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Red Voltaire

ISRAEL

¿Quién es el enemigo?
por Thierry Meyssan

Cada cual tiene su propia opinión para explicar las masacres que
el Estado de Israel está cometiendo en Gaza. En los años 1970-1980
eran vistas como una expresión del imperialismo anglosajón. Pero
hoy muchos interpretan esas matanzas como un conflicto entre
judíos y árabes. Pasando en revista unos 4 siglos de Historia,
Thierry Meyssan, analista y consultante de varios gobiernos,
analiza el origen del sionismo, sus verdaderas ambiciones y señala
el verdadero enemigo.
RED VOLTAIRE | DAMASCO (SIRIA) | 4 DE AGOSTO DE 2014

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L
a guerra que desde hace 66 años ha venido librándose
ininterrumpidamente en Palestina atraviesa una nueva etapa con
las operaciones israelíes «Guardianes de nuestros hermanos»
y «Roca indestructible», extrañamente traducidas en la prensa occidental
como «Margen Protector».

Es evidente que Tel Aviv –que optó por explotar la desaparición de


3 jóvenes israelíes para desencadenar estas operaciones militares y
«arrancar de raíz el Hamas» esperando poder explotar el gas de Gaza,
conforme al plan ya enunciado en 2007 por el actual ministro de Defensa
de Israel [1]– se ha visto superado por la reacción de la Resistencia
palestina. La Yihad Islámica respondió disparando cohetes de alcance
medio, muy difíciles de interceptar, que se agregaron a los que dispara el
Hamas.

La violencia de los acontecimientos, que ya han costado la vida a más


de 1 500 palestinos y a 62 israelíes (con la salvedad de que las cifras
israelíes están sometidas a una férrea censura militar y probablemente
son minimizadas), ha provocado una ola de protestas en el mundo
entero. Además de sus 15 miembros, el Consejo de Seguridad de la ONU
–reunido el 22 de julio– escuchó las intervenciones de otros 40 Estados
que decidieron expresar su indignación ante el comportamiento de
Tel Aviv y su «cultura de la impunidad». Al extremo que, en vez de las
2 horas habituales, la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU sobre
la «crisis de Gaza» duró 9 horas [2].
Simbólicamente, Bolivia declaró Israel «Estado terrorista» y abrogó el
acuerdo de libre circulación firmado con ese país. Pero las declaraciones
de protesta generalmente no vienen acompañadas de ayuda militar para
los agredidos, con excepción de la de Irán y, simbólicamente, la de Siria.
Estos dos países respaldan a la población palestina a través de la Yihad
Islámica –la rama militar del Hamas– sin apoyar su rama política, que es
miembro de la Hermandad Musulmana, y también aportan su respaldo al
FPLP-CG [Frente Popular por la Liberación de Palestina-Comando
General].

Al contrario de lo sucedido durante las operaciones anteriores («Plomo


fundido» en 2008 y «Columna de nubes», traducida está última en
Occidente como «Pilar defensivo»), los dos Estados que protegen a Israel
en el Consejo de Seguridad de la ONU (Estados Unidos y el Reino Unido)
facilitaron esta vez la elaboración de una declaración del presidente del
Consejo de Seguridad donde se subrayan las obligaciones humanitarias
de Israel [3]. Más allá de la cuestión fundamental de un conflicto que
sigue sin resolver desde 1948, lo que estamos viendo es un consenso
para expresar una condena mínima del uso desproporcionado de la
fuerza por parte de Israel.

Sin embargo, tras este aparente consenso se esconden análisis muy


diferentes: algunos autores interpretan el conflicto como una guerra de
religión entre judíos y musulmanes mientras que otros lo ven como una
guerra política según un esquema colonial clásico. ¿Cuál es la realidad?

¿Qué es el sionismo?

