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La iglesia una y santa

¿A que llamamos iglesia y cómo se inicia?


Llamamos Iglesia al pueblo escogido de Dios que esta conformada por cada uno de
nosotros y tuvo su solemne inicio con la llegada del Espíritu Santo, extraordinario evento
en el que encontramos las notas esenciales y características de la Iglesia.
La Iglesia reconoce al Espíritu Santo como santificador. El Espíritu Santo es fuerza que
santifica porque Él mismo es "espíritu de santidad". La Iglesia nacida con la
Resurrección de Cristo, se manifiesta al mundo por el Espíritu Santo el día de
Pentecostés. Por eso aquel hecho de que "se pusieron a hablar en idiomas distintos",
para que todo el mundo conozca y entienda la Verdad anunciada por Cristo en su
Evangelio.
La Iglesia no es una sociedad como cualquiera; no nace porque los apóstoles hayan
sido afines; ni porque hayan convivido juntos por tres años; ni siquiera por su deseo de
continuar la obra de Jesús. Lo que hace y constituye como Iglesia a todos aquellos que
"estaban juntos en el mismo lugar" (Hch 2,1), es que "todos quedaron llenos del Espíritu
Santo" (Hch 2,4).
Todo lo que la Iglesia anuncia, testimonia y celebra es siempre gracias al Espíritu Santo.
Son dos mil años de trabajo apostólico, con tropiezos y logros; aciertos y errores, toda
una historia de lucha por hacer presente el Reino de Dios entre los hombres, que no
terminará hasta el fin del mundo, pues Jesús antes de partir nos lo prometió: "…yo
estaré con ustedes, todos los días hasta el fin del mundo" (Mt. 28,20).

¿Por qué la iglesia es una?


