Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Algunos apuntan, no sin acierto, que los grandes males que hoy acaecen a nuestra sociedad
emanan de una realidad económica subordinada a los intereses del gran capital foráneo.
Intereses de ayer que persisten hoy. Desde la corona española, pasando por los ingleses y
holandeses, hasta llegar a los yankees, encontramos que nuestro desarrollo productivo y el
desenvolvimiento económico ha estado a merced de foráneos titiriteros. Hoy vivimos o
acaecemos los resultados de tal desarrollo histórico atrofiado y, si algún sector lo ha padecido
con mayor fuerza, ese es el agrícola.
Antes de la llegada del petróleo a nuestra economía, como nación vivíamos casi exclusivamente de
la agricultura, del sistema agro-productivo tradicional. Este sistema, vale decir, fue siempre
profundamente básico. Sus niveles de tecnificación fueron mínimos, la diversificación de los sub-
sistemas fue escaso, y la realidad del hombre y la mujer de aquella Venezuela rural se
caracterizaba por la precariedad y la enfermedad. Y aunque mucho se habla de una Venezuela
exportadora de grandes lotes de café y cacao, la realidad nos dice que sería más preciso hablar de
grandes terratenientes productores de unos pocos rubros agrícolas. Nuestro sistema fue
desarrollado con tanta timidez que, al inicio de la crisis mundial de la agricultura en el siglo XIX, ya
nuestros productos se tambaleaban en el mercado internacional y, con el quiebre de 1929, fuimos
eliminados definitivamente por Colombia y Brasil de los mercados internacionales de la
agricultura.
La llegada del año de 1910 funcionó como punto inicial de un recorrido hacía la modernización de
la nación en función a dos elementos fundamentales: primero, la explotación de los pozos
petroleros de gran envergadura y posteriormente, la llegada de la inversión de capitales
extranjeros, con los Estados Unidos a la cabeza, auspiciada por el gobierno central. Tal como se
comenta a continuación: “Llegó la explotación industrial del petróleo, por las compañías
extranjeras, y poco a poco el país comenzó a girar en torno a la venta de esta riqueza fabulosa. Las
ventas petroleras, riquezas no producidas con los recursos de nuestro país, superaron a las ventas
agrícolas. El Estado comenzó a descansar en el petróleo y los ricos terratenientes perdieron sus
intereses en la agricultura para arrimarse al petróleo por medio de una actividad urbana al
amparo del Estado.”[1] Los sucesos de esta incipiente situación en la cotidianidad de la vida
campesina tuvo efectos inmediatos, pues una vez descubierto el petróleo y empezada su
explotación fácil y rentable, los sectores dirigentes de la sociedad se volcaron al petróleo,
comenzando ahí un lento pero ininterrumpido proceso de abandono para con la agro producción.
Las concesiones otorgadas por el Estado venezolano, además, generaron una nueva problemática
en lo que se refiere al régimen de propiedad de la tierra, debido a que “la influencia del petróleo
como factor favorable a la concentración de la propiedad territorial agraria, se manifestó con
fuerza en las tierras de dominio público, es decir, en los terrenos nacionales, municipales y baldíos
en general. Los caudillos militares (sus favoritos) y asesores intelectuales, obtenían por vía de
donación o a precios irrisorios tierras de ese tipo y luego las cedían a las empresas sobre la base de
jugosas comisiones.”[2] A través de este mecanismo de compra y venta de las tierras de dominio
público, se cimentaron las fuerzas de control entre el Estado y las compañías petroleras.