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El imperio del patriarcado o el patriarcado en los tiempos prehispánicos

Axler Yépez Saldaña

Sobre el autor: Originario de Xalapa, Veracruz. Formado en la Psicología por la Facultad


de Psicología-UNAM, actualmente curso una maestría en Estudios Culturales en el
COLEF-Tijuana. La práctica de la clínica, así como mi inmersión en las humanidades y las
artes escénicas me han permitido tener una trayectoria con escritos sobre crítica cultural, así
como en las letras libres.

Resumen: Este texto es una reflexión sobre las condiciones de subordinación sexual en las
culturas precolombinas, el estudio lo hago desde el feminismo como marco de
interpretación sobre el patriarcado imperante en las grandes culturas, como el caso de la
dominación masculina en el imperio azteca.

Abstract: This essay is a reflection on the conditions of sexual subordination in pre-


Columbian cultures, this research comes from feminism as a framework of interpretation on
the patriarchy prevailing in large cultures, as the case of male domination in the Aztec
empire.

Palabras Clave

Culturas precolombinas – patriarcado – aztecas – mexicas -

En respuesta a aquellos que creen que los del deseo homosensual tenemos un imperio gay.

Introducción

Como lo insinuaba el crítico cultural Carlos Monsiváis, pareciera que el patriarcado tiene
una tendencia universal. En sus análisis feministas sobre la cultura mexicana Monsiváis
alcanza a dilucidar la complejidad de relaciones de poder detrás de la subordinación de las
mujeres, lo que no es un factor específico del México moderno. Las condiciones de
subordinación de lo femenino ante lo masculino se han teorizado por feministas desde
tiempos inmemorables, en este texto me permito especular sobre las relaciones sexuales de
parentesco en las culturas precolombinas del espacio geopolítico denominado
Mesoamérica, basándome en diferentes análisis que se han hecho al respecto.

Pero ¿se puede abordar la sexualidad precolombina sin el heurístico occidental? Los
estudios sobre Mesoamérica tienden a reproducir modelos antropológicos de entendimiento
cultural con tendencia hacia los paradigmas euronorteamericanos, de los cuales no obstante
se desprenden esbozos de las culturas precolombinas desde narrativas abiertas al diálogo.
Mi propuesta consta de posicionarnos desde un feminismo deconstructivo para afirmar que
el patriarcado como sistema simbólico no se instaura posteriormente a la conquista, más
bien ya estaba presente en mesoamérica y se mezcla con complejos sistemas sociales y
clasistas del devenir histórico occidental, devenir civilizatorio.

Se dice que una característica de los mexicas, y los pueblos con los que se
relacionaban, era el intercambio de mujeres, además de las relaciones patrilineales de la
mayoría de estos pueblos, entre otras cosas. Entonces ¿por qué no considerar la existencia
de un patriarcado en el periodo precolombino que precedió a la conquista? Si la figura
mítica de la Malinche ha pasado a ser la epopeya mexicana de la traición, en vez de reflejar
el intercambio en el que se vio envuelta así como la traducción entre culturas que enfrentó,
por ejemplo. Mediante un punto de vista feminista se vuelve asequible el análisis cultural
sobre la diferencia sexual, en este caso específicamente del patriarcado que precede al de
nuestromexico contemporáneo.

Arqueología metodológica

Para explorar la presencia del patriarcado en las culturas precolombinas es necesario


situarnos en torno a las reflexiones sobre las diferencias culturales pues, como propone la
feminista Marta Lamas “si tuviera que elegir un concepto que distinguiera a la antropología
de las demás ciencias este sería el de <cultura>” (1986: 173) el valor que se le puede
atribuir al género desde esta disciplina también tiene que ver en “cómo la cultura expresa
las diferencias entre varones y mujeres” (1986: 174) puesto las diferencias en cada cultura
se muestran en la expresión de esas diferencias.
Lamas decide hablar de estas diferencias según la perspectiva de género, surgida en
el seno del feminismo, según la cual el género es la “construcción cultural sobre la
diferencia sexual” que vuelve la maternidad una consigna cultural. Esta perspectiva ve en la
categoría de –género- el reflejo de la subordinación cultural de lo femenino ante lo
masculino. Un clásico sobre esta reflexión es El tráfico de mujeres: notas sobre la
“economía política” del sexo de Gayle Rubin, ella define al género como “la división de
los sexos socialmente impuesta.” (1986: 114)

El sistema de sexo/género implica una asimetría que mantiene a los hombres en una
posición hegemónica, siendo ellos los portadores de privilegios sobre las mujeres, lo que
permite hablar de un patriarcado1 dentro de nuestra sociedad y repercute en nuestra cultura
como una “forma específica de dominación masculina” (Rubin, Gayle. 1986: 105) que
genealógicamente se inicia con el tabú del incesto2 para asegurar al patriarca el derecho
sobre las mujeres3 de la tribu. Rubin se apoya teóricamente del el marxismo de F. Engels, la
lectura psicoanalítica de J. Lacan y la antropología estructural de C. Levi-Strauss.

