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LAS CRISIS DEL POSTMODERNISMO

José Luis Vélez Delgado

A continuación presentamos los resultados de la Revisión Sistemática de Literatura,


donde se establecen las características de la postmodernidad que afectan a las
personas, las sociedades, las instituciones y las corporaciones.

Y es que no hay duda, es innegable el agotamiento del paradigma moderno y el


afianzamiento del paradigma postmoderno, que trae consigo una serie de crisis que
inician con el desprestigio de las ideologías (metarrelatos), ocasionando una serie de
daños colaterales en nuestra cultura, entre los cuales se encuentra la eliminación del
fundamento epistemológico. Esto se traduce en la sustitución de la función
legitimadora de la razón, propia de la modernidad, por un nuevo método para la
demostración, basado en los juegos del lenguaje (Lyotard, 1987). Es decir la verdad se
reduce hoy a una convención social concebida como un «acuerdo o pacto entre
personas, organizaciones o países». (RAE).

Para Vattimo, la postmodernidad significa un nuevo método de pensar al que da por


nombre debolismo, y en el que entran en relación un sujeto débil con un ser debilitado
(Vattimo, 1996), desestructurado, cool, light.

Dicho fenómeno habría nacido, para luego extenderse, con un proceso de extinción
del capitalismo industrial moderno que cada vez más cede paso a una sociedad
postcapitalista (Drucker, 1994) y que no sería otra cosa que, en palabras de Jameson
(1992), una «lógica cultural del capitalismo avanzado» y que, continua su efecto
dominó en el estado actual de las artes, especialmente de la arquitectura y la literatura
(Oñate, 1987), y que supone la ausencia de fundamento.

De esta manera, se obtienen tres evidencias para avanzar en el presente trabajo, a


saber: (1) Vivimos en la postmodernidad, (2) la verdad es un juego del lenguaje y, (3),
nuestro tiempo carece de fundamentos (todo es relativo, nada es absoluto).

Siguiendo con el efecto dominó, estos tres elementos van a impactar profundamente
en otros elementos de la cultura integral, tanto en lo social como en lo individual.
Trayendo consigo una serie de crisis, las cuales se describen a continuación:

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1. Crisis de la seguridad, la confianza y la certeza (Callinicos, 1994;
Lipovetsky, 1994, 2000; Lyotard, 1986, 1987; Pacheco, 2007, Baudrillard, 1990;
Lechner, 1995; Barrero y Ojeda, 2011).

Esta crisis, conocida como el principio de incertidumbre, término proveniente de la


física cuántica, enunciando por el científico alemán W. Heidelberg (1958), que afirma,
en relación con el binomio partícula-onda, que es imposible establecer de forma
exacta y simultánea la posición y el impulso de una partícula del átomo, como por
ejemplo, el electrón y que ha afectado profundamente a la ciencia y a la filosofía del
siglo XX que, en palabras de Vattimo (1992), intenta responder a la pregunta:

¿Qué sentido asume la vida individual, el destino del hombre individual, el sentido y el
destino de la humanidad en un ambiente donde el «futuro no está garantizado», es
decir, que viajamos en una nave de la que no sabemos nada del puerto al que se
dirige?

Y aunque a continuación el mismo Vattimo sostiene que la filosofía no puede ni debe


enseñarnos a dónde nos dirigimos, la misma afirmación ya es una respuesta filosófica
a la pregunta.

En fin, el principio de incertidumbre, fundado igualmente en el relativismo absoluto,


sostiene que no obstante de la crisis moral y espiritual que se vive, en estos tiempos
postmodernos, está desarrollando una nueva conciencia, es decir, un conocimiento
espontáneo y más o menos vago de la realidad (RAE), pues no podemos negar que
gran parte de la humanidad carece de una idea bien fundamentada sobre la veracidad
de las doctrinas que ha asumido, abrazando, entonces, para guiar su vida,
«creencias» que posiblemente no significan la verdad de algo, pero a las cuales se les
da un completo crédito y un total asentimiento, para tomarlas como base de la vida.

