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Teorías acerca de las relaciones personales de Alejandro Magno

Alejandro Magno montado en su caballo Bucéfalo, detalle del mosaico de la batalla de Issos.

A lo largo de su amplia vida, Alejandro Magno estuvo relacionado tanto con hombres como con
mujeres. En cuanto a sus compañías masculinas, Alejandro permaneció siempre al lado de su fiel
compañero Hefestión, hijo de un noble macedonio, Amíntor. Fue el mejor amigo de Alejandro, y
uno de los dos hiparcos o lugartenientes de los hetairoi (siendo el otro Clito el Negro), cargo que
ocupó hasta su muerte, que sumió a Alejandro en una profunda tristeza. También, mantuvo una
estrecha relación con su eunuco Bagoas. En lo que respecta a su relación con mujeres, Alejandro
se casó al menos tres veces, primero con la princesa Roxana, con quien volvió después y tuvo una
hija, después se caso con la hija del sátrapa Oxiartes de Bactria, luego con la princesa Barsine-
Estatira, hija del rey Darío III, y después con la princesa Parysatis, hija de del rey Artajerjes III.
También mantuvo varias relaciones con otras mujeres, tales como la princesa Barsine, hija del
sátrapa Artabazo de Frigia, o la concubina Campaspe, su primer amor, algunas de las cuales no son
confirmadas por la totalidad de las fuentes.

La naturaleza de estas relaciones hace que muchos historiadores cuestionen su sexualidad,


posiblemente por no entender el entorno homoerótico de la época, calificando al general
macedonio de homosexual (dado que las fuentes informan de su escaso interés por las mujeres,
como veremos más adelante), bisexual o heterosexual (afirmando que sus relaciones con hombres
eran sólo resultado de la amistad).

Durante su vida, Alejandro fue admirado por tratar con gentileza a todos sus amantes. Plutarco
argumentaba que el amor de Alejandro hacia los hombres tenía un contexto ético, inspirado por
las enseñanzas de su mentor, Aristóteles. Dio varios ejemplos de la personalidad de Alejandro con
respecto a esto: «Filóxeno, que era su lugarteniente, le escribió una vez que cierto mercader
tarentino, llamado Teodoro, tenía dos muchachos jóvenes para vender [como esclavos], de gran
belleza, y le preguntaba si deseaba que se los comprase. Alejandro se indignó tanto ante la
proposición que exclamó varias veces delante de sus amigos: “¿Qué depravación ha creído
Filóxeno descubrir en mí para hacerme semejante propuesta?”, e inmediatamente le respondió,
con muchas injurias, que mandase al mercader tarentino al diablo, y su mercancía con él. Del
mismo modo arremetió con severidad contra un joven llamado Hagnón, que le había escrito que
quería comprar un muchacho llamado Cróbulo, famoso en la ciudad de Corinto por su belleza».1

Su moral sexual le hacía también ser continente con prisioneros de guerra: «Al ver Alejandro a las
demás cautivas, que todas eran aventajadas en hermosura y gallardía, dijo por chiste: “¡Gran dolor
de ojos son estas persas!” Con todo, oponiendo a la belleza de estas mujeres la honestidad de su
moderación y continencia, pasaba por delante de ellas como por delante de imágenes sin alma de
unas estatuas».
Las citas anteriores muestran que los pensamientos de Alejandro armonizaban con los que su
maestro Aristóteles le inculcó. Éste consideraba que las relaciones basadas únicamente en el
placer carnal eran vergonzosas.

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