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Hitler no se equivoco

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Prologo
Este libro habla de la estrategia de Hitler. He tenido en cuenta la diferencia
que existe entre la estrategia y las operaciones, y es mi intención referirme
sólo a la primera de estas dos esferas militares. Por dicho motivo, apenas
hago mención de la parte que le correspondió a Hitler en la ejecución de
las operaciones, o sea, en la realización práctica de sus planes; el interés
principal se concentra en la preparación de sus planes estratégicos durante
la guerra.
En la exposición de las pruebas me limito, en lo posible, al uso de los docu-
mentos que son de actualidad. Estoy seguro que se reconocerá un cierto
mérito en la forma de enfocar el tema desde este punto de vista, siempre
que los documentos se basten por á mismos, sin el apoyo de conclusiones
que, aunque dignas de toda confianza, son menos auténticas; espero, en es-
te aspecto, haber conseguido mi propósito.
Es por este motivo que me ha sido dado prestar atención más detallada a
los temas navales, puesto que los documentos más importantes y comple-
tos que podemos consultar en la actualidad son los archivos de la antigua
marina de guerra alemana. Sin embargo, no me he limitado en mi exposi-
ción a los testimonios de los archivos navales. Al contrario, siempre que ha
sido necesario hacer resaltar uno de los aspectos de la estrategia de Hitler,
he consultado otros documentos militares que tratan de otros aspectos de
la guerra y que fueron puestos a mi disposición. Todos los documentos pre-
sentados ante el Tribunal de Nurenberg han sido estudiados desde este
punto de vista y son precisamente éstos los que constituyen la parte princi-
pal de mi material de consulta, sin contar otras series de documentos de
los cuales la índole del tema a tratar me obligaba a echar mano. En la nota
siguiente doy cuenta más detallada de mis referencias. Se podrá objetar
que, al enfocar principalmente el problema naval, el tema tratado será un
tanto arbitrario e incompleto; sin embargo, prescindiendo del hecho de
que el desarrollo naval es tan completo que permite adquirir una visión
más cabal del tema, hay otro motivo, lo confieso, y no se debe solamente a
que la documentación naval es más voluminosa que las otras, sino a que
ocupa una posición mucho más relevante que las demás. La posición britá-
nica representaba el eje central de los problemas de Hitler y la potencia na-
val británica que, en última instancia, fue la causa material de su derrota,
se reveló fundamental en sus efectos sobre su estrategia militar ya desde
un principio. No me guió el intento de querer demostrar este hecho cuando
comencé a escribir este libro, y fue sólo después de estudiar el curso que si-
guieron los acontecimientos cuando me percaté plenamente de la validez

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de nuestras esperanzas, en este caso, confirmadas por el tiempo.


No es mi intención desarmar ya de antemano una posible crítica, ni tampo-
co ocultar el hecho de que en las siguientes páginas se encontrarán muchas
omisiones. Lo sé perfectamente. Y confieso que hubieran sido aún más nu-
merosas sin la ayuda de mi esposa, sin los valiosos consejos del capitán B.
H. Liddell Hart y si los señores T. A. M. Bishop y R. N. B. Brett-Smith no se
hubiesen tomado la molestia de leer el texto. Fueron estos dos últimos, los
que llamaron mi atención sobre la fotografía de Hitler que insertamos en
esta obra. Fue con permiso del Inspector General de Archivos, «H. M. Sta-
tionary Office», que he podido usar de la fuente principal para mis iforma-
ciones: *The Fuehrer Conferenees on Naval Affairs ; y es un honor para
mí constatar que varios le los capítulos siguientes han servido de base para
diversas conferencias en la Universidad.
F. H. H.
PROFESOR DE HISTORIA EN LA UNIVERSIDAD DE CAMBRIDGE.
St John's College. Cambridge. Agosto, 1950.

FUENTES DE INFORMACIÓN Y REFERENCIAS


Los Archivos Navales alemanes, capturados cuando Alemania fue derro-
tada, contienen, entre otros muchos materiales de información, una carpe-
ta con documentos de especial importancia en relación con este tema: las
actas de las conferencias que durante la guerra celebró Hitler con los gene-
rales de su Estado Mayor. Se han publicado ya dos ediciones de estos docu-
mentos. Traducidos por el Almirantazgo y el Departamento de Marina de
los Estados Unidos fueron publicados, en primera instancia, por el Almi-
rantazgo, en una edición limitada, con el título de *The Fuehrer Confere-
nees on Naval Affairs»; y englobados más tarde en su totalidad en el
«Brassey's Naval Annual» para 1948. Este archivo constituye el principal
material de consulta del siguiente estudio. Excepción hecha en los casos en
que se indica lo contrario por medio de una. nota, todas las referencias que
se citan en este libro han sido extraídas de esta fuente de información. El
sistema de referencia más sencillo, en este caso, era dar las fechas de las
respectivas conferencias y, en efecto, de esta forma he procedido en cada
ocasión, por lo cual no he considerado necesario añadir notas aclaratorias
referentes a este material.
A pesar de su importancia, estas actas constituyen sólo una pequeña parte
de los archivos navales capturados. Los documentos más importantes del
resto de los archivos, y otros muchos que no hacen referencia al tema na-
val, fueron presentados ante el Tribunal de Nurenberg. He consultado dos

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ediciones distintas de estos documentos. La edición oficial, «The Trial of


Major War Criminals before the International Military Tribunal», fue pu-
blicada en Nurenberg. Reproduce, en su idioma original, todos los docu-
mentos presentados ante el Tribunal. Otra edición, publicada por la Ofici-
na de Publicaciones de los Estados Unidos y titulada, «Nazi Conspiracy
and Aggression», comprende los más importantes de estos documentos ya
traducidos al inglés. Sin embargo, en las dos ediciones se emplea la misma
numeración de los documentos tal como fueron presentados ante el Tribu-
nal. Mis referencias a los «Documentos de Nurenberg» (abreviación D. N.)
en las notas, en las ocasiones en que he considerado oportuno basarme en
las mismas, siguen el mismo sistema de numeración de los documentos,
por lo que no he considerado necesario hacer una referencia específica de
la edición.
La segunda de estas publicaciones, «Nazi Conspiracy and Aggresion»,
comprende, sin embargo, cierto material, interrogatorios o declaraciones
de los acusados, que no se incluye en la edición oficial de los documentos y
que yo he usado en varias ocasiones. Cuando hago referencia a este mate-
rial, he añadido, «Conspiracy and Aggresion» (abreviación C. and A.), des-
pués de las palabras «Documentos de Nurenberg»; y cuando la referencia
no se basa en los volúmenes principales de «Nazi Conspiracy and Aggre-
síon», sino a los volúmenes suplementarios A y B, que fueron publicados
posteriormente, hago mención de este hecho.
Las declaraciones de los testigos y de los acusados ante el Tribunal de Nu-
renberg, también han sido citadas en varias ocasiones. Estas declaraciones
se encuentran en las Actas del Tribunal, publicadas en «The Trial of Major
War Criminales before the International Military Tribunal», en los volúme-
nes oficiales ya mencionados. Existe, sin embargo, otra edición de las Ac-
tas del Tribunal de Nurenberg que es más accesible en este país por la cual
me he guiado al dar las referencias de los volúmenes y páginas en estas no-
tas. Se trata de los diversos volúmenes publicados por «His Majesty's Sta-
tionary Office», con oí título de «The Trial of Germán Major War Crimi-
nal», Proceedings of the International Military Tribunal Sitting at Nurem-
burg».
Muchos de los documentos presentados ante el Tribunal fueron leídos du-
rante el proceso y en ciertos casos he considerado necesario referirme tan-
to a las «Actas», como al número de los documentos en cuestion. Cuando
mis notas hagan mención, tanto de los «Documents», como de los «Pro-
ceedings», las referencias, a no ser que se afirme lo contrario, se basan en
el mismo material.

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Las referencias indicadas son las principales fuentes de información de es-


te libro. En diversos casos he consultado otros documentos, pero las refe-
rencias de los mismos no requieren una explicación más detallada.
F. H. H.

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Capitulo I

La Marina de Guerra Alemana, el Pacto Ruso, el Problema Brita-


nico y el Comienzo de las Hostilidades

I La Flota naval alemana en el año 1939


Cuando el primero de septiembre de 1939 Hitler invadió Polonia, Alema-
nia no estaba todavía preparada para una guerra naval de gran envergadu-
ra. La Flota de guerra alemana comprendía solamente dos viejos acoraza-
dos de combate, dos cruceros de combato, tres acorazados llamados de bol-
sillo, ocho cruceros y veintidós destructores. Varios navios de guerra se ha-
llaban en construcción; pero sólo dos acorazados de combate y un crucero
fueron botados durante la guerra. Pero lo más sorprendente del caso, era
que no se habían hecho preparativos de ninguna clase para una prolonga-
da campaña con los submarinos. Éstos habían representado el peligro más
grave para la Gran Bretaña durante la primera Guerra Mundial; el desarro-
llo técnico subsiguiente había servido para incrementar la eficacia del ar-
ma submarina; sin embargo, Alemania sólo había construido cincuenta y
siete submarinos hasta el año 1939; no obstante, sólo veintisiete de éstos
poseían un radio de acción suficiente para llevar a cabo operaciones en el
Atlántico.
No era ésta la marina de guerra que el Estado Mayor Naval alemán hubiese
deseado poder disponer en una guerra contra la Gran Bretaña. No era la
flota que el almirante Raeder, Comandante en Jefe, se había imaginado pa-
ra, algún día, combatir el poder naval británico, ni la flota submarina que
el almirante Doenitz, Comandante en Jefe de la flota submarina, había
considerado necesaria para asegurar la victoria alemana.
Durante el otoño del año 1938, mientras se hacían los preparativos para
una futura guerra contra la Gran Bretaña, Raeder presentó unos proyectos,
según los cuales Alemania hubiese podido contar con una flota, si no muy
numerosa, sí muy moderna y bien dotada dentro de un período de tiempo
razonable; Doenitz había intervenido a fin de asegurar la construcción del
mayor número posible de submarinos alemanes. A tenor de estos planes,
la flota alemana, incluyendo los navios en construcción y los que ya habían
sido botados 1, había de comprender, a fines de 1944, ocho acorazados de
combate, dos cruceros de combate, los tres acorazados de bolsillo, dieciséis
cruceros, dos portaaviones y unos ciento noventa submarinos. Un plan adi-
cional preveía la construcción de otros navios de guerra, con lo cual, para
fines de 1948 2 , la marina de guerra alemana comprendería un total de

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ocho acorazados de combate, dos cruceros de combate, tres acorazados de


bolsillo, treinta y tres cruceros, cuatro portaaviones y unos doscientos se-
tenta submarinos. Sin embargo, Raeder se vio obligado a modificar estos
planes en la primavera del año 1939, cuando por la tensión política inter-
nacional, cada vez en aumento, se dio a entender que la guerra podía esta-
llar mucho antes de lo que se tenía previsto. Y se vio forzado a abandonar
sus planes constructivos cuando las hostilidades, en contra de todas sus
esperanzas, estallaron en el otoño de aquel mismo año.
Su reacción fue acusar a Hitler por no haber esperado más tiempo antes de
lanzarse a la guerra contra la Gran Bretaña. En un memorándum, redac-
tado para los archivos navales y que no debía ser sometido a Hitler, fecha-
do el tres de septiembre de 1939, el mismo día en que las potencias occi-
dentales declararon la guerra, se lamenta de que ésta hubiese comenzado
en contra «de las anteriores afirmaciones del Fiihrer de que no había que
contar con una guerra antes del año 1944...» Describe las ventajas que
Alemania hubiera disfrutado si la guerra hubiese podido ser aplazada has-
ta fines de 1944. En tal fecha hubiese podido contar con tres acorazados de
combate rápidos, tres acorazados de bolsillo, cinco cruceros pesados, dos
portaaviones y ciento noventa submarinos en la lucha contra la marina
mercante británica; otros seis acorazados de combate hubiesen podido ser
lanzados a la lucha contra los navios de guerra británicos destinados a la
defensa de las rutas marítimas; otros dos acorazados de combate y dos cru-
ceros de combate hubiesen servido para obstaculizar la libertad de acción
de la Home Fleet. Las perspectivas, en opinión de Raeder, «hubiesen sido
muy buenas en este caso... sobre todo, contando con la cooperación del Ja-
pón e Italia... para liquidar de una vez para siempre el problema británi-
co...» Sin embargo, puesto que la guerra estalló con cinco años de anticipa-
ción a los planes previstos, Alemania se vio en la necesidad de suspender la
construcción de navios de guerra pesados y concentrar toda su atención en
la construcción de submarinos. La marina de guerra alemana tenía que
evitar todos los posibles contactos con su adversario naval y concentrarse
solamente en la guerra contra el comercio marítimo británico. Pero, en rea-
lidad, tampoco estaba lo suficientemente preparada para poder cumplir
con éxito y de un modo efectivo con esta limitada misión. «El arma subma-
rina es todavía demasiado débil para ejercer efectos decisivos en la guerra.
Las unidades de superficie... no pueden hacer otra cosa que demostrar que
sus tripulaciones saben morir valientemente...».
Un memorándum que Doenitz había redactado dos días antes, recordó a
Raeder cuál .era la situación real de. las fuerzas submarinas. A diferencia

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del Comandante en Jefe, Doenitz no se lamentó de que tuvieran que ser


abandonados los planes para la construcción de una gran flota de superfi-
cie; para él, los submarinos representaban el único medio para derrotar a
la Gran Bretaña. «Los submarinos — dice en su memorándum — serán
siempre la base en que se apoyará la lucha contra Inglaterra y el medio pa-
ra ejercer una presión política sobre la misma.» El objeto del memorán-
dum no era deplorar que la guerra contra la Gran Bretaña comenzara ya en
el año 1939, en lugar de una fecha posterior más favorable. Tampoco apo-
yaba Doenitz a Raeder en sus críticas contra Hitleí. Pero sí estaba alarma-
do por la falta de preparación de las fuerzas submarinas, y también deci-
dido a hacer todo lo que estuviera en su poder para lograr un incremento
inmediato de las mismas. Disponiendo sólo de veintiséis submarinos con
un radio de acción suficiente para efectuar operaciones en el Atlántico, tan
sólo podía destinar ocho o nueve a lo sumo al mismo tiempo para dicho
fin. En su opinión, sin embargo, se necesitaba un mínimo de trescientos
submarinos para completar, con grandes probabilidades de éxito, el blo-
queo de la Gran Bretaña, o sea, el número de submarinos suficiente para
tener en acción a noventa submarinos a la vez en las zonas vitales del
Atlántico Norte 3.
Si la situación inmediata ofrecía pocas esperanzas, las perspectivas no eran
mucho mejores. Doenitz calculaba que, según el programa aprobado para
la construcción de submarinos, se podría contar para fines del año 1944
con sólo ciento cuarenta y cuatro submarinos capaces de operar en el
Atlántico, con ciento setenta y ocho submarinos para fines de 1946; todo
esto, sin contar el tanto por ciento de posibles pérdidas. «Es totalmente
imposible, si no se amplía este programa de construcción, que nuestros
submarinos puedan ejercer una presión efectiva sobre la Gran Bretaña o
sobre su comercio marítimo en un plazo de tiempo razonable.» Solicitó,
por lo tanto, la adopción de medidas especiales a expensas de las otras
construcciones navales, para asegurar «que el arma submarina pueda, lo
antes posible, estar en condiciones para cumplir con la principal misión a
ella encomendada, o sea, derrotar a Inglaterra».

II Las razones de su falta de preparacion


¿A qué se debe que la marina de guerra alemana no estuviese preparada?
El primer obstáculo a la expansión naval alemana había sido la limitación
impuesta a Alemania por el Tratado de Versalles. Las cláusulas navales del
Tratado limitaban la flota alemana a sólo seis navios pesados, seis cruceros
ligeros, doce destructores y doce torpederos, con un tonelaje mínimo para

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cada categoría, y prohibían a Alemania la posesión o construcción de sub-


marinos. Alemania se consideró ligada por esas cláusulas hasta que fueron
reemplazadas por el Acuerdo Naval Anglo-Germano 4 del mes de junio del
año 1935, que le permitía construir hasta un treinta y cinco por ciento de
cada categoría de los navios de guerra británicos de superficie, y hasta el
cuarenta y cinco por ciento de los submarinos y, siempre que no se supera-
ra esta proporción del treinta y cinco por ciento del tonelaje total, podía
Alemania, en determinadas circunstancias, con la explícita aprobación de
la Gran Bretaña, aumentar el número de submarinos hasta alcanzar la pa-
ridad con los británicos. Sin embargo, Raeder no podía contar con una rá-
pida expansión de la flota alemana, ya que un segundo obstáculo vino a in-
terponerse en sus planes. La limitada capacidad de los astilleros alemanes,
reducidos después de su derrota en el año 1918, no podían ser ampliados
con la suficiente rapidez una vez liberada Alemania de las cláusulas de Ver-
salles. Los astilleros eran tan limitados en su capacidad de producción, que
incluso las construcciones autorizadas por el Acuerdo Naval Anglo-Germa-
no no hubiesen podido ser completadas antes del año 1943; cuando
comenzó la guerra, la marina de guerra alemana no sobrepasaba los mode-
rados límites aprobados en el año 1935 5.
Otros factores retrasaron igualmente el programa de construcciones ale-
mán. Una flota naval requiere mucho más tiempo para su puesta a punto
que los ejércitos de tierra y que las fuerzas aéreas. Pero Hitler tenía prisa.
Le preocupaba la posición continental de Alemania, y los problemas que
afectaban al ejército de tierra y a las fuerzas aéreas. Se había entablado, al
mismo tiempo, una controversia dentro del mismo mando de la marina de
guerra con respecto a la dirección que debía seguir la expansión naval, si el
interés principal debía ser dedicado a la flota de superficie, que era la ten-
dencia preconizada por Raeder o, tal como reclamaba Doenitz, a la cons-
trucción de submarinos. Esta controversia se refleja en el memorándum de
Doenitz del primero de septiembre, que provocó gran malestar entre los
oficiales navales alemanes después de rotas las hostilidades 6.
En su conjunto, estas consideraciones explican, en cierto modo, la falta de
preparación de la marina de guerra alemana en el año 1939. Pero no son lo
suficientemente explícitas; no muestran toda la verdad sobre este proble-
ma. Las cláusulas navales del Tratado de Versalles hubiesen podido ser vio-
ladas, como ocurrió con casi todas las demás cláusulas de dicho Tratado,
antes de que Alemania hubiese sido dispensada de las mismas; sin embar-
go, fueron observadas al pie de la letra hasta ser reemplazadas por otras en
el año 1935. Los astilleros hubieran podido ser ampliados en su capacidad

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constructiva, si Alemania hubiese considerado conveniente adoptar esta


medida. La construcción de una flota requiere mucho tiempo. Pero se ob-
serva un significativo retraso de más de tres años entre la firma del Acuer-
do Naval Anglo-Germano y la aprobación, en el otoño del año 1939, de los
planes para la creación de una flota superior a las cifras convenidas en el
año 1935. En cuanto a la controversia en el seno de la propia marina de
guerra alemana, Hitler la resolvió en favor de Raeder, o sea, en favor de
una flota de superficie; Hitler tomó esta decisión en el año 1934, cuando
aprobó las proposiciones que condujeron a la firma del Acuerdo Naval An-
glo-Germano.
Estos puntos sugieren que la preferencia de Hitler por la Wehrmacht y la
Luftwaffe, se debía a una política preconcebida, como resultado de la falta
de interés por los asuntos navales; y, si hemos de hacer caso de ciertas de-
claraciones prestadas después de la guerra, éste fue, en efecto, el caso. En
opinión de Ribbentrop 7 Hitler deseaba vivamente, hasta el otoño de 1938,
reconocer la supremacía marítima británica, garantizar la integridad de
Holanda, Bélgica y Francia, y concertar una estrecha alianza con la Gran
Bretaña gracias a la cual, en compensación por la libertad de Alemania,
fuese donde fuese, como resultado de la renuncia británica a la tesis del
«equilibrio europeo», Alemania renunciaría a sus reclamaciones coloniales
y pondría a disposición de la Gran Bretaña su pequeña flota y doce divisio-
nes para la defensa del Imperio británico. No hay razón para desconfiar de
estas declaraciones de Ribbentrop. Se basan en pruebas documentales que
revelan que, al contrario de lo que cree la opinión pública general, advirtió
ya a Hitler en el mes de enero del año 1938 8 que la Gran Bretaña no acep-
taría el papel que se le quería asignar, y que preferiría luchar, a tolerar el
resurgimiento de una Alemania tan poderosa como la había planeado Hi-
tler. Y existe también el testimonio de Rae-der, que demuestra que ésta era
la ambición diplomática que dictó la política naval de Hitler antes de la
guerra.
Según Raeder 9, inmediatamente después de subir al poder en el año
1933, Hitler expuso como
base de una futura política naval germana, su firme decisión de vivir en
paz con Italia, el Japón e Inglaterra. En particular, no tenía la menor inten-
ción de disputar a Inglaterra la supremacía naval, que se correspondía con
sus intereses mundiales, y este punto de vista tenía intención de ratificarlo
en un tratado especial que fijase la correlación de fuerzas entre las flotas
alemana e inglesa... «La conclusión del tratado naval... fue iniciada plena-
mente por el Führer... su plan era ganarse a Inglaterra para una política de

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paz gracias a la proporción del treinta y cinco por ciento...» Ninguna de las
pruebas que podemos disponer en la actualidad y que hacen referencia a
las negociaciones navales anglo-germanas contradicen las afirmaciones de
Raeder. Alemania tomó la iniciativa en esas negociaciones; y lo hizo con la
intención de hacer una tentativa en favor de los intereses de la Gran Breta-
ña; las proposiciones alemanas en sí estaban lo suficientemente bien deli-
mitadas para garantizar a este país el fin de la rivalidad naval anglo-germa-
na. Las declaraciones de Raeder quedan confirmadas por su confesión de
que siempre se mostró «escéptico con respecto al plan del Führer para ga-
narse la buena voluntad de Inglaterra...» Siempre se lamentó de las limi-
taciones que el plan imponía a la expansión naval germana. Esta confesión
es confirmada por los documentos. Durante una conferencia celebrada en
el mes de junio del año 1934 10, en la que Hitler insistió en que las violacio-
nes de las cláusulas navales de Versalles debían mantenerse en el más ab-
soluto secreto, Raeder «expuso su punto de vista de que, de todas formas,
había que incrementar el poder de la flota para poder oponerla a Ingla-
terra».
Esta actitud de Hitler con respecto a la negociación del Acuerdo 'Naval An-
glo-Germano es confirmada, además, por su manifiesta aversión a violar el
Acuerdo y el haber ordenado un cambio en la política naval sólo cuando las
circunstancias comenzaron a presionarle en este sentido. No fue hasta des-
pués del Acuerdo de Munich, en el otoño del año 1938, que, en opinión de
Raeder 11, «comenzó a percatarse de la resistencia de Inglaterra y a recono-
cer en esta potencia el alma de la oposición del mundo entero contra Ale-
mania». Sin embargo, no se dio por vencido todavía en su política de que-
rer llegar a un acuerdo con Inglaterra. Pero así como hasta aquel momento
nada indica que no hubiese sido sincero en querer limitar la expansión na-
val germana, por lo menos, por el momento, con respecto a las cifras con-
venidas en el año 1935, en el otoño del año 1938 comenzó a interesarse en
la ampliación de la potencia de la marina de guerra alemana. El comienzo
de este proceso, dice Raeder, fue la adopción por Hitler del punto de vista
de que «todas las oportunidades que se nos ofrecen por los tratados ratifi-
cados deben ser aprovechadas... después de unas negociaciones pre-
liminares y amistosas con Inglaterra»; y en el mes de diciembre del año
1938 se hizo uso del derecho de construir hasta el cien por cien, en lugar
del cuarenta y cinco por ciento, de los submarinos británicos. «A partir del
mes de octubre del año 1938 — continúa la declaración de Raeder —, me
recalcó que cada navio que construyéramos debía ser más potente que su
oponente inglés, y me advirtió que debíamos estar preparados para embar-

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carnos en un gigantesco programa de construcciones»; fue por órdenes di-


rectas de Hitler que el nuevo programa de construcciones comenzó a lle-
varse a la práctica en el otoño del año 1938. Al propio tiempo, «durante el
invierno del año 1938, el Führer estudió la posibilidad de la denuncia del
tratado naval del año 1935».
Pero no se decidió a denunciar el acuerdo hasta fines del mes de abril si-
guiente; y, aparte de este acusado retraso, el espíritu que le animaba al dar
el paso final, revela claramente lo que había esperado del mismo y cuál ha-
bía sido su intención al iniciar las negociaciones. «A principios del año
1939 — escribe con respecto a este punto el almirante de la flota inglesa,
lord Chatfield — cuando yo formaba parte del Gabinete, el acuerdo fue de-
nunciado por Alemania. Esto ocurrió poco después de haber presentado
nuestra más viva protesta contra la agresión alemana en la primavera de
aquel año. A esta protesta contestó Hitler que en el año 1935, cuando fue
concertado el acuerdo, la Gran Bretaña había convenido en dejar las ma-
nos libres a Alemania en Europa a cambio de cedernos a nosotros el con-
trol de los mares.» 12
«Este punto de vista — leemos en el documento del almirante Chatfield—,
se basa en la realidad de los hechos.» Pero los diplomáticos son capaces de
basarse en suposiciones negativas cuando creen poder sacar algún benefi-
cio de las mismas. Los negociadores alemanes puede que. jamás se expre-
saran concretamente con respecto a esta idea; pero no hay razón para du-
dar de que éste era el punto de vista de Hitler en aquella época. Por el con-
trario, a la luz de los testimonios últimamente examinados, aparece claro
que lo que le condujo a llevar la iniciativa en las negociaciones del acuerdo
y lo que le indujo a observarlo hasta que fue denunciado el 27 de abril de
1939, fue la esperanza de que garantizaría la neutralidad británica mien-
tras él dedicaba toda su atención a los problemas europeos. Es evidente,
que hubiera podido contar con una marina de guerra mejor preparada en
el año 1939, si así lo hubiese deseado, pero que su política durante los años
anteriores a la guerra y, en especial, durante el período vital entre la firma
del Acuerdo Naval Anglo-Germano y el invierno del año 1938, fue descui-
dar deliberadamente y limitar los preparativos navales mientras prestaba
toda su atención a otros fines.
Esto, y sólo esto, puede ofrecer una explicación adecuada de la situación en
que se encontraba la marina de guerra alemana en el año 1939. Dificulta-
des materiales que obstaculizaban la expansión naval; controversias en el
seno de la propia marina de guerra; el hecho de que Hitler tenía prisa y no
podía dedicarse al mismo tiempo a la solución de todos sus problemas; su

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indiscutible preferencia por los problemas de la Wehrmacht y de la Luft-


waffe... todos esos factores contribuyeron, sin duda alguna, a fijar la políti-
ca naval de Hitler durante los años anteriores a la guerra. Sin embargo, es
posible que sólo sirvieran para confirmarle en una actitud que había adop-
tado ya previamente. En «Mí Lucha» escribió ya en el año 1924, que era un
absurdo tratar de conseguir la hegemonía en Europa frente a una Gran
Bretaña antagónica. «Sólo con Inglaterra — escribió refiriéndose a la políti-
ca alemana antes del año 1914 —, fue posible, una vez protegidas las espal-
das, iniciar el nuevo avance alemán... Ningún sacrificio hubiese sido lo su-
ficientemente grande para atraerse la buena voluntad de Inglaterra» 13.
Si esta política requería una actitud negativa frente a la potencia naval ale-
mana, no la adoptó simplemente porque no supo apreciar la importancia
del poder naval; y no es prudente creer que renunciara para siempre a las
pretensiones navales alemanas. La adoptó, porque estaba plenamente con-
vencido de que sería imprudente actuar en sentido contrario antes de ha-
berse asegurado la hegemonía en Europa. Hasta no haber asegurado su po-
sición continental, estaba decidido a evitar lo que él creía que había sido el
error fundamental del Kaiser al enfrentarse directamente con la Gran Bre-
taña. Pero no existe motivo para creer que la paz y la amistad con la Gran
Bretaña hubiesen sido siempre su máxima aspiración.

III La politica exterior britanica y la decision de Hitler de atacar


Polonia
Si, y por esta razón por encima de todas las demás, la marina de guerra ale-
mana estaba tan poco preparada, y los almirantes alemanes lo sabían, Hi-
tler, después de haber adoptado tales precauciones con respecto al poder
naval británico, sintióse tan desengañado en el mes de abril de 1939 como
para denunciar al Acuerdo Naval Anglo-Germano, ¿por qué tomó, pues,
una serie de medidas que habían de conducir forzosamente a la guerra?
¿Por qué, cuando se vio obligado a enfrentarse con la realidad de los he-
chos, a ordenar un cambio en la política naval, y reconocer que se tarda-
rían siete u ocho años antes de que Alemania pudiera contar, según pala-
bras de Raeder, «con una potencia naval suficiente para poder enfrentarse
ventajosamente a la marina de guerra británica» 14... no alteró sus objeti-
vos o, por Jo menos, retrasó su programa? ¿Fue sencillamente porque
creía poder tener las manos libres en Europa, a pesar del cambio en la acti-
tud británica que le había conducido a denunciar el acuerdo? ¿Fue por no
dudar de su habilidad en la preparación del ataque a Polonia, su próxima
víctima, sin correr el peligro de verse mezclado en una guerra con las po-

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tencias occidentales?
Ésta parece ser la evidente explicación a primera vista; y Raeder, por lo
menos, estaba convencido de ello por aquella época. Su memorándum del
3 de septiembre de 1939, comienza diciendo que «el Führer estuvo conven-
cido hasta el último momento de que la guerra debía ser evitada, aun en el
caso de que esto significase aplazar el acuerdo final sobre la cuestión pola-
ca». Continúa diciendo que Hitler declaró que éste era su punto de vista,
deduciendo de ello que Hitler decidió no aplazar el ataque contra Polonia
por estar convencido de que esto no significaba necesariamente la guerra
con Francia y la Gran Bretaña. En una carta posterior del 11 de junio de
1940 15, dirigida a todos los oficiales navales, Raeder anunció nuevamente
que «el Führer había esperado hasta el último momento poder aplazar el
conflicto con Inglaterra hasta los años 1944-1945». Pero ésta es una ver-
sión demasiado simplificada de los hechos: Raeder, en su impotencia, ha-
cía caso omiso del curso de los acontecimientos durante los seis meses
anteriores.
Es evidente que Hitler creyó hasta el último momento que las potencias oc-
cidentales no intervendrían en favor de Polonia; es evidente también que
durante los primeros meses del año 1939, a pesar de ciertos recelos, estaba
convencido de que no intervendrían si él sabía elegir el momento oportu-
no. A fin de cuentas, sus métodos le habían proporcionado brillantes éxitos
durante los años 1936, 1937 y 1938; confiaba plenamente en que obtendría
de nuevo el éxito deseado y que se le presentaría el momento oportuno pa-
ra actuar. En esta disposición de ánimo se arriesgó a la «liquidación final
de Checoslovaquia», y, algo más tarde, el 25 de marzo de 1939, reveló que
no tenía ninguna prisa por atacar a su próxima víctima. Por aquella fecha
le dijo a von Brauchistsch que, a pesar de que el problema no debía ser
abandonado, no intentaría forzar la cuestión polaca en un futuro próximo,
a no ser que se presentaran condiciones políticas especialmente favorables
16

Pero esta seguridad se esfumó y, al mismo tiempo, Hitler se vio obligado a


iniciar su acción contra Polonia instigado por el previo anuncio del 31 de
marzo de Mr. Chamberlain con respecto a la declaración de ayuda mutua
anglo-polaca, seguida por la publicación de esta declaración el 6 de abril.
El 3 de abril, tres días después de la declaración de míster Chamberlain,
Hitler ordenó que se hicieran los preparativos necesarios a fin de que el
ataque contra Polonia pudiera iniciarse en cualquier momento que creye-
ran oportuno a partir del primero de septiembre de 1939 17. El 11 de abril,
cinco días después de la publicación de la declaración anglo-polaca, dictó

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Hitler no se equivoco

unas segundas directrices más detalladas 18.


Estas directrices hacían caso omiso de los primeros resultados sobre un
cambio definitivo en la política exterior británica. Las primeras directrices
eran, al parecer, una amarga réplica a la declaración de Chamberlain; las
segundas, revelaban la confianza de Hitler de que el problema polaco po-
dría ser aislado. El Anexo 1 de las directrices del 11 de abril, referentes a la
seguridad de las fronteras del Reich y la protección contra ataques aéreos
por sorpresa durante el ataque contra Polonia, anuncia que «no hay que
prever... el estado de guerra». El Anexo II declara que «la ambición políti-
ca es aislar a Polonia, y limitar la guerra a dicho Estado, y esto puede ser
considerado como factible en vistas de la crisis interna en Francia y la re-
serva observada por parte de Inglaterra», y es más explícita todavía en otro
párrafo. «El gran objetivo — continúa — en la creación de las fuerzas arma-
das alemanas es determinado por el antagonismo de las potencias occiden-
tales. El ataque contra Polonia constituye solamente un complemento de
estos preparativos en nuestro sistema defensivo. No debe, en modo alguno,
ser considerado como el comienzo de una acción militar contra nuestros
oponentes en el Oeste.» Pero esta íntima relación cronológica entre las de-
claraciones anglo-polacas y las directrices germanas, sugiere que no fue
tanta la confianza como la ansiedad lo que impulsó a Hitler a dictar dichas
directrices cuando, por fin, se percató del cambio en la actitud británica;
además, esta suposición está confirmada si consideramos el vivo contraste
entre la declaración de Hitler a von Brauchistsch el 25 de marzo, seis días
antes de la declaración de Mr. Cham-berlain, y lo que sabemos de su acti-
tud al redactar las directrices tan poco tiempo después de esta declaración.
Hitler le dijo a von Brauchistsch que estaba dispuesto a esperar a que se
presentaran condiciones favorables; sin embargo, a pesar de lo que afirmó
en las directrices, no es de suponer que Hitler creyera que la declaración
inglesa pudiera redundar en una situación especialmente favorable para
un ataque contra Polonia; y hay testimonios suficientes que demuestran
que Hitler estaba convencido de lo contrario. El 15 de abril, cuatro días
después de publicarse las segundas directrices, Goering le dijo a Mussolini
que, en opinión de Hitler, no podía con-íiarse ya por más tiempo en que la
Gran Bretaña «dejase las manos libres a los países autoritarios para ase-
gurar sus intereses vitales» 19, en tanto que, el 27 de abril, tal como ya he-
mos indicado, era denunciado oficialmente por el Gobierno alemán el
Acuerdo Naval Anglo-Germano, uno de los medios principales con el cual
había contado Hitler para asegurarse la libertad de acción.
Un mes más tarde, Hitler confesó abiertamente, en contraste con la con-

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Hitler no se equivoco

fianza que había expresado en sus directrices del mes de abril, que tal vez
fuese imposible aislar a Polonia. El 23 de mayo, en un discurso a los oficia-
les del Estado Mayor, reconoció que «el problema polaco no puede ser
.deslindado del conflicto con el Oeste... No es seguro que en una lucha ger-
mano-polaca pueda ser evitada la guerra con el Oeste...» 20. En unas órde-
nes del 4 de agosto, dirigidas a la Sección de Operaciones de la marina de
guerra alemana, se declara que «es posible que, en el caso de un conflicto
con Polonia, intervengan las potencias garantizadoras (Francia e Inglate-
rra)».
Sin embargo, continuaron sin interrupción los preparativos para el ataque
contra Polonia, y la decisión de Hitler de pasar a la acción en el otoño, se
fue confirmando por momentos. En un discurso pronunciado el 23 de ma-
yo anunció su decisión de atacar Polonia «en la primera ocasión que se
presentase...» o, mejor dicho, puesto que las directrices del mes de abril
eran lo suficientemente explícitas a este respecto, confirmó esta decisión a
pesar de todos los posibles riesgos. En cuanto a las órdenes navales del 4
de agosto, el hecho de su existencia es una razón más para creer que, por
aquel entonces, había decidido ya pasar a la acción directa en 1939, fuese
cual fuese la actitud de las potencias occidentales. En estas órdenes se da-
ban instrucciones a dos acorazados de bolsillo para ocupar posiciones
avanzadas en el Atlántico, en el caso de que la Gran Bretaña y Francia de-
clararan la guerra cuando fuera invadida Polonia. Órdenes similares para
los submarinos fueron discutidas por el Estado Mayor Naval el 2 de agosto
21. Entre el 19 y el 24 de agosto, de acuerdo con estas órdenes, a pesar de

que no se había tomado ninguna medida durante la crisis de Munich del


año anterior, dos acorazados de bolsillo abandonaron el Báltico para ocu-
par posiciones avanzadas en el Atlántico y veintiún submarinos fueron en-
viados en servicio de patrulla, la mayoría de ellos frente a las costas británi-
cas.
O sea que, a fines del mes de abril de 1939, Hitler no sólo había denuncia-
do el Acuerdo Naval Anglo-Germano y, con ello, abandonado toda la espe-
ranza que hasta aquel momento había justificado su poco interés por la
marina de guerra alemana, la esperanza de la neutralidad británica, sino
que respondió al cambio de actitud británica insistiendo en su intención de
querer atacar a Polonia. A fines de mayo, a pesar de las declaraciones de
Raeder, que afirman lo contrario, ya no estaba tan seguro de que el ataque
contra Polonia pudiera ser aislado de una guerra contra las potencias occi-
dentales. A pesar de esto, decidió no aplazar el ataque al mismo tiempo
que tomaba precauciones navales y no esperar que se presentara una opor-

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Hitler no se equivoco

tunidad mejor para atacar a Polonia. ¿Qué es lo que le impulsó, en tales cir-
cunstancias, a poner en práctica esa decisión?

IV El Pacto Ruso-Germano
Una posibilidad, de cuya existencia e importancia no puede haber la me-
nor duda, fue la de concertar un pacto con Rusia. Las negociaciones ruso-
germanas comenzaron a principios del mes de abril de 1939. Continuaron
durante todo aquel período en el cual, Hitler, mientras iba perdiendo la
confianza en la posible neutralidad de la Gran Bretaña, reunía los medios
necesarios que. le permitieran lanzarse a la acción en 1939. No cabe la me-
nor duda de que estas negociaciones, y, sobre todo, el hecho de que fueran
comenzadas por iniciativa rusa, influyeron poderosamente en su actitud
con respecto al problema creado por el cambio de actitud británica. Las ín-
timas relaciones entre las fases de estas negociaciones por un lado, y las
decisiones de Hitler por otro, son directas y claras 22.
Cuando el embajador ruso llamó el 17 de abril de 1939 al Secretario de Es-
tado alemán, tan poco tiempo después de haberse publicado la declaración
anglo-polaca, hacía meses que se encontraba en Berlín sin haber aprove-
chado otras oportunidades para discutir sobre temas políticos con el Mi-
nisterio de Asuntos Exteriores alemán; preguntó, sin ninguna clase de
rodeos, cuál era la opinión de Alemania con respecto a las relaciones ruso-
germanas y manifestó que no había razón alguna para no mejorar las que
entonces existían. Parece probable que, al dar este paso, Moscú reacciona-
ra por su propia cuenta con respecto a la reciente declaración anglo-pola-
ca; sin embargo, fuese cual fuese el motivo, el significado de esta actitud
no podía pasar inadvertido en Berlín. El 28 de abril pronunció Hitler su
discurso en el Reichstag, ante el cual denunció el Tratado Naval Anglo-Ger-
mano y en el que omitió referirse en tonos hostiles a la Rusia Soviética. Es-
te discurso fue seguido en Rusia por la destitución de Litvinov el 3 de ma-
yo, y el 20 del mismo mes el Gobierno soviético se decidió a dar un paso
más hacia el acercamiento con Alemania. Al preguntarle a Molotov si las
conversaciones económicas ruso-germanas podían ser reanudadas, éste
respondió que las conversaciones económicas «sólo podían ser reanudadas
si las bases políticas necesarias para ellas habían sido estructuradas previa-
mente». Tres días más tarde, Hitler se dirigió a sus generales. El discurso
fue tan confuso como largo, pero una cosa aparece bien clara: Hitler había
ya decidido que, a pesar de todo, la política alemana era atacar a Polonia
en la primera oportunidad que se presentase. Una semana después de este
discurso, el 30 de mayo, después de previas vacilaciones, se informó al em-

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Hitler no se equivoco

bajador alemán en Moscú que, «contrariamente a la política previamente


planeada, hemos decidido iniciar negociaciones definitivas con la Unión
Soviética». Las instrucciones referentes a las disposiciones navales prepa-
ratorias en el Atlántico y en el mar del Norte fueron publicadas ya a prin-
cipios del mes de agosto; pero.los navios de guerra no recibieron órdenes
de abandonar el Báltico hasta el 19 de agosto, o sea, el día en que el Gobier-
no alemán se enteró por primera vez, con cierta seguridad, de que Moscú
estaba dispuesto a concertar un pacto.
Durante las negociaciones que condujeron a la aceptación final por parte
de Moscú, el 19 de agosto, de la propuesta visita de Ribbentrop 23, y el tele-
grama personal de Hitler a Stalin, del 20 de agosto, rogando que la visita
pudiera efectuarse el 22 ó 23 de agosto, Alemania tomó la iniciativa. Es evi-
dente la ansiedad de Hitler por concertar este pacto y por firmarlo lo antes
posible.
Obtuvo el éxito deseado; el Pacto fue firmado en Moscú a primeras horas
del 24 de agosto; pero el 22 de agosto, en otro discurso a sus generales, Hi-
tler anticipó el resultado 24. Los informó que el Pacto 25 sería firmado en el
plazo de uno a dos días. Les confesó igualmente que siempre había estado
«convencido de que Stalin jamás aceptaría aliarse con Inglaterra» ; que, a
su juicio, la substitución de Litvinov era decisiva. «Y, por consiguiente, gra-
dualmente he iniciado este cambio con respecto a Rusia.»
Sin embargo, fue en parte, debido a las esperanzas que concibió con res-
pecto al Pacto con Rusia, que Hitler, partiendo del punto de vista de que
las potencias aliadas lucharían por Polonia, decidió conti-ínuar con sus
planes respecto a Polonia, pero también es evidente que su decisión de ata-
car a la misma en el otoño del año 1939, anunciada ya en sus directrices
del mes de abril, y confirmadas el 23 de mayo, fue tomada ya antes de que
las negociaciones con Rusia entraran en una fase positiva. La posibilidad
de un pacto ruso-germano flotaba ya en el aire desde Munich; pero no fue
Hitler el que tomó la iniciativa a este respecto para entablar negociaciones
concretas; y su decisión con respecto a Polonia había sido ya anunciada
cuando los rusos dieron el paso decisivo el 17 de abril. El hecho de que hu-
biese, ya tomado y anunciado su decisión puede haber sido, desde luego, la
única razón que le impulsó a vencer sus objeciones a negociar con Rusia. A
pesar de las afirmaciones de Hitler, no fue sin profundas vacilaciones que
confirmó el 23 de mayo las directrices aprobadas en el mes de abril. Fue
probablemente el resultado de esta ratificación la que decidió a Hitler a
continuar las negociaciones con Moscú. Y las instrucciones al embajador
alemán, enviadas el 30 de mayo, no ofrecen la menor duda de que sólo

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Hitler no se equivoco

muy poco antes había cambiado de opinión con respecto a un punto tan
importante. Pero incluso en el caso de que llegara a esta decisión después
de la substitución de Litvinov, a principios del mes de mayo, tal como
afirmó Hitler, en lugar de tomar la decisión a fines de mes, lo cierto es que
las directrices referentes a Polonia habían sido ya anunciadas; y este hecho
basta para demostrar que, prescindiendo de lo que podía esperar de un
pacto con Rusia, existía además, otro elemento en la situación.
Este otro factor era la ulterior determinación de Hitler, después de las de-
claraciones de Chamberlain 26 del 31 de marzo, de mantenerse fiel al nuevo
programa que el cambio de frente en la política exterior británica le había
obligado a adoptar: o sea, atacar a Polonia en el otoño.
Ésta era su actitud y hemos tratado de fundamentarla sobre la base de la
íntima relación cronológica entre sus directrices del mes de abril y la decla-
ración anglo-polaca. Pero esto no revela en toda su amplitud el por qué la
declaración anglo-polaca no sólo forzó sus movimientos, sino que también
le ayudó a perder la serenidad. Existe la evidencia de que, aun en el caso de
no haber logrado concertar un pacto con Rusia, hubiese atacado, no obs-
tante, a Polonia.
Al revisar los resultados de esta argumentación, es necesario recordar que
Hitler anunció sus directrices para el ataque contra Polonia antes de que
las negociaciones ruso-germanas hubiesen sido iniciadas en serio y, ade-
más, el hecho de que no fue precisamente por iniciativa de Hitler, sino sólo
de Moscú, el que se iniciaran negociaciones en sentido positivo. La fase si-
guiente la encontraremos expuesta en su discurso del 23 de mayo 27. Su ob-
jeto fue confirmar su decisión de atacar a Polonia en la primera ocasión
oportuna; sin embargo, seguramente porque su mente no estaba todavía
preparada para las negociaciones con Rusia, la esperanza de un resultado
feliz de las mismas representaba sólo un factor subordinado a estas conclu-
siones.
Lo cierto es que estaba sumamente interesado en el resultado de las nego-
ciaciones con Rusia; mencionó que «en los comentarios de la Prensa rusa
se observa una prudente reserva»; creía que «no era imposible que Rusia
se desinteresará por completo de la destrucción de Polonia». Pero muy le-
jos de estar seguro de esto, lejos de dejarse influir por cualquier esperanza
con respecto al pacto con Rusia, continuaba creyendo que Rusia se opon-
dría a cualquier ataque contra Polonia; y, sin embargo se aferraba a la
decisión que ya había tomado de lanzarse al ataque.
«En el caso de que Rusia tome medidas para oponerse a nuestros planes
— declaró —, nuestras relaciones con el Japón se harán más íntimas y es-

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trechas... El Japón es un elemento de peso. Incluso si, al principio y por va-


rias razones, su colaboración con nosotros aparece un tanto fría y reserva-
da, está dentro de todas las posibilidades que el Japón en su propio interés
pueda atacar a Rusia a su debido tiempo.» Pero esto no era todo. Por la
época en que suponía que Rusia se opondría a un ataque contra Polonia,
no sólo estaba dispuesto a confiar en «el propio interés del Japón» para
paralizar a Rusia; estaba ya tan decidido a llevar adelante sus planes que
juró que no se detendría incluso ante la contingencia mucho peor de de
una alianza entre Rusia, Francia y la Gran Bretaña. En este caso, declaró,
se decidiría igualmente por el ataque, a pesar de que adoptaría una estrate-
gia diferente. «Me vería obligado a asestar a Inglaterra y Francia (primero)
unos cuantos golpes para aniquilarlas.»
Éstos eran sus puntos de vista en una época en que, lejos todavía de estar
seguro de poder concertar un pacto con Rusia, había de pasar todavía otra
semana antes de que instruyera al embajador alemán en Moscú de que
«contrariamente a la política previamente planeada, hemos decidido ini-
ciar negociaciones definitivas con la Unión Soviética», y, a este argumento
de que, tanto si se firmaba el pacto con Rusia como si no, estaba Hitler de-
cidido a atacar an el año 1939, hay que añadir otro. Su decisión de actuar y
sus preparativos para lanzarse a la acción no eran en modo alguno afecta-
dos por el hecho que continuaba siendo incierto si las negociaciones con
Rusia redundarían en un éxito.
A principios de agosto, las relaciones con Rusia continuaban siendo las
mismas de siempre. Las disposiciones de precaución naval fueron tomadas
en una época en que Hitler todavía no podía estar seguro de si Rusia acce-
dería a firmar el Pacto. Las órdenes del 4 de agosto a los acorazados de bol-
sillo confirmaban, en efecto, que «la actitud de Rusia es incierta, a pesar de
que, en un principio, puede suponerse que se mantendrá neutral, pero con
cierta inclinación favorable hacia las potencias occidentales y Polonia...» El
día en que fueron anunciadas estas disposiciones, el embajador alemán en
Moscú resumió el estado de las negociaciones con las siguientes palabras:
28 «Mi impresión es que el Gobierno soviético está actualmente decidido a

firmar un acuerdo con Inglaterra y Francia si estas potencias acceden a sa-


tisfacer los deseos rusos... Será necesario un esfuerzo considerable por
nuestra parte para obligar al Gobierno soviético a cambiar de actitud.» Sin
embargo, los navios de guerra habían recibido ya órdenes de estar prepara-
dos para hacerse a la mar rumbo al Atlántico.
Es posible que Hitler viera la situación con mayor claridad que su embaja-
dor; sea como sea, tal como hemos indicado ya anteriormente, los navios

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Hitler no se equivoco

de guerra no recibieron órdenes de abandonar el Báltico hasta que la firma


del Pacto germano-ruso era ya un hecho cierto. Sin embargo, surge una du-
da en la formulación y fecha de estas órdenes navales, así como también
del discurso del 23 de mayo, o sea, al abandonar aquel principio en el que
tanto había insistido hasta la fecha, la necesidad de mantener paralizada a
Inglaterra antes de que él atacara en el Este, Hitler se sentía tan seguro de
sus fuerzas a mediados del año 1939 que podía muy bien renunciar a otro
de sus principios. No se puede afirmar con certeza de que hubiese atacado
a Polonia cuando lo hizo, incluso en el caso de no haberse llegado a la fir-
ma del Pacto germano-ruso. De todas formas, se aseguró la firma del Pac-
to. No sabemos lo que hubiese hecho sin antes haber firmado el Pacto; es
probable que el propio Hitler no lo supiera. Pero no parece improbable
que. hubiera atacado Polonia y se hubiera arriesgado a todas las conse-
cuencias, tanto en el Oeste como en el Este, si hubiese fracasado en sus ne-
gociaciones con Rusia.
Existe otra evidencia que hemos de considerar. Es necesario examinar las
negociaciones ruso-germanas, no por aquella época, desde el punto de vis-
ta de su éxito final y las afirmaciones de Hitler a continuación, sino a la luz
de las dificultades que tan fácilmente hubiesen podido prevalecer29.
Es evidente que la nota dominante en las negociaciones fue la desconfianza
mutua. Es evidente, pero igualmente confirmado por los documentos, que
hubieron violentas oscilaciones en la política alemana y vivas dudas con
respecto al éxito de las negociaciones debido a la indecisión de Hitler. En-
tre el 21 y el 26 de mayo, por ejemplo, se redactaron proposiciones de gran
alcance, para ser enviadas al embajador alemán en Moscú, que Hitler rehu-
só mandar alegando que eran demasiado explícitas. Es cierto que, de
acuerdo con su discurso del 23 de mayo, pronto cambió de parecer y que el
embajador alemán fue informado el 20 de mayo de que «contrariamente a
la política previamente planeada, hemos decidido iniciar negociaciones de-
finitivas». Pero cuando el embajador alemán propuso en el mes de junio
invitar a una delegación rusa a Berlín «con todos los poderes necesarios»,
Hitler redactó una respuesta que hubiera puesto punto final a las negocia-
ciones si hubiese sido enviada. Como en muchas otras ocasiones, dudó y,
finalmente, retiró su orden; pero no creemos equivocarnos al afirmar que,
si sólo hubiese dependido de Hitler, las negociaciones hubieran terminado
en un fracaso; y no está de más recordar a este respecto que el 23 de no-
viembre de 1939, después de iniciadas las hostilidades, consideró como
una especie de milagro haber logrado evitar la guerra en los dos frentes.
«Es necesario percatarse plenamente del hecho — declaró — de que, por

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primera vez en 67 años, no luchamos en una guerra de dos frentes. Lo que


habíamos deseado ya desde 1870 y que parecía imposible que pudiera lo-
grarse nunca ha sido conseguido» 30.
Si juzgamos acertadamente las negociaciones con Rusia, la actitud de Hi-
tler entre el mes de mayo y septiembre del año 1939, y su eventual ataque
contra Polonia, aparecen en una luz clara como el resultado lógico de la po-
sición que adoptó con sus directrices del mes de abril, o sea, una política
totalmente independiente del éxito o fracaso de las negociaciones con Mos-
cú. Mucho antes de que estas negociaciones se encauzaran por derroteros
positivos, hablaba como un hombre convencido de la urgente necesidad de
atacar a Polonia en el otoño del año 1939. Al mismo tiempo, se reveló lo
bastante prudente para insistir en que las circunstancias del momento del
ataque debían ser lo más favorables posible. Durante el curso de las nego-
ciaciones con Rusia, por lo menos, a partir de los últimos días del mes de
mayo, resulta claro su interés en concertar el Pacto, puesto que éste ayuda-
ría a que las circunstancias fuesen más fáciles y favorables. Esto no quiere
decir, sin embargo, que lo deseara y que sin él no se atrevería a actuar.