Porque así nos lo enseña la Escritura Sagrada, los Símbolos de la Fe, los Santos
Padres: es una por la unión y consentimiento de todos los que en ella asisten, una es
la Fe, uno es el Señor, uno el Bautismo, una la Doctrina; porque los que admiten más,
son herejes y cismáticos, como nos lo enseña el Apóstol San Pablo y lo confiesa el
mismo heresiarca Calvino.
"El sagrado misterio de la unidad de la Iglesia" (UR 2)
813 La Iglesia es una debido a su origen: "El modelo y principio supremo de este
misterio es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad
de personas" (UR2). La Iglesia es una debido a su Fundador: "Pues el mismo Hijo
encarnado [...] por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios [...] restituyendo la
unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo" (GS 78, 3). La Iglesia es
una debido a su "alma": "El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y
gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a todos en
Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia" (UR 2). Por tanto,
pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una:
«¡Qué sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo, un solo Logos del
universo y también un solo Espíritu Santo, idéntico en todas partes; hay también una
sola virgen hecha madre, y me gusta llamarla Iglesia» (Clemente de
Alejandría, Paedagogus 1, 6, 42).
814 Desde el principio, esta Iglesia una se presenta, no obstante, con una
gran diversidad que procede a la vez de la variedad de los dones de Dios y de la
multiplicidad de las personas que los reciben. En la unidad del Pueblo de Dios se
reúnen los diferentes pueblos y culturas. Entre los miembros de la Iglesia existe una
diversidad de dones, cargos, condiciones y modos de vida; "dentro de la comunión
eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones"
(LG 13). La gran riqueza de esta diversidad no se opone a la unidad de la Iglesia. No
obstante, el pecado y el peso de sus consecuencias amenazan sin cesar el don de la
unidad. También el apóstol debe exhortar a "guardar la unidad del Espíritu con el
vínculo de la paz" (Ef 4, 3).
815 ¿Cuáles son estos vínculos de la unidad? "Por encima de todo esto, revestíos del
amor, que es el vínculo de la perfección" (Col 3, 14). Pero la unidad de la Iglesia
peregrina está asegurada por vínculos visibles de comunión:
— la profesión de una misma fe recibida de los Apóstoles;
— la celebración común del culto divino, sobre todo de los sacramentos;
— la sucesión apostólica por el sacramento del orden, que conserva la concordia
fraterna de la familia de Dios (cf UR 2; LG 14; CIC, can. 205).
816 "La única Iglesia de Cristo, [...] Nuestro Salvador, después de su resurrección, la
entregó a Pedro para que la pastoreara. Le encargó a él y a los demás apóstoles que
la extendieran y la gobernaran [...]. Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo
como una sociedad, subsiste en ["subsistit in"] la Iglesia católica, gobernada por el
sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él" (LG 8).
El decreto sobre Ecumenismo del Concilio Vaticano II explicita: «Solamente por medio
de la Iglesia católica de Cristo, que es "auxilio general de salvación", puede alcanzarse
la plenitud total de los medios de salvación. Creemos que el Señor confió todos los
bienes de la Nueva Alianza a un único Colegio apostólico presidido por Pedro, para
constituir un solo cuerpo de Cristo en la tierra, al cual deben incorporarse plenamente
los que de algún modo pertenecen ya al Pueblo de Dios» (UR 3).
Las heridas de la unidad
817 De hecho, "en esta una y única Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros
tiempos algunas escisiones que el apóstol reprueba severamente como condenables;
y en siglos posteriores surgieron disensiones más amplias y comunidades no
pequeñas se separaron de la comunión plena con la Iglesia católica y, a veces, no sin
culpa de los hombres de ambas partes" (UR 3). Tales rupturas que lesionan la unidad
del Cuerpo de Cristo (se distingue la herejía, la apostasía y el cisma [cf CIC can. 751])
no se producen sin el pecado de los hombres:
Ubi peccata sunt, ibi est multitudo, ibi schismata, ibi haereses, ibi discussiones. Ubi
autem virtus, ibi singularitas, ibi unio, ex quo omnium credentium erat cor unum et
anima una ("Donde hay pecados, allí hay desunión, cismas, herejías, discusiones.