La mitología genealógica del patricarcado la figuró Freud en su libro Totem y tabú


(1913) e introduciendo la noción del –complejo de Edipo- anuncia la parte inconsciente de
las relaciones de parentesco. Dichas relaciones, cuando son patriarcales como he venido
sugiriendo en mis ejemplos, parecen tener una tendencia universalizante en el sentido
simbólico. Esto se debe, como explica unos años después Jacques Lacan, a que “el incesto
como tal no suscita ningún sentimiento natural de horror. (…) esto es lo que dice Lévi-
Strauss. No hay ninguna razón biológica, y en particular genérica, que explique la
exogamia.” (1983: 50) No es sino la función simbólica que “constituye un universo en el
interior del cual todo lo que es humano debe ordenarse.” (Lacan, Jacques. 1983: 51)

1
Rubin no es la primera en plantearlo, varias décadas antes Simone de Beauvoir ya había
denunciado el patriarcado que permea la cultura. Además Rubin propone la categoría –sistema
sexo/género- porque según ella para hablar de patriarcado habría que especificar su condición
histórica específica, es justo lo que propongo hacer con el análisis de las culturas precolombinas.
2
Diversos autores entre los que destacan Sigmund Freud y Claude Levi-Strauss apoyan esta
hipótesis pero no ahondan en el tema del patriarcado desde la perspectiva de género o el feminismo.
3
Las cuales pasan a ser parte de la propiedad privada del patriarca, por tanto, queda a su merced.
Así es como los hombres pueden traficar a las mujeres y las vuelven el precioso regalo que sella los
acuerdos entre ellos (para más información consultar a Leví-Strauss).
Y esa función es jugada en el edipo, cuyo orden se da en las relaciones de
parentesco patrilineales. Siguiendo a Lacan “el valor de la distinción entra naturaleza y
cultura, introducida por Lévi-Strauss en sus Estructuras elementales del parentesco, está en
que nos permite distinguir lo universal de lo genérico.” (1983: 56-57) Estas condiciones
sobre el universo simbólico se emparentan, entonces, con las represiones culturales sobre la
sexualidad, que por cierto el mismo Freud afirma que son más severas en las mujeres.

Además de las relaciones de parentesco y el intercambio de mujeres, se suma la


aportación de Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado que
insinúa con una visión evolucionista que en el avance de las culturas hacia la civilización
hay un paso histórico necesario de una organización social matriarcal a una patriarcal. Para
Engels esto se ve reflejado en el derecho romano y el lugar que le concedía al derecho
paterno.

Es así que podemos esbozar desde “los clásicos” cómo los modos de subjetivación
hombre/mujer son devenires el orden simbólico de nuestra cultura. La lectura sobre el
orden patriarcal imperante es parte del punto de vista feminista, un punto de vista
deconstructivo según el filósofo Jacques Derrida, pues hace una deconstrucción crítica de
los cánones patriarcales dentro de la tradición histórica, filosófica, científica y artística.
Puesto que si bien “no existe la de(s)construcción. Hay procedimientos de(s)constructivos
diversos y heterogéneos según las situaciones o los contextos y, de todos modos, tampoco
existe un solo punto de vista feminista.” (Derrida en De Peretti, Cristina. Septiembre de
1990: 282)

Entonces podemos partir de una postura feminista deconstructiva para mirar en


retrospectiva sobre la especificidad cultural de la sexuación durante el periodo
precolombino. Empezamos a reconocer la presencia del patriarcado en Mesoamérica
mediante sus manifestaciones mitológicas y la división sexual del trabajo de los pueblos
originarios.

Rastreo prehispánico
Como es bien sabido la colonización trajo consigo el borramiento de saberes de las culturas
ancestrales, y conocemos mucho de estas culturas a partir de los cronistas españoles y
posteriores estudiosos mexicanos como Miguel de León-Portilla que reavivaron el espíritu
náhuatl en el seno de la disciplina académica. Para hablar de la situación de las culturas
precolombinas, hago apuntes a partir de reflexiones sobre las prácticas culturales siguiendo
estudiosas e interlocutores que parten de diferentes disciplinas sociales para hablar de la
visión de los vencidos.