V El dilema de Hitler en el Oeste


Este argumento está confirmado igualmente por la actitud de Hitler con
respecto a las potencias occidentales durante los últimos meses de paz. El
hecho de que, incluso sin el pacto ruso, se hubiese decidido a atacar a Polo-
nia en el año 1939 se basa, en última instancia, en el argumento de que se
dejaba dominar por el convencimiento de que la guerra con las potencias
occidentales era inevitable y que, en tales circunstancias el tiempo no ac-
tuaba en su favor;-y no cabe la menor duda de que así era en efecto.
Cuando el 5 de noviembre del año 1937 31, definió su objetivo como la ex-
pansión del espacio vital alemán en Europa, comenzando con la «liquida-
ción» de Austria y Checoslovaquia, estaba ya convencido de que «el proble-
ma alemán sólo puede ser solucionado por la fuerza y esto siempre entraña
un riesgo». Sin embargo, todavía no se sentía ligado a ningún programa
definido; estaba dispuesto a considerar la necesidad de actuar según las
contingencias; estaba dispuesto a esperar a que se presentaran las ocasio-
nes más favorables y postergar hasta aquel momento sus decisiones. Pero
presentía que ya no podría retrasar su acción más allá del período 1939-
1945: «lo cierto es que no podemos esperar más tiempo». Incluso la necesi-
dad de tener que esperar durante tanto tiempo, considerado como Caso 1,
comenzaba ya a pare-cerle como un riesgo demasiado grande. «Si no nos
lanzamos a la acción hasta 1943-1945, cualquier año nos puede traer una

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crisis de alimentos... Y, sobre todo, el mundo se anticipará a nuestras ac-


ciones y adoptará medidas de prevención... Nuestro poder disminuirá...»
Y, en proporción con la necesidad de actuar antes de los años 1943-1945,
las posibilidades de una acción previa, en ocasiones en que las potencias
occidentales estuviesen demasiado ocupadas para poder intervenir, co-
menzaron a parecerle sumamente atractivas.
Estas posibilidades fueron consideradas como Caso 2 y Caso 3. El Caso 2
presuponía «una crisis política interna en Francia de tales dimensiones
que absorba por completo al Ejército francés»; en tal caso, «habría llegado
el momento de proceder contra Checoslovaquia». Caso 3, requería una
guerra en el Mediterráneo entre Italia y las potencias occidentales; en tal
caso, estaba «firmemente decidido a hacer uso del momento favorable
oportuno, incluso ya en el año 1938».
Pero ninguna de estas posibilidades se materializó. Sin embargo, no supo
esperar. Austria y Checoslovaquia habían sido «liquidadas» ya en la
primavera del año 1939. Se enfrentó en ambos casos con menos oposición
de la que él había contado, lo cual le estimuló a pensar en futuras acciones.
Sin embargo, más adelante, se enfrentó con más oposición de lo que había
esperado y deseado, y su aversión por el Acuerdo de Munich se debió, prin-
cipalmente, al hecho de que hubiese sido necesario llegar a tal acuerdo.
Pronto se demostró que dichas acciones habían servido para poner al mun-
do sobre aviso. Su actitud aceleró el rearme de otros países y condujo al en-
friamiento de. las relaciones con Inglaterra que él tanto interés había teni-
do en evitar. Pero le estimuló igualmente a lanzarse de nuevo a la acción.
Siempre había considerado que Austria y Checoslovaquia sólo eran un
principio; y si Alemania quería continuar y afianzar estos éxitos, parecía
un deber imperativo lanzarse a la conquista de su objetivo lo antes posible.
Ya no era cuestión de esperar hasta los años 1943 -1945; y, en este estado
de ánimo, redactó las directrices del mes de abril del año 1939 y comenzó a
forjar sus planes para atacar a Polonia en el otoño de aquel mismo año.
El grado en que esta decisión fue influida por la alternativa en el Oeste, se
refleja en su discurso del 23 de mayo del año 1939. Mucho más importante
que la actitud rusa, como factor en sus determinaciones para atacar a Polo-
nia sin aplazamientos de ninguna clase, era el problema del poder relativo
entre Alemania y el Oeste. El argumento más convincente en favor de una
acción contra Polonia que aparece en su discurso, era su punto de vista de
que «un arma posee sólo una importancia decisiva para ganar batallas
cuando el enemigo no la posee». «Esto — continuó — vale para los gases,
los submarinos y las fuerzas aéreas. Se revela como cierto con respecto a

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las fuerzas aéreas, por ejemplo, mientras la flota de guerra británica no es-
té en condiciones de adoptar contramedidas; pero éste ya no será el caso
en los años 1940 y 1941. Frente a Polonia, para tomar otro ejemplo, los ca-
rros de combate serán más eficaces, puesto que el Ejército polaco no puede
contrarrestar la acción de los mismos. Cuando la presión directa no puede
ser considerada ya por más tiempo como factor decisivo, ha de ser reem-
plazada por el factor sorpresa y por la habilidad en la acción.» Con cada
mes que se retardara, estaba convencido de que disminuiría la ventaja de
los armamentos alemanes con respecto a Polonia y a las potencias occiden-
tales. Además, Alemania «se encuentra por el momento dominada por el
fervor patriótico, que es compartido por otras dos naciones, Italia y el Ja-
pón», pero es posible que esta situación no perdure siempre. Fue por estas
razones, más que por influencia de cualquier esperanza con respecto al
pacto con Rusia, que decidió continuar firmemente adelante con sus pla-
nes.
Sin embargo, todavía resultaba importante aislar a Polonia antes de atacar-
la; todavía era lo bastante prudente para percatarse plenamente de este he-
cho; y comenzó a pensar en que un pacto con Rusia podría colmar esta as-
piración. Pero el problema que le afectaba más vivamente era aislar a Polo-
nia del Oeste y no de Rusia. «Nuestros esfuerzos deben tender a aislar a
Polonia — declaró —. El éxito de este aislamiento es de una importancia
decisiva. No debe haber un conflicto simultáneo con el Oeste.» «Un ataque
contra Polonia sólo se revelará satisfactorio, en el caso de que no interven-
ga el Oeste.» Cuando Polonia fue atacada, se prohibió que ningún soldado
alemán cruzara la frontera del Oeste; nada debía incitar a la Gran Bretaña
y a Francia a declarar la guerra. En el ataque contra el Oeste «debe ser
nuestro objetivo comenzar con un golpe aniquilador... pero esto sólo será
posible si no nos embarcamos en una guerra con Inglaterra por culpa de
Polonia».
Y, sin embargo, como Hitler confiesa en el mismo discurso, a pesar de los
preparativos tomados, «lo más probable es que el problema polaco no pue-
da ser independiente, de un conflicto con el Oeste... No es seguro que, du-
rante el curso de una lucha germano-polaca, pueda ser evitada la guerra
con el Oeste». Pero en esta situación, el 23 de mayo, antes de poseer la cer-
teza de que se llegaría a la firma del pacto con Rusia, incluso antes de ha-
berse decidido a continuar las negociaciones, y convencido de que un pacto
con Rusia no sería capaz de evitar la guerra con las potencias occidentales
si atacaba a Polonia, no vaciló un solo instante en seguir firmemente el cur-
so que se había trazado. «Incluso en el caso de que intervinieran las poten-

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cias occidentales — dijo en su discurso — será preferible atacar en el Oeste


y liquidar a Polonia.» «Si no poseemos la absoluta certeza de que un con-
flicto germano-polaco no conducirá a la guerra contra el Oeste, será prefe-
rible dirigirse en primer lugar contra Inglaterra y Francia.» Su intención
era, en todos los casos, atacar tanto en el Oeste como en el Este; y «el Füh-
rer duda de la posibilidad de llegar a un acuerdo pacífico con Inglaterra».
Por consiguiente, «debemos estar preparados para el conflicto... La alter-
nativa está entre atacar o defender».
Estos argumentos fueron el tema principal del discurso a sus generales el
22 de agosto 32, en que anunció sus esperanzas de concertar un pacto con
Rusia. Se felicitó a sí mismo por el hecho de que «Polonia se encuentra ac-
tualmente en la situación que yo deseaba verla». Sin embargo, los últimos
acontecimientos no habían servido para averiguar a ciencia cierta la acti-
tud que podrían adoptar las potencias occidentales. Y tampoco para resol-
ver el dilema de Hitler en el Oeste. Admitió que todavía no sabía si la Gran
Bretaña y Francia acudirían en auxilio de Polonia; «no podemos referirnos
con certeza a esta posibilidad». Era posible que el pacto con Rusia les hicie-
ra desistir de intervenir: «es posible que ahora (a la vista del pacto) el Oes-
te no intervenga...». Lo más probable era, en opinión de Hitler, de que se
limitaran a protestar, pero que no se lanzarían a una acción militar. Las po-
tencias occidentales sólo podían luchar contra Alemania tratando de blo-
quearla o por medio de un ataque directo. El bloqueo redundaría en un
completo fracaso teniendo en cuenta las fuentes de suministro de Alema-
nia en el Este; un ataque directo a través del frente occidental era imposi-
ble; la Gran Bretaña y Francia no podían atreverse ni un solo momento a
atacar a Alemania a través de los países escandinavos, los Países Bajos,
Suiza o Italia. «Es posible que declaren la guerra, pero esto de poco puede
servir a Polonia.» Era de suponer que reconocerían este hecho, antes de
lanzarse a una acción irremediable. Diez días antes había expuesto el mis-
mo punto de vista a Ciano, manifestando que «estaba personalmente con-
vencido de que las potencias occidentales evitarían precipitarse en una
guerra general» 33. Pero también quedaba la posibilidad de que no se con-
tentaran con una mera acción de protesta y estuviesen decididas a luchar.
¿Debía Alemania correr este riesgo?
Poseía menos dudas en aquel momento sobre la necesidad de correr el
riesgo que las habidas en el mes de mayo. Existían muchos factores que ha-
blaban en favor de Alemania en aquel momento, y era posible que aquella
situación tan favorable cambiara de aspecto. «Es probable que nadie vuel-
va a merecer la confianza de todo el pueblo alemán, como yo... Pero cabe

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contar con la posibilidad de que sea eliminado en cualquier momento por


un criminal o un idiota...» «La vida de Mussolini también es vital. Si algo
le ocurriera, la lealtad de Italia ya no sería tan cierta...» «Todas estas cir-
cunstancias tan favorables no prevalecerán dentro de dos o tres años. Na-
die sabe cuánto tiempo viviré...» Luego, había que contar con la debilidad
de los oponentes. La Gran Bretaña había sido debilitada por la Primera
Guerra Mundial. Lo mismo cabía decir con respecto a Francia...
«No existe ningún hombre con personalidad predominante en Inglaterra o
Francia... Nuestros enemigos no disponen de estas personalidades; hom-
bres de acción... En todo caso nosotros nada tenemos que perder... sólo po-
demos ganar. Nuestra situación económica es tal, que sólo podemos alar-
garla durante unos pocos años más... No tenemos otra solución; tenemos
que actuar... Por este motivo, es preferible que el conflicto estalle ahora...
No podemos permitir que la iniciativa pase a manos de otros... Debemos
aceptar el riesgo que entraña nuestra decisión irrevocable... Nos enfrenta-
mos con la alternativa de asestar el golpe ahora o ser destruidos más pron-
to o más tarde... Lo único que temo es que algún «Schweinehund» se ofrez-
ca como mediador... No debemos retroceder ante nada. Todo el mundo de-
be estar firmemente convencido de que estamos decididos, ya desde un
principio, a luchar contra las potencias occidentales...»
No cabe la menor duda: fue un discurso violento y agresivo; y a sabiendas
de que el pacto con Rusia estaba a punto de ser concluido, Hitler creyó,
quizá, que podía hablar sin rodeos de ninguna clase. Pero sus observacio-
nes en esta ocasión no estaban en contradicción con su actitud del 23 de
mayo, cuando todavía no poseía la certeza de la firma del pacto con Rusia o
con cualquier otra de sus acciones a partir del mes de abril anterior. Eran
el resultado lógico de la actitud que había ido prevaleciendo en él durante
los últimos seis meses. Y sirven para confirmar anteriores argumentos.
Su actitud frente al pacto ruso se revela con especial claridad por el hecho
de que los argumentos con los cuales, en su discurso, justifica que su deci-
sión de atacar en el año 1939 continúa válido, tanto con el pacto ruso o sin
él. El pacto no influye en absoluto con respecto a la estimación de su pro-
pia importancia, o la de Mussolini 34, o su desprecio por los estadistas occi-
dentales. Era un argumento cierto que Alemania no podía esperar por más
tiempo por razones económicas, que no podía aventurarse a perder la ini-
ciativa, y hubiera continuado siendo un argumento cierto, si no hubiese lle-
gado la firma del pacto con Rusia... e, incluso, hubiera poseído más fuerza.
El discurso, a pesar cíe ser el resultado lógico de la actitud adoptada ya
desde el mes de abril, no es una simple recapitulación de la misma, confir-

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ma igualmente que el importante cambio en su actitud tuvo lugar ya por


aquella fecha y debido a que estaba más obsesionado por el dilema en el
Oeste que influido por el pacto en el Este. Hasta el mes de abril del año
1939, había dejado de prestar atención deliberadamente a la marina de
guerra alemana en la esperanza de que, en compensación, la Gran Bretaña
le dejaría las manos libres en Europa. Esto había de ser el preludio de un
eventual ataque contra la Gran Bretaña; pero no dejaba de hacerle creer
que era un acuerdo razonable. Había jugado con la esperanza de que fuera
aceptado, aunque a desgana, por Inglaterra. Y, en cierto modo, obtuvo el
éxito deseado; hasta el extremo de que, según palabras de Raeder 35 , ha-
blaba de «conflictos con Polonia, Francia y Rusia» de los cuales la Gran
Bretaña quedaría excluida. Pero después del mes de abril de 1939 la situa-
ción cambió por completo; la Gran Bretaña adoptó una actitud firme e irre-
vocable. Había obrado correctamente al respetar el poder naval inglés en
lugar de desafiarlo. Sin embargo, ¿no sabía, acaso, a qué fines iba desti-
nada esta potencia? ¿Había olvidado de que, en última instancia, siempre
había sido usada para prevenir aquella hegemonía en Europa que él pla-
neaba establecer? ¿No era evidente, tal como dijo el 23 de mayo 36, que
«Inglaterra que ve en nuestro desarrollo los fundamentos de una hegemo-
nía que la debilitarán, es la fuerza motriz contra Alemania»? ¿No
comprendió, acaso, que el problema británico no podía ser dejado a un la-
do? Alemania podía renunciar a representar una amenaza naval directa;
pero era inevitable que Alemania tendría que embarcarse en una lucha
contra la Gran Bretaña antes de poder extender su hegemonía por Europa
tal como deseaba Hitler. La alternativa era renunciar a sus planes con res-
pecto a Europa o luchar contra la Gran Bretaña.
Hitler no quiso renunciar a sus planes. Hubiese podido retrasar su ejecu-
ción. Pero, si ésta era la situación real, ¿qué iba a salir ganando con aplazar
la ejecución de los mismos? ¿No era, acaso, lo mismo atacar a Polonia de
acuerdo con sus planes y, si no había posibilidad de evitarlo, lanzarse igual-
mente a la lucha contra la Gran Bretaña? Más tarde o más pronto, había de
estallar la guerra entre las dos potencias. Y, puestos a pensar sobre este he-
cho, ¿no existían, acaso, poderosas razones que justificaban que cuanto an-
tes mejor? «La rápida liquidación de Polonia en estos momentos — le dijo
a Ciano el 12 de agosto —, sólo puede representar una ventaja con respecto
al conflicto inevitable con las potencias occidentales» 37.
Finalmente, sus declaraciones del 22 de agosto nos recuerdan su política
naval durante los años anteriores al estallido de las hostilidades y la situa-
ción en que se encontraba la marina de guerra alemana al comienzo de la

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guerra. En sus esfuerzos por rehuir el problema británico, Alemania era dé-
bil en el mar, en su desesperación por anticiparse al problema, una vez ine-
vitable, la lanzó a una guerra para la cual no estaba preparada; y esto debi-
do a que la debilidad de la marina de guerra alemana había pasado a ser
considerada como un factor de importancia menor en relación con otros
que concordaban con su impaciencia por lanzarse a la acción.
Pero no existe razón para creer que esta desventaja fue pasada por alto por
todos. En tanto que Hitler se sentía inclinado a ignorarla, otros le presta-
ban la máxima atención. El memorándum de Raeder del mes de septiem-
bre del año 1939 y su carta del mes de junio del año 1940 revelan con toda
claridad que había prevenido a Hitler de que la marina de guerra alemana
no podía contar con el menor éxito si estallaba un conflicto armado con la
Gran Bretaña en el año 1939. El 15 de abril de 1939, al discutir con Musso-
lini la fecha en la cual Alemania estaría preparada para «demostrar su po-
tencia», Goering dijo «que Alemania es comparativamente muy débil por
mar» 38. Mussolini aconsejó en más de una ocasión a su aliado, durante los
últimos meses de paz, sobre la conveniencia de aguardar dos o tres años
más teniendo en cuenta la situación en que se encontraba la marina de
guerra alemana 39.

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Capitulo II

La primera Fase

I Los intentos de Hitler para aislar la Campaña de Polonia


La esperanza que Hitler albergó hasta el último momento fue que las po-
tencias occidentales no declararían la guerra, que se darían por satisfechas
con medidas menos enérgicas y que limitarían su acción a una protesta for-
mal; fueron tomadas todas las precauciones a fin de asegurar este resul-
tado. Fue por esta razón que, el 24 de agosto, al enterarse de que iba a te-
ner lugar la firma del Acuerdo Anglo-Polaco 40, como, en efecto, se efectuó
al día siguiente, canceló la orden que había dado aquella misma mañana al
efecto de que la invasión de Polonia comenzara el día 25 de agosto. La anu-
lación consistió en aplazar el Día D hasta el primero de septiembre. El ob-
jeto fue hacer un último intento, a través del embajador británico, a fin de
convencer a las potencias occidentales a que renunciaran a la guerra 41. Es-
te último esfuerzo fracasó, pero Hitler continuó alimentando la esperanza,
tal como revelan sus directrices del 31 de agosto 42. En estas directrices fi-
nales ordenó"que la invasión de Polonia se iniciara a la mañana siguiente,
pero insistió igualmente en que no se emprendiera ninguna acción que pu-
diese provocar a la Gran Bretaña y Francia.
«La responsabilidad del comienzo de las hostilidades en el Oeste debe des-
cansar de un modo inequívoco sobre Inglaterra y Francia... La frontera ale-
mana en el Oeste no debe ser cruzada en ningún punto sin mi expreso con-
sentimiento. Lo mismo vale para todas las acciones militares por mar o
que puedan ser interpretadas como tales... 43. Las medidas de defensa por
parte de las fuerzas aéreas deben limitarse exclusivamente, a dar la señal
de peligro en el caso de ataques enemigos aéreos sobre la frontera del
Reich...»
Pero estas directrices admitían también la posibi-dad de que las potencias
occidentales iniciaran las hostilidades; no podía hacerse otra cosa ya que,
incluso después de la firma del pacto con Rusia, Hitler no podía tener la
certeza de si la Gran Bretaña y Francia declararían la guerra o no. En caso
afirmativo, la misión de las fuerzas armadas, de acuerdo con las direc-
trices, era mantenerse a la defensiva conservando en todo momento la li-
bertad de acción, condiciones consideradas como necesarias para la con-
clusión satisfactoria de las operaciones contra Polonia.
Aparece claro, una vez más, que la importancia del pacto ruso no estriba
tanto en la influencia sobre sus decisiones de atacar a Polonia y correr el

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riesgo de una guerra general, como en el efecto que ejerció al alterar su es-
trategia para la primera campaña en el caso de que la guerra se generaliza-
ra. En su discurso del 23 de mayo de 1939 44, expuso que, en el caso de
intervenir las potencias occidentales, «sería preferible atacar en el Oeste y
liquidar a Polonia incidentalmente», y que, si se llegaba a una alianza en-
tre Rusia y el Oeste, «atacaría en primer lugar a Francia e Inglaterra con
unos cuantos golpes aniquiladores». Esto era más fácil de decir que de ha-
cer, desde luego, pero sus declaraciones eran un claro exponente de su mo-
do de pensar, y éste sufrió un cambio como resultado del pacto ruso. Podía
no impedir que las potencias occidentales declarasen la guerra; pero, al
menos, impedía que pudiesen ayudar a Polonia; y volcó todas las esperan-
zas de Hitler en una nueva dirección y le indujo a cambiar sus planes estra-
tégicos. En tanto que la primera campaña quedaba limitada a Polonia, si
ésta era derrotada rápidamente, la Gran Bretaña y Francia, incluso si de-
claraban la guerra, tal vez acceptasen el fait accompli tan pronto Polonia
hubiese sido aniquilada 45.
En otras palabras, el efecto principal del pacto ruso no fue convencer a Hi-
tler de que Polonia podía ser atacada sin guerra, pero si a estimularle en la
creencia de la posibilidad de una guerra corta; y esto queda confirmado al
establecer una comparación entre sus declaraciones del 23 de mayo de
1939 con las del 22 de agosto, así como también en relación con su estrate-
gia para la primera campaña. El 23 de mayo no estaba todavía seguro de la
firma del pacto ruso, admitía que una guerra con las potencias occidenta-
les podía resultar difícil, una «lucha a vida o muerte». «La idea de que se
trata de una empresa fácil es peligrosa... Debemos quemar nuestras na-
ves... Todo Gobierno debe aspirar a una guerra corta; sin embargo, debe-
mos estar preparados para una guerra de diez o quince años de duración.»
El 22 de agosto, durante el discurso en que anunció el pacto ruso, no sólo
se sintió inclinado a creer que las potencias occidentales no declararían la
guerra ante la imposibilidad de poder ayudar a Polonia; sino que también
confiaba en que, aun en el caso de que declarasen la guerra, aceptarían lo
inevitable y harían la paz una vez Polonia hubiese sido derrotada. «Nadie
cuenta con una guerra larga», dijo de acuerdo con una de las versiones de
su discurso 46. «Si von Brauchistsch 47 me hubiese dicho que necesitaría
cinco años para conquistar Polonia, le hubiese replicado que no podía atre-
verme a iniciarla. Es una estupidez decir que Inglaterra lo que desea es una
guerra de larga duración. » En otra versión, este paraje es expuesto de un
modo diferente, pero el sentido es el mismo 48.
Raeder alega que se sintió «horrorizado» por la presunción de que tal vez

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las potencias occidentales no interviniesen y que aceptarían un fait accom-


pli tan pronto Polonia hubiese sido derrotada 49. Pero durante algún tiem-
po después de haber expirado ya, el ultimátum británico y francés, y cuan-
do los dos países se encontraban ya en estado de guerra con Alemania, pa-
reció compartir la creencia de Hitler con respecto a la segunda posibilidad.
El 7 de septiembre, durante su primera conferencia de guerra con Hitler,
consideró que:
«La Gran Bretaña no está capacitada para embarcar a Francia en una gue-
rra incondicional. Francia no tiene ningún objetivo en esta guerra y, por
consiguiente, trata de mantenerse alejada de la misma. Después del colap-
so de Polonia, que puede ser esperado dentro de muy poco, es posible que
Francia y, tal vez posteriormente, la Gran Bretaña, estén dispuestas a
aceptar hasta cierto punto la situación que ha sido creada en el Este.»
Propuso, por lo tanto, «en vista de la reserva política y militar demostrada
por Francia y la vacilante conducta por parte de Inglaterra", que los dos
acorazados de bolsillo que se encontraban en el Atlántico abandonaran las
zonas de operaciones y ocuparan posiciones de espera. Debido a su deseo
de llegar a un posible arreglo, Francia debía ser tratada con guante blanco.
«No debe emprenderse ninguna acción ofensiva contra Francia»; no de-
bían ser atacados los barcos franceses, incluyendo los buques de guerra;
los puertos franceses no debían ser minados. Y, debido a la actitud impar-
cial de los países neutrales y al hecho de que los Estados Unidos tenían el
más vivo deseo de conservar una estricta neutralidad, la guerra submarina
debía ser reducida, retirando varios de los submarinos que ya se encontra-
ban en alta mar y prohibiéndoles atacar los navios de pasajeros aun en el
caso de que fueran protegidos por buques de guerra.
Hitler aprobó inmediatamente dichas proposiciones, puesto que concorda-
ban con su propia política; y, después de dar su aprobación a las mismas,
anunció que era necesario adoptar una actitud de espera hasta que se hu-
biese despejado la situación política en el Oeste para lo cual calculaba una
semana de tiempo.

II Las proposiciones de Raeder al fallar este intento


En la época de su segunda entrevista con Hitler, el 23 de septiembre, Rae-
der había comenzado ya a sospechar que la guerra contra Francia y la Gran
Bretaña habría de ser «sostenida hasta el final»; y, en consecuencia, pre-
sentó sus objeciones a la prolongación de las limitaciones que, por razones
políticas y debidas a sus propias sugerencias, se habían impuesto a la gue-
rra naval. Insistió en que los acorazados de bolsillo debían recibir el permi-

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so para operar antes de principios del mes de octubre, o sea, antes de que
acabasen sus provisiones y bajase la moral de combate de sus tripulantes.
Igualmente debía ser anulada la prohibición de atacar navios de guerra
franceses, sobre todo la que hacía referencia a los ataques de los submari-
nos contra los acorazados de combate Dunkerque y Strasbourg, que
representaban la principal amenaza contra los acorazados de bolsillo ale-
manes. La orden prohibitoria de minar los puertos franceses permitía a los
convoyes de tropas británicas desembarcar en el continente sin ser moles-
tados, y lo mismo cabía aducir contra la prohibición de atacar los barcos
mercantes franceses; estas prohibiciones debían ser anuladas lo antes
posible. Debido a que todos los barcos mercantes franceses y todos los bar-
cos ingleses de pasajeros eran inmunes y, porque, de acuerdo con la Con-
vención de La Haya, los submarinos tenían la terminante prohibición de
hundir los barcos mercantes ingleses sin previa advertencia, 'y sólo des-
pués de haber sido identificados como tales, los submarinos hundieron
muchos menos barcos mercantes de lo que hubiesen podido en un momen-
to en que las defensas enemigas 110 estaban debidamente organizadas. Es-
tas prohibiciones debían ser igualmente anuladas y ser enviada una segun-
da oleada de submarinos para operar con completa libertad contra los bar-
cos enemigos.
Excepción hecha de insistir en que los barcos de pasajeros, una vez identifi-
cados como tales, debían continuar inmunes a cualquier ataque, Hitler
aprobó el 23 de septiembre todas estas recomendaciones; por aquel enton-
ces había comenzado ya a dudar, al igual que Raeder, de que las potencias
occidentales se mostrarían dispuestas a concertar un acuerdo. Pero la pro-
posición más importante de todas, o sea, que los submarinos pudiesen
hundir cualquier barco mercante, enemigo sin previa advertencia fue anu-
lada inmediatamente; Hitler se mostró dubitativo con respecto a otras su-
gerencias de mayor alcance que Raeder le hizo durante aquella entrevista.
Tan pronto se esfumaron sus cortas esperanzas, Raeder no dudó un solo
instante en conceder toda la prioridad, y de un modo inmediato, a la gue-
rra contra la Gran Bretaña. En consecuencia, además de proponer la anula-
ción de las limitaciones especiales impuestas al estallar la guerra, insistió
cerca de Hitler para que éste tomara en consideración otras medidas más
serias, medidas que él estaba convencido sería necesario adoptar si Alema-
nia quería ganar la guerra. Estas medidas pueden ser clasificadas en tres
apartados.
En primer lugar, la necesidad de extender la guerra al mar por todos los
medios, incluso contraviniendo las leyes internacionales. El 23 de septiem-

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bre insistió en que la expresión «guerra submarina ilimitada» debía evitar-


se y sugirió, en su lugar, «que Alemania declarase el bloqueo de Inglate-
rra». «Esto nos liberará de tener que observar restricciones, sea cuales
sean, a cuenta de objeciones basadas en las leyes internacionales». El 10 de
octubre amplió esta argumentación.
«Si la guerra continúa, el bloqueo de Inglaterra debe ser puesto a la prácti-
ca inmediatamente y con la mayor intensidad... Todas las objeciones deben
ser arrumbadas a un lado. Incluso la amenaza de la entrada de América en
la guerra, que aparece cierta si ésta continúa, no debe servir de motivo pa-
ra imponer ninguna restricción. Cuanto antes y cuanto más fuertemente
actuemos, tanto más pronto obtendremos los resultados apetecidos y tanto
más corta será la guerra. Las restricciones sólo sirven para prolongar la
guerra.»
El segundo argumento de Raeder era la necesidad de un aumento inmedia-
to en el programa de construcciones de submarinos. El 23 de septiembre
hizo notar que el plan existente sólo preveía la construcción de 7 submari-
nos más en el año 1939, sólo 46 durante todo el año 1940 y sólo 10 al mes
en el año 1941; y que dichas cifras no mantendrían el paso con las proba-
bles pérdidas. En el plazo de dos semanas, si se tenía ya la certeza de que la
guerra había de continuar en el Oeste, el plan debía ser intensificado para
conseguir la construcción de 20 a 30 submarinos al mes, aunque este plan
'de construcciones hubiese de redundar en perjuicio de otras ramas de las
fuerzas armadas. El 10 de octubre insistió de nuevo en la necesidad de una
«concentración definitiva en la construcción de submarinos», y manifestó
su convencimiento de que «el plan de construcción de submarinos, que es
indispensable y de una importancia decisiva en la guerra contra la Gran
Bretaña, sólo podrá ser cumplido dándole prioridad sobre todos los demás
programas».
En tercer lugar, Raeder hizo otras sugerencias de índole política según las
cuales podía estimularse la guerra por mar. Los submarinos podían ser
construidos en Rusia; podían ser comprados a Rusia y a Italia; las bases en
la costa de Noruega eran sumamente importantes para las operaciones
contra las rutas del comercio inglés.
Hítler demostró poco interés por estas ideas. El 10 de octubre se mostró de
acuerdo con los puntos de vista expuesto por Raeder en relación al bloqueo
de Inglaterra, pero rogó al comandante en jefe que redactara un informe
para poderlo estudiar antes de decidirse por esta acción. El 23 de septiem-
bre se mostró de completo acuerdo al reconocer que el programa de cons-
trucción de submarinos debía ser ampliado en todos los sentidos. Pero de

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nuevo rogó que le presentasen un informe detallado antes de tomar una


decisión; el 10 de octubre solicitó otro informe, esta vez del Ejército, antes
de dar las órdenes. La proposición de comprar submarinos a Rusia fue co-
municada, en primer lugar, al ministro de Asuntos Exteriores y, finalmen-
te, rechazada por Hitler «por razones políticas», el 10 de octubre. Con res-
pecto a la adquisición de submarinos en Italia, Hitler se contentó con decir
que «los italianos se mostrarán muy reservados en este sentido». La
proposición referente a las bases noruegas prometió que la tomaría en con-
sideración; pero no prestó a la misma la menor atención hasta mediados
del mes de diciembre.

III La actitud de Hitler frente a las proposiciones de la Flota; sus


propios planes para un ataque inmediato a Francia
La aprobación por Hitler, el 23 de septiembre, de las proposiciones de Rae-
der para anular las restricciones en la lucha contra la marina enemiga fue
la primera indicación de que había comenzado a dudar de que las poten-
cias occidentales aceptasen el fait accompli en Polonia. La anulación inme-
diata de la aprobación de la más importante de dichas proposiciones, o
sea, conceder libertad de acción a los submarinos para hundir a los barcos
mercantes enemigos sin previa advertencia, fue, por otro lado, señal de
que todavía creía poder llegar a un entendimiento con Inglaterra o, por lo
menos, según palabras de Raeder, para «meter una cuña entre Francia e
Inglaterra». El Estado Mayor naval fue informado el 3 de octubre por me-
diación del Ministerio do Asuntos Exteriores de que la aprobación había si-
do anulada «en vistas a los esfuerzos que se realizan en la actualidad para
conseguir la paz» 50; y, puesto que el estado de incertidumbre podía termi-
nar sólo con una sugerencia directa a Francia y a la Gran Bretaña, después
de la rendición de Varsovia el 29 de septiembre, Hitler inició gestiones de
paz cerca de Londres y de París el 6 de octubre. Estas gestiones fueron re-
chazadas el 12 de octubre 51.
La única razón que le había impulsado a dudar de la conveniencia de anu-
lar las restricciones de los ataques contra los barcos enemigos, había sido
la esperanza de que las potencias occidentales aceptarían llegar a un enten-
dimiento, y Hitler se mostró inmediatamente de acuerdo en anular las
restricciones todavía impuestas, tan pronto fueron rechazadas sus proposi-
ciones de paz. En consecuencia, el 16 de octubre autorizó el hundimiento
de barcos mercantes enemigos sin previa advertencia, una medida a la cual
ya había dado su aprobación el 23 de septiembre, pero que fue anulada
más tarde. El mismo día aprobó igualmente lo mismo que se había negado

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a aceptar el 23 de septiembre... el ataque contra los barcos enemigos de pa-


sajeros.
Pero no hubo otros cambios, después del 12 de octubre, en la actitud de Hi-
tler frente a las demás proposiciones de Raeder. Continuó oponiéndose, o
simplemente las quiso ignorar, a las sugerencias de Raeder con respecto al
bloqueo de Inglaterra, al aumento en la construcción de submarinos, a la
compra de submarinos a Rusia y las bases en Noruega; y esto es suficiente
para demostrar que, en estos aspectos, su anterior oposición o su falta de
interés se había debido a algo más que a su aversión a abandonar la espe-
ranza de llegar a un pronto entendimiento con el Oeste.
La segunda y más importante de las razones que justifica su falta de inte-
rés por las demás proposiciones, incluso antes de ser rechazados el 12 de
octubre sus acercamientos de paz, era que había decidido ya cuál sería su
estrategia en el caso de que no fuera posible llegar a un entendimiento con
Francía y la Gran Bretaña; y que las proposiciones de Raeder estaban en
desacuerdo con sus propias decisiones.
Se enfrentaba con dos alternativas después de haberse esfumado su espe-
ranza de un ataque contra Polonia sin intervención de las potencias occi-
dentales y desaparecer también la posibilidad de que las potencias aliadas
aceptaran el fait accompli de la derrota de Polonia: podía mantenerse a la
defensiva, negándose a la intervención de Alemania en las fronteras del
Oeste a no ser que se viese obligado a ello: o podía lanzarse al ataque a tra-
vés de las mismas. Mientras disfrutaba de libertad de acción eit el con-
tinente, su plan había sido avanzar hacia el Este antes de volverse hacia el
Oeste; desde el cambio de actitud por parte de Inglaterra, dudó sobre la
conveniencia de atacar primero en el Este o en el Oeste; las circunstancias
le resolvieron finalmente el dilema. En el Este, Polonia había sido liquida-
da, y contaba con el pacto ruso; en el Oeste, los enemigos estaban en pie de
guerra con Alemania. Y estas mismas circunstancias le persuadieron a
decidirse por un nuevo ataque en lugar de una política defensiva. Era
cierto que, a pesar de todo, se había visto «embarcado en una guerra con-
tra Inglaterra por culpa de Polonia», pero las potencias occidentales, que
habían sido incapaces de ayudar a Polonia, parecían igualmente no estar
preparadas para sostener una guerra total, en tanto que el pacto ruso, que
le había impulsado a creer que no se lanzarían a la guerra.
le persuadía ahora de que no sería difícil derrotarlas. Lo que había sido
considerado como la mejor condición previa para el logro del éxito, aislar
Polonia, avanzar en dirección Este y atacar el Oeste en una fecha posterior,
se había demostrado que era imposible. El segundo método, un acuerdo

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con el Oeste hasta estar preparado para atacar a su vez a las potencias occi-
dentales, había redundado igualmente en un fracaso. Pero incluso en este
caso las condiciones continuaban siendo buenas para atacarlos y «ases-
tarles golpes aniquiladoíes», sobre todo si actuaban sin la menor vacila-
ción ni retraso.
El único problema, pues, era decidir los planes estratégicos para el ataque
en el Oeste. Y, puesto que parecía que las condiciones en las que habría de
realizarlo serían parecidas a las que él había calculado, su decisión no se
corroboraba con las ideas que alimentaba en su mente hacía ya mucho
tiempo. El 23 de mayo de 1939 había dicho que su aspiración, si se volvía
hacia el Oeste, era ocupar Holanda y Bélgica «a toda velocidad» y asegurar
la pronta derrota de Francia. Trataría igualmente de eliminar rápidamente
a la Gran Bretaña por medio de «un golpe final decisivo», por ejemplo, un
ataque aéreo para destruir su flota. Pero lo más probable era que la guerra
contra la Gran Bretaña fuese de larga duración; y, por consiguiente, era
esencial asegurarse el dominio de la Europa occidental y alejar a la Gran
Bretaña de estas regiones.
«Si Holanda y Bélgica son ocupadas con pleno éxito, y si Francia es igual-
mente derrotada, las condiciones fundamentales para una lucha con resul-
tado victorioso contra Inglaterra estarán aseguradas. Inglaterra podrá, en
este caso, ser bloqueada desde la costa occidental francesa por medio de la
Luftwaffe; la marina de guerra, en colaboración con los submarinos, po-
drán completar el bloqueo. Inglaterra no estará en condiciones de luchar
en el continente... el tiempo luchará en contra de Inglaterra. Alemania no
se desangrará a muerte en tierra. Esta estrategia se ha revelado como nece-
saria por la experiencia de la Primera Guerra Mundial. Con una marina de
guerra más poderosa al comenzar las hostilidades o un movimiento de cer-
co de la Wehrmacht en dirección al canal de la Mancha, el fin de la guerra
hubiese sido muy diferente...»
«Alemania no dispone en la actualidad de una marina de guerra poderosa,
pero una vez la Wehrmacht... haya ocupado posiciones más importantes,
la producción industrial cesará de consumirse en las batallas terrestres y
podrá ser destinada para beneficio de las fuerzas aéreas y de la marina de
guerra en su lucha contra la Gran Bretaña» 52.
Los puntos de vista de Hitler se diferenciaban de los de Raeder en un solo
punto. Ambos estaban de acuerdo de que la guerra contra las potencias oc-
cidentales, una vez comenzada, había de llevarse hasta su final; que la
Gran Bretaña representaba el obstáculo principal y que el objetivo princi-
pal era, si no derrotarla, por lo menos, obligarla a aceptar el control de Ale-

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mania sobre el continente. Pero Raeder insistía en conceder la prioridad,


ya desde un principio, a la lucha contra la Gran Bretaña, en tanto que Hi-
tler estaba decidido a asegurarse en primer lugar su posición continental y
derrotar a Francia antes de concentrar su atención al ataque contra
Inglaterra. Por consiguiente, cuando Raeder recomendó la abolición de las
restricciones especiales dictadas al comienzo de la guerra, Hitler se mostró
de acuerdo con él; puesto que, a pesar de que «aún albergaba la esperanza
de poder meter una cuña entre Francia e Inglaterra», estas esperanzas no
eran muy grandes, y aceptar las sugerencias de Raeder era sencillamente
aprobar la intensificación de la guerra contando para ello con los recursos
propios de la marina de guerra. Pero cuando Raeder solicitó de él la apro-
bación para conceder la prioridad al bloqueo de la Gran Bretaña y un au-
mento en el programa de construcción de submarinos, e insinuó la posibili-
dad de establecer bases en Noruega, su actitud fue muy diferente.
Declarar el bloqueo de Inglaterra, significaba ofender a los países neu-
trales antes de estar preparado para invadir los Países Bajos. En todo caso,
significaría conceder la prioridad a la guerra en el mar.; y concentrarse en
el programa de construcción de submarinos, era distraer capacidad de pro-
ducción destinada a la Wehrmacht y a la Luftwaffe para el ataque contra
Francia. Las bases en Noruega solamente se podían conseguir atacando
aquel país y ocupándolo, y esto representaba otra distracción de los esfuer-
zos que conducían al objetivo principal. Estas proposiciones estaban en
contradicción con el plan y el sistema de prioridades, que merecían todo el
interés y el afecto de Hitler. No les prestó, por lo tanto, más que una aten-
ción muy reducida y se dedicó a la ejecución de sus propias ideas claramen-
te definidas. Éstas fueron formuladas en un memorándum y anunciadas en
unas directrices el 9 de octubre, tres días después de haber lanzado sus
sondeos de paz, tres días antes de ser rechazados éstos por Londres y Pa-
rís.
El memorándum del 9 de octubre, se distribuyó solamente a los tres co-
mandantes en jefe y al jefe del Estado Mayor, O.K.W. 53 54, después del ata-
que contra el principio del «equilibrio del poder», que durante siglos había
sido usado contra los intereses del Reich, decía que «los grandes éxitos del
primer mes de guerra podían servir, en el caso de una inmediata firma de
la paz, para reforzar psicológica y materialmente al Reich en tal grado que
no habría objeción a terminar la guerra inmediatamente, siempre que los
éxitos actuales de las armas no sean anulados por el tratado de paz». Pero
no era el objeto de Hitler discutir en su memorándum sus intenciones para
el caso de que sus proposiciones de paz fuesen aceptadas, o, «estudiar las

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posibilidades en esta dirección o incluso tomarlas en consideración». Su


propósito era exponer sus planes para el caso de que sus proposiciones de
paz fueran rechazadas.
En este caso, estaba seguro de que el objetivo del enemigo sería «la disolu-
ción o destrucción del Reich alemán». «En oposición a este objetivo, la fi-
nalidad militar alemana debe ser la destrucción del poder y efectividad de
las potencias occidentales para evitar que sean capaces de oponerse a la
consolidación y futuro desarrollo del pueblo alemán en Europa», y si Ale-
mania quería obtener el éxito deseado para alcanzar esta finalidad, estaba
igualmente convencido de que lo más prudente era actuar con la mayor
rapidez posible.
«La capacidad militar de nuestro pueblo ha sido puesta a prueba en tal gra-
do, que, dentro de un plazo de tiempo relativamente corto, no se cuenta
con un mejoramiento de la misma... Un aumento de nuestro poder militar,
que sólo se puede calcular para dentro de los cinco años próximos, sería
anulado, no por Francia, sino por Inglaterra, que de día en día se hace más
fuerte... En la situación presente, en tales condiciones, el tiempo puede ser
considerado más como un aliado de las potencias occidentales que nues-
tro...»
Además de esas consideraciones generales, exponía argumentos particu-
lares en favor de una acción inmediata contra el Oeste. «El éxito de la
campaña de Polonia ha hecho posible una guerra en un solo frente, una po-
sibilidad que habíamos deseado durante décadas sin ninguna esperanza de
poder jamás verla realizada.» Por otra parte, «debemos tener en cuenta lo
siguiente: por medio de ningún tratado o pacto puede la neutralidad de la
Unión Soviética ser asegurada con absoluta certeza. Por el presente todo
habla en contra de un posible abandono por parte de Rusia de esta neutra-
lidad, pero dentro de ocho meses, un año, o dentro de algunos años, esta
situación puede cambiar...». De todas formas, «la mayor protección contra
un ataque ruso es la demostración de la superioridad alemana y de nuestra
potencia militar...». Otros argumentos fueron recapitulados de sus anti-
guos discursos. «Los políticos italianos aprobarán la política alemana
siempre que el Gobierno italiano vea el futuro de Italia como una reproduc-
ción del Gran Imperio Romano; y éste sólo puede ser realizado con la ayu-
da de Alemania a expensas de Francia o Inglaterra y, por consiguiente, de-
pende exclusivamente de los éxitos alemanes.» Pero sí éstos se retrasaban,
la influencia fascista en Italia se debilitaría; si Mussolini moría antes de ha-
berse conseguido, se hundiría el fascismo; y, puesto que «la esperanza del
apoyo italiano para Alemania en esta lucha decisiva depende de la con-

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tinuación de la influencia fascista, el tiempo no puede, en ningún caso, ser


considerado como un aliado de Alemania...». Para asegurar la colabora-
ción del Japón, valía el mismo argumento. «También en este caso, sólo el
éxito, al contrario del tiempo, puede ser considerado como un aliado.» El
argumento era el mismo con respecto a Bélgica y Holanda, si Alemania no
ponía fin a su neutralidad, lo harían las potencias occidentales u obligarían
a Bélgica y Holanda a proceder de esta forma. En cuanto a las demás nacio-
nes neutrales, incluyendo los Estados Unidos, podía contarse con su neu-
tralidad durante algunos meses pero, luego, «el tiempo trabajaría en con-
tra de Alemania...».
El memorándum consideraba a continuación los peligros que surgirían pa-
ra Alemania en el caso de una guerra de larga duración. Las naciones se
sentirían inclinadas a unirse a Alemania si se obtenían rápidas victorias;
en el caso contrario, se inclinarían hacia el bando del enemigo o, por lo me-
nos, se aferrarían a su neutralidad. Pero mucho más importante aún era
«la dificultad, debido a los limitados suministros de víveres y primeras ma-
terias, para encontrar los medios para continuar la guerra». Sin embargo,
«el peligro mayor» en cualquier guerra de larga duración, era el hecho que
sería esencial para proteger la producción del Ruhr y, «el enemigo lo sabe
perfectamente». El problema principal en ese sentido lo representaban los
ataques aéreos, y «cuanto más dure esta guerra, más difícil será conservar
la superioridad aérea alemana», sobre todo si Bélgica y Holanda eran ocu-
padas por las potencias occidentales.
«Desde este momento, el Ruhr, como factor activo en la economía de gue-
rra alemana, sería anulado o, por lo menos, obstaculizado en su produc-
ción. Y no existen medios para substituirlo. Pero puesto que esa debilidad
es reconocida tan claramente por Inglaterra y Francia como por nosotros
mismos, la dirección anglo-francesa de la guerra, que tiende a la ulterior
destrucción de Alemania, intentará alcanzar este objetivo con todos los me-
dios a su alcance. Cuanto menos esperanzas tengan Inglaterra y Francia de
su capacidad para destruir a las fuerzas armadas alemanas en una serie de
batallas, tanto más intentarán crear las condiciones necesarias para una
guerra de larga duración y de aniquilamiento, tanto más cierto es que. pon-
drán fin a la neutralidad de Bélgica y Holanda...; y la probabilidad, casi
cierta, de una tal decisión anglo-francesa es confirmada, además, por el he-
cho indudable que, desde el punto de vista opuesto, la posición de esta re-
gión sería para Alemania uno de los pocos factores que la ayudarían en una
guerra de larga duración.»
Teniendo en cuenta dichas circunstancias, todo hablaba en favor de la in-

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vasión inmediata de Bélgica y Holanda, y de un rápido ataque contra Fran-


cia. Aun en el caso de terminar la guerra después de haber desencadenado
Alemania el ataque contra el Oeste, la extensión del control alemán en esta
dirección se revelaría como sumamente ventajosa. Los
medios de que disponía Alemania para una guerra prolongada, se limita-
ban a sus submarinos y a las fuerzas aéreas; confinados en sus bases, los
submarinos se enfrentarían cada vez con mayores dificultades si la guerra
duraba mucho tiempo, por cuyo motivo, «la creación de bases submari-
nas, además de las bases nacionales, conduciría a un incremento enorme
del poder de acción de esta arma». Lo mismo cabe decir con respecto a las
fuerzas aéreas «que no podrán alcanzar el éxito previsto en las operaciones
contra los centros industriales de Inglaterra y sus puertos del sur y su-
doeste... si se ven obligadas a operar sólo desde nuestras bases en la costa
del mar del Norte», pero con Holanda y Bélgica en poder de Alemania «la
Gran Bretaña recibirá golpes mortales». Además de estas consideraciones,
había el hecho de que un rápido ataque contra el Oeste era probablemente
el único medio para evitar una guerra de larga duración. Era necesario re-
cordar en ese sentido que, «una ofensiva que no tenga ya desde un princi-
pio por finalidad la destrucción de las fuerzas armadas, no tiene sentido al-
guno», y que «atacar con fuerzas débiles e insuficientes es, igualmen-
te, un contrasentido». Y era tal la superioridad alemana cu armamentos,
preparación y moral en sus diferentes armas, que un ataque, además de ser
preferible siempre, a una política defensiva, podía ser «el método decisivo
para ganar la guerra». Alemania podía eliminar con ese ataque los peligros
que entrañaba una guerra demasiado larga. «En determinadas circunstan-
cias, puede redundar en una terminación rápida de la guerra...»; en espe-
cial, si se lanzaba a este ataque en un futuro inmediato y con todas las fuer-
zas.
Este memorándum resumía todos los pensamientos de Hitler sobre este te-
ma durante los dos últimos años; las directrices que redactó aquel mismo
día, 9 de octubre, en las cuales se anticipaba ya a la negativa de sus propo-
siciones de paz, quedaban resumidas en dicho documento 55.
«Si resultara evidente en un futuro próximo, que Inglaterra y Francia no
están dispuestas a poner fin a la guerra, estoy decidido a tomar medidas
activas y ofensivas sin retraso alguno.» Hitler había superado su primer
desengaño; se había reconciliado con la idea de continuar la guerra contra
las potencias occidentales.
En el siguiente párrafo expone los argumentos para desencadenar la ofen-
siva en lugar de seguir una política de espera.

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«Un largo período de espera no sólo terminará con la violación de Bélgica,


y, tal vez, de Holanda, cuya neutralidad es ventajosa para las potencias oc-
cidentales, sino que aumentará también la potencia militar de nuestros
enemigos, disminuirá la confianza de los neutrales en una victoria final ale-
mana y creará una situación que no tentará a los italianos a luchar con las
armas a nuestro lado.»
El objetivo de la ofensiva alemana era definido a continuación. Consistía
en «derrotar el mayor número de fuerzas del ejército francés y conquistar
una región lo más grande posible que comprendiera Holanda, Bélgica y el
norte de Francia». La finalidad del plan era conquistar «una base desde la
cual poder llevar la guerra aérea y marítima contra Inglaterra y proteger, al
mismo tiempo, el distrito vital del Ruhr».
Los preparativos para dicha operación habían de comenzar inmediatamen-
te, y cuando el 12 de octubre fueron rechazadas las proposiciones de paz
alemanas, toda la atención de Hitler y todas las fuerzas alemanas fueron
puestas a disposición de la pronta ejecución de estos planes.

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Capitulo III

La Invasion de Noruega y la Caida de Francia

I El forzado aplazamiento del ataque a Francia


Era intención de Hitler llevar a la práctica este programa tan ambicioso an-
tes de que llegara el invierno. En las «'Notes for the War Diary» se lee bajo
el título «Fines de Septiembre» que estaba decidido «a atacar lo antes posi-
ble en el Oeste» 56. El 7 de octubre, dos días antes de ser publicadas las
directrices, ordenó von Brauchistsch al Grupo de Ejércitos B, hacer «todos
los preparativos... para una invasión inmediata de los territorios belga y
holandés para el caso de que la situación política lo exigiese» 57. Hitler
anunció en su memorándum del 9 de octubre «que el ataque se efectuaría
fuesen cuales fuesen las circunstancias durante el transcurso de este oto-
ño» 58. En las «Notes for the War Diary», se lee que el ataque estaba pla-
neado para ser a iniciado lo más pronto el 10 de noviembre. Sin embargo,
«Hitler está decidido a atacar en el mes de noviembre, si las condiciones
climatológicas permiten las operaciones en masa de las fuerzas aéreas»,
pero que el tiempo a principios de noviembre impidió la ejecución del
plan. Otras directrices sobre este tema, publicadas el 20 de noviembre, in-
sistían «en mantener el estado de alerta por el presente. Sólo esto nos per-
mitirá explotar inmediatamente las condiciones favorables» 59.
Estos repetidos aplazamientos disgustaron profundamente a Hitler. Sus di-
ficultades aumentaron al enterarse de que existía un amplio espíritu de
oposición a sus planes. Las «Notes for the War Diary» afirman en el mes
de octubre que, «se expresa con frecuencia la opinión, en modo alguno
compartida por el Führer, de que un ataque contra el Oeste es innecesario;
tal vez sea posible ganar la guerra satisfactoriamente si sabemos esperar
un poco» 60.
Y la oposición fue confirmada por el atentado que, por aquella época, se
realizó contra su vida, a pesar de que no existen pruebas de una directa co-
nexión entre esta oposición militar y el atentado 61. Pero el obligado aplaza-
miento sólo sirvió para aumentar su decisión de llevar sus planes a la prác-
tica; la impopularidad de éstos sólo sirvió para reforzarle en su convenci-
miento de que eran acertados. En un discurso a sus generales el 23 de no-
viembre de 1939, se revela claramente su actitud, tanto por lo que hace re-
ferencia a los obligados y repetidos aplazamientos, como a la manifiesta
oposición a sus planes. La finalidad de su discurso del 23 de noviembre 62,
fue dar a sus generales «una idea global de mis pensamientos, que me go-

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biernan frente a los futuros acontecimientos...». Su primer objetivo fue


anular la oposición. «Han existido — así comenzó su discurso —, numero-
sos profetas que han predicado mi fracaso, y sólo unos pocos mis éxitos»,
desde que él comenzó su carrera política en el año 1919; pero él siempre
demostró estar en lo cierto y los profetas equivocados; «la Providencia», su
propio «claro reconocimiento del curso probable de los acontecimientos
históricos», su «firme voluntad para tomar decisiones brutales»... éstas le
habían proporcionado éxito tras éxito. De nuevo se levantaba ahora la opo-
sición en contra de su más reciente decisión de aniquilar a Francia; y, por
consiguiente, era necesario repetir que el problema alemán, «la adaptación
del espacio vital con respecto al número de habitantes», jamás sería solu-
cionado a no ser por medio de operaciones de esta índole.
«Un pueblo incapaz de producir la fuerza necesaria para luchar debe ser
eliminado... yo no he organizado las fuerzas armadas con el fin de que
permanezcan inactivas; siempre ha sido mi decisión el que un día u otro
habrían de actuar... las guerras siempre han terminado con la destrucción
del enemigo. Todo aquel que crea lo contrario, es un irresponsable...»
En tal caso, la cuestión era extender inmediatamente la guerra o esperar
hasta poder volver a actuar de nuevo, y los hechos hablaban claramente en
favor de una acción inmediata. En primer lugar, podía contar con el pacto
ruso.
«Es necesario percatarse plenamente del hecho, de que, por primera vez,
desde hace sesenta y siete años, no luchamos en una guerra de dos fren-
tes...; pero nadie sabe cuánto durará esta situación... Los pactos sólo duran
el tiempo que sirven a sus propósitos... Rusia tiene grandes ambiciones, so-
bre todo quiere fortalecer su posición en el Báltico... trata de aumentar su
influencia en los Balcanes y en dirección al golfo Persa, que es también la
finalidad de nuestra política exterior. Rusia hará lo que crea que pueda
beneficiarla... Sólo podremos oponernos a Rusia si disfrutamos de paz en
el Oeste...»
Era necesario atacar en el Oeste sin retrasos de ninguna clase, no sólo por-
que Rusia pudiera denunciar el pacto ruso-germano, sino porque el propio
Hitler deseaba, tan pronto fuese posible, encontrarse en una condición
propicia para denunciarlo por su parte.
Expuso a continuación todos los argumentos que ya había usado anterior-
mente en favor de la decisión de atacar Polonia sin retrasos de ninguna cla-
se; usó de nuevo sus argumentos apoyando su decisión de extender la gue-
rra. Gran parte dependía de la suerte de Italia, donde la muerte o la elimi-
nación de Mussolini podía cambiar radicalmente la situación de un mo-

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mento a otro; y era «pedir demasiado a Italia que se embarcase en la lucha


sin que Alemania se hubiese lanzado a la ofensiva en el Oeste». «Con toda
modestia, debo citar también a mi propia persona: insustituible...»; y «yo
mismo he podido comprobar muy recientemente, cuan fácilmente puede
llegar la muerte de un estadista... los atentados criminales pueden ser repe-
tidos...». Pasaba luego a considerar el rearme británico y el francés que, a
pesar de que todavía no era efectivo, podía reducir igualmente las ventajas
alemanas; a esto cabía añadir el hecho de que «América todavía no es peli-
grosa para nosotros debido a sus leyes de neutralidad». Podía objetarse
que el rearme británico nú sería efectivo hasta el año 1941; pero «me preo-
cupa ya la fuerza cada vez más evidente de los ingleses y no cabe la menor
duda de que Inglaterra estará representada en Francia a lo más tardar den-
tro de unos seis u ocho meses...». Este hecho concedía especial importan-
cia al talón de Aquiles de Alemania: el Ruhr. «Si Inglaterra y Francia avan-
zan a través de Bélgica y Holanda en dirección a la región del Ruhr, nos en-
frentaremos con el peor de todos los peligros...»
Teniendo en cuenta todos estos puntos de vista, la conclusión que se podía
sacar de los mismos era que «ahora es el momento más favorable y quizá
dentro de seis meses puede haber cambiado esta situación... Existe en la
actualidad una proporción de fuerzas que jamás volverá a ser tan favorable
para nosotros. El tiempo trabaja en favor de nuestros adversarios... hoy en
día disfrutamos de una superioridad cuantitativa y cualitativa como jamás
la hemos tenido... por consiguiente, nada de compromisos... asestaré el
golpe y jamás capitularé... victoria o derrota... la decisión es irrevocable...
no retrocederé ante nada y destruiré a todo aquel que se me oponga... no
habrá capitulación frente a las fuerzas del exterior, ni revolución por las
fuerzas del interior...».
Hasta aquí sus argumentos eran una sucesiva repetición del memorándum
del 9 de octubre, excepción hecha de que los aplazamientos y la oposición
habían aumentado su decisión de atacar. Pero esto le obligó al mismo tiem-
po a admitir más claramente que antes, que consideraba sus planes como
un juego.
«Es difícil para mí; juego todo mi trabajo a una
sola baza. He elegido entre la victoria y la destrucción. Atacaré Francia e
Inglaterra en el primer momento favorable que se me presente. Nadie pue-
de responder a la incógnita de si el ataque redundará en el éxito deseado;
todo depende, del instante favorable... sobreviviré o moriré en esta lucha.
Pero jamás sobreviviré a la derrota de mi pueblo...»
Mucho más importante, sin embargo, es el hecho de que, al enfrentarse

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con las obstrucciones y, por consiguiente, con la necesidad de presentar


argumentos más convincentes, se convenció finalmente a sí mismo de que
la derrota de Francia conduciría a la terminación de la guerra. Si este con-
vencimiento no había existido todavía en su mente al principio 63, no cabe
la menor duda de que existía ya por el 23 de noviembre; después de seis se-
manas de obligados retrasos, la esperanza de que las potencias occi-
dentales aceptarían un fait accompli era substituida por otra, por la espe-
ranza de que la Gran Bretaña se rendiría si el ataque contra Francia se ha-
cía pronto y redundaba en un completo y rápido aniquilamiento de este
país.
Sólo esto puede explicar algunas de sus observaciones al final del discurso.
«El enemigo — declaró — un deseará la paz si la proporción de fuerzas es
desfavorable para nosotros.» Estaba decidido a atacar a Francia cuanto an-
tes, porque «sólo considero posible terminar la guerra por medio de un
ataque...», una vez conquistadas Holanda y Bélgica podía minar las costas
inglesas y «esto obligaría a Inglaterra a rendirse...». La decisión era difícil
de tomar; pero «esto significa el fin de la guerra mundial y no se trata en
modo alguno de una acción aislada». Era cierto que nadie podía prever si
el ataque terminaría o no en el éxito deseado; pero «sólo aquel que lucha
con el destino posee posibilidades de éxito».
A fines de noviembre, volvió a expresar su opinión de que «el ataque en el
Oeste conduciría a conseguir la mayor victoria en la historia del mundo»
64; y no cabe la menor duda de que, puesto que sus esperanzas eran tan

grandes y a pesar de un invierno tan sumamente crudo, se mantuvo firme


en su decisión de lanzarse al ataque lo antes posible. Inclusu en el mes de
diciembre, según las «Notes for the War Diary», «Hitler, como siempre,
continúa convencido de que es preferible lanzar el ataque contra el Oeste
lo antes posible y considera que no debe aplazarle) hasta la primavera»; y
el mismo documento nos dice que «movimientos preliminares para el gran
ataque fueron ordenados de nuevo por Hitler a principios del mes de enero
de 1940» 65. Las órdenes y contraórdenes con referencia al Día D y a la Ho-
ra H, continuaron hasta el 13 de enero de 1940; las últimas señalaban el 20
de enero como probable Día D 66. Sin embargo, por aquel entonces, sus
planes se vieron complicados por la necesidad de tomar en consideración
la invasión de Noruega, y este hecho, junto con las condiciones climatológi-
cas desfavorables, le indujeron a aplazar su ataque contra Francia hasta la
primavera.

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II Oposicion al plan frances, las cosnecuencias del aplazamiento


y la oposicion a la actitud de Hitler con respecto a la guerra
Estando Hitler tan convencido de que todo dependía del ataque a Francia y
tan decidido a aprovechar la primera oportunidad favorable que se le pre-
sentase para iniciar el asalto, no es de sorprender que, al principio, consi-
derara la invasión de Noruega y Dinamarca como un factor inoportuno en
sus planes. Fue Raeder y no Hitler el primero en hacer proposiciones con-
cretas de apoderarse de bases en Noruega; estas proposiciones estaban en
evidente contradicción con los planes estratégicos que ya había adoptado.
Prescindiendo de las consecuencias morales que la invasión tendría sobre
la opinión pública mundial y neutral, representaría, sin dudas de ninguna
clase, una disminución de las fuerzas alemanas en un momento en que Hi-
tler estaba convencido de que era absolutamente necesario concentrarlas
tocias para dirigirlas contra el objetivo principal. En consecuencia, es a
Raeder a quien se debe que estas proposiciones no cayeran en el saco del
olvido; y Hitler las tomó en consideración sólo cuando resultó evidente
que, a no ser que se ocupara Noruega mientras se realizaba el ataque con-
tra Francia, los aliados, adelantándose a la acción alemana, podrían crear
graves peligros para Alemania en otro frente y anular la finalidad prevista
en Ja proyectada derrota de Francia.
En un cuestionario original sobre este tema dirigido el 3 de octubre de
1930 al Estado Mayor Naval 67, y cuando mencionó por vez primera Norue-
ga en la conferencia del 10 de octubre 68, Raeder usó argumentos que, en
modo alguno, podían convencer a Hitler. Lo que quería hacer comprender,
era que la posesión de bases en Noruega era de extrema importancia para
la guerra submarina, revelando que consideraba Noruega como la región
desde la cual podía partir una acción ofensiva, y su invasión representaba
un factor importante en el bloqueo de la Gran Bretaña. Hitler, sumido en
el estudio de sus propios planes para la invasión de los Países Bajos y el
aniquilamiento de Francia, se mostraba adverso a tomar en consideración
operaciones de gran alcance en otro frente; no le interesaba, por el mo-
mento, el bloqueo de Inglaterra o la guerra submarina. Prometió estudiar
las proposiciones de Raeder; pero el tema en cuestión no volvió a ser men-
cionado durante las ocho semanas siguientes.
Mientras tanto, Raeder tomó la iniciativa con la ayuda de Rosenberg 69 70,
para averiguar si la invasión de Noruega podía ser llevada a cabo usando
los métodos de las llamadas quintas columnas. El 11 de diciembre, se entre-
vistó con Quisling y Hagelin en Berlín; el 12 de diciembre volvió a plantear
la cuestión a Hitler. Gracias a sus conversaciones con Quisling y a la inicia-

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ción de las hostilidades entre Rusia y Finlandia a principios de diciembre,


estaba en condiciones de presentar argumentos más convincentes en favor
de sus planes. El testimonio de Quisling revelaba que podía contarse con
las facilidades necesarias, como dijo Raeder, «para un golpe político» y,
por lo tanto, la operación no era necesario que representase una disminu-
ción de las fuerzas militares tan importante como temía Hitler. Raeder in-
sistió, no tanto en el hecho del valor que representarían las bases que con-
quistaría Alemania, sino en el creciente peligro que esto significaría para la
(Irán, Bretaña y, también, el temor de que esta nación invadiera Noruega
en el caso de que Alemania no se ¡inlicipara a una tal acción. «Debemos
evitar a toda cosía que Noruega caiga en manos de los ingleses —declaró—,
ya que esto podría representar un factor decisivo en la lucha final.» La ocu-
pación aliada de Noruega representaría la guerra en el Báltico, blo-quería
el mar del Norte y el Báltico e impediría todo movimiento por parte de los
navios de guerra alemanes, así como aumentaría la vulnerabilidad de Ale-
mania frente a sus enemigos. Destruiría, tanto en Noruega como en Suecia,
las fuentes de suministro de hierro para Alemania, que representaban un
total de 11.550.000 toneladas que Alemania había calculado que consumi-
ría de un total de 15.000.000 de toneladas previstas para el año 1940 71.
Hitler se dejó convencer por la seguridad de que la operación no era tan di-
fícil como había sospechado en un principio; se mostró de acuerdo con
Rae-der de que la ocupación aliada de Noruega debía ser evitada a toda
costa. Se avino a entrevistarse con Quisling, que le fue presentado por Rae-
der el 14 de diciembre. En tanto que al principio no estaba tan convencido
de la necesidad de aquella operación militar, cambió de parecer en el curso
de las semanas siguientes 72. Fueron estudiados dos planes; el primero pre-
veía un golpe político dirigido por Quisling 73 y, el segundo, en el caso de
un fracaso en este sentido, preveía un asalto por tierra mar y aire, contan-
do con una posible resistencia tanto por parte de Noruega, como de la
Gran Bretaña.
Una vez vencidos sus prejuicios iniciales, o mejor dicho, cuando se reveló
como imposible un ataque inmediato contra Francia, fue el propio Hitler
quien tomó por su cuenta el estudio de los procedimientos a seguir contra
Noruega. La última orden para un ataque inmediato contra Francia fue da-
da el 13 de enero; el primer paso en firme para un ataque contra Noruega,
el 27 de enero. Es probable, teniendo en cuenta el hecho de que todavía va-
cilaba si atacaría en primer lugar a Francia o a Noruega, que las condicio-
nes climatológicas más que su reciente interés por Noruega, fuera la ra-
zón principal que le indujo a aplazar las operaciones contra Francia 74; y

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parece ser que, a partir del 27 de enero, cuando creó un Estado Mayor a las
órdenes de Keitel para planear la campaña de Noruega 75, dudaba todavía
en lanzarse a esta acción. Pero la intercepción del Altmark, un barco de
suministro alemán, en aguas noruegas por destructores británicos el 17 de
febrero, además de provocar su profunda indignación, puso fin a sus vaci-
laciones. El 19 de febrero, según Jodl 76, «insistió enérgicamente en la rea-
lización de sus planes »; el 1 de marzo publicó las primeras directrices para
la ocupación de Noruega y Dinamarca. El 3 de marzo, de nuevo según Jodl,
«insistió nuevamente en una pronta y violenta acción contra Noruega: sin
retrasos» ; y, aquel mismo día, decidió finalmente, que Noruega debía ser
atacada con anterioridad a Francia, con varios días de intervalo.
En las directrices del 1 de marzo 77, la operación de Noruega recompensó fi-
nalmente a Hitler del retraso del plan que consideraba más importante e
inmediato, o sea, la derrota cíe Francia. El objetivo principal era evitar la
instalación de las fuerzas británicas en Escandinavia y en el Báltico. Pero
las fuerzas a emplear en dicha acción debían ser lo más reducidas posibles,
«la debilidad numérica debe ser compensada por la rapidez de la opera-
ción, y por la sorpresa»; no se pasaron por alto, sin embargo, las conse-
cuencias que la acción pudiera ejercer sobre los países neutrales. «En prin-
cipio — continúan las directrices —, haremos todo lo posible para dar a la
operación el cariz de una ocupación pacífica, el objeto de la cual es la pro-
tección militai de la neutralidad de los Estados escandinavos.»
Si estos dos puntos revelan que su principal preocupación era todavía el
ataque contra Francia, la primera proporciona la razón por su interés por
Noruega y explica por qué anticipó el plan noruego a su objetivo principal.
Aparte de la necesidad defensiva para prevenir una ocupación aliada de
Noruega 78, tenía el más vivo interés en impedir cualquier movimiento que
pudiera redundar en perjuicio del ataque proyectado contra Francia. Esto
es, por lo menos, lo que le dijo a von Falkenhorst cuando el 21 de febrero le
dio el mando de la invasión de Noruega. «El éxito — dijo—, que hemos con-
quistado en el Este y qué obtendremos igualmente en el Oeste, se vería per-
judicado por la ocupación británica de Noruega 79.»
Hasta mediados de marzo, Raeder estaba igualmente decidido. El 9 de
marzo, sin embargo, previno a Hitler contra los riesgos que entrañaba la
operación: «La operación es contraria a todos los principios de la guerra
marítima, cíe acuerdo con los cuales, sólo podría llevarse a efecto contando
con una supremacía naval.» Pero albergaba la confianza, sin embargo, de
que la operación redundaría en el éxito deseado, sobre todo, gracias al fac-
tor sorpresa; y estaba convencido de la necesidad de llevarla a cabo, sobre

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todo, porque «los ingleses disponen ahora de la oportunidad deseada, con


el pretexto de ayudar a los finlandeses, de enviar tropas a través de Norue-
ga y Suecia y, de paso, ocupar estos dos países si éste es su deseo». Varios
días más tarde, sin embargo, una vez superados ya los temores con respec-
to a un inminente desembarco aliado en Noruega, el comandante en jefe
de la marina de guerra comenzó a vacilar. El 14 de marzo, según Jodl, du-
daba de la necesidad de iniciar una guerra preventiva en Noruega y alegó
que era preferible decidirse en primera instancia por una ofensiva contra el
Oeste»; temía, igualmente, que los ingleses se apoderaran de Nar-vik en el
caso de que los alemanes invadieran Noruega. El 15 de marzo, el mismo
Jodl declaró que «los temores de que Inglaterra pudiera proceder contra
Noruega se lian reducido; tal acción ya no parece probable por el momen-
to».
Fue durante esta fase, cuando Hitler actuó con la necesaria firmeza. El 26
de marzo, de acuerdo con el Diario de Jodl, «Hitler ordenó enérgicamente:
primero Noruega». Esta decisión fue recibida a regañadientes en diversos
círculos militares; «parece ser que diversos oficiales de la marina de guerra
— escribió Jodl al día siguiente —, no ven con buenos ojos la invasión de
Noruega, y los tres jefes al mando de la operación se enfrascan en el estu-
dio de cuestiones que nada tienen que ver con la misión que se les ha con-
fiado». El propio Raeder, anulado por la firmeza demostrada por Hitler,
acabó por acceder. Durante su conferencia con Hitler aquel mismo día
repitió que un desembarco británico en Noruega, que hacía poco parecía
inminente, ya no daba la impresión de serlo; pero se mostró de acuerdo en
el sentido de que era probable que la Gran Bretaña continuara otros inten-
tos en este sentido; y, puesto que Alemania se vería en la necesidad de lle-
var a cabo la invasión algún día, admitió que lo mejor y más prudente era
actuar cuanto antes posible, sobre todo, porque las noches se harían más
cortas a partir de mediados de abril.
Durante esta conferencia, Hitler señaló provisionalmente la fecha del 7 de
abril como el día D para desencadenar el ataque; pero esta fecha fue reem-
plazada primero por el 1 de abril y, luego, definitivamente por el 9 de abril,
día en que, en efecto, se efectuó el desembarco alemán.

