Para el año de 1935, los maestros que laboraban en el área rural de Jalapa retornaban cada fin de semana a la cabecera, puesto que los buses escaseaban en ese tiempo. De esa cuenta la profesora: Rosario Albizures Reyes, a la sazón Maestra asignada a la Escuela Rural Mixta de la Aldea Tierra Blanca, tenía que madrugar todos los lunes a las tres de la mañana calculando llegar a la hora oficial de inicio de labores… Como en ese tiempo era soltera, siempre se hacía acompañar de su sobrina conocida como Sheny quien le servía de compañía en aquellas soledades. Tomaban el camino blanquecino que serpenteando a orillas del cementerio de Jalapa, se perdía en los tupidos bosques de pinos y encinales hasta la llegada a la escuela. Con frecuencia, contemplaban las manadas de coyotes aulladores que, iluminados por la claridad del alba caminaban con las patas crispadas y el hocico alzado como fascinados por la luna. O muy de vez en cuando, topetearse con los campesinos que cargando reglones o tablas de madera aserrada se disputaban el camino estrecho, para ir descendiendo a la comunidad bajo el asedio de cantos de gallos lejanos. Los días sábados, en cambio, otra suerte les tocaba: salían a las once de la mañana de la Aldea después de despedir a los alumnos y empezaban a escalar las alturas, procurando llegar a la cabecera para degustar todavía el almuerzo tardío. Siendo los retornos de esa manera, hemos de relatar lo ocurrido uno de esos sábados… Quizá ya avanzaban hasta medio camino, cuando la sobrina que siempre asumía la delantera se sentó a esperar a la tía en una piedra sobre un recodo sintiendo las piernas muy pesadas. La tía que cansada le seguía jadeando empezó a oír unos masticados exagerados a la orilla del alambrado, motivada por la exageración levantó el alambre y en un claro hecho en el bosque acostado boca arriba observó un hombre gigantesco de proporciónes exponenciales con dientes de paletas, envuelto en una tupida pelambre, músculos abombados y emitiendo chillidos espantosos… Cuando sus ojos contemplaron el fenómeno y perdió las fuerzas, sintió desplomarse, Pero de inmediato recordó que a la tentación no hay que arredrársele ni darle la espalda y empezó el caminar de retroceso y rezando… Como pudo levantó los alambres y se hecho a caminar, cuando se impulsó hasta donde estaba la sobrina no le comentó nada… Pero la sobrina sin saberlo, se quejaba con la tía que no podía caminar, mientras el eco de las campanadas de la iglesia catedral de la cabecera reseñaba las doce del mediodía en la lejanía. A la hora de almuerzo, la Maestra en presencia de familia contó lo sucedido y tía y sobrina sin saberlo coincidieron en haber sido objeto de una burla. Para el nuevo año, la Maestra fue trasladada a otra escuela.