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A pesar de que hasta el momento no se cuenta con una “teoría de las falacias” (lo cual incluye el que
tampoco haya un consenso respecto al concepto “falacia” o “ser falaz”) los catálogos y sistemas de
clasificación, que desde Aristóteles se han venido enriqueciendo, no paran de crecer. Ahora bien,
dentro de las clasificaciones más comunes destaca aquella que divide a las falacias entre formales e
informales, dicha clasificación ha sido acogida por diversidad de manuales de lógica y
argumentación, llegando de igual manera a los planes de estudio de carreras como Filosofía,
Matemáticas, Derecho, Ciencia política, etc.
Sin embargo, en Vega (2013) se encuentra la elaboración de un argumento que induce a dejar de lado
esta clasificación, pues sostiene la tesis de que las falacias formales no existen1. En oposición a dicha
idea, este escrito pretende, por un lado, caracterizar la forma en como tradicionalmente se ha
tramitado la noción de falacia formal, y por otro, mostrar cómo el argumento de Vega se enfrenta a
diversos problemas que no le permitirían llegar a la tesis mencionada, la cual implicaría en términos
generales que la invalidez, a diferencia de la validez, no se transmite o se conserva por medio de la
forma lógica.
Para la primera parte, haré uso principalmente del manual Introducción a la lógica de Copi & Cohen,
mientras que para la segunda, haré uso del libro de Vega La fauna de las falacias así como del artículo
Argumentations and logic de John Corcoran quien propone un interesante cuerpo conceptual del cual
se sirve el mismo Vega para llegar a la tesis arriba indicada, pero que dentro de un examen más
detenido parece avalar lo contrario.
Ahora bien, por falacias formales debemos entender aquellas “(…) falacias detectables por su forma
o estructura lógica (p. ej., unos argumentos que pasan por concluyentes pero descansan en una
inferencia ilegítima o en el uso erróneo de los operadores lógicos).” (Vega, 2013, pág. 100).En este
sentido, el “pasar por” haría referencia, por ejemplo, a un grado considerable de semejanza respecto
a la estructura lógica o al patrón de deducción2, lo que eventualmente conllevaría a que sea frecuente
la confusión respecto a un modelo válido. Ahora bien, aspectos como el conjunto de condiciones
que determinan caer o no en confusión o cuándo un grado de semejanza formal es lo suficientemente
1 Esta elaboración parte del denominado “Tratamiento estándar”, caracterizado por Hamblin hacia 1970, en cuyo núcleo se
encuentra la concepción de que una falacia es un argumento que parece válido pero no lo es.
2 “(…) each deduction may be regarded as a template for constructing an endless sequence of other deductions.” (Corcoran,
Es posible ilustrar lo anterior por medio de una de las falacias formales clásicas, a saber, la afirmación
del consecuente cuya forma lógica viene dada por la siguiente expresión:
((𝑝 → 𝑞) ∧ 𝑞) → 𝑝
Un problema común consiste en justificar el carácter falaz del argumento en función de su eventual
contenido. En líneas generales se suele encontrar algo del siguiente orden: “es posible que p haya
ocurrido por otra razón y por tanto la inferencia no es válida, las premisas no garantizan la conclusión,
etc.”. Aplicando dicho criterio al ejemplo ilustrado se diría que del hecho de que juan haya aprobado
el examen no se desprende el que haya estudiado ya que pudo haber aprobado, por ejemplo, gracias
al azar, y como dicha situación entra en “el universo de lo posible (o concebible), se hace patente la
invalidez del razonamiento así como su carácter falaz en virtud de su semejanza con lo que sería el
modelo correcto (afirmar que ha estudiado para concluir que aprobará el examen).
Sin embargo, siguiendo la misma línea argumentativa, ¿qué nos impediría realizar un razonamiento
análogo para invalidar al Modus Ponens a partir de una instanciación de dicho modelo en el lenguaje
natural? La adecuación de nuestro ejemplo a este modelo nos daría lo siguiente: Si Juan estudia para
el examen final entonces aprobará. Juan estudió para el examen final, por lo tanto, Juan aprobará. En
este caso, también entraría en el “universo de lo concebible” el que Juan haya estudiado para el
examen y no haya aprobado; sin embargo, el argumento no se invalida en virtud de dicho
razonamiento.
Lo que muchas veces no se explica es que dicha situación se da como consecuencia de las propiedades
de la relación de implicación, del sentido en que esta se establece (una cosa es p implica q, otra q
implica p), así como el hecho de que figure como premisa dentro de un argumento (establecimiento
de una relación de suficiencia que a pesar de que pueda ser contrasentido debe tomarse como tal).
