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Concepción y construcción del cuerpo

de hombres y mujeres. Sexualidad, género y poesía


Bethsabé Huamán Andía 1

Our bodies are ourselves;


yet we are also more than our bodies
Lynda Birke

Resumen

El presente ensayo busca analizar la construcción que se hace del cuerpo de los hombres en la
sociedad y cómo difiere del modo en que se forma y asimila el cuerpo de las mujeres, para tener
elementos que nos conduzcan a comprender, a grandes rasgos, la utilización discursiva que se
hace de dichas concepciones, tomando como ejemplo la poesía. Se analizará un poema de Rocío
Silva Santisteban (Perú) y otro de Jaime Sabines (México), así como la propuesta de un escritor
homosexual, César Moro (Perú) a fin de sugerir lecturas diferenciales en cada caso.

Palabras clave: cuerpo, masculino/femenino, sexualidad, género, poesía

Aproximaciones al cuerpo

Si se revisan las diferentes definiciones sociales sobre el cuerpo, hay un consenso en asumirlo
no como un hecho físico, sino más bien como una elaboración. El cuerpo se plantea no como
algo indiscernible del ser humano sino como una posesión, un atributo, otro, incluso un alter
ego; es al mismo tiempo lo que encarna al ser humano, su marca, su frontera, de alguna
manera el tope que lo distingue de los otros. El ser humano “no es producto de su cuerpo, él
mismo produce las cualidades de su cuerpo en su interacción con los otros y en su inmersión
en el campo simbólico. La corporeidad se construye socialmente” (Le Breton, 2002: 19).

Por tanto, aquello tangible que podría parecernos dado está también imbuido de diferentes
elementos sociales, que a su vez regulan el modo en que sentimos, experimentamos y
actuamos con nuestro cuerpo. El cuerpo está rodeado de imaginarios sociales y de prácticas,
hechos sociales y culturales, es decir, hay una relación de ida y venida entre ambos. “El cuerpo
metaforiza lo social y lo social metaforiza el cuerpo. En el recinto del cuerpo se despliegan
simbólicamente desafíos sociales y culturales” (: 73). Por tanto no es de extrañar que en esta
construcción se reproduzcan diferencias de género, dado que ellas existen en las sociedades
en las que vivimos como estructuras esenciales de las identidades y los roles culturalmente
asignados.

Lo que es aún más complejo es que la ciencia y el desarrollo del conocimiento se hayan
planteado a espaldas del cuerpo, en la asociación que se da de éste con la naturaleza, frente a
la mente, paradigma de la razón. Por tanto, todo conocimiento sobre y desde el cuerpo ha sido
relegado, marginado e incluso anulado:

Claramente, entonces, el dualismo mente/cuerpo no es una mera


posición filosófica para ser defendida o desechada por una
argumentación inteligente. Más bien es una metafísica práctica
que ha sido instalada y ha tomado cuerpo socialmente en la
medicina, el derecho, las representaciones artísticas y literarias, la
construcción psicológica del ser, las relaciones interpersonales, la
cultura popular y la publicidad, una metafísica que será
reconstruida sólo mediante la transformación concreta de las
instituciones y las prácticas que la sostienen (Bordo, 2001: 29).
Esta postura se ve, a su vez, reforzada por la tradición judeo-cristiana la cual afecta todo el
pensamiento occidental incidiendo en nuestra forma de experimentar la vida cotidiana, “uno de
esos aspectos interesantes a resaltar es la escisión que existe entre el espíritu y el cuerpo, que
se concreta más adelante en la división mente-cuerpo” (Sanz, 1990: 27). Ello a diferencia de
otras formas de pensamiento que conciben la persona como una unidad y no se entiende una
de sus dimensiones sin su interrelación con las demás; la visión integradora nos es ajena, tanto
que no hay palabras en el vocabulario que den cuenta de esa totalidad. “Se vive el cuerpo más
como lugar de dolor que como lugar de placer, aunque superficialmente, debido a la dinámica
de la sociedad de consumo, puede parecer lo contrario. Hay miedo al placer. El placer se
asocia al pecado, lo sucio, lo feo, lo desagradable, lo inmoral, la culpa, el castigo” (: 29) y ello
también tiene un correlato con la concepción de la mujer (pecadora, tentadora, culpable) y la
corporización que se hace de su imagen, reduciéndola al puro cuerpo.

Por tanto, las identidades sexuales se elaboran también bajo dichos supuestos y parte de los
temas enarbolados por el feminismo fueron aquellos relativos a la vivencia del cuerpo, al
conocimiento del mismo y a la constatación de que el conocimiento no es neutral ni mucho
menos está escindido (o no tendría por qué) de la persona como cuerpo, parcializado,
subjetivo. Quizá por esta razón, por el valor negativo que adquiere lo corporal, se ha
abandonado tanto tiempo el tema del cuerpo de las investigaciones y de las reflexiones
sociales. Al respecto dice Aída Aisenson:

En la antropología filosófica se plantea hoy, como uno de los


problemas fundamentales, el tema de la corporeidad. Diversos
autores recalcan la significación del cuerpo en la realidad humana,
después de siglos de un ascético desdén por él. Según Gusdorf, la
causa de tal actitud reside en el hecho de que siendo el cuerpo un
soporte indispensable de la individualidad, resulta un obstáculo
para los enfoques universalistas. La filosofía dio primacía a lo
inteligible sobre lo sensible, y eso implicaba desdeñar el cuerpo
(1981: 9).

