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Introducción
En el marco de la tradición francesa del análisis del discurso, el término “enunciación” es empleado para hacer
referencia al análisis de las “huellas o marcas” del proceso individual de producción de un enunciado lingüístico.
En este sentido, Benveniste propone detenerse en una serie de términos y expresiones que dan cuenta de la
forma en que el sujeto que habla se “construye a sí mismo” en el enunciado, es decir, en su texto
comunicacional. De la misma manera y al construirse a sí mismo en el texto, construye también una figura
modelo del receptor hacia el que va dirigido ese texto.
Benveniste denomina “locutor”, o enunciador, a la figura del hablante construida por el autor del texto y
“alocutario”, o enunciatario, a la figura modelo hacia la cual se destina ese texto.
Así, por ejemplo, términos como “yo, vos, aquí y ahora” son palabras del léxico español y, a la
vez, índices del hablante, del oyente, del lugar y del tiempo en que se concreta la
comunicación.
Por esta razón, Benveniste y otros lingüistas se refieren al estudio de la enunciación proponiendo el término
“deixis”, del griego: flecha, señal, indicación, para identificar esta función de “señalamiento” o “descripción” de
ciertas expresiones.
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Ambos son construcciones textuales. Esto significa que la persona de carne y hueso puede “construirse” a sí
misma, en la figura o perfil de un enunciador, y “construir” a su receptor modelo de distintas maneras en
distintas situaciones comunicativas. Una lectura acertada consistirá, entonces, en identificar las “marcas” que
permiten detectar cuál es la figura de enunciador que ha elegido construir el sujeto de carne y hueso que habla
o escribe; de la misma manera, identificaremos cuál es la figura de enunciatario que ha construido.
Lo que se ha señalado puede parecer abstruso y complejo, pero se aclara si atendemos a lo que hacemos
comúnmente en las más sencillas relaciones comunicacionales: no nos construimos a nosotros mismos de la
misma manera cuando hablamos con una amiga que cuando lo hacemos con el cura de la parroquia; incluso,
con distintas amigas, nos construimos de distinta manera y, a la vez, las construimos a ellas en forma diferente.
Por esta razón, Benveniste sostiene que los sujetos solo construyen su identidad en el acto comunicacional.
Locutor y alocutario, o enunciador y enunciatario, son los elementos centrales desde los cuales se puede apreciar
la construcción de una cierta ideología en el discurso. A partir de estos elementos, Benveniste propone analizar
una serie de términos que funcionan como “deícticos”, o señaladores, de la construcción de las identidades
discursivas y de la ideología.
Así se distinguirán:
los pronombres personales y las expresiones que puedan sustituirlos; los pronombres
demostrativos y posesivos, los adverbios que sirven a la ubicación espacio-temporal de los
hablantes; y los tiempos verbales organizados siempre alrededor del tiempo de la enunciación, es
decir, el presente. Se considerarán, además, las modalizaciones de los enunciados en tanto
expresen una actitud del locutor hacia lo que enuncia -certeza, duda, etc.- o una determinada
relación con el alocutario -ordenar, preguntar, etc.-. También, el problema de la referencia -
aquello a lo que el discurso se refiere- está estrechamente vinculado a la enunciación.
Para Benveniste, los humanos nos diferenciamos de las demás especies no porque tengamos un poderoso
instrumento de comunicación, sino porque, a través de ese poderoso instrumento, el sistema de signos,
podemos convertirnos en sujetos, hacer referencia a nosotros mismos a través de él, poniendo en evidencia esta
apropiación -aunque sea momentánea- del sistema completo.
Podemos definirnos como sujetos en el mundo solo a partir del uso del lenguaje.
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Nos detendremos, ahora, un poco más en detalle, en las categorías que van a posibilitarnos
identificar y analizar las huellas del acto de enunciación en un discurso.
"Consideraremos, como hechos enunciativos, las huellas lingüísticas de la presencia del locutor en el seno de su
enunciado, los lugares de inscripción y las modalidades de existencia de lo que, con Benveniste, llamaremos la
subjetividad en el lenguaje..."
1. Los Deícticos
A la lingüística de la enunciación, le corresponde analizar aquellas entidades que remiten al yo, al aquí y al
ahora; en este sentido, solo deben entenderse como deícticos aquellos términos que nos envían a la situación de
enunciación y no aquellos otros que se refieren a algo dicho o escrito en otro lugar del discurso.