Para precisar lo anterior conviene acudir a las estrategias que brinda la lógica clásica, evidenciando
la manera en la que es posible determinar la invalidez de un argumento así como la forma lógica que
eventualmente termina dando lugar a una confusión.
Se tienen entonces dos escenarios, el primero, refiere al contexto de la silogística impulsada por
Aristóteles (lógica clásica), y el segundo, a la lógica moderna o lógica simbólica. En la reconstrucción
que hacen Copi & Cohen (2013) de la primera, encontramos seis reglas, que en caso de violarse,
cualquiera de estas, invalida automáticamente el argumento, además, “Puesto que es un error de ese
tipo especial se le llama falacia, y por ser un error en la forma del argumento se le llama falacia
formal (…)” (pág. 311). En este sentido, si se tiene un silogismo en forma estándar en el cual sean
identificables alguna de las siguientes situaciones, tendrá lugar una falacia formal:
Ahora bien, en el contexto de la lógica moderna, encontramos una visión más amplia la cual parte de
la noción de invalidez, aplicada a tres elementos íntimamente ligados, los argumentos, las formas
específicas y las formas argumentales:
Uno de los métodos más conocidos para poder evaluar lo anterior, es el denominado método por
tablas de verdad, el cual permite hallar todas las posibles instancias de sustitución y con ello
determinar si estamos ante una forma argumental válida o inválida. Ahora bien, las falacias formales
de la afirmación del consecuente y de la negación del antecedente tienen lugar “(…) porque
mantienen parecidos superficiales con formas válidas y, por lo tanto, a menudo tientan a los lectores
descuidados.” (Copi & Cohen, 2013, pág. 404).
((𝑝 → 𝑞) ∧ 𝑝) → 𝑞
𝑝 𝑞 𝑝→𝑞
V V V
V F F
F V V
F F V
Las dos premisas del modus ponens corresponderían a las columnas 1 y 3, mientras que la conclusión
a la columna 2. La única instancia de sustitución en la cual se tienen premisas verdaderas corresponde
a la tercera fila donde, como consecuencia de que la conclusión en esta fila también es verdadera, se
3 La validez se define de manera análoga: una forma argumental es válida si no es posible obtener una conclusión falsa
partiendo de premisas verdaderas. Un argumento es válido si su forma específica es una instancia de una forma argumental
válida. Adicionalmente, “(…) para determinar si cualquier argumento dado es válido, hay que atender a la forma específica
del argumento en cuestión. Solo la forma específica del argumento revela con precisión la estructura lógica completa de ese
argumento (…)” (Copi & Cohen, 2013, pág. 405).
obtendría que la forma argumental es válida; “Esta tabla determina la validez de cualquier argumento
de la forma modus ponens.” (Copi & Cohen, 2013, pág. 401).
((𝑝 → 𝑞) ∧ 𝑞) → 𝑝
𝑝 𝑞 𝑝→𝑞
V V V
V F F
F V V
F F V
Las dos premisas corresponden a las columnas 2 y 3 y la conclusión a la columna 1. Por otra parte,
se encuentran dos instancias de sustitución con premisas verdaderas correspondientes a las filas 3 y
5. Dado que en la fila 5 es posible ubicar una instancia de sustitución con premisas verdaderas y
conclusión falsa, se tiene que la forma argumental es inválida. Frente a lo anterior, es preciso aclarar
algunas cuestiones:
4 Hago este énfasis ya que en mis siete años de docencia he encontrado muy difundido entre mis estudiantes el imaginario
de asociar la invalidez de un argumento con la falsedad de la conclusión que este contenga, situación que considero no es
muy diferente para los que están por fuera de la “esfera especializada”.
5 Estoy podría denominarse validez condicionada.
6 Conditional Perfection (CP).
Sobre esto volveré luego de contrastar la elaboración en Vega (2013) con lo desarrollado
hasta este punto.
Por su parte, Vega se sirve principalmente del aparataje conceptual brindado por lo que él ha
denominado la “escuela de Buffalo”, encabezada por John Corcoran. Así las cosas, se hará uso (al
igual que Vega) del artículo Argumentations and Logics, escrito por Corcoran en 1989 para contrastar
la elaboración en mención.
