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Jose
Jose
Freire escribió que “la educación necesita tanto de formación técnica, científica y profesional
como de sueños y utopía".. También afirmó que “la educación es un acto de amor, por tanto,
un acto de valor”. El coraje y la dimensión ética de la educación consiste en pretender la
complicidad compartida de iniciar un proceso global de la sociedad y de ser una
herramienta básica de creación y regeneración de la cultura. Pero no de cualquier cultura,
sino de aquella centrada en el ser humano, que inspire modelos de pensamiento y acción
orientados a alcanzar mayores cotas de bienestar. Es decir, aquella cultura consagrada a
hacer del mundo el mejor de los posibles. Esta cultura, la Cultura de Paz, ha sido una
tentativa- largamente tejida a largo de la historia, a través de cuyos hilos se ha conformado,
parcialmente, un modo de organizar el mundo, basado en el derecho sagrado de vivir
juntos- que se define como el conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y
estilos de vida que inspiran una forma constructiva y creativa de relacionarnos para
alcanzar- desde una visión holística1 e imperfecta de la paz2- la armonía del ser humano
consigo mismo, con los demás y con la naturaleza.
Si bien la solución puede parecer bien fácil, la historia revela que la paz como justicia
social, como satisfacción de las necesidades básicas de todas las personas, es una
cuestión compleja y una tarea difícil. Pero como escribiera Ortega y Gasset (1983) “no se
puede ignorar que si la guerra es una cosa que se hace, también la paz es una cosa que
hay que hacer, que hay que fabricar...”3 En ese quehacer, la paz se ha abordado desde
diferentes posiciones:
• desde la mirada que propone la fraternidad universal apoyada en lo que podría ser el
origen común de la raza humana y la igualdad de las personas;
• desde la solución de los conflictos a través de un ordenamiento jurídico nacional e
internacional;
• desde el establecimiento de organismos internacionales capaces de garantizar la
seguridad colectiva;
• desde la visión holística, ecológica y planetaria que extiende la problemática de la
paz al medio ambiente.
• desde la asunción de la paz positiva como la suma de las cuatro “D” (Desarrollo,
Derechos Humanos, Democracia y Desarme), de manera que la ausencia de alguna
constituye un factor de violencia. Este concepto de paz está estrechamente
relacionado con el concepto de seguridad humana4 y el desarrollo humano.
2
globalización está transformando las preocupaciones en materia de política educativa. En
primer lugar, porque los procesos de globalización colocan al conocimiento en un primer
plano al ser el principal recurso productor de riqueza, planteando a los sistemas educativos
nuevos criterios de calidad y responsabilidad. Y por otro lado, reformulando la capacidad
de estos sistemas para garantizar la cohesión social necesaria que requiere una buena
gobernabilidad.
3
Respecto al concepto de democracia (Patrick, 1996) esta puede definirse como el
régimen político institucionalizado bajo el reino del derecho donde existe una sociedad civil
autónoma cuyos miembros forman voluntariamente grupos que persiguen objetivos fijados
por ellos mismos, al objeto de colaborar los unos con los otros gracias a los mecanismos
de los partidos políticos y de crear por medio de elecciones libres un gobierno
representativo. Dicha sociedad civil está constituida por una red compleja de asociaciones
libremente creadas, distintas de las instituciones públicas oficiales, que actúan
independientemente de los órganos del Estado o en colaboración con estas. La sociedad
civil por consiguiente no está regida solamente por el Estado sino también por el derecho ya
que es un dominio público constituido por particulares. Es evidente que la construcción de
la cultura de paz exige la actuación de los gobiernos libremente designados, pero
principalmente de una sociedad civil que actúa de manera autónoma y a la vez se
constituye en elemento de control de la gestión de lo común fortaleciendo así la democracia
misma. La interacción entre Estado y sociedad civil remite necesariamente a un modelo de
democracia que supera la mera representatividad para convertirse en un modelo de gestión
de lo público (democracia participativa) en razón de una participación máxima que hace
que los ciudadanos obtengan un sentimiento de pertenencia más desarrollado.