III La invasion de Dinamarca y Noruega


Si la ocupación de Noruega y Dinamarca han sido consideradas durante
mucho tiempo como una inoportuna intromisión en los planes generales
de Hitler, no es de extrañar que otros problemas menos urgentes e impera-
tivos como, por ejemplo, la guerra en el mar, recibieran muy poca o ningu-

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Hitler no se equivoco

na atención por su parte hasta haberse iniciado el ataque contra Francia.


Después de la ocupación de Noruega, la exigencía más importante dentro
de las necesidades del Estado Mayor Naval fue un aumento en la construc-
ción de submarinos. Estas construcciones sólo podían efectuarse en detri-
mento de la Wehrmacht y de la Luftwaffe, del mantenimiento de las fuer-
zas de ocupación en Noruega y de los preparativos del ataque contra Fran-
cia, y, por lo tanto, nada se hizo en este sentido. A pesar de las repetidas
demandas de Raeder, el programa de construcción de submarinos no fue
intensificado y continuó al mismo ritmo que en el mes de junio de 1940;
pero incluso el programa previsto no se cumplía, pues había sufrido un
descenso en beneficio de la Wehrmacht y de la Luft-waffe.
Raeder comenzó su inútil campaña para conseguir la intensificación del
programa de construcción de submarinos; el 1 de noviembre de 1939, in-
formó a Hitler que no se había concedido «la necesaria prioridad al progra-
ma», y quejóse de que era continuamente aplazado con el argumento de
que «el suministro de materiales al Ejército acaparaba toda la producción
del momento». Hitler decidió volver a prestar atención al problema en el
mes de diciembre; Raeder, según las referencias de esta entrevista, alegó
que las pérdidas eran superiores a las nuevas construcciones. El 22 de no-
viembre presentó el proyecto de un programa intensificado según el cual, a
partir del mes de octubre del año 1942, se podrían construir 29 submari-
nos al mes. El 8 de diciembre se quejó de que incluso el programa de
construcciones previsto no podría cumplirse puesto que los suministros
para la construcción de submarinos habían sido reducidos durante el pri-
mer trimestre del año 1940. El 30 de diciembre continuaban todavía las
negociaciones con el Ejército para tratar de averiguar si la1 propuesta in-
tensificación de la construcción de submarinos podía todavía llevarse a ca-
bo y Hitler decidió aplazar nuevamente su decisión final hasta los meses de
mayo o junio de 1940.
Hitler explicó las razones de esta decisión cuando Raeder, el 26 de enero
de 1940, se quejó nuevamente de que el programa de amunicionamien-to
del Ejército retrasaba la construcción de submarinos. Replicó que «la pro-
ducción intensificada en el Ruhr es esencial para cualquier tipo de arma de
guerra y era importante porque la guerra contra Inglaterra exigía la con-
quista de territorios desde los cuales poder lanzar el ataque. Era necesario
tener en consideración, en primer lugar, estas medidas. Francia tenía que
ser derrotada y los británicos privados de sus bases en el continente». Ésta
continuó siendo su actitud, incluso después de haber comenzado el ataque
contra Francia. El 21 de mayo de 1940 aseguró a Raeder que concentraría

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Hitler no se equivoco

todos sus esfuerzos en el programa de construcción de submarinos, «cuan-


do hubiese terminado la operación principal en Francia». El 4 de junio ase-
guró que disminuiría el programa de construcciones del Ejército y que con-
cedería prioridad a la marina de guerra y a las fuerzas aéreas, «cuando
Francia haya sido aniquilada».
Raeder se encontró con una respuesta parecida cuando criticó a las fuerzas
aéreas alemanas y se quejó de que no apoyaban debidamente a la marina
de guerra en su lucha contra la Gran Bretaña. Comenzó explicando, el 22
de noviembre de 1939, que el ataque contra el comercio marítimo británico
dependía en gran extremo de una adecuada colaboración con las fuerzas
aéreas navales; y esperaba que Hitler le apoyaría en sus negociaciones con
el comandante en jefe de las Fuerzas del Aire. El 8 de diciembre insistió en
la urgente necesidad de que las fuerzas aéreas alemanas intensificaran sus
ataques contra los convoyes; y Hitler llegó al extremo de prometerle que
«intercedería en este sentido». Pero Raeder continuó insistiendo hasta el
26 de enero del año 1940; se sentía tan desengañado a este respecto que
llegó a lamentarse de que «era su impresión... que la dirección de la guerra
estaba influida grandemente por las «ideas continentales». Hitler rechazó
estas quejas con el argumento que había usado ya en anteriores ocasiones
cuando se trataba de intensificar las construcciones de submarinos: Fran-
cia había de ser derrotada antes de que Alemania pudiera volver su aten-
ción hacia la Gran Bretaña.
Se entablaron otras discusiones entre la marina de guerra y la Wehrmacht
sobre el uso del arma aérea al colocar las minas. Las fuerzas aéreas alema-
nas habían sido, en su mayor parte, destinadas a este
fin durante los primeros meses de la guerra; pero sus operaciones habían
sido reducidas grandemente cuando comenzaron los preparativos para las
ofensivas de Noruega y Francia. El 26 de marzo, Raeder insistió en la rea-
nudación inmediata de la colocación de minas para contrarrestar la infe-
rioridad numérica en la guerra submarina. Hitler se mostró conforme con
apoyar a Raeder en este sentido y prometió de nuevo tomar una decisión
en el curso de los días siguientes. El Estado Mayor del Aire, por otra parte,
estaba decidido a no reanudar esta clase de operaciones hasta el comienzo
del ataque contra Francia; y la intervención de Hitler, si es que realmente
intervino para apoyar la sugerencia de Raeder, tuvo muy poco efecto. El 29
de marzo, Raeder exigió que se tomara una decisión con respecto a la
reanudación de las operaciones de colocación de minas por medio de la
Luftwaffe; Hitler prometió nuevamente discutir este asunto con Goeríng.
Sin embargo, el 26 de abril, Raeder se veía obligado a insistir de nuevo so-

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Hitler no se equivoco

bre la urgencia de la colocación aérea de minas. El 7 de mayo, tres días an-


tes de la invasión de los Países Bajos, declaró que «si la aviación hubiese
demostrado más interés, el Támesis hubiera podido ser minado en el curso
de las últimas semanas». Pero la Luftwaffe se salió con la suya; y Rae-
der sospechó que, incluso en el caso de comenzar la ofensiva por tierra, el
comandante en jefe de la aviación «no dispondría del tiempo necesario ni
tendría interés alguno en la colocación de minas». Esto fue el preludio de
una exigencia inevitable: la marina de guerra exigió poseer su propia avia-
ción. Hitler no tomó (ii serio esta exigencia; replicó sencillamente que
Jüoering había expuesto no hacía mucho un punto de vista más convenien-
te: había justificado la unificación de todas las fuerzas aéreas bajo un solo
mando.
En sus esfuerzos por ver aumentadas sus disponibilidades en submarinos y
aviación para emplearlos en la guerra naval, Raeder no obtuvo el menor
éxito; tuvo más éxito, sin embargo, al intensificar la guerra naval contando
con las limitadas fuerzas existentes. Pero incluso en este caso sus éxitos
fueron incompletos y lentos. Cuando sus sugerencias no estaban en contra-
dicción con los planes estratégicos originales de Hitler, eran aprobadas in-
mediatamente; pero en caso contrario, o incluso en el caso de que Hitler
creyera que lo eran, caían en el saco de los olvidos o eran ya rechazadas
desde un principio.
Tan pronto como fueron rechazadas sus proposiciones de paz, Hitler, tal
como hemos expuesto anteriormente, se mostró dispuesto a anular Ja
mayoría de las prohibiciones que limitaban los ataques contra la navega-
ción enemiga. El 16 de octubre riel año 1939, a instancias de Raeder, apro-
bó finalmente el hundimiento de barcos mercantes enemigos sin previo
aviso y se mostró igualmente de acuerdo con el torpedeamiento de los bu-
ques enemigos de pasajeros después de previa advertencia 80.
El 10 de noviembre avanzó un paso más de acuerdo con Raeder al aprobar
el hundimiento de buques enemigos de pasajeros sin previo aviso; y, desde
aquel momento, los navios de guerra alemanes disfrutaron de una comple-
ta libertad de acción en sus ataques contra la navegación enemiga.
Raeder había comenzado ya a prestar atención al problema de extender la
guerra naval al ataque de los buques neutrales que traficasen con la Gran
Bretaña, cuyo tema trató en un memorándum el 15 de octubre 81. «Lo úni-
co que nos falta ahora — añadió el 1 de noviembre —, es la declaración del
estado de bloqueo contra Inglaterra, en cuyo caso los barcos neutrales po-
drán ser torpedeados igualmente sin previa advertencia una vez notificada
dicha decisión a los Estados neutrales.» Pero Hitler estaba decidido a

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Hitler no se equivoco

evitar toda clase de incidentes con las naciones neutrales antes de haber
comenzado su ofensiva en el Oeste y, por el momento, Raeder se sometió a
la fuerza de estos argumentos. «El momento para la declaración del estado
de sitio — concluyó el 1 de noviembre—, dependerá del tiempo y naturaleza
de las operaciones de la Wehrmacht. En el caso de que éstas violaran la
neutralidad de Estados neutrales, habrá llegado también el momento para
tomar medidas más enérgicas por parte de la marina de guerra.»
Antes de su próxima conferencia con Hitler, convencido de que el Führer
se mantendría firme en su actitud, Raeder decidió enfocar el asunto desde
un punto de vista totalmente diferente. El 10 de noviembre sugirió «desis-
tir por el momento de declarar el estado de sitio y, por el contrario, conti-
nuar intensificando gradualmente el bloqueo». Como primer paso, que de-
bía darse en una fecha a decidir algún tiempo después, sugirió que se per-
mitiera a la marina de guerra hundir sin previa advertencia «a aquellos
barcos neutrales que positivamente se sabía que transportaban contraban-
do... por ejemplo; los barcos griegos». De nuevo, Raeder se enfrentó con
una negativa. «Su proposición — se le contestó — sería tomada en conside-
ración tan pronto se observara un cambio de actitud en las potencias neu-
trales; por ejemplo, en el caso de una ofensiva.» Hitler se mostró igualmen-
te firme cuando Raeder planteó de nuevo la cuestión el 22 de noviembre y
preguntó por «las futuras acciones políticas y militares para justificar una
mayor intensificación de la guerra submarina». «La esperada ofensiva por
tierra — fue la respuesta—, originará protestas por parte del enemigo y de
los neutrales... Se decidirá después; del comienzo de la ofensiva si la guerra
naval debe ser intensificada.»
Otra oportunidad se le ofreció a Raeder cuando, el 27 de noviembre, y co-
mo represalia por el uso por parte de los alemanes de minas magnéticas, el
Gobierno británico extendió ei bloqueo a las exportaciones alemanas; has-
ta aquel momento sólo las importaciones alemanas habían sido objeto de
las pro-nibiciones impuestas sobre el contrabando. El 8 de diciembre insis-
tió Raeder sobre la conveniencia de tomar contramedidas, y, a ser posible,
en forma de declaración de estado de sitio. Pero Hitler insistió por su parte
que esto sólo podía ser tomado en consideración como complemento de la
próxima ofensiva terrestre. Expuso el mismo punto de vista el 30 de di-
ciembre, cuando Raeder sugirió que los barcos neutrales en ios Downs de-
bían ser atacados por las fuerzas aéreas alemanas después de una previa
advertencia a los Gobiernos neutrales: «Un momento favorable para diri-
gir tal advertencia — fue la respuesta de Hitler — será el comienzo de la
intensificación general de la guerra.» Durante la misma conferencia repitió

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que era su intención aplazar la publicación de una respuesta a las medidas


adoptadas por los británicos hasta que se presentara el momento oportu-
no.
Esta respuesta, en forma de una declaración del bloqueo de la Gran Breta-
ña, fue redactada por el Estado Mayor Naval durante los últimos días del
año 1939.
«Inglaterra (dice el documento en cuestión) es nuestro enemigo mortal. Su
objetivo es la destrucción del Reich y del pueblo alemán. Sus métodos de
guerra no son legales, y tienden a hacernos morir de hambre... Pero, noso-
tros, los alemanes, no estamos dispuestos a morir de hambre y tampoco
capitularemos. Devolviendo golpe por golpe, demostraremos a la Gran Bre-
taña lo que significa estar bloqueados... Cualquier barco que navegue alre-
dedor de las costas francesas o inglesas, sin tener en cuenta su bandera, se
expone a los peligros de la guerra 82.»
Pero esta declaración no fue jamás publicada. Hitler no consideró pruden-
te darla a conocer antes de ser anunciada la ofensiva en el Oeste y la publi-
cación de la misma era ya innecesaria una vez comenzada la ofensiva.
A pesar de las afirmaciones de Hitler rehusando enfrentarse abiertamente
con los neutrales hasta no estar en condiciones de desencadenar su ofensi-
va y, a pesar de su oposición original a las proposiciones de Raeder, éste
había logrado, entre tanto, éxitos considerables en su plan para extender e
intensificar la guerra naval sin previas advertencias. Uno de los métodos
consistió en declarar la existencia de campos de minas en algunos parajes,
sin que éstas necesariamente hubiesen sido colocadas en los mismos, y
permitir a los submarinos que hundieran a todos los barcos sin previa ad-
vertencia en las zonas indicadas, cargando, naturalmente, toda la
responsabilidad a las minas. Esta proposición fue presentada por vez pri-
mera el 22 de noviembre y Raeder expuso que su propósito era «combatir
el tráfico militar ene-establecida poco después en el canal de Bristol. El mi-
go y no quebrantar las leyes de la navegación neutral». Hitler aprobó inme-
diatamente esta sugerencia; por lo tanto, fue llevada a la práctica en la zo-
na noroeste de. Escocia el 1 de diciembre; otra zona fue 26 de enero de
1940, «y puesto que el Führer ha dado su conformidad en principio para
señalar zonas de las costas británicas en las cuales pueden ser hundi-idos
barcos neutrales sin previa advertencia, siempre que sea posible cargar la
responsabilidad a las minas», Raeder propuso una ampliación de este
plan, al cual Hitler dio igualmente su aprobación 83. Otro método consistió
en permitir el hundimiento de barcos de determinadas naciones neutrales,
tal como sugirió por vez primera Raeder el 10 de noviembre de 1939. Cuan-

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do presentó este plan por primera vez, Hitler se negó a tomarlo en conside-
ración; pero el 30 de diciembre del año 1939 se mostró de acuerdo en que
los barcos de todas las naciones que habían vendido o arrendado otros a
Inglaterra, sobre todo los barcos griegos, fuesen torpedeados sin previa
advertencia.
De esta forma, a pesar de que Hitler se manifestó contrario a quebrantar
de un modo abierto los derechos de los neutrales y también a una declara-
ción total del bloqueo de Inglaterra, sus objeciones con respecto a unos
métodos menos francos de extender la guerra fueron gradualmente anula-
das. El 26 de enero de 1940 expuso que «la intensificación gradual se justi-
ficaba por sí misma. De esta forma, se han evitado enteramente las dificul-
tades políticas».
Hitler trató siempre de evitar las complicaciones políticas. Su aprobación a
cualquier método de extender los ataques a los neutrales fue tomada des-
pués de haber especificado claramente que estos ataques se limitarían a la
zona declarada americana, o sea, una zona que estaba prohibida a los bar-
cos de los Estados Unidos y, por cuyo motivo, no podían originarse inci-
dentes con los norteamericanos. El 23 de febrero de 1940, cuando Raeder
propuso una mayor intensificación de la guerra naval, Hitler la rechazó fir-
memente y se negó a tomarla en consideración «teniendo en cuenta el efec-
to psicológico que podría tener en los Estados Unidos». Raeder consideró
esta negativa como «un obstáculo insuperable en el desarrollo y acción del
arma submarina» ; pero Hitler se mantuvo firme en su decisión. No ponía
ninguna objeción en el ataque a buques mercantes enemigos por todos los
medios a su alcance; estaba dispuesto a consentir el hundimiento de bu-
ques neutrales si los pretextos eran buenos y si las circunstancias eran lo
bastante obscuras. Pero no quería declarar oficialmente el bloqueo de In-
glaterra y, excepto en el caso de Noruega y Dinamarca, cualquier operación
que pudiese provocar el malestar entre los neutrales y, sobre todo, entre la
opinión pública
americana, la quería volver a tomar en consideración para tomar entonces
una decisión definitiva una vez hubiese desencadenado el ataque contra
Francia.

IV Un juicio critico de la estrategia de Hitler hasta la caida de


Francia
La invasión de Dinamarca y Noruega fue ejecutada con toda brillantez y a
gran velocidad. Al final del primer día, Dinamarca y la mayor parte del sur
de Noruega se hallaban ya en poder de los alemanes. En el plazo de seis se-

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manas, la posición aliada en el norte de Noruega se tornó desesperada y la


ocupación alemana de Noruega era ya casi completa. Esta operación fue se-
guida, un mes después de haberse iniciado, por la invasión alemana de Ho-
landa, Bélgica y Luxemburgo el 10 de mayo, y el comienzo del ataque con-
tra Francia. Éste se convirtió igualmente en el éxito deseado. Las hostilida-
des cesaron en Holanda el 15 de mayo; Bélgica se rindió a medianoche del
27 al 28 de mayo; las fuerzas armadas alemanas habían roto ya el frente
aliado y habían alcanzado Boulogne. La evacuación de Dunkerque se efec-
tuó entre el 26 de mayo y el 4 de junio. Antes de fines del mes de junio, la
campaña había tocado ya a su fin; y de este modo, con la rendición fran-
cesa, se iniciaba otra fase en la guerra.
Es difícil rehuir la conclusión de que, hasta este punto, los planes estratégi-
cos de Hitler se basaron en una sana apreciación de todas las circunstan-
cias. En la lucha contra la Gran Bretaña, considerada justamente por Hi-
tler como el problema principal, la ocupación de Noruega y la derrota de
Francia eran factores mucho más influyente y decisivos que la puesta en
práctica de cualesquiera otros métodos que Alemania hubiese podido to-
mar en consideración durante el mismo período.
Es cierto que la política de Hitler impuso serias restricciones al ataque con-
tra el comercio marítimo británico; los preparativos para el ataque contra
Francia, combinados con los de la invasión cíe Noruega, que exigían la co-
laboración de todos los navios pesados y submarinos alemanes, hicieron
prácticamente imposible durante dos meses cualquier operación contra la
Gran Bretaña. Es cierto también que la flota de superficie alemana experi-
mentó graves pérdidas durante las operaciones de Noruega. Y, a pesar del
hecho de que fueron abandonados los planes para la creación de una po-
tente marina de guerra ya al comienzo de la guerra, se suspendió todo tra-
bajo en los navios de superficie, excepción hecha de aquellos que estaban a
punto de ser terminados, y todos los recursos fueron destinados al nuevo
plan de construcciones de submarinos; pero dicha construcción apenas
compensaba las pérdidas sufridas durante las operaciones: durante el pri-
mer año de guerra sólo se completaron 35 submarinos con un radio de ac-
ción suficiente para actuar en el Atlán-
tico, en tanto que las pérdidas se elevaron a 28 unidades.
La limitación de los ataques alemanes contra las rutas marítimas del co-
mercio inglés durante los primeros doce meses de la guerra, fue impuesta
tanto por la poca potencialidad de la marina de guerra con la cual Alema-
nia comenzó la guerra, como a la falta de buques de envergadura y al redu-
cido número de submarinos de que podía disponer, así como también, a

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los planes estratégicos que sirvieron de base a Hitler durante los primeros
nueve meses. La falta de una flota de superficie no podía ser ya compen-
sada una vez comenzada la guerra; y las pérdidas sufridas frente a las cos-
tas de Noruega agravaron aún más este problema. La construcción de los
submarinos requiere mucho tiempo y más aún su puesta a punto para ser
lanzados al combate 84, de forma que un programa de construcciones, por
muy amplio e intenso que hubiese sido, incluso siendo substituido al co-
mienzo de la guerra, no hubiese en modo alguno podido ser decisivo antes
de la derrota de Francia. Teniendo en cuenta estas consideraciones, como
lo hizo Hitler, no parece probable que, concentrando toda la atención en la
guerra naval y destinando todos los recursos disponibles, incluyendo el ar-
ma aérea, contra la navegación mercante británica e incluso contando con
la debilidad propia de la Gran Bretaña durante los primeros meses de la
guerra, que el resultado hubiese podido afectar más la posición de la Gran
Bretaña que las consecuencias de la conquista de Noruega y la derrota de
Francia. Los grandes éxitos alemanes por tierra fueron de una importancia
inmediata, no sólo con respecto a la guerra como conjunto, sino también
para la guerra naval. Las fuerzas de escolta británica sufrieron graves pér-
didas, no sólo durante las operaciones de Noruega sino también durante la
evacuación de Dunkerque; las fuerzas de escolta de la marina de guerra
francesa fueron eliminadas. Los submarinos abandonaron el mar del Nor-
te, y el mar Báltico para trasladarse a nuevas bases en el golfo de Vizcaya y
su efectividad se redobló al acortarse sus desplazamientos y poder exten-
derse a zonas de operaciones más efectivas. La ocupación alemana de los
puertos del canal de la Mancha y, sobre todo, el traslado de las fuerzas aé-
reas alemanas a las bases creadas en Francia, influyeron en el aumento de
las pérdidas británicas de buques mercantes en la costa oriental. Pronto
nos vimos obligados a hacer pasar los convoyes por el canal Inglés o por el
sur de Irlanda, y enviarlos a los puertos de la costa occidental a través del
canal del Norte o dando la vuelta por el sur de Escocia. Éstas y otras des-
viaciones de las antiguas rutas marítimas, incluyendo el cierre virtual del
Mediterráneo al entrar Italia en la guerra, fueron un grave obstáculo im-
puesto a nuestra marina mercante.
Si, a pesar de las limitaciones impuestas por Hitler, la batalla contra las ru-
tas comerciales marítimas ya fue de por sí bastante grave durante el pri-
mer año de guerra, esta situación adquirió caracteres desastrosos durante
los tres últimos meses de este primer año, los meses de junio, julio y agosto
de 1940, como resultado de los éxitos alcanzados por Hitler, que lo hubiese
logrado siguiendo la política propuesta por Raeder.

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La importancia de la concentración de todos los recursos en la guerra na-


val ya desde el principio de la guerra, en lugar de dedicar toda la atención
en interés de conseguir las victorias continentales, hubiese, de hecho, re-
sultado bastante, menos, en la posibilidad de alcanzar resultados decisivos
durante el primer año de guerra, que en sus consecuencias de reforzamien-
to para la Batalla del Atlántico del año 1941. En contra de este argumento,
sin embargo, podemos aducir que la derrota de Francia tuvo también con-
secuencias influyentes e inmediatas sobre la Batalla del Atlántico.
La reducción de las fuerzas de escolta británicas, la pérdida de la flota na-
val francesa; la conquista por Alemania de bases para submarinos y bases
navales en una zona avanzada; el obligado rodeo impuesto a la marina
mercante inglesa, todos estos factores, además de ejercer un debilitamien-
to de la posición británica, tuvieron también consecuencias permanentes
de incalculable importancia para la guerra naval. No existe comparación
posible entre las ventajas adquiridas por Alemania, con las que hubiera
obtenido en 1941 si la política de Hitler se hubiese inclinado a concentrar,
ya desde un principio, todos sus recursos disponibles para la lucha contra
las rutas marítimas, en lugar de decidirse por la conquista de Noruega y la
derrota de Francia. Pero, partiendo del supuesto de que no podía lanzarse
a las dos operaciones al mismo tiempo, resulta difícil afirmar que lo hubie-
se podido hacer mejor cíe lo que lo hizo.
Además, existían otros factores que aparte de la guerra naval había que te-
ner en cuenta. La defensa de Alemania merecía una consideración vital en
el planteamiento de cualquier ofensiva contra la Gran Bretaña. La invasión
de Noruega fue un movimiento defensivo para prevenir el peligro; el peli-
gro real era el de una ocupación británica. La derrota de Francia, prescin-
diendo de las ventajas positivas ganadas, alejó a la Gran Bretaña, simultá-
neamente, de Noruega y Francia, amplió las posibilidades alemanas de re-
sistencia y maniobra en un grado muy elevado. A esto hay que añadir otra
consecuencia de los éxitos alemanes: la entrada de Italia en la guerra y las
nuevas posibilidades que se le ofrecían en el Mediterráneo.
Además, era posible que tales éxitos indujeran a la Gran Bretaña a entablar
negociaciones de paz. No cabe la menor duda de que esta esperanza entra-
ba dentro de sus planes, lo mismo que la posibilidad de .que las potencias
occidentales pudieran aceptar un
entendimiento después de la derrota de Polonia había sido un factor, si no
en su decisión de ir a la guerra, por lo menos, en la estructuración de sus
planes estratégicos durante la primera fase. Esta nueva esperanza sobre Ja
posibilidad de que la Gran Bretaña pudiera iniciar negociaciones de paz,

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no era en modo alguna insensata. El haber contado con esta posibilidad es,
quizás, haber sido demasiado optimista; pero nada perdía con haberse for-
jado dicha ilusión.
Los planes estratégicos de Hitler hasta la caída cíe Francia no fueron, por
consiguiente, planes defensivos; fueron, en todos los casos, planes estraté-
gicos perfectamente estudiados y llevados a cabo con gran maestría. Le
proporcionaron también el éxito que contaba alcanzar con los mismos;
puesto que, basados en un juicio exacto de la falta de preparación de las
potencias occidentales, le proporcionaron no sólo el beneficio de ser per-
fectos, sino también el haber sabido emplear el método adecuado en el
momento más oportuno. Aparte de la preparación alemana, en compara-
ción con la falta de preparación de las potencias occidentales, no cabe la
menor duda de que los éxitos obtenidos por Alemania se debieron, en gran
parte, a una firme voluntad de decisión, juicio exacto e ingenio, y a una
gran perspicacia; y, a pesar de que se puede aducir también el factor suerte
85, no debe esto impedirnos ver aquellas otras cualidades.

Por otro lado, sus éxitos, a pesar de lo completos que fueron, no represen-
taron el valor exacto de la capacidad estratégica de Hitler. La derrota de
Francia representó el fin del período fácil de la guerra para Hitler. A conti-
nuación, la posición adquirió características muy diferentes y la situación
se hizo mucho más compleja. Los problemas con que se enfrentaba Alema-
nia, lo mismo que la Gran Bretaña, eran problemas de un orden diferente,
de dimensiones mucho más amplias, que los que había estudiado hasta
aquel momento. La nueva situación ofrecía a Hitler posibilidades casi ili-
mitadas. Pero es cierto también que se enfrentaba con factores muy difíci-
les: el problema de las distancias, la falta de unión entre Alemania y las de-
más potencias del Eje, la falta de una marina de guerra, la superioridad na-
val británica. La solución de los nuevos problemas exigía un planteamiento
sumamente meticuloso. En comparación con la capacidad estratégica que
hasta aquel momento había sido exigida de él, había obtenido los éxitos ba-
sándose sólo en la destreza, la cual había desempeñado un papel no des-
preciable.
Si hasta aquel momento su estrategia y sus éxitos no habían requerido ta-
les esfuerzos, tampoco había demostrado que no pudiera hacerlos; después
de conseguir la derrota de Francia, no había estudiado todavía cómo proce-
dería a continuación. Había comenzado la guerra sin un plan determinado,
excepción hecha el de la campaña de Polonia; durante nueve meses no ha-
bía tenido en su mente otro plan que el de la derrota de Francia. La falta de
decisión y la falta de habilidad en hacer planes para el futuro, podían cau-

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sar su ruina en los difíciles tiempos que se avecinaban.

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Capitulo IV

La Invasion de Inglaterra

I La aversion de Hitler a adoptar el plan de invasion


Los planes de Hitler para el ataque contra Francia no preveían un subsi-
guiente intento de cruzar el canal de la Mancha; ni tampoco consideró el
rápido éxito obtenido durante la operación de Francia como una oportuni-
dad apropiada para la invasión de Inglaterra. No existe referencia sobre es-
te tema en las reseñas de las Conferencias Navales hasta el 21 de mayo, y
tuvo que transcurrir otro mes antes de que volviera a plantearse esta cues-
tión el 20 de junio; en ninguna de las dos ocasiones se habla de que Hitler
hubiese demostrado ningún interés referente a la invasión de Inglaterra.
Este testimonio negativo sobre su falta de interés por ese problema, es con-
firmado por otras conversaciones habidas. Es casi cierto que este tema fue
puesto a debate en los meses de mayo y junio a iniciativas de Raeder y no
de Hitler; las reseñas de las dos conferencias revelan que los pensamientos
de Hitler seguían otra dirección por aquella época; después del 20 de ju-
nio, y teniendo en cuenta el tiempo de que todavía podía disponer en el
año 1940, se imponía la necesidad de tomar una determinación; sin embar-
go, permaneció indeciso todavía durante otro mes. Cuando, finalmente, el
15 de julio, un mes después de la derrota de Francia, decidió que la opera-
ción debía ser intentada, habían pasado ya dos meses desde que el tema se
planteó por vez primera.
Fue el 21 de mayo de 1940, en el curso de la primera entrevista que cele-
braron desde que se había iniciado Ja ofensiva en el Oeste, que Raeder y
Hitler discutieron en privado, «detalles concernientes a la invasión de In-
glaterra, en cuyo proyecto el Estado Mayor Naval había estado trabajando
desde el mes de noviembre anterior». Ya el 15 de noviembre de 1939, había
ordenado Raeder a sus colaboradores que iniciaran los preparativos para
una invasión de Inglaterra. La orden había quedado circunscrita al Estado
Mayor Naval y ni Hitler ni las otras dos Armas habían sido informados; he-
cho que demuestra que fue a iniciativa de Raeder el que este tema fuera
planteado por primera vez durante la conferencia. Esta suposición está
igualmente confirmada por los testimonios de oficiales de la marina de
guerra alemana al final de la guerra, al efecto de demostrar que Hitler no
tenía interés por la operación durante aquella época. No existe, sin embar-
go, ninguna referencia de lo que se dijo el 21 de mayo; ni tampoco eviden-
cia alguna concerniente a la actitud de Hitler el 20 de junio, cuando se

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planteó por segunda vez el tema de la invasión. Aparece claro que durante
esta segunda conferencia, fue Raeder el que tomó en todo momento la ini-
ciativa. Tenía especial interés en hacer resaltar dos puntos: que la marina
de guerra fuera la única responsable en la construcción de unidades desti-
nadas especialmente para las operaciones de desembarco y que era im-
prescindible contar con la superioridad aérea.
Fue Raeder y no Hitler quien planteó la discusión del tema en su primera
fase; los temas por los cuales se interesaba Hitler por aquellos días son su-
mamente instructivos. Demuestran que se daba por satisfechí en la guerra
contra la Gran Bretaña, tomando medidas que no representasen un ataque
directo. El 21 de mayo, en respuesta directa a la pregunta de Raeder, deci-
dió que «era preferible contar con que la guerra iba a ser de larga duración
y, por consiguiente, organizar un programa a larga vista para la cons-
trucción y entrenamiento de submarinos»; anunció, igualmente, que dedi-
caría toda su atención a los programas de construcción de submarinos y
aviones tan pronto hubiesen terminado las operaciones principales en
Francia. El 4 de junio expuso que su política era reducir los grupos de la
Wehrmacht tan pronto Francia hubiese sido derrotada, licenciando a los
reemplazos más viejos y a los obreros especializados para destinarlos a la
ejecución de aquel programa. Foco antes del 20 de junio, y como medida
para completar el bloqueo de la Gran Bretaña, ordenó al Estado Mayor Na-
val que estudiara las posibilidades de la ocupación de Islandia, proyecto
que recibió el nombre clave de «Icaro»; pero Raeder contestó el 20 de ju-
nio que se trataba de un proyecto imposible de ser llevado a la práctica.
Los días siguientes confirmaron la aversión de Hitler por la idea de la inva-
sión de Inglaterra. El 2 de julio, es cierto, unas primeras directrices
concernientes a la invasión, firmadas por Keitel, anunciaban que «el Füh-
rer lia decidido que el desembarco en Inglaterra es posible, siempre'que
podamos contar con una superioridad aérea indiscutible...», y los prepara-
tivos para un desembarco de 25 a 40 divisiones en un amplio frente debían
ser comenzados inmediatamente. Pero no se hizo mención de la posible fe-
cha de la operación; y, lo que es más, los preparativos debían iniciarse te-
niendo siempre en cuenta, sin embargo, que «se trata solamente de un
plan que todavía no ha sido decidido». Una cosa era llegar a la conclusión
de que la invasión era posible en determinadas circunstancias; otra cosa
muy diferente, el que la operación llegara a ser intentada. Con respecto a
este segundo punto, Hitler se mantuvo sumamente reservado.
Sus dudas fueron ahondadas por Raeder. Las directrices del 2 de julio lle-
vaban todo el sello de la influencia del Ejército. Al especificar un número

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Hitler no se equivoco

tan
elevado de divisiones, en la esperanza de poder desembarcar en un amplio
frente, la operación fue considerada, según el punto de vista del Estado
Mayor Naval, de todo punto irrealizable. El 9 de julio fueron informadas
las dos Armas que el problema central de la operación era sencillamente la
cuestión del número de transportes con que se podía contar, y que el Es-
tado Mayor Naval consideraba la zona de Dover, un frente rnuy Kmitado,
como la única zona posible donde se podía contar con una protección ade-
cuada que garantizase el éxito del desembarco. Durante la siguiente confe-
rencia con Hitler, el 11 de julio, Raeder expuso estos argumentos y comen-
zó su firme apoyo a los misinos, a los cuales se aferró desde aquel momen-
to en contra de la idea de un desembarco en Inglaterra. La invasión debía
ser considerada solamente «como el último recurso para obligar a Inglate-
rra a rendirse». No era necesaria, puesto que la Gran Bretaña podía «ser
obligada a rendirse interceptando sencillamente sus vías de suministro...».
No podía abogar en «favor de una invasión de la Gran Bretaña, como lo ha-
bía hecho en el caso de Noruega. Las condiciones previas eran una supe-
rioridad aérea indiscutible y la creación de una zona libre de minas... Re-
sultaba imposible prever cuánto tiempo se necesitaría para limpiar una zo-
na de minas...».
Considerando que el Estado Mayor Naval había estado estudiando el pro-
yecto desde el mes de noviembre del año 1939 y que, a todas luces, fue el
primero en llamar la atención de Hitler y de los demás altos jefes militares
sobre el mismo tan pronto se le presentó la ocasión después de haberse
desencadenado la ofensiva contra Francia, la actitud de Raeder puede pa-
recer muy extraña. Al final de la guerra, declaró que había ordenado al Es-
tado Mayor Naval el estudio del proyecto en cuestión, no por creer necesa-
ria la invasión, sino por el deseo de estar preparado en el caso de que Hi-
tler le ordenara de pronto el estudio del proyecto. En tal caso, no se com-
prenden sus iniciativas a este respecto en los meses de mayo y junio. Tal
vez lo justifique un exceso de celo profesional, ya que al plantear la cues-
tión de la invasión de Inglaterra, era un medio seguro para situar al Estado
Mayor Naval a la altura de la situación, incluso en el caso de que se revela-
ra poco después que la invasión no debía o no podía llevarse a cabo. Es po-
sible también que Raeder cambiara de parecer con respecto a la posibili-
dad práctica de poder llevar a cabo la operación después de un detenido es-
tudio del proyecto como resultado de las exigencias presentadas por la
Wehrmacht en sus directrices del 2 de julio.
En todo caso, el 11 de julio, Hitler se mostró completamente de acuerdo

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Hitler no se equivoco

con Raeder. A pesar de las directrices del 2 de julio, «el Führer considera la
invasión como una operación de última instancia e impone como condi-
ción previa y necesaria la superioridad aérea...». Continuó interesándose
por otros aspectos de la guerra: en el desarrollo y militariza-
ción de Trondhjem, que debía ser convertida en una gran base defensiva,
«una hermosa ciudad alemana debe ser construida en el fiordo»; en la de-
claración del estado de sitio de Inglaterra; en los planes para el aumento
de la flota alemana después de la guexra y la futura construcción de navios
de guerra; y, una vez abandonado el plan de invasión de Islandia, la adqui-
sición de una de las islas Canarias de España a cambio del Marruecos fran-
cés. En esencia, su actitud era la misma de siempre. Había llegado a la con-
clusión, es cierto, de que, dada la supremacía aérea, podía intentarse la in-
vasión de la Gran Bretaña. Los preparativos se iniciaron a partir del 2 de
julio; pero sin que nadie se los tomara en serio o se trabajara teniendo en
cuenta una fecha fija; habían pasado ya dos meses desde que el proyecto
en cuestión fue discutido por vez primera.

II Su decision de llevar a cabo la invasion


Cinco días más tarde, los planes alemanes entraron en una segunda fase.
El 15 de julio fue informado el Estado Mayor Naval que Hitler había to-
mado una decisión; quería que la operación estuviese preparada en todos
sus detalles, a fin de poder iniciarla en cualquier momento, a partir del 15
de agosto. El 16 de julio publicó sus directrices personales con respecto a la
operación en cuestión 86. Comenzó por decir que «Inglaterra, a pesar de lo
desesperado de su situación militar, se ha mostrado reacia a llegar a una si-
tuación de compromiso y he decidido, por lo tanto, comenzar los preparati-
vos y, si es necesario, a continuación, la invasión de Inglaterra». Añadió
que «esta operación es dictada por la necesidad de eliminar a la Gran Bre-
taña como base desde la cual podría proseguir la lucha contra Alemania; y,
si es necesario, la isla será ocupada». Los desembarcos debían efectuarse
«por sorpresa», y en un amplio frente, que sé extendería desde Rain:; gate
hasta un punto al oeste de la isla de Wight. Los preparativos debían estar
terminados para mediados del mes de agosto. Las fuerzas aéreas británicas
debían ser previamente eliminadas. Los flancos de la zona de paso, debían
ser minadas a fin de impedir el acceso a la misma a los navios de guerra in-
gleses. Otras medidas preparatorias consistían en la instalación de artille-
ría de costa para poder dominar la zona de asalto, así como intensos ata-
ques aéreos contra las bases navales británicas. El nombre clave para de-
signar la operación de la invasión era «Sea Lion».

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Hitler no se equivoco

Tan pronto como recibió las directrices el 16 de julio, Raeder protestó, en


un memorándum especial, alegando que «la misión designada a las opera-
ciones navales en la operación «Sea Lion» 87, estaban en desacuerdo con la
potencia real de la marina de guerra y sin relación alguna con las misiones
encomendadas a la Wehrmacht y a la Luftwaffe». El memorándum deta-
llaba a continuación todas las dificultades que se presentaban en la ejecu-
ción del plan. Los puertos de embarque habían sufrido grandes desper-
fectos durante la campaña de Francia o, en todo caso, eran limitados en su
capacidad. La zona de paso ofrecía graves inconvenientes que podían ser
agravados por las condiciones meteorológicas, las mareas y el estado del
mar. Por lo menos, las primeras oleadas de invasión tenían que desembar-
car en la costa abierta y esto exigía el empleo de embarcaciones especiales.
No existían medios para limpiar de minas enemigas la zona de desembar-
co. La supremacía aérea era vital ya antes de que los transportes pudieran
ser concentrados en la zona de embarque. Sobre todo, empero, las fuerzas
de desembarco se enfrentarían con un enemigo decidido «a lanzar a la lu-
cha todas sus fuerzas navales. No es de suponer que la Luftwaffe pueda im-
pedir que las fuerzas navales enemigas se acerquen a la zona de peligro...
Los campos de minas no representan una protección eficaz frente a un ene-
migo decidido...».
Hitler, si es que de por sí no estaba convencido todavía de las dificultades
que entrañaba una tal empresa, se sintió impresionado por los argumentos
expuestos por Raeder. El 21 de julio confesó que la invasión de la Gran Bre-
taña sería «una empresa ex-cepcionalmente peligrosa... No se trata de cru-
zar un río, sino un mar dominado por el enemigo... No se puede contar con
una maniobra de sorpresa; nos enfrentamos con un enemigo decidido y
preparado para la defensa, que domina la zona marítima que nosotros he-
mos de cruzar... Se necesitarán 40 divi-ciones; la parte más difícil será el
continuado suministro de material y municiones... Las condiciones previas
necesarias para una tal operación son el dominio absoluto del aire, el uso
de una poderosa concentración de artillería en el estrecho de Dover y la
protección por medio de campos de minas...».
Las condiciones climatológicas y la época del año eran igualmente factores
de suma importancia. «La operación principal debía, por consiguiente, ser
terminada ya antes del 15 de septiembre... En el |caso de que los preparati-
vos no pudiesen estar listos para principios de septiembre, habría que to-
mar en consideración otros planes.»
Hacía marcha atrás sobre las decisiones que había tomado en sus directri-
ces del 16 de julio. En éstas, había afirmado que los desembarcos debían

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Hitler no se equivoco

efectuarse mediante operaciones de sorpresa; ahora admitía que el factor


sorpresa no podía entrar en los cálculos. Había insistido anteriormente en
que los preparativos debían estar terminados para mediados de agosto;
ahora aceptaba la fecha de principios de septiembre. Las directrices habían
insistido en el hecho de que la invasión sólo se llevaría a cabo en el caso de
que la Gran Bretaña se negara a llegar a una situación de compromiso. Sin
embargo, ahora ya no existía la seguridad de que la operación pudiera lle-
varse a cabo y era necesario contar con tener que tomar en consideración
otros planes.
En un punto, sin embargo, se mantuvo firme. Fuesen cuales fuesen las difi-
cultades, añadió el 21 de julio, «es necesario aclarar la cuestión de si un
ataque directo influiría en la rendición de la Gran Bretaña y el tiempo que
esto requeriría...». Fuesen cuales fuesen las dificultades, debía continuar el
estudio de los preparativos. No era cierto todavía de que una invasión pu-
diera llevarse a la práctica aquel mismo año; pero, si los preparativos ter-
minaban a tiempo, y si se podía contar con las condiciones necesarias, la
operación sería llevada a cabo.
Temporalmente, incluso el propio Raeder, aceptó esta posición. El 25 de
julio comunicó a Hitler que se hacían todos los esfuerzos para terminar los
preparativos para principios del mes de septiembre; había desistido ya de
su oposición primitiva al plan. Pero continuó insistiendo en las dificultades
que se ofrecían a la realización del mismo. Expuso de nuevo las serias con-
secuencias que la operación ejercería sobre la economía interna alemana e
insistió con vehemencia en la absoluta necesidad de conquistar pre-
viamente la supremacía aérea. No podía garantizar la concentración, a su
debido tiempo en la zona de embarque, del número suficiente de barcos de
transporte. Continuó oponiéndose, igualmente, a las exigencias de la
Wehrmacht. El 29 de julio redujo el Ejército de tierra su primitiva cifra de
25 a 40 divisiones para la primera oleada de desembarco a sólo 13. Pero
continuó insistiendo en que debían desembarcar en un amplio frente des-
de- Ramsgate a Lyme Bay; y el Estado Mayor Naval continuó considerando
un tan amplio frente como totalmente impracticable.
Para superar las dificultades, que en modo alguno eran suavizadas por las
discusiones que se entablaron entre las dos Armas, se iniciaron nuevos es-
tudios de 3a situación con el resultado de que el 31 de julio Raeder informó
que los preparativos no podrían estar terminados a tiempo y proponía un
aplazamiento de la operación hasta el año 1941. Consideraba que el 15 de
septiembre era la primera fecha plausible que podía ser fijada como fecha
de la invasión; e incluso esta fecha dependía de que no se presentaran cir-

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Hitler no se equivoco

cunstancias imprevistas ocasionadas por el tiempo o por el enemigo. Con


referencia a las exigencias de la Wehrmacht, puso objeciones a los dos
puntos. El Ejército exigía que los desembarcos se efectuasen al amanecer y
el transporte por mar durante la noche; pero el transporte por la noche
ofrecía mayores dificultades a la marina de guerra y e! amanecer era el mo-
mento menos indicado para efectuar un desembarco. Las fuerzas navales
enemigas podrían alcanzar la entrada del Canal desde grandes distancias,
sin ser avistadas durante la noche y, bajo su protección, atacar a las fuerzas
de desembarco al amanecer. Si, por otro lado, el transporte se efectuaba
durante el día, el reconocimiento aéreo permitiría localizar a las fuerzas
enemigas y se podría contar con el tiempo necesario para interrumpir la
operación si las circunstancias así lo exigían. El otro punto afectaba a la
creación de un frente amplio o limitado a una estrecha franja. Si la Wehr-
macht insistía en este punto de vista, no se podría conceder ninguna pro-
tección naval o aérea a los desembarcos al oeste, cerca de Lyme Bay, ya que
éstos se efectuarían demasiado cerca de las bases navales de Portsmouth y
Plymouth. Basándose en estos argumentos, exigió Piaeder que el transpor-
te por mar se efectuara durante el'día y los desembarcos quedasen limita-
dos a la zona de la llamada Calle de Dover.
Estas exigencias condujeron a otras. Si eran aceptadas resultaba evidente
que la operación sería más difícil desde el punto de vista de la Wehrmacht.
«Pero lo principal — declaró Raeder —, es lograr, en primer lugar, que el
Ejército pueda cruzar el Canal.» Tanto éste como la marina de guerra de-
bían tomar en consideración estos hechos, cooperar en el planteamiento
más meticuloso de la operación y prestar especial atención a los preparati-
vos a fin de asegurar el éxito de la acción. Por todas estas causas, la ope-
ración debería ser aplazada hasta el mes de mayo del año 1941.
Hitler no estaba dispuesto a aceptar estas proposiciones. Estaba decidido a
obtener una respuesta clara y concreta con respecto a la cuestión: ¿Podía la
invasión estar preparada para aquel otoño? Había fijado la fecha de media-
dos de agosto como límite para la terminación de los preparativos, había
luego aceptado aplazarla hasta principios de septiembre y así como tam-
bién el aplazamiento que, según Raeder, era inevitable, pero todavía no es-
taba dispuesto a abandonar el proyecto de efectuar la invasión en el año
1940. Su respuesta a Raeder el 31 de julio fue «que era necesario hace,r to-
dos los esfuerzos posibles para preparar la invasión para el 15 de sep-
tiembre... La decisión de si la operación se efectuaría en dicho mes o sería
aplazada hasta el mes de mayo del año 1941, se tomaría después de que la
Luftwaffe hubiese concentrado sus ataques en el sur de Inglaterra durante

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Hitler no se equivoco

el plazo de una semana. Esperaba el inmediato informe de la Luftwaffe so-


bre cuándo podrían comenzar estos ataques. Si las consecuencias de tales
ataques aéreos eran que las fuerzas aéreas enemigas, los puertos y las fuer-
zas navales sufrían graves daños, la operación «Sea Lion» sería lanzada to-
davía durante el curso del año 1940. En caso contrario, sería aplazada has-
ta el mes de mayo de 1941...
Estas decisiones fueron recapituladas en unas directrices del 1 de agosto,
después de haber contestado la Luftwaffe a la demanda de Hitler. Los pre-
parativos debían quedar ultimados para el 15 de septiembre. Ocho o cator-
ce días después de comenzar la ofensiva aérea contra el sur de Inglaterra,
prevista para el 5 de agosto, Hitler decidiría si la operación «Sea Lion» se
efectuaría o no aquel mismo año. Si la operación era aplazada hasta el año
1941, los preparativos de la misma continuarían durante todo el invierno, a
fin de no causar perjuicios a la economía interior alemana.
En sus directrices, Hitler rechazó otra de las exigencias de Raeder. «A pe-
sar de las objeciones de la marina de guerra — añadió —, deben seo: conti-
nuados los preparativos para poderse efectuar en un amplio frente, tal co-
mo se planeó originariamente.» Esta declaración provocó otras violentas
discusiones entre la Wehrmacht y la marina de guerra. El 31 de agosto pre-
guntó Raeder a Hitler con respecto a la decisión final que había tomado a
este respecto, «puesto que en otro caso aplazaría los preparativos». Al mis-
mo tiempo, aprovechó la oportunidad para insistir nuevamente en que la
operación «Sea Lion» debía intentarse «sólo como último recurso si no
podía obligarse a la Gran Bretaña por otros medios a llegar a una situación
de compromiso». Con respecto al primero de estos puntos, Hitler rehusó
tomar una decisión hasta no haber conferenciado con los demás altos jefes
militares. Con respecto al segundo, se mostró de acuerdo con Raeder y
añadió que sólo se intentaría llevar a cabo la operación en el caso de que
las circunstancias garantizasen el éxito de la misma. «Un fracaso por nues-
tra parte haría que Inglaterra aumentara considerablemente su prestigio.
Es necesario esperar y comprobar primeramente las consecuencias de
nuestros intensos ataques aéreos.»
Durante los dos días siguientes se celebraron diversas conferencias entre
Hitler y los jefes de la Marina y del Ejército. El Estado Mayor Naval
reconoció «las razones que inducían al Estado Mayor de la Wehrmacht a
apoyar sus demandas». Sin embargo, lo mismo que la Wehrmacht, tenía
que insistir en ciertas exigencias que consideraba esenciales para el logro
de los objetivos. «El Ejército preveía un desembarco simultáneo de diez di-
visiones en un frente que se extendía desde Ramsgate hasta un punto al

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Hitler no se equivoco

oeste de Brighton, junto con otro desembarco, simultáneo si era posible,


en Lyme Bay. El Estado Mayor Naval rehusaba modificar su punto de vista
de que estos planes eran inaceptables. No se disponía del transporte nece-
sario, y tampoco de las facilidades necesarias en la zona de embarque para
una primera ola de desembarco de diez divisiones. El frente entre Ramsga-
te y Brighton era demasiado amplio; desembarcos simultáneos cerca de
Brighton, en el oeste; y entre Deal y Ramsgate, al este; no podían llevarse a
cabo. El desembarco en Lyme era aún más imposible; no existía allí espa-
cio de navegación suficiente e, incluso en este caso, no se dispondría de la
debida protección. A la vista de estos hechos, Hit-ler y la Wehrmacht se
vieron obligados a aceptar un compromiso. Hitler decidió el 15 de agosto
abandonar la idea de un desembarco eri Lyme Bay, y ordenó tomar las dis-
posiciones necesarias a fin de no excluir la posibilidad de un ataque sobre
un frente limitado en el caso de que así se considerara necesario en el últi-
mo momento. Pero insistió igualmente en que, por el momento, los prepa-
rativos de desembarco fueron planeados tomando en consideración tanto
la zona de Brighton, como la de los estrechos.
Las controversias con respecto al desembarco en la zona de Brighton conti-
nuaron durante otros doce días. El Estado Mayor Naval deseaba conside-
rarlo, en el caso de que realmente fuese tomado en consideración, como
una simple acción de diversión; la Wehrmacht estaba igualmente decidida
a considerar Brighton como una de las zonas principales de desembarco.
Finalmente, la Wehrmacht salió triunfante; pero no se tomó una decisión
final hasta el 27 de agosto. Aquel día se decidió que los desembarcos se
efectuarían en tres zonas entre Folkestone y Beachy Head, así como tam-
bién en una cuarta zona, con cuatro divisiones, entre Brighton y Selsey
Bill.
A pesar de estos contrasentidos, que se prolongaron durante todo el mes
de agosto, Hitler se mantuvo en la posición que había adoptado a media-
dos de julio. A pesar de que a fines de este mes las dificultades le habían
obligado a aceptar dos aplazamientos, desde mediados de agosto a princi-
pios de septiembre, y desde principios de septiembre a mediados del mis-
mo mes, insistió en que se continuaran todos los preparativos y manifestó
su intención de invadir la Gran Bretaña en el mes de septiembre, si se con-
seguían las condiciones que él consideraba necesarias.
La supremacía aérea había sido considerada siempre como la más impor-
tante de dichas condiciones; a fines del mes de agosto, todo daba a enten-
der que se iba a alcanzar el éxito deseado. La Luftwaffe informó que la si-
tuación climatológica iba a ser pronto favorable y que esperaba obtener re-

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Hitler no se equivoco

sultados decisivos en el curso de los 15 días siguientes. En consecuencia, el


plan de invasión fue puesto en marcha. Kl primero do septiembre co-
menzó el movimiento de I laicos alemanes desde los puertos del mar del
Norte a la zona de embarque. Las instrucciones para la operación fueron
publicadas el 3 de septiembre: el 20 de septiembre, o sea, otro aplaza-
miento, fue fijado como la fecha para el comienzo de la invasión; el 21 de
septiembre para los desembarcos; el 11 de septiembre para la distribución,
al mediodía, de las órdenes finales: las instrucciones de la operación D-3.
Toda la operación podía ser anulada, pues la deci-ción final dependía de la
batalla aérea que duraba hacía ya seis semanas; sin embargo, con res-
pecto a todas las decisiones previas que pudiesen tomarse, la invasión de
Inglaterra estaba a punto de ser iniciada.

III El fracaso del Plan


Quedaban menos de dos meses antes de que la invasión, condicionada por
las condiciones climatológicas y el estado del mar, pudiera efectuarse en
1940; menos de un mes antes del fin de un período a partir del cual podía
intentarse la acción. Incluso en el caso de que todos estos obstáculos hubie-
sen podido ser superados, el plazo de tiempo disponible era demasiado
corto para resolver todos los problemas pendientes. Éstos eran de dos cla-
ses: los que había que tener en cuenta al lanzarse a una operación maríti-
ma de gran envergadura y los creados por las contramedidas británicas o
basadas en la fuerza real de la posición británica.
Un gran número de barcos habían de trasladarse a la zona de embarque;
pero el mal tiempo agravó las dificultades ya existentes. El 6 de septiembre
existía ya un evidente retraso con respecto al movimiento de las barcazas;
el mal tiempo y la intervención de la R.A.F. habían hecho imposible lim-
piar de minas c.l previsto pasadizo de asalto. Y el 10 de septiembre, el tiem-
po «que para esta época del año es completamente anormal e inestable, di-
ficulta grandemente los movimientos de transporte y la limpieza de mi-
nas».
Los problemas climatológicos y logísticos, no eran, sin embargo, los únicos
ni tampoco los factores principales que determinaban la situación. La
R.A.F. usurpó al enemigo aquel grado de superioridad en el aire que era
necesario si la invasión, dejando a, un lado su posible ejecución, debía ser
preparada adecuadamente.
«Es de importancia decisiva, (escribió el Estado Mayor Naval el 10 de sep-
tiembre) al formar un juicio de la situación, no exagerar los daños causa-
dos a las fuerzas enemigas en el sur de Inglaterra y el Canal... La Luftwaffe

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Hitler no se equivoco

ha logrado un perceptible debilitamiento de las fuerzas defensivas del ene-


migo... Sin embargo, los bombarderos británicos y Jas unidades minadoras
de la R.A.F. disponen todavía de toda su potencia de acción... las activida-
des de Jas fuerzas británicas han obtenido el éxito por ellos deseado, a pe-
sar de que, es cierto, no han influido de un modo decisivo en los movimien-
tos de transporte alemán. La fase que el Estado Mayor Naval ha con sidera-
do siempre como condición previa más importante para la operación, no se
ha alcanzado todavía : o sea, una clara superioridad aérea en el Canal y la
eliminación de todas las posibilidades de acción, aérea enemiga en las zo-
nas de concentración.»
El día D, 21 de septiembre, podía todavía, provisionalmente, ser aceptado;
pero «había que contar siempre con nuevas dificultades que pudiesen re-
sultar de las condiciones climatológicas y de las acciones del enemigo».
Durante esta batalla para conquistar la supremacía del aire, que todavía
ofrecía un resultado incierto, y que había comenzado ya a mediados del
mes de julio, se planteó un nuevo problema. Hasta mediados del mes de
agosto, la misión principal de la Luftwaffe había sido atacar los navios bri-
tánicos, los puertos de la costa sur y los aeródromos del sur de Inglaterra,
todo eso dentro del marco del plan «Sea Lion». Durante la segunda mitad
del mes de agosto, en parte por los desengaños sufridos por la falta de re-
sultados decisivos, en parte como resultado de la falta de unión y la rivali-
dad existente entre las distintas armas alemanas, el plan fue cambiado.
Goering continuó forzando la batalla sobre Londres en la esperanza de que
los continuos bombardeos de la capital inducirían a los ingleses a iniciar
negociaciones de paz. El 7 de septiembre, cuando se comprobó .que este
plan fallaba al igual que el primero, se tornaron nuevos acuerdos, a Estaría
más en consonancia con los preparativos planeados para «Sea Líon», si la
Luftwaffe se concentrara menos sobre Londres y más sobre Portsmouth,
Dover y las fuerzas navales, dentro y cerca de la zona de operaciones», con-
tinúa el memorándum naval de aquella fecha. Dos días más tarde, la mari-
na de guerra se mostró más explícita aún. «La guerra aérea — declara otro
memorándum del 12 de septiembre 88 —, es conducida como una «guerra
aérea independiente»... Fuera del marco de la operación «Sea Lion»... en
particular, no s('! observa ningún esfuerzo por parte de la Luftwaffe para
ligar las unidades de la flota británica que, por < I momento, operan con
toda tranquilidad y sin ser molestadas por el Canal... por consiguiente, la
intensificación de la guerra aérea no ha contribuido, hasta el momento, en
favor de las operaciones de desembarco; por consiguiente, la puesta en
práctica del desembarco, no puede todavía ser tomada en consideración.»