De esta forma, Vega inicia con la distinción entre argumento y argumentación, categorías que
corresponden, respectivamente, a los planos óntico y epistémico. Según Corcoran (1989), por
argumento se debe entender un sistema conformado por un conjunto de premisas y una conclusión,
el cual “señala los límites”7 de una argumentación. Más específicamente, un argumento es una
“argumentación vacía”8, en tanto es el producto de suprimir la cadena de razonamiento al conjunto
de elementos que componen la argumentación9.
Acto seguido, se introduce la noción de validez argumental: “Un argumento es válido si media una
relación de consecuencia entre sus contenidos semánticos de tal manera que la información dada en
la conclusión se halla contenida en la existente en las premisas; en otro caso, es inválido.” (Vega,
2013, pág. 101). Frente a esto, siguiendo a Corcoran hay que hacer las siguientes precisiones:
Siguiendo a Vega, respecto a la validez argumental se tiene uno de los principios de forma para
argumentos, ahora, respecto a las argumentaciones se tiene un principio de cogencia12 o coerción
lógico epistémica13, en palabras de Corcoran:
“Todo argumento en la misma forma que un argumento válido es válido. Todo argumento en
la misma forma que un argumento inválido es inválido.” (Corcoran, 1989, pág. 31).14 La
utilidad de este principio radica en el hecho de que, teniendo en cuenta las limitaciones del
called the conclusion and discoursed called the chain of reasoning.” (Corcoran, 1989, pág. 25)
10 Los intentos recorren autores como Tarski, Quine y Carnap.
11 Corcoran también hace referencia cómo en este tipo de definiciones los términos “lógicamente”, “necesariamente”, entre
A este punto se tienen algunas observaciones: por un lado, Corcoran no hace uso de la expresión
“falacia formal”18 a lo largo de su artículo, por otro, la noción que más se acerca a dicha expresión es
la de “ser falaz perse” (asociada exclusivamente, por medio de los principios de forma, a las cadenas
de razonamiento). En todo caso, no parece posible, siguiendo a Corcoran, que sobre la clase de los
argumentos sea aplicable la categoría “falaz”, entrando en cierta tensión con uno de los puntos de
partida de Vega, a saber, el tratamiento estándar.
Volvamos a la elaboración de Vega (2013): “Por lo que concierne a las falacias, se considera falaz
toda argumentación pretendidamente deductiva19 que discurra a partir de las premisas de un
argumento inválido y, por ende, a través de una cadena de razonamiento no concluyente.” (pág. 101).
Teniendo en cuenta el aparataje conceptual de Corcoran, es posible parafrasear la cita a partir de las
nociones introducidas hasta el momento: se considera falaz toda argumentación que pretenda mostrar
que su conclusión es consecuencia lógica de sus premisas la cual discurre a partir de un argumento
en el cual la conclusión no es consecuencia lógica de sus premisas, y por ende, a través de una cadena
de razonamiento per se falaz; esto muestra, a lo menos, la redundancia en la expresión de Vega.
errores procedimentales: fallacy of falsified implicants, verified consequences, premise-smuggling, entre otras.
19 “Deduction is an epistemic action performed by thinker-agents in “drawing forth” particular information from other
information in which is already contained.” (Corcoran, 1989, pág. 32). Esto debe evocar una de las acepciones de
“consecuencia lógica”; una deducción es la acción de mostrar que una conclusión es consecuencia lógica de un conjunto
de premisas; esto puede consistir en la construcción de una cadena de razonamiento; una cadena de razonamiento es una
suerte de discurso.
Por otra parte, como bien indica la última cita de Corcoran, una argumentación puede ser falaz en el
caso de que su cadena de razonamiento sea falaz en contexto, a saber, por un lado, que en una cadena
de razonamiento se usen premisas que no figuren en la argumentación, o que se llegue a una
conclusión diferente a la que se tenga en dicha argumentación, por otro, que sea per se falaz20; esto
parece distanciarse de lo plasmado por Vega.
Líneas adelante, se encuentra que: “Serán entonces falaces las pruebas21 que resulten fallidas al no
cumplirse, sin ir más lejos, sus pretensiones deductivas.” (Vega, 2013, pág. 102). Una prueba podría
“fallar”22 bajo dos situaciones, a saber, que no haya certeza respecto a la verdad de sus premisas o si
falla como deducción, esto es, que su cadena de razonamiento no sea convincente en contexto. En el
primer caso, se estaría usando una o más premisas no garantizadas, en el segundo caso, la cadena de
razonamiento (y en consecuencia la argumentación asociada a la prueba) sería falaz en contexto, lo
cual a su vez, puede ser síntoma bien sea de que dicha cadena de razonamiento sea per se falaz (errores
o vacíos lógicos) o en su defecto de que “contrabandee”23 premisas o llegue a una conclusión diferente
a la que contenga la argumentación. Con esto, debe resultar claro que:
La elaboración de Vega articula lo desarrollado hasta el momento con tres corolarios que constituyen
el núcleo de la argumentación a favor de la no existencia de las falacias formales. El primero de ellos,
el cual etiqueta como “divergente” 24 de los principios de forma anteriormente mencionados, indica
que: “No toda argumentación de la misma forma que una prueba constituye a su vez una prueba.”