La autora Mar Escamilla (2012) encuentra la presencia de patriarcado en la América


precolombina, siguiendo fragmentos de la Historia general de las cosas de la nueva
España de Fray Bernardino de Sahagún, especialmente en las exhortaciones del padre y
recomendaciones de la madre para las hijas e hijos. María Rodríguez Shadow (2000) nos
aclara que para hablar de los aztecas podemos emplear como sinónimos a lo mexica,
tenochca, nahua y azteca. (2000: 24) La citada autora en su análisis sobre las mujeres
aztecas, hace una fabulación del rastreo de los primeros vestigios del patriarcado en
Mesoamérica:

Es posible encontrar indicios que pueden ser interpretados en favor de la existencia de


grupos matrilineales en Mesoamérica hasta antes del siglo XIV, pero hacia el advenimiento
de la época histórica los rastros en los mitos o los cultos religiosos fueron desapareciendo.
En tiempos aztecas la religión enaltecía los valores masculinos, borrando cualquier vestigio
de aquella fase y consolidando con eficacia y rapidez la posición de los dioses masculinos y
los varones, destrozando alegóricamente las figuras femeninas (como Coyolxauhqui) que
podía ocupar el poder o desacreditar a las que desearan compartirlo (como Malinalxóchitl)
(Rodríguez, María. 2000: 68-69)

A pesar de que la autora afirma que “es un hecho innegable que la intervención de la
mujer en la economía tenochca fue muy importante” (Rodríguez, María. 2000: 105) esto no
implicó que su presencia en la vida pública fuera menos sojuzgada, pues “la naturaleza
clasista y patriarcal de esa sociedad impuso factores de orden estructural e ideológico que
inhibieron y limitaron la participación de ellas en los sectores más relevantes de la
producción.” (2000: 105) Incluso para las mujeres de estratos más acomodados quienes
estaban marginadas “del sector de la producción social y limitadas en sus derechos políticos
(…) en el plano sexual su educación fue más estricta que para el hombre.” (2000: 90)
Se sabe que “la represión de la sexualidad femenina fue muy intensa pues mientras
los varones tributarios podían asumir su sexualidad juvenil las doncellas deberían esperar a
casarse.” (Rodríguez, María. 2000: 185) Teniendo instituido el matrimonio las mujeres que
traicionaban dicha institución eran perseguidas, además “se sabe que entre la mayor parte
de los grupos étnicos prehispánicos, los matrimonios eran concertados por los padres; si el
padre de la novia estaba de acuerdo con la petición de casamiento, recibía los regalos de la
familia del novio. (Olivera, Mercedes. 2003: 217) esto quiere decir que “eran los varones
de la familia los que se encargaban de iniciar los trámites de petición de la mano de la
novia.” (Rodríguez, María. 2000: 191)

La antropóloga feminista Mercedes Olivera Bustamante también nos da un marco


reflexivo para el estudio de la condición y la situación de etnia, clase y género de las
mujeres indígenas4 en México, (2003: 211) para lo cual rastrea las condiciones culturales
precedentes de las mujeres en el periodo histórico anterior al advenimiento de los
españoles:

En Mesoamérica, y especialmente entre los mexicas, mayas y tarascos, las mujeres eran
valoradas por sus funciones maternas; se exaltaba el valor de la procreación y el amor filial.
En diferentes formas su facultad y función reproductora se asociaba con la fecundidad de la
tierra y de la naturaleza en general, así como a las deidades de la creación y la fertilidad.
Como en todas las altas civilizaciones, las mujeres eran reconocidas por su papel de
reproductoras de la cultura y de su sociedad, de las costumbres y de las tradiciones que
ligaban a cada grupo con un antecesor mítico. La educación de los hijos y especialmente de
las mujeres era, por lo tanto, una función en torno a la cual se organizaba la vida familiar.
(Olivera, Mercedes. 2003: 216)

La filósofa Patricia Corres encuentra que los modos de ser dicotómicos varón/mujer
también atravesaban las prácticas de las culturas precolombinas, o sea que habían
organizaciones patriarcales relativamente similares a las nuestras operando en esas culturas,
mediante las instituciones religiosas y de parentesco donde es claro que “la educación de
las mujeres durante la época del imperio azteca estaba encaminada a una vida adulta de
sumisión, comportamiento que mantenía ante el hombre, quien se encontraba en el lugar de
dominio.” (Corres, P. 2012: 129)

