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Carrera, linaje y patronazgo

Clérigos y juristas en Nueva España,


Chile y Perú (siglos XVI-XVIII}

Rodolfo Aguirre Salvador


(Coordinador)

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Primera edición: 2004

© Centro de Estudios sobre la Universidad


© Universidad Nacional Autónoma de México
© Plaza y Valdés, S.A. de C.V.

Universidad Nacional Autónoma de México


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"
In dice

Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

1
CLÉRIGOS EN NUEVA ESPAÑA y CHILE
Mecenazgo y literatura: los destinos dispares de Juan
de Narváez y de Sigüenza y Góngora
Enrique González González......... . .......... . ......... . . 17
Alonso de Cuevas Dávalos: arzobispo místico,
criollo docto y dócil
Leticia Pérez Puente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
Los límites de la carrera eclesiástica en el arzobispado
de México (1730-1747)
Rodolfo Aguirre Salvador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
Carrera eclesiástica, Real Patronato y redes de poder
en las consultas de la Cámara de Indias del clero secular
chileno en el siglo xvm
Lucrecia Enríquez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121

11
JuRISTAS EN PERú Y NUEvA ESPAÑA
Los abogados de Lima colonial (1550-1650): formación,
vinculaciones y carrera profesional
Teodoro Hampe Martínez y Renzo Honores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
"Si saben ustedes de los méritos". Escritura, carreras de abogados
y redes personales en Nueva España (1590-1700)
Marcelo da Rocha Wanderley . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177
Universitarios mexicanos y encomiendas (1597)
Armando Pavón Romero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 239
Los rectores del Ilustre y Real Colegio de Abogados de México:
la primera generación (1760-1783)
Alejandro Mayagoitia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
Mecenazgo y literatura: los destinos
dispares de Juan de Narváez
y de Sigüenza y Góngora
Enrique González González'

r
. .· -E· _ n una sociedad estamental como la novohispana, la ideología
dominante justificaba y consagraba las diferencias jerárquicas
existentes en su seno: respondían ·a un orden inmutable, que-
rido por Dios y gobernado, en lo temporal, por el rey. A cada indivi-
. c(uo, én tanto que miembro de un estrato social, le tocaba aceptar las
. li~Úa:ciones y los privilegios inherentes a su estado.
' ·10'-' En la Nueva España, semejante ideología, importada.y fomentada
:• pbP1os conquistadores, tenía un peso incuestionable; con todo, la rea-
:, li~~9, cotidiana de los miembros del estamento hispano difería en
, muCho de la reinante en la metrópoli. El tejido social del Nuevo M un-
:. ~o era infinitamente ~ás ·complejo y la movilidad ocurría en todos los
i ·-g~~os y de modo incontenible. En principio, españoles, indios y ne-
pg¡;o~ constituían ent:idades separadas, y los ~os primeros grupos con-
< taoan con su respectiva "república", perfectamente delineada en lo
~ )~ídico. En,la práctica, el fenómeno creciente del mestizaje ~estiona­
~J~ª'· a d.iariQ la frontera entre los es~entos· y su inmutabilidad.
· •~ · Los mismos españoles, que en conjunto formaban el estrato privile-
;:- giado, distaban de constituir un conjunto estable y homogéneo; de-
. bían asimilar el constante flujo de inmigrantes ansiosos de enriquecerse
·. ~ de ganar prestigio a cualquier precio, sin importar los intereses de

·Centro de Estudios sobre la Universidad, Universidad Nacional Autónoma de México.

17
\.
18 MECENAZGO Y UTERATURA

los previamente asentados. En ocasiones, el arribo de un P.enffisular


pobre y con pretensiones de nobleza podía beneficiar a los intereses de
una familia criolla pudiente, aunque sin blasones; pero lo más frecuente
era el choque entre criollos y peninsulares, fenómeno que tenía una de
sus raíces en permanente pugna por conquistar espacios en lo econó-
mico, político y social El problema, antes que atenuarse, se intensificó
a medida que el régimen colonial avanzaba. Por lo demás, los miem-
bros de la población hispano-criolla en sus estratos ínfimos apenas si
se distinguían, en la práctica, de la situación de indios, mestizos y cas-
tas pobres: los primeros gozaban de mayores derechos y privilegios,
pero su penuria económica les impedía ejercerlos.
Así, pues, el conjunto de estamentos que poblaban la N u eva España,
antes que constituir una sociedad asentada y definida, se hallaba siem-
pre en proceso de conformar una variedad de identidades sociales en
medio de tremendas contradicciones.1 Españoles, indios, negros y cas-
tas, a la vez que formaban y deshacían jerarquías internas más o menos
complejas, tejían instrumentos de solidaridad y de ascenso social. Tal
era la finalidad de las cofradías,_los gremios y las corporaciones, que
interactuaban con vínculos más informales, como el compadrazgo y el
clientelismo.
Entre las corporaciones de aquella sociedad de castas y de pugnas
por el ascenso, la constituida por la Real Universidad ocupaba .un lu-
gar relevante.2 No se limitaba a ser una institución docente más entre
las numerosas establecidas en la Nueva España, sobre todo por la Com-
pañía de Jesús. La Universidad, aparte de enseñar en sus aulas, ejercía
el monopolio para el otorgamiento de los grados de bachiller, licencia-
do y doctor, circunstancia que hacía de sus miembros un grupo pode-
roso, bien situado para escalar los principales cargos.
La sede de la Universidad se hallaba en el edificio conocido como
"las escuelas", en el costado sur del palacio virreinal.3 En él, las distin-

1 Una visión de conjunto sobre las diferencias sociales, étnicas y culturales en la capital

virreinal, en R. Douglas Cope, The Umits of Racial Domination. Plebeia.n Society ilt Mexico
City, 1660-1720, Madison, The University of W!Sconsin Press, 1994, con bibliografía. Para la
primera mltad de la centuria resulta ya un clásico, Jonathan D. Israel, Rnzas, clases sociales y
vida política en el Mhico colonial (1610-1660), México, Fondo de Cultura Económica, 1980.
2 De la abundante bibliografía sobre la universidad colonial, Armando Pavón ofrece una

rica visión de conjunto en "Universjtarios y Universidad en México en el siglo xvt", tesis de


doctorado, Universidad de Valencia, Valencia, 1995; para el siglo siguiente, es indispensa-
ble Leticia Pérez Puente, Universidad de Doctores, México siglo XVII, México, CF.SU-UNAM (la
Real Universidad de México. Estudios y Textos IX), 2000.
, Enrique González González, "La universidad: estudiantes y doctores", en La vida coti-
diana en México, México, El Colegio de México, cinco vols., en prensa.
ENRIQUE GoNZÁLEZ GoNzALEZ 19

· ,:,. tas facultades tenían sus aulas o "gener~les", donde se impartí~n las
· r~spectivas cátedras. El edificio albergapa ·también un aula de mayo-
res proporciones, o "general de actos", donde se conferían los grados .
. de bachiller y se celebraban los actos academices que implicaban a la
- Univérsidad en su conjunto. En el edificio existía, asinúsmp, una capi-
lla para los actos religioso? de la corporación y un salón. grande donde
to~os aquellos individuos que ostentaban el grado doctoral .se reunían
periódicamente. Esas juntas teníari el nombre de "claustro de doctores"
o "claustro pleno" y en ellas se examinaba y debatía todo lo concernien-
te a la marcha de las escuelas, a las rentas con que se sostenía la Uni-
versidad y cuantos asuntos guardaran relación con aquella "cofradía"
a
' de doctores: la asistencia o no urta feS:Íívidad pública, a las ceremo-
~as de llegada del nuevo virrey o· arzobispo, a los fastos y lutos reJa-
donados con la dinastía: reinante, etcétera.
En sentido estricto, quien accedía-a un grado académico obtenía
autorizaGión oficial para enseñar públicamente aquellos saberes apren-
didos en ias aulas de su facultad.4 Esa licencia docente.implicaba que
el graduado poseía una ciencia, misma que en adelante se le autoriza-
. ba ?t ense.;ñar. Po~ ~o mismo, el título era un certificado de competencia
en de.t~rmir).ada rama del saber. Afirmaba que el graduado en artes
conocía .la lógica y la -fil~sofía aristotélica; el médico era experto e¡;1la
9_bra de Galeno; el graduado en leyes,. perito en derecho romano y,_sin
,d uda también, en la legislación del r:eino; el canonista sabía de leyes
eclesiásticas y, por último, el teó~ogo tenía capacidad para detern;linar
en asuntos de fe y de ortodoxia. Por lo mismo, el graduado p9día com-
petir ventajosamente por acceqer a aquellos cargos que requerían de
un experto en determinada materia. Cada· vez con mayor frecuencia,
'.sólo se otorgaban cargos en la administración civil y eclesiástica a los
,. graduados en la Universidad. Por lo Inismo ésta, en ta:hto que corpo-
·,ración de graduados de docto~, tenía un gran pes0 social: sus miem-
bros ocupaban cargos destacados en la Real Audiencia, en el poderoso
cabildo de catedral, en gobierno arzobispal, en las parroquias y en los
triburlales.eclesiásticos.
Los doctores recibían unas insignias,llamadas ínfulas, que ostentaban
sobre su bonete o sombrero y los distinguían del 'resto de la sociedad.
Acudían en calidad ~e "cuerpo".a cuantas celebraciones contribuy eran

