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Los escritores novecentistas traen a las letras una decidida voluntad de renovación.

Dentro de cuatro años seré un aparejador.

El monstruo ahora echaba fuego por las fauces de sus siete cabezas.

El cine es un paseo nocturno por las calles mojadas.

Vivía feliz, el viejo Tellagorri, de una porción de pequeños recursos.

El valor respectivo de las piezas depende en su posición en el tablero.

La rata giraba temblorosa sobre las patas traseras.

Desde el primer día de su mandato Arcadio reveló su afición por los bandos.

Por el poema cruzan los guerreros en sus briosos caballos.

En la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard.

Guarda en su entraña caliente la vieja moneda de plata, cubierta de olvido.

En ese mismo salón, con idénticos muebles, habían sido niños.

El tres de agosto de mil novecientos cuarenta y cuatro nos casamos tu padre y yo.

Bajo la fronda de aquel laberinto, sobre las terrazas, habían florecido las risas y los madrigales.

Alfonsito, el niño de los recados, vuelve de la calle con el periódico.

Tú me levantas, tierra de Castilla, en la rugosa palma de tu mano.

Rafael Heredia, el camarero del chiringuito La Caracola, limpió la mesa.

No hay nada nuevo bajo el sol.

Cada vez se trabaja menos.

Aquella noche llovió intensamente sobre la barraca de viejas cañas

¿Se ha hecho daño en la mano, Don Max?

Las multitudes y las montañas se unen siempre por la base.

El ciego sol se estrella en las duras aristas de las armas.

No se oyen en el viento las trompetas de España.

La Cordera fue comprada por un rematante de Castilla.

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