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¡Vámonos con Pancho Villa!

Escrito por Antonio Cajero Vázquez*


Lunes, 12 de Julio de 2010 00:00

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Entre las novelas dedicadas al caudillo duranguense destaca la de Rafael F. Muñoz, ¡Vámonos
con Pancho Villa! (1931), una fluida narración salpicada de lirismos no siempre efectivos. La
historia es contada por un narrador en tercera persona que elige diversos protagonistas a lo
largo de la novela: primero el foco se centra en Miguel Diablo, un revolucionario que junto
abate pelones delahuertistas y funge como actor decisivo en la voladura de un puente. Con
otros cinco amigos, conforma al grupo conocido como los Leones de San Pablo. Luego el
narrador se centra en Tiburcio Maya, un cabecilla regional que al grito de “¡Vámonos con
Pancho Villa!” reunió a varios de sus paisanos a quienes ve caer uno a uno: Miguel Diablo
(“Becerrillo”) resulta herido y con una herida incurable recibe la eutanasia de parte de la pistola
de Tiburcio; en la batalla de La Pila mueren el manco Espinosa y Rodrigo Perea; en el círculo
de la muerte, cae el gordo Botello y, finalmente, Máximo Perea contrae viruela y muere
incinerado por Tiburcio. Estas acciones abarcan casi la mitad de la novela: Villa apenas es un
fantasma; en el resto, el caudillo norteño comparte protagonismo con Tiburcio.
Después de reseñar buena parte de las batallas de Pancho Villa, la narración avanza hacia otro
momento de la lucha revolucionaria: Villa no es más aliado de los constitucionalistas; ahora
combate a los carranclanes que le han diezmado su ejército y le han creado un estado
permanente de paranoia: hasta de su sombra sospecha. Así, mientras Tiburcio se halla
refundido en su terruño, las tropas villistas llegan por sorpresa y reaniman el espíritu
revolucionario del campesino que, como premio por sus lealtad, presencia la muerte de su
esposa y de su hija a manos del mismísimo Villa: para que no las extrañara mientras se
entregaba por completo a una lucha ya sin sentido. El hijo de Tiburcio, apenas un niño, también
engrosa las debilitadas tropas del otrora invencible Centauro del Norte.
Tiburcio representa la fidelidad incondicional: aun cuando le matan a sus mujeres y ofrenda la
vida de su hijo, y la de sus amigos para salvar la de Villa, acompaña al caudillo durante la
invasión –por llamarla de alguna manera– de Columbus; se encarga de vigilar la huida de Villa
cuando éste es herido por fuerzas carrancistas y de cuidarlo durante su convalecencia, a costa
de todo; al final, termina con los pies desollados, pero con la lealtad íntegra. Se niega a mostrar
a “los punitivos” el escondite de Villa. Recibe oferta tras oferta de los subordinados de
Pershing: cincuenta mil dólares; no, cien mil; protección, casa, una nueva vida en Estados
Unidos; el placer de la venganza contra el asesino de su esposa y de su hija, incluido un
perdón público. Nada convence a este convencido.
De ¡Vámonos con Pancho Villa! destacan dos hechos que bien vale la pena comentar: el
círculo de la muerte, juego a que se entregan los soldados en tiempos de ocio, donde muere
Botello; no el más miedoso, sino el más gordo. El juego de la muerte atrae como el pan a estos
muertos de hambre: el pudor de la cobardía deviene una violencia más intensa. Otro: al final de
la novela, Tiburcio muere colgado de un árbol por las tropas del gobierno mexicano, después
de completar la tortura infligida por los indios guías de la Expedición Punitiva; pero ahí no
termina la novela, sino con un testimonio epilogal atribuido al general Nicolás Fernández
(“Palabras del general Nicolás Fernández, compañero de Francisco Villa durante más de trece

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¡Vámonos con Pancho Villa!

Escrito por Antonio Cajero Vázquez*


Lunes, 12 de Julio de 2010 00:00

años, al autor de este libro. R. F. M.”): en este eslabón que une vida y ficción, se cuenta cómo
Villa cumple su promesa de encontrarse con sus soldados después de casi tres meses de
luchar contra la muerte, los carrancistas y los güeros en la inexpugnable sierra. Para Muñoz, el
villismo resulta un movimiento sostenido por una lealtad ciega al caudillo y, acaso, por la inercia
de la muerte que exige siempre más muertes.
* El Colegio de San Luis.

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