En la propuesta de Aisenson se da vital importancia a la existencia del cuerpo: “El cuerpo es


cuerpo vivido a la par que corporeidad objetiva, cuerpo con el que actuamos y que vivenciamos
en la multiplicidad de las situaciones vitales, y que a tal punto es parte integrante de nuestra
conducta que resulta inseparable de la personalidad y aun del propio sentimiento de identidad”
(: 12). Gabriel Marcel fue el primer pensador que llevó a consideración filosófica el tema del
cuerpo, señalándolo como el centro ordenador de la totalidad de la experiencia, entendiendo al
ser humano como un ser encarnado. “Por más que el cuerpo comparte las leyes y el destino de
las demás cosas que coexisten en el espacio, posee el privilegio de una intimidad, de una
cercanía con el sujeto que le otorga un rango especial y que prohíbe reducirlo al sistema
fisicoquímico de la fisiología” (Aisenson: 18).

El lazo que nos une a nuestro propio cuerpo sería el paradigma de toda posesión; sin embargo,
poseer el propio cuerpo es un tipo de posesión distinta de todas las otras y por tanto no
comparable a ninguna. “El cuerpo es centro del universo personal. Pero además, si las cosas
existen para un sujeto, esto es sólo en la medida en que le son dadas tal como le es dado su
propio cuerpo” (: 28). La autora plantea cuatro características claves para la comprensión del
cuerpo y la persona:

1. Debe distinguirse entre cuerpo objetivo y cuerpo sujeto.


2. No se puede separar la propia individualidad de la posesión del cuerpo propio, y ese
cuerpo propio establece algo así como una zona media entre lo físico y lo espiritual.
3. El cuerpo sólo es sentido en tanto que es yo en acción.
4. El cuerpo es el medio de comunicarnos con el mundo.

En resumen, el cuerpo es una construcción cultural que va adquiriendo diferentes valores, ha


sido marginado por mucho tiempo como área de estudio, a pesar de su vital importancia para la
configuración de la identidad, debido a una perspectiva de pensamiento que opone cuerpo a
mente y que privilegia esta última como el paradigma de la ciencia por antonomasia. De tal
manera que la categoría del cuerpo se encuentra en una situación de frontera entre la
naturaleza y la cultura, quizá por ello es el espacio privilegiado para entrar a debatir elementos
contradictorios del pensamiento humano, entre su lado inteligible y su lado instintivo, pero a su
vez para indagar en las construcciones de género que se hacen sobre el mismo.

Cuerpo de mujer

La importancia del cuerpo para el feminismo radica en que ha sido un factor primordial en la
subordinación de la mujer. Como recrea Sally Sheldon (2002), las mujeres han sido reducidas a
su cuerpo (controlado por procesos biomédicos y misteriosos desórdenes mentales),
negándoles su autonomía, por la fragilidad que el cuerpo les atribuye, aislándolas de una
variedad de bienes sociales (como la educación) y por el énfasis puesto en su capacidad
reproductora que ha sido el móvil para imponerle límites a su individualidad. De tal manera que
las mujeres tienen una conciencia muy clara de tener y ser cuerpos.

En oposición, hay una anulación de la capacidad reproductiva de los hombres, como si sus
cuerpos fueran vistos por encima de esa cualidad, aún cuando no sólo es un hecho su
intervención en la reproducción, sino que la salud de sus cuerpos también afecta al producto de
una relación sexual fecunda. De modo que, por un lado la mujer se vuelve “sexualidad
reproductiva”, por el otro el hombre se vuelve “sexualidad asexuada” en la medida que se
desplaza su deseo y su derecho hacia el cuerpo de la mujer, en la medida en que él representa
a “lo humano universal” (en realidad lo humano masculino). “La función de la mujer es la
reproducción. Sexualmente, es objeto del hombre y cae bajo su orden y autoridad. Por sí
misma, está fuera de lo sexual, no tiene un ser sexual específico, no es tocada por el
sentimiento sexual” (Heath, 1984: 37). O como dice Weeks, “miramos el mundo a través de un
concepto de sexualidad masculina, aún cuando no miremos la sexualidad masculina como tal,
miramos el mundo dentro de su marco de referencia” (1998: 44).

Esta diferencia en la relación entre el cuerpo y la sexualidad para hombres y mujeres, la


negación de la capacidad reproductiva masculina así como la reducción a nada más que la
capacidad reproductiva femenina, pero al mismo tiempo su sexualidad apropiada para la
vivencia masculina, daña a los hombres del mismo modo que daña a las mujeres (aunque no
de la misma forma). También marca una diferencia en la manera en que se vive el placer y el
erotismo, justamente en esa “anulación” de lo corporal se explica que el hombre se centre
exclusivamente en su órgano reproductor, como el símbolo que hace la diferencia con la mujer
(en un juego de oposiciones indivisibles) y que es la fuente de su poder, negándose a una
vivencia más amplia de su sexualidad, “una de las características más relevantes que se
aprecian en la erótica femenina es su ‘corporalidad’ o ‘globalidad’, frente a la genitalización
masculina” (Sanz: 50).

