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15/6/2019 Europa y la IV Guerra Mundial, por José María Lassalle

Opinión

Europa y la IV Guerra Mundial


JOSÉ MARÍA LASSALLE

JOSÉ MARÍA LASSALLE


15/06/2019 00:36 | Actualizado a 15/06/2019 02:15

La Cuarta Guerra Mundial comenzó el 1 de diciembre del 2018. Las dos


primeras guerras mundiales y la guerra fría tuvieron lugar en el siglo XX.
Revistieron un perfil analógico que hizo derramar sangre y crueldad bajo el
impulso de las ideas. La Cuarta Guerra Mundial es cibernética y la libran
Estados Unidos y China. O mejor dicho: los estados mayores digitales que
habitan Silicon Valley y Shenzhen y que dirigen ejércitos de tecnologías
exponenciales que tratan de adelantar a sus oponentes en los niveles de
penetración digital de sus economías y sociedades.

Hablamos de una guerra mundial que adoptará en el futuro altas dosis de


violencia cibernética. Una conflagración virtual que propulsan multitudes
digitales que consumen contenidos y usan aplicaciones que dejan tras de sí
una huella cibernética descomunal. Un magma de datos sobre el que se
levanta la economía de plataformas que se nutre de la energía cognitiva
liberada por más de 40.000 millones de dispositivos que conectan entre sí casi
4.000 millones de personas en el mundo.

Todas las guerras mundiales han sido desencadenas por un percutor simbólico
que ha hecho estallar un conflicto que pugnaba latente desde tiempo atrás y en
el que confluían multitud de vectores de tensión. En 1914 fue el asesinato de
un archiduque en Sarajevo. En 1939, la ocupación de un pasillo territorial en la
desembocadura del Vístula. Y en 1948, el bloqueo soviético sobre Berlín
occidental. La Cuarta Guerra Mundial también tuvo su percutor, aunque ha
pasado desapercibido a pesar de la enorme fuerza simbólica que encerraba.
Tuvo lugar con un incidente menor que, sin embargo, contenía todas las claves
de una intencionalidad bélica, deliberada y consciente.

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15/6/2019 Europa y la IV Guerra Mundial, por José María Lassalle

Se produjo el 1 de diciembre del 2018, cuando fue detenida en Vancouver Meng


Wanzhou, la hija del fundador de Huawei. Fue acusada de haber violado las
sanciones que los norteamericanos han impuesto al Irán de los ayatolás. Un
incidente diplomático que ha dado lugar a una escalada de hostilidades
comerciales entre Estados Unidos y China que afecta a los chips, minerales
raros, aplicaciones y contenidos que configuran la arquitectura de la
revolución digital. Desde entonces, podemos hablar de una guerra en toda
regla que discurre también por frentes geopolíticos en los que la cultura, los
mapas, la historia y la religión se mezclan con los datos, los algoritmos, la
inteligencia artificial (IA) y el resto de tecnologías exponenciales.

Más que una guerra clásica de posiciones estamos ante una competición por
llegar primero a la disrupción que separe la era del Homo habilis de la era del
Homo digitalis. La victoria la obtendrá quien alcance antes la terra incognita
que nacerá al ensamblar lo digital y lo neuronal con la computación cuántica.
Entonces se conseguirá que la IA aprenda por sí misma, modifique sin ayuda
sus propios algoritmos y desarrolle un pensamiento racional, intencional y
contextualizado. Un objetivo que Estados Unidos y China persiguen porque
quien llegue primero a la disrupción colonizará el mercado global asociado a la
tecnología. Un botín que generó más de 36 billones de dólares en el 2018 y que
alcanzará los 151 billones en el 2023.

Ambas superpotencias son conscientes, además, de que el vencedor definirá


los patrones de una humanidad que está en los umbrales de superar los límites
de lo posible. Esto supone la pugna sobre qué modelo cultural explicará el
sentido que daremos a la humanidad tras el triunfo de las máquinas. Un
choque filosófico y político entre un calvinismo digital y un confucianismo
tecnológico que defienden una idea de poder verticalizado y sin control
democrático, que socava los fundamentos de equidad de la democracia liberal
al promocionar una estructura algorítmica de la sociedad que manipula la
conducta humana sin debate público, legalidad y derechos.

En esta competición bélica la clave de la victoria está en saber quién


neutralizará a Europa al someterla a su dictado tecnológico. Estados Unidos
trata de desenganchar la fachada atlántica europea con el Brexit y el control de
la conurbación global que aglutina Londres y el sistema Oxford-Cambridge.
China opera sobre el Mediterráneo y sobre el Este a través de la amenaza
ciberterrorista que encarna el imperio gamberro ruso. La estrategia china se

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centra en llegar a acuerdos bilaterales con Portugal, Italia y Grecia que


fragmenten el mercado digital europeo con la idea de restablecer la vieja ruta
de la seda y, de paso, canalizar hacia Europa la mayor parte de sus inversiones
en innovación y tecnología 5G.

La razón de todo está en que Europa es el enemigo que batir al ser el único
actor alternativo a las dos superpotencias. Hablamos de un ecosistema
tecnológico muy poderoso. Sobre todo en industria 4.0. A lo que hay que
añadir una potencialidad generadora de datos extraordinaria. Entre otras
cosas, debido a la huella digital que dejan diariamente 500 millones de
europeos que disfrutan del estatus de la clase media global, elevados niveles de
digitalización, despliegues de infraestructuras tecnológicas de alta capacidad e
indicadores de formación y bienestar muy superiores al resto del planeta. Esta
huella es un tsunami de datos excepcional a escala mundial, tanto cuantitativa
como cualitativamente. Una fuente de riqueza incalculable dentro del modelo
de economía de plataformas sobre el que se basa la prosperidad del siglo XXI.

Europa tiene, además, una narratividad alternativa a los modelos de


Ciberleviatán chino y norteamericano. Un relato democrático sobre la
revolución digital que podría basarse en la propiedad de los datos, los derechos
digitales y una ciudadanía aumentada. Y es que, desde el Protágoras de Platón,
Europa atesora 2.500 años de pensamiento sobre la relación del hombre con la
técnica. Un intangible ético que puede dar sentido humanístico a las máquinas
y la revolución digital.

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