un espacio para leer deQuólibet marzo 2019 ♦ no 10

TRES DE TIMOTHY RADCLIFFE

VIVIR EN ESPERANZA ⦁ DIALOGAR ⦁ CAMINAR JUNTOS
San Pablo acostumbraba elogiar y agradecer a los cristianos de las comunidades
que visitaba por lo que le enseñaban y hacían por él. Cuenta, por ejemplo, a los
corintios lo que las comunidades de Macedonia hacían por los pobres y por él:
«Quiero informarles, hermanos, de la gracia que Dios concedió a las iglesias de
Macedonia. En medio de una prueba grave desbordaban de alegría; en su
extrema pobreza derrocharon generosidad. Hicieron todo lo que podían, lo
atestiguo, incluso más de lo que podían». Una de esas comunidades está en
Filipos, la primera ciudad europea que visitó. Esto les dice: «Dios es testigo
de que los amo tiernamente en el corazón de Cristo Jesús. Esto es lo que
pido: que el amor de ustedes crezca más y más en conocimiento y buen juicio
para todo, a fin de que sepan elegir siempre lo mejor». A los de Tesalónica:
«Ustedes siguieron nuestro ejemplo y el del Señor, recibiendo el mensaje con el gozo del Espíritu Santo en medio de graves
dificultades; hasta el punto de convertirse en modelo de todos los creyentes de Macedonia y Acaya».
En la conferencia que dictó Timothy Radcliffe en el Institut de pastorale des dominicains en Montreal en febrero
pasado, sigue este ejemplo de san Pablo. Cuenta con extraordinaria vivacidad lo que ha aprendido –lo que todos podemos
aprender– de la fe, la esperanza, el amor de los cristianos, hombres y mujeres, del Cercano y del Medio Oriente que viven en
países de fe y cultura islámica. Testimonios aun de musulmanes, como el director de la Sinfónica de Irak, violonchelista, que fue
a tocar una composición suya entre la ruinas del estallido de un coche bomba en Bagdad. A lo que dice Timothy de la música
para infundir esperanza, se podría añadir el Cuarteto para el fin de los tiempos, compuesto por Olivier Messiaen en un
campo de concentración e interpretado allí mismo con instrumentos destartalados pocos días antes de ser liberado.
Con motivo de su visita a Quebec, Timothy dio una entrevista sobre la crisis por la que atraviesa la Iglesia a causa
de los abusos sexuales. Debemos enfrentar la crisis admitiendo una forma nueva, con distintas facetas, de ejercer la autori-
dad en la Iglesia. Esto va a requerir un nuevo modelo de ser iglesia, una iglesia sinodal en la que todos caminemos juntos,
que eso significa sinodal. Este camino es incierto. Timothy dice su admiración por el Papa Francisco que se aventura a
conducir a la Iglesia por este sendero tortuoso. Las comunidades primeras, esas de san Pablo, son por cierto un referente.
Presentamos, en fin, un artículo publicado en el semanario católico inglés The Tablet, sobre un libro que lleva por tí-
tulo: In the Closet of the Vatican: Power, Homosexuality, Hypocrisy. Llegará a las librerías en Chile el mes de
abril con un título amarillista: Sodoma: Poder y Escándalo en el Vaticano. Entre los miles de entrevistados por el
autor, Frédéric Martel, estuvo durante cuatro horas Timothy. La sola redacción de este artículo, la forma que tiene Timothy de
enfrentar este otro escándalo, son de por sí una lección de sabiduría. Termina así citando al Papa: «Todo esto es un buen augu-
rio para una cultura nueva de veracidad. El Papa ya lo dijo: “Se acabó el Carnaval”».
Timothy Radcliffe es miembro de la Orden de Predicadores por la Provincia de Inglaterra de la que fue provincial.
De 1992 a 2001, fue Maestro de la Orden. Visitó, como él dice, a casi todos los hermanos en más de cien países. Actual-
mente forma parte de la comunidad de Blackfriars, Oxford. Desde esa base, sigue recorriendo el mundo para dar conferen-
cias y retiros. Ha escrito varios libros, entre otros: ¿Qué sentido tiene ser cristiano?; ¿Por qué hay que ir a la Igle-
sia? sobre la celebración de la Eucaristía; El paso decisivo, sobre el bautismo y la confirmación. [F. Q.]

Quodlibet: lo que place o gusta. Es un vocablo que se usaba en las discusiones filosóficas y teológicas medievales
para designar un tema cualquiera. Quaestio de quolibet es una cuestión por discutir sobre un tema de libre elec-
ción. El vocablo se usa en música para designar piezas ligeras compuestas en contrapunto, como la Variación 30
de las Goldberg de J. S. Bach. Designa también composiciones de cantos infantiles para enseñar música a niños y
niñas. Lo usamos como nombre de este boletín para subrayar que es un espacio de lectura libre, por puro gusto.
Consejo de redacción: Francisco Quijano, Pablo Caronello, Marta García, Susana Ruani, Miguel Rivas
deQuolibet - Avenida Apoquindo 8600 - Las Condes - Santiago de Chile - Correo: kerygmachile@gmail.com
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ESPERANZA EN EL DESIERTO
LECCIONES DE NUESTROS HERMANOS Y HERMANAS
Teilhard de Chardin dijo: «El futuro está en las ma-
nos de quienes habrán sabido ofrecer a las genera-
ciones venideras razones para vivir y esperar». Con-
sidero que este es nuestro mayor desafío hoy en día:
ofrecer esperanza a los jóvenes. Esto es más difícil
actualmente que cuando yo era estudiante en los
años sesenta en que todo parecía posible. Cuando
estudiaba en París, los muros lucían el lema de nues-
tra generación: «L’imagination au pouvoir», todo el
poder a la imaginación. Hoy en día se ha acabado el
optimismo de aquella época. El futuro es incierto.
En las últimas semanas, Estados Unidos y Rusia
suspendieron su compromiso del tratado de reduc-
ción de armas nucleares. Vemos cómo aumentan
los estados deshonestos en todo el mundo, los mo-
vimientos populistas, los crímenes violentos, el fun-
damentalismo religioso y la amenaza de una catás-
trofe ecológica. De modo que necesitamos a toda
costa una buena dosis de esperanza.
