Está en la página 1de 2

UN CIEMPIÉS FUMANDO PIPA

El paso por La estación, a donde arribaba el tren con sus cargamentos de café y sus
pasajeros desprevenidos, obliga a abrir las puertas de la memoria para situarse en otra
época. No es posible atravesar la carrera 19 A sin que surjan imágenes viejas sembradas
de historia.

Bajo el dominio del general Tomás Cipriano de Mosquera, el desarrollo del sistema
ferroviario tejió una red que comunicaba regiones geográfica y políticamente apartadas,
con el Río Magdalena y las costas Atlántica y Pacífica, ejes del comercio en ese
momento. Se conformaron múltiples rutas a lo largo y ancho de la accidentada
geografía colombiana tales como Ferrocarril del Atlántico, Ferrocarril de
Cundinamarca, Ferrocarril del Pacífico, Ferrocarril de Caldas y Ferrocarril de
Antioquia.

La ciudad se convirtió en punto medio del tránsito entre las ciudades del interior del
país y la costa pacífica, gracias a la llegada del Ferrocarril del Pacífico el 24 de abril de
1927 y del Ferrocarril de Caldas el 14 de octubre de 1929, mediante la línea Nacederos.
Esta posición estratégica contribuyó a la baja de costos en las crecientes exportaciones
de café, al prestigio y a la riqueza de la población. La antigua estación del tren de
Armenia, se transformó entonces en un verdadero núcleo de actividad comercial y de
transporte de todo tipo de pasajeros.

Corrían los años 50. Esa década álgida de la violencia en la que el tren fue un mudo
testigo: “... y ni qué decir del 48, de ese fatídico 9 de abril, cuando mi tía Trinidad
Vásquez que vivía en el barrio Obrero, a las 2 de la tarde, al conocer la muerte del
caudillo liberal se envolvió en una bandera roja imprecando esta plegaria inolvidable:
“Viva el partido liberal, abajo los godos desgraciados... ¡la pinga! Mataron a Gaitán”
Entonces la tarde se silenció y recuerdo ese monstruo hecho del miedo de la violencia
que se despertó a las 6 de la tarde cuando el tren aulló en la estación de Armenia. No
podemos borrar, aquellos que vivimos por Miraflores, el Porvenir, La Cejita, ese
inolvidable ulular, ese chucu, chucu característico, ese tren desperezándose sobre los
rieles de toda una geografía nacional, estirándose como un ciempiés fumando pipa,
llevando y trayendo el lamento de las víctimas de Chispas, Sangre Negra y el Mosco,
bandoleros de una de las épocas más oscuras de nuestra patria... ¡ah! Y de Duván (el
vaquero del S.I.C.) que tenía licencia para ‘limpiar’ las calles... ¡huy! Ese tren, al
menos el que recordamos, llegaba repleto de desplazados que lo habían perdido
todo...” Pero también estaba presente la ilusión: muchos estudiantes se marchaban a
Cali en busca de posibilidades y cuando el tren cantaba su melodía de angustia, unos
sueños se iban mientras otros se quedaban empapados de lágrimas y dolores.

Recuerdos que se resistieron a la huida, residen en rincones oscuros y brillantes


corredores. Incontables dolores se pasean todavía, como fantasmas, entre esos vagones
oxidados, fósiles de una industria pujante, custodiados por cafetales que hace mucho
tiempo no se traducen en prosperidad.

En los años 70, fue suspendida en la mayor parte del país la actividad ferroviaria, lo cual
llevó al abandono de las estaciones del tren. Por su monumentalidad, la estación de
Armenia se clasificó como Estación Mediana, al lado de la estación de Palmira y la ya
desaparecida estación de Tuluá. Su factura, que data del año 1930, responde a todos los
detalles de la arquitectura republicana. El edificio principal de la estación estaba
compuesto por dos niveles: en el primero se ubicaban las antiguas salas de pasajeros,
con columnas y cielos sumamente ornamentados, grandes espacios para equipajes y
plataformas de embarque profusamente adornados por una delicada y artística
carpintería metálica. En el segundo nivel existían dos terrazas sumadas a las áreas que
eran destinadas a oficinas, espacio subdividido por un sistema de entramado de madera,
malla metálica, cámara de vacío y pañete que forman un tipo especial de bahareque.

El desuso ocasionó el abandono de este bello edificio, lo que condujo al deterioro social
de su entorno. Su reconocimiento, por parte del Consejo de Monumentos Nacionales,
como patrimonio histórico y arquitectónico de la nación en 1989, le puso alas al interés
de la administración municipal, quien adquirió, a comienzos del año 1995, los terrenos y
edificios de la estación para hacerlos partícipes de la implantación del programa
“Reciclaje de las Estaciones del Ferrocarril”. Se presentaron propuestas para su
utilización por parte de gremios e instituciones municipales, tras lo cual se decidió
celebrar en sus inmediaciones las fiestas aniversarias de la ciudad, acto que dio inicio a
la restauración de los edificios.

Posteriormente se instauró allí la biblioteca La Estación, como un centro cultural que ha


permitido recuperar la importancia y altura que este sector tiene dentro del contexto
urbanístico de la ciudad. De manera que la antigua estación abrió nuevamente sus
puertas a viajeros insospechados que buscan huir hacia pueblos habitados por la
imaginación, pasajeros que cruzan sus puertas grandiosas y pasean por sus corredores
brillantes, para subirse al tren de las respuestas que los apartará del tedio y los
conducirá por los laberínticos y generosos espacios de la duda y el conocimiento.

También podría gustarte