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lliller había compartido las esperanzas de Goe-iiiu', y aprobado el cambio


de objetivos, y el propio Estado Mayor Naval se hallaban divididos entre
estas esperanzas y la necesidad de continuar preparando el plan «Sea
Lion». En consecuencia, el memorándum del 10 de septiembre concluye
así, «no considera apropiado presentar a la Luftwaffe o al Führer tales de-
mandas (un cambio de los objetivos aéreos), puesto que el Führer conside-
ra que un ataque en gran escala contra Londres puede resultar decisivo, y
porque el bombardeo sistemático de Londres puede originar una actitud
en el enemigo que haga innecesario el plan "Sea Lion"». El 14 de septiem-
bre, Raeder personalmente suscribió esos puntos de vista: «los ataques aé-
reos contra Inglaterra y, sobre todo contra Londres... deben ser intensifica-
dos sin tener en cuenta el plan «Sea Lion». Los ataques pueden ser decisi-
vos».
La publicación de las órdenes finales para «Sea Lion» sufrían ya, en conse-
cuencia, un retraso de tres días; era necesario transmitir órdenes a las
fuerzas antes de esperar el resultado de la batalla aérea. Resultaba eviden-
te, además, que, en vista de la situación aérea, era necesario un nuevo apla-
zamiento, por no decir ya la anulación de todo el plan. Hitler había vacila-
do ya entre estos dos extremos; pero el-14 de septiembre tomó la decisión.
Reconoció que no se podía efectuar todavía la invasión y que. había que
aceptar un aplazamiento de la misma; pero se resistió a anular definitiva-
mente la operación. «Sería un error renunciar a "Sea Lion"». Albergaba to-
davía la esperanza de que «si se añade la presión de un inminente desem-
barco a los futuros ataques aéreos, el efecto total será mucho más fuerte.
Un ataque no es decisivo por sí solo, sino por los efectos totales que produ-
ce.». Además, había que contar con el hecho de que si se renunciaba a la
idea de la invasión, la moral inglesa sujbiría y los ingleses soportarían con
mayor resignación los ataques aéreos alemanes.
Raeder se mostró de acuerdo con estos argumentos pero estaba más pre-
dispuesto que Hitler a anular de un modo definitivo la operación. «No es
prudente renunciar ahora a «Sea Lion», por las razones aducidas por el
Führer»; sin embargo, creía que lo mejor era aplazarla por un tiempo inde-
finido. Insistió, en consecuencia, que se fijaran fechas "favorables para el
mes de octubre, tanto para el 8 como para el 24 de dicho mes. Hitler no
quiso aplazar la operación durante tanto tiempo. Fijó el 27 de septiembre
como nuevo día D; y decidió esperar hasta el 17 de septiembre para decidir
si la operación había de tener o no lugar en aquella nueva fecha.
Mientras tanto, los bombarderos de la R.A.F. habían intensificado sus ata-
ques en la zona de concentración, los navios de la Royal Navy habían

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Hitler no se equivoco

igualmente aumentado el bombardeo de los puertos de embarque. Ochen-


ta barcazas destinadas a las fuerzas de invasión fueron hundidas el 13 de
septiembre; se infligieron .al enemigo otras graves pérdidas, sobre todo, en
Amberes. En la batalla llamada de Londres, fue derrotada el 15 de septiem-
bre la mayor concentración realizada por la Luftwaffe sobre la ciudad;
fue el día en que, según Mr. Churchill «se decidió la batalla por la Gran
Bretaña» 89.
Goering había fracasado en su esfuerzo para dominar el cielo de Londres;
por consiguiente, la invasión directa era necesaria.
Sin embargo, ¿era posible su realización? ¿A qué había quedado reducida
la supremacía en el aire? ¿No habían demostrado las recientes y numero-
sas destrucciones de transportes, causadas por los navios y las fuerzas aé-
reas británicas, que dicha supremacía era más necesaria que nunca y, sin
embargo, ésta ya no existía? El 17 de septiembre Hitler decidió no anular la
operación «Sea Lion», pero sí aplazarla nuevamente. El 19 de septiembre
se dio contraorden a la concentración de los barcos de transporte y bar-
cazas situados en los puertos de embarque; los barcos que se encontraban
ya en esta zona, recibieron órdenes de abandonarla para reducir a un mí-
nimo las graves pérdidas que les infligían las incursiones aéreas británicas
90. El 12 de octubre, Hitler anunció que los preparativos para el plan «Sea

Lion» debían continuar durante todo el invierno, pero sólo con el fin de po-
der ejercer una presión militar y política sobre la Gran Bretaña. «Los ingle-
ses deben continuar creyendo que nos estamos preparando para atacar en
un amplio frente. Al mismo tiempo, nuestra economía de guerra debe ser
aliviada del intenso esfuerzo impuesto por los preparativos de la invasión.
» En el caso de que se considerara conveniente llevar a cabo la operación
en la primavera o a principios del verano del año 1941, se dictarían las ór-
denes oportunas.

IV La explicacion de la actitud de Hitler


Una vez expuestas las fases principales del plan «Sea Lion» es necesario in-
tentar definir el proceso seguido por el propio Hitler con respecto a esta
empresa; y dos hechos, en particular, requieren una explicación. Éstos son,
en primer lugar, su primitiva aversión a aceptar el plan y, en segundo, la
naturaleza de su concepción cuando, finalmente, se decidió a aceptarlo.
Resulta evidente que su primitiva aversión por aceptar el proyecto de inva-
sión se debió, en parte, a que la operación resultaría, si no imposible, por
lo menos muy difícil de ser ejecutada sobre el terreno; e, incidentalmente,
es de suponer que estas dificultades se le hubieran antojado menos insupe-

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Hitler no se equivoco

rables si la marina de guerra alemana no hubiese sufrido pérdidas durante


la campaña de Noruega, y si muchos barcos de menor tonelaje no se hubie-
sen visto obligados a permanecer en los puertos noruegos.
No fue hasta el 2 de julio que decidió que «un desembarco en Inglaterra es
posible contando con la necesaria supremacía aérea...»; el reconocimiento
de las dificultades que entrañaba el plan continuó preocupándole, a pesar
de la decisión que tomó durante los días 15 y 16 de julio. Una semana más
tarde, el 21 del mismo mes, tenía plena conciencia de que la invasión sería
«una empresa excepcionalmente arriesgada», y que «en modo alguno era
igual que cruzar un río». Sin embargo, ya por el 16 de Julio había superado
su original aversión por el proyecto sin, por ello, renunciar al reconoci-
miento de las dificultades; fue entonces cuando publicó sus directrices y és-
tas nos dan a entender que la clara visión de las dificultades no fue la única
razón que explica sus anteriores vacilaciones. Debió de existir otra causa; y
fueron otros los factores importantes que le forzaron o indujeron a superar
su aversión por la empresa.
La segunda razón de su aversión a ordenar la invasión fue, de ello no cabe
la menor duda, la esperanza de que la Gran Bretaña iniciaría negociaciones
de paz una vez derrotada Francia, y que, en este caso, la invasión ya no se-
ría necesaria. Si no existiese otra evidencia, las palabras con que comienza
sus directrices del 16 de julio serían más que suficientes para demostrar
que fue al perder estas esperanzas cuando se avino a aceptar el proyecto de
invasión. «Como Inglaterra, a pesar de lo desesperado de su situación mi-
litar — leemos en dichas directrices —, se ha mostrado reacia a llegar a una
situación de compromiso, he decidido preparar y, si es necesario, llevar a
cabo la invasión de Inglaterra...»
Pero existen otros testimonios que hay que añadir a éste; junto a las difi-
cultades del proyecto y su aversión por el mismo, Je animaba el deseo de
llegar a un entendimiento con la Gran Bretaña. En las directrices decía que
la invasión se llevaría a cabo, y era necesaria, si la Gran Bretaña continua-
ba rehusando llegar a una situación de compromiso a la Hora H; y durante
algunos días más se aferró todavía a la esperanza, que ya se esfumaba, de
que Inglaterra acabaría por ceder. El 19 de julio, finalmente, se decidió por
hacer una gestión directa; hasta aquel momento había albergado la espe-
ranza de que no sería necesario insistir cerca de la Gran Bretaña. «En esta
hora — declaró en un discurso ante el Reichstag —, considero como un de-
ber frente a mi propia concieiicia apelar una vez más a la razón y el sentido
común de la Gran Bretaña. No veo la razón por qué ha de continuar esta
guerra...» El discurso fue seguido por gestiones diplomáticas a través de

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Hitler no se equivoco

Suecia, los Estados Unidos y el Vaticano 91.


No cabe la menor duda de que Hitler estaba muy ansioso con respecto al
resultado de estas gestiones que había tomado tan en serio. «Está en los in-
tereses del pueblo alemán una rápida terminación de la guerra», le dijo a
Raeder el 21 de julio.
Hemos ya expuesto algunos detalles de las fases a través de las cuales se
fue alimentando esta esperanza, y es necesario ahora añadir otras. Antes
de la guerra, no se había dejado llevar por las ilusiones. El 23 de mayo de
1939, a pesar de creer que tal vez fuese posible asegurarse la «capitulación
inmediata» de la Gran Bretaña destruyendo su flota naval, a pesar de. to-
mar en consideración un «golpe final decisivo» parecido a éste, reconoció
que «sería criminal por parte de un Gobierno confiar enteramente en el
factor sorpresa»; insistió «en la necesidad de hacer preparativos para una
guerra de larga duración»; aseguró a su auditorio que «un conflicto con la
Gran Bretaña sería un lucha de vida o muerte». «La idea de que podemos
salir bien parados de la empresa es peligrosa — continuó—; no debemos
contar con una posibilidad que no existe... el Gobierno debe estar prepara-
do para una guerra de diez a quince años de duración 92.» Pero la conclu-
sión del pacto con Rusia, tal como hemos indicado ya anteriormente, cam-
bió esos puntos de vista: en su discurso del 22 de agosto del año 1939 93, no
hizo hincapié en las dificultades o en el tiempo de duración de la guerra, y
afirmó solamente su creencia de que la guerra sería muy corta. El pacto ali-
mentó la esperanza de que Francia e Inglaterra aceptarían un fait ac-com-
pli después de la derrota de Polonia; sus planes estratégicos para la campa-
ña de Polonia se basaron en esta esperanza; y si pronto fue abandonada,
fue reemplazada inmediatamente por el convencimiento de que la Gran
Bretaña cedería tan pronto Francia hubiese sido derrotada. Esto se revela
claramente en el memorándum del 9 de octubre 94 y en su discurso del 23
de noviembre del año 1939 95, en el cual declaró que el ataque contra Fran-
cia «significará el fin de la guerra y no se trata en modo alguno de una si-
tuación aislada»; y existe otra evidencia, aunque menos directa, en diver-
sas observaciones a Goering, Ribbentrop y Raeder.
Así, por ejemplo, el 22 de noviembre de 1939, en lugar de decir que con-
centraría toda su atención e interés en la lucha contra la Gran Bretaña una
vez derrotada Francia, le dijo a Raeder que sería entonces la ocasión para
decidir «si la guerra naval había de ser intensificada» 96. El 26 de enero de
1940, después de haber expresado la esperanza de que Italia lucharía al la-
do de Alemania después de la derrota de Francia, confesó que, «puesto que
Italia sólo entrará en la guerra en el caso de que Alemania obtenga grandes

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éxitos, no existen grandes ventajas para Alemania en la colaboración de


Italia...» Una observación de Goering 97 98, durante una conferencia cele-
brada el 30 de enero de 1940, confirma que Hitler contaba todavía con una
victoria decisiva en el Oeste, después de haberse visto obligado a aplazar el
ataque y añadir la invasión de Noruega a sus planes. «El Führer—dijo Goe-
ring en aquella ocasión —, está firmemente convencido de que alcanzará
una decisión de la guerra en el año 1940... y, por consiguiente, ha decidido
hacer uso de nuestras reservas de primeras materias sin considerar las ne-
cesidades del futuro...» Una afirmación en el Diario de Jodl, del 20 de ma-
yo de 1940 99, es igualmente reveladora en este sentido. «El Führer ,—> es-
cribió — está sumamente satisfecho consigo mismo... los ingleses podrán
obtener una paz por separado siempre que lo deseen, después de restituir
las colonias. El memorándum especial que comprende las palabras, embar-
gadas por la emoción, del Führer cuando recibió la noticia de la conquista
de Abbe-ville, ha sido archivado.» Una afirmación de Ribben-trop nos ha-
bla de lo mismo. Se pregunta 100 si, después de la evacuación de Dunker-
que «se decidirá por una paz rápida». «El Führer estaba entusiasmado con
esta idea», y describe las bases del ofrecimiento que pensaba hacer a la
Gran Bretaña. «Constará sólo de muy pocos puntos, y el primero de éstos
es que nada debe intentarse entre Inglaterra y Alemania que pudiera ser
considerado como menoscabo del prestigio de la Gran Bretaña. En segun-
do lugar, la Gran Bretaña ha de restituirnos una o dos de nuestras antiguas
colonias. Esto es lo único que deseamos...»
Es necesario admitir que el Führer hizo observaciones en diversas ocasio-
nes a Raeder que están en contradicción con este argumento. El 21 de ma-
yo de 1940, le dijo a Raeder «que sería mejor partir de la base de que la
guerra iba a ser de larga duración, y, por consiguiente, convenía organizar
un programa a largo plazo para el entrenamiento y la construcción de sub-
marinos» ; el 4 de junio manifestó todavía su intención de reducir el núme-
ro de fuerzas de tierra y concentrar todos los esfuerzos en el programa de
la marina de guerra y la Luftwaffe para la lucha contra la Gran Bretaña.
Pero no siempre fue sincero con Raeder, a pesar de que, con respecto a es-
tos temas, tuvo siempre el máximo empeño en ganarse su confianza. La
evidencia de su llamamiento a la Gran Bretaña y las gestiones diplomáticas
que inició en este sentido son tan poderosas, tan significativas, que no per-
miten la menor duda de que sus esperanzas eran la rendición de la Gran
Bretaña después de la derrota de Francia.
Si rehusó considerar el proyecto de invasión hasta el 2 de julio; si al pare-
cer se dio por satisfecho con medidas de ataque indirecto; si, incluso des-

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pués del 2 de julio, vaciló en ordenar la invasión hasta el 15 y 16 de julio,


no fue por contentarse, al contrario d Raeder, con derrotar a la Gran Breta-
ña «cortando sus importaciones».
Era porque albergaba la esperanza de que la Gran Bretaña entablaría ne-
gociaciones de paz y le liberaría así de lanzarse a una operación por la cual
sentía una profunda aversión. No era porque estaba preparado a aceptar
una guerra de larga duración con este país; sino al contrario, porque estaba
decidido a que la guerra fuese lo más corta posible.
Pero si su esperanza de un rápido entendimiento con la Gran Bretaña fue
la principal razón de su desgana a aceptar el plan de invasión en su prime-
ra fase, fue también lo único que le impulsó a superar finalmente su aver-
sión por la empresa. Cuando la decisión británica de continuar la lucha se
hizo irrevocable, anunciada y estimulada por Churchill, al estudiar las difi-
cultades de la invasión, los deseos de Hitler para llegar a un rápido enten-
dimiento se hicieron más vivos, en tanto que sus esperanzas en este senti-
do comenzaban a esfumarse. En este proceso se vio impulsado, primera-
mente, el 16 de julio, a declarar que «Sea Lion» era una empresa que sería
llevada a la práctica en el caso de que la Gran Bretaña no estuviera dispues-
ta a ceder; luego, el 19 de julio, a hacer su última oferta de paz y, finalmen-
te, cuando esta oferta fue rechazada por la prensa y el Gobierno británicos,
y confirmada oficialmente el 22 de julio por el secretario de Asuntos Exte-
riores de la Gran Bretaña, a aceptar el hecho de que la invasión directa era
el único medio que le quedaba para evitar una guerra de larga duración en
el Oeste. Fue entonces cuando superó su aversión contra el proyecto de in-
vasión.
Sin embargo, jamás logró superar totalmente esta aversión y, quizá como
resultado directo de este hecho, jamás abandonó su esperanza de un colap-
so británico; y son estos dos factores los que explican su actitud con respec-
to a «Sea Lion». Las directrices del 16 de julio contenían más de un contra-
sentido. Había declarado que «Sea Lion» sería ejecutado en el caso de ne-
garse Inglaterra a llegar a un acuerdo: «he decidido, por lo tanto, comen-
zar a preparar y, si es necesario, llevar a cabo la invasión de Inglaterra».
Pero anunció igualmente que, «si era nece-y detrás de esta expresión vibra-
ba la espe-
sario»
ranza de que, a pesar de que la Gran Bretaña rechazaba un compromiso
antes de que la invasión . fuera un hecho concreto, estaba ya, de todas for-
mas, tan cerca del hundimiento, que la simple amena/a de un. serio inten-
to contra sus costas proporcionaría el golpe de gracia. En un memorándum

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del 30 de junio de 1940 101, Jodl argüyó que un asalto directo contra la
Gran Bretaña sólo podía ser tenido en cuenta si se podía tener confianza
con respecto a las consecuencias del mismo, y no puede existir la menor'
duda de que Hitler finalmente aceptó el plan «Sea Lion» sin tener confian-
za en el mismo. En sus directrices, es cierto, amenazó con dar una mayor
amplitud al plan, pero en su mente. «Sea Lion» no fue jamás otra cosa que
un gigantesco bluff. Ésta es la explicación de su manera de ver la operación
y, particularmente, el aspecto aéreo de la misma: trataba de crear y engran-
decer siempre aquellas circunstancias por las cuales, por una invasión en
potencia, pudiese asestar el golpe de gracia psicológico. En esto se encuen-
tra la explicación de cuáles eran sus pensamientos cuando describía el plan
«Sea Lion», como lo hizo frecuentemente, como «el último recurso». Tan-
to él como llaeder usaron esa expresión para describir sus respectivas acti-
tudes con respecto a «Sea Lion»; y no es difícil comprender que lo usaron
en un sentido diferente. Raeder quería decir, como así lo manifestó el 11 de
julio, que, «puede obligarse a la Gran Bretaña a rendirse cortando sus im-
portaciones», y, por consiguiente, la invasión directa jamás sería necesa-
ria: su «último recurso» precisamente era aquel del cual jamás deseaba te-
ner que echar mano. Lo que quería decir Hitler, era, durante una semana o
dos después de haber publicado las directrices del 16 de julio, que, puesto
que la Gran Bretaña era posible que cediese, no sería necesario ni tan sólo
el intento de invasión y, cuando los acontecimientos hubieron ya superado
esta fase, que el intento sólo se realizaría para derrotar a la Gran Bretaña.
Debido a que ésta era su actitud frente al plan de invasión desde el comien-
zo de su segunda fase hasta el aplazamiento eventual de «Sea Lion» el 12
de octubre, la actitud de Hitler representa una curiosa mezcla de obstina-
ción y de dudas. Por otro lado, después de haber sido rechazado su ofreci-
miento de paz, parecía esencial comprobar la decisión británica de resis-
tencia, comprobar si la amenaza de la invasión podía inducir a la Gran Bre-
taña a ceder, descubrir si podía ser debilitada de tal forma por posteriores
operaciones que se presentara la ocasión de asestar el golpe definitivo, pre-
parar y encaminar la invasión de tal forma que pudiera ser intentada si se
presentaban las condiciones favorables. Esto es lo que quiso decir el 1 de
julio, cuando declaró que «debemos estudiar la cuestión de si una opera-
ción directa provocará la rendición de la Gran Bretaña, y cuánto tiempo re-
querirá esto». Tan grandes eran sus deseos de que la guerra fuese corta,
tan claro su reconocimiento de que la ejecución de «Sea Lion» sería aún
más difícil en el año 1941, y tanto menos efectivo para obligar a la rendi-
ción de la Gran Bretaña, que se aferró al plan de invasión en 1940, a pesar

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de todos los aplazamientos obligados. Y esta serie de aplazamientos son el


testimonio, no de su falta de decisión, puesto que eran inevitables, sino de
su obstinación, de lo profundo de sus deseos de hacer que la guerra con la
Gran Bretaña fuese lo más corta posible.
Por otro lado, jamás tuvo la absoluta certeza de que «Sea Lion» redundara
en el éxito que él esperaba del mismo; y estaba igualmente convencido de
que no se podía pensar en la realización material del plan si no existían las
condiciones que él creía necesarias como «el último recurso». Jamás se en-
tregó de todo corazón al plan. El 21 de julio admitió que, «si no podemos
contar con la certeza de que los preparativos puedan estar terminados para
principios de septiembre, será necesario tomar en consideración otros pla-
nes»; el 31 de julio dijo que, si las fuerzas aéreas no lograban en el plazo de
dos semanas quebrantar la resistencia británica, la operación habría de ser
aplazada hasta el año 1941. El 13 de agosto, se mostró de acuerdo con Rae-
der de que «Sea Lion» sólo debía ser intentado si existía la certeza absoluta
de conseguir el éxito deseado; y, cuando el 3 de septiembre se redactaron
los planes de operación, el resultado de la batalla aérea era todavía incierto
y la operación podía ser anulada en cualquier momento. Durante aquellos
días compartió las esperanzas de Goering de que el bombardeo de Londres
obligaría al Gobierno británico a establecer negociaciones de paz.
Como consecuencia del aplazamiento de la operación «Sea Lion», y más
ansioso cada día por obtener una z'ápida victoria, se vio forzado a tomar en
consideración nuevas acciones, cuya necesidad no había previsto y para las
cuales no existía todavía o, •en todo caso sólo en forma muy rudimentaria,
planes estratégicos.

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Capitulo V

Los meses cruciales, Septiembre a Diciembre 1940

I La falta de interes de Hitler por la guerra naval


Fue el propio Hitler el que comenzó a pagar las consecuencias de sus ante-
riores errores. Comenzó la guerra contando sólo con muy pocos submari-
nos y una flota de superficie demasiado reducida. Había comenzado las
hostilidades sin ningún plan militar preconcebido, excepción hecha del de
Ja invasión de Polonia; había luchado durante diez meses sin desarrollar
ningún otro plan que el que había de conducir a la derrota de Francia. Su
negligencia a este respecto quedaba compensada por los éxitos que había
obtenido en las campañas de Polonia, Noruega y Francia, y por las espe-
ranzas puestas en el resultado de estas campañas; esperanzas que le ha-
bían llevado a creer de que tanto Francia como Inglaterra no intervendrían
en la guerra, que aceptarían el fatt accompli una vez eliminada Polonia y
que la Gran Bretaña negociaría la paz tan pronto hubiese sido derrotada
Francia. Pero ninguna de estas esperanzas llegó a materializarse; y cuando
se esfumó la última de éstas y a su tiempo fracasó en la ejecución del plan
«Sea Lion», resultaba por demás evidente que la nueva situación no permi-
tía albergar muchas esperanzas con respecto a una pronta terminación de
las hostilidades. Su deseo, más vehemente ahora que nunca, era llegar lo
antes posible a un entedimiento con la Gran Bretaña. Pero a este deseo se
unía el temoi tanto de no poder infligir una rápida derrota a Inglaterra co-
mo de no poder ejercer la suficiente presión sobre la misma para obligarla
a aceptar sus condiciones dentro de un plazo de tiempo prudente.
En estas circunstancias, no quedaba otro remedio, muy en contra del tem-
peramento de Hitler, de mantenerse a la expectativa, o abandonar las
esperanzas de una rápida victoria y con ella el fin de la guerra, y concentrar
todos los esfuerzos en la Batalla del Atlántico y, en especial, en la construc-
ción de submarinos. Existía una lógica indiscutible en el argumento de
Raeder de que la Gran Bretaña podía ser derrotada «cortando sus suminis-
tros»: un bloqueo completo de Inglaterra muy pronto habría de que-
brantar su capacidad de resistencia.
La campaña submarina, aplazada por completo, apoyada por razones muy
justificadas, hasta la derrota total de Francia, continuó siendo descuidada
desde el mes de julio al mes de septiembre, como resultado de la decisión
de intentar la invasión de Inglaterra. Es cierto que, el 31 de julio de 1940,
cumpliendo las muchas promesas que había hecho a este respecto antes de

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la derrota de Francia, Hitler aprobó un aumento en la construcción de


submarinos. Pero decidió igualmente llevar a cabo la operación «Sea
Lion», a pesar de la aversión que sentía por la misma, convencido de que
ninguna otra operación podía servir mejor a sus planes que ésta. El 15 de
agosto, se lamentó Raeder de no poder contar todavía con la mano de obra
prometida para destinarla a la construcción de nuevos submarinos, «a pe-
sar de todos los esfuerzos del Ministerio de Trabajo». Se vio obligado a exi-
gir que se concediera al nuevo programa de construcciones submarinas «la
prioridad sobre cualquier otra especialidad». Pero sus argumentaciones
fueron en vano.
Hitler «reconoció estas exigencias»; dio las órdenes necesarias; pero éstas
no podían tener el efecto deseado mientras se continuasen los preparativos
para la operación «Sea Lion»; y cuando ésta fue aplazada de un modo defi-
nitivo, se demostró que las simpatías de Hitler por los planes de Raeder
eran muy limitadas, y que otras fuerzas en Alemania mostraban incluso po-
co espíritu de cooperación. El 26 de septiembre, Raeder se enteró por me-
diación de Hitler que Goering exigía la «substitución de los submarinos
por las unidades de la Lufttvaffe en beneficio de la lucha contra el comer-
cio marítimo inglés. En tanto que Hitler volvía a simpatizar con Raeder, al
reconocer que «las fuerzas aéreas dependen de las condiciones climatológi-
cas... que la navegación comercial enemiga es aniquilada por los submari-
nos, que los puertos enemigos pueden ser destruidos por las fuerzas aé-
reas, que... es necesario combinar los esfuerzos», fracasó al querer limar
las asperezas existentes entre las dos armas y solventar el problema de las
exigencias mutuas. El 14 de noviembre, dos meses después de haber sido
aplazada indefinidamente la operación «Sea Lion», la construcción de sub-
marinos continuaba atrasada con respecto al programa previsto. El progra-
ma había sido obstaculizado, en opinión de Raeder, «por el hecho de haber
sido concedida la prioridad a demasiados proyectos a la vez».
No fue debido a la falta de éxitos que fracasó la campaña submarina; inclu-
so después del aplazamiento de la operación «Sea Lion», careció del apoyo
adecuado por parte de Hitler. A pesar de las sucesivas obstruccione? y
aplazamientos con que se tuvo que enfrentar el programa de construccio-
nes, Raeder había podido presentar una lista de relevantes éxitos durante
los primeros catorce meses de la guerra y, especialmente, después de la de-
rrota de Francia, incluso contando sólo con muy pocas unidades a su servi-
cio. «Los submarinos — informó en diversas ocasiones —, demuestran ser
muy eficientes... Los resultados conseguidos por los mismos son elocuen-
tes... El enemigo insiste continuamente en el hecho de que considera la

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campaña submarina como el más grave de los peligros para la Gran Breta-
ña...» Estos informes no eran, en modo alguno, exagerados; los submari-
nos representaban la mayor preocupación para el Gobierno británico. Las
pérdidas inglesas eran alarmantes: 164 buques mercantes habían sido
hundidos por los submarinos alemanes durante los seis primeros meses de
guerra; 211 en los cuatro meses de junio a septiembre de 1940; otros 63 en
el mes de octubre. Al final de los primeros catorce meses de guerra, los
submarinos habían hundido no menos de 471 buques británicos, aliados o
neutrales, con un desplazamiento de más de un millón de toneladas en
bruto. Estas cifras representaban un éxito considerable, teniendo en cuen-
ta de que Alemania sólo disponía de siete a ocho submarinos al mismo
tiempo en alta mar. Esta elevada cifra se debía solamente a la debilidad de
las defensas británicas. Sin embargo, estas defensas iban a experimentar
paulatinamente una considerable mejora: durante el punto culminante de
la Batalla del Atlántico, cada uno de los mucho más numerosos submari-
nos ingleses disponibles, hundió diez veces menos tonelaje que los pocos
submarinos que empleó Alemania al principio de la guerra o construidos a
tiempo para poder operar todavía en la primavera del año 1941. Pero las
defensas británicas, incluso en el año 1941, mejoraron muy lentamente; los
submarinos alemanes hubieran podido disponer de un plazo de tiempo
más largo para ocasionar daños, si no decisivos, sí más importantes a la na-
vegación mercante británica, si Hitler hubiese concentrado todos sus es-
fuerzos en la Batalla del Atlántico cuando fue aplazado indefinidamente el
plan «Sea Lion».
No es difícil comprender por qué no quiso seguir este curso. En parte, por-
que el plazo de construcción era tan largo y, en parte debido al reducido
número de submarinos con que Alemania se lanzó a la guerra, debido a su
oposición a construir un mayor número de unidades durante el primer
año; no se disponía de suficientes submarinos y su número no podía ser
aumentado rápidamente para poder ejercer un efecto rápido y decisivo en
la guerra, y conducirla a un pronto fin al que, después de ver fracasados
sus intentos de desembarco en Inglaterra, Hitler tenía más interés que
nunca en llegar. Incluso durante este período de gran debilidad defensiva
por parte de Inglaterra y la mayor oportunidad alemana en el mar, la máxi-
ma concentración en la campaña submarina no hubiese sido capaz de obs-
taculizar de un modo vital las importaciones británicas dentro de un es-
pacio de tiempo reducido; la decisión no se hubiese conseguido hasta fines
del año 1941. Gran Bretaña no se había dejado influir en ningún momento
por los éxitos conseguidos por Hitler en el continente. La amenaza de inva-

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sión tampoco redundó en el éxito deseado. Hitler había sido incapaz de


materializar su amenaza. Y ahora se le antojaba que la campaña submarina
era un remedio poco eficaz para que la gran Bretaña fuera derrotada o for-
zada a llegar a una situación de compromiso. Si quería conseguir este
objetivo, tenía que volver su mirada en otra dirección. A partir del mes de
septiembre del año 1940, la campaña submarina fue nuevamente descuida-
da, como lo había sido durante el primer año de la guerra, debido a que Hi-
tler ansiaba vivamente conseguir una victoria rápida o llegar a un pronto
entendimiento con el Oeste.

II La cuestion rusa
Otra consideración que le condujo a adoptar esta actitud fue su interés en
querer atacar a Rusia. Hacía ya mucho tiempo había sido su intención dar
este paso cuando se presentara la oportunidad para ello y la esperanza de
que la Gran Bretaña se rendiría cuando Francia fuese, derrotada, le había
animado en la creencia de que podría volverse contra Rusia en un futuro
próximo. Cuando la Gran Bretaña reveló su inquebrantable deseo de resis-
tencia, y todo daba a entender que, más pronto o más tarde, habría que
pensar nuevamente en ejecutar el plan «Sea Lion», sus intereses se volvie-
ron hacia Rusia, aunque sin adquirir formas concretas. Cuando el plan
«Sea Lion», al igual que su anterior esperanza de la rendición británica, se
esfumo, la posibilidad de una campaña en el Este, favorecida por todo este
conjunto de circunstancias, surgió vivamente en su mente por otras mu-
chas razones.
A pesar de apreciar sus ventajas tácticas, Hitler jamás se había logrado re-
conciliar con el Pacto ruso; ni tampoco se había congraciado nunca con las
ventajas que Rusia había obtenido del mismo. Hasta el verano de 1940,
cuando consiguió su decisión favorable en el Oeste, lo había considerado
como una necesidad militar para evitar todo lo que pudiese despertar el re-
celo por parte de Rusia; y ésta se había aprovechado bien pronto de la si-
tuación. En el mes de octubre del año 1939, los Estados Bálticos se vieron
obligados a ceder bases militares a Rusia, con el consentimiento de Alema-
nia, y el Reich se vio forzado a limitar la guerra naval en el Báltico al oeste
del grado 20 de longitud E; todo lo que ocurriese al este de esta línea sería
considerado como una intrusión en la zona de influencia rusa. El 30 de no-
viembre del año 1939, se desencadenó el ataque ruso contra Finlandia, que
provocó un vivo disgusto en Hitler. En el mes de febrero del año 1940, con
ocasión de la firma del primer tratado comercial ruso-germano, las exigen-
cias rusas fueron por demás exageradas. En el mes de junio del año 1940,

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Rusia se anexionó. los Estados Bálticos sin informar previamente a Alema-


nia de esta decisión, al igual que Alemania había omitido advertir previa-
mente a Rusia de la invasión de Noruega y Francia. Estas anexiones dis-
gustaron profundamente a Hitler. Las relaciones se agravaron al extender-
se al sur de Lituania que, según el Pacto ruso-germano, debía formar parte
de la zona de influencia alemana; pero un mes más tarde, después de mu-
chas vacilaciones, Alemania renunció a toda reclamación, gracias a una
compensación monetaria. En el mes de junio del año 1940, Rusia reclamó
la Bucovina, cuya zona no había sido reconocida en el Pacto como pertene-
ciente a la esfera de intereses rusos; pero Alemania se vio nuevamente obli-
gada a rendirse a las exigencias soviéticas, a presionar diplomáticamente a
Rumania e invitarla a ceder ante las demandas rusas. Todos estos cambios
territoriales en favor de Rusia, sobre todo, teniendo en cuenta que el Pacto
establecía que las zonas de influencia que habían sido reconocidas a favor
de los soviets no serían ocupadas por éstos, provocaron un profundo ma-
lestar en el seno del Gobierno del Reich 102.
Incluso durante las entrevistas que celebró con Raeder durante este perío-
do, a pesar de que se trataba de cuestiones puramente terrestres y no nava-
les, Rusia fue con frecuencia objeto de discusiones incidentales, durante
las cuales Hitler reveló su disgusto y desconfianza contra la Unión Soviéti-
ca. El 10 de octubre de 1939, rechazó «por razones políticas» la proposi-
ción de Raeder de rogar a Rusia que vendiera submarinos a Alemania. El
22 de noviembre del año 1939, cuando Raeder volvió a presentar esta pro-
posición, Hitler la rechazó nuevamente, alegando que «los rusos, que en
ningún momento deben tener conocimiento de nuestras debilidades, ja-
más consentirán en vendernos submarinos». El 26 de enero del año 1940,
ordenó al Estado Mayor Naval aplazar lo máximo posible el envío a Rusia
de los planes de construcciones de barcos, ya que albergaba la esperanza
«de evitarlo si la guerra seguía un curso favorable». El 9 de marzo, Raeder
propuso que, una vez invadida Noruega, se informara a los rusos de que
los alemanes no tenían la menor intención de ocupar las islas Tromsoe y
en cambio permitirían que las ocuparan ellos mismos, «ya que pertenecen
a su zona de intereses»; pero Hitler insistió en la ocupación de la región de
Tromsoe, alegando que «no deseaba tener a los rusos tan cerca».
La actitud de Rusia no fue la única razón que originó la desconfianza de
Hitler. Este recelo había existido ya desde un principio y, a fin de com-
prender la actitud de Hitler durante esta época, es necesario recordar tam-
bién que, según palabras de Churchill «los dos grandes imperios totalita-
rios, desprovistos de todo escrúpulo moral, se enfrentaban cortés pero ine-

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xorablemente el uno contra el otro», y añadir a esta situación el hecho de


que, ya hacía mucho tiempo, había sido la intención de Hitler volverse ha-
cia el Este una vez hubiese derrotado el Oeste. Que éste era su plan, se re-
vela por los discursos que pronunció ante sus generales antes de la guerra;
y aparece especialmente claro en su memorándum del 9 de octubre y su
discurso del 23 de noviembre del año 1939.
Durante dicha época veía con confianza la pronta rendición de la Gran Bre-
taña como consecuencia de la derrota de Francia; y, por lo que hacía refe-
rencia a Rusia, a pesar de que debía estar sobre aviso, tenía confianza en
que observaría fielmente los términos del Pacto y que podría tener las ma-
nos libres para volverse contra Rusia antes de transcurrir mucho tiempo,
cuando a él le conviniese, cuando todavía Rusia fuese débil y las potencias
occidentales hubiesen sido derrotadas y obligadas a aceptar sus con-
diciones. Éste había sido uno de sus argumentos para atacar a Francia sin
retrasos de ninguna clase.
Evidencias posteriores demuestran que, desde aquel momento, se sin-
tió cada vez más animado por el deseo de llevar a la práctica su plan contra
Rusia tan pronto como le fuera posible. Si no puede caber la menor duda
de que ésta era una de las razones por la cual esperaba que la Gran Bretaña
aceptara llegar a un acuerdo una vez derrotada Francia, aparece igualmen-
te claro que, por el contrario, la fuerza de este deseo, hasta mediados de ju-
lio de 1940, contribuyó a predisponer su estado de ánimo con respecto a
un pronto ataque contra Rusia. El Estado Mayor Naval alemán, de todas
formas, y a pesar de las afirmaciones de Hitler de que concentraría todos
los esfuerzos en la marina de guerra y en la Luftwaffe después de la derro-
ta de Francia, temía este desarrollo recordando en sus archivos del 4 de ju-
nio de 1940 103 que «todavía no se ha planteado la cuestión de Rusia»; pe-
ro, según las informaciones de la marina de guerra alemana, los rusos ya se
habían planteado esta posibilidad 104. Y ambos tenían fundadas razones pa-
ra temerlas. Con anterioridad a la derrota de Francia, Hitler había confesa-
do a Jodl que emprendería una acción contra Rusia «tan pronto como lo
permita nuestra situación militar» 105; poco antes de mediados de julio,
mientras confiaba todavía en llegar a un acuerdo con la Gran Bretaña, le
comunicó a Keitel que deseaba lanzar una ofensiva contra el Este durante
el otoño del año 1940 106.
Cuando se tuvo la certeza de que la Gran Bretaña no estaba dispuesta a lle-
gar a ninguna situación de compromiso, Hitler decidió dar la prioridad a la
operación «Sea Lion» sobre cualquier consideración con respecto a una
campaña en el Este; pero su interés por un ataque contra Rusia fue mante-

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Hitler no se equivoco

nido por dos-razones. En primer lugar, a pesar de considerar la primavera


del año 1941 como la fecha más próxima para el ataque, todavía era su in-
tención atacar a Rusia tan pronto la Gran Bretaña hubiese sido derrotada;
y este hecho y la nueva fecha fueron anunciados por Jodl el 29 de julio del
año 1940 107. En segundo lugar, si esperaba la ocasión propicia para volver-
se contra Rusia, no podía evitar pensar que su decisión de intentar la reali-
zación material del plan «Sea Lion» podía convertirse en la oportunidad de
Rusia para volverse contra él.
El 21 de julio, después de haber llegado a la conclusión de que la operación
«Sea Lion» debía ser llevada a la práctica, y a pesar de estar convencido de
que Rusia «no haría ningún esfuerzo por su parte para entrar en una gue-
rra en contra de Alemania», sospechó que la Gran Bretaña albergaba espe-
ranzas con respecto a Rusia y que haría todo lo posible para, más pronto o
más tarde, poder contar con la ayuda rusa. No podía alejar de sí la idea de
que «la entrada de Rusia en la guerra sería sumamente inoportuna para
Alemania, en especial, teniendo en cuenta la amenaza aérea... Claro está,
es nuestro deber estudiar muy cuidadosamente los problemas ruso y ame-
ricano». El 13 de agosto ordenó súbitamente Ja fortificación de los fiordos
del norte de Noruega «de forma que los ataques rusos no puedan contar
con la menor probabilidad de éxito». El 27 de agosto, cuando estaban a
punto de tomarse las últimas disposiciones con respecto a «Sea Lion»,
mandó dos divisiones acorazadas y otras diez divisiones al Este «para ga-
rantizar la protección de los campos petrolíferos rumanos». El 20 de sep-
tiembre ordenó a la Wehrmacht y a la Luftwaffe que mandaran misiones
militares a Rumania con el mismo fin, y ordenó igualmente «crear bases
en Rumania para las fuerzas rumanas y alemanas para el caso de vernos
obligados a una guerra contra la Unión Soviética» 108. Que ia finalidad
principal de estos movimientos era puramente defensiva, queda demostra-
do por las instrucciones de Jodl al servicio de contraespionaje ale< man
del 6 de septiembre de 1940 109. «Los territorios del Este serán reforzados
durante las próximas semanas... Esta concentración de fuerzas no debe
crear la impresión en Rusia de que estamos preparando una ofensiva en el
Este. Por otro lado, Rusia se dará cuenta plenamente de este hecho...
Tenemos necesidad de proteger nuestros intereses, especialmente en los
Balcanes, en cualquier momento y con ayuda de poderosas fuerzas contra
una posible acción rusa.» Los archivos navales alemanes correspondientes
al mismo período no ofrecen dudas con respecto a la ansiedad que desper-
taron las llamadas «negociaciones Stalin-Cripps» y «el intento inglés de
alejar a Rusia de Alemania» 110.

107/277
Hitler no se equivoco

Cuando Hitler se vio finalmente obligado a aplazar la operación «Sea


Lion» a mediados del mes de septiembre, a pesar de que esto le liberaba de
un temor inmediato con respecto a un posible ataque de Rusia contra Ale-
mania, su actitud frente a una ofensiva en el Este avanzó un paso más. Por
un lado, se reavivó su creciente interés en un pronto ataque contra Rusia;
por otro lado, el hecho de que la guerra en el Oeste ofrecía todas las carac-
terísticas de que iba a prolongarse indefinidamente, le llenaban de la desa-
gradable sensación de que, a la larga, tanto los Estados Unidos como Rusia
podrían llegar a entrar en la guerra al lado de la Gran Bretaña. En conse-
cuencia, fueron redactadas unas primeras directrices para el estudio de
una posible campaña en el Este, a pesar de que no se mencionó el nombre
de Rusia, el 9 de agosto de 1940, tan pronto como Hitier sospechó que la
operación «Sea Lion» había de ser aplazada 111. El Estado Mayor Naval no
fue informado de este hecho; pero Raeder admitió más tarde que una or-
den parecida debió haber sido dada 112; el Estado Mayor Naval sospechaba
la fecha aproximada en que fueron dadas dichas órdenes 113, y, el propio
Raeder, durante una conferencia celebrada con Hitler el 26 de septiembre,
fue testimonio de que, inmediatamente después de haber sido aplazada la
operación «Sea Lion», Hitler recobró su interés por un ataque contra Ru-
sia. En esta fecha, durante una conversación con Hitler, uno de sus argu-
mentos en favor de un avance alemán hasta Suez y Siria a través de Tur-
quía fue que «el problema ruso aparecerá entonces con una claridad muy
diferente... y es dudoso si un ataque contra Rusia en el Norte continuará
siendo necesario».
La situación había cambiado, no obstante, desde que Hitler, en el período
hasta mediados de julio, había tomado en consideración un ataque en un
futuro inmediato. En aquella ocasión había partido del supuesto de que la
Gran Bretaña aceptaría pronto llegar a un acuerdo y que pronto se vería
con las manos libres para volverse hacia Rusia, como siempre había sido
su intención, y en las condiciones que eligiese él mismo. Pero una vez fra-
casada la operación «Sea Lion», era evidente que esta suposición había si-
do errónea y que la guerra contra la Gran Bretaña iba a continuar. Por este
motivo, su interés por la campaña contra Rusia no sólo se reavivó en «u
mente o lo aumentó, sino que se tornó más complejo. Era cierto que estaba
con las manos libres desde el aplazamiento de la operación «Sea Lion»; pe-
ro igualmente era cierto que actuar significaba aceptar una guerra en dos
frentes.
Era ésta una decisión que el propio Hitler no podía tomar sino después de
profundas meditaciones; y, por esta razón, el hecho de que estuviese in-

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Hitler no se equivoco

teresado, de nuevo, en atacar a Rusia, y hubiese redactado una orden pre-


paratoria, no debe ser confundida con una decisión preconcebida de efec-
tuar el ataque en esta nueva situación. Siempre había estado interesado en
atacar a Rusia; la orden preparatoria era conocida sólo de muy pocas per-
sonas, incluso ignorada por los altos jefes militares, y se refería solamente
a un hipotético plan de ataque 114. Cuál iba a ser su decisión final, teniendo
en cuenta las condiciones con que se enfrentaba, era difícil de prever.
Tampoco se trataba de un asunto de suma urgencia. Era ya a fines de oto-
ño y el ataque no podía tener lugar hasta la primavera siguiente. Por otro
lado, su interés ya no se basaba, si es que alguna vez lo fue, en el punto de
vista de que un ataque ruso contra Alemania era inminente. Una vez apla-
zada indefinidamente la operación «Sea Lion», su constante ansiedad a es-
te respecto se había calmado. Desde aquel momento no dejó jamás de mos-
trarse de acuerdo con Raeder de que «Rusia teme la potencialidad alema-
na».
Durante los meses siguientes, por lo tanto, podía esperar el curso de los
acontecimientos. Podía continuar, incluso, albergando la esperanza de que
la Gran Bretaña podía ser derrotada u obligada a rendirse. Durante los me-
ses siguientes, estimuló incluso a Rusia, como fue éste el caso del 26 de
septiembre, «para avanzar hacia el sur, contra Persia y la India»; la opera-
ción «Sea Lion» no había sido anulada, solamente aplazada; y la posibili-
dad de realizar ataques alemanes contra la Gran Bretaña en otras zonas ha-
bían comenzado a atraer su atención.

III Planes para el Mediterraneo; Gibraltar y las islas del Atlanti-


co
Fue al Mediterráneo y no a Rusia, hacia donde Hitler volvió todo su inte-
rés, en la necesidad de obtener rápidos éxitos contra la Gran Bretaña, tan
pronto fue aplazada la operación «Sea Lion». Uno de los objetivos de su
ataque contra Francia, de acuerdo con sus directrices del 9 de. octubre de
1939 115, había sido «lograr que Italia luchara con las armas en la mano a
nuestro lado»; resultaba evidente la importancia del Mediterráneo para Ja
posición británica; aunque a desgana, no le quedaba otro recurso que fijar
su atención en futuras campañas militares y ésta era la región que le ofre-
cía, si no las mejores, por lo menos, las únicas esperanzas donde poder
conseguir resultados rápidos.
Habían transcurrido cuatro meses desde que se había cerrado el Medite-
rráneo a consecuencia de la entrada de Italia en la guerra; cuatro meses
durante, los cuales se había hecho caso omiso de las posibilidades que se

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Hitler no se equivoco

ofrecían en aquel sector de operaciones. Durante algún tiempo, con ante-


rioridad a la derrota de Francia, se había sentido inclinado a creer que este
aspecto bastaría para poner fin a la guerra y que no serían necesarias ope-
raciones militares en el Mediterráneo. El 26 de enero de 1940, recapitulan-
do los pensamientos expresados en sus anteriores directrices del 9 de octu-
bre del año 1939, dijo que, «puesto que Italia no entrará en la guerra si Ale-
mania no logra éxitos importantes...», no veía «ninguna ventaja para Ale-
mania en la participación de Italia...». El 23 de febrero de 1940, cuando
Raeder pidió permiso para enviar submarinos al Mediterráneo, rechazó la
petición, alegando que tales operaciones no eran «decisivas para la gue-
rra», a pesar de que prometió discutir la cuestión con Mussolini. Un mes
más tarde, el 25 de marzo, admitió no haber cumplido su promesa, «pues-
to que no se discutió ningún aspecto de la guerra durante su entrevista con
el Duce». Otro punto, tal vez sin relación con este tema, es que se dio por
satisfecho conquistando y ocupando el norte y la costa atlántica de Francia
cuando este país capituló. Hasta mediados del mes de julio continuó alber-
gando la esperanza de que no sería necesario iniciar nuevas campañas. A
pesar de que, finalmente, se tenía la certeza de que la guerra todavía no ha-
bía sido ganada, el planteamiento de las operaciones en el Mediterráneo
fue aplazado durante otros dos meses, como resultado de su decisión de in-
tentar la invasión de Inglaterra.
El problema del Mediterráneo fue discutido durante estos cuatro meses.
Algo más tarde, los altos jefes de la Wehrmacht discutieron, aunque con
poco entusiasmo, la idea de enviar dos divisiones acorazadas al norte de
África para ayudar a Italia en este sentido; cuando esta proposición fue dis-
cutida en presencia de Hítler el 13 de julio, admitió mismo había estudiado
ya la conveniencia de un ataque contra Gibraltar. Previamente, el 11 de ju-
lio, había confesado su interés por la adquisición de una de las islas Cana-
rias y había ordenado al Esta do Mayor Naval que le informara de cuál era
la más indicada.
Pero existía una gran diferencia entre la proposición o consideración de
una tal acción y el planteamiento activo de la misma; y la primera discu-
sión seria de las operaciones en el Mediterráneo no tuvo lugar hasta que to-
do dio a entender que las operaciones de la invasión de Inglaterra sufrirían
un aplazamiento indefinido; hasta que Raeder, el 6 de septiembre del año
1940, reunió el valor necesario para preguntarle a Hitler con respecto a sus
«planes políticos y militares para el caso de que la operación «Sea Lion»
no se llevara a cabo. Sus propias sugerencias por aquella fecha fueron en el
sentido de que Gibraltar y el canal de Suez «poseían una importancia deci-

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Hitler no se equivoco

siva para la guerra en el Mediterráneo», que el propio Mediterráneo era de


una «importancia vital con respecto a la posición de las potencias centrales
en el sudeste de Europa, Asia Menor, Arabia, Egipto y África, y que el obje-
tivo a perseguir era excluir a la Gran Bretaña de aquella zona. Además, la
pérdida de Gibraltar crearía graves dificultades para el tráfico comercial de
suministros de la Gran Bretaña en el Atlántico»; y, por consiguiente, pro-
puso Raeder que esta operación debía ser llevada inmediatamente a la
práctica, antes de que «interviniesen los Estados Unidos». «No debe ser
considerada de importancia secundaria, sino como uno de los golpes más
importantes que se pueden asestar a la Gran Bretaña.» Hitler decidió in-
mediatamente dar las órdenes oportunas para el consiguiente plan-
teamiento de la operación.
Durante la misma entrevista, debido a.su convencimiento de que los Esta-
dos Unidos entrarían pronto en la guerra y también a su interés por una
acción alemana contra Gibraltar, Raeder insistió en los peligros que repre-
sentaban las rutas del Atlántico para el Mediterráneo y con respecto al
África occidental. En cualquier momento, declaró, y sobre todo, si Ale-
mania emprende una acción contra Gibraltar, los Estados Unidos pueden
ocupar una de las islas españolas o portuguesas en el Atlántico, el África
occidental británica, el África occidental francesa o Dakar; y era lo más
probable que la propia Inglaterra ocupara las Azores o las islas Canarias si
perdía Gibraltar. No se tomó ninguna decisión inmediata sobre qué medi-
das habría que adoptar frente a unos peligros tan evidentes; sin embargo,
mientras Raeder mostraba preferencia por «las medidas alemanas de largo
alcance», en colaboración con Vichy, para lograr que Dakar y el África occi-
dental francesa pasaran bajo el control alemán, Hitler dedicaba su interés,
por encima de todo, a la posibilidad de conquistar las islas Canarias. Hacía
ya tiempo que demostraba un vivo afán por las mismas; su importancia pa-
ra un ataque alemán contra Gibraltar era evidente; y declaró que su ocupa-
ción por las fuerzas aéreas alemanas era «fácil y expeditiva».
Durante las dos semanas siguientes, aumentó considerablemente el interés
de Hitler por un ataque contra Gibraltar.
Por esta fecha, a pesar de que la actitud de España estaba representada por
la reserva y la prudencia, y las dificultades a superar se habían incremen-
tado, como veremos más adelante, Ribbentrop manifestó que el ataque
contra Gibraltar se había convertido en el objetivo principal de Hitler. Pero
no fue el único plan que mereció ser tomado en consideración. Prescin-
diendo de su interés por las islas Canarias, del cual ya hemos hecho refe-
rencia, existe el hecho de que se concedió prioridad en el programa de pro-

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Hitler no se equivoco

ducción de material de guerra alemán el 17 de septiembre 116, al Cuerpo de


ejército destinado para las operaciones en el norte de África, en tanto que
la cuestión de «comenzar los preparativos en Libia conjuntamente con Ita-
lia» fue aplazada para ser estudiada en detalle a fines del mes de octubre
117.

«Una acción contra Turquía, con el propósito de avanzar hacia el canal de


Suez desde el Este», fue igualmente tomada en consideración durante
aquella época, como veremos más adelante al exponer los testimonios que
hacen referencia a la misma. Raeder continuó enfocando toda su atención
a las regiones del África occidental.
Cuando la operación «Sea Lion» fue aplazada definitivamente, Raeder pu-
do enfrascarse en el estudio de estos temas con mayor intensidad y con
ideas más precisas. El 26 de septiembre, declaró que «los ingleses siempre
han considerado el Mediterráneo el centro de su Imperio mundial», que
«Italia estaba rodeada por la potencia británica y se convertía rápidamente
en el blanco predilecto de aquélla», y que «la tendencia británica es siem-
pre ahogar al más débil», por cuyo motivo insistió en que el primer objeti-
vo alemán debía consistir en «aclarar la situación en el Mediterráneo». Por
la razón que había expuesto anteriormente, el peligro que representaría
una probable intervención americana, insistió en que esta misión debía ser
llevada a cabo inmediatamente y terminada en el invierno de 1940-1941. Y
planteó sus proposiciones con toda clase de detalles. Era necesario, en pri-
mer lugar, conquistar Gibraltar, después de haber asegurado previamente
el dominio de las islas Canarias con ayuda de la Luftwaffe; la conquista del
canal de Suez, para la cual los italianos precisarían de la ayuda alemana; el
avance desde Suez, a través de Palestina y Siria, hasta Turquía; y la colabo-
ración con Vichy a fin de proteger las regiones del África occidental y Da-
kar.
Hitler se mostró de acuerdo con estas «directrices generales»; decidió, por
consiguiente, discutir las proposiciones de Raeder con Mussolini. Hitler
admitió y reconoció la importancia y la necesidad de excluir a la Gran Bre-
taña y a los Estados Unidos de África occidental; un avance a través de Si-
ria, aun cuando no tan esencial, era «bastante factible». Observó, sin em-
bargo, que el programa de Raeder estaba lleno de dificultades. Para poder
emprender tina acción en África occidental, era necesario contar con la co-
laboración de Vichy. Fuese como fuese, un avance a través de Siria depen-
dería siempre de la actitud que adoptase Francia. La colaboración fran-
cesa, sin embargo, no sería bien vista por Italia que se opondría a conceder
mayor libertad de acción a la flota francesa. Y, finalmente, Francia se

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Hitler no se equivoco

enfrentaría ya desde un principio con crecidas demandas coloniales, tanto


por parte de Italia como de Alemania. Era, en fin, un problema muy difícil
de solucionar.
A pesar de tener plena conciencia de todas estas dificultades y dudas, con-
tinuó la discusión de los diversos proyectos y fue el propio Hitler quien for-
zó la marcha, especialmente en todo cuanto hacía referencia a la idea en la
cual él había puesto mayor interés. El 14 de octubre rogó a Raeder que le
confirmara si la marina de guerra estaría en condiciones de transportar
tropas y material de guerra en el caso de que así fuera acordado, como par-
te del plan contra Gibraltar, para ocupar las islas Canarias, las Azores y Ca-
bo Verde. Raeder confirmó que esto era posible siempre que los buques se
hicieran a la mar antes de que comenzara la ocupación por parte de la Luf-
tivaffe. «No es posible ocupar las islas primero desde el aire y luego trans-
portar los suministros por mar, puesto que el enemigo tomará inmediata-
mente medidas para bloquear las islas.» Hitler ordenó, a continuación, que
«se investigara a fondo todo el problema y se comenzaran los preparativos
necesarios».