La presente investigación ha podido establecer que, en el común de las personas


investigadas, las creencias son más fuertes que las ideas bien fundamentadas,
llegando a extremos absurdos.

«Las ciencias y la historia pueden enseñarnos que esta clase de creencia puede
convertirse en un gran peligro para quienes la comparten» (Heisemberg, 1958), pero
debido a la crisis de la razón y de los metarrelatos de la ciencia y de la historia
(Fukuyama, 2015), percibimos que estas clases de creencias pueden significar una

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amenaza y un peligro para quienes las asumen, (Heisemberg, 1958) pues esta
incertidumbre trae consigo un sufrimiento de angustia y ansiedad. (Roa, 1995).

La misma postmodernidad es consciente de la ausencia de fundamentos absolutos e


ideas totalizadoras y no está dispuesta a sacrificarles nada; prefiere la diseminación a
la escisión, la multiplicación a la unidad, la fantasía y la ironía a la seriedad y el rigor,
el librepensamiento a la ortodoxia, el drama al sistema y la risa al drama, lo sublime a
lo sensato. Su fuerza radica en la imaginación inventiva, la capacidad de afirmar y
diferenciar y la voluntad de ser. Si se entiende con la dosis de ironía que su propia
historia proporciona a los términos, prefiere el caos al orden, el pecado a la
justificación, el diablo al buen Dios, y no siente añoranza de la reconciliación y la
felicidad eterna.

2. Crisis de los ideales (Lipovetsky, 1987, 1994, 2000; Lyotard, 1986;


Baudrillard, 1990, 2009).

Como consecuencia de la crisis anterior, del relativismo absoluto y la metástasis de la


información, que nos bombardea, segundo a segundo, la sociedad postmoderna
carece de verdades absolutas, viviendo al vaivén de las cambiantes opiniones sin
ideas fijas. Quizá las nuevas cosmogonías basadas en la expansión del universo ha
afectado la formación de puntos fijos, de verdades estables, dejándonos a merced de
la trivialidad de la moda y el pensamiento débil, que elimina las grandes luchas de la
modernidad, resumidas en las consignas de la Revolución Francesa: «libertad,
igualdad, fraternidad». Ya nadie quiere cambiar el mundo y la guerrilla más antigua de
América Latina ya se desmovilizó, después de décadas dedicadas al narcotráfico. Ya
nadie quiere emprender luchas contra la injusticia, la desigualdad, la intolerancia, la
dictadura, el racismo, la opresión; tal vez por eso los jueces, por lo menos en
Colombia, se dedicaron a vender fallos (El Tiempo, 2017), mientras que los
ciudadanos somos testigos silenciosos del desprestigio de las instituciones políticas,
la democracia está enferma y el desinterés es su principal síntoma, que contagia
también la esperanza en un mundo mejor y esto es peligroso porque «una democracia
sin ilusiones puede abrir la puerta a cualquier fenómeno totalitario, incluso a través
de los caminos aparentemente más democráticos». (Cruz, 1996).

3. Crisis de la estética

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Como se ha dicho anteriormente, el mismo término de «postmodernidad» nos lo
sugiere, ésta se relaciona, casi siempre, con la decadencia o extinción de los
paradigmas estéticos modernos y el desvanecimiento de la antigua frontera entre la
cultura de élite y la llamada cultura comercial o de masas. En efecto, lo que encanta a
los contemporáneos es un paisaje degradado, feo, banales series de televisión
convertidas en «realitys shows», de cultura en folletines de peluquería y sabores light.
(Jameson, 1992).

4. Crisis de las emociones:

Hemos cambiado a Prometeo por Narciso, la razón por la emoción; la persona actual,
aburrida de las grandes historias épicas y racionales de la modernidad, se ha tornado
en un ser emocional, sentimental, que prefiere lo inconsciente, lo corporal el deseo y el
sentimiento (Lyotard, 1989). El individuo postmoderno no puede definirse a partir de la
categoría de las emociones, pues ésta es una dimensión inherente a todo ser humano,
sino como un ser que ha traslapado el sentimiento de emoción, a valor capital, colocar
los sentimiento en el ámbito axiológico, es establecerlos como fundamento que le
permiten guiarse en la búsqueda de su propósito. (Kundera, 1990).

