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Suele sucedernos, sobre todo a los que tenemos hijos en edad de crianza y
ebullición, que a medida que se consume nuestro periodo de descanso
tenemos la sensación de necesitar unas vacaciones de nuestras vacaciones.
Probablemente a otros les suceda todo lo contrario, y la soledad o el peso de
los días limpios de obligaciones les supongan un vacío que sienten la
necesidad de llenar cuanto antes.
Si hiciésemos una encuesta sobre lo que es la felicidad para cada uno de los
hombres y mujeres de nuestra sociedad, jamás acabaríamos de ponernos de
acuerdo, porque para unos sería estar bien a lo largo de toda su vida o en gran
parte de ella; para otros, sentir la alegría de vivir; para otros hallar a Dios en
cada situación; para otros, realizar acciones concretas, tener mucho dinero,
vivir sano... Podríamos encontrar muchísimos matices, pero como señala el
popular psicoanalista Jorge Bucay, en occidente hay tres respuestas básicas
ante la pregunta de qué es la felicidad:
Unos que dicen que la felicidad no existe.
Los cristianos, desde luego, deberíamos pertenecer al tercer grupo sin lugar a
dudas, pero todos sabemos que, paradójicamente, no es así.