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Santiago 2:23 Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por
justicia, y fue llamado amigo de Dios.;
4:4 !!Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?
Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.
La separación del mundo es aquí expuesta como una prueba infalible de que estamos entre los
justificados, que tenemos una verdadera fe salvadora en Jesucristo.¿No te ha atraído nunca esta
frase, «amigo de Dios»?.
Evidentemente, Dios necesitaba un amigo, y encontró en Abraham aquella amistad que su corazón
anhelaba. ¿Cuáles son los puntos esenciales de una verdadera amistad con Dios? Esta pregunta
recibe respuesta observando cuáles son los requerimientos para una amistad terrenal.
I. La confianza. No puede haber ninguna verdadera amistad sin confianza. Éste es el fundamento.
La confianza es hija del conocimiento. Cuanto más conocemos a nuestros amigos, tanto más
confiamos en ellos. La fe es el comienzo de la amistad con Dios.
II. El afecto. La sola confianza no constituirá una amistad ideal. El afecto es esencial. Es esencial
para la amistad, para la verdadera amistad para con Dios.
III. La franqueza. Los amigos tienen entre sí una relación franca, familiar, unos con otros. Una
niñita definía a un amigo como aquel que lo sabe todo de ti, pero que te ama a pesar de ello. Una
amistad que no puede soportar la verdad no tiene valor. La amistad con Dios da la bienvenida a la
verdad.
IV. Consideración. Los amigos se regocijan cuando ven cumplidos los deseos mutuos. Son
totalmente considerados el uno por el otro.
Nosotros, si somos amigos de Dios, tendremos toda consideración para con Él.
V. Sacrificio. Incluso si para lo anterior tenemos que llegar a hacer un verdadero sacrificio. Y,
naturalmente, los verdaderos amigos se gozan en darse presentes.
VI. Lealtad. Los verdaderos amigos se mantendrán leales el uno al otro, especialmente cuando
están separados.
VII. Perpetuidad. Una verdadera amistad no es temporal, sino que soportará el paso de los años.
Consideremos las palabras del Señor a Sus discípulos en Juan 15: 8-17,
palabras por las cuales revela la relación de "amigos" en la cual les
introduce, y también la obra que quiere realizar en sus corazones para
que gocen plenamente de esta relación. ¿Qué dice el Señor? Nos llama
"amigos". "Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace
su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de
mi Padre, os las he dado a conocer." Esto es lo que distingue a un amigo:
le doy a conocer todo. ¿Tenemos un amigo, alguien a quien damos este
título? Sin duda, conocemos a muchas personas a quienes estimamos y a
quienes manifestamos nuestro afecto. Pero, entre ellas hay solamente
algunas, una o dos tal vez, a quienes damos el título de amigos. ¿Por qué?
Es que un amigo verdadero es alguien en quien tenemos una confianza
tal que no le escondemos nada, pues estamos seguros de que no abusará
de nuestra confianza y guardará para sí todas las cosas que le confiemos
en la intimidad. Si nos traicionara, se acabaría nuestra amistad con él;
nuestro corazón sería tanto más sensible cuanto que nuestra amistad
habría sido más real y viva. La amistad traicionada es una cosa que no
podemos aguantar.
Pues bien, el Señor nos coloca en la relación de amigos con Él, y es una
relación amplia e íntima. A algunos de nuestros amigos les diremos ciertas
cosas; a otros les confiaremos algo más. Pero para que nos confiemos
plenamente en un amigo, es necesario que nuestra amistad con él no
tenga límites. Esto es lo que caracteriza nuestra relación con el Señor:
"todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer."
Pero, como sabemos, una amistad ha de ser mutua. Por eso, Jesús dice
en el versículo 14: " Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os
mando." Es necesario que la obediencia nos caracterice, como Él se
caracteriza por la fidelidad. Y ¿quiénes son aquellos a quienes el Señor
escoge para hacer de ellos sus amigos? ¿Quiénes son? Lo sabemos los
creyentes, y al pensar en el amor de Dios hemos de humillarnos hasta el
polvo. Sus "amigos" son aquellos que no tenían inteligencia, estaban
sumidos en el pecado, bajo el poder de Satanás, arruinados hasta tal
punto que habían perdido el conocimiento moral de Dios y no discernían
lo que Dios ha hecho en este mundo como Creador. ¿Dónde está la
inteligencia? ¿Dónde están la sabiduría y la ciencia del hombre? Las cosas
que debería conocer, ya que fue creado por Dios, son aquellas en las
cuales está más degradado. Pero, los creyentes somos amigos de Dios.
No olvidemos, sin embargo, que para llegar al disfrute o gozo de esta
relación, hemos de pasar mucho tiempo en la escuela de Dios.
¿Cuál era el nombre que Dios le daba a Abraham? ¿El hombre bendito de
Dios? Lo era. ¿El hombre que recibió las promesas? También lo era. ¿El
hombre que conoció al Dios Todopoderoso? Era verdad. Pero Dios no le
llama así; le llama "su amigo". Pero, para que llegase a comprenderlo y a
gozar de esta relación, tuvo que pasar, durante años, por muchas
experiencias y pruebas. Dios había decidido hacer de él Su amigo.
Abraham no lo comprendía. Por eso empezó para él su educación en la
escuela de Dios, y Dios le dijo: "Vete de tu tierra y de tu parentela"
(Génesis 12:1). Quería bendecirle; era una cosa preciosa, y bien
comprendemos que el corazón de Abraham se aferra a esta promesa de
bendición. Abraham creía que Dios quería bendecirle; pero Dios quería
hacerle comprender que Él mismo se encargaba de todo. Examinemos su
vida.
Pero transcurren los meses, pasan los años sin que Abraham vea el
cumplimiento de las promesas de su Dios. No se produce ningún cambio.
Cada noche, cuando sale de su tienda y levanta la vista al cielo, las
innumerables estrellas parecían decirle: «tu descendencia será como las
estrellas del cielo.» Y en esta larga espera, ¿desfallece su fe? ¡No!, porque
está escrito: "Abraham CREYÓ A DIOS, y le fue contado por justicia."
(Santiago 2:23).
Pero —para terminar— notemos una cosa, y es que la revelación que Dios
nos da de Sus pensamientos va mucho más allá de nuestros
pensamientos, y, además, la bendición sobrepasa siempre lo que
esperábamos. ¡Cuán precioso es, para los creyentes, saber que Dios obra
de esta manera!