Pero donde hay virtud, allí hay unión, de donde resultaba que todos los creyentes
tenían un solo corazón y una sola alma": Orígenes, In Ezechielem homilia 9, 1).
818 Los que nacen hoy en las comunidades surgidas de tales rupturas "y son
instruidos en la fe de Cristo, no pueden ser acusados del pecado de la separación y la
Iglesia católica los abraza con respeto y amor fraternos [...] justificados por la fe en el
Bautismo, se han incorporado a Cristo; por tanto, con todo derecho se honran con el
nombre de cristianos y son reconocidos con razón por los hijos de la Iglesia católica
como hermanos en el Señor" (UR 3).
819 Además, "muchos elementos de santificación y de verdad" (LG 8) existen fuera de
los límites visibles de la Iglesia católica: "la palabra de Dios escrita, la vida de la gracia,
la fe, la esperanza y la caridad y otros dones interiores del Espíritu Santo y los
elementos visibles" (UR 3; cf LG 15). El Espíritu de Cristo se sirve de estas Iglesias y
comunidades eclesiales como medios de salvación cuya fuerza viene de la plenitud de
gracia y de verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia católica. Todos estos bienes
provienen de Cristo y conducen a Él (cfUR 3) y de por sí impelen a "la unidad católica"
(LG 8).
Hacia la unidad
820 Aquella unidad "que Cristo concedió desde el principio a la Iglesia [...] creemos
que subsiste indefectible en la Iglesia católica y esperamos que crezca de día en día
hasta la consumación de los tiempos" (UR 4). Cristo da permanentemente a su Iglesia
el don de la unidad, pero la Iglesia debe orar y trabajar siempre para mantener,
reforzar y perfeccionar la unidad que Cristo quiere para ella. Por eso Cristo mismo
rogó en la hora de su Pasión, y no cesa de rogar al Padre por la unidad de sus
discípulos: "Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean
también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21).
El deseo de volver a encontrar la unidad de todos los cristianos es un don de Cristo y
un llamamiento del Espíritu Santo (cf UR 1).
821 Para responder adecuadamente a este llamamiento se exige:
— una renovación permanente de la Iglesia en una fidelidad mayor a su vocación.
Esta renovación es el alma del movimiento hacia la unidad (UR 6);
— la conversión del corazón para "llevar una vida más pura, según el Evangelio"
(cf. UR 7), porque la infidelidad de los miembros al don de Cristo es la causa de las
divisiones;
— la oración en común, porque "esta conversión del corazón y santidad de vida, junto
con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, deben
considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico, y pueden llamarse con
razón ecumenismo espiritual" (UR 8);
— el fraterno conocimiento recíproco (cf. UR 9);
— la formación ecuménica de los fieles y especialmente de los sacerdotes (cfUR 10);
— el diálogo entre los teólogos y los encuentros entre los cristianos de diferentes
Iglesias y comunidades (cf UR 4, 9, 11);
— la colaboración entre cristianos en los diferentes campos de servicio a los hombres
(cf UR 12).
822 "La preocupación por el restablecimiento de la unión atañe a la Iglesia entera,
tanto a los fieles como a los pastores" (cf UR 5). Pero hay que ser "conocedor de que
este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la una y única
Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana". Por eso hay que
poner toda la esperanza "en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre
para con nosotros, y en el poder del Espíritu Santo" (UR 24).
LA IGLESIA ES SANTA
«Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para
anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz»
(1Pe 2,9). Estas palabras de San Pedro nos introducen al segundo atributo de la Iglesia:
la santidad. En efecto, la Iglesia fundada por el Señor Jesús sobre Pedro, la Roca,
«creemos que es indefectiblemente santa» (Lumen gentium, n. 39). El atributo de
santidad de la Iglesia es tal vez el más antiguo en el testimonio de la Tradición y nunca
ha faltado en el Credo. Hacia el año 110 d.C. Ignacio de Antioquía dirige una de sus
cartas «a la santa Iglesia de Trales» (San Ignacio de Antioquía. Carta a los Tralianos,
1). San Hipólito de Roma, en el año 220, introduce en la fórmula bautismal la pregunta
«¿Crees en el Espíritu Santo y en la santa Iglesia?» A partir de los Símbolos de
Jerusalén y el llamado Símbolo de Epifanio estará presente en todas las siguientes
profesiones de fe.