5. Crisis de la moral y la ética.

La moralidad ha llegado a su fin, la ética ha muerto. La postmodernidad es un tiempo


transético, transmoral, metadeontológico, que se ubica más allá del deber, en un
movimiento inverso al de Kierkegaard (2015), que buscaba revertir lo estético en ético,
hoy, el hombre postmoderno quiere tornar lo ético en estético, desacreditando la
responsabilidad moral, específicamente en lo que tiene que ver, en el ámbito
relacional, en la interacciones del hombre con el mundo y con el otro, el cual se ha
convertido, cuando más, en un enemigo (Vidal, 2004).

6. La crisis de Prometeo

En párrafos anteriores señalamos que la postmodernidad eliminó por fin, a Prometeo,


y en su lugar colocó a Narciso, lo que simbólicamente tiene un significado profundo
que impacta la vida cotidiana, como lo explica Cruz: (1996):

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La gran figura mitológica que mejor parece simbolizar el espíritu de nuestra época
es la de Narciso. El individuo narcisista es el que paulatinamente se va
desligando de la sociedad en la que vive por medio de fantasías personales de
grandeza. Pasa tanto tiempo reconociendo sus valores y virtudes que no le queda
nada para pensar en los demás o en el resto del mundo. A la vez que idealiza su
persona, menosprecia a los que les rodean. Los otros sólo cuentan si le son útiles.
Si le admiran o le alaban. Su necesidad de ser amado hace que la mayoría de las
relaciones con los demás sean interesadas. Utiliza a los amigos sin ningún tipo de
consideración. Cuando ya no le siguen el juego los abandona sin remordimiento.
El narcisista se caracteriza por su superficialidad. Mucha palabrería y poca
sustancia. Gran apariencia externa pero, por dentro, el vacío más desolador.

7. Crisis de género

Se ha vuelto cotidiano en todos los mass media, todos los días atestiguamos una crisis
en la identidad de género, que consiste en la idea que cada uno construye, en un
determinado momento, su autodefinición en un género u otro. Las crisis y los conflictos
se exteriorizan cuando el género al que una persona siente pertenecer no coincide con
el de su ser biológico, como si hubiera un nuevo gen diferente al XX y al XY, pero que,
como lo expresa Baudrillard (1990), no sólo tiene que ver con la sexualidad:

La posibilidad de la metáfora se desvanece en todos los campos. Es un aspecto de la


transexualidad general que se extiende mucho más allá del sexo, en todas las
disciplinas en la medida en que pierden su carácter específico y entran en un proceso
de confusión y de contagio, en un proceso viral de indiferenciación que es el
acontecimiento primero de todos nuestros nuevos acontecimientos. La economía
convertida en transeconomía, la estética convertida en transestética y el sexo
convertido en transexual convergen conjuntamente en un proceso transversal y
universal en el que ningún discurso podría ser ya la metáfora del otro, puesto que,
para que exista metáfora, es preciso que existan unos campos diferenciales y unos
objetos distintos. Ahora bien, la contaminación de todas las disciplinas acaba con esta
posibilidad. Metonimia total, viral por definición (o por indefinición). El tema viral no es
una trasposición del campo biológico, pues todo está afectado al mismo tiempo y en la
misma medida por la virulencia, por la reacción en cadena, la propagación aleatoria e
insensata, la metástasis. Y es posible que nuestra melancolía proceda de ahí, pues la
metáfora seguía siendo hermosa, estética, se reta de la diferencia y de la ilusión de la

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diferencia. Hoy, la metonimia (la sustitución del conjunto y de los elementos simples, la
conmutación general de los términos) se instala en la desilusión de la metáfora.