Como se ha señalado líneas arriba, esta diferencia de identidades está asociada con una
construcción macro, la separación entre la mente y el cuerpo, en una jerarquización que
privilegia los valores asociados a lo masculino, por tanto, en dicho binomio, la mujer será
reducida a su cuerpo mientras que los hombres estarán determinados para empresas mucho
más importantes, “women just are their bodies in a way that men are not, biologically destined
to inferior status in all spheres that privilege rationality” (Shildrick y Price, 1999: 3) 2.

El modo en que los hombres y mujeres se apropian de su cuerpo, por tanto, traduce estructuras
sociales y formas simbólicas amplias. Al respecto, Foucault no sólo asume la categoría de la
sexualidad como una formación social, sino como la formación social que hoy regula y guía
nuestras vidas, cercanamente emparentada con el capitalismo y la construcción económica y
política de la sociedad. De tal manera que la sexualidad (así como las marcas de género) se
desplaza hacia la mujer y el hombre se erige como el sujeto neutro, universal, acorporal.

Cuerpo de hombre

Retomando lo dicho, la mujer se presenta como un cuerpo sexualizado y el hombre como un


ser descorporizado, como si pudiera superar las limitaciones de esa biología. “The ‘normal’
idealized male body is seen as stable, safe, bounded and impermeable. It is not liable to
dysfunction, and hence is not need of constant medical control. It is strong and invulnerable, not
liable to succumb to penetration by foreing bodies such as toxins. It is self-contained, bounded,
isolated and inviolate, not connected to other bodies” (Sheldon: 24) 3.

En el estudio que hace Fagundes Jardine sobre la vivencia masculina se señala que un
aspecto nuclear son los momentos entre hombres, especialmente su socialización en espacios,
a su vez, asumidos como masculinos. El dominio corporal del espacio donde circulan es una
característica sobre la masculinidad, por ejemplo en un bar el saber beber, el control del
espacio, las relaciones con los demás, son valoradas altamente por los hombres; es su imagen
pública (hacia los demás) lo que más importa. En otras palabras, la experiencia de los hombres
en torno a su cuerpo es performática, importa el modo en que se desenvuelven.

La masculinidad es también configurada en torno al cuerpo, pero como prueba de un cuerpo


activo. Los hijos son una marca de distinción entre los hombres, de la reproducción de su
autoimagen. La paternidad entre hombres comprueba física y moralmente sus atributos
masculinos, sus “acciones”. A su vez, el cuerpo, a través de cicatrices, marcas, tatuajes,
mutilaciones, comprueba entre los hombres una experiencia de vida heroica. Las marcas
corporales evidencian el lugar singular del cuerpo en su historia de vida y en un código
masculino. Como se ha dicho, una valoración de su masculinidad es el papel activo, en su
performance y en la reproducción. Las marcas del cuerpo son una prueba física de una
posición social a través de historias contadas en este sentido. Es importante percibir cómo los
significados se inscriben en el propio cuerpo. En términos de masculinidades, esta inscripción
es releída por los hombres y así adquiere un valor específico. El cuerpo es un operador
fundamental en la producción de la autoimagen, al estar marcado confiere al sujeto una historia
que contar. En ese sentido, la imagen corporal puede ser la base de una complicidad masculina
y también de una pertenencia a una comunidad. No es solamente en contraste con el cuerpo
femenino que la masculinidad es elaborada, también en contraste con otros hombres, otros
cuerpos, a partir de parámetros asumidos como masculinos. Si bien, el cuerpo masculino es
similar al de los demás, es singularizado por las marcas corporales y es a través de esta
singularidad evocadora de historias que la persona masculina es constituida, que es parte
también de la condición activa del cuerpo.

El cuerpo no es sólo una evocación de algunos parámetros tomados como ideas, es un


parámetro definitorio de la masculinidad, el cuerpo que domina el espacio público, que es
proveedor, que tiene cicatrices como signos de experiencia heroica, de valentía, marcas que
evocan una historia de vida. En este sentido, la corporalidad es producida y productora de una
performance específica donde ocupar el espacio del bar, ocuparlo corporalmente, ser activo, es
reiterado entre hombres. Las marcas del cuerpo son las pruebas físicas de la experiencia
masculina y de su desenvoltura en lugares públicos. Es necesario ser activo, situación que
torna el cuerpo por sus usos, como foco central, para la definición de la pertenencia (o para
excluir otros cuerpos) a una comunidad.