Tres son las dimensiones de la educación (Santos Guerra, 2002) que los centros
educativos deben tener presente: el discurso y construcción de los valores que guían y se
encarnan en las prácticas educativas (la educación es un fenómeno moral); la construcción
de conocimientos y el uso adquirido de estos al servicio de los valores y de la sociedad (la
educación es un fenómeno ideológico); y la capacidad de los centros para perpetuar las
desigualdades o servir de instrumento de transformación para alcanzar un mundo mejor (la
educación es un fenómeno político). Son obvias pues las relaciones que mantienen
democracia y educación, porque en definitiva ambas persiguen un mismo objetivo: la
construcción social e individual de un proyecto humano cuyo instrumento es la educación.
Como dice Gimeno Sacristán (1998): “La educación será el instrumento para generar esa
capacidad de pensarse y dirigirse a sí mismos, propiciando el asentamiento de la cultura
que habilite a los sujetos para participar realmente en la construcción social a través de la
construcción de sí mismos”. No obstante en tales relaciones (democracia/ ciudadanía y
educación) deben tenerse en cuenta algunos aspectos (Fernández, 2001) tales como que
las dos primeras nociones son conceptos múltiples, dinámicos, intersubjetivos y
sociohistóricamente contextualizados, y por eso es posible que sean interpretados de
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diferentes formas, de manera que los contenidos educativos que inspiran no son únicos ni
obvios; y por consiguiente, estos contenidos, en estrecha relación con la función
socializadora de la educación, no son exclusivos de la escuela sino que constituyen una
responsabilidad de la sociedad en su conjunto. Alejandro Mayordomo (1998) se expresa en
otro sentido cuando dice: “La contribución o el compromiso del sistema escolar con la
democracia supone, al menos, y para decirlo en una apretada síntesis, el afianzamiento en
su concepción y práctica de tres caracteres fundamentales: la presencia en la definición de
lo escolar de principios fundamentales de aquélla, la realización de sus actividades dentro
de un clima organizativo democrático, y el entendimiento de la institución escolar como un
obligado referente de construcción social”.
Las instituciones educativas es obvio que no pueden quedar al margen de esta finalidad
general y deben interrogarse sobre cómo estas ideas y valores se hacen efectivos e
impregnan la cultura escolar, así como de saber cuál es el mejor método para que los
sujetos en formación (todos los miembros de la comunidad educativa) aprendan y
construyan colectivamente el conjunto de competencias necesarias que hacen posible esas
ideas y valores5 promoviendo una conducta social (Albacete, 2000) que:
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• Favorece la convivencia pacífica armonizando los intereses individuales y los
intereses sociales de modo que se evitan las fricciones, se solucionan los conflictos y
se procura el consenso a través del diálogo, el debate y la negociación;
• Conduce al ejercicio de la solidaridad como actitud individual y como acción
colectiva organizada, manifestándose a través de la cooperación y de la ayuda.
COMPETENCIAS ACTITUDES
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legitimadora), los actores marginales de sistema (identidad de resistencia) y los actores que
construyen una nueva identidad a partir de los materiales culturales disponibles (identidad
proyecto).
En relación con la globalización Borja (2002) analiza las tensiones que este fenómeno
ejerce sobre el concepto de ciudadanía:
4. Los derechos que configuran la ciudadanía hoy son mucho más complejos que en
el pasado y se tienen que adecuar a poblaciones mucho más diversificadas e
individualizadas. La globalización nos demanda establecer cartas de derechos
universales, estructuras representativas de regulación y participación en ámbitos
supraestatales (incluso mundiales) y políticas públicas que garantizan estos derechos
en estos ámbitos. Pero también es más necesario que en el pasado el
reconocimiento de derechos en ámbitos de proximidad, la ciudad o región, que
deben asumir los gobiernos locales o regionales y que requieren multiplicar los
mecanismos de participación ciudadana.