IV El ataque italiano contra Grecia


Ésta era la situación cuando, el 28 de octubre de 1940, Italia invadió Gre-
cia, con lo que demostró, de la noche a la mañana, su propia debilidad, un
sorprendente ejemplo de la falta de unión que existía entre las potencias
del Eje y una advertencia de que el Mediterráneo, a pesar de todas sus po-
sibilidades, entrañaba igualmente graves peligros.
Alemania no había sido previamente advertida del paso que pensaba dar
Italia; «en ninguna ocasión —escribió Raeder el 4 de noviembre—, el Füh-
rer concedió al Duce la autorización para esta acción independiente». Se
había llegado a un acuerdo entre los dos Gobiernos de que Italia atacaría
Grecia en el curso de la guerra, cuando se presentase la ocasión propicia;
pero Alemania siempre había tenido la sospecha de que Mussolini ardía en
impaciencia por poder lanzarse a esta acción. Alemania había expuesto su
punto de vista, tal como le comunicó Ribbentrop a Mussolini el 19 de sep-
tiembre del año 1940 118, de »que era preferible no tocar estos problemas
por el momento y, por el contrario, concentrar todos los esfuerzos en la
destrucción de Inglaterra» ; se puede comprender fácilmente el malestar y
disgusto que provocó la acción italiana en Alemania cuando se enteraron
de que Italia había hecho caso omiso de los deseos alemanes, no sólo por
los comentarios de Raeder, sino también por el hecho de que Hitler, al en-
terarse de que la acción era inminente, hizo un desesperado intento para

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Hitler no se equivoco

entrevistarse con Mussolini y conseguir la anulación del plan, para lo cual


ordenó seguir hasta Florencia en el tren con el cual había emprendido el
regreso desde Hendaya 119. Llegó cuatro horas demasiado tarde y tuvo que
contentarse con mandar una carta a Mussolini, sin fecha, pero que envió
inmediatamente después de haberse desencadenado ya el ataque 120.
«Cuando le rogué (decía la carta) que me recibiera en Florencia, fue con la
esperanza de poderle exponer mis ideas antes de que estallara el conflicto
con Grecia, del cual había recibido sólo una información general. Deseaba
rogarle que aplazara la batalla...»
La acción italiana y los comentarios alemanes son una clara demostración
del estado de las relaciones Ítalo-germanas, apenas transcurrido un mes
desde la firma del Pacto de Diez Años entre Alemania, Italia y el Japón el
27 de septiembre del año 1940. Italia, sin duda alguna, era responsable en
parte: «Los italianos — dijo Raeder el 26 de septiembre de 1940 —, no se
han dado cuenta todavía del peligro que entraña el haber rechazado nues-
tra ayuda.» Pero parece correcto suponer que gran parte de la falta hay que
achacarla al espíritu y a los métodos según los cuales fue ofrecida la ayuda,
y que los defectos de Alemania en este sentido influyeron en la situación.
El factor dominante de dos naciones, cada una de ellas lanzadas a una gue-
rra de conquista, gobernadas por dictadores, es el no poder, tal vez, actuar
siempre con el debido tacto, de un modo suficientemente correcto y con la
natural ética que debe existir entre una y otra... sobre todo, si la nación do-
minante es Alemania y se halla bajo el régimen de Hitler. Pero resulta
igualmente significativo al enjuiciar a Hitler como estratega que, después
de haber descuidado los problemas del Mediterráneo, sus esfuerzos para
suavizar las relaciones ítalo-germanas y desarrollar conjuntamente con Ita-
lia un plan común de operaciones, fueron siempre poco intensos y siempre
demasiado tardíos.
En todo caso, el ataque italiano contra Grecia, fue considerado en Alema-
nia, para citar de nuevo las referencias de Raeder del 4 de noviembre, «un
error muy lamentable»; y ésta era en definitiva la verdad.
Prescindiendo del hecho de que las fuerzas armadas italianas, ya desde un
principio, sufrieron gravemente las consecuencias del heroico espíritu de
resistencia griego, la acción de Italia permitió a la Gran Bretaña mejorar su
posición en el Mediterráneo Oriental al ocupar Grecia y las islas del mar
Egeo. El avance de Alejandría a Creta disminuyó en su mitad la distancia
entre las bases británicas y las vías de comunicación marítimas de Italia
con el norte de África; el avance británico al mar Egeo, seguido de opera-
ciones en la propia península griega, entrañaban una grave amenaza con-

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Hitler no se equivoco

tra los intereses alemanes en los Balcanes y, en especial, para los campos
petrolíferos de Rumania. Las misiones militares y las tropas alemanas ha-
bían entrado en Rumania el 7 de octubre a fin de ejercer un mayor control
y proteger dichos campos petrolíferos. Las posibilidades eran alarmantes;
y Hitler estaba profundamente disgustado.
Como resultado directo, fueron abandonadas inmediatamente todas las
discusiones referentes a las operaciones en el Mediterráneo oriental en fa-
vor de medidas de mayor urgencia. Las decisiones de Hitler fueron anun-
ciadas el 4 de noviembre; fueron confirmadas posteriormente, el 12 de no-
viembre, por unas directrices. El plan de enviar divisiones acorazadas al
norte de África, ayudar a los italianos a avanzar en dirección al canal de
Suez, fue abandonado basándose en que «el ataque contra Alejandría, para
el cual se contaba con la participación de nuestras tropas, no puede ser lle-
vado a la práctica hasta mediados del año 1941». Las directrices del 12 de
noviembre añadían que «la intervención de las fuerzas alemanas sólo será
tomada en consideración si los italianos llegan hasta Marza Matruk; in-
cluso en este caso, las operaciones de la Luftwaffe no tendrán lugar hasta
que los italianos hayan construido las necesarias bases aéreas». Se anunció
igualmente el 4 de noviembre, que la «acción contra Turquía, con el fin de
avanzar hasta el canal de Suez por el Este a través de Siria... una variación
de la proposición original de Raeder... había sido abandonada, porque, en
vista de la creciente consolidación de la posición británica en el Mediterrá-
neo oriental, resultaría en una «operación de larga duración y entrañaría
graves riesgos».
La situación exigía medidas urgentes y muy diferentes entre sí. Debido a
que los campos petrolíferos de Rumania eran «amenazados por las fuerzas
británicas estacionadas en Lemnos», se imponía la urgente necesidad de
enviar fuerzas antiaéreas y aviones de combate a Rumania. En primer lu-
gar, para proteger a Rumania contra la infiltración y el ataque británicos,
pero también para ayudar a los italianos en Grecia, la Wehrmacht recibió
órdenes de preparar un ataque contra Grecia con diez divisiones a través
de Rumania y Bulgaria en dirección a Salónica. El 12 de noviembre, el obje-
tivo de esta operación fue definido como necesario para «la creación de ba-
ses aéreas alemanas en el Mediterráneo oriental, en especial contra las ba-
ses aéreas inglesas que amenazan los campos petrolíferos de Rumania».
La acción italiana amenazó igualmente con alterar los planes alemanes de
un ataque contra Gibraltar y la conquista de varias tle las islas del Atlánti-
co. Estos problemas, que ya de por sí entrañan grandes dificultades, se
convirtieron según un memorándum del 29 de octubre 121, «en un asunto

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Hitler no se equivoco

sumamente delicado» según se podía apreciar de la nueva situación creada


en el Mediterráneo. «No se puede contar, por el momento, con ninguna
participación activa por parte de España — continuaba el memorándum —.
No debemos perder de vista a Gibraltar, que es un tema a tratar con espe-
cial cuidado...»
Estos planes, sin embargo, estaban más avanzados que los que afectaban a
las operaciones en el Mediterráneo oriental y no fueron abandonados. Al
contrario, los objetivos en el Mediterráneo occidental adquirieron una ma-
yor importancia a la luz de los acontecimientos en el Mediterráneo orien-
tal.
Los planes con respecto al África Occidental estaban mucho menos avanza-
dos; pero también éstos fueron objeto de un detallado estudio. La inten-
ción era convencer al Gobierno de Vichy de que defendiera las colonias
francesas frente a las potencias occidentales, y que llevara a cabo operacio-
nes militares, en especial, un ataque contra el África occidental británica,
para anular, de esta forma, la creciente amenaza de la intervención británi-
ca o americana. Al mismo tiempo, sin embargo, Hitler estaba decidido a
proceder al desarme del ejército metropolitano francés. El Gobierno de
Vichy explotaba este contrasentido, la amenaza del desarme en la metró-
poli, el ofrecimiento de libertad y la demanda de auxilio en las colonias, pa-
ra conseguir mejores condiciones. El 4 de noviembre, las negociaciones en-
tre Alemania y Vichy todavía no habían llegado a ningún resultado prácti-
co. Raeder manifestó en aquella fecha que se trataba de otra dificultad difí-
cil de superar. A pesar de que el 16 de septiembre Hitler «se había mostra-
do sumamente adverso a liberar fuerzas francesas estacionadas en Tolón»,
la colaboración del Gobierno de Vichy para la defensa de las colonias fran-
cesas implicaba, en opinión de Raeder, la garantía de una completa liber-
tad en el uso de la flota francesa. Pero los italianos objetaban que Alemania
estaba concediendo ya demasiadas libertades a Francia; y Raeder manifes-
tó su opinión de que era necesaria «una actitud completamente diferente
por parte de los italianos con respecto al desarme francés» antes de que se
pudiera continuar adelante con los planes alemanes.
Hitler estaba todavía decidido, a pesar de todas estas dificultades, a impo-
ner su política con respecto al nordeste de África, así como también las
operaciones contra Gibraltar y las islas. Las directrices del 12 de noviem-
bre, definieron los objetivos en el sentido de «colaborar con Francia para
continuar la guerra contra Inglaterra con toda la eficacia posible... A Fran-
cia incumbe Ja seguridad defensiva y ofensiva de sus posesiones africanas
contra Inglaterra y el movimiento de De Gaulle. A partir de este punto, la

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Hitler no se equivoco

participación de Francia en la guerra contra Inglaterra puede ser ampliada


plenamente».

V Sus consecuencias sobre los planes alemanes en el Mediterra-


neo
Otro de los puntos expuestos en las directrices del 12 de noviembre, fue el
proyecto de un ataque contra Rusia; otro resultado, aunque indirectamen-
te, del ataque italiano contra Grecia, fue el aumentar el interés de ilitler
por este proyecto, que veía como la solución de todos sus problemas.
A primera vista, la acción italiana, y la explotación por parte británica de
los reveses sufridos por Italia, hubiesen debido inducirle a aplazar cual-
quier futura consideración de una campaña en el Este; puesto que, aparte
de que la Gran Bretaña continuaba la lucha, se añadía otro factor, el hecho
que le indujo a exagerar la potencialidad británica en el Mediterráneo
oriental. Pero si la amenaza británica desde esta zona, no sólo con respecto
a Italia, sino también para Alemania, era motivo de una preocupación in-
mediata, resultaba igualmente evidente que la contramedida alemana era
un avance alemán hacia Grecia a través de los Balcanes; y que esta acción
redundaría en perjuicio de las relaciones ruso-germanas. Su interés por un
ataque contra Rusia había aumentado, desde el fracaso de la operación
«Sea Lion», por los desengaños sufridos en otros frentes, y debido a los su-
cesos que siguieron al ataque italiano contra Grecia, llevándole a abando-
nar todas las posibilidades ofensivas en el Cercano Oriente.
Es cierto que las relaciones ruso-alemanas habían comenzado ya a entur-
biarse, como resultado de la infiltración alemana en Rumania, antes que
Hitler decidiera el ataque contra Grecia 122. Es necesario admitir que los
acontecimientos que siguieron al ataque italiano contra Grecia tal vez no
hubieran aumentado su interés por la campaña del Este si el ataque contra
Rusia no hubiese existido ya en su mente, si no hubiese comenzado ya el
planteamiento de una posible campaña contra Rusia. Sin embargo, las re-
laciones germano-rusas mejoraron tanto hasta el 30 de octubre, que el Es-
tado Mayor Naval alemán pudo escribir en su Diario de Guerra por aquella
fecha que «una guerra con Rusia ya no es probable» 123; el planeamiento,
que ya había comenzado concernía únicamente al caso hipotético de un
ataque ruso.
Fue en estas circunstancias que los acontecimientos en el Mediterráneo
oriental ejercieron sus efectos. Al inducir a Hitler a abandonar el Cercano
Oriente, al decidirle a una ocupación defensiva de los Balcanes y de Grecia
y llevarle a la conclusión de que la Gran Bretaña estaba todavía muy lejos

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Hitler no se equivoco

de haber sido derrotada, se reavivó en él la idea de un ataque contra Rusia;


incluso a sabiendas de que sería una guerra de dos frentes, la idea adquirió
para él una importancia muy viva e inmediata.
El 4 de noviembre, durante su primera conferencia después del ataque ita-
liano contra Grecia, Raeder fue informado de que Hiiler «contaba todavía
con que Rusia se mantendría neutral» a pesar del avance alemán a través
de los Balcanes; pero también de que (dos preparativos para una campaña
en el Este-, así como también para la ejecución de la operación «Sea Lion»
en la primavera, debían ser continuados de acuerdo con la decisión del
Führer». En las directrices del 12 de noviembre 124. se declaraba que, a pe-
sar de que iba a tener lugar una conferencia con Molotov «para obtener
una seguridad sobre la actitud de Rusia en el momento presente», *«los
preparativos ordenados ya verbalmente para una campaña en el Este serán
continuados, sea cual sea el resultado de esta conferencia». Hitler había ya-
tomado una decisión irrevocable: «las directrices se publicarán tan pronto
haya visto y aprobado los planes fundamentales de operaciones del Ejérci-
to», añadía el comunicado del día 12 de noviembre.
La conferencia con Molotov, celebrada los días 12 y 14 del mes de noviem-
bre, no dio origen a ningún cambio de la situación 125. Hitler se manifestó
contrario a un renovado ataque ruso contra Finlandia; Molotov no quiso
comprometerse en este sentido. Molotov exigió la aprobación de una ga-
rantía rusa en Bulgaria; Hitler tampoco quiso comprometerse a este res-
pecto; y se sintió tentado a considerar la conferencia como el fracaso del úl-
timo intento realizado para impedir el rompimiento entre los dos países.
Sin embargo, el ataque contra Rusia no había sido ordenado todavía y no
sólo debido a que no era necesario ordenarlo con tanto tiempo de antela-
ción. Hitler no era hombre para aplazar el anuncio de sus decisiones una
vez las había tomado. Se mostraba contrario a tomar una decisión. Tenía
sus dudas. Durante la conferencia con Molotov, desarrolló de nuevo la idea
que, desde hacía algún tiempo, atraía su atención, la idea de estimular a
Rusia a dirigirse contra el Irán y la India. El 14 de noviembre, afirmó Rae-
der, tal vez no conociera la situación real, pero en modo alguno hubiese su-
bestimado el peligro, pues Hitler «todavía se sentía inclinado a una
demostración del potencial alemán contra Rusia».

VI Sus consecuencias sobre la actitud de Hitler con respecto a


Rusia
Lo que le hacía vacilar era el evidente riesgo que se corría al atacar a Rusia
en tanto la Gran Bretaña estuviese todavía en guerra contra Alemania. Rae-

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Hitler no se equivoco

der expuso este argumento durante su conferencia con Hitler el 14 de no-


viembre. «Es evidente — dijo — que Rusia no atacará a Alemania, por lo
menos, durante los dos años próximos»; era imperativo aplazar un ataque
alemán contra Rusia, hasta que la Gran Bretaña hubiese sido derrotada, ya
que, «de otra forma, las exigencias impuestas a las fuerzas alemanas serán
demasiado grandes y no se podrá prever el fin de las hostilidades)). Hitler
se mostró de acuerdo con el primer punto; con respecto al segundo, lo
comprendía demasiado bien él mismo. La rápida derrota de la Gran Breta-
ña, a pesar de que las posibilidades para lograrla disminuían rápidamente,
continuaba siendo su principal ambición estratégica.
A pesar de las pocas perspectivas de ejecución que ofrecía la operación
«Sea Lion», ésta no había sido anulada. Unas directrices del 12 de octubre
de 1940 habían admitido que el objetivo principal consistía en mantener
una presión política y militar contra Inglaterra. Manifestaba también cier-
tas dudas con respecto a si jamás la operación volvería a ser tomada en
consideración para su puesta en práctica:
«en el caso de que la invasión sea sometida de nuevo a estudio en la prima-
vera o a principios de verano del año 1941, se publicarán las órdenes opor-
tunas», pero había ordenado igualmente que «debían ser mejoradas las
condiciones militares para la invasión», orden que Raeder, el 14 de octu-
bre, interpretó en el sentido de que debían ser llevadas a cabo «continuas
maniobras».
Como resultado de los acontecimientos que siguieron al ataque italiano
contra Grecia, Hitler se aferró cada vez más a su decisión de continuar el
estudio de las operaciones para un posible ataque contra Rusia; pero no
hasta el extremo de abandonar la operación «Sea Lion». Por otro lado, tal
como Hitler sabía perfectamente, las perspectivas para la operación «Sea
Lion» eran menores a cada mes que pasaba. De mes en mes mejoraba la
posición defensiva británica. Las directrices del 12 de noviembre parecen
reconocer este hecho, ya que en ellas Hitler se revela más enfático que el 4
de noviembre con respecto a los planes de la campaña rusa y, por consi-
guiente, con mayores dudas respecto a «Sea Lion». Por lo que se refería a
Rusia, se anunció que «serán publicadas las directrices tan pronto se ha-
yan aprobado los planes fundamentales de operaciones por el Ejército»; lo
único que cabía decir con referencia a «Sea Lion» era que «en el caso de un
cambio en la situación general, la posibilidad o necesidad de tomar de nue-
vo en consideración la operación «Sea Lion» puede presentarse en el curso
de la primavera».
Era en el aire, en particular, donde era más necesaria la supremacía si al-

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Hitler no se equivoco

gún día se quería llevar a la práctica el plan «Sea Lion». «Los ataques aé-
reos contra la Gran Bretaña — informó Raeder el 14 de noviembre — no
han logrado crear hasta ahora las condiciones necesarias para la realiza-
ción práctica de «Sea Lion». Los navios de guerra ingleses se concentran
todavía en los puertos de Plymouth y Ports-mouth. Es imprescindible un
cambio favorable en la situación antes de que se pueda pensar en un nuevo
intento de llevar a cabo la operación "Sea Lion".» Y el propio Hitler «con-
firmó que los ataques de la Luftwaffe no habían logrado alcanzar los re-
sultados que se esperaban de los mismos...». Pero su deseo de terminar lo
antes posible la guerra contra la Gran Bretaña era tan grande, que, a pesar
de todas sus dudas, las directrices del 12 de noviembre hacían hincapié en
que, «en el caso de que se tomara nuevamente en consideración la opera-
ción «Sea Lion», cada rama de las fuerzas armadas habría de hacer los má-
ximos esfuerzos para mejorar su actuación». Este deseo eran tan vivo, so-
bre todo entre el 14 de noviembre y el 3 de diciembre, en vistas de la situa-
ción aérea todavía tan poco favorable en el Canal, que Hitler ordenó al Es-
tado Mayor Naval que investigara la posibilidad de invadir el sur de Ir-
landa. Tal vez se ofreciesen ventajas políticas y militares al adoptar esta ru-
ta más indirecta hasta las islas británicas.
Al enviar el informe el 3 de diciembre, en forma de memorándum con el tí-
tulo «The Question of supporting Ireland against Britains». que revela
claramente la clase de ventajas políticas en las que pensaba Hitler, Raeder
rechazó la idea. Para poderla realizar con éxito, se requería la supremacía
naval que Alemania no poseía y jamás tendría; teniendo en cuenta las
grandes distancias, las vías de suministro jamás podrían ser defendidas;
las islas no tenían bases o puertos capaces de ser defendidos; el suministro
aéreo, que tendría que partir de las bases creadas en la Europa ocupada,
dependería siempre de las condiciones climatológicas y éstas eran muy
desfavorables en Irlanda. Desde todos los puntos de vista, «será imposible
contar con la ayuda de los irlandeses».
Hitler no se mostró de acuerdo con estas objeciones; se mostró reacio a
abandonar el proyecto de Irlanda. Admitió que la operación era imposible
erí aquellas circunstancias: «el desembarco en Irlanda sólo será intentado
si este país nos pide ayuda». Pero cabía contar con la posibilidad de la coo-
peración del Gobierno irlandés. Y debido a que Irlanda sería tan importan-
te como base para los ataques aéreos contra los puertos del noroeste de la
Gran Bretaña, debido a que «la ocupación de Irlanda puede conducir al fi-
nal de la guerra», insistió en que se continuara el estudio de este proyecto.

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VII El problema britanico


La idea irlandesa no sólo es la clara indicación de su deseo de lograr la ren-
dición de la Gran Bretaña, sino también del desengaño con el cual conside-
raba el ya existente plan de invasión, mucho más factible, y el estudio de
las perspectivas de una posible ocupación del sur de Irlanda, sólo sirvió pa-
ra defraudarle aún más. A esto se añadía que sus planes para el Mediterrá-
neo, limitados ya de por sí y mucho más reducidos desde el ataque italiano
a Grecia, exigían ahora un esfuerzo mayor.
La mayor dificultad se debía, una vez más, a la supremacía naval británica
y al no poder disponer de una flota de superficie. De la misma forma que
las posibles operaciones en el Mediterráneo oriental habían sido impedi-
das por la decidida explotación por parte de la marina de guerra británica
de los reveses italianos en Grecia, en el Oeste, la supremacía naval británi-
ca recababa cada vez más la atención de Alemania, mientras se llevaba ade-
lante el estudio de los planes. Raeder había advertido ya a Hit-ler, el 26 de
septiembre de 1940, que la dificultad real con que se enfrentaban los pla-
nes alemanes para el futuro; la oposición que creaban todas las com-
plicaciones políticas en las negociaciones con Francia y España, era el po-
der naval británico. «La falta de una flota — dijo — constituirá un obs-
táculo insuperable en el caso de que la guerra continúe extendiéndose, con
la ocupación, por ejemplo, de las islas Canarias, las del Cabo Verde, las
Azores, Dakar, Is-landia, etc.» Raeder se vio obligado a estudiar más aten-
tamente las operaciones a largo plazo y las de mayor alcance; y la visión de
la flota británica y el ple.no conocimiento de la debilidad alemana en el
mar, aumentaron sus temores.
El 4 de noviembre expuso sus «objeciones fundamentales» al plan de Hi-
tler de añadir Cabo Verde al plan de conquista de Gibraltar. Según el punto
de vista de Raeder, esta operación dependía de la ayuda francesa y sólo era
posible «cuando Dakar esté ya en nuestras manos»; pero, incluso en este
caso, sería difícil su realización. Una vez ocupadas, «no poseemos la segu-
ridad de podernos mantener en las mismas teniendo en cuenta las escasas
fuerzas de que disponemos». Además, en tanto que las islas no poseían un
gran valor para el enemigo, «las desventajas políticas resultantes de la ocu-
pación de territorios portugueses, con posibles intervenciones por parte de
los ingleses y de los Estados Unidos contra las Azores y las colonias portu-
guesas, deben ser consideradas como muy serias». Por consiguiente, si era
mejor renunciar a la idea de apoderarse de Cabo Verde, era preferible que
las tropas alemanas no cruzaran la frontera portuguesa. «Cualquier acción
alemana contra Portugal, invitará a los ingleses a ocupar las colonias por-

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Hitler no se equivoco

tuguesas de Madeira, Cabo Verde y las Azores».


Hitler, sin embargo, insistió en su plan primitivo: Raeder observó que no
le quedaba otro remedio «que hablar con el Führer lo antes posible de este
asunto, ya que, al parecer, tiene mucho interés en dirigir una operación
contra Cabo Verde». Pero en lugar de abandonar la idea, Hitler se apropió
de los argumentos de Raeder para ampliar sus objetivos. La captura de Ca-
bo Verde se convirtió en una operación esencial, según él, si se quería al-
canzar resultados positivos en la acción contra Gibraltar; y si la ocupación
de Cabo Verde indujera al enemigo a ocupar las Azores y Madeira, era del
parecer, tal como ya hemos indicado anteriormente, de que también Ale-
mania tomara en consideración el apoderarse de dichas islas anticipándose
de esta forma a la acción del enemigo.
Dos días después de haber sido anunciada esta decisión en las directrices
del 12 de noviembre, Raeder volvió al ataque. «Las islas Canarias — admi-
tió — adquirirán una gran importancia para la Gran Bretaña si Alemania se
apodera de Gibraltar y, por lo tanto, Alemania debe anticiparse a esta ac-
ción enemiga ocupando las islas.» Pero ni Cabo Verde ni Madeira serían de
utilidad para la Gran Bretaña. La neutralidad de Portugal, por otro lado,
era sumamente valiosa para Alemania y su violación podría resultar en la
ocupación inmediata de las Azores por la Gran Bretaña o los Estados Uni-
dos. Con respecto a la reacción de Hitler a este punto de vista, la pro-
posición de que las Azores fueran ocupadas por los alemanes, sólo cabía
decir que se trataba de una empresa sumamente arriesgada. Contando con
el factor suerte, es cierto, podía llevarse a cabo con suma rapidez; pero apa-
recía dudosa la existencia de condiciones favorables para dicha ocupación,
y «la posibilidad de sostenernos en las islas es muy discutible, teniendo en
cuenta la fuerte ofensiva que posiblemente los ingleses desarrollarían a
continuación».
Pero Hitler no se dejó convencer. Es cierto que abandonó el proyecto refe-
rente a Madeira; pero estaba convencido de que la Gran Bretaña ocuparía
las Azores tan pronto como las tropas alemanas entraran en España, tanto
si Cabo Verde era atacado como si no. En todo caso, estaba interesado en
estas islas «con el fin de proseguir la guerra contra América en una posible
fase posterior», y las Azores le proporcionarían «la mejor base aérea para
atacar América, si ésta entraba en la guerra» 126.
Si no existía la certeza, decidió el 14 de noviembre, de poder contar con fa-
cilidades de desembarco en las Azores, había que mandar inmediatamente
a un oficial naval y otro de la Luftwaffe para cerciorarse de esto en el mis-
mo lugar. En lugar de abandonar el plan de Cabo Verde, como resultado de

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Hitler no se equivoco

los argumentos expuestos por Raeder, se mostró más decidido que nunca a
añadir las Azores a la lista de sus objetivos.
Sin embargo, tenía plena conciencia de la importancia de la supremacía
naval y de la debilidad de Alemania en este sentido. El fracaso de «Sea
Lion», le había llevado a lamentar su pofítica de los años anteriores a la
guerra de no querer aumentar la flota de superficie. Durante los preparati-
vos para el ataque contra Gibraltar comenzó a preguntarse, partiendo del
supuesto de que todas sus defensas serían destruidas por la Luftwaffe, có-
mo podría interceptar de un modo efectivo el Estrecho y prevenir los con-
traataques británicos por mar. Incluso en el caso de apoderarse previamen-
te de todas las islas del Atlántico, Alemania no poseía una fota naval capaz
de defenderlas; Italia, aunque esto representaba una actitud por demás sig-
nificativa, no sería requerida para prestar su colaboración, así es que el
problema de impedir la reconquista británica de Gibraltar comenzó a apa-
recer insoluble.
Al enfrentarse con todas estas dificultades, no podía pasarse por alto la fal-
ta de navios de guerra; insistió, sin embargo, a pesar de estos hechos y de
los argumentos expuestos por Raeder, que la ocupación de Cabo Verde y
las Azores, así como también de las Canarias, continuara formando parte
integrante del plan de Gibraltar, y esto precisamente porque ahora sabía lo
que se podía conseguir con el poder naval. «El Führer — dijo Raeder el 14
de noviembre —, espera obtener buenos resultados de la conquista de Gi-
braltar y del cierre del Mediterráneo en el Oeste»; y estaba decidido a que
sus planes fueran tan amplios que sus esperanzas no volvieran a verse de-
fraudadas por la flota naval británica 127.
Raeder tuvo que rendirse; pero la seguridad de sus argumentos contra la
ocupación de Cabo Verde y las Azores aumentó las dudas de Hitler y redu-
jo sus esperanzas con respecto a Jas perspectivas de sus restantes planes
en el Mediterráneo. Raeder tenía que rendirse a la evidencia; sin embargo,
¿y si resultaba que estaba en lo cierto? ¿Y si fuera imposible conquistar y
conservar aquellas islas? Incluso suponiendo que pudieran ser conquis-
tadas, ¿cómo contrarrestar un contraataque británico contra Gibral-tar?
¿No resultaba cada vez más evidente a la luz de estos argumentos, que, fue-
se cual fuese el éxito de estos planes, la Gran Bretaña todavía estaría en
condiciones de continuar la lucha?
Si jamás había contado con un resultado más decisivo de la ocupación de
Gibraltar, el Estado Mayor Naval contribuyó en otra forma a reducir sus
esperanzas. En un memorándum fechado el 14 de noviembre de 1940, in-
formó que «la ocupación de Gibraltar y el control del Mediterráneo occi-

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Hitler no se equivoco

dental, aunque muy importante, no eran suficientes de por sí». Como re-
sultado del ataque italiano contra Grecia, continuaba el argumento, la posi-
ción estratégica en el Mediterráneo oriental y el prestigio británico en los
Balcanes y el Cercano Oriente habían mejorado inmensamente. Las posi-
bles consecuencias eran que «el Mediterráneo oriental no seguiría el curso
que había planeado Alemania», que la Gran Bretaña tomaría la iniciativa
«con efectos adversos en el Mediterráneo oriental y en África, y en todas
las batallas futuras», y que la posición británica sería tan fuerte, que «ya
no será posible echar del Mediterráneo a la flota británica». El Estado Ma-
yor Naval estaba convencido de que era de una importancia decisiva impe-
dir este desarrollo; un ejemplo de lo que esto podía representar lo había si-
do el ataque conjunto de la flota y las fuerzas aéreas británicas contra la
marina de guerra italiana en Tárente el 11 y 12 'de noviembre. Exponía el
argumento de que la amenaza procedente de la Gran Bretaña y de los Esta-
dos Unidos «no sólo nos obliga a crear una Unión Europea, sino también a
luchar en África como el objetivo estratégico más adelantado de Alema-
nia», y, por consiguiente, aconsejaba una pronta ofensiva contra las regio-
nes de Alejandría y el canal de Suez. Italia, por sí sola, «jamás será capaz
de llevar a cabo la campaña de Egipto». «Los jefes alemanes responsables
de la dirección de la guerra... deben tener en cuenta el hecho de que por
parte de las fuerzas armadas italianas no se puede contar con actividades
especiales de operaciones o con una ayuda substancial.» Deben compren-
der igualmente que «Alemania no debe limitarse a ser un espectador des-
interesado en el Mediterráneo oriental, teniendo en cuenta la íntima rela-
ción existente entre las victorio-
sas campañas alemanas y el problema Mediterráneo-África. » Puesto que
Italia no podía actuar por su propia cuenta, tenía que hacerlo Alemania.
«El enemigo debe ser obligado a abandonar el Mediterráneo usando para
ello todos los medios a nuestro alcance. Toda la península griega, incluyen-
do el Peloponeso, debe ser limpiada de enemigos y ocupadas las bases.»
«Italia debe ser forzada a comenzar la ofensiva contra Egipto y deben en-
viarse tropas alemanas al teatro de operaciones para ayudar a las italia-
nas.» «A pesar de todas las dificultades, será imposible evitar una ofensiva
a través de Turquía.» «El canal de Suez debe ser minado.» Todas estas
operaciones eran esenciales como complemento a la conquista de Gibraltar
y al cierre del Mediterráneo en el Oeste si Alemania quería ganar la guerra.
Estos argumentos no estaban en modo alguno en contradicción con las
propias ideas de Hitler. Tenía la intención de conquistar Gibraltar; pero sa-
bía perfectamente que esto no sería suficiente. Si podía llevarse a la prácti-

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Hitler no se equivoco

ca la operación «Sea Líon», o, en todo caso, la ocupación de Irlanda, conta-


ría con las garantías necesarias para ganar la guerra; pero era poco proba-
ble que la conquista de Gibraltar le proporcionara este resultado. Había de-
cidido asegurarse en los Balcanes y las medidas que había tomado a este
respecto iban pronto a ser realizadas. El rey de Bulgaria fue llamado a Ber-
lín el 17 de noviembre; el 21 de noviembre anunció Rumania su firma de
adhesión al Eje. Hitler había ordenado ya la invasión de Grecia. Cuando
llegó el momento, amplió el objetivo a Creta. Sin embargo, al avanzar tanto
en el frente del Mediterráneo, se guiaba solamente por las necesidades de-
fensivas; y la extensión de la guerra al Cexcano Oriente, tal como aconseja-
ba el Estado Mayor Naval, a pesar de lo convincentes de los argumentos de
Raeder, atraía muy poco su atención. Por el contrario, el Mediterráneo era
un teatro de guerra que se le antojaba lleno de dudas y peligros, uno de los
cuales, desde el ataque italiano contra Grecia, era el problema de la colabo-
ración italiana. Incluso en el Mediterráneo occidental, donde esta
colaboración podía ser evitada, las exigencias de Vichy, el círculo vicioso de
los argumentos de Raeder con respecto a las islas del Atlántico... todas es-
tas circunstancias le habían ido convenciendo durante las últimas semanas
de que sus posibilidades de éxito eran muy limitadas.

VIII Obstaculos a los planes de Hitler en el Mediterraneo.


Frente a estos hechos, y en proporción al aumento de sus desengaños e im-
paciencia en el Oeste y en el Mediterráneo, sus pensamientos se volvían
cada vez con mayor intensidad a la posibilidad de un ataque contra Rusia.
Un ataque contra la U. R. R. S. y el desarrollo de los proyectos en el Cerca-
no Oriente, tal como los presentaba el Estado Mayor Naval, eran dos direc-
ciones políticas totalmente opuestas la una a la otra: Alemania no podía
dedicarse a las dos al mismo tiempo. Y Hitler sabía perfectamente cuál de
las dos prefería. Si la operación «Sea Lion» y la invasión del sur de Irlanda
eran impracticables, y si las operaciones contra Gibraltar o en el Cercano
Oriente era poco probable que redundasen en una rápida victoria sobre la
Gran Bretaña, lo preferible, en este caso, era conseguir en otro punto cual-
quiera una rápida e impresionante victoria. La supremacía naval británica
y la importancia alemana en ese sentido, hacían que las posibilidades en el
Mediterráneo resultasen muy inciertas; sin embargo, por otro lado, no ha-
bía nada que impidiese un ataque contra Rusia. Y, puesto que se trataba de
un ataque contra una potencia terrestre, ¿quién podía dudar de que Alema-
nia obtendría una rápida e impresionante victoria? Alemania tomaría de
nuevo en sus manos la iniciativa; y no podía tolerar por más tiempo, cuan-

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Hitler no se equivoco

do pensaba en «Sea Lion» o contemplaba sus planes del Mediterráneo, el


que la iniciativa mi-h'lur hubiese comenzado a pasar a manos del enemigo.
Desde la conferencia con Molotov había continuado cu su propósito, con
sugerencias dirigidas a l'uisia, fingiendo ampliar la colaboración, llamadas
a tlr.trarr su atención en dirección al Océano índico para poder aprovechar
esta coyuntura para atacarla. Había ronlmuado planeando igualmente la
campaña del Este; y cuando el 26 de noviembre recibió las contraproposi-
ciones rusas, se vio confirmado en su convencimiento de que había llegado
el momento crucial. Las contraproposiciones rusas exigían la retirada de
las tropas alemanas de Finlandia, una garantía rusa en Bulgaria y bases ru-
sas en los Dardanelos 128.
Por otra razón también, se hacía urgente la necesidad de tomar una deci-
sión final, fuese ésta cual fuese. Un documento que contiene los «Basic
Facts For a History of the Germán War Economy» 129 revela la confusión
que había provocado ya por aquella época Jas continuas indecisiones de
Hitler en todos los frentes. «La Wehrmacht exigía la absoluta prioridad en
el programa de las operaciones para el África del Norte, la marina de gue-
rra exigía la aceleración de medidas para la operación «Sea Lion», los ar-
mamentos aéreos debían ser intensificados aún más...»; y, en esta situa-
ción, los altos jefes de la producción de guerra se vieron obligados a llamar
la atención sobre «las dificultades que traía consigo el querer acelerar to-
dos los programas a un mismo tiempo...», sobre todo, cuando Goering
anunció por primera vez el 6 de noviembre de 1940 que «tenemos que
estar preparados para una guerra de larga duración».
Como resultado de esta advertencia se tomaron varias decisiones, o sea, el
3 de diciembre de 1940, como nos revela el documento en cuestión. Una de
estas decisiones fue que «no debe hablarse más de la invasión de Inglate-
rra, y sí sólo del bloqueo de Inglaterra... Por el momento... los preparativos
para la operación «Sea Lion» deben darse por terminados...». Otra deci-
sión situaba «la defensa antiaérea de la patria en primer lugar». La tercera
«instrucción» del 3 de diciembre se refería a Rusia; pero lo era todo, me-
nos una decisión. «La gran acción prevista (Rusia) fue mencionada por vez
primera (a los jefes de producción de guerra)» y su aplazamiento para una
fecha ulterior admitida como posible.
Incluso en estas circunstancias, Hitler no se atrevía a tomar una decisión
con respecto a la campaña en el Este y, a pesar de que había ya llegado por
lo menos a una conclusión definitiva con respecto a la operación «Sea
Lion», fue aquel mismo día, el 3 de diciembre, que discutió el problema del
sur de Ir landa y ordenó comenzar inmediatamente las investigaciones ne-

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cesarias. Es cierto que dos días más tarde, el 5 de diciembre, cuando el jefe
del Estado Mayor de la Wehrmacht informó con respecto «a la prevista
operación en el Este» 130 expuso que «la primera misión que habían de lle-
var a cabo era el aniquilamiento del mayor número posible de unidades
enemigas, a fin de que los rusos no pudieran ocupar nuevas posiciones en
el interior del país...». Confirmó igualmente que «el número de divisiones
previstas para toda la operación (de 130 a 140) es suficíente». Y, en cierto
modo, esto representaba la aprobación «de los planes fundamentales de
operaciones de la Wehrmacht» que, como había él afirmado previamente,
sería la señal para la publicación de las directrices. Sin embargo, estas ob-
servaciones no representaban para él haber tomado una decisión en firme,
puesto que el 3 de diciembre, aun cuando por el momento había renuncia-
do de un modo definitivo a la operación «Sea Lion», no desechó la po-
sibilidad de ocupar el sur de Irlanda y, en tanto que las directrices para la
campaña del Este no fueron publicadas, Hitler continuó vacilando. Tan
fuerte era el argumento que se oponía al ataque contra Rusia antes de ha-
ber terminado la guerra con la Gran Bretaña que, a pesar de su preferencia
por la campaña del Este, a pesar de su indignación por las con-
traproposiciones rusas, a pesar de la urgente necesidad de tomar una firme
decisión, permaneció indeciso hasta que recibió un nuevo golpe.

IX La primera ofensiva britanica en el desierto occidental


Estos tres meses, los más críticos e inciertos de la guerra, terminaron al co-
menzar la primera ofensiva británica en el desierto el 6 de diciembre del
año 1940. El rápido éxito que, comenzando con la batalla de Sidi Barraní el
9 de diciembre, alcanzó aquella ofensiva, ejerció efectos inmediatos en los
planes de Hitler e influyó poderosamente en el curso posterior de la gue-
rra. Hitler, también alarmado, llegó a convencerse de que la Gran Bretaña
estaba más lejos que nunca de pensar en la rendición, le confirmó en su fal-
ta de fe por las aventuras en el Mediterráneo y en el Cercano Oriente, y le
ratificó en su decisión de volverse hacia Rusia.
La primera necesidad que se presentaba era proteger a los italianos en su
retirada. El reforzar militarmente el África del Norte, que en el mes de no-
viembre no le había parecido ser importante por no conducirle a un pronto
éxito, se le antojó súbitamente un problema esencial si quería evitar el de-
sastre. El 10 de diciembre, el día siguiente a la batalla de Sidi Barraní, Hi-
tler anuló su decisión primitiva y ordenó a las formaciones de la Luftwaffe
«operar lo antes posible desde el sur de Italia durante un espacio de tiem-
po limitado. Su misión más importante era atacar a la flota naval británica

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en Alejandría, pero también el canal de Suez y en los Estrechos entre Sici-


lia y la costa de África, debido a la situación crítica en que se encontraba el
Mediterráneo...». Al mismo tiempo, debían ser acelerados los preparativos
para el inmediato envío de una división acorazada al norte de África.
Otra fuente de alarma fue la posibilidad de que, si el ataque británico resul-
taba ser una ofensiva en gran escala y provocaba graves perjuicios a la
posición del Eje en el Mediterráneo, la Francia no ocupada se levantaría
contra Alemania. Esta ansiedad estaba por demás justificada. Churchill,
que «tenía sumo interés en proporcionar a Vichy la posibilidad de aprove-
charse del curso favorable que tomaban los acontecimientos, invitó a Pé-
tain a reemprender la guerra contra el Eje. El 31 de diciembre, seis divisio-
nes británicas estaban a punto para desembarcar en Marruecos si los fran-
ceses revelaban el menor síntoma de aceptar la proposición» 131. El 10 de
diciembre, por consiguiente, Hitler ordenó organizar una operación de ur-
gencia: la operación «Atila».
«En el caso (decían las directrices de Hitler) de que estallara una rebelión
en las regiones del Imperio colonial francés al mando actualmente del ge-
neral Wey-gand, será necesario una rápida ocupación del territorio todavía
no ocupado de la metrópoli francesa. Al mismo tiempo, será necesario to-
mar medidas preventivas contra la flota naval francesa y las formaciones
de las fuerzas aéreas francesas que se hallan concentradas en aeródromos
de la metrópoli o, al menos, impedir que se pasen al enemigo.»
Si la operación se hacía necesaria..., «si las fuerzas armadas francesas die-
ran señales de resistencia, o una parte de la flota naval, a pesar de las
contraórdenes alemanas, se hiciera a la mar»..., poderosos grupos motori-
zados alemanes, con ayuda aérea, irrumpirían en la zona no ocupada de
Francia, avanzarían hasta el Mediterráneo y ocuparían los puertos, en es-
pecial Tolón, a fin de «bloquear a Francia desde el mar». Toda oposición
sería «aniquilada sin consideración». Y, en tales circunstancias, le sería di-
fícil a la flota francesa ofrecer resistencia; «es necesario examinar igual-
mente por los comandantes en jefe de la marina de guerra y de la Luftwaf-
fe en qué aspecto la flota francesa puede ser puesta a nuestro servicio a la
entrada de nuestras fuerzas militares, en especial, con respecto al bloqueo
de los puertos, operaciones de desembarco aéreo, actos de sabotaje, prepa-
ración de ataques por medio de submarinos y ataques aéreos contra los na-
vios en huida y el desarme de los navios franceses de acuerdo con lo estipu-
lado en los Acuerdos del Armisticio».
Como de costumbre, «los italianos no deben ser informados de los prepa-
rativos a realizar».

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Un resultado igualmente directo del avance británico en África del Norte


fue el aplazamiento del ataque alemán contra Gibraltar, el éxito del cual
hubiese contribuido en tan gran escala, como se lamentó Hitler en una car-
ta dirigida a Mussolini el 31 de diciembre 132, a eliminar «el peligro de un
cambio de frente en el África occidental».
Otro resultado del avance británico fue que Hitler decidió incrementar las
fuerzas destinadas al ataque contra Grecia, operación «Marita». En unas
direc-trices finales para esta operación, publicadas el 13 de diciembre, los
objetivos continuaban siendo los mismos tal como habían sido ya defini-
dos en unas directrices anteriores del 12 de noviembre. «Debe ser evitado a
toda costa el intento británico de crear bases aéreas cerca del frente balcá-
nico que resultarían sumamente peligrosas, en primer lugar, para Italia y,
en segundo, para los campos petrolíferos de Rumania». Era, por consi-
guiente, necesario, cuando el tiempo lo permitiese, «probablemente en el
mes de marzo, enviar fuerzas a través de Bulgaria para ocupar las costas
del mar Egeo y, si es necesario, ocupar toda Grecia». Pero, a pesar de que
los objetivos no habían sufrido ninguna variación importante, el número
de divisiones destinadas a esta operación fue aumentada de diez a veinte.
Esto se debió, en parte, a la creciente amenaza que representaba la Gran
Bretaña, y también respecto a la actitud de Hitler en relación con la campa-
ña del Este que, durante los días que siguieron a la ofensiva británica en el
desierto, había alcanzado su última fase en los preparativos preliminares.
De nuevo, a principios de noviembre, el desarrollo de los acontecimientos
en el Mediterráneo avivaron sus dudas con respecto a Rusia. «Una vez lle-
vada a feliz término la operación «Marita», decían las directrices del 13 de
diciembre, consideraré la conveniencia de usar las fuerzas disponibles para
lanzarlas a una nueva acción.» El 18 de diciembre del año 1940, cinco días
después de continuados éxitos británicos en África,
Hitler publicó las primeras directrices para un ataque contra Rusia. Anun-
ció que «las fuerzas armadas alemanas debían estar preparadas para una
rápida campaña en Rusia, incluso antes de haber terminado la guerra con-
tra Inglaterra» 133.

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Capitulo VI

La Decision de atacar Rusia

I El proceso hasta alcanzar la decision


Fue en el mes de julio del año 1940, tai como se ha afirmado frecuente-
mente, que Hitler se sintió por vez primera interesado por la posibilidad de
una campaña en el Este. No cabe la menor duda 134, de que a fines de sep-
tiembre de 1940 había llegado ya a tomar la decisión de lanzar el ataque.
Cuando volvió toda su atención hacia Rusia 135, se «sintió embargado por
la sensación de éxito y engreído por la propaganda que lo presentaba como
el genio estratega más grande de todos los tiempos». Ninguno de estos jui-
cios resiste un examen de las pruebas.
Es cierto que el interés de Hitler por un ataque contra Rusia se revela en
primer lugar en los documentos del mes de julio del año 1940. Pero los
documentos, ambos anteriores a la guerra y, a pesar del pacto germano-ru-
so, ya desde el día en que comenzó la guerra, no dejan la menor duda que
lo que le animó en el mes de julio del año 1940 no fue simplemente la idea
de atacar a Rusia, la cual ya hacia mucho tiempo que vibraba en su mente,
sino el presentimiento de que un ataque contra Rusia, en una guerra de
dos frentes, antes de que la Gran Bretaña hubiese sido derrotada o se hu-
biese rendido, en circunstancias que él jamás había tomado en considera-
ción, favorecería todos sus planes. «Si no podemos contar con la absoluta
certeza — dijo el 21 de julio —, de que los preparativos (para la operación
«Sea Lion») puedan ser terminados para principios de septiembre, será ne-
cesario tomar en consideración otros planes»; y su otra observación en es-
ta misma ocasión — «claro está, es nuestro deber valorar cuidadosamente
las cuestiones rusa y americana» — indican claramente, la dirección cíe sus
pensamientos en el caso de que la operación «Sea Lion» se revelara como
impracticable.
Por este motivo, al renunciar a la operación «Sea Lion» en la segunda mi-
tad del mes de septiembre, enfocó su atención hacia la empresa rusa. Pero
existe una enorme diferencia entre el hecho y la suposición de que, para fi-
nes de septiembre, había ya tomado una firme decisión en este sentido, o
sea, tan pronto renunció a la idea «Sea Lion». La decisión de atacar a Ru-
sia no la tomó inmediatamente después de haber renunciado a la opera-
ción «Sea Lion»; y afirmar esto es desconocer ios hechos e ignorar las evi-
dencias, o al menos, enfocar el asunto a la luz de los acontecimientos pos-
teriores.

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Se puede discutir, desde luego, que, a pesar de que no tomó inmediatamen-


te la decisión, había llegado ya a una conclusión definitiva con respecto a
este asunto o sea, que el fracaso de la operación «Sea Lion» le condujo de
un modo irrevocable a tomar la decisión de atacar a Rusia. Si es cierto que
esta decisión fue el resultado de la preferencia de Hitler. por las grandes
campañas terrestres y a la idea fija de volverse contra Rusia, fuesen cuales
fuesen las circunstancias, debe añadirse que lo fue también debiáo a los de-
sengaños sufridos en los otros frentes, a sus deseos y ansias de acción, a su
impaciencia por conseguir resultados rápidos e impresionantes; por todo
esto el fracaso de la operación «Sea Lion» fue vital en este sentido. La con-
quista de Noruega había sido una hazaña magnífica; la derrota de Francia
había sido igualmente una empresa militar grandiosa; la Gran Bretaña hu-
biese debido percatarse en aquella ocasión de lo desesperado de su situa-
ción militar. El que ocurriera lo contrario fue uno de los primeros des-
engaños que sufrió Hitler. Sólo la existencia del canal de la Mancha había
salvado a Inglaterra; y el canal de la Mancha que hacía necesaria la opera-
ción «Sea Lion» y que, más tarde, la hizo impracticable, aumentó su deses-
peración. Fue de nuevo el Canal... o lo que representaba: la potencia y li-
bertad de acción británica en los mares... lo que entrañaba tantas dificul-
tades para poder negociar libremente con Francia y España, que colocaba
tantos y tantos obstáculos en la ruta de la conquista de Gibraltar y que li-
mitaba ya de antemano los posibles resultados positivos de una tal acción.
Estaba convencido de que Alemania era invencible si no abandonaba la ac-
ción; y una acción contra Rusia, una gran campaña terrestre, fue tentándo-
le cada vez más mientras se desengañaba en los demás frentes.
Considerado desde este punto de vista, puede resumirse como un proceso
inevitable; pero no es justo, teniendo en cuenta todas las evidencias, consi-
derarlo como rápido, al contrario, su elaboración fue extremadamente len-
ta. Aun considerando que fue un proceso que no se apartó ni un solo mo-
mento de la ruta fijada, se prolongó durante el curso de tres meses. Hacer
caso omiso de este hecho, es querer ignorar la evidencia; equivale a querer
menospreciar el continuado efecto de la supremacía británica en el mar. Y
si se juzga acertadamente el efecto, el punto de vista del cual Hitler se valió
para tomar su decisión prescindiendo del tiempo en que tardó en tomarla,
se basó en una conclusión previa... incluso este punto de vista pierde mu-
cho de su fuerza.
La supremacía británica en el mar, tan fundamental en el fracaso de la ope-
ración «Sea Lion», ejerció más de una influencia negativa en el curso de
los siguientes tres meses. Hizo mucho más que aumentar los desengaños

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de Hitler al abortar sus planes en el Mediterráneo oriental y Gibraltar. Al


permitir a la Gran Bretaña jugar un papel ofensivo, le permitió también un
papel positivo. Los acontecimientos que siguieron al ataque italiano contra
Grecia y, luego, la primera ofensiva en el desierto, no fueron los que crea-
ron en la mente de Hitler la idea de atacar a Rusia; la idea existía ya. No
sirvieron para reavivar la idea, puesto que la idea jamás había dejado de
existir. Y, precisamente, como los reveses sufridos durante los meses de
noviembre y diciembre del año 1940 eran necesarios para destruir sus vaci-
laciones con respecto a la campaña del Este, contribuyeron a este largo
proceso de tres meses de duración.
Es cierto que estos desengaños, en la lógica, tenían que haber logrado un
efecto contrario y que, si no hubiese existido ya la idea, la creciente ame-
naza en el Mediterráneo hubiera debido llevarle a desistir de un ataque
contra Rusia, en lugar de estimularle a lanzarse a la misma. Pero otra
consideración nos ayudará a explicar este punto: la alarma y el desengaño
no fueron los únicos elementos en esta situación. No puede existir la me-
nor duda del desengaño en que se vio sumido, por su temperamento y su
forma de pensar, por la serie de fracasos que siguieron a la derrota de
Francia, por el hecho de que sólo fue entonces cuando se enfrentó realmen-
te con I icchos y factores complejos con los cuales no había contado. Los
desengaños sufridos por Hitler, sin embargo, se debieron, en primer lugar,
a no disponer de un plan concreto para el futuro después de la derrota de
Francia, a su falta de habilidad para ajus-tar sus planes a las circunstancias
que siguieron al fracaso de la operación «Sea Lion» ; a su inquebrantable
inflexibilidad; a su falta de poder estratégico, como consecuencia ineludi-
ble de las dificultades y problemas que entrañaban indudablemente la
nueva situación. Si, durante los tres últimos meses del año 1940, sus pla-
nes estratégicos adquirieron un cariz desesperado mucho antes de que esto
hubiese sido necesario, no sólo lo podemos achacar a su temperamento, si-
no también a sus limitaciones intelectuales y estratégicas.
Los desengaños sufridos, pero más aún, la tendencia a crear la desorien-
tación, representaba sólo un aspecto de su temperamento tan particular; la
fuerza de voluntad y un exceso de confianza en sí mismo era el otro, lo cual
representaba una lógica característica complementaria. Si eligió la decisión
de atacar a Rusia como solución a sus problemas, como huida y compensa-
ción a sus desengaños, la eligió también creyendo en su propia infalibili-
dad, en su genialidad, por una exagerada sobreestimación de su propia in-
teligencia, en una confianza ilimitada en los ejércitos alemanes. Si la deci-
sión se debió a causa de la alarmante situación en el Mediterráneo, que re-

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sultó ser el punto culminante de la serie de desengaños, fue tomada tam-


bién haciendo caso omiso de la situación, lo que demuestra claramente su
exagerada confianza en sí mismo y su espíritu de jugador.
Una vez admitidos estos hechos, comprendemos por qué los desengaños
constituyeron un elemento tan importante en las decisiones de Hitler; el
proceso hasta tomar la decisión hubiese sido ya largo de por sí, sobre todo,
porque era negativo, era la reacción a su creciente desengaño en los demás
frentes; y, si esto era todo, sería suficiente para desacreditar el punto de
vista de que Hitler «estaba embargado por la sensación de éxito y engreído
por la propaganda». Pero lo que revela con toda clase de claridad y certeza
de que el proceso requeriría su tiempo, y lo que lleva a rechazar de un mo-
do completo el punto de vista del «engreimiento», es el hecho de que los
desengaños de Hitler se originan en una fuente especial. Su ambición prin-
cipal continuó siendo siempre la misma: una guerra muy corta y, para con-
seguir este fin, la pronta derrota de la Gran Bretaña o la pronta aceptación
por parte de ésta de sus condiciones de paz. Lo que deseaba más vivamen-
te, durante los tres meses antes de tomar la decisión de volverse contra Ru-
sia, era la derrota o la rendicion de la Gran Bretaña; y éste, su máximo de-
seo, na el que ofrecía menos perspectivas de realizarse. Muchos, sin duda
alguna, le daban ya por vencedor, pero Hitler conocía de sobras la situa-
ción real. En lo más íntimo de su ser, sabía que había fracasado.
El hecho más sorprendente durante los tres meses siguieron al aplazamien-
to de la operación «Sea Lion» no fue la facilidad, sino la aversión con la
cual se decidió a abandonar este plan; no el hecho de que el desengaño su-
frido le condujera a lanzarse a la campaña del Este, sino la razón de que la
presencia constante del desengaño le atrasó durante tanto tiempo a tomar
su decisión. A la vista de todas las evidencias, la operación «Sea Lion» fue
mantenida viva hasta comienzos del mes de diciembre del año 1940 como
un programa posible para la primavera siguiente; y no fue hasta el 8 de
enero del año 1941, tees semanas después de haber tomado la decisión con
respecto a Rusia, que confesó abiertamente que la operación «Sea Lion»
era «impracticable hasta no haber conseguido previamente reducir el po-
tencial militar de la Gran Bretaña». «El éxito de la invasión — continuó —
debe estar garantizado; en caso contrario, el Führer considera un crimen
intentar llevarla a cabo.» Los proyectos tales como, por ejemplo, la ocupa-
ción del sur de Irlanda, planteados como una alternativa a la operación
«Sea Lion», fueron tenidos en consideración hasta el mes de diciembre.
Incluso después de haberse publicado las direo trices del 18 de diciembre
del año 1940, parecen existir razones para creer que perduraba en él un

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elemento de duda y vacilación con respecto a la decisión de atacar a Rusia,


así como una débil esperanza de que la Gran Bretaña acabara por acceder
a sus pretensiones. Las directrices en cuestión contenían una cláusula muy
significativa: anunciaba que daría }a orden de concentración para las tro-
pas ocho semanas antes del Día D, «si se decide llevar a cabo la operación»
136. Ante el Tribunal de Nurenberg, Ribbentrop declaró que, a pesar de que

la idea no le entusiasmaba en absoluto, Hitler le insinuó a fines de diciem-


bre de 1940, que tal vez intentase convencer a Rusia de adherirse al Pacto
de los Tres; y que, en aquella ocasión, dijo lo siguiente: «Hemos formado
ya un pacto, tal vez logremos también concertar un segundo pacto.» El 31
de diciembre en una carta que dirigió a Mussolíni, Hitler hizo resaltar que
«nuestras relaciones con la U.R.R.S. actualmente son muy buenas», y ex-
puso diversas razones para creer que «se podía albergar la esperanza de
que se podrán resolver de un modo razonable los puntos todavía no aclara-
dos... y conseguir una solución que nos evitará lo peor...» 137. El 31 de mayo
de 1941, al preguntarle Mussolini si Alemania había renunciado a la posibi-
lidad de una colaboración con Rusia contra la Gran Bretaña, Ribbentrop
contestó que, a pesar de albergar profundas sospechas contra Rusia, Hitler
«no había tomado ninguna decisión a este respecto» 138. El 20 de abril de
1941, Hitler informó a Raeder que había comunicado a Matsuoka que Ru-
sia no sería atacada si continuaba adoptando una actitud prudente y sensa-
ta de acuerdo con lo estipulado en el pacto; y cuando Raeder le preguntó,
en la misma ocasión, con respecto a su opinión sobre el cambio proalemán
en la actitud de Rusia, respondió «en el mismo sentido»... seguramente, en
el sentido de su comunicación a Matsuoka.139
Este testimonio puede ser rebatido fácilmente. La cláusula especial en las
directrices podían ser sólo una precaución formal; la declaración de Rib-
bentrop no es imparcial y carece de pruebas; en ningún momento Alema-
nia había sido sincera con Italia o el Japón con respecto a sus planes para
el futuro; ni tampoco Hitler fue siempre sincero con Raeder. Pero si Hitler
vacilaba interiormente, lo que parece ser lo más probable, no era con res-
pecto a la conveniencia o no de atacar a Rusia, sino sólo sobre la necesidad
de atacarla mientras la Gran Bretaña representase todavía una amenaza; y
no existe la menor duda sobre sus claros deseos de paz con la Gran Breta-
ña o sus deseos de una pronta derrota de la misma. El 27 de diciembre,
una semana después de haberse publicado las directrices sobre Rusia, lo
máximo que admitió con respecto a la operación «Sea Lion» fue que «con
toda probabilidad no.tendrá lugar hasta el verano de 1941». «Incluso hoy
en día — dijo el 8 de enero de 1941, cuando ya hacía tres semanas que se

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habían publicado las directrices rusas —, el Führer está todavía dispuesto a


negociar la paz con la Gran Bretaña; pero los actuales jefes de Inglaterra
no quieren tomar en consideración esta posibilidad.» Al mismo tiempo, no
podía ni quería desechar la esperanza de poder derrotar a la Gran Bretaña.
«Ataques combinados — añadió aquel mismo día—, de la Luftwaffe y de la
marina de guerra, podrían habernos conducido a la victoria sobre la Gran
Bretaña ya en el mes de julio o agosto.» «El ataque contra las vías de sumi-
nistro británicas— afirmó en las directrices del 6 de febrero de 1941 —,
puede provocar antes de mucho el quebrantamiento de la resistencia ingle-
sa.»
Su observación del 8 de enero no admite dudas: no sólo estaba ansioso por
negociar los términos de paz, sino que se dejaba llevar por el desespero al
no poder hacerlo. Sus esperanzas, por otro lado, no tenían ningún funda-
mento. Pero si estos sentimientos continuaban vivos después de haberse
publicado ya las directrices para Rusia, lo mismo cabe decir con respecto a
los meses anteriores a la redacción de las mismas; y fue por esta causa que,
por lo menos hasta el 18 de diciembre del año 1940, continuó vacilando du-
rante tanto tiempo antes de volverse contra Rusia. No se sintió en modo al-
guno aterrado por las dificultades con que podría tropezar en Rusia o por
la amplitud del esfuerzo que exigiría para derrotarla. Lo que sí le aterraba
era el peligro que entrañaba una guerra de dos frentes, un peligro suficien-
temente demostrado por las leyes de la estrategia. Fue sólo de un modo
gradual y paulatino que se avino a aceptar aquello que durante tanto tiem-
po estaba en contradicción con su propio juicio y que continuó en franca
oposición con la opinión de la mayoría de sus consejeros.