Por otro lado, la relación de los hombres con su cuerpo está establecida en una distancia de
sus necesidades y sentimientos, de la anulación de unas y el control de los otros. Lo cual lleva
a una carencia de expresiones para nombrar sus sensaciones y las experiencias corporales. Lo
que se traduce en una nula cultura del cuidado. “Una mirada desde la perspectiva de género
puede agregar obstáculos en el autocuidado que también tienen que ver con una socialización
masculina tendiente a la competencia, a la temeridad y a la percepción de que una actitud
cuidadosa y preventiva no es masculina” (De Keijzer, 2003: 139). El cuerpo es principalmente
vivido como instrumento para el trabajo, separado del sujeto, es hablado como “el cuerpo” y no
como “mi cuerpo” (: 140). El autocuidado, la valoración del cuerpo en el sentido de la salud, es
algo casi inexistente en la socialización de los hombres, por el contrario, “el cuidarse o cuidar a
otros aparece como un rol esencialmente femenino, salvo cuando se es médico y se decide
sobre la salud ajena” (ídem.). Y en esta resemantización es posible apreciar también el proceso
de racionalización sobre la vivencia del cuerpo, es sólo en la ciencia médica que es aceptable
el acercamiento al cuerpo, mediado por la distancia que ejerce la razón. Cuando se trata de la
vivencia íntima y directa del mismo, la valoración social es diferente.
Resumiendo, la salud y el autocuidado no juegan un rol central en la construcción de la
identidad masculina, sin embargo, como se ha expuesto, el cuerpo sí tiene un lugar primordial
en dicha construcción. “La dominación de los hombres sobre las mujeres, los niñas/os, sobre
otros hombres, y podemos agregar que también sobre sí mismos, está expresada directa o
indirectamente en términos corporales” (Montejo, 2005: 13). Quizá se pueda definir la relación
entre el cuerpo y la masculinidad como un subterfugio: es un eje central de la identidad, pero
parte de su funcionamiento radica en que quede oculto, en su anulación u omisión, a tal punto
que los hombres se desarrollan a espaldas del mismo, contra sí mismos. “El cuerpo se
convierte en el elemento contra el que se prueba la masculinidad, la mido contra los límites de
mi resistencia y, de esta manera, mi cuerpo realmente no es parte de quien yo soy, pero me
siento incómodo en la relación con mi cuerpo y me siento incómodo para escuchar lo que él me
podría decir” (Seidler, 1997: 5).

Al mismo tiempo, cuando estas construcciones se llevan a la cotidianidad, la justificación de la


violencia sexual está amparada en una imposibilidad del hombre de controlar sus deseos, es
esclavo de los mismos; correlativamente la culpa es desplazada hacia la mujer al ser ella la
cuidadora, la guardiana de la moral. Lo cual nos devuelve nuevamente al terreno de la
sexualidad, sistema socialmente construido por conflictos y tensiones internas. De ahí que no
podamos referirnos a la sexualidad en términos de lo aceptable y lo no aceptable, “la
sexualidad masculina no es simplemente algo bueno o malo” (Horowitz y Kaufman, 1989: 67).

Como ya lo decía Foucault, el terreno de la sexualidad está gobernado por las relaciones de
poder y a su vez las determina. Por tanto, los valores y las jerarquías que se establecen son
producto también de ese orden imperante de las sociedades en las cuales nos desempeñamos.
Varios estudios han demostrado cómo una concepción del mundo moldea la realidad acorde
con los paradigmas que la sostengan; ello lo vemos también en el hecho de que se describa
“científicamente” a los espermatozoides como activos, rápidos, emprendedores y al óvulo como
el simple receptáculo, inactivo, pasivo, paciente. Esta misma mirada se da con los órganos
reproductores “aunque la vagina es físicamente un órgano de recepción y el pene uno de
inserción, es sólo por determinación cultural que devienen pasivo y activo” (: 74).

En conclusión, en el caso del hombre, si bien el cuerpo juega también una función primordial en
la construcción de su identidad, hay un vínculo activo con el cuerpo en relación a los demás, a
la comunidad masculina y al mundo. Pero, en la configuración personal se asume la
corporalidad negándola, omitiéndola e ignorándola, en lo que hemos llamado una estrategia de
subterfugio y que se traduce en un descuido del cuerpo y en su constante ponerlo a prueba
(riesgos, abandonos, olvidos). Por lo que entramos a un doble juego en el que en la mujer el
cuerpo lo es todo y en el hombre el cuerpo no existe, aunque siga funcionando como el eje
desde el cual se define su comportamiento y se justifica su poder y su posición en la sociedad.

Contradicciones corporales

Las cualidades que se han atribuido a los cuerpos masculinos y femeninos a las que me
he referido se pueden resumir en el siguiente cuadro:

Cuerpo Cuerpo
Cuerpo masculino Cuerpo masculino
femenino femenino

Para sí Para los otros

Anulado Esencial Activo Pasivo

Descuidado Cuidado Performático Inmutable

Feo Bello Marcado Indistinguible


Incorpóreo Corpóreo Singular/propio Plural/común

Des-sexuado Sexuado Individualizado Indivisible

No reproductivo Sólo reproductivo Comunitario Aislado

Genital Global Público Privado

Limitante Pleno Hipersexualizado Asexual

Autoimagen activa Autoimagen pasional Poderoso Oprimido

Universal y neutral Particular y parcial

Objetivo Subjetivo

Seguro, impenetrable Frágil, vulnerable

Saltan a la vista las contradicciones en el modo de concebir los cuerpos, en particular en el


caso de la construcción masculina que se hace de los mismos, ya sea si se trata de una
función para uno mismo o para los otros. El cuerpo para sí está marcado por su anulación, que
se traduce en el descuido corporal y de la salud, en los excesos, los riesgos y la falta de
precauciones en su acción. Como el cuerpo no es importante, no importa en realidad sus
cualidades estéticas, lo cual se traduce en ese dicho popular, “el hombre es como un oso,
mientras más feo más sabroso”. En la mirada de sí mismo, el hombre se ve como un ser
humano, asexuado, universal, objetivo, neutro, por tanto no controla su reproducción porque no
es parte de cómo se ve a sí mismo. En la medida en que anula su cuerpo éste es visto como
seguro e impenetrable, invulnerable. En cambio, en la mujer el cuerpo es esencial y de ahí el
cuidado del mismo, su belleza; se construye como un ser sexuado corpóreo, subjetivo por
tanto, y en donde la función reproductiva tiene un papel primordial. Su cuerpo es sentido como
frágil y vulnerable. En correlato a estas miradas hay una vivencia del cuerpo en la mujer más
plena porque es conciente de toda su capacidad sensora corporal (al menos en teoría porque
entonces entran en juego otras restricciones sociales) y el hombre se limita a su genitalidad,
como la distinción que lo erige como hombre, privilegiando esa única zona del placer.