4
Hago notar que al hablar de lo relativo a los –indígenas- los autores adoptan la visión colonial
sobre los pueblos originarios de Mesoamérica. El proyecto modernista posterior a la conquista se ha
encargado de reforzar dicha visión sobre las comunidades agrícolas y los pueblos americanos con
tradiciones ancestrales.
De los imperativos culturales la autoconcepción de “unos y otras tenían como
fundamento filosófico de su existencia alimentar el equilibrio universal del cual ellos
mismo eran parte importante, autoconcibiéndose en la función social reproductiva como
pares al servicio de su grupo.” (Olivera, Mercedes. 2003: 217) En el caso de los trabajos
tradicionalmente asignados a las mujeres eran:

a) vigilancia y mantenimiento del hogar; b) barrer la casa y el patio; c) lavar los trastos de
cocina y la ropa; d) moler el maíz y el cacao; e) recolectar vegetales comestibles y leña; f)
cocinar y preparar los alimentos y guisos; g) ayudar a las tareas agrícolas en la milpa o en el
huerto familiar y colaborar como auxiliar en las actividades artesanales; h) hilar, tejer y
bordar la ropa para la familia y para el tributo; i) alimentación, educación, cuidado y
socialización de los niños (Rodriguez, María. 2000: 109)

Si el destino de las mujeres era casarse, también existían excepciones como


“doncellas que estaban dedicadas al culto y/o al sacrificio.” (Olivera, Mercedes. 2003: 217-
218) A pesar de los mandatos rigurosos también habían las mujeres que trabajaban
vendiendo sus guisos (tamaleras, tortilleras, etc.) e inclusive sopladoras de temazcal y
terapeutas con hierbas:

Algunas mujeres eran pulqueras, canasteras, alfareras, pintoras; otras eran orfebres,
escribanas y hasta albañilas que sabían ayudar a construir casas. Las mujeres de los linajes
tributarios (macehuales) participaban en las labores del campo trabajando en las milpas, en
los cacaotales y en las nopaleras de chochinilla, a la par de sus maridos. Especializaciones
muy respetadas eran las de parteras y curanderas, oficios que se heredaban junto con la gran
cantidad de conocimientos sobre planas medicinales y procedimientos curativos” (Olivera
Mercedes. 2003: 218)

La visión popularizada

Una mirada popularizada se encuentra en la Historia oficial y mediatizada. Por ejemplo


según Isabel Bueno (2013), historiadora, la malinche fue la “indígena que abrió México a
Cortés”, allá por marzo de 1519:

Hernán Cortés estaba dando los primeros pasos en la campaña de conquista de México. Se
encontraba en la costa de Tabasco, poblada por los mayas. Tras librar una batalla en Centla,
los caciques locales acudieron una mañana al campamento español para agasajar a Cortés
con numerosos regalos de oro, mantas y alimentos. Le llevaban también veinte doncellas
(Bueno, Isabel. 2007).
Los pactos dentro del territorio que en poco tiempo sería colonia española
durante tres siglos, y actualmente se conoce como México con variantes históricas de sus
territorios como Estado nación, se llevaban a cabo por sus patriarcas intercambiando
mujeres, para eso no tuvo que haberse impuesto aún el proyecto modernizador europeo
venido con la colonia. Por eso es que no es raro que se haya presentado el intercambio de
mujeres entre hombres que, como hoy en día, pasa inadvertido por su cotidianidad:

La entrega de estas jóvenes hay que entenderla dentro de las costumbres de los aztecas.
Éstos solían viajar acompañados por mujeres que les cocinaran, y al ver que los españoles
carecían de ellas decidieron ofrecerles algunas jóvenes destinadas también al servicio
doméstico, aunque era fácil que se convirtieran asimismo en concubinas. Antes de
aceptarlas, Cortés ordenó que fueran bautizadas, menos por razones religiosas que para
cumplir la ley castellana que permitía mantener relaciones de concubinato únicamente entre
personas cristianas y solteras. Al día siguiente, frente a un improvisado altar, presidido por
una imagen de la Virgen y una cruz, un fraile «puso por nombre doña Marina a aquella
india y señora que allí nos dieron» (Bueno, Isabel. 2013).