(Vega, 2013, pág. 101) . La “divergencia” en mención no es clara; partiendo de que dicho enunciado
se puede parafrasear de la siguiente manera: existe al menos una argumentación de la misma forma
que una prueba que no constituye una prueba, se obtiene que se está simplemente haciendo referencia
a aquellas argumentaciones que, si bien tienen la misma forma que una prueba, no han garantizado la
verdad de sus premisas. Esto no entra en tensión con los principios asociados a la forma de las
argumentaciones.
Los inconvenientes que enfrenta el corolario expuesto imposibilitan la obtención del último corolario
de la elaboración de Vega (2013) el cual resulta de reemplazar la expresión “prueba fallida” y
“falacia”, los cuales había equiparado líneas atrás: “No toda argumentación de la misma forma que
una falacia es una falacia.” (pág. 102). Adicionalmente, este último paso mezcla los términos
“falacia” y “falaz” que en Corcoran, como bien se ha indicado, no parecen denotar lo mismo. Con
todo lo anterior, ni el aparataje conceptual de Corcoran ni la forma en que Vega dispuso de este,
permiten afirmar que se deba abandonar la idea de falacia formal, a cambio, Corcoran parece conceder
lo contrario.
Por otra parte, el punto a donde en apariencia había logrado llegar Vega le valió para afirmar, en
términos más generales, que si bien la validez es algo que se transmite por medio de la forma lógica,
no pasa lo mismo con la invalidez. Ahora bien, dado que esto entraría en tensión con los principios
asociados a la forma introducidos por Corcoran y usados por Vega, éste último debió explicitar hasta
dónde usaría el cuerpo conceptual de Corcoran y en qué punto comenzaría a generar una ruptura para
poder hacer patente la necesidad de abandonar la idea de falacia formal.
Se tiene entonces que no es posible abandonar la idea de falacia formal desde Corcoran como
pretendió mostrar Vega, inclusive se hace innecesario hablar en estos términos, pues como se
mencionó dicha terminología no se encuentra presente en el autor siendo lo más cercano, aquellas
cadenas de razonamiento que son per se falaces, esto es, en virtud de errores o vacíos lógicos. En
cualquier caso, se han ilustrado dos escenarios paralelos, uno, el cual refiere a la lógica clásica y el
tratamiento estándar, otro, que desde un lenguaje más sofisticado abandona la terminología pero no
su “espíritu” manteniendo viva la idea de que la invalidez es algo que se transmite entre argumentos
por medio de la forma.
Para finalizar, esbozaré el conjunto de condiciones (contextuales) bajo las cuales un condicional se
puede tomar como un bicondicional, habiendo una suerte de validez condicionada (argumentos
inválidos que se tornan válidos bajo ciertas condiciones) en el marco del fenómeno lingüístico
denominado perfección condicional.
En este sentido van der Auwera (1997) indica que el fenómeno en mención se da como consecuencia
de lo que se denomina implicatura conversacional escalar. Esto significa que, una vez se toma a
consideración un condicional, por ejemplo, p entonces q, la audiencia o eventualmente un mismo
individuo puede estar en calidad de determinar si un conjunto finito de proposiciones son condiciones
suficientes para q. En adición, Moldovan (2009) indica que el contexto debe contar con la posibilidad
de proporcionar aquello que es relevante para evaluar si en efecto hay otras proposiciones que puedan
implicar q y así, ante la ausencia de proposiciones distintas a p que cumplan con lo dicho, poder
establecer el bicondicional. En este sentido, las intenciones del hablante son irrelevantes respecto a
la posibilidad de derivación de la implicatura escalar. Esta reconstrucción racional descarta cualquier
psicologismo que pudiese considerarse medie en este proceso.
Bibliografía
van der Auwera, J. (1997). Pragmatics in the last quarter century:the case of conditional perfection.
Journal of Pgramatics, 261-274.