¿Qué podremos hacer nosotros –padres de fami-
lia, maestros, sacerdotes, asistentes sociales, frailes y
hermanas de la Orden Dominicana– para ofrecer
esperanza a las generaciones del mañana? No soy
experto en el Islam ni en la política del Medio Orien-
te. Pero sucede que he podido visitar Argelia tres
veces en los últimos dos años, también Egipto, Tur-
quía, Líbano, Siria e Irak muchas veces, la primera
con Daniel Cadrin [director del Institut de pastorale].
Mis visitas fueron breves; con todo, los cristianos en
estos lugares donde se sufre me ayudaron a com-
prender mejor lo que significa tener esperanza. Eso
es lo que quiero compartir con ustedes hoy.
Visité Bagdad en 1998 con Daniel, cuando los
Estados Unidos y el Reino Unido impusieron una
«zona de exclusión aérea» en todo el país. Pasé una
noche en blanco al enterarme por la BBC que se
esperaba un bombardeo de estos países. ¡Qué dis-
gusto habría sido para mí que una bomba británica
me hubiese matado! Al día siguiente al desayunar,
Orar
La primera forma de expresar nuestra esperanza es,
naturalmente, la oración. Herbert McCabe, un do-
minico inglés, escribió esto: «La gente que va en un
barco a punto de hundirse podrá lamentarse de
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Conferencia dictada en el Institut de pastorale des
dominicains, Montreal, el 21 de febrero de 2019.
conversaba con uno de los hermanos, Youssif,
que es el actual arzobispo de Kirkuk. Le pregunté
si se angustiaba con pensar que fueran a matarlo.
Me contestó: «Si vives con la muerte al acecho
durante mucho tiempo, no te inquietas ante ella.
¡La verdadera cuestión es si crees en la resurrec-
ción!». Cuando uno vive permanentemente bajo
amenaza de muerte, esos pequeños afanes que a
menudo dominan la vida –¿qué voy a comer en la
cena? ¿irán a escribir una buena reseña de mi li-
bro?– se esfuman rápidamente.
Unas encuestas realizadas por la Universidad de
Londres han mostrado que las principales preocu-
paciones de los millennials en Londres se relacionan
con tres cosas: la escasez de vino prosecco, que los
aguacates estén demasiado duros o demasiado ma-
duros y que se les olvide la contraseña de sus
computadoras. Comparto con ellos esta última,
pero los aguacates ¡sí que son excelentes en Bagdad!
Una hermana dominica en Irak me dijo que hay
dos palabras en árabe que significan «esperanza».
Una es «amal», que significa «optimismo». Y otra
es «rayaa», que significa «esperanza en Dios». Allá
han perdido casi todo «amal», optimismo. El go-
bierno iraquí es débil; no confían en Occidente,
creen que andamos en pos de su petróleo. No
abrigan optimismo acerca del futuro. Pero mantie-
nen viva su esperanza en Dios. Esto se trasluce en
una alegría que nunca ha dejado de sorprenderme.
Por eso, me encanta regresar allá. Nada como estar
en Irak para que se le levante a uno el ánimo.
¿Por qué es así? Porque allá uno descubre cuán
plenas de esperanza son muchas de las cosas que
hacemos aquí sin reflexionar. De modo que voy a
tratar estas cosas: qué es eso de rezar, cantar, estu-
diar, hacer todo lo bueno que debe hacerse, y qué es
eso de permanecer fiel. Todo esto lo hacemos aquí
y en Inglaterra. Pero en el Medio Oriente su belleza
y su esperanza se me revelan de una manera nueva.
cualquier cosa, pero no de tener distracciones en su
oración» (God, Christ and Us, London, 2003, p. 106).
Lo que uno descubre, ante todo, es lo que
significa «celebrar la Eucaristía». Hace dos años
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visité brevemente Siria con una pequeña delega-
ción encabezada por Mairead Maguire, que reci-
bió el Premio Nobel de la Paz por su trabajo en
Irlanda del Norte. Nos alojamos en un Carmelo
a medio camino entre Damasco y Homs. La
línea del frente con el Estado Islámico estaba a
solo tres o cuatro kilómetros de distancia. Toda
la noche estuvimos en vela por el ruido de los
disparos. Yo compartía habitación con un sacer-
dote anglicano que roncaba a todo pulmón.
Cuando tronaron unos cañonazos como a 50
metros de nuestra habitación, ¡al fin despertó
por un instante! Comprendo ahora la bendición
de ser célibe: ¡no escuchar ronquidos! Todas las
mañanas sonaba la campana para la Eucaristía,
yo me preguntaba qué pensarían los yihadistas al
escucharla desde su campamento.
Jesús celebró la Última Cena a punto de enfren-
tar su pasión y su muerte. Convirtió su asesinato
Cantos y música
El Evangelio de Marcos nos dice que la cena pas-
cual de Jesús concluyó con el canto de los salmos,
antes de que él se adentrara en su pasión: «Canta-
ron los salmos y salieron hacia el Monte de los
Olivos» (Mc 14, 26). Probablemente fue la segunda
parte del Hallel, los salmos 113 a 118 en los que
alabamos a Dios «porque su amor es eterno». Jesús
se enfrenta a la muerte cantando. Por allá, no lejos
del lugar donde se asienta el Estado Islámico, está-
bamos nosotros cantando. La belleza de su canto
de los salmos en árabe me tiene aún fascinado.
Así es como nosotros, cristianos, tenemos la
costumbre de enfrentar el sufrimiento y la muer-
te: con cantos y música. En febrero de 2015,
cuando fueron decapitados en una playa de Libia
veintiún cristianos egipcios de rito copto, murie-
ron cantando a Jesús.
Cuando un fraile dominico está muriendo, es
nuestra tradición que la comunidad se reúna en
torno a su cama y cante la Salve Regina. ¡A veces
puede que un hermano haya abierto un ojo como
preguntándose si no se estarían apurando demasia-
do las cosas! Espero que en el momento de mi
muerte lo último que escuche sea el canto de mis
hermanos, ¡quizá desentonando un poco!
Hace años salí a toda prisa de Jerusalén para
estar junto a mi padre unos días antes de su muer-
te. Le pregunté si habría algo que pudiera hacer
por él. Me pidió que le llevara su walkman para
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en don de la vida eterna. Cada vez que celebramos
la Cena del Señor, lo hacemos de cara a la muerte.