¿POR QUÉ ES SANTA LA IGLESIA?


Lo primero, porque no hay quien entre en ella si no estuviere lavado y santificado por el
Bautismo, como dice el mismo Cristo. Lo segundo, porque todas sus ceremonias, ritos,
sacramentos y determinaciones se ordenan a la santidad y a la virtud; quiere que sus
hijos sean santos y virtuosos. Lo tercero, porque fuera de ella no hay virtud ni santidad.
Lo cuarto, porque Cristo Nuestro Señor, que es cabeza y esposo de toda la Iglesia, es
el Santo de los Santos.
Ante todo, vale la pena recordar brevemente el contenido del término santidad en la
Sagrada Escritura, pues si bien la expresión Iglesia santa no se encuentra exacta en la
Escritura, sin embargo «los orígenes de la expresión son ciertamente bíblicos, como lo
son también su sentido y contenido fundamental» (Congar, a. c., p. 472) y así fue
recepcionado por la Tradición.
En el Antiguo Testamento, el Santo por excelencia es Dios, «"Santo, santo, santo,
Yahveh Sebaot» (Is 6,3). De modo análogo se predica la santidad de toda persona que
está consagrada a Él. Es, pues, Dios mismo la fuente de la santidad: «Porque yo soy
Yahveh, vuestro Dios; santificaos y sed santos, pues yo soy santo» (Lev 11,44). De otro
lado, la santidad también se dice análogamente de todo objeto que está separado para
el culto divino. En el Nuevo Testamento, el Santo es Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Es Dios tres veces Santo como lo proclama el vidente del Apocalipsis. El ser humano
es santo en la medida en que participa de la santidad del Único Santo, y está consagrado
a Dios en Cristo, en quien «nos ha elegido antes de la fundación del mundo, para ser
santos e inmaculados en su presencia, en el amor» (Ef 1,4). Se pone así de manifiesto
una dimensión más interior de la santidad en donde «el santo es aquel que no solamente
está consagrado a Dios, sino que está unido a Él por la pureza de su vida, la práctica
de la virtud y la lucha contra el mal» (Michel, a. c., col. 842).
El No.811 del Catecismo de la Iglesia Católica dice: “‘Esta es la única Iglesia de Cristo,
de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica’ (LG 8).
Estos cuatro atributos, inseparablemente unidos entre sí (cf DS 2888), indican rasgos
esenciales de la Iglesia y de su misión. La Iglesia no los tiene por ella misma; es
Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa, católica y
apostólica, y Él es también quien la llama a ejercitar cada una de estas cualidades”.
En el No.823: “‘La fe confiesa que la Iglesia… no puede dejar de ser santa. En efecto,
Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama ‘el solo
santo’, amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó por ella para santificarla, la
unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria
de Dios’ (LG 39). La Iglesia es, pues, ‘el Pueblo santo de Dios’ (LG 12), y sus
miembros son llamados ‘santos’ (cf Hch 9, 13; 1 Co 6, 1; 16, 1).”
En el No.824: “La Iglesia, unida a Cristo, está santificada por Él; por Él y con Él, ella
también ha sido hecha santificadora. Todas las obras de la Iglesia se esfuerzan en
conseguir ‘la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación de Dios’ (SC 10).
En la Iglesia es en donde está depositada “la plenitud total de los medios de salvación’
(UR 3). Es en ella donde “conseguimos la santidad por la gracia de Dios” (LG 48).”
En el No.825: “La Iglesia, en efecto, ya en la tierra se caracteriza por una verdadera
santidad, aunque todavía imperfecta” (LG 48). En sus miembros, la santidad perfecta
está todavía por alcanzar: ‘Todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están
llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad, cuyo modelo
es el mismo Padre’ (LG 11).”
De aquí se deducen tres motivos principales por los que afirmamos que la Iglesia es
Santa:
1. Es santa por causa de Cristo: El fundador de la Iglesia es Jesucristo, el Hijo de
Dios, segunda persona de la santísima trinidad. Él es el santo de los santos y
la fuente de toda santidad, el “único santo”, del cual los demás santos lo son
por participación de la santidad de Él.
2. Es santa por los medios de santificación que ella administra: La santidad
consiste en poseer la gracia santificante. Sabemos que solo se puede dar lo
que se posee. Entonces, si la Iglesia proporciona los medios de santificación es
porque ella posee la vida de la gracia, la cual procede de su fundador ya que la
Iglesia es Cristo mismo. Los medios de santificación sobreabundan en la
Iglesia, los principales son los sacramentos. Ellos aumentan o infunden la
gracia santificante en quienes los reciben. La doctrina de la Iglesia, sus
preceptos y sus consejos también forman parte de esos medios de
santificación; todo ello combate el mal y el pecado, encamina a la virtud más
alta y produce los resultados más benéficos para la salvación hombre.
3. La Iglesia es santa en sus miembros: Son muchas las veces que San Pablo se
refiere a los miembros de la Iglesia como “santos”. Todo aquel que posee la
gracia y mantiene el estado de gracia de manera continua puede ser llamado,
en sentido amplio, santo. Pero, además, en sentido más estricto, son santos
aquellos hombres y mujeres que fueron reconocidos oficialmente como tales
por la autoridad de la Iglesia mediante un riguroso y exhaustivo proceso de
canonización.
En el No.829: “‘La Iglesia en la Santísima Virgen llegó ya a la perfección, sin mancha
ni arruga. En cambio, los creyentes se esfuerzan todavía en vencer el pecado para
crecer en la santidad. Por eso dirigen sus ojos a María’ (LG 65): en ella, la Iglesia es
ya enteramente santa.”
Sabemos que siempre está latente una cuestión: Si la Iglesia es Santa, ¿cómo se
explican los pecados que algunos de sus miembros cometen? Jesucristo mismo nos
da la respuesta pues Él comparó su Iglesia a una red que recoge malos y buenos
peces (Mt 13, 47-50); al campo donde la mala hierba crece entre el trigo (Mt 13, 24-
30); a la fiesta de nupcias, a la cual uno de los convidados se presenta sin la
vestimenta nupcial (Mt 22, 11-14). Nuestro señor Jesucristo, al fundar su Iglesia, ya
sabía que en su seno habría de encontrarse personas que no serían fieles al llamado
a la santidad.
Lamentablemente muchos pecados graves han sido cometidos por miembros y
dirigentes de la Iglesia Católica. Pero ella es Santa, no porque todos sus miembros sean
santos, sino porque Dios es Santo, y está actuando en ella continuamente, y porque su
fundador, Jesucristo, es Santo.