En cuanto al modo en que el hombre se concibe para los demás, el cuerpo del hombre es un
cuerpo activo, es en su desenvolvimiento, performance, en que se articula como parte de la
identidad masculina; frente al de la mujer que es ahistórico, asocial y atemporal, es decir,
pasivo, en lo que se ha denominado el eterno femenino (cf. Tuñón, 2002). En el ser para el otro
el cuerpo del hombre no sólo está hipersexualizado sino que es incontenible, no se puede
dominar ese lado instintivo y por ello un rasgo de la masculinidad es la paternidad, la capacidad
de procrear, como una evidencia de su accionar, pero en otro extremo la violencia sexual
ejercida sobre la mujer. Esa misma acción se traduce también en marcas, cicatrices que hacen
cada cuerpo único, con su propia historia, que lo remite a su vez a una historia general,
comunitaria con sus pares, de su desenvolvimiento en el espacio público. Frente al cuerpo de
la mujer que es indistinguible en la medida en que, al priorizarse su función reproductiva, toda
mujer se define en la manifestación de esa cualidad que es común a todas y por tanto queda
aislada de un conjunto de características personalizadas; al omitirse su calidad de sujeto, en su
objetividad se despersonaliza y se omite, por tanto, esa vida privada, cotidiana, interior, de cada
mujer. Y es en el ser para lo otros que la mujer entra en contradicción con ser esencialmente
cuerpo, porque socialmente se le pide que sea “asexual” que limite sus instintos, que controle
sus impulso y los del hombre, ocultando y volviendo privada su vida sexual. En ello también se
traduce parte del poder y la opresión hacia la mujer.
En conclusión, vemos contradicciones en la construcción que se hace del cuerpo de las
mujeres y de los hombres en tanto hay diferencias en cómo ven ellos mismos sus cuerpos y
cómo son vistos por los otros. Asimismo, hay diferencias de género en el modo en que se
configura el cuerpo de la mujer y el cuerpo del hombre, como correlato de las diferencias
culturalmente moldeadas. Se presenta una construcción del cuerpo como limitante en el
hombre y por tanto su anulación, su descuido, al restarse importancia a sus aspectos físicos. El
cuerpo de la mujer, en cambio, es sólo materialidad y en ese sentido también es protegido y
atendido, llevado a la plenitud en la realización de su función principal: la reproducción. De ahí
se desprenden las cualidades de seguro, impenetrable, poderoso, des-sexuado del cuerpo del
hombre frente a la fragilidad, vulnerabilidad, opresión y sexualización del cuerpo de la mujer. El
hombre termina siendo incorpóreo, objetivo por tanto en esa escisión con su cuerpo; el lado
sensitivo de sí mismo se ve sujeto a su razón. La mujer en cambio se vuelve cuerpo sexuado
volcado hacia la reproducción, subjetivo y en esencia una corporeidad.

Lenguaje poético

Las construcciones de los cuerpos de hombres y mujeres que hemos desarrollado pueden
evidenciarse en diferentes ámbitos sociales y culturales, incluso políticos y económicos, pues
son parte del imaginario y del modo en que asumimos la realidad, en la medida que la
diferenciación de género se involucra en la forma en que abordamos el mundo. Por tanto,
podríamos ver ejemplos en esos campos. En este caso me restringiré al discurso poético.
Retomando lo que dice Tusón Valls (1999) sobre el lenguaje, hay diferentes formas de asumirlo
si se es hombre o mujer. En la poesía también hay diferentes maneras de abordar las mismas
temáticas, ello no como una suerte de fijación esencial, sino como traducción de las posiciones
diferentes en la sociedad, en un tiempo y un espacio determinados. Como ejemplo, analizaré
un poema de Rocío Silva Santisteban4 que da título a su primer libro, donde justamente se
hace una reconstrucción corporal del yo poético.

Cada noche cuando saco una píldora y me la trago tengo


irremediablemente que pensar en ti
y al secarme la cara o mojarme los ojos para disimular un tanto las
ojeras te vuelvo a pensar
aún evitando distracciones no puedo dejar de escuchar tus pasos
derrumbando el universo
no puedo dejar de latir.
Cada noche soy y me reconozco debajo de las sábanas
debajo de la insistencia de volver a soñar y dormir tranquila sin
baños termales
sin necesidad de recontar a las noventa y una ovejas y tener, al
mismo tiempo, que pedirle permiso al pastor
yo no soy quien para ser más
ni menos
soy la exacta imagen del espejo, pero al revés
pero también descontando los segundos que fui cayendo y tú no te
atreviste a tropezar conmigo
cada noche trato de hilar la maraña que fui y que seré si a un buen
plazo puedo saldar las distancias
inimaginables, es cierto, pero posibles de enhebrar con un poco de
esperanza
aún no caigo en el juego y ya estoy aterrada hasta la última carta
hasta la última hoguera que quizás nunca prenderé
lo he dicho y no hay remedio para tratar de impedirlo
a cada noche su píldora, a cada mujer su madrugada.