II La justificacion de Hitler
Su anterior disposición a efectuar el ataque para su propia protección se
había basado en la suposición de que podría efectuar el ataque cuando él
considerase llegado el momento oportuno, una vez hubiese terminado en
el Oeste. Su ansiedad con respecto a las intenciones rusas, aunque basadas
en una antigua desconfianza hacia Rusia, surgida sólo cuando tomó en
consideración lanzar una invasión contra Inglaterra y aceptar el riesgo de
quedar ligado en el Oeste, perduró sólo hasta el momento en que la opera-
ción «Sea Lion» pareció practicable. A continuación, el peligro de que Ru-
sia pudiera volverse contra Alemania, dejó de ser un factor importante en
sus planes. Afirmó que «Rusia teme el potencial alemán» ; estaba seguro,
incluso después de haberse decidido a marchar a través de los Balcanes pa-
ra invadir Grecia, que Rusia no abandonaría su posición neutral. Lo que le

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llevó a considerar cada vez más imperativo el ataque contra Rusia, fue el
hecho de que comenzó a considerarlo como el medio más efectivo, y, tal
vez el único posible que le quedaba, para obligar a rendirse a la Gran Breta-
ña.
Puesto que la Gran Bretaña no aceptaba sus condiciones de paz, ¿en qué
basaba sus esperanzas? En la intervención, de esto no cabía la menor du-
da, de los Estados Unidos y Rusia a su lado. Resultaba importante desba-
ratar estas ilusiones ahora que la Gran Bretaña había rehuido la derrota y
se había negado a entablar negociaciones de paz. En tanto que la Gran Bre-
taña continuase en pie de guerra, Alemania no podía ganar; cuanto más
tiempo se alargaba la guerra, tanta mayor era la posibilidad, si los peligros
no eran eliminados previamente, de que Alemania perdería la guerra. ¿No
era, acaso, preferible eliminar estos peligros cuanto antes mejor? ¿No se
vería obligada, acaso, la Gran Bretaña a rendirse una vez eliminados los
factores en los cuales basaba sus esperanzas? El 27 de diciembre de 1940,
al explicar su decisión a Raeder, dijo que «era necesario eliminar a toda
costa a los últimos enemigos que quedaban en el continente antes de poder
colaborar con la Gran Bretaña». El 8 de enero de 1941 repitió este punto de
vista.
«La Gran Bretaña es alimentada en su lucha por las esperanzas que ha
puesto en los Estados Unidos y en Rusia... La ambición británica es lograr
con el tiempo que el potencial ruso se vuelva contra nosotros. Si los Esta-
dos Unidos y Rusia entran en la gu<-rra en contra de Alemania, la situa-
ción para nosotros será sumamente complicada. Por consiguiente, toda
amenaza en este sentido, debe ser eliminada ya desde un principio.»
íil 25 de julio de 1941, cuando había comenzado ya la campaña del Este, ex-
presó su confianza de que «la Gran Bretaña no continuará la lucha si com-
prende que ya no tiene ninguna posibilidad de vencer».
De estos dos peligros, lo cierto es que el peligro americano era la única
amenaza seria. Así como todo daba a entender que los Estados Unidos
entrarían en la guerra contra Alemania, lo más probable era que Rusia no
lo hiciera. Desgraciadamente, sin embargo, el peligro americano era el úni-
co contra el que no podía hacerse nada efectivo de antemano para elimi-
narlo. No había nada, por otro lado, ninguna supremacía naval, ningún po-
der en esta tierra que pudiera impedirle de lanzar un ataque contra Rusia.
Es una faceta característica, tanto de la desesperación de Hitler, como de
la exagerada confianza que tenía en sí mismo que, en esta situación, des-
pués de haber pasado a considerar el ataque contra Rusia desde el punto
de vista de la posibilidad al punto de la necesidad, más tarde vino no una

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sola, sino dos virtudes de la necesidad. No sólo quería atacar a Rusia a fin
de asestar indirectamente un golpe a la Gran Bretaña, eliminando a uno de
los últimos enemigos de Alemania en el continente; quería atacarla en la
esperanza de que gracias a esta acción los Estados Unidos se resistirían a
entrar en la guerra.
El 8 de enero de 1941 expuso que «si Rusia se rinde, el Japón experimenta-
rá un gran alivio; y esto representará a su vez un mayor peligro para los Es-
tados Unidos». Durante el curso de aquel mismo año, manifestó en repeti-
das ocasiones su ansiedad por conocer la influencia que la campaña rusa
ejercía sobre los Estados Unidos. El 21 de junio, el día antes de iniciarse la
campaña, expresó su deseo «de evitar cualquier incidente con los Estados
Unidos hasta que «Barbarosa» (el ataque contra Rusia) esté ya en plena
marcha. Al cabo de unas semanas la situación aparecerá más clara y podre-
mos contar ya con un efecto favorable sobre los Estados Unidos y el Japón.
América se resistirá a entrar en la guerra, debido a la creciente amenaza
que representará para ella el Japón». El 9 de julio expresó que era su
máximo deseo «retrasar la entrada de los Estados Unidos en la guerra por
lo menos durante los dos meses siguientes... Una campaña victoriosa en el
Este ejercerá un efecto favorable sobre la situación global de la guerra y,
probablemente, también sobre la actitud de los Estados Unidos».
Todos estos argumentos, sin embargo, presentaban un grave defecto. No
eran complejos y ni el propio Hitler estaba convencido de los mismos. Lo
que se revelaba como necesario para substanciar su caso y completar el
círculo, era el convencimiento de que Rusia atacaría a Alemania si ésta no
atacaba a Rusia. Es una actitud característica de Hitler el que, una vez al-
canzado este punto, necesitara convencerse a sí mismo de que la campaña
del Este era jnevitible por esta causa. De esta forma, contrarrestó todas las
dudas que pudiese tener con respecto a los demás argumentos y también
cualquier vacilación que hubiese podido tener después de haber publicado
las directrices del mes de diciembre de 1941.
Llegó a este convencimiento sólo después de haber sido publicadas las di-
rectrices de «Barbarosa». Antes de este momento, tal como hemos expues-
to ya anteriormente, albergaba todavía la confianza de que Rusia no aban-
donaría su posición neutral e incluso amistosa con respecto a Alemania. La
evidencia recibida en Alemania confirmaba de tal modo este punto de vis-
ta, que tuvo que cerrar los ojos ante la misma para demostrar lo contrario
aunque sólo fuese para su propia satisfacción. En el mes de enero de 1941,
se firmó «un nuevo acuerdo germano-ruso mucho más amplio» sobre
cuestiones económicas 140. En el mes de febrero, el jefe de la Sección de

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Operaciones Navales fue convencido de que «la política exterior rusa se ba-
sa en el deseo de neutralidad y de evitar cualquier conflicto con las demás
potencias». En el mes de marzo, a pesar de la desaprobación por parte de
Rusia de la infiltración alemana en los Balcanes, ano es de esperar un cam-
bio de actitud por parte de Rusia», afirmaron las autoridades alemanas. En
el mes de abril, en la víspera del ataque alemán contra Grecia, el Estado
Mayor Naval alemán confirmó que «Rusia está aparentemente decidida a
conservar la neutralidad frente a Alemania». Más tarde, durante el curso
de aquel mismo mes, se afirmó que «los éxitos alemanes (en Grecia) ha-
bían impulsado a Rusia a volver a adoptar una actitud correcta», que «el
intento anglo-americano para lanzar a Rusia contra el Eje», había fracasa-
do y que «la actitud de Rusia frente a Alemania sigue mejorando».
Rusia continuó, posteriormente, dando pruebas positivas de su actitud. Se-
gún el Estado Mayor Naval, en una nota del 21 de abril, «se observa una
disminución en la tensión ruso-finlandesa como resultado de que Rusia es-
tá dispuesta a ceder y a hacer todo lo posible para evitar cualquier inciden-
te». La celebración del Primero de Mayo en Rusia y de acuerdo con la mis-
ma fuente de información, «demuestra que Rusia trata por todos los me-
dios de alejarse del peligro de una guerra»; el 6 de mayo interpretó el jefe
del Estado Mayor Naval alemán el nombramiento de Stalin como presiden-
te de los Comisarios del Pueblo como «el deseo por parte de Rusia de conti-
nuar la política en favor de Alemania y evitar todo conflicto con la misma».
El 10 de mayo, Rusia retiró sus representantes diplomáticos de Noruega,
Bélgica y Yugoslavia en otro esfuerzo para satisfacer a Alemania y de nuevo
aparece Stalin en los archivos del Estado Mayor Naval como «el puntal de
la colaboración germano-soviética». El 4 de junio, el 7 de junio y el 15 del
mismo mes, el Estado Mayor Naval alemán estaba todavía convencido de
que «Rusia hace todo lo posible para evitar un conflicto», que «Stalin está
dispuesto a hacer concesiones extremas». El 6 de junio el embajador ale-
mán en Moscú informó que Rusia sólo lucharía en el caso de ser atacada.
A pesar de todos los esfuerzos en este sentido, Rusia, desde luego, reveló
su profundo descontento por el avance alemán a través de los Balcanes y
adoptó medidas militares defensivas en sus fronteras del Oeste; los temo-
res alemanes no fueron en modo alguno reducidos por las maquinaciones
de sus vecinos rusos. En el mes de enero del año 1941, Rumania expresó su
«convencimiento de que los planes de Rusia era anexionarse la Moldavia»
141, y esperaba que «Alemania impediría una acción de esta índole con la

fuerza». Al mismo tiempo, Rusia hizo intentos cerca de Bulgaria para im-
pedir que. este país se uniera al Eje; Rusia previno a Finlandia de no aliar-

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se con ninguna otra nación; y Alemania recibió una protesta rusa por la en-
trada de las tropas alemanas en Rumania. En el mes de febrero, el Estado
Mayor finlandés advirtió a Alemania que el peligro ruso continuaba siendo
muy grave; y la conclusión era que «¡ sólo Alemania podía derrotar a Ru-
sia! ». Se observó un recrudecimiento en la tensión ya existente en la acti-
tud rusa cuando las tropas alemanas entraron en Bulgaria el 1 de marzo;
una movilización parcial rusa en el mar Báltico y en las fronteras occiden-
tales. A fines del mismo mes, se firmó el pacto de no agresión ruso-turco,
que fue considerado por algunos «como dirigido contra Alemania», en tan-
to que el pacto firmado entre Rusia y Yugoslavia a principios del mes de
abril, «después del coup d'état yugoslavo, fue considerado como dirigid)
Cia-ramente contra Alemania». El 10 de abril, pocos días después de ha-
berse iniciado el ataque contra Grecia, se supo que Rusia había declarado
el estado de alerta y había aumentado sus preparativos militares.
Existían motivos más que fundados, de ello no cabe la menor duda, en to-
das estas actividades para aumentar los temores alemanes; sin embargo,
después de -los éxitos alemanes en Grecia y tan pronto comprendió Rusia
que el ataque no se volvía hacia ella, se observó un cambio significativo en
la actitud rusa, tal como hemos expuesto ya anteriormente; no existen refe-
rencias en los archivos navales que confirmen los temores alemanes des-
pués de media-^os de abril. E incluso antes de este tiempo v aun cuando
no se hubiese presentado este cambio, la actitud de Rusia no podía ocultar
el hecho esencial de que deseaba mantenerse neutral si esto era posible.
Nadie en Alemania se engañó con respecto a esta actitud, excepción hecha
del propio Hitler; y él, en su ansiedad por justificar el ataque contra Rusia,
y para justificar su decisión, lo ignoró con su actitud característica.
El 27 de diciembre del año 1940, diez días después de la publicación de las
directrices «Barbaro-sa», consideró, al parecer sin el menor sentido de iro-
nía en sus observaciones, que «la situación política ha cambiado como re-
sultado de la actitud rusa». Se dejó dominar por la indignación, por la in-
certidum-bre de tener que ajusfar sus deseos en los Balcanes a los intere-
ses de Rusia... a «la inclinación de Rusia», como dijo más tarde, «a interfe-
rirse en los asuntos de los Balcanes». El 8 de enero de 1941, cuando las di-
rectrices tenían ya tres semanas, y de nuevo sin la menor ironía en sus pa-
labras, le dijo a Raeder que «Stalin debe ser- considerado como un frío es-
peculador: es capaz, si esto sirve a sus fines, de romper un tratado siempre
que lo crea conveniente», y añadió «se observan ya claramente influencias
diplomáticas inglesas en Rusia». En el mes de marzo de 1941, según una
declaración de Halder después de la guerra 142, estaba convencido de que

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«existían ya acuerdos secretos entre Rusia e Inglaterra y que, debido a és-


tos, Inglaterra había rechazado las ofertas de paz alemanas... Tenemos que
contar con la certeza de un ataque por parte de Rusia». Y si no queremos
dar crédito a esta afirmación, por haber sido hecha en una declaración des-
pués de la guerra, es cierto que en un discurso pronunciado ante sus ge-
nerales, el 15 de junio de 1941, «explicó que la guerra con Rusia era inevi-
table; en caso contrario, Rusia nos atacará cuando estemos ligados de ma-
nos y pies en otro lado...» 143.
Mientras íanto, todas las objeciones que se presentaban a su punto de vis-
ta, eran arrumbadas a un lado, según Ribbentrop 144, con la observación de
que «los diplomáticos y los agregados son los personajes peor informados
del mundo».
Faltaba, empero, un detalle final y el propio Hitler lo suministró. Si era un
error sobreestimar el peligro de un ataque ruso contra Alemania, también
era un error subestimar, aunque ligeramente, el potencial de Rusia y el gi-
gantesco esfuerzo que sería necesario para aniquilarla. Se fue convencien-
do a sí mismo, se convirtió en artículo de fe para él, que la derrota de Rusia
podía alcanzarse en cuestión de unos meses. La campaña podía estar ter-
minada para el otoño del año 1941 si comenzaba el ataque a principios del
verano. Su objetivo, como afirmó en las directrices del 18 de diciembre, era
«aniquilar a la Rusia Soviética en una rápida campaña». En el mes de fe-
brero de 1941, confirmó que las operaciones en el Mediterráneo no se ini-
ciarían hasta el otoño, cuando Rusia hubiese sido ya derrotada. El 18 de
marzo de 1941, declaró que plantearía de nuevo la cuestión de España en el
otoño, una vez terminada la acción «Barbarosa». El 9 de julio, cuando ya la
campaña del Este había comenzado, anunció que «una victoriosa campaña
en el Este ejercerá consecuencias tremendas sobre toda la situación... den-
tro de uno a dos meses». El 14 de julio expuso en unas directrices que «el
dominio militar de Europa después de la derrota de Rusia, permitiría redu-
cir los efectivos de la Wehrmacht dentro de un futuro próximo» 145. El 17
de septiembre de 1941 todo daba a entender que «a fines de septiembre se
llegará a la gran decisión en la campaña de Rusia».
Es esta exagerada confianza en sí mismo lo que ha inducido a muchos a
creer que cuando Hitler se decidió por la campaña de Rusia estaba «em-
bargado por la sensación del éxito y engreído por la propaganda». Pero he-
mos demostrado con suficientes detalles y pruebas que la decisión fue to-
mada por un hombre defraudado y desesperado, así como también por un
Führer arrogante y despótico, ya que la confianza exagerada en sí mismo
era otra característica de su desesperación. Había revelado una mezcla

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Hitler no se equivoco

igual de confianza exagerada y de desesperación en la víspera de comenzar


la guerra.

III Los preparativos y el ataque


Impulsado por estos argumentos y con sus esperanzas puestas en un resul-
tado feliz, los planes de Hitler para la campaña del Este continuaron sin in-
terrupción, a pesar de todas las vacilaciones que hubiese podido tener una
vez publicadas ya las directrices «Barbarosa».
Estas directrices del 18 de diciembre de 1940 146, indicaban que la concen-
tración de tropas para el ataque se ordenaría ocho semanas antes del pre-
visto comienzo de las operaciones. Añadían que «los preparativos que re-
quieran más tiempo, si todavía no se han iniciado, deben comenzar inme-
diatamente y estar terminados para el 15 de mayo de 1941». El 20 de enero
de 1941, Hitler se dirigió a los jefes de Estado Mayor alemanes e italianos
147. En su discurso, a pesar de que admitió el gran peligro que representaba

«el gigantesco bloque ruso» y confesar que, al enfrentarse con el mismo,


prefería «confiar en poderosos medios a nuestra disposición» más que no
en los tratados, evitó cuidadosamente hacer alusión alguna a su intención
de ataque. «Mientras viva Stalin — dijo — no existirá probablemente peli-
gro, a pesar de que es necesario no apartar jamás la vista del factor ruso, y
estar siempre alerta basándonos en nuestro potencial militar y en la astu-
cia diplomacia.» Los planes para la explotación económica de la Unión So-
viética, completados en gran detalle a fines del mes de abril 148, se hallaban
ya en preparación activa 149; y el 3 de febrero, en una compañía más se-
lecta, sin la presencia de italianos, Hitler expuso los problemas más sobre-
salientes en relación con sus planes.
Esta conferencia 150 fue celebrada para discutir el potencial militar de los
ejércitos rusos, revisar los planes de operaciones alemanes y discutir, en
particular, el problema de la coordinación del ataque contra Rusia con
otras necesidades alemanas: en los territorios ocupados, en el África del
Norte y todo lo referente a la operación «Marita» (la invasión de Grecia).
Por lo que hacía referencia a «Barbarosa», «el Führer está de acuerdo con
el plan de operaciones» y ordenó que la necesaria concentración de fuerzas
fuese «encubierta como una finta para «Sea Lion» y la operación «Mari-
ta». Este plan fue especificado en mayor detalle en el Diario del Estado Ma-
yor Naval, el 18 de febrero 151.
«El despliegue para «Barbarosa» ha de convertirse en el mayor engaño de
la historia. Su finalidad es la última preparación para la invasión de Ingla-
terra. .. Es necesario hacer todo lo posible entre nuestras propias fuerzas

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Hitler no se equivoco

para crear la impresión de que continúan haciéndose preparativos para la


invasión de Inglaterra... Todas las medidas que afecten al plan «Barbaro-
sa»... deben coincidir con la operación «Marita», con la finalidad de procu-
rar un mayor engaño...»
En relación con otras operaciones, a pesar de que Hitler insistió sobre la
importancia de las mismas... en especial, como veremos más adelante, la
necesidad de intervención en el África del Norte y la ocupación completa
de Francia (operación «Atila») si ésta se hacía necesaria... ya el 3 de febre-
ro se decidió que toda prioridad correspondía a «Barbarosa». Aparecía cla-
ro, también, que entre estos planes, la invasión de Grecia («Marita») era
una acción preliminar necesaria para la campaña en el Este y que requeri-
ría divisiones que más tarde habían de ser lanzadas igualmente al ataque
contra Rusia. En otras palabras, «Marita» y «Barbarosa» formaban un
plan único y la fecha de la última dependía de la ejecución a tiempo de los
planes para Grecia.
Cuando, por consiguiente, la revolución de Yugoslavia alteró estos planes,
fue necesario aplazar la operación «Barbarosa». El 27 de marzo, después
de discutir con el Estado Mayor el coup d'état yugoslavo 152, Hitler, que se
mostraba profundamente indignado por este acontecimiento, decidió «ac-
tivar todo lo posible los preparativos y usar todas las fuerzas disponibles
para que el colapso de Yugoslavia tuviera lugar en el plazo de tiempo más
corto»; expuso también que, en consecuencia, el comienzo del ataque con-
tra Rusia había de ser aplazado durante cuatro semanas. Durante otra con-
ferencia celebrada el 30 de abril 153, cuando Grecia había sido ya invadida,
se anunció que había fijado el 22 de junio como fecha para el comienzo de
la operación «Barbarosa».
Se insistió en la necesidad de guardar el máximo secreto. Unas directrices
del 12 de mayo 154 anunciaban que «deben realizarse todos los esfuerzos
posibles para que la concentración estratégica para «Barbarosa» aparezca
como una maniobra de gran envergadura, y como la continuación de los
preparativos para un ataque contra Inglaterra... Cuanto más cercano esté
el día del ataque, tanto más deben intensificarse los métodos empleados
para camuflar toda la acción... Hay que hacer circular rumores de «débiles
concentraciones de tropas en el Este» y las tropas en las costas del Canal
deben creer en los preparativos para «Sea Lion»... La operación contra
Creta 155 debe comentarse como: «Creta ha sido un ensayo para el desem-
barco en Inglaterra.»
El 6 de junio se anunció que «La segunda fase de esta operación de engaño
es crear la impresión de que se preparan desembarcos desde Noruega, las

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Hitler no se equivoco

costas del Canal y la Bretaña, y que la concentración de tropas en el Este es


sólo para ocultar la verdadera finalidad de un desembarco en Inglaterra.»
Junto con este anuncio circularon igualmente los últimos detalles del plan
de operaciones para «Barbarosa», fijando el Día D en el 22 de junio. El 9
de junio todos los comandantes de los Grupos de la Wehrmacht, y todos
los comandantes de las fuerzas navales y de la Luftwaffe de igual rango,
fueron llamados a presencia de Hitler con sus últimos informes sobre los
preparativos, para el 14 de junio. El 22 de junio comenzó el ataque según el
plan previsto.

IV Los errores de Hitler y sus consecuencias


El ataque contra Rusia consiguió realizar precisamente todos aquellos efec-
tos que él había creído poder impedir al lanzarlo. Unió a la Gran Bretaña y
a Rusia; al embarcar a Rusia en una aventura militar concediendo manos
libres al Japón en el Oriente, condujo a Pearl Harbour y a la entrada de
América en la guerra.
Entre las razones que le llevaron a no tomar en consideración estas posibi-
lidades o a ignorarlas, podemos contar el error que tenía al suponer que
Rusia podía ser derrotada en el plazo de tres o cuatro meses. Este error fue
claramente una de las razones por las cuales su plan no produjo los resulta-
dos que él había esperado del mismo. Porque demostró ser falso, el último
enemigo de Alemania en el continente no fue eliminado; Rusia colaboró
con la Gran Bretaña y América entró en la guerra. Pero incluso en el caso
de que sus suposiciones hubiesen sido correctas, es poco probable que las
consecuencias hubiesen sido las que él esperaba; y es un error creer que
Hitler hizo esta suposición, y otras que dependían de él, sin reservas de
ninguna clase.
De hecho, a pesar de que no se llamaba a engaño sobre la capacidad de re-
sistencia de los rusos y que tal vez hubiera estado en lo cierto si hubiese
atacado como liberador y no como opresor del pueblo ruso, reconoció en
todo momento que la derrota de Rusia podía ser más difícil de lo que él ha-
bía supuesto. Había considerado igualmente el hecho de que, a pesar de
obtener resonantes éxitos en Rusia, tal vez la Gran Bretaña continuase rea-
cia a rendirse. Y «con respecto a los intereses japoneses en Singapur», ex-
puso el 8 de enero de 1941, que «hay que dejar las manos libres a los japo-
neses aun en el caso» — a pesar de sus esperanzas de que sucediera lo con-
trario — «de que esto obligue a los Estados Unidos a tomar una decisión
enérgica». Pero fue un error estratégico mostrarse tan seguro de sí mismo
y las opiniones que podían haberle hecho cambiar de parecer, las arrumbó

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Hitler no se equivoco

a un lado. La razón, la evidencia real de su falta de visión y previsión, se ba-


sa en el hecho de que el argumento en el que fundaba sus infalibles y
confiados cálculos era tan exagerado como los propios cálculos y mucho
más erróneo.
El 8 de enero del año 1941 estaba «firmemente convencido», aun en el ca-
so de que la campaña de Rusia fuera menos rápida de lo que él esperaba,
incluso en el caso de no obligar a la Gran Bretaña a rendirse y a los Estados
Unidos a no entrar en la guerra, de que «las fuentes económicas europeas
ofrecen muchas más posibilidades que las limitadas posibilidades de la
Gran Bretaña y América». Si era necesario, incluso si Rusia resultaba difí-
cil de ser conquistada, Alemania podía atreverse a una guerra de larga du-
ración contra los ingleses siempre que Alemania y no Rusia tomara la ini-
ciativa en eJ Este y el frente quedara estacionado.
Hitler «estaba firmemente convencido de que la situación en Europa no
puede ser por más tiempo desfavorable para Alemania, incluso en el caso
de perder todo el África del Norte. Nuestra posición en Europa es tan fir-
me, que el resultado final no puede redundar en modo alguno en contra de
nosotros. Los ingleses sólo pueden contar con ganar la guerra de-
rrotándonos en el continente... El Führer está convencido de que esto es
imposible». El 20 de enero les comunicó a los italianos que «no veía un
gran peligro por parte de América, aun en el caso de que los Estados Uni-
dos entraran en la guerra» 156.
Esta afirmación revela, desde un punto de vista, hasta qué extremo, cuan-
do se esfumaron sus esperanzas, primero con respecto a la rendición de la
Gran Bretaña después de la derrota de Francia y, luego, la invasión de In-
glaterra, comenzó a preocuparse vivamente por el futuro. Resumía el es-
tado de desesperación que le dominaba antes de decidirse por la campaña
del Este. La ilusoria creencia de la invulnerabilidad de la «Fortaleza Euro-
pa», una consecuencia de su subestimación del poder naval, había sido re-
forzada por su experiencia con la operación «Sea Lion»; si Alemania no po-
día desembarcar en Inglaterra, los aliados jamás podrían desembarcar en
el continente y enfrentarse con los ejércitos alemanes. Este hecho lo acep-
taba con tal convencimiento que el 25 de julio de 1941, todavía incierto si la
campaña rusa evitaría la entrada de Jos Estados Unidos en la guerra, se
«reservó el derecho de emprender igualmente una severa acción contra los
Estados Unidos» cuando Rusia fuese derrotada. Este punto de vista domi-
nó todos sus planes estratégicos durante la segunda mitad de la guerra.
Otros errores le ayudaron a justificar con argumentos sin fundamento lo
que, en realidad, era una acción impulsada por la desesperación. Subesti-

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Hitler no se equivoco

mó Ja enorme capacidad de producción de los Estados Unidos. Erró al


calcular su reacción: en lugar de creer que una victoriosa campaña en Ru-
sia la mantendría alejada de la guerra, debió haber contado con lo con-
trario.
Estos errores jamás pudieron ser rectificados. La campaña del Este, que
emprendió como una solución a sus problemas, sólo sirvió para añadir
más complicaciones a las muchas que ya tenía. Iniciada a fin de incre-
mentar las posibilidades de maniobra, destruyeron las pocas coyunturas
que todavía le quedaban. La expresión de un temperamento egotista, po-
seedor de una capacidad estratégica muy limitada, iba a convertirse muy
pronto en la causa de otras alteraciones emotivas y en el fin de todos los in-
tentos de dirigir la guerra desde el punto de vista del arte de la estrategia.

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Capitulo VII

Africa del Norte, el Mediterraneo y los Balcanes 1941

I La Estrategia de Hitler en el Africa del Norte


A pesar de la decisión de atacar a Rusia, no podía pensarse en modo algu-
no en abandonar a Italia a su suerte. La ofensiva británica en el desierto,
había llevado ya consigo la necesidad de reforzar las fuerzas italianas en el
África del Norte. Esta ayuda continuaba siendo imperativa para mantener
el frente sur si se quería que el ataque contra Rusia pudiera desenvolverse
sin obstáculos. Esta necesidad, desde luego, parecía ser más grande de Jo
que era; puesto que, a pesar de subsistir la alarma inicial, tanto Hit-ler co-
mo el Estado Mayor Naval, con la sorpresa, sobreestimaron, si no el grado,
sí el peligro potencial de la ofensiva británica.
Raeder lo exageró en parte como último intento para que Hitler abandona-
ra su decisión con respecto a Rusia, en parte, para subrayar sus prediccio-
nes anteriores.
Los temores del Estado Mayor Naval, se lamentó el 27 de diciembre de
1940, con respecto al desarrollo de acontecimientos desfavorables en el
Mediterráneo oriental, han demostrado ser justificados. «El enemigo ha
asumido la iniciativa en todos los puntos y lleva a cabo en todas partes ac-
ciones ofensivas acompañadas por el éxito como resultado de los graves
errores estratégicos cometidos por Italia. El Estado Mayor Naval contem-
pla con gran recelo los acontecimientos en el Mediterráneo... La amenaza
que pesaba sobre Egipto, y, por consiguiente, en la posición británica en to-
do el Mediterráneo, en el Cercano Oriente y África, han sido eliminadas de
un solo golpe... ya no es posible expulsar a la flota británica del Mediterrá-
neo, tal como ha exigido siempre el Estado Mayor Naval, que ha considera-
do siempre esta medida como un factor vital para el resultado final de la
guerra.»
Era urgente tomar las medidas necesarias para evitar que los aconteci-
mientos continuaran desarrollándose por la ruta que ya habían emprendi-
do.
Hitler no tenía motivos para mostrarse en desacuerdo con Raeder tanto
por lo que respecta a los peligros como a la necesidad de una acción inme-
diata. Conocía la debilidad de Italia y temía una posible traición: «la falta
de unión en el mando italiano es por demás evidente; la Casa Real es an-
glofila». Pero la incertidumbre de la posición italiana hacía cada vez más
necesaria la ayuda de Alemania. Hitler «estudiaba ya dónde la acción ale-

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Hitler no se equivoco

mana pudiera ser más efectiva». En la segunda reunión, el 8 y 10 de enero


de 1941, todavía estaba convencido de que «es vital para el resultado final
de la guerra que Italia no desfallezca»; y «estaba decidido a hacer todo lo
que estuviese en su poder para impedir que Italia pudiese ser expulsada
del norte de África»; y «estaba firmemente decidido a prestar la ayuda ne-
cesaria a los italianos». El 11 de enero anunciaron unas nuevas directrices
157, que «la situación en el Mediterráneo, donde Inglaterra usa fuerzas su-

periores contra nuestros aliados, hace necesaria la urgente ayuda alemana


por razones estratégicas, políticas y psicológicas». «Es esencial — añadían
las directrices—, mantenerse firmes en Tripolitania.» En consecuencia,
además de la división acorazada que ya había sido enviada al África del
Norte, un regimiento antitanque debía ser mandado a aquella zona de gue-
rra lo antes posible en un intento para salvar Libia; el X.° Fliegercorps, des-
tinado originalmente al sur «por tiempo limitado», recibió órdenes de per-
manecer en Sicilia, obstaculizar los movimientos de la flota británica y
prestar ayuda a las fuerzas en el norte de África.
Hitler había explicado ya durante las conferencias celebradas el 8 y 9 de
enero, que existían límites en la ayuda que él podía prestar a Italia en el
África del Norte. Teniendo en cuenta «la conocida mentalidad italiana»,
no podía «imponer demasiado su criterio a Italia, a fin de no provocar una
reacción contraria por parte de los italianos. No podemos presentar exigen-
cias demasiado grandes; ello podría incitar a Mussolini a cambiar de ac-
titud». Existía también el peligro de que, a su vez, fuesen los italianos los
que presentasen exigencias; por ejemplo, podían pedir información sobre
cuáles eran los fu-furos planes de guerra alemanes. «El Führer no desea in-
formar a los italianos de cuáles son nuestros planes...» En todo caso, las
posibilidades de la actual ayuda alemana eran muy reducidas. Los nuevos
refuerzos alemanes no podían ser enviados al frente africano hasta media-
dos del mes de febrero, y el transporte de estas tropas exigía, por lo menos,
cinco semanas, ya que los italianos necesitaban urgentemente para sí mis-
mos los pocos puertos de que disponían en África. Las oportunidades para
apoyar eficazmente a las tropas de tierra por medio de la aviación, eran
muy limitadas ya que los italianos usaban la mayoría de los aeródromos
avanzados.
Prescindiendo por completo de la fuerza de estos argumentos, y las dificul-
tades eran verdaderamente muy grandes, resulta interesante ver a Hitler
aceptándolos ; y la verdad es que existían límites, no sólo con respecto a lo
que podía hacer, sino con respecto a lo que quería hacer en el Mediterrá-
neo. El refuerzo del África del Norte fue planeado como una simple medida

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defensiva, no para eliminar la amenaza británica en aquella zona de gue-


rra. No era su intención iniciar una campaña decisiva que pudiese con-
ducir al fin de la guerra como él siempre la había deseado: para este fin, se
había decidido por lanzar el ataque contra Rusia. No existía ninguna espe-
ranza, en su opinión, de que el Mediterráneo pudiese proporcionarle la
oportunidad para una tal campaña; para el hombre que contaba con de-
rrotar a Rusia en un plazo de tiempo inferior a los seis meses, el África del
Norte no le ofrecía garantías suficientes para obtener rápidos y brillantes
resultados. El 8 de enero «no consideraba posibe, ni para los italianos ni
para nosotros mismos, reemprender con garantías de éxito la ofensiva con-
tra Alejandría y Egipto. Los italianos creen que a lo máximo a que pueden
aspirar es mantener sus posiciones defensivas. ¡Pero incluso llegan a du-
dar de esto!» Existía la posibilidad de poder reemprender esta ofensiva
más tarde, en el caso de mantenerse firmes en Libia; «pero con toda pro-
babilidad no antes del invierno de 1942», y muchas cosas habrían sucedido
ya hasta aquella fecha, si Rusia había sido ya eliminada.
Hitler expuso estos puntos de vista el 3 de febrero, durante una conferen-
cia celebrada para discutir los planes de. coordinación de la campaña rusa
con otras operaciones, incluyendo la defensa del África del Norte 158.
«Cuando comience la operación «Barbarosa» — declaró —, el mundo, con
su asombro, contendrá la respiración y no hará ningún comentario», y es-
taba tan seguro con respecto al resultado de la campaña del Este, que creía
que (da pérdida del norte de África no podía afectarle en modo alguno en
el aspecto militar». Admitió, sin embargo, que esta pérdida «crearía un po-
deroso efecto psicológico en Italia». Sin embargo, la pérdida del África del
Norte, «ofrecería la posibilidad a la Gran Bretaña de apoyar una pistola en
la cabeza de Italia y obligarla... a hacer la paz... Ésta sería nuestra desven-
taja, ya que nosotros mismos disponemos sólo de una base muy débil a tra-
vés del sur de Francia y las fuerzas británicas en el Mediterráneo no po-
drían ser hostigadas. Los británicos dispondrán, en este caso, de una doce-
na de divisiones que podrán lanzar con mayor peligro en otros frentes, por
ejemplo, en Siria. Es necesario hacer todos los esfuerzos posibles para im-
pedir esto». Por este motivo, había que prestar ayuda, aunque limitada, a
Italia. Era ne-i cesaría la actuación de la Lufttcaffe; mandaría igualmente
un regimiento acorazado para reforzar a las fuerzas de tierra, y que «no se
podía pensar por el momento» en mandar allí a otra división acorazada.
La rapidez del avance británico en el África del Norte, Benghasi fue con-
quistada el 6 de febrero, a pesar de que esto le obligó a aumentar ligera-
mente los refuerzos alemanes, sirvió únicamente para confirmarle en su

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Hitler no se equivoco

actitud general. El 15 de febrero, expuso que no se llevarían a cabo opera-


ciones de envergadura en el Mediterráneo hasta el otoño del año
1941, fecha en que se contaba conseguir el final victorioso de la campaña
de Rusia.
A la vista de estas directrices, el hecho de que Rommel iniciara su primera
ofensiva el 1 de marzo de 1941 y alcanzara la frontera egipcia a mediados
de abril, puede aparecer como inexplicable. Pero esta acción no contradice,
sólo confirma, lo que ya hemos dicho con respecto a la actitud de Hitler en
relación con las operaciones en el África del Norte. El primer ataque de
Rommel sorprendió tanto a sus propios superiores en el continente como
sorprendió a los ingleses 159. Había recibido órdenes de preparar un plan
sólo diez días antes cíe comenzar su avance; las instrucciones que habían
sido enviadas limitaban el plan a la reconquista de la Cirenaica. Las órde-
nes que había recibido eran «someter este plan para la aprobación supe-
rior hasta el 20 de abril», fecha en , que, en contra de las instrucciones
recibidas, había ya cumplido con su misión, excepción hecha de Tobruck.
Las órdenes que Rommel recibió a continuación, confirman que el interés
de Hitler por la Cirenaica eran de índole puramente defensiva. En el mes
de mayo se le había dicho que la posesión de Cirenaica, con o sin Tobruck,
Sollum y Bar-día, era la primera misión a llevar a cabo y que la continua-
ción del avance hacia Egipto era sólo de importancia secundaria. Sus su-
bordinados se mostraron en desacuerdo con él, pero Hitler insistió en que
se cumplieran las directrices del 15 de febrero.

II Su actitud en el Mediterraneo Occidental


Dichas directrices no sólo valían para el África del Norte, sino también pa-
ra el África francesa y el Mediterráneo occidental. El plan de la conquista
de Gibraltar no había sido abandonado; Malta fue añadida a la lista de los
objetivos; Francia, en interés de la conservación del África occidental, de-
bía ser obligada, por la fuerza si era necesario, a prestar su colaboración:
los ingleses debían ser expulsados de todas sus posiciones en el Mediterrá-
neo. Pero todos estos planes debían llevarse a la práctica sólo después de la
derrota de Rusia.
La conquista de Gibraltar continuaba siendo para él uno de los objetivos
más urgentes y deseados. El plan para la captura del Peñón no había sido
suspendido, sino simplemente aplazado. Raeder todavía v.staba convenci-
do de la necesidad de la conquista de Gibraltar. «Su importancia — le dijo
a HitJer el 27 de diciembre de 1940—, ha aumentado como resultado de
los recientes acontecimientos. Servirá de protección a Italia; protegerá el

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Mediterráneo occidental, asegurará las vías de suministro a África del Nor-


te; interceptará las rutas británicas a Malta y a Alejandría; limitará la liber-
tad de acción de la flota británica; comprometerá la acción ofensiva bri-
tánica en la Cirenaica y Grecia, y eliminará un punto
cíe apoyo muy importante en el sistema de los transportes marítimos britá-
nicos.»
Hitler se mostró completamente de acuerdo de que «las razones estratégi-
cas para la rápida ejecución de la operación eran evidentes»; y el 20 de
enero de 1941 le comunicó a Mussolini que, «el bloqueo del Estrecho de Si-
cilia por la Luftwaffe es sólo una pobre compensación a la posesión de Gi-
braltar» 160.
La conquista de Gibraltar exigía nada menos que una invasión de España.
Pero la diversión de fuerzas ordenada ahora para África del Norte y para el
ataque contra Grecia, era todo cuanto podía permitirse Alemania, en vista
de los preparativos para la invasión de Rusia. En vista de estos movimien-
tos, dijo el comandante en jefe de la Wehrmacht el 8 de enero, debían ser
suspendidos durante algún tiempo todos los preparativos para el ataque
contra Gibraltar, así como también para «Sea Lion». Hitler se mostró in-
mediatamente de acuerdo y confirmó este punto de vista. El 3 de febrero se
informó de que la operación «Félix» ya no era posible, puesto que la mayor
parte de la artillería no estaba disponible 161, y porque las tropas reservadas
para esta acción eran necesarias para «Marita» y «Barbarosa» 162.
Sin embargo, el ataque contra Gibraltar no fue anulado, se trataba de un
plan para ser llevado a cabo en caso de un cambio de actitud por parte de
España o después de la derrota de Rusia. El 6 de febrero efectuó Hitler de
nuevo un vano intento con el fin de lograr un cambio de actitud por parte
de España en una carta que dirigió a Franco 163.
La negativa española del 18 de marzo «complicó aún más la situación» y
Hitler se percató plenamente de que cuanto mayor era el retraso, tanto
más difícil sería conquistar Gibraltar debido a las contramedidas británi-
cas. Pero todavía estaba decidido «a forzar una decisión en el problema es-
pañol en el otoño», después de la derrota de Rusia. El 22 de mayo aprobó
la proposición de Raeder de que España debía ser estimulada y ayudada a
reforzar la defensa de las islas Canarias. Por aquella fecha, y a pesar cíe las
continuadas objeciones de. Raeder, todavía «hablaba en favor de la ocupa-
ción de las Azores, cuya oportunidad se presente tal vez ya en el otoño», no
sólo debido a su importancia en el plan para la conquista de Gibraltar, sino
también porque su ocupación permitiría la acción de bombarderos de gran
radio de acción contra los Estados Unidos. El 22 de agosto, a pesar de reco-

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nocerse que la cooperación con España representaba todavía una condi-


ción necesaria para el ataque, Raeder expuso nuevamente que la ocupación
de Gibraltar era de importancia decisiva, y Hitler se mostró de completo
acuerdo con esta opinión. El 13 de noviembre, a pesar de haber admitido
que «por el momento, una acción de esta índole es poco probable», Hitler
todavía jugaba con la idea de usar los acorazados de combate alemanes, es-
tacionados en Brest, para dirigir una acción contra las Azores, «en el caso
de que esto sea necesario».
En tanto que la conquista de Gibraltar y de las islas del Atlántico fueron
planes sometidos a continuos estudios y que, con el curso del tiempo, se
convertirían en una vaga ambición más que en una intención fija, la con-
quista de otros objetivos en el Mediterráneo occidental, discutidos por vez
primera en el año 1941, jamás alcanzaron esta fase. Jamás pasaron de ser
objeto de discusión. La necesidad do rendir Malta desde el aire fue discuti-
da el 3 de febrero de 1941 164; la captura de Malta fue mencionada en las di-
rectrices del 15 de febrero, que anunciaban que no sería intentada hasta
que Rusia hubiese sido derrotada. Esto fue confirmado el 23 de febrero,
cuando el Estado Mayor Naval fue informado por el O.K.W. 165 166de que la
conquista de Malta había sido prevista para el otoño de 1941, una vez ter-
minada la campaña de Rusia. Raeder no se dio por satisfecho. Consultó al
mando de la Luftwaffe sobre la posibilidad de emplear tropas paracaidis-
tas contra Malta antes de comenzar la campaña del Este 167; y el 18 de mar-
zo insistió cerca de Hitler «de que era sumamente importante apoderarse
de Malta», y citó la opinión de la Luftwoffe de que podía ser conquistada
por las tropas paracaidistas. Pero quedó altamente sorprendido cuando Hi-
tler le replicó que los últimos informes recibidos del comandante en jefe de
la Luftwoffe revelan que las dificultades son mayores de lo que se creía, ya
que el terreno aparece dividido por pequeños muros que dificultarían en
extremo la misión encomendada a las tropas paracaidistas». Ordenó, sin
embargo, que se continuaran las investigaciones; pero el tema no volvió a
ser objeto de discusión hasta el mes de marzo de 1942.
Raeder había discutido igualmente con los italianos la ocupación de Córce-
ga y en esta ocasión expuso a Hitler el resultado de las mismas; pero no se
llegó a ninguna conclusión y este tema no volvió a ser planteado hasta pa-
sado el 18 de marzo de 1941.
A pesar de su negativa a tomar en consideración las operaciones en el Me-
diterráneo, Hitler, durante el tiempo en que se sintió alarmado por la ofen-
siva británica en el desierto y el posible efecto que ésta pudiese tener en
Francia, estaba decidido, como confirmó Raeder el 8 de enero, «a aniquilar

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totalmente a Francia, si crea complicaciones. Bajo ninguna circunstancia


se puede permitir que la flota naval francesa se haga a la mar». La opera-
ción «Atila», incluyendo la ocupación de Tolón por tropas paracaidistas,
debía, en consecuencia, estar lista para ser realizada en cualquier momen-
to. El ¡3 de febrero insistió en que «debemos estar preparados a llevar a ca-
bo «Atila» incluso durante la ejecución de «Marita» y «Barbarosa» 168.
A pesar de albergar todavía temores en este sentido, y a pesar de que Rae-
der comenzó a llamarle la atención, a partir del 4 de febrero, de que era po-
co probable que la operación obtuviera el éxito deseado al querer retener o
destruir la flota naval francesa en el caso de que se presentara esta situa-
ción, sólo permitió, a mediados de febrero, un cierto relajamiento en el es-
tado de alerta, pero no la anulación del plan. El 20 de abril, cuando Raeder
le consultó si era necesario contar todavía con la operación «Atila», replicó
que «por el momento sí, a pesar de que me siento inclinado a creer que
puedo confiar en la actitud del almirante Darían».
Al disminuir las posibilidades de «deserción» de Francia, Raeder, más an-
sioso que nunca con respecto a la amenaza en el África occidental desde la
decisión de dirigir todos los recursos alemanes para el ataque contra Ru-
sia, y temiendo que «Atila» fracasaría de todos modos en la finalidad per-
seguida de retener a la flota naval francesa si se presentaba este caso, pre-
sionó para que se hiciera un nuevo intento de conseguir la colaboración del
Gobierno de Vichy. El 18 de marzo, expresó su opinión de que debían ser
reanudadas estas negociaciones y que fuerzas militares y aéreas alemanas,
y también las submarinas, fuesen estacionadas en el África occidental. Sus
argumentos no eran nuevos: el objetivo principal era impedir un desem-
barco anglo-americano en esta zona; éste era el peligro que debía ser evi-
tado a toda costa. Pero en tanto que Hitler, a pesar de la absoluta prioridad
que concedía al ataque contra Rusia, estaba decidido a ocupar Francia y
apoderarse de la flota naval francesa si Vichy «desertaba», no estaba en
modo alguno dispuesto a enviar recursos de ninguna clase a Francia o al
África occidental si no se veía obligado a ello. El peligro de una ínter-ven-
ción británica o americana en el África occidental era un peligro que, bajo
la presión de Raeder, admitió que era muy real; pero no inmediato.
Se puede dudar con respecto a lo que hubiera podido conseguir Hitler si lo
hubiese intentado. Los franceses hubiesen comenzado interminables
discusiones y negociaciones; Alemania se hubiese visto en un compromiso
en relación con las promesas hechas a Italia, que se hubiera mostrado
opuesta a cualquier acción en favor de la flota naval francesa y de las fuer-
zas coloniales; el propio Hitler compartía los recelos italianos con respecto

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Hitler no se equivoco

a Francia; y Alemania estaba ya embarcada en una aventura demasiado


arriesgada en otro frente para poder distraer otros recursos, tanto para un
ataque como para una defensa del África occidental con la participación de
los franceses. El 18 de marzo se anunció que «el problema francés sería so-
lucionado una vez terminada la operación «Barbarosa». El 9 de julio, Rae-
der insistió nuevamente en la importancia de que Francia se mantuviera
firme en el África occidental francesa. «Si los Estados Unidos o la Gran
Bretaña se apoderan de Dakar, representará esto vina grave amenaza para
continuar la guerra en el Atlántico; la posición de las fuerzas del Eje en el
África del Norte se verá gravemente amenazada... el comandante en jefe in-
siste nuevamente sobre la decisiva importancia estratégica de mantenerse
firme en el África del Norte a la vista de los probables planes de los Esta-
dos Unidos y la Gran Bretaña de expulsar a Francia de estas zonas.»
La única respuesta de Hitler fue que «desconfiaba demasiado de Francia y
creía que sus exigencias eran demasiado exageradas». El 25 de julio ma-
nifestó : «la actitud de Francia hacia nosotros ha cambiado desde que he-
ñios mandado nuestras divisiones acorazadas al Este. Desde este momen-
to, han aumentado sus exigencias políticas. Probablemente trasladaré en
un próximo futuro dos divisiones acorazadas al Oeste. Entonces, Francia
volverá a mostrarse más razonable». «En todo caso — continuó—, en nin-
gún momento quiero perjudicar nuestras relaciones con Italia haciendo
concesiones a Francia.»
Su actitud implicaba que el peligro anglo-americano contra el África occi-
dental, a pesar de existir realmente, era un peligro contra el cual poco o na-
da podía hacerse de antemano; quería esperar, por lo tanto, hasta que sur-
giese. «Tan pronto como los Estados Unidos ocupen islas españolas o por-
tuguesas — añadió el 25 de julio —, invadiré España; mandaré divisiones
acorazadas y de infantería al norte de África desde allí, a fin de defender el
África occidental.» Aparentemente pasó por alto el hecho de que, en tanto
que era necesario para Alemania conquistar las islas del Atlántico antes de
atacar a Gi-braltar, esta operación no era necesaria para los Estados Uni-
dos y la Gran Bretaña antes de desembarcar en el norte de África.
Durante algún tiempo, Raeder continuó en su campaña para entablar re-
laciones más íntimas con Vichy. Basaba sus argumentos en que se podía
conseguir mucho en este sentido en fases sucesivas, y el 22 de agosto ma-
nifestó, «que, en primer lugar, la cuestión del transporte marítimo puede
ser solucionado por Francia; luego, asegurar el África occidental y, final-
mente, podría llegarse a una cooperación ilimitada»... cooperación que, en
su opinión, era vital para la Batalla del Atlántico, así como también para la

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Hitler no se equivoco

defensa del África del Norte. Pero sus esfuerzos fueron en vano. Es cierto
que, a partir del mes de mayo, la operación «Atila» fue gradualmente
olvidada debido a una atmósfera de colaboración más estrecha con el almi-
rante Darían que había sido nombrado vicepresidente del Gobierno de
Vichy en el mes de febrero del año 1941. En el mes de mayo se entablaron
discusiones con Darían con respecto a la ayuda francesa a Alemania desde
Siria y las facilidades que podía ofrecer Francia para el envío de suministro
a las fuerzas del Eje en el África del Norte. En el mes de agosto comenzó el
Gobierno de Vichy a vender y a arrendar barcos a Alemania para ser usa-
dos en el envío de pertrechos alemanes al África del Norte y se iniciaron
igualmente negociaciones para el uso de Bizerta por los alemanes. El es-
tado de estas negociaciones fue comunicado en la conferencia naval que se
celebró el 22 de agosto. El 12 de diciembre, Darían llegó al extremo de ofre-
cer a Alemania un intercambio de información sobre los movimientos na-
vales. Expresó también su deseo de conferenciar con Raeder. Hitler dio su
aprobación a la visita de Raeder a Francia, que se efectuó a fines de enero
del año 1942. Pero, a pesar de estas ne,-gociaciones, la colaboración no hi-
zo grandes progresos y el problema sobre lo que debía hacerse en el África
occidental, al igual que los planes referentes a la conquista de Gibraltar, las
islas del Atlántico y Malta, quedó pendiente de decisión durante todo el
año 1941.

III Sus planes para los Balcanes


El avance alemán a través de los Balcanes hasta Grecia fue iniciado por Hi-
tler, en su relación con el teatro de guerra en el Mediterráneo, como un
movimiento defensivo; pero era igualmente una acción preliminar indis-
pensable para la campaña de Rusia.
Anularía a los Balcanes y, sobre todo, protegería el petróleo rumano frente
a Rusia y a los británicos en el Mediterráneo oriental; facilitaría igualmen-
te la concentración de tropas alemanas para la ofensiva contra Rusia; im-
pediría de un modo efectivo que la Gran Bretaña y Rusia unieran sus fuer-
zas cuando Alemania se volviera hacia el Este. Por todas estas razones, esta
acción le resultaba mucho más importante que las operaciones en el Medi-
terráneo propiamente dicho; y no permitió que nada ni nadie se interpusie-
ra en su modo de pensar.
Las directrices del 11 de enero del año 1941 169, afirman que era esencial
«eliminar el peligro de un hundimiento italiano en el frente de Albania»;
se concedió prioridad al envío de dos divisiones y medía a Albania, vía Ita-
lia, para trasladarlas a continuación al África del Norte 170. Durante i los si-

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Hitler no se equivoco

guientes preparativos para la principal operación en los Balcanes, inclu-


yendo la ocupación de Bulgaria a fines del mes de febrero, se le concedió
prioridad sobre el África del Norte y la operación «Félix», y Hitler no se de-
jó amilanar en ningún momento por el conocimiento de que Rusia se senti-
ría altamente alarmada por la penetración alemana en los Balcanes. Cuan-
do Yugoslavia, el peligro principal para los italianos en Albania, se rebeló
contra la alianza con Alemania el 27 de marzo, anunció inmediatamente
que «debía ser considerada como un enemigo y, por consiguiente, ser ani-
quilada lo antes posible» 171. Cuando invadió Grecia, a pesar de que hacía
tan poco tiempo que se había dejado convencer por las dificultades que.
entrañaba la conquista de Malta, ordenó inmediatamente la conquista de
Creta.
A pesar del retraso, debido a la rebelión yugoslava, la operación griega ter-
minó con un éxito completo. El 6 de abril, las tropas alemanas entraban en
Yugoslavia y Grecia. La resistencia griega cedió el 21 de abril; la evacuación
inglesa del país empezó el 22 de abril; los alemanes entraron en Atenas el
27 de abril. La invasión de Creta por el aire empezó el 20 de mayo; el 27 de
mayo, cuando empezó la evacuación inglesa, había terminado virtualmente
toda resistencia.
Los éxitos de Hitler en Grecia y Creta siguieron estrechamente ligados a un
cambio total de la situación en el norte de África, donde Rommel había em-
pezado, a fines de marzo, una ofensiva que le llevó hasta la frontera de
Egipto a mediados de abril. Fue también acompañada por graves pérdidas
inglesas en el mar, pérdidas valiosas que facilitaron la labor alemana du-
rante la batalla de Creta, así como por desórdenes en el Irak.
En todos los aspectos, la situación en el Mediterráneo oriental se había mo-
dificado radicalmente en favor de Alemania entre principios de abril y fina-
les de mayo. Sí el objetivo de Hitler al invadir Grecia y ocupar Creta hubie-
se sido expulsar a Inglaterra de dicha área, éste hubiera sido el momento
para un ulterior esfuerzo.
Raeder había considerado el avance por tierras . griegas como el factor ca-
paz de facilitar una oportunidad para asegurar el control del Mediterráneo
oriental, tan a menudo esperado. El 4 de febrero de 1941 reconoció que la
flota inglesa era todavía capaz de mantener su supremacía después de la
ocupación alemana de Grecia. Pero el 18 de marzo pidió, y obtuvo de Hi-
tler, la confirmación de que Alemania no se detendría ante la ocupación to-
tal de Grecia, incluso si los griegos trataban de llegar a un acuerdo tan
pronto como las tropas alemanas empezaran la invasión; y, aun cuando
Hitler parece no haber escuchado a Raeder al decidirse a ocupar Creta 172,

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Hitler no se equivoco

el Estado Mayor Naval parece haber confiado en que seguiría adelante en


su camino hacia el Cercano Oriente una vez Creta hubiera sido ocupada.
El 30 de mayo Raeder exigió una ofensiva en dirección a Egipto y el canal
de Suez para el otoño de 1941, paso que, según el Estado Mayor Naval sería
«más fatal para el Imperio británico que la conquista de Londres» 173, y
que Rommel pidió también algunas semanas más tarde 174. El 6 de junio
presentó a Hitler un memorándum del Alto Mando Naval sobre el mismo
objeto.
Este memorándum, que el Alto Mando Naval considera como «uno de los
documentos más importantes en todos los archivos de la guerra» 175, con-
tiene «observaciones sobre la situación estratégica en el Mediterráneo
oriental después de la campaña de los Balcanes y de la ocupación de Cre-
ta». Destaca «los objetivos decisivos de la guerra en el Oriente Medio, que
se encuentran al alcance de la mano como resultado de nuestros éxitos en
el mar Egeo». Remarca que «la explotación ofensiva de la presente situa-
ción, que es altamente favorable, debe realizarse con la máxima velocidad
y energía, antes de que la Gran Bretaña pueda recuperarse en el Oriente
Medio con la ayuda americana». Reconoce que el comienzo de la campaña
oriental en un futuro próximo era un «hecho inalterable»; pero pedía que
«Barbarosa», que... naturalmente, estaba en el primer plano de las opera-
ciones..., no debe conducir en modo alguno al abandono o reducción de
planes, ni siquiera a su aplazamiento, en la conducción de la guerra en el
Mediterráneo oriental».
La oportunidad, sin embargo, era tan manifiesta que, aun cuando no se ha-
bían llevado a cabo los preparativos necesarios — facilitar suministros y
refuerzos a Rommel para avanzar hacia Turquía, Siria e Irak — incluso Hi-
tler hubiera podido sentirse tentado a modificar sus planes. Pero no se de-
jó tentar por la oportunidad en el Oriente Medio más que por el peligro
que amenazaba al África occidental. Por lo que concierne al Mediterráneo
y al Oriente Medio, la ocupación de los Balcanes había sido una maniobra
puramente defensiva, Grecia había sido ocupada, en primer lugar, para de-
fender el petróleo de Rumania, y Creta para defender Grecia 176. Rommel
había encontrado posibilidades insospechadas en el norte de África, pero
Hitler no creía en ellas. Mucho antes de estos avances había anunciado, el
15 de febrero, que en el Mediterráneo no se llevaría a cabo ninguna opera-
ción hasta después de la derrota de Rusia. Sea lo que fuera lo que pensó
Raeder o lo que pudiera hacer Rommel, no era la intención de Hitier elimi-
nar a la Gran Bretaña lo antes posible de esta zona; y no intentó modificar
sus planes durante la ocupación de los Balcanes, aun cuando, juntamente

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Hitler no se equivoco

con Rommel, provocara una amenaza sobre la posición británica tanto más
grave cuanto que era inesperada.
Por el contrario, las instrucciones de Rommel eran puramente defensivas,
como ya se ha observado, y, ai mismo tiempo, Hitler había dispuesto (Rae-
der protestó contra ello y consiguió anularlo el 22 de mayo) que la defensa
de toda la costa griega hasta Salónica, incluida Lernos, el Píreo y posible-
mente Creta, debía ser confiada a Italia tan pronto como Creta hubiera si-
do ocupada. Su único interés era la defensa de esta zona recientemente
conquistada; e incluso entonces la costa podía confiarse a los italianos. El
25 de mayo, durante la batalla de Creta, tomó otra decisión con motivo de
la rebelión en el Irak; esta decisión subordinaba las operaciones en el
Oriente Medio al ataque a Rusia. «El movimiento árabe de libertad — de-
claró —, es nuestro aliado natural contra Inglaterra en el Oriente Medio. A
este respecto, la rebelión en el Irak adquiere una especial importancia. En
consecuencia, he decidido favorecer el desarrollo de ios acontecimientos
en el Oriente Medio ayudando al Irak.» Debía mandarse una misión mi-
litar y suministrar armas y aviación. Debía arrojarse material de propagan-
da; incitar a la revuelta; reunir información. Pero, aparte de esto, y de
acuerdo con las anteriores disposiciones, no debía hacerse nada más.
«Hasta que la operación «Bar-barosa» haya terminado, no podrá decidirse
si es posible lanzar una ofensiva contra Suez arrojando finalmente a Ingla-
terra de su posición entre el Mediterráneo y el golfo Pérsico»
Los esfuerzos del Alto Mando Naval (O.K.M) durante las dos semanas si-
guientes no causaron mella en la opinion de Hitler. A fines de junio, nue-
vas órdenes y directrices en relación con el ataque a Rusia anularon su pri-
mera decisión. Tres operaciones distintas fueron proyectadas en el Medite-
rráneo y el Oriente Medio. Debía atacarse Egipto desde Libia; realizar un
avance desde Bulgaria, a través de Turquía, hasta Suez; una tercera ofensi-
va contra el Irak desde posiciones de partida a conquistar todavía en la
Trans-caucasia. Pero ninguno de estos planes podía realizarse hasta des-
pués de la derrota de Rusia.

IV Crisis en Africa del Norte


Al mismo tiempo, en junio, se autorizó un ligero refuerzo para el «Afrika
Korps» y la aviación alemana en el Mediterráneo. Pero el problema de los
suministros en África del Norte, ya difícil en aquel entonces, no tardaría en
hacerse desesperado. El 73 por ciento de los buques controlados por Ale-
mania que se dirigían hacia África, según el informe de Rae-der del 22 de
agosto, había sido hundido a fines de julio; y las pérdidas italianas eran

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Hitler no se equivoco

menores en proporción simplemente porque sus buques se resistían a ha-


cerse a la mar. Malta hizo sentir su influencia, destacando la importancia
del error de Hitler al no ocuparla, y todos los intentos para anular desde el
aire su poderío fueron inútiles. Finalmente, Hitler, en su desesperación al
no poder ahorrar más tanques, tropas o aviación, se vio obligado a mandar
submarinos al Mediterráneo.
Este envío de submarinos fue una respuesta poco apropiada al problema
de las pérdidas del Eje en el mar; pero, como la campaña rusa había empe-
zado el 22 de junio, era la tínica acción que Hitler podía llevar a cabo y que
tuviera la apariencia de aliviar la situación. Esta decisión había sido ya dis-
cutida el 20 de abril cuando Raeder rechazó la idea fundándose en que el
principal objetivo de la campaña submarina era el ataque al Reino Unido.
Hitler se mostró de completo acuerdo con el punto de vista expuesto por
Raeder. Pero fue él quien expuso de nuevo esta opinión el 25 de julio, aun
cuando, una vez más, aceptó el punto de vista de Raeder de que sería un
error perjudicar las operaciones en el Atlántico. Sin embargo, el 22 de
agosto, cuando la situación en el Mediterráneo había ido de mal en peor, se
discutió de nuevo este problema. Hitler escuchó los argumentos de Raeder
«todos los submarinos disponibles deben concentrarse en el Atlántico... los
submarinos deben enviarse a otros teatros de guerra sólo en último ex-
tremo... ningún submarino debe salir del Atlántico hasta que operen, por
lo menos, cuarenta en él...» y luego, sin escucharle, dispuso el envío de seis
submarinos.
Raeder quiso obtener un alivio proponiendo que el establecimiento de una
base apropiada fuera discutida primeramente con Mussolini; confiaba y
creía que Mussolini no estaría de acuerdo con el traslado de estas unida-
des. Pero el 17 de septiembre dos submarinos estaban ya camino del Medi-
terráneo y los otros cuatro debían partir antes de finales de mes. El infor-
me de Raeder sobre esta decisión implica, ciertamente, que las posibles ob-
jeciones de Mussoli-ni fueron ignoradas lo mismo que las suyas propias.
«Como el Führer sabe, nuestros suministros navales en el norte de África
han sufrido evidentemente grandes pérdidas, la demanda de auxilio hecha
por el general alemán agregado a las fuerzas armadas italianas, fue respon-
sable de la orden del Führer de concentrar nuestras propias fuerzas en la
escolta de los buques de aprovisionamiento, para enviar inmediatamente
seis submarinos sin tener en consideración las operaciones italianas, y ace-
lerar la transferencia de minadores y lanchas a motor.»
La situación en el Mediterráneo siguió empeorando. El 13 de noviembre,
según opinión de Raeder, había alcanzado «el punto crítico, según temía el

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Hitler no se equivoco

Alto Mando Naval desde julio».