Por deixis se entiende “la localización e identificación de personas, objetos, eventos, procesos y actividades de
las que se habla o a las que se alude en relación con el contexto espacio-temporal creado y sostenido por la
enunciación y por la típica participación en ella de un solo hablante y, al menos, un destinatario".
Son deícticos: los pronombres personales, posesivos y demostrativos, los adverbios de lugar y de tiempo, los
nombres o sobrenombres y los vocativos, entre las marcas más notables.
En todos los casos en que se aborde un análisis de estas u otras huellas que el sujeto de la enunciación deja en
su enunciado, hay que tener en cuenta que la tarea no consiste en un simple señalamiento de marcas sino en
determinar qué efectos de sentido produce el discurso como totalidad.
El pronombre personal “nosotros” y los posesivos –nuestro, nuestros, nuestra, nuestras- que remiten a la
Primera Persona del Plural pueden emplearse con distintos efectos de sentido. Veremos algunos casos.
Nosotros inclusivo = yo + usted/ustedes. El emisor se presenta como parte del mismo grupo al que se dirige.
Promueve la identificación.
"Al principio, los terroristas podrán esconderse en cuevas y otros sitios. Pero nuestra acción militar está también
diseñada para despejar el camino a operaciones más amplias y sostenidas que les hagan salir y comparecer
ante la justicia..." (Bush)
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Nosotros exclusivo = yo + él/ellos. Excluye a sus receptores. Hace referencia a él mismo y a su grupo de
colaboradores o a un grupo de pertenencia: partido, gremio, agrupación...
"América se ha llenado de horror desde el norte hasta el sur, el este y el oeste, y gracias a Dios América prueba
ahora solo una copia de los que nosotros hemos probado..." (Bin Laden)
"Todos soñamos con un mágico jardín de rosas, en vez de disfrutar de las flores que nacen al pie de nuestras
ventanas..."
Al igual que la Primera del Plural, curiosamente, la Segunda Persona puede ser usada o aludida para construir
diferentes “efectos de sentido”.
Tú (o “vos”) "genérico": uno=tú=yo. Esto significa que el “vos/tú” es equivalente al “yo” o, incluso, a genérico
“uno”.
Se emplea el “tú” o el “vos” para construir un efecto de sentido más amplio: ese “vos” puede ser un “yo” o el
tan empleado “uno” típico de expresiones como “Uno ya no sabe qué hacer”.
Ejemplos:
Yo = tú o vos o ustedes. Esto significa que usamos el “yo”, pero, en realidad, le estamos hablando al otro.
Ejemplos:
Nosotros = tú, vos, usted. Esto significa que usamos el “nosotros”, pero, en realidad, le estamos hablando al
otro.
Ejemplos:
“Claro, no tuvimos tiempo de estudiar. ¡¡¡Tuvimos tanto trabajo!!!” (dice la profe ante el alumno que se excusa)
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Él = tú, vos, usted. Esto significa que usamos el “él/ella”, o sea, la 3ª persona, en lugar de la 2ª.
Ejemplos:
"¿La señora necesita algo más?", le decimos a nuestra propia esposa, hija, novia o madre, produciendo así un
efecto de sentido humorístico: al adoptar el discurso de la “servidumbre decimonónica”, nos construimos a
nosotros mismos como “lacayos” de ellas. Efecto de sentido: somos sus víctimas.
Todo apelativo implica una evaluación subjetiva por parte del enunciador, es decir, el apelativo "dice" algo de
aquel a quien se refiere, pero, en todos los casos, indicará el valor que el locutor asigna a la persona designada.
Por lo tanto, decimos que el apelativo "manifiesta la relación social que el locutor establece con la persona u
objeto designados".
Cuando alguien llama a otro “amigo, compadre, papá, tío, amor de mi vida, corazoncito mío, querido, negro,
flaco”, no está describiendo las características del otro sino el valor que el que habla asigna a ese otro. Es decir,
está imprimiendo en el texto, oral o escrito, una marca personal.
De esta manera, diremos que el enunciador se construye en su enunciado y, de la misma manera, construye a
su enunciatario.
Ejemplos:
Si una jovencita llama “Papi” a un recién conocido en un baile, no provoca el mismo efecto de sentido que si se lo
dice a su propio padre o a su hermano.
Si la profesora exclama “¡Señores!” ante sus alumnos de Primer Año de Secundario, ubica a sus alumnos en un
lugar de Destinación que no será el mismo que cuando exclama “¡Chicos!”. Construye, en el primer caso, un
figura de sí misma “enojada”, que no se repite en el segundo caso. Y, a la vez, les indica a ellos un perfil: el del
silencio y la obediencia.