De ordinario, esta verdad se halla oculta a mi espí-
ritu; pero en Siria, mientras estábamos reunidos en
la capilla, esta verdad se hizo otra vez patente,
porque había unas gentes a cuatro kilómetros que
habrían disfrutado con gozo enorme decapitarnos.
Esta experiencia me fue de gran ayuda hace dos
años, cuando acababa de someterme a dos cirugías
de cáncer y la sombra de la muerte se me había
vuelto más tenebrosa por momentos.
Tal vez por esto quienes viven en zonas de
sufrimiento celebran la Eucaristía de veras con una
alegría que no suele verse en el mundo occidental.
El significado profundo de la Eucaristía se hace
entonces palpable, es la Alianza para la vida eterna.
De modo que ir a misa ya no es una obligación, a
veces penosa y aburrida, sino la alegría de aquellos
para quienes la muerte ha perdido su aguijón.
poder escuchar el Réquiem de Mozart y Las siete
palabras de Cristo en la cruz de Haydn.
Tal vez esto sea una reacción universal ante la
muerte. Solo mediante el canto y la música po-
demos expresar nuestra esperanza ante el silencio
de la muerte. La ópera de Tansey Davis Between
Worlds fue compuesta hace tres años. Evoca la
destrucción de las Torres Gemelas en Nueva
York el 11 de septiembre de 2001. A algunos les
molestó que alguien pudiera componer una ópera
sobre un suceso tan espantoso, pero tal vez esa
era la única forma de enfrentar esta brutalidad. El
autor del libreto, Nicholas Drake, dijo: «Nosotros
consideramos que hacer un espacio en el corazón
del drama al poder transformador de la música
podría permitirnos sopesar la magnitud de la tra-
gedia del 11 de septiembre, y quizás descubrir una
suerte de rayo luminoso en medio de esta oscuri-
dad. Parece que la música fue capaz de ayudar a
algunas personas ese día. Un oficial de seguridad
cantó himnos a la gente que bajaba por las escale-
ras para infundirles valor. Los familiares que no
sabían qué decir por teléfono a su gente amada,
cantaban canciones con ellos».
Un día de abril de 2015, diecinueve personas
fueron asesinadas por coches bomba en el oeste de
Bagdad. Karim Wasfi, el director de la Orquesta
Sinfónica Nacional de Irak, fue al lugar de la prime-
ra explosión con su violonchelo, y entre los escom-
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bros tocó una pieza compuesta por él titulada
Baghdad Mourning Melancholy (Bagdad Duelo y Melanco-
lía). Dijo después: «Quería mostrar lo que puede ser
la belleza ante el espectáculo espantoso de los autos
suicidas, y expresar mi respeto por las almas de las
víctimas». Desde ese día ha tocado en innumerables
sitios bombardeados de la ciudad. (aquí)
Podría seguir hablando, por ejemplo, de cómo
la gente con hambre en Leningrado interpretó la
Enseñar
En todo el Cercano Oriente, en ciudades en ruinas y
en campamentos de refugiados, se encuentra uno
con cristianos que enseñan. En esa zona de guerra
que era Bagdad, las hermanas dominicanas regentan
todavía dos escuelas abiertas a niños de todas las
religiones. Youssif Mirkis, dominico, actual arzobis-
po de Kirkuk, fundó la Academia de Ciencias Hu-
manas de Bagdad. Había quinientos estudiantes, la
mayoría musulmanes. Estudian filosofía, sociología
y antropología, también inglés y francés. ¿Es una
insensatez asistir a clases sobre Wittgenstein cuando
el Estado Islámico está decapitando a la gente? No.
En el centro de esta tormenta violenta del funda-
mentalismo, la Iglesia debe aferrarse a su confianza
en la razón. El logotipo de esta Academia de Bag-
dad es el escudo dominicano, con un gran signo de
interrogación en el centro. Aquí no se prohíbe
ninguna pregunta. Un fraile de mi provincia, Vin-
cent McNabb, decía a los novicios: «Piensen en lo
que sea, pero ¡por Dios santo, pónganse a pensar!».
(A Vincent McNabb Anthology, London, 1955, p. ix.)
Visitamos Homs en Siria. La ciudad estaba
prácticamente destruida. Rezamos a lado de la
tumba del jesuita holandés Frans van der Lugt, que
se negó a abandonar la ciudad cuando comenzó la
violencia en 2014. El 7 de abril, alguien entró al
jardín y lo mató a balazos. Durante nuestra visita,
conocimos a un jesuita egipcio que daba clases a
los niños. Estaba allí, firme en su puesto.
El estudio, particularmente en tiempos de
crisis, manifiesta nuestra esperanza de que, en
última instancia, todo tiene un sentido. Un su-
frimiento insoportable puede llevarnos a dudar
de que pueda haber un significado en todo acon-
tecimiento. Cuando san Óscar Romero visitó la
escena de una masacre perpetrada por el ejército
salvadoreño, descubrió el cuerpo de un jovencito
tendido en una zanja. «Era un chiquillo en el
fondo de la zanja con su rostro vuelto hacia el
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Séptima Sinfonía de Shostakovich cuando la ciudad
fue sitiada por sus enemigos. Cantar y tocar música
forma parte de la vida cristiana ordinaria, pero solo
en situaciones de sufrimiento y peligro mortal es
cuando se revela la esperanza profunda.
Debemos examinar ahora otra forma en que
nuestros hermanos y hermanas dan testimonio de
su esperanza. Una forma que es afín a lo que uste-
des hacen aquí en el Institut de pastorale: ¡Enseñar!
cielo. Podías ver los agujeros que hicieron las
balas, los moretones causados por los golpes, la
sangre seca. Sus ojos estaban abiertos, como si
se preguntara por qué estoy muerto, sin com-
prenderlo en absoluto» (Scott Wright, Oscar Ro-
mero and the Communion of Saints, Orbis, New
York, 2009, p. 37.). La desesperación es el co-
lapso de todo significado. Vaclav Havel, el dra-
maturgo que fue presidente de la República
Checa, dijo que «la esperanza no es la convic-
ción de que algo va a terminar bien, sino la cer-
teza de que tiene un sentido, como quiera que
sea el desenlace». (Citado por Seamus Heaney,
Redress of Poetry, London-New York, 1995, p. 4.)
Primo Levi relata cómo un día en Auschwitz
tuvo tanta sed que rompió un carámbano para
poder chuparlo: «Un guardia alto y corpulento,
que andaba rondando por ahí, me lo arrebató.