A mediados del siglo XVII, los calvinistas británicos se reagruparon


alrededor de Oliver Cromwell y cuestionaron la fe y la jerarquía del
régimen imperante en Gran Bretaña. Después de derrocar la monarquía
anglicana, el «Lord protector» pretendió permitir al pueblo inglés alcanzar
el estado de pureza moral necesario para atravesar una tribulación de
7 años, acoger el regreso de Cristo y vivir apaciblemente con él durante
1 000 años (el «Millenium». Para ello, según su interpretación de la Biblia,
había que dispersar a los judíos por todo el mundo, reagruparlos
después en Palestina y reconstruir allí el templo de Salomón. Bajo esa
perspectiva, Oliver Cromwell instauró un régimen puritano, anuló en 1656
la medida que prohibía a los judíos instalarse en Inglaterra y anunció que
su país se comprometía a crear en Palestina el Estado de Israel [4].

Al ser derrocada la secta de Cromwell, al final de la «Primera Guerra


Civil Inglesa», y resultar muertos o exilados sus partidarios, se restableció
la monarquía anglicana y esta abandonó el sionismo –o sea, el proyecto
de creación de un Estado para los judíos. Pero resurgió en el siglo XVIII,
con la «Segunda Guerra Civil Inglesa» –así se denomina en los manuales
de Historia de la enseñanza secundaria del Reino Unido– que el resto del
mundo conoce como la «Guerra de Independencia de los Estados Unidos»
(1775-83). Contrariamente a lo que todo el mundo cree, esa guerra
no se basó en los ideales de la Ilustración, que más tarde animaron la
Revolución Francesa, sino que fue financiada por el rey de Francia y
se libró por motivos religiosos y al grito de «¡Nuestro Rey es Jesús!».

George Washington, Thomas Jefferson y Benjamin Franklin, por sólo


mencionarlos a ellos, se presentaron como los sucesores de los
partidarios exilados de Oliver Cromwell. Lógicamente, Estados Unidos
retomó el proyecto sionista.

En 1868, la reina Victoria designó como primer ministro de Inglaterra al


judío Benjamin Disraeli, quien propuso conceder algo de democracia a
los descendientes de los partidarios de Cromwell para poder apoyarse
sobre todo el pueblo y extender por el mundo el poder de la Corona.
Sobre todo propuso una alianza con la diáspora judía como medio
de aplicar una política imperialista cuya vanguardia sería precisamente
esa diáspora. En 1878, el propio Disraeli incluyó «la restauración de Israel»
en el orden del día del Congreso de Berlín sobre la nueva repartición del
mundo.

Fue sobre esa base sionista que el Reino Unido restableció relaciones
con sus ex colonias de América, ya convertidas en Estados Unidos, al
término de la «Tercera Guerra Civil Inglesa», denominada en
Estados Unidos como «American Civil War» y en Europa continental
como la «Guerra de Secesión» (1861-1865), en la que salieron vencedores
los WASP (White Anglo-Saxon Puritans) sucesores de los partidarios de
Cromwell [5]. También en este caso es de manera totalmente errónea que
se presenta esa guerra como una lucha contra la esclavitud sin tener
en cuenta que 5 Estados del norte todavía seguían practicando esa forma
de explotación.

O sea, casi hasta el final del siglo XIX, el sionismo es un proyecto exclusivamente
puritano y anglosajón al que se suma sólo una élite judía. Pero es firmemente
condenado por los rabinos, quienes interpretan la Torah como una alegoría y no como
un plan político.
Entre las consecuencias actuales de esos hechos históricos está el que haya que
reconocer que el sionismo, además de plantear como objetivo la creación de un
Estado para los judíos, también sirvió de base a la fundación de Estados Unidos.
A partir de esa conclusión, la cuestión de saber si las decisiones políticas de ese
conjunto se toman en Washington o en Tel Aviv deja de tener relevancia. La misma
ideología controla el poder en ambos países. Por otro lado, al ser el sionismo el
elemento que permitió la reconciliación entre Londres y Washington cuestionarlo es
atacar la base misma de esa alianza, la más poderosa del mundo.

La adhesión del pueblo judío


al sionismo anglosajón

En la historia oficial actual generalmente se pasa por alto el periodo del


siglo XVII al siglo XIX y se presenta a Theodor Herzl como el fundador del
sionismo. Sin embargo, según las publicaciones internas de la
Organización Sionista Mundial, eso también es falso.