Este poema trata de la maternidad como posibilidad diaria, constante, de la mujer, no la


realización de ella, sino el peligro de la misma, el acoso de esa certeza que mensualmente nos
atrapa. Pero, más allá de eso y junto a eso, el peso de una vivencia del cuerpo que está de por
sí negada a la mujer como espacio de realización; la maternidad es la figura del sacrificio, no
del placer, es la figura de la entrega hacia el otro, no de la entrega a sí misma. Una vivencia
que tiene una sanción social negativa, sin embargo, la poeta se plantea esa semejanza, esa
necesidad de igualdad, que al mismo tiempo es siempre una diferencia no sólo con los
hombres sino con cada una de esas otras mujeres.

El poema es también la certeza de un cuerpo, el propio, y de esa vinculación indispensable


entre el cuerpo de uno y el cuerpo para otro: “Cada noche cuando saco una píldora y me la
trago tengo irremediablemente que pensar en ti”, como si la certeza de ese cuerpo estuviera
determinada por esa función no dicha, pero existente, entre el placer y el dolor (cambio, parto,
procreación, culpa), pero a su vez en la vivencia sexual, en el reconocimiento de esa
sexualidad. “Cada noche soy y me reconozco debajo de las sábanas”, nos señala al cuerpo
como lo central de una identidad, la constancia de la existencia.

En la antología que realiza Valeria Manca (1989), El cuerpo del deseo. Poesía erótica femenina
en el México actual, señala como una característica la temática corporal y la experiencia erótica
femenina. Manca entiende el erotismo como una forma de conocimiento y ello la lleva a
plantear como válida la existencia de una escritura distinta, de una escritura femenina. Un
argumento que da es que el hombre tiene demasiado pudor para hablar de su propio cuerpo y
se refiere siempre al de la mujer, en cambio, la mujer puede aludir tanto a su propio cuerpo
como al del hombre. “La mujer puede erotizarse con su propio cuerpo, el hombre no” (: 24).
Aunque desde mi postura no se trata de un pudor, sino de algunos mecanismos por los cuales
la identidad masculina si bien basada en el cuerpo, lo anula, por las limitaciones que implica y
el valor disminuido que tiene en la sociedad todo lo corporeo y viceral. Otro elemento se da en
la separación de sentir y decir, la mujer reconoce su cuerpo como parte de su ser “el erotismo
es para la mujer la conquista esencial de una identidad femenina” (: 30).

Para hacer evidente esta diferencia veamos la construcción del cuerpo en un poeta como
Jaime Sabines5, que construye esa misma identidad de una manera completamente diferente.
Si bien esta elección puede parecer aleatoria, creo que se justifica precisamente en lo azarosa,
como la constatación de formas de construcción discursiva comunes en hombres y en mujeres,
que sin embargo, son sólo un punto de partida para ser corroborado por investigaciones más
profundas y ambiciosas. En esta ocasión me limitaré a esbozar algunas dimensiones del tema.

Tu cuerpo está a mi lado


fácil, dulce, callado.
Tu cabeza en mi pecho se arrepiente
con los ojos cerrados
y yo te miro y fumo
y acaricio tu pelo, enamorado.
Esta mortal ternura con que callo
te está abrazando a ti mientras yo tengo
inmóviles mis brazos.
Miro tu cuerpo, el muslo
en que descansa tu cansancio,
tu blando seno oculto y apretado
y el bajo y suave respirar de tu vientre
sin mis labios.
Te digo a media voz
cosas que invento a cada rato
y me pongo de veras triste y solo
y te beso como si fueras tu retrato.
Tú, sin hablar, me miras
y te aprietas a mí y haces tu llanto
sin lágrimas, sin ojos, sin espanto.
Y yo vuelvo a fumar, mientras las cosas
se ponen a escuchar lo que no hablamos6.

En relación con el cuerpo, lo que me interesa destacar de este poema es que el poeta nunca
describe su propio cuerpo, describe el de la mujer, el cuerpo que lo acompaña, que lo hace
sentirse vivo, pero no su presencia corporal, que no se plantea más que en relación con la del
otro “Tu cabeza en mi pecho”, “Miro tu cuerpo, el muslo”, “tu blando seno oculto y apretado/ y el
bajo y suave respirar de tu vientre/ sin mis labios”. A su vez la presencia del cuerpo masculino
se asume activamente “te beso”, “miro”, “te digo”, como si el otro cuerpo descansara a su lado
pasivamente, evidencia de lo cual es también su silencio, su callar, que lo haría por cierto
individualizarse en un sentir, en un pensar, en un sujeto: “Tu cuerpo está a mi lado/ fácil, dulce,
callado”. En esa mirada del poeta sobre el cuerpo femenino se da también un deseo erótico,
que se realiza en las acciones que el yo poético describe activamente. Hay una ternura
soterrada, un afecto esbozado, pero reprimido a la vez: “esta mortal ternura con que callo/ te
está abrazando a ti mientras yo tengo/ inmóviles mis brazos”, que es muestra también de la
lejanía con los propios sentimientos y el sentir del cuerpo vivido: “te beso como si fueras tu
retrato”, no es capaz de enfrentar al cuerpo presente más que en la reconstrucción del mismo.
Dicho encuentro está, además, cercado por la culpa, aquella que invade no sólo la corporeidad
sino la sexualidad, como correlato de la construcción judeo-cristiana del mundo donde el placer
es visto negativamente: “Tu cabeza en mi pecho se arrepiente”.