«¿Warum?», «¿Por qué?», le pregunté con mi
pobre alemán. «Hier ist kein Warum», «Aquí no
exiten los porqués».
Enseñar en los campos de Irak o de Siria, o en
Montreal, es una expresión de nuestra esperanza
de que todo tendrá, finalmente, un sentido. El
estudio nos dispone para la revelación final, cuan-
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do veremos a Dios cara a cara. San Pablo dice:
«Ahora conozco a medias, después conoceré tan
bien como Dios me conoce a mí» (1 Cor 13, 12).
El estudio es la anticipación de esta revelación
final, del día en que todo podrá ser comprendido.
Pero estudiamos no solo los textos, también los
rostros, y aprendemos a descifrar sus luchas, sus
miedos y sus esperanzas ocultas. Durante un viaje en
Argelia, iba por el Sahara del Norte en coche con
Jean-Paul Vesco, obispo dominico de Orán. Los
vuelos habían sido cancelados debido a disturbios
Las buenas obras
Voy a indicar otro signo de esperanza que encon-
tré en estos lugares tan difíciles: hacer obras bue-
nas, solo por ser buenas.
Cuando estuve en Bagdad en 2014, visitamos a
las Hermanas de la Caridad que cuidan a niños
discapacitados abandonados por sus familias. No
puedo olvidar el rostro serio de Nura, que nació
sin piernas ni brazos, pero alimentaba a los niños
más pequeños con una cuchara que sostenía con
su boca. Habíamos experimentado también una
gran alegría en la casa de dos vírgenes consagradas,
que acogían a mujeres de todas las religiones aban-
donadas por sus familias.
Estas son obras buenas hechas por que valen
de por sí, sin otros motivos ulteriores. San Pablo
dice a los Efesios: «Somos obra de Dios, creados
por medio de Cristo Jesús para realizar las buenas
obras que Dios dispuso de antemano que practi-
cáramos» (Efesios 2, 10). Cada día descubrimos
las obras buenas que Dios ha dispuesto para que
las realicemos hoy. No sabemos qué consecuen-
cias últimas tienen. No las hacemos con un pro-
pósito utilitario, sino únicamente por el fin que
Dios les dará.
En el campo de concentración de Auschwitz,
Primo Levi conoció a un italiano llamado Loren-
zo, que le daba una porción de su ración de pan
cada día. Levi escribió: «Creo en verdad que
gracias a Lorenzo yo estoy vivo hoy. No tanto
por su ayuda material sino porque, con su presen-
cia y su forma natural y sencilla de ser bueno, me
recuerda constantemente que existe todavía un
mundo diferente del nuestro ordinario. (Un mun-
do donde existe) algo o alguien que es siempre
puro y honesto, que no es corrupto ni salvaje...
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civiles. Quedamos atrapados en pleno combate entre
una multitud y el ejército. Nuestro coche fue rodea-
do por gente armada con piedras. Nunca olvidaré el
rostro de un joven parado frente a nosotros con una
piedra del tamaño de un balón de fútbol. Su rostro
expresaba ira, pero detrás de la ira se podía entrever
raudales de miedo, y bajo el miedo alcanzaba yo a
ver el rostro de un joven dulce, de alguien digno de
ser amado. ¡Todas esas emociones irrumpían en su
rostro, toda esa complejidad de un ser humano! ¡Me
pregunto si él llegó a entrever las mías!
Era algo difícil de definir, como una remota
posibilidad del bien, por la cual valía la pena
sobrevivir. Gracias a Lorenzo, no he podido
olvidar que yo soy un ser humano» (“Survival in
Auschwitz”, en The Tablet, 21.01.2006).
Puede uno preguntarse qué sentido tienen unos
pequeños actos de bondad en una zona de guerra.
¿Acaso hacen alguna diferencia?
Sí. Lo vi de forma muy profunda en 2018
cuando fui a Argelia para la beatificación de los 19
monjes, religiosos y religiosas que, por amor a sus
amigos musulmanes, permanecieron allí cuando
estalló la violencia en la década de los 90 y fueron
martirizados. En ese entonces, el Arzobispo de
Argel le dijo a una hermana, es mejor que te vayas
o te quitarán la vida. Ella le respondió: «Nuestras
vidas ya han sido entregadas». En 1996, estuve
unos días con uno de nuestros hermanos que era
obispo de Orán, Pierre Claverie, poco antes de que
lo asesinaran. Él sabía que vendrían por él, porque
no podían aceptar que este obispo católico fuera
amigo de los musulmanes. Fue asesinado por un
bombazo junto con quien conducía su coche, un
joven musulmán llamado Mohamed Boukichi.
Mohamed fue a recogerlo al aeropuerto, cuando
regresaron a casa del obispo lo estaban esperando.
Habían colocado dinamita en los muros de la co-
chera que hicieron explotar en el momento en que
entraban. Cuando llegué al funeral tres días des-
pués, una religiosa estaba todavía recogiendo sus
restos con una cuchara.
Un millar de musulmanes acudieron a su fune-
ral. Una mujer joven dio su testimonio al final
diciendo que había vuelto al Islam gracias a Pierre.
Él fue también obispo de los musulmanes. Poco a
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poco la catedral se fue llenando con un murmullo
en árabe. Pregunté qué estaban diciendo: «Él era
también nuestro obispo. Era el obispo de los mu-
sulmanes». Ahora su tumba está cubierta de flores
que dejan ahí cristianos y musulmanes.
Cuando regresé a Orán para la beatificación de
estos religiosos en diciembre pasado, las autorida-
des musulmanas nos dieron una bienvenida extra-
ordinaria. El Ministro de Asuntos Religiosos,
Mohamed Aïssa, expresó la «entera satisfacción»
del gobierno con la beatificación. Hubo cientos de
funcionarios musulmanes que vinieron a compartir
Permanecer
Concluiré señalando una última forma en la que
los cristianos en el Medio Oriente manifiestan
su esperanza: permanecen allí sin apremiarse
por el exilio. Muchos se han ido, tal vez no
tuvieron más remedio que hacerlo. De modo
que esto no es un juicio sobre ellos.