El verdadero fundador del sionismo contemporáneo no es un judío sino


un cristiano dispensionalista. El reverendo William E. Blackstone era un
predicador estadounidense que consideraba que los verdaderos
cristianos no tendrían que sufrir las duras pruebas del fin de los tiempos.
Predicaba que los verdaderos cristianos serían sustraídos a la batalla final
y enviados al cielo (el llamado «arrebatamiento de la Iglesia», en inglés
«the rapture»). Para el reverendo Blackstone, los judíos librarían esa
batalla, de la que saldrían además convertidos a la fe del Cristo
victorioso.

Es la teología del reverendo Blackstone lo que sirvió de base al inquebrantable apoyo


de Washington a la creación de Israel. Y eso sucedió muchos antes de la creación del
AIPAC y de que ese grupo de presión proisraelí tomara el control del Congreso de
Estados Unidos. En realidad, el poder de ese grupo de presión no reside tanto en
su dinero y su capacidad para financiar campañas electorales como en esa ideología,
que aún sigue vigente en Estados Unidos [6].

Por muy estúpida que pueda parecer, la teología del «arrebatamiento» es


hoy en día muy poderosa en Estados Unidos. Incluso se ha convertido en
un fenómeno de librería y ha llegado a las pantallas cinematográficas
(Ver el film Left Behind, con Nicolas Cage, cuyo estreno está programado
para el mes de octubre).

Theodor Herzl era un admirador del comerciante de diamantes Cecil


Rhodes, el teórico del imperialismo británico y fundador de Sudáfrica, de
Rhodesia (a la que incluso dio su nombre) y de Zambia (ex Rhodesia del
Norte). Herzl no era israelita y ni siquiera le había hecho la circuncisión a
su hijo. Ateo, como muchos burgueses europeos de su época,
Herzl recomendó al principio la asimilación de los judíos, estimando
incluso que debían convertirse al cristianismo. Sin embargo, retomando
la teoría de Disraeli, Herzl concluyó que la mejor solución era hacerlos
participar en el colonialismo británico creando un Estado judío, en la
actual Uganda o en Argentina, así que siguió el ejemplo de Cecil Rhodes
con la compra de tierras y con la creación de la Agencia Judía.

Blackstone logró convencer a Herzl de que debía vincular las preocupaciones de los
dispensionalistas con las de los colonialistas. Para eso bastaba con estipular que la
creación de Israel debía ser en Palestina y justificarla con referencias bíblicas. Gracias
a esa idea bastante simple Blackstone y Herzl lograron que la mayoría de los judíos
se sumara a su proyecto. Hoy en día Herzl está enterrado en Israel –en la cima del
Monte Herzl– y el Estado israelí puso en su ataúd la Biblia anotada que Blackstone le
había regalado.
Así que el objetivo del sionismo nunca fue «salvar al pueblo judío dándole una
patria» sino hacer triunfar el imperialismo anglosajón asociando los judíos a esa
empresa. Además, no sólo el sionismo no es un producto de la cultura judía sino que
la mayoría de los sionistas nunca fueron judíos, mientras que la mayoría de los judíos
sionistas no son israelitas [7]. Las referencias bíblicas, omnipresentes en el discurso
oficial israelí, sólo reflejan el pensamiento del sector creyente del país y su principal
función no es otra que convencer a la población estadounidense.

Fue durante ese periodo cuando se inventó el mito del pueblo judío.
Hasta aquel momento los judíos se habían considerado como personas
pertenecientes a una religión y reconocían que sus correligionarios
europeos no eran descendientes de los judíos de Palestina sino de otras
poblaciones que se habían convertido a esa religión durante el
transcurso de la Historia [8].

Blackstone y Herzl fabricaron artificialmente la idea según la cual todos los judíos del
mundo serían descendientes de los antiguos judíos de Palestina. A partir de ese
momento el término «judío» comienza a aplicarse no sólo a la religión israelita sino
que pasa a designar también una etnia. Basándose en una lectura literal de la Biblia,
todos los judíos pasan así a ser beneficiarios de una promesa divina sobre la tierra
palestina.