4 Armando Pavón ha insistido en este a~:pecto, en "Doctores en la Universidad de Méxi-

co en el siglo xvr", en Enrique González González y Leticia Pérez Puente (coords.), Colegios
y Universidades l. Del antiguo régimen al liberalismo, México, UNAM (La Real Universidad de
México. Estudios y textos XI), 2001, pp. 241-267.
20 MECENAZGO Y LITERATURA

a reafirmar su prestigio, siempre y cuando se garantizara a la corpora-


ción un lugar acorde con su rango en aquel teatro donde se exhibían los
distintos estamentos. De forma paralela, el grado doctoral otorgaba una
situación comparable a la nobleza: la investidura del grado era una
ceremonia calcada del ritual para armar a un caballero. Ademásr in-
cluía un privilegio que también equiparaba a los nobles con los docto-
res: la exención de pechar. De ahí que el acceso al grado fuese bastante
restringido: había que pagar gruesas sumas como propinas, y se inves-
tigaban los antecedentes familiares del candidato; si no demostraba la
idoneidad de su familia, era excluido. Ese doble requisito posibilitó, en
la práctica, que el grado doctoral se volviese un distintivo de la casta
hispano-criolla, en sus estratos medios y altos. De alú lo apetecido que
era, en especial por familias de cierta posición económica que preten-
dían, por tal medio, elevar su consideración social.
A pesar de la inestabilidad de la sociedad novohispana, inconcebi-
ble en la Península,5 siguieron vigentes las creencias tradicionales en
torno a la legitimidad (y fatalidad) de una acusada estratificación so-
ciai; continuó admitiéndose eí valor de que la pureza de sangre, la
primacía de la nobleza y la idea de que las profesiones, divididas en
altas, medias y bajas, determinaban el estatuto de los indiyiduos.
La república de españoles, aunque compuesta de individuos y agru-
paciones de muy distinto rango, ya desde la Conquista se aseguró el
gobierno de los demás estamentos y reservó para sí los principales
cargos y honores, algo que contribuía a consolidarla como el grupo
más privilegiado. Esta doble característica, desigualdad e inestabili-
dad interna y control de la puerta de acceso a los mayores privilegios
y cargos, llevaba a sus miembros a una apretada carrera por colocacio-
nes y ascensos. De ahí que, en ocasiones, el lugar alcanzado por al-
guien en tan inestable jerarquía social poco tuviese que ver con el lustre
de su nacimiento. Una estrategia acertada de ascensos podía elevar la
posición de un individuo o agrupación, y viceversa.
En tanto que el éxito económico no traía aparejado el reconocimien-
to social -si un minero o un mercader enriquecidos pretendían ade-

5 Santa Teresa tuvo siempre muy claro el peligro que constituía para ella y los suyos

descender de conversos penitenciados por la Inquisición, y fue muy cauta en Cl.testión de


linajes. De ahí que cuando su hermano, hermana y cuñado regresaron de América llamán-
dose do1tes, "porque todos los que tienen vasallos de Indias se lo llaman allá", Teresa rogó a
su padre "no se lo llamasen", pues en Ávila ya no se hablaba "de otra cosa, que es vergüen-
za" (Obras completas, Madrid, Ediciones Espiritualidad, 1984. Carta a su sobrina Sor María
Bautista, 29 de abril de 1576, p. 1397).
ENRIQUE GONZÁLEZ GONZÁLEZ 21

más prestigio, necesitaban de una alianza matriinonial con una fami-


, lía que de antemano go~ara de buen nombre, aunque tal vez de meno-
re? recursos-, también podían obtener, a veces mediante compra, un
. . ,_ cargo "de república", es decir, un asiento en el cabildo de su lugar de
residencia o un buen oficio en el ap<l!ato burocrático, o un buen puesto
en la milicia. O;m tales medios ponían los ciinientos para convertirse,
a·la vuelta de unas dos generaciones, en nobleza por servicios. Resul-
taba más expedita, aunque mucho más cara, la opción de adquirir en
la corte un título nobiliario o un hábito de orden milit_ar. También daba
resultado meter a uno o más hijos varone~ en los colegios y la univer-
sidad para que se gr.a duaran. Una vez que un miembro de la familia
alcanzaba semejante distinción, de r~go nobiliario, la honra se exten-
día a toda ella. De paso, los cargos e influencia que se abrían a un
doctor podían traducirse en buenos negocios.6
Otro recurso eficaz para ganar prestigio era ejercer alguna forma de
m~cenazgo, con la ventaja de que tales actos de ostentación solían aca-
. rrear réditos muy concretos en el corto plazo: en Nueva España no se
era espléndido sólo por el lujo de serlo. La generosidad aparece defini-
da en el Tesoro de la lengua castellana, publicado en 1611, como "noble-
za, hecho generoso". De alú que generoso fuese sinónimo de noble:
~'hombre ilustre, de padres muy nobles y de clara estiipe, conocida por
el árbol de su descendencia". En otras palabras, el hecho mismo de reali-
zar actos generosos denotaba la noble estirpe del mecenas, sin necesi-
dad de más averiguaciones. Y a la inve~sa, a nad!~ de condición baja,
mezquina, se le tenía por capaz de actos magnificentes. No es casual
que el poeta cortesano don Luis·de Góngora loara el"espleti.doi gene-
roso de señores'? ·
Sin duda, lo más' eficaz era no conformarse con una sola estrategia
de ascenso, y combinar ·t antas como fuese posible.

6
Rodolio Aguirre Salvador ha estudiado los mecanismos internos y externos de promo-
ción de los graduados. universitarios~ Por el camino de las letras. El ascmsoprojesional de los
catedráticos juristas de la Nueva España. Siglo xvm, México, CESU-UNAM (La Real Universidad
de México. Estudios y textos Vlli), 1998, y en "Universidad y Sociedad. Los graduados de
bi. Nueva España en el siglo xvm", tesis para obtener el grado de doctor en Historia, México,
UNAM, 2000.
1
Sebastián de Covarrubias Orozco, Tesoro de la lengua castel/ana o españpla, Madrid, Cas-
talia, 1995; Luis de Góngora, Obras completas, Madrid, Aguilar, 1956, Soneto al conde de
Villamediana, celebrando el gusto qu~ tuvo en diamantes, pinturas y caballos, p. 519.
22 MECENAZGO Y LITERATURA

II

En nuestros días, el Triunfo parténico, esa crónica de las fiestas de la


universidad a la Inmaculada Concepción durante 1682 y 1683, es un
libro justamente asociado a la figura de don Carlos de Sigüenza y Gón-
gora (1645-1700). Resulta por lo mismo irrelevante que, en la portada
del impreso, también se haga mendón elogiosa del rector de la Uni-
versidad, el doctor donJuan de Narváez (1653-1708).8 Para los coetá-
neos, en cambio, incluso si don Carlos había impreso su nombre con
letra más grande, la verdadera personalidad por destacar era la del
rector, mecenas de las fiestas y de la impresión. Sigüenza, con todo y
su fama, o precisamente p9r ella, había sido contratado para escribir,
en calidad de secretario, la crónica de las celebraciones. Sin lugar a
dudas, algo de razón tenían los contemporáneos; sin el rector Na.rváez
no hubiera habido fiestas ni don Carlos habría escrito el libro.
A una con el reconocimiento social buscado en el ámbito local me-
diante el patrocinio de celebraciones públicas o privadas de dicha o de
luto, estaba la posibilidad de aprovechar semejantes manifestaciones
para hacerse sentir en la corte. Los principales nombramientos, pre-
mios y ascensos venían de la metrópoli; mientras más senti..dos y so-
lemnes fuesen los duelos y los júbilos con que los novohispanos
honraban a sus monarcas, mayores expectativas de premio había para
sus promotores. Por ello, era aconsejable que un autor de renombre
relatara y diese a la imprenta tales fastos. El Triunfo parténico, como
veremos, se tradujo en honra y premios para su mecenas.
El culto a la Inmaculada Concepción, que sólo sería dogma de fe a
partir del siglo XIX, sobrepasaba la mera celebración religiosa. Desde
los años de Felipe III (1598-1621), la Corona había hecho intensas ges-
tiones en Roma para promover la declaración dogmática de la limpia
concepción. Secundando al monarca, su patrono, la Universidad in-
trodujo un estatuto por el cual quien pretendiera graduarse debía ju-
rar que defendería la piadosa opinión. Paralelamente, desde 1653 el