El año pasado quince días antes de Navidad,
pasé un par de semanas en Irak con mis hermanas
dominicanas. Son profesoras bien calificadas, a
menudo con doctorados en ciencias, teología,
matemáticas, música, arte. Todas ellas podrían
conseguir trabajo en el extranjero. Algunas tienen
doble ciudadanía y podrían salir en un instante.
Pero se mantienen firmes como señal del Señor Re-
sucitado que dice a sus discípulos: «Yo estaré con
ustedes hasta el fin de los tiempos». Ellas se han que-
dado allí como testimonio de que él también está allí.
No sé si habrán visto esa película maravillosa Des
hommes et des dieux, De hombres y de dioses. Presenta a
una pequeña comunidad de monjes trapenses en
Argelia en la década de los 90, que se enfrentan a
una ola creciente de violencia. Deben decidir si se
quedan o se van. Uno de los monjes les dice a sus
vecinos musulmanes: «Somos como pájaros posados
en una rama, pájaros que no saben si echarán a volar
o seguirán en la rama». Los aldeanos le responden:
«Nosotros somos los pájaros; ustedes son la rama. Si
se van, no tendremos dónde posarnos». Los monjes
decidieron quedarse aun a costa de su vida.
Conclusión
Es hora de concluir. Escogí cinco cosas que for-
man parte de toda vida cristiana: la oración, el can-
to, el estudio, las obras de caridad y la fidelidad.
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nuestra celebración. Su presencia fue recibida con
un estruendoso aplauso. Esa noche todos fuimos a
ver una obra de teatro sobre Pierre, el Obispo, y
Mohamed, su chofer musulmán. La mamá de
Mohamed se sentó en primera fila y le dio de besos
al actor que interpretó a su hijo muerto.
Que yo sepa, nada como esto ha ocurrido antes
en un país de mayoría musulmana. ¿Cómo fue
posible? Porque estos cristianos ofrecieron y reci-
bieron amistad, por eso sucedieron estas cosas tan
maravillosas. Haz tú la buena obra que puedas
cada día, y Dios hará que dé su fruto.
Rowan Williams, antiguo arzobispo de Canter-
bury, dijo: «Una de las cosas más importantes que
podemos escuchar es esto: “Yo no me voy a ir”. Ya
sea que lo escuchemos de alguien que está a nuestro
lado cuando estamos en cama por una enfermedad,
o tomándonos un trago, o cuando nos preguntamos
qué estará pasando en nuestro vecindario y en la
sociedad» (The Times, “Christmas Eve 2011”).
Sería interesante saber con quién puede ser
importante que permanezcamos fieles. Tal vez con
un amigo que ha padecido desgracias y nadie quie-
re saber más de él. Tal vez un matrimonio que se
ha ido enfriando. Para mí, incluye permanecer en
la Iglesia, aun cuando me avergüence debido al
escándalo de los abusos sexuales. Jesús proclama
que él se quedará; entonces, ¿por qué no yo?
Forman parte de la vida de ustedes aquí en
Montreal y en la de los cristianos y otros creyen-
tes en el Medio Oriente. Para mí en estos últi-
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mos años ha sido una gran bendición que mis
ojos se hayan abierto, en esos lugares de sufri-
miento, a la esperanza de la cual estas prácticas
cristianas son portadoras. Esta es la razón por la
que podemos experimentar, en estos desiertos
NO HAY QUE TENERLE MIEDO A LA CRISIS
ENTREVISTA CON EL DOMINICO TIMOTHY RADCLIFFE
por Philippe Vaillancourt
Quebec (19.2.2019). Timothy Radcliffe se en-
cuentra en Quebec. Invitado por el Montmartre
Canadien de esta ciudad y por el Institut de pastoral
des dominicains en Montreal, este dominico britá-
nico, antiguo Maestro de la Orden de Predicado-
res, ha venido a dar unas conferencias en estas
ciudades sobre el tema de la esperanza en el
mundo de hoy.
Vestido con su espléndido hábito blanco, mues-
tra una sonrisa cordial pese del desfase horario.
Recuerda con gusto su visita a Canadá en 2008.
Habló entonces a los superiores y superioras de las
comunidades religiosas del país, instándoles a ver
el futuro con esperanza a pesar del drástico declive
de las vocaciones.
Autor prolífico, conferencista muy solicitado,
teólogo apreciado, tiene una mirada plena de
solicitud sobre los problemas de la Iglesia, no
duda en insistir en la necesidad de mantener viva
la esperanza. Y convoca a la vez a dejar las viejas
costumbres.
«Mira a los seres humanos: maduramos a través
de las crisis. Somos así. Y creo que ese es el destino
de la Iglesia. No hay que tenerle temor a las crisis»,
dice para comenzar con voz serena, mesurada.
Esta crisis es doble: el abuso sexual, por un
lado, y la virulencia de los ataques dentro de la
Iglesia contra el Papa. Pero, ¿acaso la Iglesia no
nació justamente de una crisis?
«La gran crisis, grave en verdad, fue indudable-
mente la Última Cena. Es la peor de todas las cri-
sis. Los discípulos abandonan a Jesús. Judas lo
vende. Pedro está a punto de traicionarlo. No ha-
bía ningún futuro. Y en este momento tan oscuro,
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humanos, una gran alegría e igualmente tristeza.
Como profetizó Isaías (Is 35, 1-2): «¡El desierto
y la tierra reseca se regocijarán, el arenal de ale-
gría florecerá, como flor de narciso florecerá,
desbordando de gozo y alegría!».
Publicada en el sitio Présence de cuya
edición es responsable el entrevistador.
Jesús hizo un gesto extraordinario. Dijo: “Este es
mi cuerpo, yo se lo doy a ustedes”. Por eso, creo
que, cuando hay momentos de crisis en la Iglesia,
no hay que tenerles miedo. Debemos preguntarnos
qué novedad está por nacer».
Una cuestión de autoridad
Pero no todos comparten su lectura de una
Iglesia en crisis. En los Estados Unidos, algunos
observadores comienzan a preocuparse por la in-
fluencia de una derecha católica, la cual, abierta-
mente opuesta al Papa Francisco, trata de rivalizar
con la autoridad de los obispos. ¿Acaso la jerarquía
se dispone a ponerse al tú por tú en esta rivalidad,
y a perder su influencia en un contexto donde ya
ha perdido tanta credibilidad?
«En absoluto. Eso está ocurriendo. Pienso que
lo que debemos evitar es que el vacío sea ocupado
por los ricos» — advierte.