El pacto anglosajón para la creación de Israel en


Palestina

La decisión de crear un Estado judío en Palestina fue tomada


conjuntamente por los gobiernos de Gran Bretaña y Estados Unidos.
La negoció el primer juez judío de la Corte Suprema estadounidense,
Louis Brandela, bajo los auspicios del reverendo Blackstone, y fue
aprobada tanto por el presidente estadounidense Woodrow Wilson como
por el primer ministro británico David Lloyd George después de los
acuerdos franco-británicos Sykes-Picot, en los que Francia y Gran Bretaña
se repartían el «Medio Oriente». Este acuerdo sólo se hizo público de
forma paulatina.

Al futuro secretario de Estado británico para las Colonias Leo Amery se


le confió la tarea de instruir a los veteranos del «Cuerpo de Muleros de
Sión» para crear, con los agentes británicos Ze’ev Jabotinsky y Chaim
Weizmann, la «Legión Judía» en el seno del ejército británico.

El 2 de noviembre de 1917, el ministro británico de Relaciones


Exteriores, Lord Balfour, envió a Lord Walter Rotschild una carta abierta
en la que se comprometía a crear un «hogar nacional judío» en Palestina.
El presidente estadounidense Woodrow Wilson incluyó la creación de
Israel entre sus objetivos de guerra oficialmente reconocidos (es el n° 12
de los 14 puntos presentados al Congreso de Estados Unidos el 8 de
enero de 1918) [9].
Todo ello demuestra que la decisión de crear el Estado de Israel no tiene nada que ver
con la masacre contra los judíos desatada 20 años después en Europa, durante la
Segunda Guerra Mundial.

El 3 de enero de 1919, durante la conferencia de paz de París, el emir


Faisal –hijo del sharif de la Meca y futuro rey del Irak británico– firmó con
la Organización Sionista Mundial un acuerdo donde se comprometía a
respaldar la decisión anglosajona.

Así que la creación del Estado de Israel, concretada en contra de la población de


Palestina, también contó con la complicidad de las monarquías árabes. En aquella
época, el sharif de la Meca Husein ben Ali no interpretaba el Corán como lo hace el
Hamas, no pensaba que «una tierra musulmana no puede ser gobernada por
no musulmanes».

La creación jurídica del Estado de Israel

En mayo de 1942, las organizaciones sionistas realizaron su congreso en


el hotel Biltmore de Nueva York. Los participantes decidieron convertir el
«hogar nacional judío» de Palestina en el «Commonwealth judío»
(referencia al Commonwealth brevemente instaurado por Cromwell
en lugar de la monarquía británica) y autorizar la inmigración masiva de
los judíos hacia Palestina. En un documento secreto se fijaron 3 objetivos
muy precisos:
«(1) El Estado judío abarcaría la totalidad de Palestina y probablemente
la Transjordania;
(2) el desplazamiento de la población árabe a Irak y
(3) el control por parte de los judíos de todos los sectores de desarrollo
y control de la economía en todo el Medio Oriente.»

En aquel momento, casi todos los participantes en el congreso de


Nueva York ignoraban que la «solución final de la cuestión judía» (die
Endlösung der Judenfrage) acaba de entrar en aplicación secretamente
en Europa.

En definitiva, cuando los británicos ya no hallaban qué hacer para


complacer simultáneamente a los judíos y los árabes, la ONU –que sólo
contaba entonces con 46 Estados miembros– propuso un plan de
partición de Palestina a partir de las indicaciones que le habían
proporcionado… los británicos. Debía crearse un Estado binacional
conformado por un Estado judío, un Estado árabe y una zona «bajo
régimen internacional especial» para administrar los lugares sagrados
(Jerusalén y Belén). El proyecto fue adoptado mediante la Resolución 181
de la Asamblea General de la ONU [10].