Es evidente que los fenómenos sociales actuales (el proceso de globalización, la crisis
de los Estados del Bienestar, el aumento persistente del desempleo, la multiculturalidad, el
incremento de los procesos migratorios o la necedad de un desarrollo sostenible) exigen
en la actualidad nuevas conceptualizaciones de lo que entendemos por ciudadanía -
cosmopolita (Cortina, 1998) que trasciende los marcos de la ciudadanía nacional; global
(Bank, 1997) que sitúan la ciudadanía en el marco de un mundo más equitativo y sostenible;
crítica (Giroux, 1993), etc.- precisamente porque en la actualidad no se sostiene el concepto
tradicional del ciudadano como receptor pasivo de derechos.
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Guerra (1994): “La escuela ha de ser un espacio donde se recree la cultura, no sólo donde
se transmita de forma mecánica y acrítica”. Para ello la escuela ha de convertirse en un
lugar donde se reconstruya críticamente el conocimiento, se desarrollen las convicciones
democráticas a través de una racionalidad educativa concreta, sea un espacio abierto al
entorno e integrado en él, etc. Un espacio, en definitiva, donde día a día, despacio, de
manera imperfecta pero constante, se construye colectivamente la paz.
Diversos son los factores clave que podrían contribuir al éxito de las políticas en la esfera
de la educación intercultural y policultural. Uno de ellos es la inclusión de los grupos
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minoritarios en la sociedad. Ello implica la promoción de la cohesión social mediante el
estímulo de la participación de las minorías en la vida pública y en la sociedad democrática.
De ello se desprende que las relaciones escolares y comunitarias, particularmente en la
esfera de la educación y la cultura, sólo podrán mejorar cuando se adopten las
correspondientes medidas jurídicas, políticas y económicas que aseguren la pertenencia de
espacios localmente compartidos, incluidas las cuestiones de igualdad y justicia social.
Por otro lado, el aprendizaje de una ciudadanía democrática desde el enfoque innovador de
la Cultura de Paz dirigida a la formación de ciudadanos y ciudadanas responsables, debe
ofrecerles los conocimientos y competencias necesarias para hacer posible una participación
activa, creándose las posibilidades de diálogo y de reflexión, de resolución no violenta de los
conflictos, así como los espacios de consenso, comunicación y de interacción que susciten la
toma de conciencia de los derechos y deberes de cada uno, de las normas de
comportamiento y de los valores compartidos, así como de las cuestiones éticas implícitas en
cada una de nuestras acciones y en las problemáticas actuales. Lejos de todo reduccionismo,
hay tres valores que están en la base de ese aprendizaje de la ciudadanía democrática a lo
largo de toda la vida: la autonomía de las personas; la necesidad de ser personas dialogantes
y la tolerancia activa, componente clave este último de todo el proceso y necesario más que
nunca en nuestra sociedad. En este sentido, creemos que afrontar la interculturalidad de la
sociedad es uno de los grandes retos de la educación. Reto que debe considerar
adecuadamente la dimensión política de la propia definición de educación intercultural
asumida por la sociedad estrechamente vinculada al concepto de ciudadanía.
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educativos desde una visión concertada e interactiva. La ciudadanía democrática
debe estar presente no sólo en el currículo que rige la instrucción escolar, sino
también sobre todo en la educación permanente de todos los ciudadanos afín de
valorar como padres y madres del alumnado, profesores, electores, miembros de
una comunidad, consumidores de servicios sociales, factores de decisión como
miembros de una sociedad civil. Dicho de otro modo que entre los diversos
miembros que forman la comunidad educativa se instaure necesariamente
relaciones de continuidad, coherencia e interdependencia. La cultura democrática
aparece como un prerrequisito indispensable para la educación de la ciudadanía.
Esta reposa sobre un conjunto de competencias de base (conocimientos, valores y
saber-hacer) que deben, sopena de permanecer ineficaces, atravesar el conjunto de
los medios e instituciones educativas. Es indispensable, entre otras, que estas
competencias de base se encuentren en el currículo y se utilicen recursos
pedagógicos apropiados. El valor fundamental de la educación para la ciudadanía
democrática reside en el respeto de los derechos humanos.
