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Hilando sueños

El olor de la leña y las arepas asándose sobre la parrilla, la luz del sol asomado
por la ventana, me acompañan todas las mañanas, pero justamente hoy estoy
más a gusto que en cualquier otro momento, decía Anita Ortiz con voz
entrecortada y sus ojos enlagunados de felicidad; Anita es una provinciana, de tez
trigueña, delgada, noble, oriunda de La Paz, un municipio de Santander.

Las paredes que la rodeaban eran propias, la carretera para llegar a la puerta de
su casa delineaba un croquis muy similar al mapa de Europa, las piedras que
recubrían el suelo eran blancas y lisas, tan lisas como su piel, Anita siempre había
soñado estar así; pues con poco su felicidad era inagotable.

Gracias a su infinito trabajo y a la compañía de Eliberto Tavera, su esposo, a


quien lo definía como un hombre “trabajador, echa’o pa’lante.”, más admiración
por él no podía sentir lo decía ella con notable orgullo en su tono de voz.

Desde los 10 años trabajaba con sus padres y sus hermanas recogiendo caña en
“La Cuchilla”, la cima de la montaña donde realmente había vida. Anita se refería
así a ese sitio porque fue allí donde vivió los mejores momentos de su infancia al
lado de su familia, no solo por eso, ¡No! Aquel lugar fue testigo del inmenso y real
amor que hoy en día ya casi nadie siente, veía pasar a un hombre alto, apuesto,
algo que por ende lo hacía ser aún más interesante, su esposo, Eliberto.

Crecieron así, entre la caña, las quebradas con aguas cristalinas y los verdes
pastos, alejados totalmente de la maldad, pero con cientos de propósitos y de
inmensos deseos de tener una familia que fue constituida años después con la
llegada de sus dos hijos.

Para Eliberto no ha sido nada fácil trabajar las tierras, es una labor que requiere
mucho tiempo, quizá, ese tiempo es el que le pertenece a mi hogar, contaba él
mientras caminaba sobre las piedras de su finca y el viento se confabulaba
azotándolo sin medida.

Su padre falleció hace ya algunos años, dejándole como herencia las tierras que
hoy en día le permiten seguir trabajando para ir en busca de sus ilusiones.

Dice Eriberto: “Sin Anita a mi lado, no hubiese sido capaz de tener lo que hoy
tengo”, ella es mi motor, y al lado de ella están mis dos hijos, trabajadores por
cierto, verracos; hoy en día alcanzando un título profesional, los dos serán
ingenieros agrónomos para seguir la tradición. Y a ella, a Anita, le debo la vida
entera.

Mientras Anita ordeña las vacas para comercializar la leche, Eliberto alrededor de
las 7 am, recorre más de 3 Kilómetros con sus tres acompañantes de aventuras,
tres obreros que día a día trabajan para llevarles un sustento a sus familias. Se
dirigen a hacía “La Cuchilla” aquella cima donde Anita trabajaba con sus padres y
hermanas, pues es allí el nacimiento de las oportunidades, como lo llaman todos
en la región.

Nunca había vivido en una casa propia, a pesar del fuerte trabajo y las horas de
dedicación a la labor del campo y a la familia no se me daban las cosas para tener
un rancho propio, decía Anita mientras desplumaba la gallina para su visita, por
cierto recibía varias visitas a la semana, porque por si fuera poco, ella dictaba las
clases de catequesis a los niños de las veredas cercanas para prepararlos para la
primera comunión.

El olor a fresa y arequipe invadía el rancho los sábados en la tarde; pues, para
que lo niños fueran aplicados en el curso, Anita los motivaba preparándoles
deliciosos helados que para muchos de ellos eran manjares que deleitaban su
paladar.

Durante mucho tiempo pensé que los ángeles eran aquellos seres que nos
cuidaban desde el cielo, aquellos seres del más allá que nos traían paz al alma.
Ahora entiendo que los ángeles no son seres espirituales, ni mucho menos de otro
mundo, mis ángeles tienes forma humana, de carne y hueso como cualquiera de
los mortales, y a mí me ha premiado con los mejores, decía Dulce María su nieta
refiriéndose a su abuela Anita, con tan solo 11 años de edad es la fiel compañía
de estos dos viejos que con ella aprendieron a que el amor viene en forma de
persona, en forma de nieta.

Ella es incondicional siempre, ha enseñado que la riqueza de una persona no se


mide por la cantidad de dinero que hay en sus bolsillos, ni por los títulos que
cuelgan de una pared, la riqueza material no sirve de nada cuando se tiene el
alma vacía, el significado de riqueza para ella se encuentra en su corazón…en el
alma.

Tanto así, que dicen que el papel de las personas en la vida es ayudar a crecer,
algunos los hacen dejando sinsabores que duelen en el fondo del alma y otros lo
hacen con lecciones de sabiduría y amor, este es el caso de ella, de Anita, una
persona especial que da el amor de una madre y la comprensión de una amiga, de
carácter fuerte pero de corazón noble, ella da las mejores enseñanzas que alguien
pueda dar. Ella es la forma humana de la incondicionalidad, la bondad y el
respeto.

Hace más de 50 años, empecé a leer un libro llamado “Vida” y aun no entiendo de
qué se trata. Muchos personajes han hecho parte de él, pero lo más importante es
que todos han contribuido para que mi vida sea mucho más tranquila y feliz,
siempre he sido justa y objetiva, nunca he puesto mis intereses personales por
encima de la razón y creo que es por eso que logro ganarme el corazón de la
mayoría de los que me rodean, de hecho lo único que me interesa es ser feliz con
las personas que están a mi lado, ya que el ayudar a los demás me llena el alma
de infinita alegría; dice Anita con su rostro invadido de felicidad.

Así es la vida en el campo, una vida llena de maravillosos colores y alegrías, los
mejores momentos se pasan allí, donde día tras día encontramos ángeles llenos
de sabiduría y de bondad para seguir aprendiendo a través de ellos.

Así se resume la historia de Anita Ortiz y su familia, enseñando que el amor más
importante para alcanzar sueños es el apoyo incondicional de todos los miembros
de la familia, pues sin ellos, básicamente no habría vida.

Para alcanzar las ilusiones es importante ir hilando los sueños.

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