Sin esperar por la continuación de las negociones, el presidente de la


Agencia Judía, David Ben Gurión, proclama unilateralmente el Estado de
Israel, inmediatamente reconocido por Estados Unidos. Los árabes que
vivían en territorio israelí se vieron sometidos a un régimen de
ley marcial, se limitaron sus desplazamientos y sus pasaportes fueron
confiscados. Los países árabes que acababan de alcanzar la
independencia decidieron intervenir pero, al no disponer de ejércitos
ya conformados, fueron rápidamente derrotados. Durante aquella guerra,
Israel procedió a una limpieza étnica y obligó no menos de 700 000
árabes a huir de sus hogares.
La ONU envió como mediador al conde Folke Bernadotte, diplomático
sueco que había salvado miles de judíos durante la Segunda Guerra
Mundial. El conde Bernadotte comprobó que los datos demográficos
transmitidos por las autoridades británicas eran falsos y exigió que
se aplicara plenamente el plan de partición previsto para Palestina. No
está de más recordar en este punto que la Resolución 181 implica el
regreso de los 700 000 árabes expulsados de sus tierras, la creación de
un Estado árabe y la internacionalización de Jerusalén.

El conde Folke Bernadotte, enviado especial de la ONU, fue asesinado


el 17 de septiembre de 1948, por orden del futuro primer ministro de
Israel, Yitzhak Shamir.

La Asamblea General de la ONU reaccionó adoptando la Resolución


194, que reafirma los principios ya enunciados en la Resolución 181 y
proclama además el derecho inalienable de los palestinos a regresar a su
tierra y a ser indemnizados por los perjuicios sufridos [11].

Sin embargo, Israel –que mientras tanto había arrestado, juzgado y


condenado a los asesinos de Bernadotte– fue admitido como miembro
de la ONU, después de comprometerse también a respetar y aplicar sus
resoluciones. Inmediatamente después de la admisión de Israel como
Estado miembro de la ONU, los asesinos del enviado de la ONU fueron
amnistiados y el individuo que había disparado sobre el conde
se convirtió en guardaespaldas personal del primer ministro israelí David
Ben Gurión.

Desde su admisión en la ONU, Israel ha violado constantemente las


sucesivas resoluciones de la Asamblea General y del Consejo de
Seguridad sobre la cuestión israelo-palestina. Sus vínculos orgánicos con
dos de los miembros del Consejo de Seguridad con derecho de veto
han mantenido a Israel fuera del alcance del derecho internacional. Israel
se ha convertido así en un Estado offshore gracias al cual Estados Unidos
y el Reino Unido pueden darse el lujo de fingir ser Estados que respetan
el derecho internacional, cuando en realidad lo violan a través de ese
seudo Estado.

Creer que la cuestión de Israel es un problema exclusivo del Medio Oriente es un error
total y absoluto. Hoy en día, Israel opera militarmente en todo el mundo, como agente
del imperialismo anglosajón. En Latinoamérica fueron agentes israelíes quienes
organizaron la represión durante el intento de golpe de Estado contra el presidente de
Venezuela Hugo Chávez, en 2002, y también en Honduras durante el derrocamiento
del presidente Manuel Zelaya, en 2009. En África, había agentes israelíes por todos
lados durante la guerra de los Grandes Lagos y fueron ellos quienes organizaron
la captura de Muammar el-Kadhafi. En Asia, agentes israelíes dirigieron el asalto y
masacre contra los Tigres Tamiles, en 2009, etc. En cada ocasión, Londres y
Washington juran que nada tienen que ver con lo sucedido. Por otro lado, Israel
controla numerosas instituciones mediáticas y financieras, como la Reserva Federal
estadounidense.

La lucha contra el imperialismo

Hasta el momento de la disolución de la URSS era evidente que la


cuestión israelí está vinculada a la lucha contra el imperialismo. Todos los
antiimperialistas del mundo –incluyendo el Ejército Rojo japonés–
apoyaban la causa palestina e incluso luchaban junto a los palestinos en
el Medio Oriente.
Hoy en día, la globalización de la sociedad de consumo y la pérdida de
valores que esta ha provocado han traído una pérdida de conciencia
sobre el carácter colonial del Estado hebreo. Árabes y musulmanes son
los únicos que siguen sintiéndose implicados en la causa palestina y dan
pruebas de empatía con el destino de los palestinos, pero ignoran los
crímenes israelíes cometidos en el resto del mundo y no reaccionan ante
los demás crímenes del imperialismo.