«Se ha manifestado que el Alto Mando Naval h." hecho resaltar la difícil si-
tuación provocada por la supremacía naval inglesa en el Mediterráneo, y
ha solicitado con urgencia la adopción de las medidas adecuadas para com-
batirla. Actualmente el enemigo dispone de una total supremacía naval aé-
rea; opera sin la menor dificultad en todas las zonas del Mediterráneo.
Malta es reforzada constantemente. Los italianos no son capaces de mejo-
rar esta situación... El problema de los transportes en el mar Egeo se ha
agravado también considerablemente. Los submarinos enemigos han con-
quistado definitivamente la supremacía...»
Y estas conclusiones estaban justificadas por la proporción de buques, per-
didos. La cantidad total de buaues que el Eje disponía mensualmente para
los convoves al África del Norte, había sido reducida de 163.000 toneladas
en septiembre a 37.000 en noviembre, v de estas 37.000 toneladas el 77
por ciento fue hundido durante dicho mes 177.
La única reacción de Hitler a esta llamada fue mandar más submarinos; no
podía disponer de nada más. El 12 de diciembre no menos de treinta y seis
submarinos se encontraban en el Mediterráneo o camino de él. Esto repre-
sentaba exactamente la mitad de los submarinos disponibles en todos los
mares en aauel momento, v no menos de la cuarta parte del total de estas
unidades de la flota alemana, y Hitler se proponía aumentar este número
hasta 50. Aun cuando el número total de submarinos de que podía dispo-
nerse aumentaba entonces rápidamente, esa diversión era sin duda un im-
portante factor en el alivio obtenido por la Gran Bretaña en el Atlántico
durante los tres últimos meses de 1941.
Las razones de Hitler para desestimar las objeciones de Raeder el 22 de
agosto eran que «los ingleses llevarán probablemente a cabo un ataque
contra Sollum y Tobruck para ayudar a los rusos; la rendición del África
del Norte sería una gran pérdida para nosotros y para los italianos...; es
muy conveniente ayudar al «Afrika Korps» con algunos submarinos». Pero
esta acción era demasiado limitada y por demás tardía. Solamente cuatro
submarinos habían cruzado el estrecho de Gibraltar el 18 de noviembre
cuando el Octavo Ejército empezó la segunda ofensiva del desierto oriental
en Libia; y hubieran sido necesarias otras medidas más eficaces que el en-
vío de submarinos al Mediterráneo para evitar esta ofensiva o impedir su
éxito.
La velocidad del avance británico — que alcanzó Benghasi el 29 de noviem-
bre — obligó a Hitler, más preocupado ahora que en enero pasado por la
posible pérdida de África del Norte, a adoptar medidas más enérgicas y a

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intentar seriamente una colaboración más eficaz con Italia. El 2 de diciem-


bre de 1941, después de disminuir el número de los submarinos que opera-
ban en el Atlántico, anunció el envío de unidades aéreas desde el frente ru-
so para la defensa del teatro de guerra que en otros tiempos había con-
siderado de importancia secundaria, y reveló que, por lo menos, había teni-
do serías discusiones con Mussolini.
«Para defender y asegurar nuestra propia posición en el Mediterráneo y
para la creación de un núcleo de resistencia y consolidación del Eje en el
Mediterráneo central, he llegado a un acuerdo con el Duce y dispuesto que
las secciones de la Luftwaffe retiradas del frente del Este fueran transferi-
das al sur de Italia y norte de África, con un total de un cuerpo aéreo, dis-
poniendo asimismo las bases aéreas correspondientes. Aparte de su efecto
inmediato sobre la dirección de la guerra en el Mediterráneo y África del
Norte, esta medida debe ejercer una considerable influencia sobre el curso
de ulteriores acontecimientos en el área del Mediterráneo. He puesto al
mariscal Kesselring al mando de todas las fuerzas, como comandante en je-
fe de la zona del sur. El área del sur quedará subordinada al Duce, del cual
recibirá instrucciones a través del Estado Mayor italiano. Su objetivo es al-
canzar el dominio aéreo naval en la zona comprendida entre el sur de Italia
y el norte de África, asegurando así la libertad de las comunicaciones. A es-
te respecto es de particular importancia la eliminación de Malta; cooperar
con las fuerzas alemanas e italianas en el norte de África; paralizar el tráfi-
co enemigo a través del Mediterráneo e impedir que los suministros britá-
nicos lleguen a Tobruck y Malta...»
Pero el Mediterráneo siguió siendo considerado como un teatro de guerra
italiano en el que los intereses alemanes eran secundarios. Los oficiales
alemanes eran excluidos de las conferencias de guerra italianas; y los italia-
nos, de las alemanas. Kesselring seguía subordinado al Duce. Hasta 1943
no se estableció un mando alemán directo para el Mediterráneo. Y no hubo
nunca un Estado Mayor conjunto ítalo-alemán.

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Capitulo VIII

La Batalla del Atlantico en 1941

I Las consecuencias de la campaña submarina en la estrategia


de Hitler
Durante el transcurso del año 1941, Hitler no vaciló un solo momento en
conceder prioridad a la campaña de Rusia sobre la del Mediterráneo; insis-
tió, durante la segunda mitad del año 1941, en que los submarinos fueron
enviados al Atlántico en un esfuerzo para salvar el África del Norte. Si ésta
fuera la única evidencia, bastaría para sacar la conclusión de que la Batalla
del Atlántico causó más pérdidas que la guerra en el Mediterráneo a conse-
cuencia de la decisión de atacar a Rusia. Pero la evidencia es mucho más
amplia. La pérdida en el Mediterráneo, hasta el mes de diciembre de 1941,
de 30 submarinos, la mitad de las unidades que podía mantener en servi-
cio en alta mar al mismo tiempo, una cuarta parte de todas las fuerzas a su
disposición, representó sólo una fracción del daño causado a los esfuerzos
alemanes contra las rutas marítimas británicas durante los doce meses an-
teriores como resultado de su decisión de volverse contra Rusia.
Es cierto que Hitler comenzó a mostrar una mayor comprensión y una ma-
yor simpatía por los argumentos de Raeder en favor cíe una campaña
submarina. Las directrices del 12 de noviembre de 1940, habían omitido
tal referencia a la guerra contra las rutas marítimas británicas; las directri-
ces «Barba-rosa», del 18 de diciembre de 1940, por otra parte, habían afir-
mado que «el uso principal de la marina de guerra, incluso durante la cam-
paña del Este, debe dirigirse directamente contra Inglaterra 178. Y si esta
afirmación no fue más que un gesto para calmar a sus técnicos navales,
pronto reveló la necesidad de hacer otras. El 27 de diciembre de 1940 se
mostró de acuerdo en que el programa de construcción de 12 a 18 submari-
nos por mes no era suficiente; y expuso su deseo de que «es necesario un
rápido incremento en la construcción de submarinos». El 8 de enero de
1941 le «explicó» a Raeder, que había expuesto los mismos argumentos du-
rante tanto tiempo que, «teniendo en cuenta las características de la gue-
rra contra la Gran Bretaña, todos los ataques deben concentrarse contra
las vías de suministro y las industrias del armamento... Los suministros y
los barcos que los transportan deben ser destruidos».
El 6 de febrero publicó unas directrices, las primeras sobre este tema, titu-
ladas «.Basic Principies for the Prosecution of the War against British War
Economy», y en ellas admitió, hasta cierto punto, haber descuidado la ba-

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Hitler no se equivoco

talla contra las rutas marítimas comerciales.


«Contrariamente a todos nuestros cálculos anteriores, el golpe más fuerte
a la economía de guerra británica ha sido la elevada cifra de barcos mer-
cantes perdidos, como resultado de la guerra por mar y aire. Estas conse-
cuencias han sido intensificadas también por la destrucción de las instala-
ciones portuarias... y por las limitaciones impuestas al uso de barcos por la
necesidad de emplear el sistema de convoyes. Podemos contar con un con-
siderable aumento en el futuro, cuando las operaciones de nuestros subma-
rinos sean intensificadas durante el curso de este año... El objetivo de nues-
tros futuros esfuerzos de guerra debe concentrarse en destruir por aire y
mar los suministros enemigos...»
Al mismo tiempo, todos sus esfuerzos se concentraban en la Batalla del
Atlántico. «Los ataques combinados de la Luftwaffe y de las fuerzas nava-
les contra las vías de suministro — declaró el 8 de enero de 1941 —} pue-
den proporcionarnos la victoria durante los meses de julio o agosto.» «El
ataque contra las vías de suministros británicos — concluyó en sus di-
rectrices del mes de febrero —, pueden provocar el quebrantamiento de la
resistencia británica.»
Pero su creciente interés por la Batalla del Atlántico fue anulado por las
consecuencias irrevocables de su decisión del mes de diciembre de 1940 de
atacar a Rusia; y sólo un aspecto, el no haber sabido valorar debidamente
la campaña de los submarinos durante los primeros dieciséis meses de la
guerra, fue más importante que este hecho para destruir sus esperanzas.
Raeder previo que éste sería el caso, y este temor había sido la causa de su
tenaz oposición contra la operación «Barbarosa». «Es absolutamente nece-
sario reconocer — decía en su argumento contra «Barbarosa» el 27 de di-
ciembre de 1940 —, que la misión más importante del mornento es concen-
trar todas nuestras fuerzas contra la Gran Bretaña. Todas las demandas
que no sean absolutamente necesarias para la derrota de. la Gran Bretaña
deben ser anuladas. Existen fundadas dudas sobre la conveniencia de co-
menzar la operación «Barbarosa» antes de que sea derrotada la Gran Bre-
taña. Sobre todo, es necesario concentrar todos nuestros esfuerzos contra
las vías de suministro británicas... lo que se hace en relación con la cons-
trucción de submarinos y aviación naval es muy poco... La habilidad britá-
nica para conservar sus vías de suministro es definitivamente el factor de-
cisivo en el resultado de la guerra.» «El Estado Mayor Naval está firme-
mente convencido de que los submarinos, al igual que en la Primera Gue-
rra Mundial, son las armas decisivas.» Debido a que siempre había sido
descuidado el previsto programa de construcciones, el máximo alcanzado

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Hitler no se equivoco

en la construcción de los mismos oscilaba entre 12 y 18 unidades; «debe


ser aumentado de 20 a 30, como durante la Primera Guerra Mundial». És-
ta fue «una de las exigencias más urgentes sometidas al estudio del Estado
Mayor del Ejército y ai Gobierno por el Estado Mayor Naval» y, en caso
contrario, «todas las esperanzas puestas en esta armada tan importante
para la lucha contra la Gran Bretaña, deberán ser abandonadas».
Esta exigencia, como expuso Raeder muy claramente, era incompatible
con la decisión de atacar a Rusia y de comenzar preparativos inmediatos
para el ataque; y que Hitler reconoció igualmente este hecho es evidente
por su respuesta a las manifestaciones hechas por Raeder. Replicó que
puesto que era necesario eliminar al último enemigo que había en el conti-
nente, «la Wehrmacht debía ser reforzada en todo lo posible; después, to-
dos los esfuerzos podrían ser concentrados en las necesidades de las fuer-
zas aéreas y la marina de guerra». Raeder respondió, y esto era cierto, que
«la situación era la misma en el mes de julio de 1940; pero, después de ha-
ber reducido la Wehrmacht sus demandas durante un corto plazo de tiem-
po, las volvió a presentar después con mayor insistencia». Sin embargo,
Hitler no quiso cambiar su decisión; se contentó con «atribuir éstas (la de-
cisión de atacar a Rusia) a la nueva situación política» y cuando Raeder in-
sistió en que, «el error fundamental estriba en el hecho de que nos son
asignados obreros que en realidad no están disponibles, todos los decretos
concediendo grados de prioridad, etc., no pueden redundar en una mejora
real», se limitó a proponer, con una sorprendente falta de responsabilidad
que, «tal vez, una remuneración especial haría más atractivos estos tra-
bajos». Esta había sido la actitud de Hitler con respecto a la construcción
de submarinos durante los dieciséis meses desde que comenzó la guerra.
Las consecuencias habían sido anular las previas promesas que había he-
cho anteriormente a Raeder de conceder prioridad a la construcción de
submarinos. Al estudiar la guerra submarina en el año 1941, resulta impor-
tante distinguir entre los efectos de su falta de interés por la misma en sus
principios y los causados por la decisión de la operación «Barbarosa» en sí.
La construcción, pero, sobre todo, el lanzamiento de nuevos submarinos,
descuidada hasta el extremo de que Alemania no podía contar con el nú-
mero suficiente de unidades para las operaciones que quería confiar a
éstos, fue debida, por lo menos durante los nueve primeros meses del año
1941, no a la decisión de atacar a Rusia, sino a no haber prestado la menor
atención al programa de construcción de submarinos durante el año 1940.
Por otro lado, la falta de mano de obra de dicha especialidad en 1941, y el
hecho de que el programa de construcciones durante aquel año no alcanza-

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Hitler no se equivoco

ra el máximo previsto, fueron las consecuencias de la decisión de atacar a


Rusia y se manifestaron claramente a partir del mes de septiembre de
1941.
Hasta el mes de febrero de 1941, y como resultado de las limitaciones im-
puestas a la construcción de submarinos hasta aquel momento, Raeder
sólo podía mantener en servicio seis submarinos al mismo tiempo. «Los
pocos éxitos alcanzados por los submarinos — informó el 4 de febrero —,
son debidos, en primer lugar, a las pocas unidades que tenemos en opera-
ción y, en segundo lugar, a las condiciones climatológicas desfavorables...
Los submarinos por sí solos no pueden impedir de un modo efectivo las
importaciones inglesas apoyándose únicamente en el reducido número
que de ellos tenemos disponibles.» Pero un año y medio de esfuerzos con-
centrados en la construcción de submarinos, permitirían alcanzar efectos
muy diferentes, sobre todo, teniendo en cuenta que el número de nuevas
construcciones había sido de 12 a 18 unidades por mes, en tanto que el nú-
mero de submarinos hundidos no alcanzó la cifra de siete hasta el mes de
marzo de 1941. A partir de la primavera de este año se observó un cambio
en la situación. El total de submarinos en servicio fue aumentando gra-
dualmente a 37 en mayo; 39 en junio; 45 en julio; 52 en agosto, y 120 a fi-
nes de 1941. En el mes de marzo, el número de submarinos que se hallaban
prestando servicio en alta mar era superior a 10, y esto por vez primera, y
dicho número aumentó a 15 en el mes de abril; a 18 en el mes de mayo, y a
60 para fines de año. Emplearon nuevas tácticas, sobre todo, ataques en
masa; avanzaron más hacia el oeste en el Atlántico Norte rehuyendo así
las defensas británicas; las pérdidas británicas aumentaron de un modo
alarmante entre los meses de marzo a abril, 200 barcos fueron hundidos
por la acción de los submarinos. Por fin, había comenzado en serio la Bata-
lla del Atlántico.
Fueron, sin embargo, las defensas británicas las que habían obligado a los
submarinos a trasladarse a zonas más distantes y a adoptar nuevas tácti-
cas; las defensas británicas, habían mejorado durante aquellos 18 me-
ses; y el continuo refuerzo de estas defensas habían mantenido abierto el
paso frente al mayor número de submarinos. «A fin de poder obtener los
mismos éxitos que el año pasado — informó el 27 de septiembre de 1941—,
necesitaremos de tres a cuatro veces más submarinos para enfrentarlos
con los convoyes poderosamente escoltados.» La batalla estaba todavía
equilibrada; el número de submarinos no era todavía suficientemente
grande para que la acción de los mismos pudiese ser decisiva. Por el con-
trario, los últimos tres meses de 1941 fueron un plazo de espera para los

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Hitler no se equivoco

submarinos. Y esto no se debió solamente a que fueron enviados algunos


de ellos al Mediterráneo, y tampoco, a un período de tiempo muy malo en
el Atlántico Norte: la construcción de submarinos, tal como había previs-
to Raeder, no estaba a la altura de las mejoras que habían experimentado
durante ese tiempo las defensas de las rutas comerciales británicas.
A pesar de no haber podido forzar una decisión para conseguir la victoria
alemana sobre la Gran Bretaña antes de que los Estados Unidos entraran
en la guerra a fines de año, probablemente, sólo la prioridad absoluta de la
campaña submarina ya desde el comienzo de la guerra hubiese podido
proporcionar este resultado; la concentración de mayores esfuerzos en la
construcción de submarinos durante los nueve meses anteriores, hubiesen
podido evitar el crítico estado de cosas en el último trimestre del año 1941.
Esta política hubiese hecho posible que el año 1942, en el cual la Batalla
del Atlántico alcanzó su punto culminante y se construyeron más de tres-
cientos submarinos, resultase mucho más decisivo para la supervivencia
de Inglaterra de lo que fue en realidad; pero tal programa, que los planes
estratégicos de Hitler hicieron imposibles en el año 1940, cuando hubiese
podido dar su máximo rendimiento, fue de nuevo aplazado durante todo el
curso del año 1941, en primer lugar, por los preparativos para el ataque
contra Rusia y, en segundo lugar, por las exigencias del ataque mismo.
El 4 de febrero del año 1941, Raeder se vio obligado a lamentarse, una vez
más, de que la marina de guerra «no contaba con un número suficiente de
obreros especializados». El 18 de marzo informó que como resultado de la
escasez de la mano de obra y la falta de materiales, la construcción men-
sual de submarinos continuaría siendo de sólo ocho unidades durante el
segundo trimestre del año y que, a continuación, quedaría reducida sólo a
15 unidades. El 25 de julio admitió que el programa había superado ligera-
mente sus esperanzas y que la producción había alcanzado la cifra de vein-
te unidades al mes; pero insistió en que a fines del año 1941 volvería a
descender a catorce submarinos al mes debido a la falta de mano de obra.
Incluso contando con la cifra de producción más elevada, no se podía
contar con poder disponer del número necesario de submarinos, 300 para
las operaciones previstas, hasta el mes de julio del año 1943, la cifra que, al
principio de la guerra, Doenitz había considerado como la mínima para po-
der alcanzar resultados satisfactorios. Los argumentos de Raeder no con-
dujeron a ningún resultado positivo. Las consecuencias de la política de Hi-
tler durante los primeros dieciséis meses de la guerra, no podían ser rectifi-
cadas; era demasiado tarde para persuadir a Hitler de cambiar de opinión
con respecto al ataque contra Rusia. El 18 de marzo repitió en su respuesta

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Hitler no se equivoco

a Raeder que «era su intensión concentrar todos los esfuerzos para re-
forzar las armas aérea y naval tan pronto la operación «Barbarosa» hu-
biese terminado con el éxito previsto». El 25 de julio protestó de que «no
existía ninguna razón que justificase la preocupación del comandante en
jefe de la Marina por un cambio de opinión con respecto a la importancia
del bloqueo de la Gran Bretaña por las fuerzas aéreas y navales; mi punto
de vista original no ha sufrido ningún cambio en este sentido». Pero su po-
lítica continuó siendo la misma, hasta el extremo de que, temporalmente,
Raeder desistió en su lucha. «Es imposible recuperar el tiempo perdido»,
dijo el 25 de julio; lo único que se podía hacer era que, una vez terminada
la campaña contra Rusia, se concediese la prioridad a la marina de guerra.
Hitler le dio la promesa en este sentido; publicó aquel mismo día unas di-
rectrices 179 que afirmaban, una vez más, que «el dominio militar de Euro-
pa después de la derrota de Rusia permitirá reducir los efectivos de la
Wehrmaclit en un próximo futuro», ventaja que redundaría en especial be-
neficio de la marina de guerra y de la Lufttoaffe; durante el resto del año,
Raeder no volvió a presentar sus quejas.

II La Luftwaffe y la Guerra en el Atlantico


Las seguridades dadas por Hitler y el subsiguiente silencio de Raeder, no
sólo hacían referencia al programa de construcción de submarinos, sino
también a la cooperación de la Luftivaffe con la marina de guerra en la Ba-
talla del Atlántico. Resulta obvio, por la repetida promesa de Hitler de con-
centrar todos sus esfuerzos, una vez derrotada Rusia, en la marina de gue-
rra y en las fuerzas aéreas, que la decisión de volverse contra Rusia tuvo
por efecto reducir, inmediatamente y durante muchos meses, el número de
aviones disponibles para la batalla contra las vías de suministro británicas.
Además de las consecuencias que el ataque contra Rusia ejerció otras tan-
tas veces. Fue rechazada de nuevo y Hitler le manifestó a Raeder que esta
idea proporcionaría '«un gran disgusto» a Goeríng si se aceptaba.
Hasta no darse por vencido el 25 de julio, aunque sólo temporalmente,
Raeder continuó su campaña. El 18 de marzo recalcó que «la marina de
guerra siempre había estado acertada en la exposición de sus puntos de
vista, o sea, que sólo la concentración de los esfuerzos conjuntos de la ma-
rina de guerra y de la aviación en el ataque contra los suministros británi-
cos ayudaría a conseguir la derrota de la Gran Bretaña». «El único gran pe-
ligro que existe para la Gran Bretaña, es un ataque concentrado contra la
marina británica por los barcos de superficie, los submarinos y las fuer-
zas aéreas alemanes. La marina es el arma más vulnerable de la Gran Bre-

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Hitler no se equivoco

taña... Alcanzaremos el objetivo previsto si, durante un período que exce-


da ligeramente los seis meses, el tonelaje hundido se aproxima a la cifra
más elevada de hundimientos conseguido durante la Primera Guerra Mun-
dial.» El 20 de abril exigió «la colocación continuada de minas por medio
de la aviación en las entradas de los puertos como el medio más eficaz para
completar la acción de los submarinos, los navios de superficie y la avia-
ción en sus ataques contra las vías de suministro británicas». El 25 de ju-
lio, declaró que «el empleo poco adecuado de las fuerzas aéreas comienza a
revelar sus consecuencias. A pesar de los constantes consejos del Estado
Mayor Naval, la Luftwaffe no ataca los portaaviones y los acorazados de
combate en construcción o unidades estacionadas en Scapa Flow». Por el
contrario, se observaba una creciente superioridad de la flota naval británi-
ca que hacía cada vez más difícil las actividades de la flota de superficie ale-
mana, como había quedado demostrado por el hundimiento del Bismarck
el 27 de mayo, ya de por sí limitada por el reducido número de unidades y
la «falta de una aviación naval»... para operar en el Atlántico.
Pero la aviación alemana estaba enfrascada ya en una dura lucha en el Es-
te. Una vez iniciada la campaña en el mes de junio, la atención de Hitler se
concentró casi exclusivamente en Rusia. Inchiso el propio Raeder desistió
de continuar su campaña a partir del mes de julio. Durante el otoño si-
guiente, no se celebró ninguna conferencia entre Hitler y Raeder desde el
17 de septiembre al 13 de noviembre.

III El deseo de Hitler de evitar incidentes con Estados Unidos


Incluso antes del comienzo de la campaña del Este, el interés principal de
Hitler en el Atlántico había sido debido al posible efecto que las operacio-
nes en aquel futuro teatro de guerra ejercerían sobre la probable entrada
de los Estados Unidos en la guerra. Este problema interesó a Hitler sólo
por el cambio gradual en la actitud de los Estados Unidos y, como resul-
tado, por los pasos dados por el Gobierno americano. Bajo la iniciativa del
presidente Roosevelt, éstos continuaron durante el curso del año 1.941.
Siempre se efectuaron lejos del control de Hitler, a pesar de que éste hizo
todo lo que pudo, o creyó poder hacer, para impedirlos y limitarlos.
El punto de partida de estos acontecimientos en el año 1941 fueron dos pa-
sos que dio el Gobierno de los Estados Unidos al comenzar la guerra. hijo
de éstos fue la Declaración Panamericana de Panamá, del mes de octubre
del año 1939, que establecía un «cordón sanitario» alrededor de todas las
Amé-ricas desde el sur del Canadá, de una anchura de 300 a 1.000 millas
de profundidad. Los beligerantes habían sido advertidos previamente, de

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Hitler no se equivoco

abstenerse de toda acción militar dentro de este cordón sanitario. Más im-
portante que éste, que fue ignorado tanto por Alemania como por las po-
tencias occidentales, fue la legislación de neutralidad de los Estados Uni-
dos del mes de noviembre del año 1939, que anuló la anterior legislación
que prohibía la compra de armas por parte de los beligerantes, en interés
de las potencias occidentales, pero, al mismo tiempo, para aislar a los Esta-
dos Unidos del conflicto, se prohibió a los barcos americanos navegar por
las zonas declaradas de combate, de forma que todas las compras efectua-
das por las potencias occidentales debían ser transportadas por dichas po-
tencias en sus propios barcos.
Otro de los pasos que dio el presidente Roose-velt, además de los ya men-
cionados, «fue eliminar el signo dólar», a fin de facilitar la compra de ma-
terial de guerra por parte de la Gran Bretaña. El 11 de marzo del año 1941
fue aprobada por la Cámara de Representantes la Ley de Préstamo y
Arriendo, y el presidente Roosevelt anunció al mundo que significaba «el
fin del compromiso con la tiranía»; esta Ley permitía arrendar al Reino
Unido barcos, aviones, víveres y municiones. Al mismo tiempo, Raeder co-
menzó a sospechar que los barcos americanos se dedicaban a escoltar los
convoyes hasta la altura de Islandia, donde los buques británicos se hacían
cargo de la escolta.
La primera reacción de Raeder, el 18 de marzo, fue proponer que Alemania
insistiera cerca de los Estados Unidos para que éstos extendieran sus zo-
nas prohibidas a la navegación incluyendo Islandia y los estrechos de Ale-
mania; que Alemania comunicara a América que sus barcos serían ataca-
dos, tanto en las zonas antiguas como en las nuevas, sin previa adver-
tencia; que se negara a respetar la zona de neutralidad panamericana o, al
menos, reconocerla sólo en una profundidad de 300 millas; y que, aun en
el caso de hallarse fuera de estas zonas, los barcos americanos pudieran ser
detenidos y examinados, y hundidos en el caso de que transportasen con-
trabando. La primera reacción de Hitler fue mostrarse de acuerdo con es-
tas proposiciones; incluso se mostró conforme con limitar la zona america-
na en una profundidad de tres millas.
Pero no se atrevió a tomar una decisión definítiva sobre este problema; el
12 de abril 180 insistió Raeder de nuevo en sus proposiciones y el 20 de
abril, después de discutir el asunto con el Ministerio de Asuntos Exterio-
res, Hitler, a pesar del hecho de que el Gobierno de los Estados Unidos
había anunciado recientemente su intención de ocupar Groenlandia
con fines defensivos, y la extensión hacia el este de su zona de seguridad y
zonas de patrulla hasta el 26° oeste, y, a pesar del hecho de que éstas fue-

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Hitler no se equivoco

ron ampliadas poco después a fin de incluir también Islandia, aceptó un


compromiso. «En vista de la actual actitud vacilante por parte de América
con respecto a los acontecimientos en los Balcanes», decidió que reconocía
la zona Panamericana al norte de los 20° N, en las latitudes correspondien-
tes con las costas de los Estados Unidos, pero que al sur de esta línea reco-
nocía sólo una zona limitada a las 300 millas de profundidad desde las cos-
tas americanas. Dentro de estas zonas ordenó que no se llevara a cabo nin-
guna acción hostil contra los barcos de los Estados Unidos.
Mientras se acercaba la fecha del ataque contra Rusia, se produjeron inci-
dentes ocasionales con los buques de guerra y barcos mercantes de los Es-
tados Unidos, incidentes inevitables ya que Alemania y los Estados Unidos
interpretaban cada uno a su modo los límites de las zonas de seguridad
americanas, y porque los Estados Unidos, en lugar de declarar Islandia zo-
na de guerra y, por lo tanto, prohibida a sus barcos, comenzó a prestar una
ayuda positiva a la Gran Bretaña escoltando sus convoyes y ayudando in-
cluso a la persecución de los barcos alemanes a partir del mes de abril 7
181pero estos incidentes sólo avivaron los temores de Hitler por las posi-

bles consecuencias sobre la opinión pública americana, sobre todo, cuando


el presidente Roosevelt hizo referencia a los mismos el 20 de junio, califi-
cándolos de actos de piratería en abierta violación de la libertad de los ma-
res; y el 21 de junio declaró nuevamente que «hasta que la operación «Bar-
barosa» no haya rendido ya sus primeros frutos, desea evitar todo inciden-
te con los Estados Unidos... Al cabo de unas semanas la situación aparece-
rá más clara y podemos contar con que ejercerá un efecto favorable sobre
los Estados Unidos... América se sentirá menos tentada a entrar en la gue-
rra...».
Pero no era fácil ordenar que se evitaran futuros incidentes. Islandia, la zo-
na principal de operaciones de los submarinos durante aquella época, en
lugar de ser una zona cerrada, prohibida a los barcos americanos, había si-
do incluida en la zona de neutralidad americana; y en tanto que los barcos
mercantes americanos no recibieron autorización para formar parte de los
convoyes hasta el 11 de julio y podían ser reconocidos fácilmente por los
submarinos alemanes si viajaban por su cuenta y riesgo, los buques de gue-
rra americanos ayudaban en la esescolta de los convoyes británicos con sus
operaciones de patrulla y no podían ser diferenciados de los británicos du-
rante los ataques a los convoyes, sobre todo, de noche. Para superar esta
dificultad, Raeder propuso el 21 de junio que los ataques contra los buques
de guerra fueran prohibidos en una franja de 50 a 100 millas al este de los
límites occidentales de las zonas declaradas de guerra por Alemania. Pero

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Hitler no se equivoco

Hitler no se contentó con esta proposición. Para asegurarse doblemente,


insistió en que los ataques contra los buques de guerra, tanto británicos co-
mo americanos, fueran prohibidos durante las semanas próximas con el
fin de eliminar todo posible incidente.
Esta orden se transmitió inmediatamente a todos los submarinos conce-
diéndoles únicamente el permiso para atacar cruceros y navios de guerra
de superior categoría que fueran reconocidos claramente como británicos.
Posteriormente se añadió, a pesar de que continuaba el permiso para hun-
dir, sin previa advertencia todos los buques mercantes que se encontrasen
fuera de los límites de la zona americana reconocida por Alemania, que los
buques mercantes americanos que se encontrasen al este de estos límites
tampoco fuesen atacados si eran reconocidos como tales.
El 7 de julio el presidente Roosevelt avanzó un paso más en sus decisiones
al anunciar el envío de fuerzas navales de los Estados Unidos a Islandia, de
cuya defensa se había hecho ya cargo el Ejército de los Estados Unidos.
Raeder exigió en consecuencia, el 9 de julio, que se aclarara si esta decisión
debía ser interpretada como «la entrada de América en la guerra o como
un acto de provocación que debía ser ignorado». Hitler tenía el máximo de-
seo en «aplazar la entrada en la guerra de los Estados Unidos durante un
mes o dos... La campaña del Este exigía el uso de todas las fuerzas aéreas
disponibles, las cuales él no deseaba trasladar a otro frente... Una campaña
victoriosa ejercerá un efecto favorable sobre toda la situación y, probable-
mente, también sobre la actitud de los Estados Unidos. Por consiguiente,
por el momento, no desea que se efectúe ningún cambio en las instruccio-
nes dadas y que se tomen las medidas posibles para evitar futuros inciden-
tes».
El Estado Mayor Naval se mostró reacio a esta política. Prohibió el ataque
contra los buques de guerra, a no ser que éstos fueran identificados sin lu-
gar a dudas como buques enemigos, desde cruceros hasta las categorías su-
periores. Insistió en la orden ya dada de que los barcos mercantes america-
nos, reconocidos como tales, debían continuar inmunes. Sin embargo, es-
tas instrucciones eran difíciles de aplicar en la confusión que reinaba en el
Atlántico y no podían garantizar en modo alguno el que pudieran ser evita-
dos futuros incidentes. Por consiguiente, Hitler se vio en la necesidad de
hacer div versas concesiones para hacer más viables sus instrucciones. El
18 de julio 182, en un «suplemento a la orden prohibiendo ataques contra
buques de guerra y barcos mercantes de los Estados Unidos en la zona de
operaciones del Atlántico Norte», fueron autorizados de nuevo los ataques
contra barcos americanos que viajasen, tanto en convoyes americanos o

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británicos o por su propia cuenta y riesgo, dentro de los límites de las anti-
guas zonas de combate americanas. El 25 de julio aseguró a Raeder que
«jamás le pedirá cuentas al comandante de un submarino si por error
torpedea un barco americano». Pero las antiguas zonas de combate ameri-
canas, en torno al Reino Unido, poca o ninguna importancia tenían ya en
relación con las operaciones en curso; «la ruta marítima Estados Unidos-
Islandia» fue específicamente excluida de la autorización del 18 de julio; y
el 25 de julio reiteró su deseo de que «en lo posible, se evitaran futuros in-
cidentes, con el fin de impedir que los Estados Unidos declaren la guerra
mientras dure la campaña del Este». El 22 de agosto rechazó una proposi-
ción del Estado Mayor Naval de que la zona panamericana en aguas de
América del Sur, reconocida por aquel entonces por Alemania en una pro-
fundidad de 300 millas, fuese, limitada a sólo 200 millas.
Sin embargo, no fue posible evitar futuros incidentes 183; y éstos incitaron
al presidente Roosevelt a tomar la iniciativa. El 11 de septiembre publicó la
orden de «disparar primero» y declaró que «desde este momento si los bu-
ques alemanes o italianos penetran en aguas cuya protección es necesaria
para la defensa de América, lo harán por su cuenta y riesgo». El 15 de sep-
tiembre su secretario de Marina definió la expresión «aguas» afirmando
que «la marina de guerra americana protegerá todos los barcos, sea cual
sea la bandera que enarbolen, que transporten material de Préstamo y
Arriendo entre el continente americano y las aguas de Islandia». El 16 de
septiembre se concedió por vez primera protección a los convoyes británi-
cos a partir de Halifax 184 185. Anticipándose al desarrollo de estas medidas
previstas en el discurso del Presidente, Raeder declaró el 7 de septiembre
que «no existe ya ninguna diferencia entre los barcos británicos y america-
nos»; y él y Doenitz 186 sometieron a Hitler, durante la conferencia ce-
lebrada en aquella fecha, unas enmiendas detalladas y completas en rela-
ción con las instrucciones alemanas que regían la guerra en el Atlántico.
El contenido de sus proposiciones era que todo barco de guerra, británico
o americano, que escoltase un convoy, y cualquier barco mercante que
formase parte del mismo, podía ser hundido, dentro o fuera de la zona de
defensa americana, excepción hecha de una zona hasta 20 millas de la cos-
ta americana o hasta el 60° oeste, que era el límite de la zona de defensa
americana reconocida por Alemania. Hitler insistió, sin embargo, en que
«se evitaran todos los incidentes en la guerra contra los barcos mercantes
hasta mediados de octubre»; y después de una detallada discusión de la si-
tuación en su conjunto, durante la cual expuso de que «a fines de septiem-
bre tendrá lugar la gran decisión en la campaña de Rusia», Raeder y Doe-

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nitz retiraron sus proposiciones.


El problema no volvió a ser discutido durante los dos meses siguientes. No
se celebró ninguna conferencia entre Raeder y Hitler desde el 17 de sep-
tiembre hasta mediados de noviembre; Hitler dedicaba todo su tiempo y
toda su atención a la lucha que se desarrollaba en el Este. Pero su actitud
con respecto a la situación en el Atlántico no sufrió ningún cambio. Duran-
te la siguiente oportunidad que se le presentó, el 13 de noviembre, Raeder
le preguntó cuál sería su actitud si los Estados Unidos anulaban el Acta de
Neutralidad que prohibía a los barcos americanos dirigirse a los puertos in-
gleses. Hitler le contestó que no cambiaría las órdenes existentes, o sea,
que «todos los barcos mercantes, incluyendo los americanos, pueden ser
torpedeados sin previa advertencia, pero sólo en las zonas de combate», y
que los barcos de guerra americanos no debían ser atacados.
Hitler observó que se dictarían órdenes oportunas en el caso de «observar-
se algún cambio en la situación». Sin embargo, a pesar de que el Senado de
los Estados Unidos anuló el 30 de octubre el Acta de Neutralidad y la Cá-
mara de Representantes el 13 de noviembre, el Gobierno de los Estados
Unidos no había dado todavía ningún paso formal en este sentido, cuando
la situación cambió por completo. La situación en el Atlántico y la actitud
de Hitler con respecto a la misma continuó como hasta el mes de septiem-
bre cuando se realizó el ataque japonés contra Pearl Harbour el 7 de di-
ciembre del año 1941 y los Estados Unidos entraron finalmente en la gue-
rra.

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Capitulo IX

Las Negociaciones Germano-Japonesas en 1941

I La presion alemana sobre el japon para un ataque sobre Singa-


pur
Las negociaciones entre Hitler y el Japón, durante los meses anteriores al
ataque contra Pearl Harbour, eran ajenas por completo al objetivo que se
perseguía con su política en el Atlántico. Al principio, es cierto, sus esfuer-
zos con el Japón se vieron guiados por la esperanza de que, conjuntamente
con el ataque alemán contra Rusia, la entrada del Japón en la guerra preci-
pitaría el hundimiento final de la Gran Bretaña e impediría a los Estados
Unidos embarcarse en la aventura; y, teniendo en cuenta este objetivo, su
intención era poder convencer a los japoneses de lanzar lo antes posible el
ataque contra Singapur. Pero se vio obligado a admitir ya desde un prin-
cipio que una acción de esta índole por parte del Japón podía llevar a los
Estados Unidos a la guerra al lado de la Gran Bretaña; y, durante el curso
de las negociaciones, aplazadas continuamente por la táctica dilatoria de
los japoneses, se mostró cada vez más dispuesto a correr el riesgo, a pesar
de la excesiva prudencia que observaba en el Atlántico.
Ejerció por vez primera presión sobre los japoneses para que atacaran Sin-
gapur el 23 de febrero de 1941, durante una conferencia entre Ribbentrop y
el general Oshima, embajador japonés en Berlín 187. Ribbentrop se esforzó,
durante esta entrevista, en hacer resaltar que Alemania había qpnseguido
ya la victoria en el Oeste, que el hundimiento de la Gran Bretaña sólo era
cuestión de tiempo. Pero se esforzó todavía más para persuadir al Japón a
entrar en la guerra lo antes posible mediante un ataque contra el sudeste
de Asia. El Japón debería iniciar lo antes posible una acción en este senti-
do si quería «asegurarse, durante la guerra, la posición que deseaba ocupar
en el mundo para cuando se firmaran ios tratados de paz». «Tenemos el
deseo — continuó — de terminar pronto la guerra y obligar a la Gran Breta-
ña a entablar negociaciones de paz. Para este fin, es muy importante la co-
laboración del Japón...» La intervención del Japón destruiría la posición
clave de la Gran Bretaña en el Lejano Oriente:
«Las consecuencias en la moral del pueblo británico serían muy graves y
esto contribuiría grandemente a apresurar el fin de la guerra... Una ínter-
vención por sorpresa por parte del Japón obligaría a América a no entrar
en la guerra. América no está preparada y no se expondrá a que su marina
de guerra corra ningún riesgo al oeste de Hawai. Si el Japón respetaba los

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intereses americanos, no existiría la posibilidad de que Roosevelt pudiera


usar los argumentos del prestigio perdido y de hacer que los americanos
hallaran la guerra plausible...»
Hitler, en tanto, albergaba la esperanza de. la intervención del Japón que,
conjuntamente con el ataque alemán contra Rusia, impediría la entrada de
los Estados Unidos en la guerra, siempre había reconocido la posibilidad
de que su plan no resultara a su completa satisfacción. El 8 de enero de
1941, a pesar de la esperanza de que, «si Rusia se rinde, el Japón se sentirá
muy aliviado y esto, a su vez, significará un mayor peligro para los Estados
Unidos», había considerado la conveniencia de «dejar las manos libres a
los japoneses con respecto a Singapur, aun en el caso de que esto entrañe
el riesgo de que los Estados Unidos se vean obligados a dar un paso enérgi-
co». Ribbentrop, por consiguiente, a pesar de la afirmación anterior, creyó
prudente admitir que un ataque japonés contra el sudeste de Asia era po-
sible que obligase a los Estados Unidos a entrar en la guerra. Pero conti-
nuó arguyendo de que se trataba de un riesgo que debía correrse.
Manifestó, además:
«Si América declara la guerra como consecuencia de la entrada en la mis-
ma del Japón, demostrará esto que América había tenido ya la intención
de entrar en la contienda más pronto o más tarde... A pesar de que era pre-
ferible evitarlo, la participación de América en la guerra no era en modo
alguno decisiva y no haría peligrar la victoria final de los países dignatarios
del Pacto de los Tres... El momentaneo alivio que experimentaría la Gran
Bretaña por la entrada de América en la guerra, sería anulado inmediata-
mente por la participación del Japón en la misma. En todo caso, aun cuan-
do los americanos entraran en la guerra, no disponían de medios milita-
res... América no osaría mandar su flota naval más allá de Hawai... En el
Atlántico no hay misiones que cumplir, excepto para Inglaterra. Un desem-
barco en Europa es imposible, y África está demasiado lejos... En un ata-
que aéreo, Alemania siempre gozaría de superioridad... y, si en contra de
todos los pronósticos, los americanos eran lo bastante imprudentes para
enviar su flota naval más allá de Hawai, representaría esto la mayor
oportunidad que se les podría ofrecer a las potencias del Eje para terminar
la guerra rápidamente.»
Ribbentrop estaba convencido de que «en este caso, la flota naval japonesa
cumplirá de un modo terminante con su misión».
Durante esta conferencia, Ribbentrop se limitó a exponer los puntos de vis-
ta que Hitler había expresado en ocasiones anteriores y que el propio Hit-
ler confirmó en unas directrices el siguiente 5 de marzo 188. Firmadas por

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Keitel como jefe del O.K.W., estas directrices representaban la confirma-


ción autorizada de la política de Hitler con respecto a la colaboración con
el Japón.
«Debe ser nuestra aspiración inducir al Japón, lo antes posible, a tomar
nuevas medidas militares en el Lejano Oriente. Poderosas fuerzas británi-
cas se encontrarán arrastradas por dicha acción y el centro de gravedad de
los intereses de los Estados Unidos se dirigirán hacia el Pacífico. Cuanto
antes intervenga el Japón, tanto mayores serán las posibilidades de éxito...
La operación «Barbarosa» creará las condiciones militares y políticas pre-
vias especialmente favorables para este caso... La coordinación de los pla-
nes de operaciones de los dos países incumbe al Alto Mando de la marina
de guerra. Se guiará por los siguientes principios:
a) La aspiración común en la dirección de la guerra es forzar lo más rápi-
damente posible la rendición de Inglaterra, y, con ello, impedir la entra-
da de los Estados Unidos en la guerra...
V) La conquista de Singapur como posición clave británica en el Lejano
Oriente representará un éxito decisivo para la continuación de la guerra
por las potencias del Eje.
»En acciones adicionales, los ataques contra otras bases del poder naval
británico, que deben extenderse igualmente a las bases americanas si no se
puede, impedir la entrada de los Estados Unidos en la guerra, debilitarán
la potencia marítima del enemigo en aquella región y... ligarán considera-
bles fuerzas de toda clase (Australia)...»
La actitud de Raeder fue la misma que la de Hitler. También él era del pa-
recer de que era vital para la guerra contra la Gran Bretaña persuadir al Ja-
pón a iniciar una acción inmediata contra Singa-pur y que se podría evitar
la entrada de los Estados Unidos en la contienda si los japoneses actuaban
con la suficiente rapidez, pero que debía aceptarse el riesgo de que sucedie-
ra lo contrario.
«El Japón (declaró durante una reunión el 18 de marzo de 1941) desea
evitar la guerra con los Estados Unidos si es posible, y lo logrará si se apo-
dera de Singapur gracias a un ataque decisivo lo antes posible. Los Estados
Unidos no están preparados para luchar en una guerra contra el Japón; to-
da la flota naval británica está ocupada; la oportunidad es más favorable
ahora que nunca. El Japón se está preparando para intervenir, pero, según
las declaraciones de los oficiales japoneses, no quiere lanzarse a la acción
hasta que Alemania no invada la Gran Bretaña. Por consiguiente, Alema-
nia ha de hacer todos los esfuerzos posibles para convencer al Japón de ac-
tuar lo antes posible...»

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Hitler y Ribbentrop, durante posteriores conferencias que celebraron con


los japoneses en Berlín,
hicieron supremos esfuerzos teniendo siempre en cuenta esta finalidad. El
29 de marzo repitió Ribbentrop sus anteriores argumentaciones al minis-
tro de Asuntos Exteriores japonés, Matsuoka, que se hallaba de visita en
Berlín 189.
«La flota naval británica... no está en condiciones de mandar una sola uni-
dad al Lejano Oriente... Los submarinos de los Estados Unidos son tan im-
perfectos que el Japón no necesita preocuparse con respecto a los mis-
mos... América no puede emprender ninguna acción militar contra el Ja-
pón... Roosevelt lo pensará dos veces antes de decidirse a tomar medidas
activas... El Führer — que probablemente debe ser considerado como el
mayor expertq en cuestiones militares de la hora presente — puede acon-
sejar al Japón sobre el mejor método de ataque a seguir contra Singapur...
Con la conquista de este puerto, el Japón obtendrá una influencia decisiva
sobre las Indias neerlandesas.»
El 4 de abril el propio Hitler se entrevistó con Matsuoka 190, el cual mani-
festó que el «Japón haría todo lo que estuviese en su poder para evitar una
guerra con los Estados Unidos». La respuesta de Hitler fue un resumen de
los puntos de vista ya anteriormente expuestos. «También Alemania
considera desfavorable una guerra con los Estados Unidos...» Por otra par-
te, a pesar de que era vital que el Japón emprendiese una acción contra
Singapur, existía el riesgo de que esta acción obligase a los Estados Unidos
a intervenir; y este riesgo debía ser aceptado.
«La Providencia siempre ha favorecido a aquellos que no han permitido
que los peligros se acercasen a ellos, sino que incluso se han enfrentado va-
lientemente con los mismos. Alemania ha tomado ya las medidas necesa-
rias para una tal contingencia... Alemania ha hecho sus preparativos y ha
tomado sus precauciones para que ningún americano pueda desembarcar
en Europa. Gracias a su superior experiencia, podría lanzarse a una lucha
feroz con sus submarinos y fuerzas aéreas contra América... Alemania in-
tervendría sin retraso alguno en el caso de una guerra entre América y el
Japón ya que la fuerza de las potencias tripartitas se basa precisamente en
la coordinación de sus acciones...»
Durante una entrevista final con Matsuoka, el 5 de abril 191, Ribbentrop in-
sistió, entre otras cosas, sobre estos argumentos.
Deseaba que Matsuoka se llevara consigo al Japón los siguientes puntos.
Alemania ha ganado ya la guerra... Pero la entrada del Japón en la misma
serviría para apresurar el fin de las hostilidades. Esto está, sin duda algu-

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Hitler no se equivoco

na, más en interés del Japón que de Alemania ya que le ofrece una oportu-
nidad única, que tal vez no vuelva a presentarse, de conseguir los objetivos
nacionales del Japón, una oportunidad que le permitirá jugar un papel
predominante en el Lejano Oriente.
Pero admitió, al igual que Hitler que, con respecto a los Estados Unidos,
«era necesario, desde luego, correr un cierto riesgo».
Lo más sobresaliente en este aspecto de las negociaciones con el Japón, es
la actitud de Hitler en aceptar los riesgos y en perseguir fines confusos e in-
compatibles. Por un lado, deseaba mantener a los Estados Unidos lejos de
la guerra; y sus propios esfuerzos en el Atlántico durante el año 1941, son
un testimonio por demás evidente de su deseo en este sentido. Por otro la-
do, su deseo más imperativo era terminar la guerra con la Gran Bretaña,
«debilitar la posición de Inglaterra», tal como declaró Ribbentrop ante el
Tribunal Militar de Nurenberg, «y de esta forma conseguir la paz» 192; y, en
consecuencia, estaba dispuesto a correr el riesgo de la entrada de los Esta-
dos Unidos en la guerra en compensación a la entrada en la misma del Ja-
pón.
Este deseo era incrementado con cada aplazamiento japonés; pero existió
ya desde un principio, y se debió principalmente al deseo de forzar a la
Gran Bretaña a aceptar sus condiciones, y fue también el resultado, en par-
te, como lo había sido en su decisión de atacar a Rusia el de una confianza
desmesurada en la potencialidad de su posición europea, de una negativa a
querer enfrentarse con las consecuencias de la entrada de América en la
guerra. A pesar de lo mucho que deseaba evitar este desarrollo de los acon-
tecimientos, estaba interesado aún más en aplazarlo; y se sintió impulsado
a buscarlo en el Lejano Oriente, en tanto trataba de evitarlo en el Atlántico,
convencido de que, aun cuando fuese desfavorable, no sería desastroso.

II La negativa de Hitler de informar al Japon acerca de sus in-


tenciones de atacar Rusia
Si lo que hemos expuesto revela la naturaleza confusa y dividida de las am-
biciones y aspiraciones de Hitler, otro aspecto de las negociaciones germa-
no-japonesas demuestran la desunión existente en el seno de las potencias
del Eje y el grado en que el propio Hitler era responsable de esta desunión.
El ataque contra Pearl Harbour, que ocurrió mientras él hacía esfuerzos en
el Atlántico para evitar o, por lo menos, aplazar la entrada de los Estados
Unidos en la guerra, al suceder en unas pocas horas lo que él había tratado
de impedir durante meses, fue un desastre que había temido desde co-
mienzos de aquel año. Pero si se trataba de un acontecimiento que con ma-

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Hitler no se equivoco

yores precauciones hubiese podido evitar, era al mismo tiempo uno de


aquellos acaecimientos que, debido a sus métodos de dirigir las negociacio-
nes, recibió sin previa advertencia.
En sus relaciones con el Japón, como también con Italia, no hizo ningún
intento efectivo para colaborar con un país que él admitía como factor im-
portante en sus planes. Era por temperamento incapaz de cooperar o nego-
ciar. Era característico de su actitud, con respecto a estos problemas, que
hablaba como si poseyera poder absoluto para ordenar la cooperación, co-
mo, por ejemplo, cuando el 8 de enero de 1941, dijo que «debe concederse
manos libres a los japoneses con respecto a Singapur».
Lo que, en especial, en sus relaciones con el Japón, creó malestar para el
futuro, fue su negativa a divulgar su intención de atacar a Rusia. Fue por
esta razón que Ribbentrop, a pesar de haber mencionado el nombre de Ru-
sia durante la entrevista celebrada con Oshima el 23 de febrero de 1941, se
limitó a decir que, «si estallara un conflicto no deseado con Rusia», Alema-
nia estaría preparada y se véala obligada a «llevar la carga principal...» 193.
En las directrices del 5 de marzo, Hitler ordenó específicamente que «los
japoneses no deben ser informados de la operación «Barbarosa» 194; y fue
esta instrucción la que dio ocasión a Raeder a hacer su observación el 18 de
marzo. Estaba de acuerdo en que el Japón debía ser estimulado a con-
quistar Singapur, fuese cual fuese el riesgo de la intervención por parte de
los Estados Unidos. Su propósito, desde luego, al plantear el tema en aquel
momento, era conseguir que Hitler ejerciera toda su presión sobre el mi-
nistro de Asuntos Exteriores del Japón, Matsuoka, durante su anunciada
visita a Berlín, a fin de asegurarse la pronta acción por parte de los japone-
ses. Pero el comandante en jefe de la marina de guerra estaba ya preocupa-
do por las dificultades de una colaboración con el Japón y por la seguridad
de que se prestaría muy poca atención a las mismas para poderlas superar
eficazmente. Insistió en especial el 18 de marzo en que el esfuerzo para es-
timular al Japón en su acción contra Singapur debía ser apoyado con la no-
ticia del previsto ataque contra Rusia. «El ministro de Asuntos Exteriores
del Japón — dijo —, ha expresado sus dudas con respecto al problema ru-
so... dudas relacionadas con la entrada del Japón en la guerra... y, por con-
siguiente, Matsuoka debería ser informado con respecto a nuestras in-
tenciones con Rusia» 195.
Durante la primera entrevista celebrada con Matsuoka el 29 de marzo, re-
sulta evidente que Ribben-trop, a pesar de las sugerencias de Raeder, ha-
bía recibido órdenes concretas de insinuar tan sólo la posibilidad de una
guerra ruso-germana. El que insinuara esta posibilidad se debió a que se

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Hitler no se equivoco

habían iniciado ya negociaciones ruso-japonesas para la conclusión de un


pacto entre los dos países. Ribbentrop se vio obligado, en consecuencia, a
comenzar por decir que «será preferible, en vista de la situación en un as-
pecto general, no llevar demasiado lejos las discusiones con los rusos», y,
luego, se vio en la necesidad de justificar esta afirmación. «No sabía el po-
sible rumbo que podían tomar los acontecimientos. Una cosa, sin embargo,
era cierta, que Alemania intervendría inmediatamente si Rusia atacaba al
Japón. Estaba dispuesto a dar todas las garantías necesarias a Matsuoka
de que el Japón podía lanzarse libremente a la acción en Singapur sin te-
ner posibles complicaciones con Rusia...» Luego, habló algo más claro. «La
mayor parte de la Wehrmacht — añadió—, se encuentra en las fronteras es-
te del Reich, completamente preparada para iniciar el ataque en cualquier
momento. En el caso de que Alemania se viera mezclada en un conflicto
con Rusia, la U.R.S.S. sería aniquilada en cuestión de muy pocos meses...
Deseaba que Matsuoka comprendiera el alcance de sus palabras en el sen-
tido de que un conflicto con Rusia cabía dentro de todas las posibilidades,
dadas las circunstancias políticas del momento... La situación era tal que
un conflicto, aunque no probable, debía ser considerado como posible.»
Ribbentrop tenía sumo interés, por su forma de expresarse, de achacar la
responsabilidad de una guerra ruso-germana a Rusia: estaba convencido,
le dijo a Matsuoka, «que Rusia hará todo lo posible por evitar los aconteci-
mientos que pudieran conducir a una guerra... pero era todavía inseguro si
Stalin estaba decidido o no a continuar su política francamente enemistosa
hacia Alemania...». Es igualmente evidente que seguía ateniéndose a las ór-
denes recibidas de ocultar, en lo posible, el hecho de que Hitler había deci-
dido ya atacar a Rusia.
Que ésta continuaba siendo la línea política de Hitler, se desprende de sus
observaciones del 20 de abril, cuando Raeder le preguntó por el resultado
de la visita de Matsuoka. «¿Cuál ha sido el resultado de la visita de Matsuo-
ka? ¿Qué impresión se ha obtenido con respecto al pacto ruso-japones?»
La respuesta de Hitler fue sumamente evasiva. Matsuoka había sido infor-
mado de que «Rusia no será atacada en tanto mantenga una actitud amis-
tosa de acuerdo con el pacto; en caso contrario, el Führer se reserva el de-
recho de proceder en consecuencia». Esta respuesta equivalía a rechazar
las proposiciones hechas por Raeder de. que el Japón debía ser informado
del previsto ataque contra Rusia. En cuanto a la última pregunta de Rae-
der, Hitler se contentó con decir que «el pacto ruso-japones se llevará a ca-
bo con el consentimiento de Alemania...; de esta forma el Japón se verá im-
pedido a lanzar cualquier acción contra Vladivostock, e inducido, por el

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Hitler no se equivoco

contrario, a fijar toda su atención en el objetivo Sin-


Hay que admitir que el Japón no tenía intención de atacar Singapur a no
ser que ello entrara dentro de sus propios planes e intenciones. Con res-
pecto a cuáles serían estos planes, el propio Gobierno japonés se hallaba
dividido : al mismo tiempo que Matsuoka se trasladaba a Berlín y a Moscú,
los comandantes de la marina de guerra y de las fuerzas
aéreas japonesas recibieron órdenes de preparar planes de operaciones
contra Pearl Harbour y las Filipinas, y Nomura fue enviado a Washington
para estudiar las posibilidades de un acuerdo con los Estados Unidos 196.
Es cierto también que, lo mismo que estaba perfectamente enterado del
riesgo de la entrada de los Estados Unidos en la guerra, el Gobierno japo-
nés, basándose en las conversaciones oídas en Berlín, consideraba como
muy posible una guerra ruso-alemana. Sus intenciones, según el agregado
militar alemán el 24 de mayo 197, eran atacar Manila y Singapur si los Esta-
dos Unidos entraban en la lucha «si una guerra ruso-alemana provoca la
intervención de los Estados Unidos», para llevar a cabo las operaciones an-
tes citadas y atacar posiblemente también Vladivostock y Blagowesquensk
198. A pesar de estas promesas, sin embargo, la presión alemana sobre el

Japón no influía para nada en los fríos cálculos de los japoneses, ni siquie-
ra antes del ataque alemán contra Rusia. El 22 de mayo de 1941, cuando
preguntó a Hitler por el estado de las relaciones con el Japón, fue informa-
do de que «sin duda, existían dificultades internas en el Japón».
En esta situación, incluso un esfuerzo especial alemán hubiese sido en va-
no; pero no cabe la menor duda de que tal esfuerzo hubiera merecido,
cuando menos, intentarse. Pero Hitler se aferraba a su clásica política de
conservar en secreto sus intenciones de atacar a Rusia y se limitó a añadir
el 22 de mayo que debe «ser continuada la política de buena amistad». Y
cuando, sin haber informado previamente a los japoneses, se inició la cam-
paña en el Este al mes siguiente, el resultado fue que se creó un evidente
malestar en las relaciones germano-japonesas. Mat-suoka fue desposeído
de su cargo de embajador por no haber conocido las intenciones de Hitler;
una mayoría dentro del Gobierno japonés se volvió contra sus recomenda-
ciones de que el Japón se uniera a Alemania, invocando el Artículo 5 del
Pacto Tripartito, que decía que el instrumento no era válido en contra de
Rusia; y se decidió continuar con los propios preparativos, de acuerdo con
los intereses nacionales, para lanzar una ofensiva contra los mares del Sur
de cuya intención Alemania tampoco debía ser informada 199.