Los pronombres demostrativos -este, ese, aquel- y los adverbiales –aquí, acá, ahí, allí, allá- son considerados
deícticos. Otros adverbios de lugar como lejos, detrás, abajo, o verbos como ir, venir, entrar, salir pueden
funcionar como deícticos cuando se relacionan con el sujeto de la enunciación.
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Ejemplo:
Los adverbios de tiempo, así como las formas verbales, permiten localizar un acontecimiento sobre el eje
antes/después de un tiempo determinado. (Llegamos ayer)
Respecto de ese Tiempo Cero será posible establecer restrospecciones o "idas hacia atrás" ("ayer", "hace una
semana") y prospecciones o "idas hacia adelante" ("mañana", "dentro de un rato").
Pero el Presente es susceptible de integrar enunciados que, por medio del agregado de un adverbio, expresan el
pasado o el futuro: “Hace dos horas que te espero” o “¿Venís mañana a comer?”, respectivamente. O puede
usarse con valor histórico: “San Martín es el Libertador”
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Hablamos de “modalidades” para indicar las formas del acto de la enunciación, es decir, los modos en que
pueden ser presentadas las ideas: interrogación, exclamación, aseveración, orden, negación, duda.
Ejemplos:
“¿Tenés hora?”, “¡No sé qué hora es!”, “No sé si ya será tarde o todavía estoy a tiempo”
En los tres casos, la idea es “Me preocupa la hora porque tengo que hacer algo”. Por lo tanto, los tres casos son
tres modalidades en que expresamos esa necesidad de ajustarnos a un horario determinado.
También modalizamos cuando empleamos adverbios del tipo “evidentemente”, “generalmente”, etc., o giros del
tipo “con seguridad”, “por cierto”, “quizá”, etc., o cuando empleamos verbos modales como "suponer", "creer",
o verbos con carga significativa "saber", "comprobar", "observar”, “denunciar”, etc.
Ejemplos:
No es lo mismo que digamos “Mañana, viene mi suegra” a que digamos “Mañana, lamentablemente, viene mi
suegra”. La presencia del adverbio agrega una evaluación que muestra características del sujeto enunciador: es
indudable que el que habla, el enunciador, no evalúa positivamente la visita de la madre de su cónyuge, es
decir, lo enunciado. Es imprescindible que observemos que la expresión no caracteriza a la “suegra” sino al
enunciador.
En otros casos, la modalización se realiza por medio de la construcción sintáctica del enunciado.
Partiendo del orden "lógico" de la oración en castellano, las modalidades de mensaje dan cuenta de ciertas
transformaciones que otorgan distintos "valores" al enunciado. Las transformaciones sintácticas fundamentales
son la tematización, la nominalización y la pasivación.
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reprimieron a los manifestantes” que “Los manifestantes fueron reprimidos por la policía”. En
este segundo caso, incluso, puede omitirse el sujeto que realiza la acción, de acuerdo a la
ideología que desee mostrar el enunciador, porque se ha recurrido, también, a la Pasivación,
es decir, se ha transformado el verbo activo en pasivo.
“La construcción pasiva tiene un poderoso efecto neutralizador sobre la acción o el proceso que se trata de
comunicar. En la pasiva se introduce el auxiliar "ser" de tal manera que el participio empieza a parecer un
atributo adjetival del sujeto pasivo. Los procesos, cuando están bajo el control de sujetos activos, implican la
posibilidad de modificación; los estado, en cambio, son percibidos como inalterables y, por ello, como algo que
hay que aceptar tal como se presenta". (Atorresi, Ana: 1996, 273)
Las nominalizaciones ocultan a los participantes del proceso. La decisión de no mencionar a los participantes de
un proceso debe ser analizada desde el punto de vista ideológico: la nominalización, al permitir la supresión de
la referencia al agente y al afectado, despersonaliza e, incluso, drena del lenguaje el sentido de actividad.
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3. Los Subjetivemas
Kerbrat-Orecchioni llama “subjetivemas” a ciertas palabras con rasgos afectivos y axiológicos. Son sustantivos,
adjetivos, verbos o adverbios con los cuales el enunciador evalúa una situación o emite juicios positivos o
negativos de algo o alguien.