1 Así decía la carátula: TRNMPHO/ PARTHENICO/ QVE/ EN GLORIAS DE MA-

RIA,/ Santissima immaculadamente concebida, celebro/ la Pontificia, Imperial, y Regia/


Academia Mexicana/ En el bienruo, que como su Rector la gobernó/ EL DOCTOR DON
JUAN DE NARVAEZ,/ Tesorero General de la Santa Cruzada en elArcobispado de/ Mexico
y al presente Cathed.ratico de Prima de Sagrada/ Escritura./ DESCRIBELO/ D. Carlos de
Siguenza , y Gongora,/ Mexicano,' y en ella Cathedratico propietario 1 de Matemáticas./
Grnbndo del Pegaso/ EN MEXICO. Por Juan de Ribera . en el Empedradillo. Filete /
IXI.DC.LXXX.lll. Sigo La edición de México, Ediciones Xóchitl, 1945 (en adelante, Triunfe).
ENRJQUE G ONZÁI.EZ G ONZÁLEZ 23 1

claustro de doctores acordó dedicar todos los años un solemne triduo


a la advocación mariana. La fiesta se celebró tm tiempo con grandes ·
demostraciones, para luego decaer.9 Se trataba, pues, de una fiesta que,
aunada con su carácter religioso, implicaba la solidaridad de toda la
Universidad con la política real. Qué mejor si un doctor de recursos y
visión, como don Juan de Narváez, volvía a inyectarle vida.
Juan de Narváez nació en la ciudad de México a fines de 1653, de
padres "nobles y ricos", al decir de Beristá:in. De lo último, no cabe la
menor duda. En cambio, ni el progenitor ni ningún abuelo aparecen
mencionados en el archivo universitario con título de "don", que sí se
aplica a la madre y a las dos abuelas. El futuro rector fue hijo del capi-
tán criollo Alonso de Narváez, alférez de un batallón, empleado "en la
administración y asientos" de las alcabalas, y que tuvo a su cargo re-
caudar el impuesto del pulque.10 Tales oficios le permitieron amasar
cuantiosa fortuna, pero no, al parecer, gran prestigio social. Sigüenza y
Góngora, que se valía de cualquier ocasión para alabar a su mecenas a
todo lo largo del Triunfo parténico, 11 omite la menor alusión a su fami-
lia, algo muy sintomático en aquella sociedad donde los linajes ciertos
o fingidos eran un capital social por exhibir en todo momento. Eso
explicaría que el capitán Narváez procurase elevar su rango social
mediante la riqueza y la indudable influencia derivadas de sus cargos.
Con tal propósito, habría encaminado a su hijo Juan al estudio y no,
como él, a la milicia o a oficios de carácter fiscal.
Cuando un joven de la dudad de México era destinado por los su-
yos a la carrera de letras, de.bía hacer largo camino. Pr;imeramente,
pasaba por los cursos de gramática y retórica de los jesuitas, a partir
de los 10 o 12 años. Al cabo de un quinquenio de lecciones; el retórico
quedaba apto para iniciar el curso de artes, que duraba tres años. Po-
día estudiarlo en las mismas aulas de la Compañía, pero si aspiraba a
los grados de bachiller, licenciado o doctor, al mismo tiempo que cur-
saba con los regulares necesitaba matr:icularse en la Universidad. Ésta
le exigía inscribirse un año en retórica y dos en artes. 12 Al concluirlos,

•9 Trirmfó..., op. cit., pp. 38-59. Antonio Rubial Carda, Enrique González González, " Los
rituales universitarios: su papel polCtico y corporativo", en el Catálogo de In Exposición 450
mios de In Univers idad de México, México, UNAM, en prensa.
10
Archivo General de la Nación, México, Ramo Universidad (en adelante, ACN- RU),
vol. 365. Expediente por los grados de licenciado y doctor en teologfa del bachiller Juan
de Narváez. Las noticias sobre la familia de Narváez de ahí proceden. Agradezco a Ma-
risa Vega_ el cotejo de estos documentos.
11
Por ejemplo, Triunfo , pp. 136, 236, 241, 327, entre otras.
11
Enrique González González, "La Universidad : estudiantes... ", op. cit.
24 MECENAZGO Y LITERATURA

el joven se sometía a 1?1 examen y, de ser aprobado, se le confería el


grado de bachiller en artes, prerrequisito para la carrera teológica o la
de médico, que proporcionaba menor lustre social. ,
El bachiller en artes deseoso de graduarse en teología debía atender
las distintas cátedras de la facultad dmante cuatro cursos y, al con-
cluirlos, defender varios actos académicos. Entonces obtenía el bachi-
llerato teológico. Quien aspiraba a la licencia ya no debía asistir a cursos,
pero sí dejar transcurrir tres años, lapso que se denominaba pasantía.
En suma, desde el ingreso a los cursos gramaticales de los jesuitas a la
licenciahrra E;n letras divinas, se requería un mí~mo de 15 años.
Narváez se bac.hilleró en téología en 1676, a la edad de 23 años. Deci-
dido a ahorrarse el trienio de la pasantía, gestionó y obtuvo un memo-
rial del virrey que le permitió licenciarse y doctorarse ese mismo año. 13
Tales dispensas de tiempo, aunque prohibidas tajantemente por las cons-
tituciones, estab.a n al alcance de quien tuviera influencia en la corte.virrei-
nal. Narváez solicitó ser dispensado "a título de su nobleza, suficiencia
y méritos heredados y personales'' .. Con todo, los méritos alegados fue-
ron, más que nada, los paternos: aparte de servir como alférez durante
34 años, se había ocupado de las alcabalas durante más de 20, incre-
mentando en 20 000 pesos anuales las percepciones de la Corona. Ade-
más, al asignársele la recaudación del impuesto del pulque, lo habría
elevado de 66 000 a 92 000 pesos. Argumentos tan contantes y sonantes
le valieron la dispensa académica. Ésta obtenida, el bachiller debía pa-
gar, en derechos al arca universitaria y propinas, al menos 600 pesos
por la licencia y alrededor de 2 000 por el doctorado. 14 Para tener una
idea del significado de estas sumas, baste decir que el catedrático uni-
versitario mejor pagado percibía un salario anual de 700 pesos, canti-
dad que decrecía, según el rango de la cátedra, hasta 100. De más está