No es poco decir que ella facilitó bastante la comunicación entre Cortés y los indios,
mismos que no esperaban el futuro de discriminación que comenzaba con este
nombramiento hacia estas comunidades originarias de estas tierras:

Como resumía un cronista, Marina «sirvió de lengua [intérprete] de esta manera: Cortés
hablaba a Aguilar y Aguilar a la india y la india a los indios». Este sistema de traducción
fue decisivo para el avance conquistador de Cortés, no sólo porque le permitió comunicarse
con los indígenas, sino también porque así conoció la situación interna de cada grupo y
pudo ganarse su lealtad frente al enemigo común, Moctezuma (Bueno, Isabel. 2013).

Es crucial fijarnos en la manera que se cuenta la historia. Al decir que “en la


campaña final sobre Tenochtitlán, la labor de Marina resultó decisiva para recabar el apoyo
masivo de los indígenas enemigos de los aztecas y, luego, para transmitir sin ambages las
más duras exigencias de los españoles contra los vencidos” (Bueno, I. 2013) da la
impresión de que Marina, o Malinche, tiene una posición traicionera hacia la cultura que la
vio nacer, y su destino pasa a la historia como la epopeya del malinchismo. Se piensa que
los hijos de la Malinche son quienes niegan la conquista sometiéndonos gustosos a la
colonialidad, impresión transitoria queda al leer la reflexión de Octavio Paz sobre el
México de los chingones que describe Octavio Paz en su conocido ensayo de 1950 El
laberinto de la soledad.
La literata Sibylle Gfellner se atreve a criticar a la vaca sagrada (manera en que se
refiere a Paz por la trascendencia que ha tenido en el contexto intelectual internacional)
aclarando que

Malinche es un personaje histórico de la epopeya de la conquista de México por parte de los


españoles. En sus funciones de amante y traductora ayuda al conquistador en su domino
sobre los aztecas. Ella pare el primer mestizo y es considerada desde ese entonces la
primera madre de los mexicanos (Gfellner, Sibylle. 1999: 196).

Aquí es donde resulta claro que “es sobre todo la crítica feminista la que se resiste a
la representación pasiva y simplista de Malinche, porque ya Bernal Díaz del Castillo, a
diferencia de López de Gomara -el cronista oficial de Cortés- hace referencia a la posición
dominante de Malinche como traductora entre dos culturas” (Gfellner, S. 1999: 197) así
que ahora resulta justo decir que la Malinche es un ejemplo de la práctica de la traducción
cultural, una deconstrucción lingüística que re-negocia los significantes.

Dentro del discurso popular la Malinche simboliza humillación, violación de los


pueblos indígenas y traición a la patria, y es por esto que el malinchismo es la exaltación
del extranjero sobre lo indígena, en el caso de México. Una mirada feminista va a
permitirnos visualizar que “la pasividad de las mujeres es expuesta como un “mito” que se
ha conservado gracias a la sociedad colonial.” (Gfellner, S. 1999: 199).

Las contradicciones de Malinche

El uso del feminismo permite que podamos tener una nueva mirada sobre viejas prácticas y
tradiciones, deconstruyendo las historias y re-escribiendo desde otras posiciones, por eso
con el casi mito de la Malinche, como circunstancia que marca nuestra inmersión en la
Historia como el nuevo mundo, se puede hacer una mirada en retrospectiva comparando los
datos que arrojan diferentes situaciones excepcionales como las mujeres nobles que
compartían privilegios con los hombres de su clase, como educación especial, o las
“sacerdotisas, médicas, parteras, artesanas o adivinadoras.” (Olivera, Mercedes. 2003: 219)

A pesar de las relaciones patriarcales que se han descrito “entre algunos grupos
prehispánicos, como entre los mayas, las mujeres nobles tenían mucho poder e incluso
llegaron a ser propietarias de los cacicazgos.” (Olivera, Mercedes. 2003: 216-217)
Contrariamente a lo que he planteado “a diferencia de las culturas occidentales, entre
algunos grupos étnicos como los mayas los padres preferían tener niñas que niños, lo que
estaba ligado al hecho de que el linaje y los cacicazgos se transmitían por línea femenina.”
(2003: 216) Esto además refleja las claras diferencias entre asentamientos precolombinos,
por ejemplo:

El caso de Perú, en el que algunas de las tareas agrícolas eran responsabilidad única de la
mujer, pero no por decisión masculina sino por imposición propia de la mujer nativa y sin
posibilidad de transgredir esta costumbre, o por ejemplo, la concesión de disfrute de cierta
libertad sexual en la juventud para ambos géneros sin que estuviese considerada
negativamente esta actitud por la sociedad, así como la existencia de mujeres jefas de
señoríos que ejercían directamente el poder, con el añadido de que transmitían la herencia al
primogénito, sin valorar la condición de género de este último. (…) De esta misma forma,
también se encuentra documentada la existencia de mujeres mayas que ocuparon
importantes cargos en la élite de esta sociedad (…) a diferencia de sus homólogas en
Europa. Este sería el caso de La reina roja o la Señora de Cao, que evidencian que el
imaginario social tradicional no siempre ha sido genérico a nivel global. (Escamilla,
Mar.2012)

En el caso mexica la moral sexual era más permisiva con los varones, la prostitución
era una práctica lícita y habían ritos como los dedicados a recibir a los guerreros después de
una batalla exitosa que incluían relaciones sexuales con mujeres, sobra decir que las
mujeres también fueron intercambiadas como motín de guerra. Entre los mexicas primaba
la heteronorma por el supuesto de preservar la comunidad, por eso eran castigadas las
prácticas que desobedecían el imperativo como el homoerotismo, el travestismo, el aborto o
el adulterio que, dependiendo de cada caso, podía tener penas incluso de muerte.

La poliginia también fue una práctica instituída entre los mexicas pues “se
consideraba como una demostración de un alto grado de desarrollo cultural y una
manifestación de superioridad de la clase dirigente, mientras que la monogamia se estimaba
como un rasgo característico del grupo socialmente subordinado.” (Rodríguez, María.
2000: 206) También habían mujeres nobles que tuvieron presencia pública:

Participaban en los viajes de los pochtecas, comerciantes que viajaban de región en región
intercambiando productos y reuniendo e imponiendo tributos a los pueblos sometidos al
señorío azteca. Tanto en la mitología como en las fuentes arqueológicas aparecen mujeres
ocupando puestos políticos importantes en Oaxaca, Chiapas, Veracruz, Altiplano Central y
la Huaxteca. En los códices mixtecas, aparecen mujeres guerreras, unas triunfantes, otras
derrotadas. (Olivera, Mercedes. 2003: 218-219)
Esto quiere decir que hombres y mujeres se enfrentaban a diferentes situaciones
según “prescripciones trascendentes de etnia, estamento y género” que no sólo subordinan a
las mujeres y/a los hombres, sino también “a los dominados y a los dominadores”:

Aunque las desigualdades parecen haber sido menores que las impuestas posteriormente por
los colonizadores, en tanto cada grupo generalmente tenía su propia estructura y
funcionamiento social y las relaciones de poder no incluían la pérdida de su
autodeterminación como grupo, sino que se establecían a través de un sistema de tributos
cuya naturaleza determinaba las jerarquías. (Olivera B. Mercedes. 2003: 220)

La producción de subjetividades durante el periodo precolombino se puede entender


en relación al patriarcado que, precediendo la conquista de las almas ya organizaba los
asentamientos ancestrales. Con el tiempo y la imposición del proyecto modernista:

La implantación de un solo Dios, masculino, monipotente, dueño de todo, de la vida, del


cielo, de la tierra, de las personas, junto con el monopolio de la salvación de las almas que
tienen la Iglesia y sus agentes, implicó una jerarquía de valores y de símbolos muy
diferentes a los que alimentaban las relaciones intersubjetivas de los indígenas que
condieraban estar indisolublemente interrelacionados con la naturaleza y el mundo
sobrenatural” (Olivera, B. Mercedes. 2003; 225)

Conclusiones

La forma en que se inscribían los individuos en las culturas precolombinas también tenía
raíz patriarcal, sobre todo el caso mexica más particularmente que otros como el maya. La
acumulación y el dominio de bienes también era jugado por los hombres, tal como
intercambio de mujeres. No obstante encontramos casos excepcionales y otros datos que
pueden llevar a la ambigüedad.

El imperio del patriarcado aparece más bien como el imperativo de la subjetivación


(del ser varón/mujer) con las vicisitudes que esto suscita. La subordinación de los
individuos a los estatutos culturales aquí referidos apuntan a la condición privilegiada de
los grupos de varones, de ninguna manera la participación de las mujeres en la esfera
pública significó un matriarcado, si acaso pudiera dudarse no tendríamos que confundir la
matrilinealidad de algunas culturas o el empoderamiento de ciertas mujeres de élite con un
matriarcado.
Referencias:

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<http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/secciones/7067/malinche_i
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