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AGRA |\/| ANTE REVISTA DE LITERATURA Pablo Garcia Baena * * Jacobo Cortines * Marcela Romano + Raa Herrero * Amador Palacios * + Eva Diaz Pérez * Pedro A. Gonzélez Moreno * + Pilar Gomez Bedate * JEREZ DE LA FRONTERA INVIERNO * PRIMAVERA del “mandarinato literario espaftol” (332), del que ma Juan Eduardo Cirlot Nebiros Josep Maria Castellet fue Ed. y epilogo de Victoria Cirlot eminente figura, que dise- fia grupos, movimientos y tendencias con criterios de oportunismo editorial 0 simplificacién didactica y convierte la realidad hist6- rica en construcciones cri- ticas interesadas. Esta obra —esperemos que penilti- ma— de José Manuel Caba- lero Bonald se convierte asi en via imprescindible para cualquier estudioso de la literatura espafiola contempordnea. JULIO NEIRA Editorial Siruela, Madrid, 2016 TET NOs 2016, afio del centenario del nacimiento de Juan Eduar- do Cirlot (Barcelona, 1916- 1973), ha trafdo dos inte- resantes publicaciones: una novela inédita del autor, Nebiros, y una excelente bio- grafia escrita por Antonio Rivero Taravillo, Fue Cirlot un raro poeta que ‘surgié de las cenizas del surrealismo en sintonfa con el postismo madrileio de Carlos Edmundo de Ory (1945), y un avezado criti co de arte que contribuy6, en Barcelona, al despegue del informalismo magicista del grupo Dau al Set (1948). Hoy en dia su obra mas conocida es el Diccionario de simbolos tradicionales (1958), tempranamente_traducido al inglés, una extraordinaria sintesis que integra la antro- pologia cultural, la mitolo- gfa, el psicoanilisis, la his- toria de las religiones y del arte, la filosoffa, la teosofia y la alquimia. La union entre los saberes tradicionales y el arte de van- guardia es lo que se explica en el prélogo a la primera edicién del Diccionario de sim- bolos: “Nuestro interés por Jos sfmbolos tiene un miilti- ple origen; en primer lugar el enfrentamiento con la imagen pottica, la intuicién de que, detrés de la meté- fora, hay algo mas que una substitucién ornamental de la realidad; después, nuestro contacto con el arte del pre- sente, tan fecundo creador de imagenes visuales en las que el misterio es un componen- te casi continuo; por tiltimo, nuestros trabajos de historia general del arte, en particular en lo que se refiere al simbo- lismo roménico y oriental”. Y es que Cirlot se intere- 86 por los simbolos llevado en principio por la necesi- 145 dad de descifrar sus propios suefios. No se trataba de una deriva esteticista 0 hidi- ca sino de una busqueda del sentido de la vida, que el autor Ilevé a cabo a través de sus trabajos hermenéu- ticos, su poesfa y una tinica novela que es la que comen- tamos aqui. Nebiros fue escrita en 1950 y presentada en 1951 a la censura por el editor José Janés. El lector encargado de supervisarla la encontro no solo pesada sino esen- cialmente peligrosa por su turbia sexualidad, sus des- cripciones pornogréficas, su pesimismo fatalista e incluso “cierto matiz demagégico” (22). Una revisién ulterior no mejoré el dictamen. Con todo, el mecanoscrito quedé depositado en el Archivo General de la Administra- cidn, de donde ha sido resca- tado por Enrique Granell y Victoria Cirlot, que es quien edita el texto de su padre, con un interesante epilogo que incluye los pasajes que fueron tachados por el cen- sor y de los que Cirlot no quiso prescindir. {Como entender al Cir- lot novelista en la narra- 146 tiva espafiola del medio siglo? Los criticos que se han encargado de tesefiar Nebiros coinciden en ubicar- Jo en la corriente existencial, como reflejo de una Espa- fa asfixiante y oscura. La indole del protagonista, que se considera un “muerto en vida", coincide con el perfil de los sujetos liricos de casi toda la poesta de aquella época tremenda y tremen- dista, y con los angustiados héroes novelescos de auto- res como Gonzalo Torrente Ballester 0 José Luis Cas- tillo Puche, en la Iinea de la novela filosfica y de “autoformacién” de estirpe simbolista. Cirlot arranca con un protagonista que se debate, como el Augusto Pérez de Niebla, en la nece- sidad de darle un sentido a su errdtica vida, y lo sitta, como si de un Max Estrella se tratase, en un simbéli- co descenso a los infiernos durante las horas que van de la caida de una tarde hasta el amanecer del dia siguiente. El conjunto de la nove- a podria leerse como una arquetipica “aventura del héroe” tal como Ia esque- matiza Joseph Campbell (El héroe de las mil caras, 1959): un rito de iniciacién que pasa por tres fases: separa- cién, iniciacién y retorno. Un hombre sin nombre que se siente vacio y atra- pado en una vida sérdida y sin sentido abandona su oficina para vagabundear por las calles de su ciudad, igualmente innominada. Va espoleado por la vision sen- sual, en una de las viejas revistas que guarda en sus cajones, de la actriz Sybille Schmidt (una mujer ideal / fatal, que hizo entre otras una pelicula de vampiros), a la que acompafia en la publicacién una imagen de un John Barrymore de cejas mefistofélicas en el papel de Don Juan: dos arqueti- pos ideales (agresivos tam- bién) de lo femenino y lo masculino, Se trata de un hombre que se consuela de su inaccién con la lectura, una especie de intelectual contemplative, desclasa- do e impotente como los que disefiaban en sus nove- las Baroja y Azorin, En su merodeo por el barrio chino este hombre va buscando liberar su angustia a tra-

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