8. Crisis del propósito

El problema del propósito se plantea desde el ámbito antropológico. Aunque ya nos


referimos al principio de incertidumbre que nos llena de ansiedad y angustia, por
desconocer lo que sucederá en el futuro, podemos ahora hablar del «sentido» que
está íntimamente relacionado con el «propósito» o con la meta a conseguir, con la
finalidad a realizar mediante el compromiso histórico. Se trata de descubrir, en forma
consciente, el sentido que, como seres humanos, tratamos de conseguir mediante
los acontecimientos. Esto no tiene nada que ver con el determinismo, pero es una
empresa que debe ser consciente y libre.

La crisis del propósito se identifica más bien con la ausencia de sentido producida en
la postmodernidad, por el azar al que nos somete el principio de incertidumbre, a la
ausencia de mapas para encontrar el tesoro. La ausencia de libertad como fruto de
no poder elegir de forma consciente el rumbo de nuestra existencia, lo que
representa la primera causa de suicidios en el mundo, como reza la frase atribuida a
Goethe: «Una vida sin propósito es una muerte prematura».

9. La crisis en la moda

Tal vez parezca un tema superficial, pero no por ello la filosofía se ha abstraído de él
y, tal vez sea Lipovetsky (1987) el que más se ha ocupado de la cuestión y de su
impacto en la sociedad actual:

La época de la moda plena es indisociable de la fractura cada vez más amplia de la


comunidad y del déficit de la comunicación intersubjetiva: un poco en todas partes,
las gentes se quejan de no ser comprendidas o escuchadas y de no poder
expresarse. De dar crédito a una encuesta americana, la falta de conversación
estaría en el segundo lugar de las recriminaciones de las mujeres respecto a sus
maridos: las parejas casadas consagrarían una media de menos de media hora por
semana a «comunicarse». Leucemización de las relaciones sociales, dificultad para
comprenderse, sensación de que las personas no hablan más que de sí mismas y no
se escuchan, y tantos otros rasgos característicos de la época final de la moda y del

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formidable empuje de las existencias y aspiraciones individualistas. La disolución de
las identidades sociales, la diversificación de los gustos y la exigencia soberana de
ser uno mismo, dan pie a un impase de las relaciones y una crisis de la
comunicación sin igual. El intercambio «formal» estereotipado, convencional es cada
vez menos satisfactorio; se quiere una comunicación libre, sincera, personal, y se
quiere al mismo tiempo una renovación en nuestras relaciones. No padecemos
únicamente por el ritmo y la organización de la vida moderna, padecemos a causa de
nuestro apetito insaciable de realización privada, de comunicación y de la exigencia
sin fin que tenemos frente al otro. Cuanto más nos empeñamos en un intercambio
verdadero, auténtico y rico, más nos abocamos a la sensación de una comunicación
superficial; cuanto más se entregan las personas íntimamente y se abren a los
demás, más crece el sentimiento de futilidad de la comunicación intersubjetiva; y
cuanto más afirmamos nuestros deseos de independencia y de realización privada,
tanto más está condenada la intersubjetividad a la turbulencia y a la incomunicación.

10. Crisis de la historicidad

Como otro de los signos apocalípticos de la postmodernidad, encontramos la


profecía milenarista de Fukuyama (2015), sobre el final de la historia, que desde el
siglo XIX, se centra en la idea de progreso histórico, que se convirtió en un dogma en
la modernidad y que resumidamente se puede definir como el ascenso de la
humanidad, desde niveles muy primitivos hasta la civilización actual. Actualmente no
se ha superado del todo el mito, pero ya no representa lo que antaño. ¿Cómo podría
significar lo mismo, después de Auschwitz, símbolo de la irracionalidad y brutalidad
del hombre moderno; de Hiroshima y Nagasaki, profecía de exterminio global, del
calentamiento global, monumento de la irresponsabilidad del hombre, del hambre en
el tercer mundo, fruto del modelo de capitalismo salvaje, sin esperanza de solución?
Todo esto hace que la humanidad se encuentra en modo agnóstico en la religión del
progreso. «El desmoronamiento del mito del progreso y la negación de un sentido
global y progresivo inherente a los acontecimientos constituyen una clase del
posmodernismo, que niega la existencia de un sistema general de significado.
(Gevaert, 2003).

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