Si retomamos lo antes dicho se corroboran muchas de las características sociológicas que


señalábamos sobre el cuerpo, su acción, su performatividad, su individualidad y voz, pero al
mismo tiempo la incapacidad de sentirse corpóreo más que mediante el cuerpo del otro (mujer)
y por tanto la anulación de un erotismo que emana de sí mismo.

En presentaciones renovadoras como la de Rocío Silva Santisteban, hay una reflexión desde el
cuerpo, de ese cuerpo en acción para otro, en relación con otro o con una función socialmente
establecida (reproductora, maternal) no en el hecho físico, sino en su peso y valor simbólico. Si,
además, el cuerpo es nuestro medio de comunicación con el mundo, es evidente que tendrá
repercusiones en la forma en que nos relacionamos con los demás. Peor aún, Aisenson
manifiesta que el cuerpo es sentido en tanto que yo en acción y en la medida que hay una
construcción de la mujer y de su cuerpo, de su ser, como pasiva, entra en conflicto no sólo con
su identidad sino con ese espacio pleno de la misma. Al negársele a la mujer la expresión de su
corporeidad, al negar la misma ciencia la reflexión desde el cuerpo, en la medida que la mujer
es asociada a esa esfera de lo humano, ha sido también mutilado su entendimiento de ella
misma. Pero, en esa anulación de uno está implicada la anulación del otro también, de todos,
hombres y mujeres.

Sobre la concepción de una escritura femenina, creemos que responde más a las
construcciones culturales de las identidades que han devenido en modos de acercarse a
temáticas como la sexual y la corporal. Nuestra posición es que tanto hombres como mujeres
están sujetos a sus cuerpos y que es una experiencia válida y a su vez gozosa que por las
estrictas concepciones sociales se ve limitada, aunque de diferente manera, a ambos.

Se introducirá aquí una mirada que bien podría corroborar o contradecir lo que hemos estado
señalando, en esa supuesta división binaria de hombres y mujeres. Tenemos la poesía de un
escritor homosexual llamado César Moro7. No creo que la posición homosexual como esencia
sea crítica de las construcciones de género imperantes, creo que, a su vez, traduce
contradicciones de ambas posturas, a veces incluso para reafirmar los roles sociales, pero al
mismo tiempo es potencialmente una crítica a ciertas identidades hegemónicas que marginan
otras formas de construcción de los cuerpos y las identidades.

Carta de amor

Pienso en las holoturias angustiosas que a menudo nos


circundaban al acercarse el alba
cuando tus pies más cálidos que nidos
llameaban en la noche
con una luz azul y tachonada de lentejuelas

Pienso en tu cuerpo que hacía del lecho el cielo y las supremas


montañas de la única realidad
con sus valles y sus sombras
con la humedad y los mármoles y el agua negra reflejando todas
las estrellas
en cada ojo

¿No era tu sonrisa el bosque retumbante de mi infancia


no eras tú la fuente
la piedra desde hace siglos escogida para recostar mi cabeza?

Pienso tu rostro
brasa inmóvil de donde proceden la vía láctea
y esta inmensa desazón que me torna más loco que una lámpara
bellísima balanceada sobre el mar
Intratable a tu recuerdo la voz humana me es odiosa
siempre el rumor vegetal de tus palabras me aísla en la noche total

donde resplandeces con una negrura más negra que la noche

Toda idea de lo negro es endeble para expresar la vasta ululación


de lo negro sobre negro esplendiendo ardientemente (…) 8

En este poema hay una recreación del cuerpo amado, también como correlato del poema de
Sabines, no una vivencia propia del cuerpo, sino del cuerpo del otro (en este caso masculino).
Asimismo, persiste una racionalización parcial de esa experiencia marcada por la aliteración
“Pienso en tu cuerpo”, “Pienso en tu rostro”. Sin embargo, también hay una intensa descripción
de lo afectivo, del deseo y del amor, que enfatiza una devoción casi religiosa al otro, que centra
en el cuerpo masculino, en el ser masculino, la existencia. Será quizá que dicha construcción
es afectiva por naturaleza y que las diferencias de género la han hecho parte de un esquema
de poder, pero que responde a pulsiones más vitales y más profundas que van más allá de los
cuerpos, pero que no terminan de superarlos.

Habría mucho más que decir sobre los poemas aquí citados, he querido solamente recrear los
aspectos teóricos desarrollados en primer lugar y cotejar cómo aparecen dichas construcciones
en el discurso poético. Pero, sin duda, está pendiente mayor investigación sobre la presencia
del cuerpo en la poesía y en la literatura en general.

