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de lenguaje que por primera vez admite la representación de «la vida coti-
diana en su cotidianidad». Frente a la selva normativa de la Ilustración,
a finales del siglo xviii se abre un nuevo horizonte de expectativas que
implica la glorificación de la subjetividad, el triunfo del humorismo, la
reivindicación de la arquitectura efímera del fragmento, o la definición
de la ironía como una infinitud de contraste en la que se tensan las rela-
ciones perceptuales e intelectuales. La desestabilización de la preceptiva
dieciochesca favorece el desbordamiento de los géneros más allá de sus
fronteras, así como la identificación del genio creativo con el «ingenio
enfermizo». Utilizando como fuentes documentales a los Schlegel, a Cha-
teaubriand y a Novalis, el autor suscribe la existencia de fronteras líquidas
entre la prosa y la poesía: mientras que la primera exhibe una «indiferen-
cia suprema» frente a categorías preestablecidas, la segunda aspira a la
libertad expresiva sin abdicar de su naturaleza esencial. El punto de sutura
entre ambos planteamientos se localiza en el fragmento, que permite aco-
ger todos los acontecimientos de la vida humana bajo la apariencia de una
realidad dúctil, maleable y cambiante.
La segunda sección estudia la literatura de viajes como vehículo para
la manifestación del «pensamiento errante» que caracteriza al hombre
burgués del siglo xviii. La experiencia formativa del viaje se suma así a la
experiencia lectora de guías, itinerarios y diarios. De este modo, la prosa
ya no es solo una herramienta artística al servicio de la imaginación, sino
un instrumento de alta precisión donde confluyen el mundo exterior y
la mirada del turista. En los estertores del siglo xviii, el viaje evoluciona
desde su intención antropológica hasta una dimensión pintoresca en la
que tienen cabida la sorpresa, el hallazgo y la imagen deslumbrante. San-
tamaría ejemplifica esta nueva sensibilidad a través de tres obras: el Diario
de a bordo del aeronauta Gianozzo de Jean Paul; el Viaje sentimental por
Francia e Italia de Laurence Sterne; y el Viaje de Italia de Leandro Fer-
nández de Moratín. En todas ellas se observa la tendencia a invertir las
magnitudes espaciales o a desplazar el foco desde la descripción hasta la
introspección. Sin ir más lejos, Jean Paul y Sterne aseguran preferir las
«absurdas minucias» de la vida cotidiana a los soberbios espectáculos
de la naturaleza. En las letras españolas, ese espíritu contrasublime se
encarna en la figura de Leandro Fernández de Moratín, a quien se dedi-
can algunas de las páginas más esclarecedoras de este volumen. Alberto
Santamaría parte de la tesis postulada por Luis Felipe Vivanco en Mora-
tín y la Ilustración mágica (1972) para avanzar hacia la recuperación del
otro Moratín, escondido bajo la peluca ilustrada: he aquí un personaje