El vaticanista Sandro Magister afirmó en un reciente artículo que el término "Iglesia


pecadora" nunca ha sido considerado acertado por el Papa Benedicto XVI, pues, aunque
esta fórmula está de moda, es ajena a la tradición cristiana.
Magister se refirió al artículo de L'Osservatore Romano sobre el encuentro entre el Papa
y los cardenales por su quinto aniversario de su elección, y en el que el diario escribió
que "el Pontífice ha hecho referencia a los pecados de la Iglesia, recordando que ella,
herida y pecadora, experimenta más el consuelo de Dios".
Sin embargo, advierte Magister, "es dudoso que Benedicto XVI se haya expresado de
esa manera. La fórmula ‘Iglesia pecadora’ nunca ha sido suya. Y siempre la ha
considerado equivocada".
Como ejemplo, citó la homilía de la Epifanía del 2008, donde "definió la Iglesia de un
modo totalmente distinto: ‘santa y compuesta por pecadores’".
"Y si examinamos bien encontramos que siempre la ha definido de ese modo. Al termino
de los ejercicios de Cuaresma del 2007, Benedicto XVI agradeció al predicador –que ese
año fue el Cardenal Giacomo Biffi– ‘por habernos ayudado a amar más a la Iglesia, la
'immaculata ex maculatis', como usted nos ha enseñado con San Ambrosio’".
La expresión "immaculata ex maculatis", explica el vaticanista, "está en un pasaje del
comentario de San Ambrosio al Evangelio de Lucas" y significa "que la Iglesia es santa y
sin mancha, aún cuando acoge en ella a hombres manchados de pecado".
Magister explicó que el Cardenal Biffi publicó en 1996 un ensayo dedicado a este tema
y que contenía en el título "una expresión más osada aún, aplicada a la Iglesia: ‘Casta
meretrix’, meretriz casta"; formula usada por el "catolicismo progresista" para decir
"que la Iglesia es santa ‘pero también pecadora’ y debe siempre pedir perdón por los
‘propios’ pecados"; y que Hans Küng afirma que se ha usado "frecuentemente desde la
época patrística".
"¿Frecuentemente? Por lo que se sabe, en todas las obras de los Padres, la fórmula
aparece una sola vez: en el comentario de san Ambrosio al Evangelio de Lucas. Ningún
otro Padre latino o griego la ha usado jamás, ni antes ni después", aclaró Magister.
Añadió que San Ambrosio aplicó este término en relación a la simbología de Rajab, la
prostituta de Jericó que "hospedó y salvó en su propia casa a unos israelitas fugitivos";
y que ya antes de este Padre de la Iglesia, había sido vista como "prototipo" de la Iglesia.
"La fórmula ‘fuera de la Iglesia no hay salvación’, nació precisamente del símbolo de la
casa salvadora de Rajab", explicó Magister.
El Cardenal Biffi, indicó Magister, explicó que la expresión casta meretrix, "lejos de aludir
a algo pecaminoso y reprobable, quiere indicar (…) la santidad de la Iglesia. Santidad que
consiste tanto en la adhesión sin titubeos y sin incoherencias a Cristo su esposo ('casta')
como en la voluntad de la Iglesia de alcanzar a todos para llevar a todos a la salvación
('meretrix')".
El vaticanista subrayó que el hecho de que "a los ojos del mundo la Iglesia pueda
aparecer ella misma manchada de pecados y golpeada por el público desprecio, es una
suerte que remite a la de su fundador Jesús, que también fue considerado un pecador
por las potencias terrenas de su tiempo".
Sin embargo, recordó que la Iglesia es santa por su fundador y por ello puede acoger "a
los pecadores y sufrir con ellos por los males que padecen y curarlos". "En días
calamitosos como los actuales, llenos de acusaciones que quieren invadir precisamente
la santidad de la Iglesia, esta es una verdad que no se debe olvidar", afirmó.

Bibliografía
Eguiluz, I. B. (s.f.). MERCABÁ. Obtenido de MERCABÁ: https://www.mercaba.org/

https://elpueblocatolico.org/podemos-decir-que-la-iglesia-es-santa/

http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p123a9p3_sp.html

https://es.churchpop.com/2016/09/15/decimos-la-iglesia-una-santa-catolica-apostolica/

https://www.aciprensa.com/noticias/magister-benedicto-xvi-siempre-considero-un-error-
decir-iglesia-pecadora

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