13
RU, vol. 365. .
14
Armando Pavón ha:calculado los costos para el siglo XVI, en " Doctores en la Universi-
dad de México..."; estima que oscilaban entre 500 y 70(') p esos para el doctorado, cuando el
claustro se componía de menos de 50 doctores y se debía dar 13 pesos de propina a cada
uno. En 1645las constituciones de Palafox tratan de fijar, para evitar abusos, los de licencia-
tura en 6QO pesos (const. 292), pero no habla de reducir las cuotas para el doctorado. Los
gastos fijos para caja, rector, maestrescuela y oficiales, suman unos 250 pesos; además, ha-
1 bía que dar 25 pesos a cada doctor de la fawltad asiste:1te, más 20 a los otros (:::onst. 324).
Esto significa que si asistían 40 doctores de la facultad, debía gratificarlos con mil pesos, y
si los de las otras facultades sumaban 60, otros 1 200. Plaza calculó en 130 el número total
de doctores vivos (Cristóbal Bernardo de la Plaza y Jaén, Crónica de In Real y Pontificia Uni-
versidad de México, versión paleográfica, proemio, notas y apéndice de Nicolás Rangel, Méxi-
co, UNAM, 1931, dos vols.; vol. Il, P?· 295-297).
ENRIQUE GONZÁLEZ GoNZÁLEZ 25

decirlo: quien carecía del metálico imprescindible para los grados ma-
yores no necesitaba solicitar dispensas de tiempos o de cursos.
A comienzos del siglo xvn, si no es que ya desde poco antes, la Uni-
yersidad requirió una información escrita sobre antecedentes familia-
res a los pretendientes de grados mayores. La corporación, en manos
de la casta española "pura", no podía permitirse l_íi infamia de tener en
su gremio a individuos de "mala raza".15 Esta circunstancia permitía a
los mejor situados alegar descendencia de conquistadores, de viejos
pobladores, o vínculos de sangre con la nobleza peninsular. Los me-
nos favorecidos, genealógicamente hablando, se contentaban con que
el tránúte se les diera por bueno. N~áez no presentó título nobiliario
.ni alegatos de limpieza de sangre, sino un simple testimonio de morí-
bus et vita. Dos declarantes, ninguno con título de "don", dieron cuen-
ta de la legitimidad de sus padres y abuelos p·a ternos y maternos,
manifestando que eran "tenidas por personas nobles y de calidad".
El padrino de Narváez, don Juan de Ortega, capitán, sargento ma-
yor y alcalde ordinario, tampoco parecía ostentar excesivo lustre fami-
liar. Era un criollo recién admitido en orden militar. Su padre, un capitán
homónimo, luego de enviarlo a ~studiar con los jesuitas, optó por dar
al vástago carrera en la milicia y en cargos de república, y en 1671 le
compró un hábito de Santiago.16 N arváez fue apadrinado por un caba-
llero de título, pero con escasos cinco años de ejercerlo. Sin duda, el
mismo padrino ganaba prestigio al ser invitado a tomar parte en tan
solemne acto académico.

15 Los estatutos de Farfán (1580) nada dicen en los títulos 14 y 15 sobre demostrar antece-
dentes familiares. Los de Cerralvo (1626), no sabemos si copiando a los de Moya (1586),
exigían ál que pretendía grado de licenciado dar información "sumaria" al secretario de
sus estudios, de tener los libros de la facultad, "y ser persona no ynúame por ymfamia
bulgar" [Proyecto de estatutos ordenados por el virrey Cerralvo (1626), edición crítica de Enrique
González, México, lJNAM (La Real Universidad de México. Estudios y textos III), 1991, tít.
23.4, p.106]. Palafox, en 1645, fue más lejos. Prohibió el acceso a gra"d os a todo descendiente
de penitenciados por la Inquisición y a los que ~' tuviesen algún grado de infamia". Los "ne-
gros, ni mulatos, ni los que comúnmente se llaman chinos morenos, ni qualquiera género de
esclavo o que lo a s[do", no podían ser admitidos ni siquiera a matrícula. En cuanto a los
indios "como vasallos libres de su majestad, pueden y deben ser admitidos a matrícula y
grados": const. 246. Por lo mismo, a la hora de graduarse de licenciados debían dar "infor-
mación sumaria ante el secretario de que no es persona de las prohibidas en estas constitu-
ciones": const. 276. Cito de la edición provisional en el segundo tomo de "Legislación y
poderes en la universidad colonial de México (1551-1668)", tesis para optar por el grado de
doctor en historia, Valencia, Universidad de Valencia, 1990, dos volúmenes.
16 Guillermo Lohman Villena, Los americanos en las órdenes nobilinrins, Madrid, CSIC, 1993,
t. 1, pp. 294-296.
26 MECENAZGO Y LITERATURA

Poco sabemos de los años siguientes a su precoz grado. Consta que


su nombre apareció en letras de molde en 1679, cuando patrocinó la
edición de un sermón mariano pronunciado por un franciscano en la
iglesia de Santa María la RedondaY Ese mismo año, Narváez preten-
d ió la cátedra de retórica, sin éxito. El mecanismo regular para conver-
tirse en catedrático era la oposición, y aún seguía vigente, en la práctica,
que los estudiantes designaran, por voto secreto, al opositor que lleva-
ría el cargo. El número de concursantes por vencer podía llegar a 12 o
más, y sólo por excepción se ganaba al primer intent0. Ignorarnos si
N~áez puso en juego sus abtmdantes recursos para comprar votos. 18
Lo cierto es que se necesitaba participar, durante años, en todas las
oposiciones y se comenzaba por UJ;la cátedra de baja jerarquía. Ésta
abría, poco a poco, el camino a las de mayor rango, que se reservaban,
por regla no escrita, a concursantes en posesión de algtma de las d e
más bajo escalafón. Se necesitaba, pues, tiempo y tesón para alcanzar
las cátedras mayores. 19 ·

Si Narváez fracasó en su primera oposición, el mismo. afio de 1679


fue electo consiliario. Se trataba de un cargo que daba prestigio y poder
en la política interna de la Universidad, pues los ocho consiliarios pre-
sidían el complejo proceso de provisión de cátedras; además, al mo-
mento de concluir su periodo elegían, junto con el rector saliente, al
nuevo rector y a los consiliarios que los remplazarían en el cargo. Du-
raban en oficio de noviembre a noviembre y eran elegidos al inismo
tiempo que el rector, con_el que conch.Üan su periodo. Apenas dejar
Narváez su consiliatura, el rector recién electo ~o designó para pronun-
ciar el sermón de la fiesta patronal de la Universidad, el día de Santa

17
)osé Toribio Medina, La. imprenta en México (1539-1821), Santiago de Chile, Imprenta
del Autor, 1909-1912, ocho vols., vol. U, núm. 1188. Un inejor conocimiento de los impresos
de esos años probablemente revelarfa nuevos datos.
18
Narváez dotó de su peculio los premios a los concursantes en los torneos literarios del
Triunfo parténico, y también repartió obsequios, como se verá, al momento de ganar su asiento
en el cabildo. Las fuentes de la época aseguran que se pagaban verdaderas fortunas para
compra de votos [véase J<lvier Palao Gil, "Provisión de cátedras y voto estudiantil", en Docto-
res y escolares. li Congreso Internacional de Historia de li!S Universidades Hispánicas (Valencia,
1995), Prólogo de Mariano Peset, Valencia, Universitat de Valencia, 1998, dos vols.; vol. ll, p.
187-201]. Asimismo, Leticia Pérez Puente, "Una revuelta universitaria en 1671, ¿intereses
estudiantiles o pugna de autoridades?", en R. Marsiske (coord.), Movimientos estudiantiles en
la historia de América Latina, México, CESU-UNAM, 1999, vol. l, pp. 19-39. Cuando por fin ganó
la cátedra de escritura, en julio de 1683, eLdiarista Robles indicó que, en la celebración del
vfctor se realizó "con muchas galas, hubo muchos fuegos" (Antonio de Robles, Diario de
sucesos notables, México, Porrúa, 1972, tres vals.;' vol. !1, p. 51).
19 Véase nota 6.
ENRIQUE GONZÁLEZ GONZÁLEZ 27

Catarina,24 de noviembre de 1680.20 En noviembre siguiente, el mismo


rector y consiliarios elegidos durante la consiliatura de Narváez acu-
dieron ante el virrey a solicitar una dispensa de edad en favor de don
Juan; estaba por cumplir 28 años y los estatutos exigían un mínimo de
30 para ser rector.21 Con el beneplácito del virrey, fue elegido.
Durante toda la historia de la Universidad, los rectores fueron per-
sonas formadas, con altos cargos en el cabildo catedralicio, en la Inqui-
sición o en las órdenes religiosas, cuando no se tratara de los mismos
jueces de la Real Audiencia. 22 Por lo mismo, el requisito de contar con
un múúmo de 30 años de edad se daba por descontado y la dispensa a
Narváez habría sido un hecho sin precedente. Si el favorecido ·era un
novel doctor, carente de presencia alguna en las instituciones cuyos
más altos personeros año con año se disp~taban el cargo rectoral, se
impone la hipótesis de que, para alcanzar tan inusitada distinción,
,debieron mediar espléndidas dádivas_. . .
Una vez en el cargo, Narváez promovió vistosas demostraciones
~ de mecenazgo, como revivir la fiesta de la Inmaculada, abandonada
·desde hacía años. Y si en un principio se celebraba durante tres días de
enero, él agregó de su peculio un cuarto. Aparentemente, dejó renta
para·que la celebración se perpetuara.23 En-la primera parte del Triun-
fo, Sigüenza dio pormenores de la e~epcional solemnidad con que las
fi~stas se desarrollaron en 1682, y otros cronistas como Robles y Plaza
.. ponderaron la magnificencia de los fastos. También patrocinó la cele-
bración de un certamen poético !-Dariano, en-febrero de 1682, en que
tom~on parte decenas de poetas de dentro y fuera de la Universidad,
incluidas, como se sabe, dos-mujeres, una.de ellas; Sor Juana. Los pre-
mios a los numerosos ganadores corrieron a cuenta del rector.
Narváez se ocupó asimismo de reedificar el "general". grande de
actos que, al decir de ~igüenza, amenazaba ruina. Los estatutos de
Palafox mandaban descontar anualmente una proporción de su sala-
rio a los catedráticos y oficiales, la cual sumaba 500 pesos. La cantidad
recabada se aplicaría al mantenimiento y reparación del edificio.24 Sin

2°Cristóbal Bernardo de la Plaza y Jaén, op. cit., vol. II, p. 172.