En vez de ponerse a disparar flechazos, Ti-
mothy propone revisar los fundamentos de la
gobernanza eclesial.
«Creo que la pregunta central es quién tiene
autoridad. El cardenal Newman, que pronto será
canonizado, reconoció que había muchas autori-
dades en la Iglesia» — recuerda. «Tenemos la auto-
ridad de los obispos, que es ante todo una inter-
pretación de la tradición. Está la autoridad de los
sabios, los teólogos, que la tienen en virtud del uso
de la razón. Tenemos la autoridad de la experiencia
inherente a cada persona bautizada, porque han
recibido al Espíritu Santo».
Según Timothy Radcliffe, el gran desafío es
evolucionar hacia un sentido más rico de la autori-
deQuólibet no 10 marzo 2019 Tres de Timothy Radcliffe: Esperar • Dialogar • Caminar juntos
dad. «Pienso, pues, que si queremos evitar que los
ricos se instalen, necesitamos desarrollar un senti-
do de la autoridad mucho más diversificado».
A favor de diálogos fructíferos
Sopesando sus palabras, Timothy continúa:
«Porque el mayor problema de la Iglesia en este
momento es la forma en que nos hablamos». An-
hela una Iglesia en la cual las conversaciones, en
vez de reforzar las barreras entre grupos distintos
—clérigos, laicos, jóvenes, viejos, teólogos, bauti-
zados—, sirvan para trascenderlas. Este es un pro-
yecto que requiere «paciencia e inteligencia».
Estima que ha habido últimamente un «retro-
ceso» en la calidad de las conversaciones dentro
de la Iglesia, lo cual replica lo que está sucedien-
do en otros ámbitos de la sociedad.
«Nuestra cultura no fomenta la conversación
seria. Las redes sociales favorecen la conversa-
ción entre personas con las que se está de acuerdo.
De modo que nuestras sociedades tienen temor
a la diferencia, y esto se refleja en la Iglesia —
dice—. Vean nomás al presidente Trump. Vean
sus tweets. Es un mundo marcado por las con-
signas. Es lamentable, ¿no es cierto?».
Comprender al otro
Este dominico cree que la Iglesia debe hacerse
cargo de una vez por todas de la situación e intere-
sarse otra vez por la comunicación social «a fin de
comprender cómo funciona el lenguaje».
«No se puede entender cómo funcionan los
seres humanos a menos de que se entienda cómo
funciona el lenguaje» — dice.
Consiste, piensa él, en ser capaz de colocarse en
el lugar de los demás y, como dice la filósofa irlan-
desa Iris Murdoch, comprender qué es lo que les
gusta y qué es lo que les causa temor.
«Si le gusta a alguien el rito tridentino, ¿por
qué le gusta? Si les gusta usar esas prendas ampu-
losas con encajes, ¡ah, qué cosa tan espantosa! En
vez de decir qué horrible es esto, debo tratar de
entenderlo» — explica.
Ve que hay mucho temor actualmente en la
Iglesia. «Y muchos culpan al Papa Francisco por
esta situación». Reconoce la capacidad del Papa
Benedicto XVI para expresarse con claridad, y
destaca también el «genio» de Francisco que ayuda
a la Iglesia a navegar «en territorio desconocido».
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«Esto sucede cada 200 o 300 años. Se llega a
una etapa nueva en la cual las cosas no son tan
claras. Y mucha gente, que tiene un talante inclina-
do al orden, es presa de temor» — dice. Encuen-
tra, por ejemplo, semejanzas entre el debate que
acompañó el desarrollo de la nueva investigación
histórica de la Biblia hace un siglo, y el debate, hoy
en día, sobre el acceso a la comunión de las perso-
nas divorciadas que se han vuelto a casar.
«Esto es como si estuviéramos envueltos en
la oscuridad con respecto a algunos problemas.
Y eso está bien. La gente adulta no tiene miedo
de salir por la noche. Sabemos que estamos en
camino. Por eso, tengo una gran admiración por
el Papa Francisco: él nos guía en este caminar.
Puede que sea lento o incierto, pero eso es lo
significa estar en camino».
«Matar el alma»
Si hay de veras un quebradero de cabeza para
la Iglesia en estos días, es el escándalo del abuso
sexual. En estos momentos en que la Cumbre
sobre la protección de menores en la Iglesia con-
gregará a los presidentes de las conferencias epis-
copales de todo el mundo del 21 al 24 de febrero,
los observadores concuerdan en que se necesitará
mucho más que esta sola reunión para acabar de
drenar el absceso. La pregunta sigue siendo: ¿Qué
Iglesia surgirá de esta crisis?
«No lo sé. No creo que lleguemos a saberlo
mientras no comprendamos lo que es ser vícti-
ma de abusos. Tenemos recursos, la cárcel, los
protocolos de comportamiento. Todo eso es
importante. Pero lo más importante es llegar a
imaginar lo que es ser víctima de abusos» —
dice por principio, y califica el abuso sexual
como «asesinato del alma».
«No basta con decir: “Lo lamentamos mu-
cho”. Tampoco basta con decir: “Les ofrecemos
esta indemnización”. Debemos colocar a las
víctimas en el centro de la Iglesia, como perso-
nas a quienes honraremos y respetaremos. Son
nuestros hermanos y hermanas. Creo que esto es
lo más importante» — insiste. Hay que crear,
entonces, una nueva «cultura de honestidad»
para sanar toda esta situación. Y no solo en la
Iglesia: en los colegios, en los equipos deporti-
vos, en los hospitales, etc. «No sabemos aún a
dónde nos llevará, y esto es cosa buena».
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«SE ACABÓ EL CARNAVAL»
por Timothy Radcliffe
Artículo publicado el 14 de febrero de 2019 en el se-
manario católico The Tablet que se edita en Londres.
El 21 de febrero, día inaugural de la Cumbre del
Vaticano sobre el abuso sexual, fue publicado si-
multáneamente en seis lenguas y una docena de
países el libro In the Closet of the Vatican: Power, Ho-
mosexuality, Hypocrisy, de Frédéric Martel (en espa-
ñol: Sodoma: poder y escándalo en el Vaticano). Fue una
coincidencia desafortunada, puesto que se trata de
dos cuestiones distintas, si bien relacionadas.
