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De cómo comenzó el abandono de la Agricultura

Por: Francisco Ojeda | Lunes, 17/11/2014 09:30 AM | Versión para imprimir

Algunos apuntan, no sin acierto, que los grandes males que hoy acaecen a nuestra sociedad
emanan de una realidad económica subordinada a los intereses del gran capital foráneo.
Intereses de ayer que persisten hoy. Desde la corona española, pasando por los ingleses y
holandeses, hasta llegar a los yankees, encontramos que nuestro desarrollo productivo y el
desenvolvimiento económico ha estado a merced de foráneos titiriteros. Hoy vivimos o
acaecemos los resultados de tal desarrollo histórico atrofiado y, si algún sector lo ha padecido
con mayor fuerza, ese es el agrícola.

Antes de la llegada del petróleo a nuestra economía, como nación vivíamos casi exclusivamente de
la agricultura, del sistema agro-productivo tradicional. Este sistema, vale decir, fue siempre
profundamente básico. Sus niveles de tecnificación fueron mínimos, la diversificación de los sub-
sistemas fue escaso, y la realidad del hombre y la mujer de aquella Venezuela rural se
caracterizaba por la precariedad y la enfermedad. Y aunque mucho se habla de una Venezuela
exportadora de grandes lotes de café y cacao, la realidad nos dice que sería más preciso hablar de
grandes terratenientes productores de unos pocos rubros agrícolas. Nuestro sistema fue
desarrollado con tanta timidez que, al inicio de la crisis mundial de la agricultura en el siglo XIX, ya
nuestros productos se tambaleaban en el mercado internacional y, con el quiebre de 1929, fuimos
eliminados definitivamente por Colombia y Brasil de los mercados internacionales de la
agricultura.

El siglo XX conseguía a Venezuela, en términos económicos, a punto de quebrar con su antigua


rutina productiva. Cipriano Castro primero y luego, en 1908, Juan Vicente Gómez, encabezarían un
orden que intentaba la modernización del Estado venezolano a partir de la centralización del
poder político y económico, en detrimento de los capangas regionales que en gran medida habían
sido la constante en los numerosos conflictos sucedidos durante el siglo XIX.

La llegada del año de 1910 funcionó como punto inicial de un recorrido hacía la modernización de
la nación en función a dos elementos fundamentales: primero, la explotación de los pozos
petroleros de gran envergadura y posteriormente, la llegada de la inversión de capitales
extranjeros, con los Estados Unidos a la cabeza, auspiciada por el gobierno central. Tal como se
comenta a continuación: “Llegó la explotación industrial del petróleo, por las compañías
extranjeras, y poco a poco el país comenzó a girar en torno a la venta de esta riqueza fabulosa. Las
ventas petroleras, riquezas no producidas con los recursos de nuestro país, superaron a las ventas
agrícolas. El Estado comenzó a descansar en el petróleo y los ricos terratenientes perdieron sus
intereses en la agricultura para arrimarse al petróleo por medio de una actividad urbana al
amparo del Estado.”[1] Los sucesos de esta incipiente situación en la cotidianidad de la vida
campesina tuvo efectos inmediatos, pues una vez descubierto el petróleo y empezada su
explotación fácil y rentable, los sectores dirigentes de la sociedad se volcaron al petróleo,
comenzando ahí un lento pero ininterrumpido proceso de abandono para con la agro producción.

Paralelo a estas fluctuaciones en el sector agrícola, el presidente Gómez, haciendo uso


discrecional de las arcas y recursos del Estado, entregaría concesiones para explorar, producir y
exportar el petróleo a enormes corporaciones foráneas, principalmente provenientes de los
Estados Unidos de Norte América, dejando al Estado venezolano como simple observador. De
estas concesiones otorgadas por Gómez, los ingresos percibidos por la nación resultaban
importantes, no obstante, el porcentaje de la repartición resultaba mínimo y totalmente invisible
para las capas bajas y populares de la sociedad, entre las que se contaban, naturalmente, la del
campesinado.

Las concesiones otorgadas por el Estado venezolano, además, generaron una nueva problemática
en lo que se refiere al régimen de propiedad de la tierra, debido a que “la influencia del petróleo
como factor favorable a la concentración de la propiedad territorial agraria, se manifestó con
fuerza en las tierras de dominio público, es decir, en los terrenos nacionales, municipales y baldíos
en general. Los caudillos militares (sus favoritos) y asesores intelectuales, obtenían por vía de
donación o a precios irrisorios tierras de ese tipo y luego las cedían a las empresas sobre la base de
jugosas comisiones.”[2] A través de este mecanismo de compra y venta de las tierras de dominio
público, se cimentaron las fuerzas de control entre el Estado y las compañías petroleras.

Para Maza Zavala, el papel de la agricultura y de la explotación petrolera en la economía nacional


se reflejó a través de los siguientes datos: “en 1913 la exportación de café representaba el 59.1%
del total y el cacao el 17.9%. Ésta situación se modificó radicalmente en 1926 cuando la
importancia del café en el comercio exterior disminuyó al 25.9% y el cacao al 4.9%. En esta última
fecha la exportación de petróleo y sus derivados comprendían el 64.2%. Esta tendencia se fue
acentuando en los años posteriores. En 1936 el café había descendido al 5.2%, mientras que el
petróleo llegó a abarcar el 90.1% de las exportaciones venezolanas. Por entonces, la situación de la
agricultura era crítica debido al constante descenso de los precios en el marco de la gran
depresión.”[3]

De esta forma, Venezuela pasó de ser un país rural, pre-capitalista y mono-productor


agropecuario, a un país de orientación minero-extractiva en función de las necesidades de los
países metropolitanos. Este vuelco, violento desde toda interpretación, ancló a la agricultura
Venezolana y, por si fuera poco, toda la cultura que la circundaba. Así, de esta forma, comienza el
abandono del sector agrícola de nuestro país, abandono que hoy se combate y cuyos estragos
causados la revolución está decidida a revertir.

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