21
Palafox, const. 9. Para las noticias en tomo a ~arváez me he valido sobre todo de
Plaza, 1!, Crónica ..., op. cit., passim, en especial pp. 182 a 199; también de los libros de claus-
tros correspondientes a esos años, RU, vol., 17.; y, por supuesto, del Triunfo..., op. cit.
22 Armando Pavón, "La disputa por el rectorado en la Universidad de México al finalizar

el siglo xvr", en Doctores y escolares..., op. cit., vol. !l, pp. 203-223. Leticia Pérez Puente, Uni-
versidad de doctores ..., op. cit. ·
23 Así lo afirma Sigüenza en Triunfo, p. 132; pero véase, adelante, nota 29.
2' Palafox, const. 394.
28 MECENAZGO Y LITERATURA

embargo, la obra emprendida por Narváez costó 9 000, suma equiva-


lente a 18 años de descuentos, de modo que era impensable para la
Universidad emprender la obra con sus pobres recursos. El dato evi-
dencia la magnitud del servicio prestado a la corporación por el rector
al facilitar lo necesario. En el Triunfo, Sigüenza insinuaría que todos los
gastos habían sido a costa del mecenas. En realidad, el convenio fue
que el dinero se reintegraría a Narváez a ;razón de 500 pesos anuales,
sin intereses, y los libros de claustros dan cuenta de que se hizo así
durante años.25 De cualquier modo, el gesto revela la solvencia econó-
mica del mecenas, capaz de aportar tan grande cantidad en metálico. ·
La circunstancia de que las obras del general no hubiesen conclui-
do cuando llegó el tiempo de la nueva elección rectoral, permitió a
Narváez el beneficio de una nueva dispensa, esta vez de carácter do-
ble. Primero, porque seguía sin alcanzar la edad reglamentªria para el
cargo; y segundo, para ser reelegido rector, algo también prohibido
por las constituciones, pero que se llevaba a cabo con relativa frecuen-
cia. En noviembre de 1682 inauguró su segundo mandato. En enero
volvieron las fiestas a la Inmaculada y al término de las obras de reno-
vación del general de actos, el rector lo inauguró con"toda solemnidad,
escribiendo con letras de oro su nombre en el aula. Para coronar los
fastos, financió un nuevo certamen poético.
No concluía el segundo mandato del rector cuando vacó la cátedra
de biblia, la segunda en importancia de la facultad teológica. Acto se-
guido, Narváez renunció al rectorado para inscribirse como opositor
y, según cabría esperar, ganó la cátedra. En esa ocasión, se inauguró un
nuevo mecanismo que, en lo sucesivo, suplantaría al voto estudiantil.
Una junta de notables, reunida en el palacio arzobispal y presidida
por el prelado, decidiría a cuál de los opositores dar la cátedra. Esto
. significa que Narváez había conquistado ya el favor del nuevo arzo-
bispo, Aguiar y Seijas, apenas promovido a la sede metropolitana. 26
Habiendo conquista~o los máximos honores ·en el seno del estudio,
dio a luz el Triunfo parténico a fines de 1683. El libro, a lo largo del cual
Sigüenza colmó de alabanzas a ~u mecenas, permitía al novel catedrá-
tico _ostentar una excepcional "relación de méritos". Entonces ya podía
promover su carrera extramuros del estudio.

25 Todavía se le adeudaba alguna cantidad en 1694 (Ru, 19, ff. 7-9), cuando Narváez tuvo
problemas con el tribunal de la Santa Cruzada, la cual pretendía confiscar a la Uni_yersidad
el saldo.
16
Plaza y Jaén, Crónica ... , op. cit., v. II, p. 205.
ENRIQUE GoNZÁL.EZ GoNZALEZ 29

Apenas un universitario obtenía el gré,!.do máximo enviaba repeti-


das relaciones de méritos a Castilla y cultivaba hasta donde podía las
relaciones con la corte virreina!, y con el arzobispo y el cabildo, para
buscar recomendaciones que se tradujeran en honores y cargos, que
sólo arribaban pausadamente. Si el graduado era clérigo, su primer
logro consistía en ganar mediante oposición una buena parroquia fo-
ránea; a continuación, tina en la ciudad y, con suerte, hacia los 50 años,
tras repetidos escritos del prelado, del virrey y de la audiencia, se vol-
vía realidad la anhelada silla en un cabildo. A veces, si el doctor dispo-
nía de m edios, viajaba a la corte con las manos llenas de regalos, para
gestionar directamente un puesto en el cabildo.
De ese modo actuó el doctor Ignacio María Castorena (1668-1733),
en Madrid de 1698 a 1700. En la corte, aparte de promover la edición
de diversos escritos, propios y ajenos, se distinguió como predicador y
mecenas, dotando un novenario en Ágreda, en recuerdo de la famosa
monja corresponsal de Felipe IV y autora de la Mística ciudad de dios.
Fundó una fiesta en el Colegio Imperial de la Compañía, en Madrid, y
otra en el de Almonacid. Obtuvo el cargo de predicador honorario del
rey y, gracias a haber comprado el grado de doctor en teología en la
Universidad de Ávila, obtuvo el nombramiento de teólogo de la nun-
ciatura papal. No obstante, hubo de contentarse con volver a México
con una silla de medio racionero en el cabildo. Una vez dentro del
capítulo, y siempre pronto a realizar actos de mecenazgo y a destacar
en la predicación e impresión de solemnes sermones, ascendió a canó-
nigo, a dignidad, y tres años antes de su muerte alcanzó una mitra,
máximo honor accesible a un doctor criollo, al ser designado obispo
_de Yucatán. 21
Pero Narváez no necesitó de tan sinuosa trayectoria. En 1683 osten-
taba yq. el título de tesorero del tribunal de la Santa Cruzada, y en abril
de 1686, apenas cumplidos los 32 años, se recibía en la ciudad de Méxi-
co la noticia de su promoción a racionero enterq del cabildo. La tarde
de su toma de posesión, "envió a cada capitular dos fuentes de cola-
ción, pañuelo y paño, y al virrey colación en cinco fuentes de plata,
dadas, y a todos los ministros su fuente'~. 28

27
Hace falta un estudio sobre este excepcional criollo. Puede verse, entre tanto, a Medina,
vol. 3, pp. 147 y 1498; y Enrique González González, "Universitarios n ovohispanos e im-
prenta", en Clara Inés Ramírez, Armando Pavón y Mónica Hidalgo (coords.), Tau lejos, tan
cerca, n 450 años de la Real Universidad de México, México, UNAM, 2001, pp. 59-73.
23 Antonio de Robles, Diario de sucesos notables, México, Porrúa, t. 2, 1972, p. 118.
30 MECENAZGO Y UTERATURA