Cuando Frédéric me entrevistó por más de cuatro
horas, iba yo quedando cada vez más pasmado y
consternado a medida que me hablaba del nivel
extremadamente alto de gays practicantes en el
Vaticano. Forman parte de lo que se llama «la pa-
rroquia». Martel es «ateo católico», pero su libro no
es un relato airado. De nadie pretende develar su
orientación sexual. Es claro que le simpatizan mu-
chos de los funcionarios del Vaticano que ha co-
nocido, pero lo que desea es enfocar la luz sobre la
hipocresía de una organización que condena la
práctica de la homosexualidad y está, a la vez, in-
volucrada en ella en una escala, según él, masiva.
Una de sus hipótesis es que, cuanto más homofó-
bicas son las declaraciones de algún prelado, tanto
más probable es que sea gay.
Yo habría preferido poder desechar este libro
como mero chisme. Sé que indignará y entristecerá
a muchísima gente. Para muchos esto puede ser la
gota que colme el vaso y dirán: «¡Me largo! ». Pero
este libro no se puede desechar. Está basado en
años de investigación durante los cuales Frédéric
entrevistó a 41 cardenales, 52 obispos y monsigno-
ri, 45 nuncios y embajadores extranjeros, y a miles
de otros. ¡Puede que jamás se haya consumido
tanta pasta sciutta en invitaciones comer para una
investigación! Es un periodista honesto y muy
inteligente, la Iglesia deberá tener la valentía de
responder con fruto a sus revelaciones.
Tengo, con todo, algunas reservas. Hay dema-
siadas afirmaciones sin señalar la fuente: «se esti-
ma que... »; «se afirma que... », «un cardenal me
dijo... », etc. No creo que Martel invente esas afir-
maciones. De seguro algún cardenal algo le dijo;
sin embargo, me pregunto si, en ese mundo de
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chismes del Vati-
cano, todas estas
afirmaciones deben
tomarse al pie de la
letra. Son demasia-
das las alusiones e
insinuaciones. Mar-
tel, naturalmente, no
puede revelar sus
fuentes, pero ¿qué
tan confiables son?
El autor decodi-
fica con brillantez
sus encuentros con
los prelados del Va-
ticano. Presta atención a su atuendo, cómo están
decoradas sus habitaciones, cómo son sus secreta-
rios. Sus interpretaciones son interesantes y en
ocasiones jocosas. Pero su percepción de las per-
sonas está demasiado sesgada por la cuestión de
la orientación sexual que tienen, de la cual en-
cuentra evidencias por todos lados. Hay un capítu-
lo fascinante sobre Jacques Maritain, el filósofo y
teólogo francés que vivió amistades intensas y castas
con varios intelectuales homosexuales católicos:
«He descubierto gradualmente –escribe– la im-
portancia de este código, una contraseña comple-
ja y secreta que es clave certera para leer In the
Closet: el Código Maritain». Martel considera que
la forma en que Maritain asumió su sexualidad es
una inspiración para muchos que luchan con su
orientación gay. Por cierto, Rowan Williams, anti-
guo arzobispo de Canterbury, ha escrito un libro
estupendo sobre Maritain. ¿Habrá que verlo a él
de otra manera? Si las pinturas de Leonardo da
Vinci, Miguel Ángel y Caravaggio son, a juicio de
Martel, otro código –¡homosexuales los tres!–, ¿qué
decir de la reina Isabel, que posee la colección más
rica de dibujos de Leonardo en la Gran Bretaña?
En fin, Martel cree que es sumamente raro el
hecho de que un sacerdote, que se siente a gusto
con su sexualidad, pueda ser una persona célibe
feliz. Estaríamos forzados a practicar el sexo o
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bien a ser asexuados o quedar frustrados. Yo no lo
creo. Cuando fui Maestro de los dominicos, me
encontré prácticamente con todos mis hermanos
en más de cien países, tuve largas conversaciones
con ellos. He dado retiros a sacerdotes diocesanos
en más de veinte países y he escuchado miles de
sus confesiones. Crecer hasta vivir un celibato
maduro y feliz es un proceso largo y difícil, a me-
nudo con fracasos en el camino, pero la gran ma-
yoría de los sacerdotes con los que he conversado
han mostrado ser felices en su vocación y vivirla
con honestidad. Conocí a muchos funcionarios del
Vaticano ¡cuyo closet servía solo para guardar es-
cobas! Con todo, será cada vez más urgente la
necesidad de discutir sobre los sacerdotes casados.
De modo que Martel y yo tenemos valoracio-
nes muy diferentes de la magnitud de la crisis.
¿Soy yo demasiado ingenuo? ¿Se deja él llevar a
veces por los chismes? Ocurren probablemente
ambas cosas. Pero si solamente la mitad de lo
que él dice es verdad, aun así nos hallamos ante
revelaciones que son desconcertantes. ¿Cómo
debe reaccionar la Iglesia?
La Iglesia está viviendo la crisis profunda de los
abusos sexuales. Este no es el tema del libro, pues-
to que no se afirma en él que estos integrantes del
Vaticano son abusadores. Pero servirá para agudi-
zar la percepción de que la Iglesia es una institu-
ción corrupta que ha perdido toda autoridad. De-
bemos enfrentar esto con esperanza y valentía.
La historia del pueblo de Israel y la de la Igle-
sia presentan una crisis tras otra. Con la gracia de
Dios, estas llegan a ser fructíferas. La crisis del
siglo VI aC del exilio en Babilonia condujo a
pueblo de Israel de creer que su Dios era el más
grande entre todos los dioses a la fe en un solo
Dios verdadero. La persecución de la Iglesia re-
cién nacida en Jerusalén después de Pentecostés
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la impulsó a una misión de alcance mundial.
Cuando Jesús no regresó en gloria después de la
Ascensión, podemos conjeturar que esa crisis
llevó a redactar los Evangelios. La más grave de
todas las crisis ha sido la pasión y muerte de Je-
sús, que él hizo suya en la Última Cena al entre-
garnos su cuerpo y la nueva alianza en su sangre.
Por eso no debemos tener miedo a las crisis.