La literatura es un espacio de la imaginación y de la recreación, hay nuevas formas que están


experimentado modos de despojarse de la binariedad de las identidades sexuales y genéricas,
como una crítica a las instancias de poder que representan, un ejemplo podría ser la poesía de
Coral Bracho o algunas relecturas de poetas canónicos como César Vallejo (cf. Reisz, 1996) o
Gabriela Mistral (Fiol-Matta, 2002). Dichas transformaciones, sin embargo, no serán posibles
hasta que la sociedad también las asuma como proyectos concretos y viables, desde una
búsqueda política por una equidad de ser y de vivir, ya que las diferencias se inscriben tan
profundamente en el cuerpo que nos son inherentes y ajenas a la vez.

Espero haber dado algunas directrices para entender que es necesario reconstruirnos no sólo
en términos de nuestras identidades y cuerpos, sino contribuir a forjar mundos posibles desde
nuevas lógicas menos rígidas y más receptivas a lo diferente, que se traducirán, a su vez, en
nuevos discursos para buscar formas más equitativas y plenas de vivir la individualidad de
hombres y mujeres.

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Universitario de Estudios de Género/Paidós.

1
Maestría en estudios de género. El Colegio de México.

2
“Las mujeres son sólo sus cuerpos del mismo modo en que los hombres no lo son,
biológicamente destinadas a un estatus inferior en todas las esferas que privilegian la
racionalidad” (nuestra traducción).

3
“El cuerpo masculino ‘normal’ idealizado es visto como estable, seguro, impermeable. No está
propenso a disfunciones y por tanto no necesita constante control médico. Es fuerte e
invulnerable, no susceptible de ser penetrado por cuerpos extraños como las toxinas. Es
autosuficiente, seguro, aislado, inviolable, desconectado de otros cuerpos” (nuestra traducción).

4
Nació en la ciudad de Lima. Poeta, crítica y narradora. Estudió Derecho y Ciencias Políticas,
diplomada en Estudios de Género y Magíster en Literatura Peruana. Cursó el doctorado de
Literatura Hispanoamericana en Boston University. Ha ganado el Premio Copé de Plata en
1986 y el Concurso Nacional de Guiones 1995. Además de la docencia universitaria, tiene una
reconocida trayectoria periodística en la prensa escrita latinoamericana. Es, asimismo,
redactora del diario independiente iberoamericano La Insignia, España. En la actualidad
trabaja como directora del diplomado de periodismo de la Universidad Jesuita de Lima. Entre
sus obras publicadas se encuentran los poemarios: Asuntos circunstanciales, Ese oficio no me
gusta, Mariposa negra, Condenado amor, Turbulencia y el libro de cuentos Me perturbas.
También ha compilado El combate de los ángeles. Nadie sabe mis cosas: Ensayos en torno a
la poesía de Blanca Varela, es su trabajo más reciente. Tomado de
www.losnoveles.net/rociosilvasantisteban.htm el 10 de julio de 2006. En cuanto a su poesía,
pertenece a la generación del ochenta, grupo artístico donde se destaca una contundente
presencia femenina cuya característica común es la reivindicación del cuerpo como tema
poético y apropiación de la identidad.

5
Poeta mexicano nacido en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; en marzo de 1926. Estudió medicina,
pero abandonó estos estudios, posteriormente estudió letras en la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM), donde se licenció en Lengua y Literatura Española. En su
juventud participó en programas de radio. Fue poeta calificado por el presidente de México,
Ernesto Zedillo, como uno de los más importantes del país en el siglo XX, falleció el 19 de
marzo de 1999 en México, víctima de un cáncer. Sus poemas son viajes al fondo oscuro de las
emociones, siempre con fuerza y siempre desgarradores. Fue Premio Villaurrutia en 1973 y
Premio Nacional de Literatura en 1983. Sus libros son Horal (1950), La señal (1951), Adán y
Eva (1952), Tarumba (1956), Yuria (1967), Maltiempo (1972), Algo sobre la muerte del Mayor
Sabines (1973) y Uno es el hombre (1990). Su obra está recopilada en Nuevo recuento de
poemas (1977). Tomado de www.los-poetas.com/f/biosabi.htm el 10 de julio de 2006.

6
El poema pertenece al libro Poemas sueltos, recopilado en Nuevo recuento de poemas, pág.
140.

7
Seudónimo de Alfredo Quíspez Asín, poeta y pintor peruano nacido en Lima en 1903. En 1925
viajó a París donde se adhirió al movimiento de André Breton, participando activamente en la
publicación Surréalisme au Service de la Révolution. Su actitud vanguardista, tanto en el arte
como en la literatura, lo convirtió en uno de los voceros más relevantes del surrealismo
hispanoamericano. Regresó a Lima en 1933 y cuatro años más tarde se radicó en
México donde vivió la etapa más productiva de su carrera. Con Emilio A. Westphalen editó la
revista literaria El uso de la palabra. En 1944, se apartó públicamente del surrealismo ortodoxo
y volvió a Lima en 1948, haciendo amistad con el francés André Coyné, quien se convirtió en su
albacea, publicando sus obras después de la muerte del poeta ocurrida en 1956. Entre sus
libros se destacan Le château de grisou (1943), Lettre d’amour (1944), Trafalgar Square (1954),
Amour à mort (1957), La tortuga ecuestre y Los anteojos de azufre en (1958). Tomado de
http://amediavoz.com/moro.htm#A%20VISTA%20PERDIDA 10 de julio del 2006.

8
De Lettre d’amour. México, diciembre de 1942. Versión de Emilio Westphalen. Tomado de
http://amediavoz.com/moro.htm#A%20VISTA%20PERDIDA

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