Sin embargo, en 1979, el ayatola Ruholla Khomeini explicaba a sus


seguidores iraníes que Israel no era más que una marioneta en manos de
los imperialistas y que el único verdadero enemigo era la alianza entre
Estados Unidos y el Reino Unido. Por el sólo hecho de haber expresado
esa simple verdad, Khomeini fue caricaturizado en Occidente y los chiitas
fueron presentados como herejes en Oriente. Hoy en día, Irán es el único
Estado del mundo que envía armas y consejeros a la Resistencia
palestina mientras que los regímenes sionistas árabes debaten
amablemente con el presidente israelí por videoconferencia en medio de
las reuniones del Consejo de Seguridad del Golfo [12].
Thierry Meyssan

[1] «Extendiendo la guerra del gas en el Levante», por Thierry Meyssan, Al-Watan / Red Voltaire, 21 de julio
de 2014.

[2] «Réunion du Conseil de sécurité sur le Proche-Orient et l’offensive israélienne à Gaza», Réseau Voltaire,
22 de julio de 2014.

[3] «Declaración de la Presidencia del Consejo de Seguridad sobre Gaza», Red Voltaire, 28 de julio de 2014.

[4] Sobre la historia del sionismo, el lector puede remitirse al capítulo «Israel y los anglosajones» de mi libro
L’Effroyable imposture 2, Manipulations et désinformations, Edition Alphée, 2007. Los lectores encontrarán
numerosas referencias bibliográficas en ese texto.

[5] The Cousins’ Wars: Religion, Politics, Civil Warfare and the Triumph of Anglo-America, por Kevin Phillips,
Basic Books (1999).

[6] Ver principalmente American Theocracy (2006) de Kevin Phillips, excepcional historiador que fue
consejero de Richard Nixon.

[7] Es importante recordar en este punto que el término «israelita» designa fundamentalmente a los hebreos
seguidores de la ley de Moisés mientras que el término «israelí» es simplemente el gentilicio utilizado para
designar a los ciudadanos de Israel. Nota de la «Red Voltaire».

[8] El lector interesado podrá consultar una interesante síntesis de los trabajos históricos sobre ese tema
titulada Comment le peuple juif fut inventé (en español, “Cómo se inventó el pueblo judío”), por
Shlomo Sand, Fayard, 2008.

[9] La formulación del punto 12 es particularmente oscura. Durante la conferencia de paz de París, en 1919,
el emir Faisal invocó ese punto para reclamar el derecho de los pueblos que habían vivido bajo el yugo
otomano a disponer de sí mismos. Y le respondieron que podía escoger entre una Siria bajo uno o varios
mandatos. Para sorpresa de la delegación estadounidense, la delegación sionista argumentó por su parte
que en el punto 12 el presidente Wilson se había comprometido a respaldar el Commonwealth judío.
En definitiva, Wilson confirmó por escrito que había que interpretar el punto 12 como un compromiso de
Washington a favor de la creación de la creación de Israel y de la restauración de Armenia. Ver «Les quatorze
points du président Wilson», Réseau Voltaire, 8 de enero de 1918.

[10] «Résolution 181 de l’Assemblée générale de l’Onu», Réseau Voltaire, 29 de noviembre de 1947.

[11] «Résolution 194 de l’Assemblée générale de l’ONU», Réseau Voltaire, 11 de diciembre de 1948.

[12] «El presidente de Israel habló ante el Consejo de Seguridad del Golfo a fines de noviembre»,
Red Voltaire, 3 de diciembre de 2013.

Fuente : «¿Quién es el enemigo?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire , 4 de agosto de 2014,
www.voltairenet.org/article184972.html

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