Ejemplos:
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4. Polifonía
Polifonía significa “muchas voces”. Pero el concepto de polifonía no se limita a las voces
explícitamente citadas en el texto. Incluye, además, discursos aludidos en forma implícita;
ecos de voces que son recogidos e instalados en el propio discurso.
En las diferentes estructuras textuales, narración, argumentación, diálogo, etc, se recurre a distintas técnicas
para hacernos llegar lo que los personajes o sujetos participantes dicen y piensan.
4.1. Los recursos polifónicos más comunes son la cita directa, o reproducción textual de las palabras de otro, y
la cita indirecta, que consiste en incluir, en las palabras del hablante, las expresiones de otro. (Hemos
explicado esto en el Módulo anterior: Estrategias argumentativas).
4.2. Uno de los recursos polifónicos más empleados es el que se conoce como “Intertextualidad”, o
“Hipertextualidad”, en términos de Gerard Genette. Consiste en incluir segmentos o alusiones de otros textos.
Para reconocer la intertextualidad, el lector/espectador deberá contar con ciertas competencias culturales o
enciclopédicas.
Ejemplos:
En el siguiente graffiti, se alude a una famosa frase de Eva Perón: "Volveré y seré sillones" (Luis XV)
Innumerables son los capítulos de Los Simpson que “intertextualizan” con obras famosas como Dr. Jekill y Mr.
Hyde, de R.L. Stevenson; el poema El cuervo, de E. A. Poe; la película El resplandor, de Kubrick, quien, a su
vez, intertextualizó al realizar la transposición de la novela homónima del Stephen King; etc. etc.
4.3. Las Implicaturas son, también, casos de polifonía. Implicar es incluir, en forma velada, otros textos o
voces. Cuando el hablante “implica”, el receptor deberá” inferir” lo implicado.
La Ironía: Se habla con ironía cuando en un contexto determinado decimos algo contrario a lo esperado. Al
decir, por ejemplo: “Qué día precioso”, bajo un chaparrón en medio de un paseo, lo que el hablante -o
enunciador- hace no es solo expresar su disgusto, sino también comunicar lo que se esperaba de una situación
ideal de paseo: que no lloviera.
Por lo tanto, el emisor produce dos afirmaciones: la literal y la que debe ser inferida por el receptor, que es la
que corresponde a su verdadera intención.
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El Sobreentendido: No posee marcas lingüísticas, no se encuentra en el diccionario, su significado depende del
contexto. Es provocado por las palabras pero no está en las palabras.
”¿Sabés qué hora es?”, le dice la mujer a su marido cuando están en una fiesta. El marido, conociéndola,
interpreta sus palabras como un pedido, y le contesta “Nos vamos cuando quieras”.
El pedido de irse de la fiesta no está en el enunciado. Solo un terreno de conocimiento común y la identificación
de las marcas textuales pueden lograr que el receptor, el marido, responda efectivamente.
4.4. La Ambigüedad: Hay muchos enunciados que son ambiguos en el sentido de que pueden interpretarse de
dos o más maneras distintas. En "Esteban cree que aprobó el examen", el receptor no sabe, si desconoce el
contexto, si Esteban no sabe si él aprobó su propio examen o si Esteban no sabe si una tercera persona, que no
figura en el enunciado, es quien aprobó el examen: "Esteban cree que (Juan) aprobó el examen".
4.5. La Ruptura de la isotopía estilística: La isotopía estilística es la pertenencia de un discurso o una lengua
a un lecto, a un determinado estilo o género. A menudo, la isotopía es quebrada por la irrupción de fragmentos
que remiten a variedades distintas.
Su presencia genera, por contraste, diversos efectos de sentido y pone de manifiesto los juicios de valor
asociados a las variedades en juego.
Ejemplos:
En el siguiente fragmento del Libro de Manuel de Julio Cortázar, la isotopía, sostenida por las alusiones a las
letras de tango, es quebrada por la presencia de una canción infantil:
"Copetín del recuerdo, mezcla rara de Museta y de Mimí / salud Delfino, camarada de infancia / ser argentino en
un suburbio de París / Caracol col col saca los cuernos y mira al sol..."
"Siglo veinte, cambalache, problemático y febril / el que no llora no mama y el que no afana es un gil..."
En algunos textos, la ruptura apuntará a caracterizar el personaje, o una situación; en algunos textos
argumentativos puede funcionar como índice de una pertenencia cultural o símbolo de prestigio.
Por último diremos que la ruptura de la isotopía estilística es un recurso utilizado por el discurso humorístico en
lo que se denomina "remate" del chiste.
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