Está en la página 1de 2

Carta a Hatshepsut,

Me pregunto si tú también pasabas las noches sin dormir o entre pesadillas en las que te
sentías atrapada y sin aire. Me pregunto si tú también soñabas despierta con una vida en
la que nadie te utilizase para su comodidad, en la que nadie te impusiese un nombre y un
papel; una vida en la que alguien te amase por quién eras. Una vida, a fin de cuentas.

Porque ¿cómo puedo llamar vida a esto que tengo entre suspiro y suspiro? Vives en una
cárcel de la que tienes las llaves, pero te han enseñado a base de golpes fantasma hasta
dónde puedes salir, a qué hora debes volver, hasta dónde puedes elegir.

¿Cómo lo hiciste, Hatshepsut? ¿Cómo encontraste esa fuerza para tomar las riendas de
una vida que, desde que abriste los ojos a este mundo, trataron de domar?

Uno de los pocos momentos en los que encuentro la paz es bajo el agua de la ducha,
mientras dejo de pensar, mientras dejo de ser. Me pregunto, también, si te escapabas a
escondidas para dejar de existir, para sumergirte en la profundidad de unas aguas que te
limpiasen las heridas de ser

hija
hermana
esposa
madre
reina
faraón.

¿En algún momento llegaste a ser tú misma? ¿Eras tú cuando tomaste el testigo? Quizá.
Quizá por eso te borró la historia. Quizá porque Maatkara eras tú. Quizá porque te amaste.

Llevo varias semanas pensando en ti, en lo que hiciste, en los pasos que pisaste,
preguntándome si tú también habrás pensado en mí. ¿Pensabas en todas esas mujeres que
te cruzabas en la corte? ¿O en esas otras, invisibles, bajo la arena del desierto? ¿Sabías
que también serías tragada por la arena? Todas somos iguales ante la arena, la tierra, la
muerte.

Maatkara, ¿puedo llamarte así?, no sé cómo honrarte en mi memoria, más allá de


rescatarte de las arenas del tiempo. El reloj está parado, los granos de arena no caerán
nunca más. En la memoria, no estarás sola nunca más. Nunca más.
Sarah May

También podría gustarte