este se debe enfocar en cinco pilares fundamentales que
no solo impulsarán el desarrollo del mismo sino el desempeño de los acuerdos establecidos.
Estos son: la dimensión estética o cognitiva, económica, social, político-estratégica operativa
y creativa.
No obstante, para llevar estos procesos a cabo se necesita con vehemencia la fuerza
avasallante de la democracia y por ende, de las libertades culturales. Pues, si la agenda de un
gobierno impone por la fuerza una política dotada de estrategias y actuaciones que refuercen
la identidad y la visión de un desarrollo que no es compartido y aceptado por la mayoría de
sus participantes, esta se convertirá en un autoritarismo que solo fortalece sus programas
culturales e impulsa únicamente sus procesos creativos, cerrándole las puertas a la diversidad
y la riqueza cultural.
Todo esto nos lleva a una gran cuestionante, ¿cómo lograr que la apatía de la
ciudadanía en relación al involucramiento en el ámbito cultural disminuya
considerablemente? Ciertamente no es una tarea fácil para aquellos que se encargan de
ejercer las acciones culturales, quienes -en la mayoría de los casos- no se encuentran
inmersos en las verdaderas dinámicas culturales que se desarrollan en las comunidades. Por
esta razón, no se logra la difusión efectiva y el acceso público de los espacios de
esparcimiento y de representación institucional.
Recordemos que toda política cultural que no cuestione el marco lógico en el proceso
de desarrollo, tiene altas probabilidades de fracasar. En tal sentido, un ejemplo más concreto
son las plataformas culturales que diseñan las Artes Escénicas Culturales, las cuales solo se
presentan como “agentes de contratación de agrupaciones de allegado, parientes y afines.
Estas acciones no suponen en la actualidad una estrategia en desarrollo en pro de la cultura de
las comunidades o de la sociedad misma, pues carecen de visualización clara enfocada en
este tópico. Siguen representando una estructura de poder que únicamente busca la
satisfacción personal y unilateral de las demandas, dejando de lado por completo a aquellos
que sí buscan hacer vida cultural.
“Una gestión cultural efectiva requiere, sin duda alguna, una concepción transversal
de la cultura.” (POLÍTICAS CULTURALES: EVOLUCIÓN DE LOS PARADIGMAS, Por
Sylvie Durán y George Yudice.2012). Un concepto que haga posible responder a la
responsabilidad social que existe dentro de cada ciudadano. Fomentar, a su vez, la
capacitación de nuevos intermediarios de las comunidades de manera que se puedan
aprovechar en su totalidad los recursos y las nuevas tecnologías empleadas.
Referencias: