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Apuntes hacia la construcción de prótesis para la visión

Identificar un imaginario visual colectivo que trabaje en la realidad


mexicana pareciera ser un campo vedado de caza, algo a lo que se
accede difícilmente pues esto traería consigo un trabajo de campo de
dimensiones colosales. Intentar emparejar un común denominador que
hable el mismo idioma visual llevaría a revisiones con una ingrata carga de
pleonasmo. Un saludable acotamiento tendría que ser la geografía
observándola además de sus alcances políticos, económicos y religiosos,
como generadora de espacios para el diálogo visual. La influencia
ejercida en estos y por lo tanto la creación de ficciones.

Podemos suponer entonces que somos de historias, que vemos con


referencias y nos referimos con recuerdos. Estos recuerdos los cuales
gestamos mitad nosotros mitad las ficciones que nos rodean. Ficciones
como realidades que habitan y transitan en la carretera de México cuyo
código unificador sería la contrastante diferencia entre estas “burbujas”
que nos contienen. Nos anestesian, nos estimulan, nos resuelven, y nos
abruman; que entre ellas se hacen de cuenta, friccionan, se saludan, pero
jamás adquieren el mismo tono.

Es cierto que el catálogo de ficciones puede contener elementos


comunes. Nuestra tarea es hablar de estos como signos cambiantes;
utilería para el acto de significar, elementos que sufren mutaciones según
sea el sujeto en turno.

La bala es un proyectil, pero no piensa lo mismo de una bala un juez de


diana en un club social, que la madre de un hijo asesinado en un crimen
violento.

El sombrero sirve como un preventivo contra el sol, pero no podríamos


equiparar la ficción creada en el sombreo de un jardinero ilegal en Miami,
que un ganadero en el Bajío.

Dudo de la existencia e incluso podría negar un imaginario visual colectivo.


No existe un código que descifre a todas las ficciones al mismo tiempo.
Este codigo, por identificar un común denominador, se encuentra cifrado
en la magnitud de las circunstancia que redundan alrededor del sujeto
funcionando solo para este. Lo efímero de una gesto resulta mucho más
fácil de colocar en una realidad particular: este se gesta, trasciende y
muere, habitando el imaginario de un sujeto, cuyo ejercicio que se ve
repetido infinidad de veces según sea el intérprete.

Qué caso tiene entonces generar un mensaje si se va interpretar de tan


distintas formas que terminará por ser una idea amorfa embarrada en la
memoria: ninguno.

El punto medular no es entonces el mensaje. Este se va a identificar con


una gran mayoría aunque no funcione con las mismas referencia
anteriores. El problema reside en el dominio que se ejerce en la visualidad
encargada de establecer para donde va lo que se quiere decir. Esta
visualidad trastornada por el ejercicio de poder, termino por trabajar con
diálogos escritos, ideas pre-programadas y aplausos enlatados.

Hablar de revolución alrededor del quehacer artístico que compartirnos,


resulta más un acto de fe disfrazado de alevosía, que una convicción
arraigada. Mucho se hace en torno al gritar pero nos hace falta mucho en
el tema de: ¿para quién gritamos?. Pues de poco o nada sirve saberte
identificado con una minoría (por poner un ejemplo): si solo tú y los que te
conocen tienen derecho a conocer y discutir tu posición.

Creo que es nuestra responsabilidad como generadores de conocimiento


a través de la manipulación de la plástica, construir las prótesis necesarias
para los huecos que operan entre los aparatos que descifran nuestro
lenguaje visual, aunque no es nuestro deber el hacer para decir, podría
ser un saludable síntoma de revolución., preparar el terreno para inaugurar
en un futuro una trinchera en la lucha por nuestra independencia visual.

Podríamos comenzar por acercar el arte a los sectores más vulnerables de


la sociedad. Dejar de lado el egoísmo de la galería, generar diálogos, salir
a la calle, intercambiar ideas, construir conocimiento. Despertar
conciencias.

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