¿De qué manera podríamos vivir esta crisis
como un momento de gracia? A menudo se dice
que la Iglesia está experimentando la peor de las
crisis desde la Reforma. El caso es que esta es la
crisis de la Iglesia posterior a la Reforma, la Iglesia
del Concilio de Trento. El clericalismo es bastante
anterior a la Reforma, comenzó en el siglo XIII;
con todo, la respuesta católica a la
Reforma condujo al desarrollo de clé-
rigos altamente capacitados, con semi-
narios nuevos y una espiritualidad
nueva. Fue extraordinariamente exito-
sa. Sin este nuevo cuerpo profesional
de sacerdotes, característico de la
Compañía de Jesús, la Iglesia no ha-
bría sobrevivido en Europa tan bien
como lo hizo. Pero, como sucede con
todos los modelos de la Iglesia, este
tenía sus debilidades, particularmente
el desarrollo de una casta rigurosa que
se sentía superior al laicado y que no era responsa-
ble ante nadie. Este modelo de la Iglesia, que fue
tan necesario para su sobrevivencia en un momento
dado de su historia, se halla ahora en crisis. Diferen-
tes factores, como la revolución sexual de los años
sesenta, han puesto de relieve sus debilidades inhe-
rentes. El clericalismo que el Papa Francisco tanto
detesta corre el riesgo de fomentar el tipo de hipo-
cresía que Martel desenmascara.
Por eso, nuestra reacción ante la crisis actual no
debe ser montar barricadas y aguantar para que
todo siga igual que antes. La única respuesta realis-
ta es explorar con valentía nuevas formas de ser
Iglesia que ya fueron contempladas en el Concilio
Vaticano II, una Iglesia menos clerical en la que
todo el pueblo de Dios tenga voz. Clericalismo
significa que las conversaciones significativas ocu-
rren exclusivamente entre clérigos. Ya en el Conci-
lio de Trento hubo una exigencia de que la Iglesia
reactualizara el gobierno sinodal, tanto a nivel uni-
versal como local.
¿Cómo deberían funcionar los sínodos?
¿Quién debería tener voz? ¿Cómo se deben to-
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mar las decisiones? ¿Son instrumentos solo de
consulta o lo son de gobierno? ¿Cómo pueden
las mujeres tener una voz firme en la Iglesia?
Uno de los frutos de la crisis actual bien puede
ser que estamos siendo impulsados de manera
ineludible a imaginar una nueva forma de ser
Iglesia. Cualquier cosa que sea menos que esto
no es sino desempolvar los muebles.
En segundo lugar, el Papa Francisco es el héroe
del libro de Martel. Él entiende exactamente qué es
lo que está pasando y está haciendo todo lo que
puede para cambiar la cultura de secretismo de este
closet gay. Solía pensar antes que el Papa era dema-
siado duro en su discurso anual a la Curia Romana.
Pero si la mitad de lo que afirma Martel es verdad,
el Papa estaba diciendo exactamente la verdad
cuando en 2014 acusó a muchos de padecer «la
enfermedad de la esquizofrenia existencial... Crean,
así, su propio mundo aparte, en el cual hacen a un
lado todo lo que enseñan con severidad a los de-
más y se disponen a llevar una vida oculta, a me-
nudo, disoluta». Así que debemos dar gracias a
Dios de contar con un Papa que tiene la valentía
de enfrentar la situación con integridad y hemos de
ofrecerle todo nuestro apoyo.
Martel siente también cierto afecto por el Papa
Benedicto, a quien considera un hombre torturado.
Cree que fue la revelación de la corrupción del
clero en Cuba lo que lo descorazonó tanto que lo
llevó a decidir valientemente su renuncia. La pro-
funda honestidad de Benedicto hizo que se rebela-
ra contra una corrupción de la cual se fue dando
cuenta poco a poco, pero a la vez tomó conscien-
cia de que enfrentarla sobrepasaba sus fuerzas. Sin
embargo, disiento del juicio que Martel hace del
Cardenal Ratzinger cuando era prefecto de la Con-
gregación para la Doctrina de la Fe. Yo encontré
que él era más moderado y abierto al razonamiento
de lo que en este libro se sugiere.
El libro, en fin, desenmascara una deshonesti-
dad en el corazón de la Iglesia, en la que clérigos
de alto rango proferían denuncias homofóbicas
mientras ellos, dice Martel, eran gays «practicantes.
Su ataque es contra esta suerte de doblez. Estas
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revelaciones no pueden ser utilizadas por los críti-
cos conservadores del papa Francisco, puesto que
los críticos más homofóbicos del Papa están en el
foco de atención en este libro.
¿De qué forma podrá la Iglesia ser más veraz en
temas de sexualidad? ¿Deberían los sacerdotes hacer
pública su orientación sexual? Tengo mis dudas al
respecto. Si un sacerdote habla abiertamente de que
es homosexual o heterosexual, a no ser que lo haga
por una necesidad insoslayable, esto podría hacerle
más difícil estar disponible pastoralmente para con
todos. Yo no he percibido nunca en los miles de
sacerdotes que he conocido que su sexualidad tuvie-
ra importancia o suscitara interés. Hay, con todo,
cierto desequilibrio. Un sacerdote heterosexual pue-
de tal vez hablar felizmente a sus novias de antaño,
pero no soy capaz de imaginar a un sacerdote gay
haciendo algo así. Debemos, pues, reflexionar sobre
lo que implicaría una nueva cultura de honestidad.
Lo cual no es obvio.
Esto debe comenzar en nuestros seminarios y
casas de formación de religiosos. Los candidatos
deben tener la posibilidad de hablar con libertad
con los responsables de la formación sobre
quiénes son y cómo han sido sus vidas, sin sen-
tirse amenazados por la expulsión; de lo contra-
rio, la cultura del encubrimiento continuará. Los
encargados de la formación también deben atre-
verse a ser honestos acerca de sí mismos. Si a los
seminaristas se les enseña a soterrar su sexuali-
dad, a vivir agachando la cabeza y alzando los
hombros, se crea una atmósfera en la que se
hace más difícil resistirse a encubrir otras cosas,
como el abuso sexual.
El Papa enfrenta una oposición resuelta dentro
del Vaticano; con todo, hay un número sorpren-
dente de sus integrantes a quienes entrevistó Mar-
tel, que estaban deseosos de hablar. Sabían bien
quién era él; la grabadora estaba muy visible, pese a
lo cual se sentían contentos de soltar la lengua. Se
ve que hay muchas personas en el Vaticano que
están dispuestas a una honestidad nueva. Todo esto
es un buen augurio para una cultura nueva de vera-
cidad. El Papa ya lo dijo: «Se acabó el Carnaval».