El reto que supone para las sociedades democráticas modernas el reconocimiento de una
ciudadanía multicultural está en el respeto a las diferencias que ha de asegurar el derecho
de la diversidad cultural a través del respeto de los derechos humanos. Es decir, en
palabras de Ramón Flecha (2002), “sólo desde la igualdad de diferencias es posible un
diálogo intercultural real. Desde la Igualdad en las Diferencias se defiende y busca la
igualdad de todas las personas y culturas, respetando sus diferencias identitarias y
culturales”.
Tanto los objetivos, formas y contenidos de la educación para Cultura de paz deben
responder a la práctica. Por tanto, nos interesarán tanto los aspectos cognitivos como
aquellos que posibilitan el desarrollo de la conducta positiva. Por esto las metodologías
empleadas (Olguin, L 1986; IIDH, 1994) deben: a) Estimular la participación pues se trata de
una educación fundamentalmente participativa y dialógica; b) Permitir la disensión con
aquellas decisiones que se consideran injustas; c) Conectar interdisciplinarmente aquellos
contenidos que como los problemas medio ambientales involucran factores históricos,
económicos, políticos y que junto con otras temáticas (lucha por la paz, defensa de los
derechos humanos...) constituyen lo que llamamos "problemática mundial" que por su propia
naturaleza se caracterizan por su complejidad y unidad; d) Adaptar los enfoques de manera
integral dado que el aprendizaje y la vivencia de la paz implican un proceso de formación y
desarrollo de valores y actitudes que debe considerar elementos cognitivos, afectivos y
conductuales; e) Desarrollar la razón crítica del alumnado para comprender las realidades,
tanto personales como sociales, de los derechos humanos; analizar las causas y
consecuencias de su conculcación y comprometerse en su defensa; f) Orientar al alumnado
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para que descubra, investigue y conozca iniciativas de respuesta positiva a los problemas
mundiales. Por su parte, los materiales utilizados deben permitir: 1/la información y la
sensibilización; 2/ sugerir diálogos abiertos y debates; y 3/ permitir la ejercitación de las
actividades relevantes para la formación noviolenta.
Construir la paz positiva conlleva definir la sociedad deseada. Por consiguiente, se trata de
dotar al alumnado de aquellas estrategias que le permitan investigar críticamente diferentes
alternativas a la problemática mundial. Es decir: educar en futuros. Como ha escrito
Slaughter (1993): "Las visiones y las imágenes de futuro deseables llegan siempre antes
que su realización. El estudio de los futuros contribuye por eso directamente al proyecto
central de todo trabajo sobre la paz. Explora y define el contexto más amplio, proporciona
conceptos, métodos, perspectivas y propuestas que complementen la atención más
minuciosa del agente de la paz hacia cuestiones específicas. De ahí que cualquier currículo
que opere en pro de un mundo mejor y más pacífico tendrá siempre un componente intenso
y explícito de futuros".
Contenidos educativos
Plan de Acción para la educación para la paz, los derechos humanos, la democracia y la
tolerancia, UNESCO, 1995.