Durante los 22 años que aún vivió (moriría de 54), lo que sabemos
de Narváez carece de relieve. O, si se prefiere, u.na vez logrado su ob-
jetivo, habría renunciado a los grandes actos protagónicos; sus actua-
ciones se normalizaron hasta confundirse su suerte con la de otros
doctores que combinaron la cátedra universitaria con una plaza en el
cabildo. En los claustros universitarios, hay regish·o de que, en enero
de 1697, se firmó escritura con Narváez para ·perpetuar la fiesta de la
Inmaculada¡ él donaría 1 400 pesos para convertir la sacristía vieja en
tienda, y de su alquiler se pagaría la fiesta. Entregó únicamente 350
pesos en efectivo, y el resto se pagaría con los 1 OSO que la Universidad
le debía de salarios atrasados por su cátedra: nada excepcionalmente
generoso. 29 Ese mismo año de 1697, a raíz de que el rector encontró
"fuera de estilo" la Crónica de la Universidad del recién fallecido se-
cretario Plaza, en claustro se acordó darla a algunos doctores para que,
puliéndola, se imprimiera. Se propuso darla a Narváez, "quien a ello
se sentía inclinado u [a] otro cualquiera". Pero en un claustro del año
siguiente reprocr.an que no hubiera hecho r>.ada.30
Por lo que hace a su carrera extrauniversitaria, en 1698 concursó,
sin éxito, por la canonjía magistral y, no obstante, al año siguiente pu-
blicó el sermón con el que había opositado. En los repertorios biblio-
gráficos no se detectan más de cinco impresos a lo largo de toda su
vida, todos sermones. El arzobispo lo nombró examinador sinodal y, a
la muerte del prelado, el cabildo lo hizo vicario de los conventos de
Santa Inés y de Regina.31 Muy esporádicamente aparece como califica-
dor de libros. Habría formado parte -como también Sigüenza- del
círculo de afines a Aguiar y Seijas; así se explica que el racionero apro-
bara las dos vidas del arzobispo, publicadas en 1699 por su confesor, el
padre José•de Lezamis.32 Por esa misma cercanía, el cabildo encomen-
dó al racionero el sermón de las honras fúnebres de.Aguiar, en 1698,
con asistencia del virrey, la audiencia, las órdenes religiosas, "y todos
los tribunales", incluida la Universidad. Ése habría sido el último acto

29 RU, vol. 19, ff. 84v-88v. Un resumen, en A. M. Carréño, Efemérides de la Real y Pontificia

Universidad de México segiÍn sus libros de claustros, México, UNAM, 1963, dos vols.; vol. 1, p. 369.
30 RU, vol. 19, ff. 115-116; cito de Carreil.o, Efemérides ... , op. cit.,l, p. 374.
31
Robles, no sin reprobación, al describir el sepelio del prelado, menciona que: "Repar-
tió el cabildo entre sus prebendados los conventos de monjas, con título de vicarios, y quitó
los lugares de entierro a muchos que los teruan, y los distribuyeron entre sí", Diario, m, op.
cit., p. 79.
32 Mecüna, núm. 1733, que es una vida del apóstol Santiago, al frente de la cnal Lezamis

incluyó una semblanza que pronto transformó en libro aparte, núm. 1733.
ENRIQUE GONZÁLEZ GONZÁLEZ 31

solemne de su vida. A su muerte, diez años después, su cátedra de


escritura pasó a un criollo ambicio~o e infatigable, pronto a l~s más
diversos actos de mecenazgo: Ignacio María Castorena y Ursúa. El tam-
~bLén_h~bía sido estudiante, graduado de doctor en leyes, consiliario y
rector de la Universidad.
La meteórica carrera de Narv,áez fue tan excepcional como la suma
de recursos puestos en juego para acelerar sus ascensos. Resulta claro,_
pues, que su proyecto de promoción le redituó óptimos resultados. La
fortuná acumulada por su padre en la recaudación de impuestos fue
parcialmente invertida en calculados actos de mecenazgo. Habiéndo-
se licenciado y doctorado a escasos 23 años, con dispensa: de pasantía,
a lós 28 y 29 fue dos veces rector, también mediante sucesivas dispen-
sas; a-los 29 ganaba una de las cátedras de mayor jerarquía, la de bi-
blia, y a los 32, ya era prebendado del cabildo catedralicio, aparte de
comisario de la Santa Cruzada. Murió sin promoverse a canónigo, sin
ascender a la cátedré!- de prima en su facultad y, al parecer, como teso,.
tero de la Santa Cruzada. Y si después de las fiestas del TriU;nfo apenas
. si volvió a jugar papeles protagónicos, la conquista del grado docto-
··· rál, del rectorado y la cátedra universitaria y del asiento en el cabildo,
·dieron a su nombre un lustre del que no había podido gozar su padre,
..a pesar de la fortuna que "amasó. El Triunfo parténico, escrito básica-
, .mente para publicitar las actividades realizadas durante s~ doble rec-
torado, habría sido una de las piezas puestas en juego para promover
su vertiginoso ascenso. El libro, encargado y pagado :a Sigiienza, per-
petuó entre los contemporáneos el bue.n nombre de quien nabía pro-
movido y realizado tan memorables celebraciones.

III

En el caso de Narváez, el dinero y una acertada política de mecenazgo


facilitaron su acceso a los principales honores a que un criollo aspiraba
por medio del estudio; e.n. el de don Carlos de Sigüenza y Góngora, el
prestigio literario alcanzado no le bastó para conquistar las más altas
dignidades: la irregularidad de su carrera académica, sus insuficientes
medios económicos y la escasa influencia social de su familia se lo im-
pidieron.
Ni duda cabe, don Carlos sacó provecho de su pluma para elevar
su posición y su prestigio como hombre de letras. No obstante, aquella
sociedad lo confinó a un papel subalt~rno. Antes que promover actos
de mecenazgo, debió ponerse al servicio de quienes tenían medios para
32 MECENAZGO Y LITERATURA

llevarlos a cabo. Un vistazo a las circunstancias de su carrera académi-


ca y de su condición familiar33 ayudan a entender el porqué de esa
subordinación y las causas de que las letras le hubiesen proporciona-
do un provecho tan limitado.
Sigüenza y Góngora procedía de una modesta familia formada por
un secretario del gobierno virreina! y una sevillana sin recursos, tal
vez pariente del poeta Luis de Góngora y Argo te. Fue el primer varón
de nueve hijos e hijas, ninguno de los cuales alcanzó colocación bri-
llante. Antes que recibir respaldo de los suyos, durante toda su. vida
debió cubrir las necesidades de padres y hermanas, en particular de
una que pronto quedó viuda, así como de sus sobrinos. Los testamen-
tos de sus mayores, y el del propio Sigüenza, retratan muy al porme-
nor la precaria situación de todos ellos.34
Por otra parte, su carrera escolar resultó un tanto errática y poco le
ayudó a promoverse. Siendo cursante del Colegio Máximo, de los je-
suitas, se matriculó en retórica en la Universidad, en 1659, signo de
que aspiraba a graduarse. Con todo, ese mismo año fue admitido en la
Compañía y se desligó de la Universidad, para proseguir sus estudios
en la orden. En 1667, al ser expulsado de ésta, sus perspectivas cam-
biaron drásticamente. No sólo llevó ese fracaso con gran contrariedad
durante toda su vida; al propio tiempo, le truncó toda perspectiva de
una colocación segura. En ·a delante, aunque iba a gozar de mayor li-
bertad, tendría que sostenerse por sus propios medios.
Volvió a la Universidad, donde se matriculó e...T"t cánones, y aunque
se reinscribió varias veces, no concluyó los cursos, ni tampoco los de
ru:tes, después de un par de intentos. En vez de consolidar una carrera
acadénüca tradicional, como él mismo reconocía, optó por "interrum-
pir más útiles estudios" y se dio "a estudiar sin maestro las matemáti-
cas todas, y con más cuidado la astrología".35 También se interesó por

33 Me he referido con más detenimiento a su familia y carrera académica en "Sigüenza y

Góngora y la Universidad: crónica de un desencuentro", en A. Mayer (coord.}, Carlos de


