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El joven Edison abandonó la casa de sus padres a los 16 años y dio varios palos de
ciego hasta asentarse en la vida: trabajó en la línea de tren entre Port Huron y
Detroit durante la Guerra de Secesión, fundó un periódico amateur -Weekly Herald-
, fue telegrafista, etc. Asimismo, ciudades como Indianápolis, Cincinnati, Nashville y
Memphis fueron testigos del paso de Edison en busca de la estabilidad hasta que en
Boston abandonó su puesto de trabajo y, empujado por el libro del
británico Michael Faraday Experimental Researches in Elctricity, decidió hacerse
inventor autónomo.
Pero su desarrollo como inventor no llegaría hasta 1876, cuando se instaló en una
granja deshabitada a las afueras de Nueva York, en Menlo Park, invirtiendo los
ahorros que había ganado a lo largo de toda su vida por su fama de ‘arréglalo-todo’.
“La fábrica de inventos”, como Thomas Edison nombró a su laboratorio, era su
cuartel general y de allí salieron artefactos como el micrófono de gránulos de
carbón (1876), la lámpara incandescente (1879) y el contador
eléctrico (1886).
Una vez alcanza la fama, Edison mudó su diminuta “fábrica de inventos” en Menlo
Park por un gran centro tecnológico, el Edison Laboratory, en West Orange
(Nueva Jersey) donde llegarían a trabajar más de cinco mil personas. En este centro,
el gran inventor dio luz a una nueva forma de producir cemento, algunas materias
químicas, la separación electromagnética del hierro, y la fabricación de baterías y
acumuladores para automóviles. No obstante, el gran invento de esta etapa fue
el kinetoscopio (1891): una rudimentaria cámara de cine que albergaba un
novedoso mecanismo para reproducir imágenes en movimiento.