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concretada en un proyecto de centro, debe atender a los siguientes principios
metodológicos:
En definitiva, que cada ciudadano aprenda esa ética de mínimos, contenida en las grandes
declaraciones de derechos humanos, es en última instancia conocer y afirmarse como
persona y este hecho sólo puede realizarse a través de una educación humanizada y
liberadora caracterizada por la ( Tuvilla, 1993) :
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4. Consideraciones finales: algunos desafíos de la Cultura de paz para la
educación democrática
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y, por otro lado, el establecimiento de una red entrelazada de momentos donde se aprende
dando respuesta a problemas de carácter más universal. La función liberadora o
humanizadora exige, por consiguiente, la concepción de un modelo de educación abierto y
plural, no restringido únicamente a los centros educativos. De ahí que la Cultura de paz
represente para los sistemas educativos contemporáneos tres desafíos iniciales:
La definición de Cultura de Paz establece el modo y los niveles de análisis de las relaciones
entre la educación y la cultura, incluyendo la dimensión cultural de un modelo de desarrollo
que debe ser compatible tanto con el derecho humano a la paz como con el derecho a un
desarrollo humano sostenible. Esta relación señala no sólo las finalidades de la educación
sino las metas de la sociedad. Esta tendencia representa una nueva forma de entender el
concepto de una nueva ciudadanía emergente caracterizada por una ecuación -pendiente
en muchas sociedades- entre el principio de igualdad y la cohesión social. Las profundas
transformaciones en curso están produciendo redefiniciones en relación con el ejercicio de
la ciudadanía que van más allá de su significado tradicional como expresión de un conjunto
de derechos y deberes consagrados por las leyes. Los signos de la globalización y la
tercera revolución industrial colocan en el centro del desarrollo los componentes del
conocimiento y la información. Esos cambios alteran las formas del ejercicio ciudadano y
reasignan nuevas funciones a los sistemas educativos. La educación puede facilitar el
acceso democrático del conocimiento asegurando la igualdad inmaterial, pero no puede
asegurar en el futuro la igualdad material. En la actualidad, los cambios acelerados a los
que se ve sometida la sociedad evidencian que el ejercicio ciudadano no remite sólo a
disponer de derechos políticos, civiles y sociales, sino también a participar en las mismas
condiciones que los demás en el intercambio comunicativo, en el consumo cultural, en el
manejo de la información y en el acceso a los espacios públicos.
Las mismas tendencias que caracterizan nuestro mundo al comienzo del siglo XXI
determinan cuáles serán los desafíos de la educación (Braslavsky, 2001): a) La existencia
de una sociedad con dos velocidades y por tanto con dos tipos de ciudadanos ( los que se
benefician de la producción de bienes y servicios y los que quedan excluidos ) exige
garantizar una educación de una calidad tal que permita a todos aprovechar los bienes de
la sociedad y buscar, al mismo tiempo, alternativas para que las desigualdades no existan;
b) La presencia de nuevas formas de violencia relacionadas con este tipo de sociedad
emergente, la marginación o la diversidad cultural impone un modelo educativo capaz de
establecer un diálogo intercultural sincero y gestionar pacíficamente los conflictos; c) El
conocimiento progresa a gran velocidad y muta en su estructura, por lo que la educación no
puede quedar anclada en la transmisión de un conocimiento desfasado que no es funcional
en los momentos actuales; y d) La democratización de las sociedades exige que la
educación sea más participativa y democrática, abierta a la comunidad más próxima.
Por otro lado, es evidente que los modelos tradicionales de escuela y el modo de operar la
educación formal requiere transformaciones necesarias, centradas en lo que se denomina
sociedad del conocimiento. Los constantes y acelerados cambios producidos en los
últimos años en todos los países debido a fenómenos complejos, no sólo en la esfera de
las comunicaciones, sino en otros ámbitos sociales, culturales y políticos han motivado
diferentes y matizadas reformas educativas. Todas ellas respondiendo a nuevos factores en
una época de transición que marcaría el paso de un periodo iniciado a partir de la
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Ilustración (Estado docente) a otro periodo dominado por la llamada “sociedad educadora”.
Como hemos señalado en otro apartado, el reconocimiento del derecho a la educación va
paralelo al nacimiento de los sistemas educativos contemporáneos, es decir, unido a la
historia de los Estados modernos con sus incipientes sistemas de instrucción pública. El
proyecto ilustrado de educar para alcanzar la perfección humana solamente podía hacerse
a través de la escuela, pues no existía otro instrumento o sistema más eficaz. Pero en la
actualidad, el escenario ha cambiado de manera incesante desde entonces de modo que
los centros educativos no son los únicos espacios ni de socialización ni de adquisición de
conocimientos, puesto que existen diversos y más complejos medios para adquirir, circular y
construir el conocimiento.