Sigüenza y Góngora. Homenaje ll00-2000, México, UNAM, 2000, vol. I, pp. 187-231; ahí se
localizan las referencias documentales. El volumen II del Homenaje contiene una copiosa
bibliografía de y sobre don Carlos. ·
34 El testamento del padre, al parecer inédito, en el AGN, Bienes Nacionales, vol. 633, exp.
17. El de don Carlos fue editado por F. Pérez Salazar, Biografía de don Carlos de Sígiienza y
Góngora, seguida de varios documentos inéditos, México, A. Librería de Robredo, 1928, pp.
161-194; ahí mismo, aunque incompleto, el de la madre, pp. 91-94; ambos sin indicación del
archivo de procedencia.
35
Almanaque para 1692, editado por J. M. Quintana, La astronornfu en la Nueva España en
el siglo XVII (De Enrico Martínez a Sigiienza y Gángora), México, Bibliógrafos Mexicanos, 1969,
p. 197. .
ENRIQUE GoNZÁLEZ G oNZÁLEz . 33

la poesía y la historia. El curríwlum de las facultades universitarias


poco tenía que ofrecerle para colmar sus evidentes inquiet:udes inte-
lectuales. Por lo mismo, al seguir los impulsos de su "ardqr juvenil",
canceló para siempre la posibilidad de ascender socialmente por me-
dio de las promociones internas que la Universiqad ofrecía a sus gra-
duados. Pero esa formació~, con mucho de autodidacta, explica que,
al opositar por la cátedra de matemáticas y astrología, en 1672, la ga-
nara a los otros dos concurrentes, uno de ellos bachiller y pasante de
medicina.
Si bien había alcanzado una cátedra, con el prestigio inherente a tan
disputado oficio, el hecho de no estar doctorado ponía a Sigüenza en
una situación bastante peculiar. Astrología y matemáticas no estaban
incluidas en ninguna de las cinco facultades, y se leía como una disci-
plina independiente. Por ello, el titular no tenia obligación de graduarse,
pero tampoco podía ascender a las cátedras de ninguna facultad. De-
bía, pues,-contentarse con el bajísimo salario de cien pesos anuales, a
sabiendas de que estaba cancelada para él toda perspectiva de promo-
ción interna. En tanto catedrático con nombramiento vitalicio, tenia
dere<~.ho a tomar parte en los desfiles solemnes y en los claustros de
doctores. Pero, al carecer de las insignias doctorales, se le excluía de
dicha participación. ·
Para aquella sociedad estamental, la profesión notarial de su p.adre,
por no redituarle grandes ingresos, lo situaba en el rango social inter-
medió de los oficiales no meeánicos; es decir, por-encima de quienes
ejercían oficio,s "n:tecánicos y viles", pero en una escala inferior a la
casta del0s letrados. Sigüenza, por tanto, fue incapaz·de ascender de
lleno a esta última, quedando en un estadio. indefinido, que poco .lo
favoreció. Por más que :s iempre destacó en las portadas de sus libros
,. su condición de catedráti~o universitario, al, no acceder a los oficios
exclusivos de los letrados debía ganarse la 0-da con cargos más·a tono
con su verdadera condición. Retuvo la cátedra hasta sumuerte,28 aij.os
despu~s. Dada la multiplicidad de sus ocupaciones, no sorprende que
acumi.llaia un impresionante historial de faltas, más numerosas a me-
dida que los años pasaban. Y si bien en 1692logró jubilarse, fue sólo·
gracias a las presiones del virrey.36 •

En tales circunstancias, Sigüenza no podía aspirar, como Narváez,


a un_asiento en el cabildo; intentó apenas el cargo más humilde de
contador de la catedral, y ni·ése obtuvo. Otro tanto procuró en los con-

36
Enrique González, "Sigüenza y Góngora y la Universidad.... ", op. cit., pp. 204-218.
34 MECENAZGO Y UTERATURA

ventos, y si bien alcanzó por un breve y tormentoso lapso la contadu-


ría universitaria, que compaginaba con su cátedra, el claustro juzgó su
desempeño tan poco satisfactorio que lo cesó de manera fulminante.
Tampoco opositó por alguna parroquia, debiéndose contentar con el
modesto cargo de capellán del Hospital del Amor de Dios, gracias a su
amistad con el arzobispo Aguiar y Seijas, puesto-que le daba derecho a
una habitación gratuita, compartida con su hermana viuda y con los
hijos de ella.
Semejante ambivalencia le ocasionó sinsabores y contratiempos de
todo orden con sus colegas. Durante su famosa polémica en torno a los
cometas con el padre Kino .y con el doctor Salmerón, catedrático uni-
versitario, el testimoruo del cronista Plaza y Jaén autoriza a· aflt'mar
que buen número de los doctores se habría inclinado por las opiniones
más tradicionales, las defendidas por el influyente jesuita y por el doc-
tor universitario.37 La borla doctoral o el prestigio cortesano del jesui-
ta habrían sido argu.niertto de más peso que las razones del catedrático
de más ínfimo rango.
Por lo mismo, aunque en el Triunfo pqrténico llegó a ser brillante
cronista de los fastos universitarios, Sigüenza, que estaba exaltando a
su propia corporación, describiendo morosamente.los con:tpartimien-
tos del edificio de las es<;uelas, muy en particular la sala de claustros,
no tenía acceso a esas juntas ni a· las propinas por los grádos mayores
de esos doctores por él· alabados.
Pero tal vez el trance más humillante para él ocurrió en 1698, a escasos
dos años de su muerte, cuando esperaba que, gracias a su excepcional
erudición y a su experiencia literaria, evidenciada muy señaladamen-
te en el Triunfo, la Universidad lo comisionara para escribir su.crónica.
No es claro si el claustro seguía pensando siinplemente en que se depu-
rara el estilo del escrito de Plaza (algo que Narváez desistió de hacer), o
si se· trataba de elaborar una del todo nueva. Aunque algunos claustra-
les apoyaron que se diera el encargo a don Carlos, la mayoría de los
doctores se opuso, alegando·que sería una deshonra para la corpora-
ción cometer esa tarea a alguien ajeno al claustro.
Su testamento descubre la amargura que hacia el fin de sus días
sentía para con la Universidad. De los 80 capítulos de prolijas disposi-
ciones, sólo en el 69 mencionó a la institución m:ás permanente de su
vida. Le legaba apenas cien pesos, pero no líquidos: debía cobrarse lo
que aún le retenían de su "cortíssimo salario", y sus albaceas añadi-

3? lbid., pp. 221-222.


1

ENRIQUE G ONZÁL~ GoNzALEZ 35

rían la diferencia. Además, no tos dejaba en signo de gratitud, sino "en


satizfacción y enmienda de la poca asiStencia que, por culpa mía o
falta de estudiantes, tuve en la lectura de mi cátedra".38 Murió, com o
Narváez, a los 55 años.
· Pero si las relaciones del catedrático de matemáticas con sus cole-
gas urt.i,~ersitarios dejaron tanto que d'esear, tos virreyes, primero el
marqués de La Laguna (1680-1686) y luego el conde de Galve (1688-
1696), apreciaron sus conocimientos matemáticos y cosmográficos. A
la par que le comisionaron diversas actividades en el Valle de México
y aun en la BaJ:úa de Panzacola, en La Florida, ejercieron cierto mece-
nazgo y protección sobre el sabio criollo..El marqués habría ob tenido
para don Carlos el título, quizás sólo honorífico, de cosmógrafo real.
Sin embargo, tales actividades y titulos.no eran equiparables, a los ojos
de sus contemporáneos, con el prestigio de las ínfulas doctorales. Ade-
más, no redituaban los beneficios económicos de una buena cátedra,
una_parroquia rica o un asiento en el c.abildo.
Por otra párte, la _pasión de don Carlos por reunir libros de mate-
má:ticas y a~tr;onomía. e instrumentos de observación y medición, así
como códices, manuscritos e impresos relacionados con la his.toria de
México, hlcieron _de él una leyenda, que se afirmaría después de su
muerte. Esto daba lugar a que los eruditos y los viajeros acudieran a su
gabinete en busca de noticias y de papeles, que el sabio prodigaba con
gusto. T~i~n se sabe que mantuvo correspondencia con sabios eu- .
ropeos. Figq.ras tan destacadas en la cultura de su tiempo, aunque aje-
nos a la Urúversidad, ·como el jesuita·Francisco Florencia y el franciscano
fray Agustín de Betancourt, reconocieron la erudición y el consejo de
don Carlos y la riquezá de su -biblioteca:
Lo hasta:p.quí e)_(puesto permite entender pm qué hoy conocemos
ante todo a1-Sigüenza escritor profesional, por encargo, que se ocupa-
ba de cualquier asunto solicitado por algún patrocinador. _Las Glorias
de Querétaro (1680)39 tratan de la consagración de un santuario guada-
lupan~ en esa ciudad, erigido por don Juan Caballero y Ocio, quien
contrató al escrHor para narrar las.fiestas. El Teatro de virtudes políticas
(1680), como sabemos, describe el arco triunfal encomendado p or e~
ayuntamiento para recibir al virrey marqués de La Laguna. El Paraíso

38Testamento. Citado' en nota 34, p. 187.