En resumen, no basta con una reforma educativa amplia que fije la Cultura de paz como
prioridad de la educación, sino que esta labor corresponde al conjunto de la sociedad. La
educación obligatoria puede ser una buena y sólida base para contribuir a la construcción
de esta cultura, pero la paz como derecho requiere del quehacer permanente y coordinado
de todos los actores sociales. La tensión está servida entre la realidad presente y el deseo
de un mundo sin fronteras.
La eficacia de los centros educativos constituye el centro de los debates actuales sobre
educación. Dos criterios determinan, entre otros, tal eficacia. Por un lado, los avances
tecnológicos y la preponderancia del saber en un mundo globalizado, acompañado de
nuevos desafíos y nuevas desigualdades sociales, exige la apertura de los centros
educativos a la sociedad. Y por otro, los centros deben ser capaces de organizarse de
manera cada vez más democrática, obteniendo mejores resultados y mayores niveles de
calidad, pero no de una calidad cualquiera sino aquella guiada por unos criterios que
aseguren la igualdad de oportunidades para todos. Como señala Pérez Gómez (1999): “La
escuela educativa debe convertirse para profesores, familias y estudiantes en un centro de
vivencia cultural, de reproducción y recreación de la cultura crítica de la comunidad, que es
su cultura más valiosa. Vivir la cultura en la escuela requiere construir la escuela como una
comunidad abierta de aprendizaje, de reflexión y acción, de reproducción y transformación”.
La cuestión que propone la Cultura de Paz es saber cómo las escuelas pueden contribuir
más eficazmente en la construcción de esa cultura basada en los principios de la
democracia y de la noviolencia. Si el objetivo consiste en formar ciudadanos noviolentos
para alcanzar una sociedad pacífica, los centros educativos deben tener como meta
favorecer una organización cada vez más participativa y democrática que -por medio de la
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gestión pacífica de las diferencias y de los conflictos que en ella se producen- alcancen en
mayor grado sus objetivos a través de la cooperación de todos sus miembros. Y esto
porque los centros educativos, al igual que prácticamente todas las organizaciones sociales,
son espacios caracterizados por la existencia constante de conflictos (Ball, 1989); pero el
conflicto entre los distintos miembros de la comunidad educativa no sólo es un hecho
inevitable de su vida organizativa, sino que puede y debe ser considerado también como un
proceso mediante el cual el propio centro crece y se desarrolla. Comprender y resolver los
conflictos en los centros educativos es un rasgo esencial de su propia organización
democrática basada en el respeto mutuo, en la diversidad y en el pluralismo. Los estudios
recientes constatan que: a) los centros educativos más abiertos y democráticos favorecen
los niveles democráticos de la sociedad (Ehman,1980); b) los métodos pedagógicos y
cooperativos disminuyen los conflictos étnicos y favorecen la comprensión entre las
diferentes culturas (Lynch,1991); c) las prácticas educativas democráticas responden mejor
a las necesidades de aprendizaje del alumnado (Dimmock, 1995); y d) los centros, en
definitiva, que favorecen a su alumnado experiencias democráticas desarrollando en el aula
y en la escuela las competencias, los valores y los comportamientos democráticos
contribuyen, mejor que otros centros, a la instauración de una cultura de paz y noviolencia
(Harber, 1997).
Pero esto no es suficiente, la educación impartida en los centros docentes no está aislada
del resto de moldeamientos educativos que la sociedad ofrece. Es pues necesario pasar de
un modelo centrado únicamente en la relación tradicional entre profesorado y alumnado en
el espacio cerrado de las organizaciones escolares, a un modelo abierto a la comunidad.
Pasar de los centros educativos a las comunidades de aprendizaje. Esto representa dos
retos: el primero de ellos referido al centro educativo como espacio comunitario para la
realización de otras actividades educativas complementarias organizadas, coordinadas o
dirigidas por y para la comunidad; la inclusión en el currículo y en los proyectos educativos
de actividades en colaboración con la comunidad; o utilizando de manera sistemática los
recursos que la comunidad ofrece al centro. El segundo reto obedece a la exigencia de la
propia construcción de la Cultura de Paz de diseñar proyectos educativos integrales,
participativos y permanentes basados en la actuación conjunta de todos los componentes
de la comunidad educativa y de amplios sectores de la sociedad. Se trata en definitiva de
dotar a la innovación educativa de esa perspectiva holística que caracteriza a la Cultura de
Paz de modo que cualquier proyecto educativo tenga por finalidad principal de su acción
una educación integral del individuo, concebido como un todo en estrecha relación con
otros ámbitos igualmente complejos y completos.
La Cultura de Paz, por consiguiente, defiende una noción más amplia de escuela de modo
que la comunidad de aprendizaje, entendida como un sistema, se caracterizaría, entre otros,
por los siguientes principios:
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2. Transformar una escuela en una comunidad de aprendizaje es un proceso de
innovación que lleva al profesorado a un trabajo de investigación con la finalidad
de elaborar un nuevo proyecto educativo comunitario (Imbernón, 2003). Dicho
proyecto implica un cambio en la organización escolar y principalmente en las
relaciones de poder que tienen lugar en la institución educativa. Pero también
requiere la apertura del centro de manera que otros agentes sociales puedan
convertirse en agentes docentes. Apertura que se manifiesta a través de tres ejes
(Martínez Ortiz, 2004) de actuación complementarios: el trabajo por comisiones, la
participación y las tomas de decisiones.
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cultura de paz en el currículum constituye una alternativa crítica al modelo dominante y
tradicional de la educación.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
18
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NOTAS
1 La concepción holística de la paz conlleva un modelo concreto de educación que se configura curricularmente a través de diversas e
interconectadas dimensiones o componentes: 1/ Educación cognitivo-afectiva: Educación para el desarrollo personal, educación en valores,
Resolución pacífica de los conflictos...; 2/ Educación socio-política: Educación para el desarme, educación para la comprensión internacional,
educación intercultural, educación en derechos humanos...; 3/ Educación ecológica: Educación ambiental, educación para el desarrollo humano y
sostenible, educación para la salud y el consumo...Remito al lector a: Tuvilla, José (1995): Educación para la paz y los derechos humanos.
Propuesta curricular. Consejería de Educación y Ciencia, Sevilla.
2 La paz en su concepción actual es la suma de tres tipos de paces: paz directa (regulación no violenta de los conflictos), paz cultural (existencia
de valores mínimos compartidos) y paz estructural (organización diseñada para conseguir un nivel máximo de justicia social). Remito al lector a:
Tuvilla, José (2004): Cultura de paz: fundamentos y claves educativas. Editorial Desclée, Bilbao.
3
Cita tomada de "En cuanto al pacifismo" publicado en el número de julio de 1938 en la revista The Nineteenth Century.
4
El riesgo de un desastre económico o medioambiental supone una amenaza para los países, de la misma forma que las guerras. Por esto,
algunas investigaciones, postulan por la superación del concepto tradicional de seguridad nacional por el de seguridad humana, basado no sólo
en el desmantelamiento y la reconversión de la capacidad bélica de los Estados en pro de la Paz, sino también en la reorientación de las políticas
y las economías hacia un desarrollo humano fundado en la sostenibilidad ecológica. Sobre la cuestión de seguridad, recomiendo la lectura de
UNESCO (1997): Vers une Culture de la Paix, quelle sécurité?. UNESCO, París (CAB-97/WS/3)
5
La Cultura de Paz está estrechamente ligada con el aprendizaje de una ciudadanía democrática y con algunos de los proyectos realizados
anteriormente por UNESCO, por ejemplo, dentro de la Red de Escuelas Asociadas. En el ámbito europeo destaca el proyecto del Consejo de
cooperación cultural del Consejo de Europa titulado Education à la Citoyenneté democratique. Remito al documento de este organismo
internacional de ámbito regional (DEC/EDU/CIT (2000) 16) que puede obtenerse en: http://culture.coe.int/citizenship
20