39Para las ediciones de las obras que a continuación se enlistan, Enrique González Gon-
zález y Alicia Mayer, "Bibliografía de don Carlos de Sigüenza y G6ngora", en Alicia Mayer,
(coord.), Carlos de Sigiie11za y Góñgora. Homenaje 1700-2000, vol. Il, en prensa.
36 MECENAZGO Y LITERA TURA

occidental (1684) es una crónica del convento de Jesús María, solicitada


y financiada por las monjas. Tenemos también la tríada de obras noti-
ciosas que ensalzan las supuestas hazañas militares del virrey conde
de Galve: Relación de lo sucedido a la armada de Barlovento (1691), Trofeo
de la justicia española (169'1) y Mercurio volante (1693). Desde esta pers-
pectiva, el Triunfo parténico, encargado en 1682 por el rector de la Uni-
versidad, sería otro ejemplo de una pieza de género como tantas escritas
por motivos análogos, por Sigüenza o cualquier autor, de mejor o peor
pluma.
Frente al escritor profesional, se advierte que el Sigüenza más per-
sonal apenas si tuvo ocasión de editar aquellas obras realizadas motu
proprio, como el poema de la Primavera indiana (1668) y esa suerte de
relato novelado, Los Infortunios de Alo11SO Ramírez (1690). También dio a
luz, en 1681, al Manifiesto filosófico contra los cometas, opúsculo de unas
12 páginas, 40 pero debió aguardar a 1690 para encontrar quién le finan-
ciara la Libra astronómica y filosófica, donde respondía a los hirientes ata-
ques que el padre Kino le había dirigido una década atrás. Ni siquiera
entonces pudo aprovechar la ocasión para dedicar su obra máxima a
alguna personalidad; su mecenas, don Sebastián de Guzmán y Córdo-
ba, factor de la real caja, ofreció el libro, a título propio, al conde de
Galve. Los Lunarios que el astrólogo imprimió durante 30 mos conse-
cutivos, tenían propósito ante todo lucrativo, aun si en ellos deslizaba
comentarios sobre asuntos de otro orden y quizá algún ensayo sin rela-
ción con los astros, como la Noticia cronológica de los reyes, emperadores,
gobernadores, presidentes y virreyes de esta... ciudad de México.
Tenemos noticia también de escritos del autor criollo que se habrían
perdido al no encontrar benefactor, como el Imperio chichimeco, y que
se le acabó la vida sin.Io'g rar concluir la que proyectaba corno su obra
cumbre, el Teatro de las grandezas de México. En ella se proponía hablar
del sitio de la ciudad, su altura, sus salidas, recreos, de la laguna y el
desagüe; de iglesias, conventos, colegios, monasterios, con sus respec-
tivas historias y noticia de sus rentas; de cofradías e imágenes; de las
provincias de los religiosos y de sus respectivas órdenes¡ de los minis-
tros y tribunales del poder secular y regular; pasaría revista también a
familias, mayorazgos, títulos; a varones insignes en santidad, en le-
tras, en cargos¡ y a los autores de iibros. 41

40
No conocemos ejemplares de la edid6n de enero de 1681; Sigüenza lo reimprimió en
1690 en la Libra, donde ocupó las páginas 8 a 19.
" Sebastián de Guzmán y Córdoba, ''Prólogo a quien leyere", al frente de la Libra
astronómica y filosófica. Véase la espléndida "Introducción" de Jaime Delgado a su edición
ENRIQUE GONZÁLEZ GONZÁLEZ 37

Don Juan de Narvá,ez, decidido a publidt~r su generosidad y a prom~­


ver su carrera y su prestigio social, mandó a Sigüenza y Góngora escri-
bir el Triunfo parténico. Gracias al talento literario dél narrador, el Triunfo
es un monumento a la literatura emblemática y alegórica, a la vez que
una antología poética a la que contribuyeron 51 vates, entre los que
destaca el propio Sigüenza. Es también una emocionada y puntual re-
ladón de los vistosos festejos marianos que la Universidad, por obra y
gracia de su rector, mandó realizar en los años de 1682 y 1683, y una
elegante descripción del edificio universitar~o y de su colección de pin-
turas.42 Además, el libro permitió aSigüenza loar a la Universidad tanto
como quiso, y a .sus doctores1 y elogiar los méritos literarios de sus
amigos, en particular los poetas Alonso Ramírez de Vargas y Francisco
de A yerra. Pero el voluntarioso escritor tampoco perdió la ocasión de
declarar sus fobias, dirigiendo repetidas pullas a la orden agustina,
con .la que tenía añejas desavenencias, y muy en particular se cebó con-
tra su "enemigo capital", el poder.o~o criollo fray Marcelino de Salís y
. 43 • . •
H aro.
El Triunfo apareció cuando el futuro del autor parecía promisorio,
amparado bajo la protección de los póderosos y los favores del virrey,
que en varias-,ocasiones presidió las celebraciones narradas y fue el
·destinatario dellib.ro, El hombre de letras se sabía requerido para es-
cribir sobre santuarios, conventos, fiestas públicas, profanas y sacras ...
Su pluma gozaba de prestigio y de ahí sin ,Q.uda el tono festivo y aun
risueño que se percibe a lo lal:go y ancllo del volumen. El libro, escrito
para pregonar el triunfo de su mecenas, acaba transmutándose en el
triunfo del autor, capaz de convertirlo en obra personal.
Pero a esos momentos de· euforia seguiría toda clase de desencuen-
tros con lá Universidad y con varios de sus doctores. Choques de muy
dive~so orden y ofensivos·desaires llevaron al profesor de matemáticas

crítica de La piedad heroyca de don Fernando Cortés, Madrid, José Porrúa Tranzas, 1960, en
especial las páginas LXXXIII-LXXXV, en las que destaca la impórtancia de este magno e
inconcluso proyecto de Sigüenza, que da unidad a tantas de las noticias sueltas relativas
a sus escritos.
42 Véase Clara Inés Ramírez y Prisc:ila Vargas, "Los retratos del salón de actos de la

Universidad durante el siglo xvn", en Enrique González y Leticia Pérez Puente, 450 años de
historia universitaria en México, México, UNAM, 2002; y Clara Inés Ramírez, Armando Pavón
y Mónica Hidalgo, Tan lejos, tan cerca... , op. cit.
43 Enrique González, "Sigüenza y Góng~ra y la Universidad" ... , op. cit., pp. 223-224.
38 M ECENAZGO Y LITERATURA

y astrología a una creciente amargura para con su mater, en otro tiempo


tan laudada, y que insistía en incriminarle su ausentismo a las leccio-
nes en vez de admitir sus méritos como astrónomo, cosmógrafo y lite-
rato. Al dolor físico que acompañó su enfermedad final se añadió el
ocasionado por sus inacabables pleitos con la corporación. Murió sin
obtener del claustro de doctores el reconocimiento que creía merecer.
Hoy recordamos a Narváez, si acaso, por ese acto de mecenazgo
cuya narración encomendó a Sigüenza. El mecenas, gracias a sus re-
cursos, logró ampliamente el objetivo de colocarse en aquella socie-
dad como doctor y catedrático universitario, y como miembro del
cabildo metropolitano. Todo indica que, concluidos los festejos maria-
nos n arrados en el Triunfo, y obtenidos los premios a que aspiraba, no
se señaló por sus virtudes como orador sacro, ni como literato, ni por
nuevos desplantes de dadivosidad, y ni siquiera por haber ocupado
cargos más destacados. El escritor pagado para realizar el libro, debi-
do a lo mediocre de sus ingresos y a que, en vez de realizar una carrera
'..!nive:rsitaria d.e mti..T1a decidió d.ed.ic~se a cultiv~ aquellos saberes y
aquellas letras por las que sentía pasión, nunca gozó de honores com-
parables a los de sus mecenas. Con todo, hoy lo seguimos recordando
como una de las mentes más inquietas de nuestro siglo x~n y una de
sus mejores plumas.
Un brillante acto de ostentación podía contribuir a proyectar a las
alturas la carrera de quien lo promovía, pero para seguir desempeñan-
do un papel protagónico una vez apagados los resplandores de aquél,
se necesitaba algo más que recursos materiales y disposición para el
mecenazgo. A la inversa, para que las dotes intelectuales y literarias
de un sujeto brillaran adecuadamente en aquella sociedad de castas
y de acusados contrastes sociales, se necesitaba algo más que literatura.

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