187/277
Hitler no se equivoco

III La presion alemana ssobre Japon para un ataque sobre Ru-


sia
Las relaciones empeoraron posteriormente; primero, debido al hecho de
que los negociadores alemanes no se arrepintieron de su error; en segundo
lugar, debido a que, después del ataque contra Rusia, aumentaron y altera-
ron sus exigencias con una ignorancia total de los problemas estratégicos
con los cuales se enfrentaba el Japón. Después de haber dado el consenti-
miento a la firma del pacto ruso-japones, a fin de poder mantener secretas
sus propias intenciones, y haber presionado a los japoneses para lanzar un
ataque contra Singapur en lugar de Vladi-vostock, comenzaron, de pronto
a exigir que los japoneses lanzaran sus ataques en contra de esta última
ciudad en lugar de hacerlo contra Singapur.
Durante una entrevista celebrada con el embajador japonés el 9 de julio y
en un telegrama dirigido al embajador alemán en Tokio el 10 de julio, ex-
puso Ribbentrop los aspectos fundamentales de la nueva política. En el te-
legrama 200 insistía en que «el actual Gobierno japonés actuaría de forma
realmente inexcusable con respecto al futuro de su nación, si no hacía uso
de la única oportunidad que se le ofrecía de solucionar para siempre sus
problemas con Rusia, así como asegurarse también la expansión hacia el
sur y liquidar de una vez la eterna cuestión china. Puesto que Rusia... está
al borde del aniquilamiento. .. es incomprensible que el Japón no quiera
solventar la cuestión de Vladivostock y de la región de Si-beria tan pronto
haya terminado sus preparativos militares... Le ruego que haga uso de to-
dos los medios a su alcance para insistir en la entrada del Japón en la gue-
rra contra Rusia en una fecha lo antes posible , tal como he mencionado ya
en una nota dirigida a Matsuoka... El objetivo natural continúa siendo el
mismo, y es, que nosotros y los japoneses establezcamos contacto en el fe-
rrocarril transiberiano antes de la llegada del invierno. Después del
hundimiento de Rusia, la posición del Pacto de las Tres Potencias será tan
gigantesca que la cuestión del colapso de Inglaterra o la total destrucción
de las islas inglesas será sólo cuestión de tiempo. Una América totalmente
aislada del resto del mundo no podrá oponerse a que nos apoderemos de
las restantes posiciones del Imperio británico que tan importantes son pa-
ra los países signatarios del Pacto de las Tres Potencias...»
El embajador alemán contestó, el 13 de julio 201, que estaba haciendo «todo
lo que estaba al alcance de su mano para inducir al Japón a entrar lo antes
posible en la guerra contra Rusia...», y expresaba su esperanza de que «la
participación japonesa no se haría esperar».
Durante su charla con el embajador japonés 202, Ribbentrop expuso clara-

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Hitler no se equivoco

mente que éste era el deseo de Hitler; y añadió que el Führer sólo deseaba
el ataque japonés contra Rusia si creían disponer de fuerzas suficientes pa-
ra llevar a cabo la empresa: en ningún caso podía permitirse que las opera-
ciones japonesas contra Rusia se quedaran a medio camino. Lo que no apa-
rece tan claro es si Hitler, cuando ordenó su nueva política, reconoció que
el ataque japonés contra Rusia sólo podía realizarse a expensas de abando-
nar el tan encarecido plan de ataque japonés contra Singapur. Sin embar-
go, a pesar de que el telegrama de Ribbentrop del 10 de julio hacía refe-
rencia a la «expansión en dirección sur», así como también al «problema
ruso», el riesgo era implícito al dirigir la presión alemana hacia el nuevo
objetivo; y las propias observaciones de Hitler, varias semanas más tarde,
revelan que estaba dispuesto a correr el riesgo. El 22 de agosto, cuando
Raeder le preguntó por su opinión con respecto a la actitud del Japón, rep-
licó que «estaba convencido de que el Japón llevará a cabo un ataque con-
tra Vladivostock tan pronto haya concentrado las fuerzas necesarias para
conseguirlo». Prescindiendo del hecho de que parecía darse por satisfecho
con la nueva situación creada, en ningún momento mencionó el nombre de
Singapur; a pesar de que añadió que suponía que «el Japón se asegurara al
mismo tiempo posiciones en la Indochina».

IV El ataque contra Pearl Harbor


Si el Gobierno alemán dio muestras de preferir, ante las nuevas circunstan-
cias creadas, un ataque contra Rusia a un ataque contra Singapur, fracasó
en demostrarlo de un modo suficientemente claro al incitar con tanta ur-
gencia a realizar los dos. De hecho, parece como si no hubiesen sabido cuál
de los dos ataques era preferible para ellos y, finalmente, se decidieron por
un ataque contra Pearl Harbour.
La creencia de que el Japón se volvería contra Rusia, a pesar de que ésta
era la opinión expresada por el embajador alemán en Tokio, fue simple su-
posición y demostró ser errónea. Desde el ataque alemán contra Rusia, del
cual no fueron informados de antemano, los japoneses habían seguido sus
propias directrices manteniendo en secreto frente a Alemania sus intencio-
nes para el futuro. El 30 de noviembre, es cierto, instruyeron a sus embaja-
dores para informar a los demás Gobiernos del Eje de que las negociacio-
nes con los Estados Unidos habían llegado a un punto muerto, que la gue-
rra podía estallar de pronto entre el Japón y las potencias anglo-sajo-nas y
esta posibilidad «puede presentarse mucho má< pronto de lo que nadie
cree» 203. Las fuerzas japonesas habían abandonado ya, entre el 16 y 18 de
noviembre 204, la base naval de Kure en dirección a Pearl Harbour, y tal ad-

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vertencia era necesaria si que rían obtener la certeza de que Alemania e Ita-
lia declararían la guerra a los Estados Unidos en el caso de que el Japón se
decidiera a dar este paso. La advertencia, sin embargo, se expresaba en tér-
minos sumamente vagos y el Gobierno japonés se mostró igual-
mente reservado sobre, sus verdaderas intenciones. El embajador japonés
en Berlín informó a Ribbentrop el 28 de noviembre de que no «estaba al
corriente de las intenciones exactas del Japón» 205; no estaba informado de
las intenciones de su Gobierno o había recibido órdenes de no revelarlas.
No fue hasta el 6 de diciembre que fue informado que, el Japón no tenía in-
tención de lanzar ningún ataque contra Rusia 206. El embajador alemán en
Tokio tampoco pudo enterarse de cuáles eran las intenciones exactas del
Japón. El 30 de noviembre 207, el embajador informó a Berlín de que el mi-
nistro de Asuntos Exteriores japonés temía un rompimiento con los Esta-
dos Unidos y que el Gobierno japonés estaba tomando todas las medidas
necesarias para esta eventualidad; pero añadió que «por el momento, no
sabía nada concreto». El 3 de diciembre el agregado naval alemán 208 sos-
pechó una «rápida acción militar en dirección sur, dentro de un plazo de
tiempo muy corto, por las fuerzas armadas japonesas», y el 6 de diciembre
añadió que la guerra entre el Japón y los Estados Unidos era inevitable. Pe-
ro añadió igualmente en este informe, el día del ataque contra Pearl Har-
bour, que los japoneses no divulgarían la hora Cero. Suponía sólo que esta
acción militar tendría lugar en el plazo de unas tres semanas y que la ofen-
siva en dirección sur consistiría en ataques simultáneos contra Siam, las
Filipinas y Borneo.
Basándonos en todas estas evidencias, no hay razón alguna para dudar de
las declaraciones hechas ante el Tribunal Militar de Nurenberg 209 al efecto
de que el ataque contra Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941 fue una
sorpresa, tan completa como desagradable, para el Gobierno alemán. Cia-
no confirma en su «Diario», el 4 de diciembre de 1941, que la sorpresa fue
desagradable en extremo. «La reacción de Berlín — escribió—, a la deman-
da japonesa (la promesa de declarar la guerra a los Estados Unidos si era
necesario) es extremadamente reservada. Tal vez acepten, porque no les
queda otra solución, pero la idea de provocar la intervención de América
gusta cada vez menos a los alemanes...»
Hitler aceptó la demanda japonesa después del ataque contra Pearl Har-
bour. El 11 de diciembre declaró la guerra a los Estados Unidos y el 14 del
mismo mes felicitó oficialmente al embajador japonés. Lo hizo como al-
guien a quien el método, por lo menos, del ataque contra Pearl Harbour
merecía su plena aprobación. «Han dado ustedes la exacta declaración de

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Hitler no se equivoco

guerra. Éste es el único método posible; concuerda con los nuestros. Nego-
ciar todo el tiempo que sea posible; pero cuando se descubre que el otro es-
tá dispuesto a humillarnos, golpear lo más fuerte posible en declaraciones
de guerra” 210
Pero su propia conducta desmiente sus palabra y confirma el juicio de Cia-
no; así como también su conducta en el Atlántico durante el año 1942, tan-
to con respecto a la ofensiva japonesa como a la guerra en su conjunto, de-
muestra que lamentaba vivamente la acción japonesa y consideraba la ac-
ción de Pearl Harbour como un verdadero desastre.

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Capitulo X

1942

I La actitud defensiva de Hitler con respecto a la guerra


El ataque contra Pearl Harbour fue un ejemplo por demás característico de
la desunión entre las potencias del Eje; fue igualmente el resultado de la
falta de voluntad de Hitler de cooperar con los demás, de la facilidad con
que aceptaba los riesgos y de la persecución de ambiciones confusas y
divididas. Sin embargo, si se le antojó un acontecimiento desastroso, fue
principalmente debido a que había fracasado igualmente en su intento de
derrotar a Rusia «en una rápida campaña». Por esta razón, su actitud ha-
cia la guerra, por no decir sus planes estratégicos, fue fundamentalmente
defensiva, si no defec-tista, antes que tuviera lugar el ataque contra Pearl
Harbour. Y esta remarcable operación, que se sucedió poco después del de-
sengaño sufrido en Rusia, se le antojó como otro revés. Las posibles conse-
cuencias de una entrada de América en la guerra superaban en mucho la
cooperación que le ofrecía el Japón como compañero de armas.
Esto aparece muy claro por el hecho de que Raeder adoptó el punto de vis-
ta contrario. Sorprendido por el ataque japonés y temeroso con respecto al
potencial militar de los Estados Unidos, consideraba todavía que la entra-
da del Japón en la guerra resultaría altamente favorable. En diversos fren-
tes podía ofrecer nuevas posibilidades. Las intenciones del futuro, después
de este intento acompañado por el éxito de destruir la flota naval de los Es-
tados Unidos, eran dirigirse hacia el sudeste de Asia contra las posiciones
británicas y holandesas, y amenazar el control británico del Océano In-
dico. Esta acción acarrearía graves perjuicios a los ingleses en el Mediano
Oriente y ayudaría a Alemania en un ataque final contra la posición clave
del canal de Suez. En el Atlántico, debido a que los americanos traslada-
rían sus barcos mercantes y sus fuerzas de escolta al Pacífico, «la situación
con respecto a la guerra de superficie con navios pesados y cruceros auxi-
liares cambiaría seguramente en nuestro favor», en tanto que los submari-
nos podrían ser enviados a ejercer una actividad más efectiva en las costas
este de América. En los demás frentes, según el punto de vista de Raeder,
serviría la entrada del Japón en la guerra para proporcionar una mayor li-
bertad de acción a las tropas alemanas. «El peligro de operaciones de gran
envergadura contra las costas occidentales de
Francia — declaró el 12 de diciembre de 1941 —, disminuirá por el presen-
te... y este alivio lo aceptamos muy agradecidos.» En su opinión, también

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Hitler no se equivoco

dejaba de ser inminente una acción anglo-americana contra Dakar, las


Azores, Cabo Verde y el África occidental, peligros que le habían tenido
muy preocupado durante los últimos tiempos. «Durante los próximos me-
ses, los Estados Unidos tendrán que concentrar todos sus recursos en el
Pacífico; la Gran Bretaña no se atreverá a correr ningún riesgo por su pro-
pia cuenta...; no es probable que puedan disponer de los transportes nece-
sarios para destinarlos a estas empresas.»
Mientras las operaciones japonesas continuaron siendo victoriosas, Raeder
se aferró a estos argumentos; sin embargo, a partir del mes de abril del año
1942, no podían ser ya sustentados. Los ataques aéreos japoneses contra
Ceilán, a fines del mes de marzo, fueron el último golpe que asestaron en el
Océano Indico; la amenaza japonesa en esta zona jamás llegó a ser real.
Tanto aquí como en el Pacífico, la expansión japonesa alcanzó su máxima
extensión a los pocos meses de haber lanzado el ataque contra Pearl Har-
bour. Tan pronto la flota naval de los Estados Unidos recobró sus fuerzas,
los japoneses se vieron en la necesidad de limitar la dispersión de sus fuer-
zas en dirección oeste; entre tanto, en el Pacífico, el poder naval americano
se recuperaba y podía detener a tiempo el avance japonés y salvar Hawai,
Nueva Zelanda y Australia, gracias a sus victorias navales en el mar del Co-
ral y en las islas Midway durante los meses de mayo y junio.
Incluso durante estos meses de ininterrumpidos éxitos japoneses, los ar-
gumentos de Raeder no llevaron a ningún éxito positivo. El momento y el
tiempo de alivio que Raeder estaba seguro seguiría a la entrada del Japón
en la guerra, y que, de todas formas, sólo podían ser de corta duración, no
lograron calmar las ansiedades de Hitler; las oportunidades que se ofre-
cían, muy vagas en todo caso, jamás lograron impresionarle. Es cierto que
los submarinos fueron enviados a ejercer servicios de patrulla frente a las
costas americanas, donde inmediatamente alcan-'zarort grandes éxitos. Pe-
ro los submarinos, que habían estado ya prestando valiosos servicios jhas-
ta aquella fecha, se enfrentaban con dificultades casi insuperables en sus
antiguas zonas de actividades. En todos los demás aspectos, los primeros
meses del año 1942, lo mismo que los restantes del año, fueron un período
obscuro y lleno de indecisiones durante los cuales Hitler, embarcado en su
aventura en Rusia, se sentía cada vez más preocupado por el oeste de Eu-
ropa, continúa sin adoptar ninguna decisión con respecto al Mediterráneo
y se sintió más impotente que nunca para coordinar la defensa del África
occidental.

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II La anulacion del plan para la invasion de Inglaterra


La suspensión definitiva de la operación «Sea Lion», la primera decisión
seria del año, fue menos importante por sí misma que como indicación del
estado de ánimo en que había caído ya Hitler, y un anticipo de lo que iba a
venir.
En realidad, debido al fracaso en alcanzar una rápida victoria en el Este, ja-
más se volvió a pensar en la posibilidad de invadir Inglaterra, a partir del
otoño del año 1940. Cuando tomó la decisión con respecto a Rusia, Hitler
se sintió animado a ello con k esperanza de que la Gran Bretaña se rendiría
auna vez eliminado su último aliado en el continente»; esta esperanza valía
mucho más para él que examinar las condiciones en las cuales la operación
«Sea Lion» podría volver a ser objeto de estudio. Se percató plenamente
del hecho de que, aun en el caso de que Rusia fuera aniquilada rápidamen-
te, transcurriría por lo menos un año durante el cual Inglaterra dispondría
del tiempo suficiente para reforzar sus defensas y, por esta causa, hacer
que la ejecución del plan de invasión fuese menos tentador de lo que lo ha-
bía sido en el mes de septiembre del año 1940. Sin embargo, la operación
«Sea Lion» continuó siendo objeto de estudio; fue abandonada sólo de un
modo temporal y aún a desgana durante el curso del año 1941; y su anula-
ción definitiva fue ordenada sólo después de la entrada en la guerra de los
Estados Unidos y el Japón.
La primera fase de este paulatino abandono de la operación tuvo lugar, co-
mo ya hemos indicado anteriormente, el 3 de diciembre de 1940, cuando
los jefes de producción de guerra fueron informados de que sólo los prepa-
rativos con respecto a «Sea Lion» debían ser llevados a término» 211. Pero
esta decisión tardó mucho tiempo en mostrar sus consecuencias. El 27 de
diciembre de 1940, inmediatamente después de haber tomado Hitler la de-
cisión de atacar a Rusia, Raeder protestó de que se continuaran los prepa-
rativos para la operación «Sea Lion»... la construcción de navios dedicados
especialmente a las fuerzas de desembarco... que exigían mano de obra y
material que podían ser ahorrados; y, en especial, retrasaban el programa
de construcción de submarinos. Se le concedió el permiso para «tomar
medidas a fin de aliviar la situación, pero sin dejar por ello de recordar que
el Führer creía que la operación podría ser lanzada con toda probabilidad
en el verano del año 1941». Hitler se mostró mucho más dubitativo con res-
pecto a las perspectivas de esta operación el 8 de enero de 1941. «La inva-
sión de la Gran Bretaña — declaró —, no es posible hasta que no se haya re-
ducido su potencial militar en una proporción considerable...; el éxito de
la invasión debe ser garantizado; en caso contrario, el Führer considera

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Hitler no se equivoco

que sería un crimen intentarla.» Por consiguiente, autorizó un futuro retra-


so en los preparativos. El 20 de enero de 1941, comunicó a los italianos
que, con respecto a la operación «Sea Lion», nos encontramos en la misma
situación que el hombre que sólo dispone de una carga en su fusil; si falla,
se encontrará en una situación mucho peor que antes. El desembarco sólo
puede ser intentado en una sola ocasión; si fracasa, la Gran Bretaña ya no
tendrá motivos de preocupación y podrá emplear el grueso de sus fuerzas
donde mejor se le antoje. En tanto n se lleve a cabo el intento, la Gran Bre-
taña sienrpre tendrá que contar con la posibilidad de que un día u otro nos
decidamos por la misma» 212. El 3 de febrero siguiente, durante la confe-
rencia con sus comandantes en jefe, se admitió, en definitiva, que la opera-
ción «Sea Lion» era totalmente impracticable 213.
Raeder estaba seguro, por aquella fecha, de que la invasión de Inglaterra
jamás sería ordenada, excepto, como dijo el 18 de marzo de 1941, «en un
caso de desesperación». «Nadie duda hoy en día — añadió —, que resulta-
ría un fracaso, fuesen cuales fuesen las circunstancias; y la repercusión de
una catástrofe de tal envergadura, provocaría, con toda seguridad, el desfa-
llecimiento en el espíritu de lucha, en el interior de Alemania.» Pero ésta
no era en modo alguno la posición que había adoptado Hitler. Es cierto
que una de las razones de sus continuas negativas a renunciar a la opera-
ción «Sea Lion» era servirse de la misma para ocultar sus verdaderas
intenciones con respecto a Rusia. «Es necesario — anunció en una confe-
rencia celebrada el 4 de febrero —, servirnos de esta operación para enga-
ñar al enemigo y, por consiguiente, no podemos cesar en los prepa-
rativos»; y tenía especial interés en que esta impresión perdurara hasta la
primavera. Pero sus observaciones por la misma época, sugieren que, cuan-
to más insistía en que la operación «Sea Lion» no podía llevarse a efecto,
lo hacía con el fin de justificar en todo lo posible la decisión que había to-
mado de atacar a Rusia y que, en realidad, no podía hacerse a la idea de te-
ner que renunciar para siempre a la puesta en práctica de la operación
«Sea Lion». De todas formas, en un discurso dirigido a los italianos el 20
de enero 214, comenzó sus observaciones con respecto a «Sea Lion» con la
observación de que «el ataque contra las islas británicas es nuestro último
objetivo» ; y, a pesar de que esta afirmación carecía de valor teniendo en
cuenta el auditorio al cual se dirigía, lo cierto es que cuando comenzó el
ataque contra Rusia y se puso punto final al argumento, y «Sea Lion» sólo
debía seguir existiendo para servir de engaño al enemigo, continuó encon-
trando excusas para ordenar que se continuaran los preparativos para la
misma.

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Hitler no se equivoco

Cuando Raeder le preguntó el 25 de julio «de si la operación en cuestión


iba a continuar para servir sólo de camuflaje, o se pensaba realmente lle-
varla a cabo, «admitió que no podía pensarse en lanzar dicha operación an-
tes de la primavera del año 1942; pero manifestó, al mismo tiempo, que no
podía responder de un modo definitivo a la pregunta que lf había dirigido
Raeder. «Es posible que la Gran Bretaña acabe por ceder cuando compren-
da que no tiene posibilidades de ganar la guerra»; entonces la amenaza de
«Sea Lion» fuese tal vez necesaria para acabar de convencer a Inglaterra.
El 22 de agosto de 1941, encontró otra razón mucho más plausible para no
verse obligado a renunciar de un modo definitivo a dicho plan. Raeder pre-
sentó otro memorándum proponiendo nuevas reducciones en los pre-
parativos que se realizaban en relación con la operación «Sea Lion i). En
su respuesta a Raeder expresó su deseo de que deseaba aplazar el tomar
una decisión definitiva ya que era su intención «que la amenaza contra la
Gran Bretaña continuase subsistiendo y, de esta forma obligar a tener dis-
persas el mayor número posible de fuerzas inglesas».
La operación «Sea Lion» no fue discutida nuevamente hasta el 13 de febre-
ro de 1942, dos meses después del ataque a Pearl Harbour. En esta fecha,
Raeder pidió una decisión sobre la extensión de «el número de personal y
material destinado a la operación «Sea Lion», que son todavía muy
considerables, que deben ser conservados». Propuso que, ya
que no podía ser llevada a cabo en 1942, la operación fuera anulada desde
el punto de vista militar. Hitler asintió a esta propuesta sin ningún argu-
mento, hecho que puede considerarse importante en contraste con su obs-
tinación de no abandonar la operación en 1941.

III Los temores de Hitler de una invasion a Noruega


La desaparición en el Oeste de todas las posibilidades ofensivas de 1940, y
la aceptación final de Hitler del hecho, después de grandes vacilaciones,
fue acompañada por una creciente anticipación del peligro en esta zona.
Esta gradual aceptación del cambio experimentado en la situación, culmi-
nando, finalmente, en la anulación de la operación «Sea Lion», fue comple-
tada, en el otro extremo de la balanza cuando la entrada de América en la
guerra llevó a Hitler a experimentar graves inquietudes, a pesar de su ante-
rior confianza, por la posición alemana en la Europa occidental.
Siguiendo de cerca al fracaso en derrotar a Rusia antes del invierno de
1941, la entrada de América en la guerra tuvo el efecto de hacerle menos
confiado que Raeder acerca de la amenaza sobre la amplia extensión de
costa ocupada por Alemania desde el Cabo Norte hasta la frontera franco-

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Hitler no se equivoco

española y, más allá todavía, sobre el África occidental francesa. El 12 de


diciembre de 1941, cinco días después del ataque a
Pearl Harbour, y a pesar de las seguridades dadas por Raeder de lo contra-
rio, Hitler expresó su opinión de que «los Estados Unidos y la Gran Breta-
ña abandonarían el Asia oriental durante un tiempo con obieto de aniqui-
lar primero a Italia y Alemania». Opinó también que «el enemigo dará pa-
sos en un próximo futuro para ocupar las Azores, las islas del Cabo Verde,
tal vez incluso Dakar, con obieto de recuperar el prestíeio perdido por las
derrotas navales en el Pacífico». No «deseaba retrasar el refuerzo de las
fortificaciones en la parte, occidental de Francia».
En consecuencia, como podrá verse, su ansiedad por el África occidental y
las islas del Atlántico fue reprimida hasta junio de 1942; y su ansiedad por
la Francia occidental fue menos aguda durante algún tiempo. El 22 de ene-
ro de 1942 era «de la misma opinión que el Alto Mando Naval en lo que ha-
cía referencia a la improbabilidad de un desembarco en la Francia occiden-
tal»; y, en febrero, no pudo resistir la tentación de publicar las normas
núm. 40, trazando la organización que debía adoptarse por las tres armas
en el caso de una invasión en la Europa occidental, ni siquiera la incursión
de St. Nazaire, el 28 de marzo de 1942, pudo alterar su opinión a este res-
pecto. Esta operación, según informó Raeder el 13 de abril, que «carece-
mos de medios para rechazar un desembarco enemigo»; pero Hitler y el Al-
fo Mando Naval temían, por el momento cuando menos, solamente la re-
petición de estas incursiones, y no un desembarco de mayor importancia; y
Hitler se contentó con pedir que «cuando menos las bases más importan-
tes fueran tan bien protegidas que se hicieran imposibles los desembarcos
con éxito».
Sin embargo, ninguna ventaja se dedujo de esta incrementada confianza
concerniente a la Francia occidental y de la desaparición de todo temor por
el África occidental. El temor de Hitler por el África francesa no estuvo
nunca lejos de su mente: su renovada confianza por la Francia occidental
fue solamente pasajera, y, en septiembre de 1942, ordenó levantar «una
amplia red de fortificaciones en dicha zona 215. Más importante todavía,
ninguno de estos hechos era una indicación de que su inmediata ansiedad
por el Oeste tuviera, en realidad, menor alcance; era que realmente su
preocupación por el occidente había empezado a expresarse en un extraor-
dinario temor por la seguridad de Noruega.
Con fecha 18 de marzo de 1941, había ordenado ya reforzar la artillería cos-
tera en Noruega, transferir algunas unidades aéreas adicionales a dicha zo-
na y organizar un dispositivo especial para la defensa de Narvik. El mismo

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Hitler no se equivoco

día decidió mandar al Tirpiz a Trondheim antes de que hubiera sido termi-
nado. El 19 de julio de 1941 anunció que «en el Norte y en el Oeste las tres
armas de las Fuerzas Armadas debían tener en cuenta posibles ataques in-
gleses contra las islas del Canal y la costa de Noruega». Las medidas orde-
nadas en marzo, sin embargo, fueron una reacción directa de la incursión
británica contra las islas Lofoten del 4 de marzo; el anuncio de julio fue
simplemente una precaución ordinaria relacionada con el ataque a Rusia.
No fue hasta otoño de 1941 que Hitler empezó a sentir serias preocupacio-
nes por Noruega; pero entonces fueron tan graves cuanto más inexplica-
bles.
El 17 de septiembre sugirió que el crucero de batalla Schranhorst y el Gnei-
senau, entonces en Brest, debían trasladarse a Noruega «con objeto de
defender la zona norte». A Raeder le disgustó esta decisión; el 13 de no-
viembre, al asentir que el Tirpiz no fuera mandado al Atlántico «debido a
ser más necesaria su presencia en la zona norte», propuso que el acoraza-
do de bolsillo Admiral Scheer y los cruceros de batalla anclados en Brest
fueran mandados al Atlántico para destruir mercantes enemigos. Hitler se
negó a esta demanda. En su lugar, ordenó a Raeder que intentara el cruce
del Canal por los cruceros; pensó que convendría asimismo mandar el
Scheer a Noruega. La razón de esta actitud era su creencia de que «el pun-
to vital en la actualidad es el mar de Noruega».
Si ésta era su opinión antes de la entrada de los americanos en la guerra,
su temor por Noruega se convirtió en una obsesión cuando dicho desem-
barco tuvo lugar. Sin otra justificación, al parecer, que la anterior incursión
en las Lofoten, estaba convencido de que Noruega sería atacada en un futu-
ro próximo. El 29 de diciembre de 1941 estaba seguro de que «si los ingle-
ses hacen las cosas como son debidas, atacarán Noruega del Norte en dis-
tintos puntos»; estaba seguro de que «mediante un ataque general con su
flota y tropas de desembarco intentarán arrojarnos de allí, tomar Narvik si
es posible, y ejercer con ello presión sobre Suecia y Finlandia». «Esto —
añadía—, puede ser decisivo para la guerra. La flota alemana, en conse-
cuencia, debe valerse de todas sus fuerzas para la defensa de Noruega. Se-
ría conveniente transferir todos los buaues.de guerra y acorazados de bol-
sillo allí con este fin.» El 12 de enero de 1943 estaba más que seguro de que
«tendrá lugar una ofensiva en gran escala sobre Noruega por parte de los
ingleses y rusos conjuntamente)); el 22 de enero su ansiedad era ya tan
grande que loeró hacerle aparecer histérico. Estaba «completamente con-
vencido de aue Inglaterra y los Estados Unidos tratarían de influir sobre el
curso de la guerra atacando la Noruega del Norte» ; «profundamente

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Hitler no se equivoco

preocupado por las graves consecuencias que el desfavorable curso de los


acontecimientos en esta zona podría tener». Aseguraba «que Noruega es la
zona decisiva en esta guerra». Quería exponer las intenciones de Inglaterra
y los Estados Unidos, así como Suecia, en la prensa mundial. Exigía la
«rendición incondicional a todos sus comandos y deseaba la defensa de es-
ta zona».
Ordenó que fuera reforzado el personal de la Wehrmacht y el material dis-
ponible «un mayor número de las piezas más pesadas de artillería debían
ser instaladas en Noruega». Goering recibió instrucciones para aumentar
las fuerzas aéreas a pesar de su advertencia de que la aviación era escasa y
que los campos de aviación noruegos de que disponían eran muy pocos.
«El Führer pide que todos los buques disponibles sean utilizados en No-
ruega: cruceros, acorazados de bolsillo, cruceros pesados, fuerzas navales
ligeras y lanchas rápidas.» Repitió su demanda de submarinos en esta zo-
na. Con objeto de disponer de ellas lo antes posible en Noruega, insistió en
que el Gneisenau y el Schranhorst, que se encontraban en Brest desde
marzo de 1941, y el crucero Eugen, también en Brest desde junio de 1941,
debían intentar atravesar el canal de la Mancha, a pesar de que Rae-der, el
12 de enero, se había negado a «tomar la iniciativa sobre esta operación de
ruptura». Decidió que el Tirpiz, cuyo desplazamiento a Noruega había sido
intentado hacía tiempo, pero a menudo pospuesto, debía trasladarse inme-
diatamente a Trondheim; que el Scheer debía seguirle; que todos los otros
buques pesados debían trasladarse a Noruega lo antes posible. La marina
estaba instruida para «hacer todo lo que estuviera en su mano para con-
denar al fracaso la ofensiva inglesa..., con prioridad a todo otro teatro de
guerra, exceptuando el Mediterráneo».
Si fuera necesario, incluso el Mediterráneo debía ser sacrificado a este nue-
vo peligro; su decisión final el 22 de enero fue que. estaba decidido a nom-
brar a Kesselring, entonces al mando de las fuerzas del Mediterráneo, co-
mandante en jefe de la Wehrmachí en Noruega cuando se materializara la
amenaza.
Durante el resto del año, a pesar de las graves dispersiones de fuerzas en
otros puntos, el temor que Hitler sentía por Noruega fue lo suficientemen-
te intenso para hacerle insistir en que toda la flota, aun cuando no fuera lo
bastante adecuada para ello, debía desplazarse a Noruega tan pronto como
pudiera disponerse de los buques, y que debían estacionarse en las bases
noruegas. Los tres buques procedentes de Brest realizaron su desplaza-
miento a Alemania el 11 y 12 de febrero. El Eugen se trasladó a Noruega a
finales de dicho mes, pero fue torpedeado y averiado en ruta. El crucero

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Hitler no se equivoco

Hipper siguió en marzo; los acorazados de bolsillo Scheer y Lut-zow en


mayo; los cruceros Koeln y Nurenberg en noviembre, y el Schranhorst en
enero de 1943, cuando el Eugen ya reparado volviera asimismo a Noruega.
El 26 de agosto de 1942, cuando Raeder propuso que el Scheer debía ope-
rar en el Atlántico en el invierno próximo, se negó a dar su autorización pa-
ra ello, alegando «que deseaba disponer de todas las unidades de gran to-
nelaje para las operaciones en el Norte mientras la situación no cambiase,
así desanimarían a los enemigos en sus intentos de desembarco, pues la
costa no estaba bastante fortificada». Y sus temores por esta zona no desa-
parecieron ni siquiera al desembarcar los aliados en África del Norte.
En 19 de noviembre de 1942, una semana después de estos desembarcos,
confesó que «todos los informes de que disponía le habían hecho temer
que el enemigo intentaría una invasión durante la «noche ártica», y que la
actitud de Suecia no podía garantizarse». El 22 de diciembre de 1942, con-
sideró que «el peligro de una posible invasión aliada en Noruega era mayor
en enero». Esto fue dicho el mismo día que había ordenado que las prime-
ras ocho baterías de artillería convenidas fueran mandadas a Noruega; no
habían sido mandadas antes debido al gran aumento de los ataques enemi-
gos sobre la costa alemana frente al Canal. En la misma reunión insistió en
que debería hacerse lo posible para reforzar las bases de submarinos en
Noruega en el más breve plazo.

IV La indecision de Hitler con respecto a Africa del Norte y Mal-


ta
Fue la segunda ofensiva inglesa en el desierto oriental, a continuación del
fracaso en derrotar a Rusia a finales de 1941, Jo que destruyó el interés
sentido por Hitler en el Mediterráneo. A principios de 1941 podía contem-
plar con confianza la pérdida del África del Norte: «la situación en Europa
no puede desarrollarse de manera desfavorable para Alemania, aun cuan-
do se perdiera la totalidad del África del Norte». En agosto de 1941 había
comprendido que «la rendición de África del Norte sería una gran pérdida
para nosotros y para los italianos». En la segunda mitad de este año se sen-
tía impulsado a tomar medidas desesperabas, por lo inadecuadas, para de-
fenderla. Finalmente, la segunda ofensiva del desierto oriental, aumentada
a la seguridad de que Rusia no sería derrotada en este año, forzó su mano,
obligándole a conceder, por primera vez, una mayor importancia a las ope-
raciones en el Mediterráneo.
Sin embargo, siguió considerándolas como operaciones defensivas. Incluso
cuando Rommel detuvo su retirada en los dos últimos meses, el. 21 de ene-

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Hitler no se equivoco

ro de 1942, mediante contraataques, reveló la debilidad de la posición bri-


tánica en esta zona, la actitud de Hitler en el Mediterráneo siguió siendo
tan defensiva como lo había sido hasta entonces. En ocho días el «Afrika
Korps» se encontraba de nuevo en Bengasi; su avance prosiguió hasta To-
bruk; y éste fue un golpe de fortuna para Alemania, que, coincidiendo con
el avance japonés en el sudeste de Asia, cambió, por lo menos le pareció a
Raeder, una vez más todo el problema de la estrategia alemana en el Medi-
terráneo. Para Hitler, por otra parte, los éxitos de Rommel coincidían con
su desesperada preocupación por el Oeste, particularmente en Noruega.
Raeder podía argüir que esta oportunidad, despreciada anteriormente, se
presentaba por segunda vez; Hitler tenía nuevas razones para pensar que,
una vez más, no debía ser aprovechada.
Raeder no perdió el tiempo sobre este particular. El 13 de febrero destacó
que ni un solo buque pesado inglés en el Mediterráneo estaba en condicio-
nes de navegar 216; que el Eje, dominaba el Mediterráneo central tanto en
el aire como en el mar»; que «la situación en el Mediterráneo es decisiva-
mente favorable en estos momentos». Existían enormes posibilidades, jun-
tamente con el avance japonés, si Alemania podía lanzar un ataque contra
Egipto y Suez lo más rápidamente posible.
Rangoon, Singapur y probablemente Port Darwin estarían en manos japo-
nesas dentro de pocas semanas... «El Japón proyecta apoderarse de la po-
sición clave de Ceilán... Los ingleses se verán obligados a recurrir a los con-
voyes fuertemente escoltados si quieren mantener las comunicaciones con
la India y el Oriente Medio... Las posiciones de Suez y Basora son los pila-
res occidentales de la posición inglesa en el Océano Indico. Si estas
posiciones se derrumbaran bajo el peso de la presión concentrada del Eje,
las consecuencias para el Imperio británico serían desastrosas... Los japo-
neses, por su parte, están haciendo verdaderos esfuerzos para establecer
contacto con Alemania por aire y por mar...»
Lo menos que Alemania podía hacer por su parte era comprender que «un
ataque ítalo-alemán contra la posición clave de Suez sería de la mayor
importancia estratégica». Un mes más tarde, el 12 de marzo, insistió en
que «El asalto contra el canal de Suez, si era posible, debía ser realizado es-
te año. La favorable situación en el Mediterráneo, tan notable en la actuali-
dad, no se presentaría con seguridad nunca más... El problema del tonelaje
necesario podía ser resuelto... El Alto Mando Naval estima conveniente
que el Fhürer disponga los preparativos para una ofensiva contra Suez.»
El mismo día insistió de nuevo sobre el problema de Malta. No había sido
discutido desde marzo de 1941. Desde entonces había sido pospuesto como

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Hitler no se equivoco

un proyecto del mando italiano, y Mussolíni proyectaba la ocupación de la


isla y mantenía a Hitler informado del desarrollo del proyecto. Raeder in-
sistió ahora en que el interés germano por dicho plan debía ser reanimado.
«Debe aprovecharse la actual situación de las defensas, grandemente debi-
litadas por los ataques aéreos alemanes.» La Luftwaffe y la Wehr-macht
debían apoyar plenamente a los italianos para asegurar la rápida ocupa-
ción de la isla.
En opinión de Raeder, Alemania debía ayudar asimismo al avance de los
japoneses por el océano Indico presionando a Francia acerca de Madagas-
car. «Los japoneses — añadió el 12 de marzo—, se han dado cuenta de la
gran importancia estratégica de Madagascar... Se proponen establecer ba-
ses en ella así como también en Ceilán, con objeto de poder dominar el trá-
fico en el océano Indico y en el mar Rojo.» Pero Madagascar era francés,
Francia era considerada un satélite de Alemania, y era, por consiguiente,
misión de Alemania tratar de influir favorablemente a la opinión francesa
sobre este particular.
La primera reacción de Hitler a todas estas sugerencias no fue muy favora-
ble. El 13 de febrero no hizo ningún comentario a la solicitud de Raeder. El
12 de marzo su única observación acerca de Madagascar fue que, en su opi-
nión, «Francia no daría su consentimiento». En esta ocasión, estaba dispu-
esto a «llevar a cabo una ofensiva contra Suez», pero solamente «si la avia-
ción podía quedar intacta en el Mediterráneo». Sin embargo, podía ser
transferida para atender a otros frentes; y existía la amenaza de Noruega,
así como las necesidades del frente ruso que ocupaban por entero su men-
te. «Si la aviación es necesaria en otro punto, la ofensiva no podrá ser lleva-
da a cabo». Por lo que se refiere a Malta, su ocupación «facilitaría grande-
mente la ofensiva contra Suez», y permitiría a la aviación alemana inter-
venir en ella; pero, aparte del hecho de que vacilaba sobre la ofensiva en
Suez, la operación de Malta estaba en manos de Mussolini, y Hitler «temía
que la operación, evidentemente proyectada para julio, debería ser pos-
puesta nuevamente». Prometió, sin embargo, discutir el punto de vista de
Raeder con Mussolini.
En las semanas siguientes los argumentos de Raeder en favor de la ocupa-
ción de Malta fueron apoyados por Kesselring, y por los mismos italianos,
hasta el punto de que Hitler dio su consentimiento a que los alemanes par-
ticiparan en este plan. A partir del primero de octubre se intensificaron los
ataques aéreos sobre la isla como acción preliminar de su captura; el 12 de
abril Kesselring informó que lo's italianos proyectaban lanzar su ofensiva
prmcipial a fines de mayo. Con los italianos por una vez al narecer determi-

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Hitler no se equivoco

nados, con Rommel bien situado en África del Norte, Hitler pareció estar
impresionado por fin con la posibilidad de una victoria en el Mediterráneo.
En una entrevista con Mussolini a fines de abril, convino en mandar dos
batallones de. paracaidistas y otros refuerzos para Rommel, y aprobó el au-
mento de las fuerzas alemanas dispuestas para el asalto a Malta. El repre-
sentante de la marina alemana en la entrevista estaba «satisfecho por el
creciente interés del Führer por esta importante zona de operaciones y por
la consiguiente intensificación del espíritu de lucha en este lugar. Todo es-
te asunto adquiría ahora una nueva importancia después de haber sido
considerada como secundaria, donde las victorias eran consideradas como
un don del Cielo, pero donde nadie se preocupaba por hacer nada».
Sin embargo, en la entrevista Hitler-Mussolini se tomó una decisión que
fue considerada por esta autoridad como «no del todo bien aceptada». Era
el aplazamiento de la operación de Malta desde fines de mayo a mediados
de julio: el plan concebido por Hitíer era que Rommel debía ocupar To-
bruk y completar la ocupación de Libia a principios de junio, y, a continua-
ción, el ataque a Malta a mediados de julio, y Rommel debía luego avanzar
hasta el delta del Nilo.
No tardaron en presentarse otras divergencias. Rommel se vio detenido an-
te Tobruk hasta la tercera semana de junio; Hitler cambió de opinión re-
ferente a la conquista de Malta. El 15 de junio explicó la razón de este súbi-
to cambio de frente. Reconociendo la importancia de la captura de Malta,
«no creía que ésta pueda realizarse mientras progrese la ofensiva en el Es-
te; durante este tiempo la aviación no puede prescindir de ningún avión de
transporte». De todas formas, no estimaba muy grandes las probabilidades
de éxito, «especialmente con tropas italianas».
Es obvio que estas dos consideraciones hubiese debido considerarlas Hi-
tler ya a finales de abril, cuando se manifestó de acuerdo en llevar a cabo la
operación; las necesidades de los otros frentes le hicieron resistirse a
aceptar los argumentos de Raeder el 12 de marzo; su desconfianza hacia
Italia era ahora profunda y permanente. Es cierto que expuso aún otra ra-
zón para este retraso en la operación, a saber, que, una vez hubiera caído
Tobruk, la mayor parte de los suministros del Eje al África del Norte parti-
rían de Creta, fuera del alcance de los ataques de Malta. Pero éste era un
argumento muy pobre, teniendo en cuenta que ni él mismo trató de negar
que la conquista de Malta sería del mayor valor estratégico. Algún otro fac-
tor tuvo que intervenir aquí — posiblemente el retraso en la conquista de
Tobruk — que le indujo a apartarse de la decisión que había tomado ante-
riormente. Fuera lo que fuera, era menos importante que el hecho de que

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Hitler no se equivoco

había aceptado la operación con disgusto y en contra de su particular opi-


nión. No le había gustado nunca la idea de operaciones de desembarco aé-
reo en el mar. Se había negado a discutir la conquista de Malta en el año
1941; la captura de Creta, para la cual superó esta repugnancia, reportó
graves pérdidas, lo cual vino a reforzar su primitiva opinión. La verdadera
razón del abandono del plan de Malta en 1942 es expresada, no en las razo-
nes en que basó su decisión, sino en otra observación hecha en 15 de junio.
«Una vez Malta haya sido abatida por los continuos ataques aéreos y el blo-
queo total, podremos arriesgar el ataque.»
Prefería esperar, para concentrar todas sus esperanzas en el Mediterráneo
— ahora que las tenía 217 — en el avance de Rommel por Egipto. Y la rapi-
dez de este avance después de la caída de Tobruk, alcanzando Bardía el 22
de junio, Sollum el 23, Marsa Matruk el 28 de junio, El Alamein el 30 de
junio; esto y la confianza de Rommel de que llegaría a Suez, no hicieron
más que reforzar la determinación de Hitler de aplazar la conquista de
Malta hasta que se hubiera completado la ocupación de Egipto. Pues, una
vez más, el canal de Suez parecía estar al alcance de la mano de Rommel;
parecía no solamente que el destino de Malta sino también el futuro del
Mediterráneo y el control del Oriente Medio quedaría decidido por el movi-
miento de sus tropas.
Kesselring deploró la decisión sobre Malta; Rae-der afirmó hoscamente el
26 de agosto que «la opinión del Alto Mando Naval referente a la impor-
tancia de la conquista de Malta seguía inalterable»; pero todas las protes-
tas fueron en vano 218. Este tema nunca más fue discutido seriamente; la
oportunidad no volvió ya a presentarse; Rommel, detenido frente a El Ala-
mein, vio cómo se le escapaban para siempre Egipto y el canal de Suez. El
asedio de Malta fue aliviado por la llegada de buques de suministro en
agosto; Malta jugó, una vez más, un importante papel en la preparación de
una ofensiva por parte del Octavo Ejército británico; y esta nueva ofensiva,
empezando con la batalla de El Alamein del 23 de octubre al 4 de noviem-
bre, fue la campaña final del desierto oriental. Fue concebida para coin-
cidir con los desembarcos en África del Norte, mediante los cuales, final-
mente, los aliados tomaron la ofensiva en la Segunda Guerra Mundial.

V El fracaso aleman en la batalla del Atlantico


En la batalla del Atlántico, como en el Lejano Oriente, la entrada de Améri-
ca en la guerra fue la causa de inmediatos reveses para los aliados, así co-
mo garantía de la eventual derrota alemana. Los submarinos se, dirigieron
inmediatamente a la costa oriental americana, a la cual llegaron a media-

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Hitler no se equivoco

dos de enero de 1942; los Estados Unidos no estaban preparados para este
ataque. No existía entonces ningún sistema de convoy para el enorme volu-
men de transportes marítimos en esta zona; ni fue tampoco introducido
eficazmente hasta el siguiente mes de julio. Los submarinos encontraron
aquí un terreno más fácil y provechoso que en el Atlántico oriental y cen-
tral, donde el sistema de convoyes y las medidas inglesas contra los subma-
rinos, en particular la aviación y el radar habían superado lenta pero pro-
gresivamente, sus dificultades, y limitado sus éxitos. No menos de 250 bu-
ques fueron hundidos a la vista de la costa oriental americana desde me-
diados de enero hasta fines de julio.
La oportunidad para hundir buques en esta proporción en la zona america-
na no fue la única ventaja de que gozaron los submarinos durante este año,
que vio alcanzar el punto álgido de sus triunfos. Las primeras construccio-
nes de submarinos después de más de dos años de guerra, durante cuyo
período, a pesar de los obstáculos, el rendimiento había aumentado lenta-
mente, empezaba a tener un efecto notable sobre el número de submarinos
disponibles. Comparado con el número sorprendentemente bajo de 15 en
abril de 1941, en abril de 1942 se encontraban 63 submarinos en alta mar,
aparte de los situados en el Mediterráneo. De éstos, 47 estaban en aguas
del Atlántico y 14 en el Ártico. En junio siguiente había 70 sólo en el Atlán-
tico, 92 en noviembre siguiente 219, cuando su número alcanzó finalmente
la cifra que Doenitz, al principio de la guerra, había estimado como el míni-
mo necesario para la victoria sobre la Gran Bretaña. Entre los submarinos
en actividad aumentaba el número del tipo más grande, de 750 toneladas,
con una autonomía mayor que los que Alemania había usado durante los
dos primeros años de la guerra. No pocos eran de 1.000 toneladas; y estos
dos tipos eran aptos para operar -en zonas muy distantes, en el Atlántico
Sur así como en las costas americanas, fuera del alcance de las defensas
aliadas. Excepto en la zona de los convoyes del Atlántico Norte, que estaba
relativamente inmune, todas las zonas al alcance de los submarinos, y no
solamente la costa americana, veían aumentar el número de buques hundi-
dos en proporción al mayor número y tamaño de los submarinos alemanes
en el mar. En todas las zonas, en los primeros siete mesas de 1942, fueron
hundidos por los submarinos más de dos millones y medio de toneladas,
incluidos 142 buques-cisterna; otros 108 buques fueron hundidos en agos-
to.
El mando de los submarinos sobreestimó, empero, sus triunfos, preten-
diendo haber hundido 308 buques, con 2.015.000 toneladas, incluidos 112
buques-tanque, desde mediados de enero hasta mediados de mayo; y, a la

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Hitler no se equivoco

vista de estas cifras y teniendo en cuenta la situación en los otros frentes,


Hitler empezó a cooperar en el plan de la construcción de nuevos submari-
nos. El 3 de enero informó al embajador japonés que su «tarea más impor-
tante es conseguir que la guerra submarina mantenga su actual impulso».
nEstamos luchando —añadió — por la existencia, y nuestra actitud no pue-
de ser gobernada por los sentimientos humanos»; y esta observación fue el
principio de su agitación por la política de atacar los bu'ques mercantes
con el único fin de destruir a sus tripulaciones 220.
Después de febrero de 1942, no hubo ya más quejas de Raeder de que se
demoraba la construcción de submarinos. El 13 de abril Hítler convino en
que «la victoria depende de destruir el mayor número posible de buques
enemigos;). El 14 de mayo, como prueba del nuevo interés de Hitler, Doe-
nitz;, almirante de la flota de inmersión, asistió por primera vez a las confe-
rencias Hítler-Raeder para discutir la campaña submarina 221. El 15 de ju-
nio, cuando Raeder solicitó órdenes específicas para que ningún obrero es-
pecializado en la construcción de submarinos o en su reparación pudiera
ser enrolado en las fuerzas armadas, Hitler ordenó inmediatamente al jefe
de Estado Mayor de la Wehrmacht que atendiera la demanda de Raeder,
teniendo en cuenta que «los submarinos decidirían finalmente el resultado
de la guerra». El 26 de agosto reconoció la «necesidad de una aviación lo
más potente posible para reforzar a los submarinos...», así como la razón
de la demanda de Raeder de que los ataques aéreos contra Inglaterra de-
bían concentrarse sobre los buques en los puertos o en los astilleros. El 28
de septiembre — sin precedentes hasta entonces — convocó una con-
ferencia especial porque «deseaba ser informado acerca de la actual situa-
ción de la guerra submarina; deseaba formarse una opinión referente a su
relación con las ulteriores exigencias de la guerra». Hitler se manifestó en
esta ocasión favorable a toda sugestión con tendencia a incrementar los es-
fuerzos en la batalla del Atlántico.
La situación había llegado hasta tal punto, sin embargo, que aumentó el
deseo de Hitler de obtener resultados concluy entes. Más de 300 submari-
nos fueron construidos en 1942; pero estas construcciones se apoyaron en
un punto mucho más vital que el número de su producción; o sea, se basa-
ron en mejorar la eficacia de. los mismos; que era, ahora, el único recurso
para derrotar a los aliados en el Atlántico. El 26 de agosto, por ejemplo, pu-
do reconocer la necesidad de disponer de una mejor aviación para apoyar a
los submarinos y atacar a los buques en los puertos ingleses. Pero no pudo
hacer ninguna «promesa concreta»; estaba ligado por la necesidad de
«vencer las fuertes defensas de los puertos enemigos» ; y a fines de sep-

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Hitler no se equivoco

tiembre, Doenitz afirmaba todavía «la necesidad de aviación para apoyar a


los submarinos en una proporción mucho mayor de lo que ha sido posible
hasta el momento».
Más importante aún que la falta de recursos es el hecho de que el objetivo
del mando submarino se había desplazado, de manera decisiva, desde el
momento en que los Estados Unidos entraron en la guerra. Su misión, has-
ta entonces, había sido «derrotar a Inglaterra en la guerra» para forzarla a
pedir la paz cortando sus importaciones; desde principios de 1942 sus obje-
tivos habían dejado de ser tan simples o ambiciosos. En 13 de abril declaró
Hitler, «la victoria depende de destruir la mayor cantidad posible del tone-
laje enemigo»; pero lo que quería decir era más bien, que la derrota podría
evitarse con ello. Pues, añadió, «todas las operaciones ofensivas del enemi-
go podrán ser con ello reducidas o incluso detenidas por entero». Un mes
más tarde, mientras asistía a la conferencia de Hitler celebrada el 14 de
mayo, Doenitz creyó necesario justificar la concentración de submarinos
en la costa oriental americana. Apenas si podía hablarse de vencer a Ingla-
terra; no se habían cortado las importaciones inglesas. Pero «los buques
americanos e ingleses están bajo un mando unificado...; debemos hundir
buques dondequiera que pueda hundirse un mayor número de ellos con
menos pérdidas para nosotros...; desde ef punto de vista del coste operati-
vo, nuestras operaciones submarinas en la zona americana están ple-
namente justificadas».
En aquel momento, es cierto, no parecía, imposible a Hitler y a sus conseje-
ros que Alemania podía alcanzar el equilibrio con su campaña submarina.
El 13 de febrero, Raeder calculó que la construcción total de buques alia-
dos en 1942 sería de 7.000.000 toneladas, y que los submarinos necesita-
ban hundir solamente 600.000 al mes para nivelar la balanza. El 13 de
abril, Hitler podía confiar en que «todas las operaciones ofensivas podrán
ser reducidas o incluso detenidas por completo». El 14 de mayo, Doenitz
concluyó su informe con estas palabras: «Yo no creo que la proporción en-
tre la construcción enemiga de buques y los hundidos por los submarinos
sea en modo alguno desesperanzados.» Se vio obligado a advertir a sus su-
periores que «uno de estos días la situación en la zona americana cambia-
rá; todo indica que los americanos hacen tremendos esfuerzos para evitar
que un gran número de sus buques sean hundidos». Pero podía confiar en
que, aun cuando la zona americana dejara de ser provechosa, bien podría
correrse el riesgo «teniendo en cuenta el gran número de submarinos de
que podría disponerse pronto» y debido a la introducción de nuevos dispo-
sitivos técnicos, particularmente los modernos torpedos sin contacto.

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Hitler no se equivoco

Estas esperanzas no tardaron en verse defraudadas. El 26 de agosto, Rae-


der tuvo que anunciar, no solamente que «el sistema enemigo de transpor-
te en los Estados Unidos había experimentado grandes cambios, según ha-
bía previsto y esperado aún más pronto el Alto Mando Naval, como resul-
tado de la introducción de convoyes», sino que había que contar todavía
con otras tres circunstancias desfavorables. «Los submarinos en el Atlánti-
co central — añadió—, son eficaces siempre que los convoyes permanezcan
fuera del alcance de la aviación que los protege, pero, por ahora, ésta va en
aumento»; «recientemente nuestros submarinos han sufrido graves pér-
didas debido a los modernísimos dispositivos de lo-calízación (radar) de la
aviación enemiga»; y, en tercer lugar, la aparición de fuertes fuerzas alia-
das en el golfo de Vizcaya había ocasionado nuevas pérdidas, y motivaba
grandes retrasos en el regreso de los submarinos.
El descenso en el número de buques hundidos no fue repentino cuando las
costas americanas fueron demasiado peligrosas para ellos en julio: 108 bu-
ques fueron hundidos en todas las zonas en agosto; 98 en septiembre; 93,
en octubre; 117, en noviembre — el peor mes para los aliados, desde el pun-
to de vista del tonelaje hundido, de toda la guerra. En 1942 los submarinos
hundieron un total de 6.250.000 toneladas brutas, aproximadamente tres
veces más que la cifra de 1941. Pero la exactitud de la advertencia de Rae-
der se reflejó oportunamente en las pérdidas de los submarinos, que fue-
ron en aumento a partir de julio. Hasta mediados de agosto de 1942, según
los cálculos de Raeder el 24 de agosto, el promedio de pérdidas de los sub-
marinos desde el principio de la guerra fue de 3; y solamente 3 fueron hun-
didos en junio de 1942. Pero en julio fueron hundidos 17; 10, en agosto; 12,
en septiembre; 13, en octubre, y 15, en noviembre.
Fue este aumento en la cifra de pérdidas de los submarinos lo que indujo a
Hitler a convocar una conferencia extraordinaria el 28 de septiembre para
discutir la guerra submarina y permitirle «formarse una opinión sobre la
proporción en que se mantenían a la altura de las actuales exigencias de la
guerra». Abrió la conferencia expresando su «gran admiración por los re-
sultados obtenidos por los submarinos» ; expresó su firme convicción de
que la «proporción mensual de hundimientos seguiría siendo tan elevada,
que el enemigo no sería capaz de substituir sus pérdidas mediante nuevas
construcciones». Consideró «imposible que el aumento en la producción
en los astilleros enemigos fuera siquiera, aproximadamente, lo que la pro-
paganda quería hacernos creer». Pero el subsiguiente repaso a la situación
por Doe-nitz era sombrío en extremo.
Aun cuando había todavía algunos, pero pocos, «puntos blandos», todos

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Hitler no se equivoco

los convoyes estaban tan fuertemente protegidos que era difícil para los
submarinos siquiera acercárseles, mientras que el número cada vez mayor
de aviones enemigos, «la gran amenaza para los submarinos hoy en día»,
reducía continuamente las zonas en las que éstos podían operar sin sufrir
pérdidas. Era esta circunstancia, y no el ataque a los convoyes, lo que era
responsable de las graves pérdidas registradas últimamente por los subma-
rinos. Si debían evitarse estas pérdidas, era esencial que los submarinos
fueran apoyados por la aviación, y que debería estudiarse la inclusión de
nuevos perfeccionamientos técnicos. La interceptación y localización por el
radar podría burlar a la aviación durante algún tiempo; los torpedos
acústicos actualmente en curso de desarrollo podrían permitir a los subma-
rinos eliminar a los buques de, escolta desde largas distancias. Pero todas
estas medidas requerían tiempo, y de ellas podía esperarse solamente que
permitieran un alivio momentáneo. Lo que se necesitaba en esta situación
era el desarrollo de un submarino completamente nuevo y de gran veloci-
dad bajo la superficie. Éste se encontraba ya en su estado experimental; pe-
ro tardaría mucho en estar listo para la fabricación.
Hitler se manifestó «completamente de acuerdo con estos planes»; expre-
só una vez más su convicción de que «los submarinos desempeñaban un
papel decisivo en el resultado de la guerra». Pero esta convicción se había
formado demasiado tarde. Los temores de Doenitz no tardaron en demos-
trar su fundamento. Los nuevos submarinos, que ocupaban un lugar tan
destacado entre las esperanzas de Hitler en 1943, no llegaron nunca a ope-
rar; al cabo de pocas semanas, los desembarcos en África del Norte debían
demostrar cuan improbable era que los aliados esperaran a que tales pla-
nes maduraran o a que Hitler enmendara sus errores.
El que estos desembarcos pudiesen tener lugar, o por lo menos tan pronto
después que los Estados Unidos hubieran unido sus fuerzas a las de Ingla-
terra, era debido al hecho de que Alemania, después de haber fracasado en
su intento por invadir Inglaterra; después de haber fracasado en explotar
el Oriente Medio, había fracasado también en dominar las rutas comercia-
les con los submarinos. Nada menos que una revolución política interior,
contraria a la guerra, y la posesión de una flota considerable al estallar la
guerra, hubieran permitido a Hitler entablar con éxito la batalla de Inglate-
rra; en la lucha por el Oriente Medio, la victoria había sido hecha imposi-
ble por la decisión de atacar a Rusia; en la batalla del Atlántico, hubiera po-
dido alcanzarse la victoria si el esfuerzo submarino hubiese sido realizado
oportunamente. Alcanzó su punto culminante cuando la ocasión había ya
pasado.

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Hitler no se equivoco

VI El desembarco de los aliados en africa occidental


Hasta mediados de 1941, Raeder había previsto en todo momento el peli-
gro de un desembarco americano en África del Norte; Hitler, bajo la conti-
nua presión de Raeder, había llegado a aceptar esta amenaza, pero una
amenaza que, a falta de prever la entrada de América en la guerra, no po-
día reducir ni evitar. Ésta era la actitud de Hitler, y así fue confirmado por
los hechos, especialmente después de iniciada la campaña del Este, cuando
este tema fue agotado entre los dos hombres en agosto de 1941. «Si no po-
día hacerse nada más — concluyó también Raeder —, no podía decirse na-
da más sobre ello.» Después de agosto de 1941, África occidental no fue te-
ma de discusión hasta que los Estados Unidos entraron en la guerra.
Después de Pearl Harbour Raeder creyó que la amenaza en esta zona no
era ya inminente. «Los Estados Unidos — declaró el 12 de diciembre de
1941 —, deberán concentrar todas sus fuerzas en el Pacífico durante los
próximos meses; Inglaterra no querrá correr más riesgos; no es probable
que disponga del tonelaje necesario para una empresa semejante.» Hitler,
por otra parte, como se pone de manifiesto desde la entrevista de tal fecha,
sospechó que los aliados «llevarían a cabo operaciones en un futuro próxi-
mo para ocupar las Azores, las Canarias, e incluso acaso para atacar Da-
kar», como preparación para un ataque al África occidental.
Durante los seis meses siguientes, la ansiedad de Hitler en este aspecto es-
tuvo subordinada a la consideración de los, para él, mayores peligros que
amenazaban a Noruega; sin embargo, este temor era menor que el sentido
por Raeder. El 15 de junio de 1942, cuando se planteó de nuevo la cuestión,
fue Hitler quien lo hizo. Súbitamente propuso que un grupo de submarinos
debía ser mantenido continuamente alerta frente a cualquier intento de los
aliados contra las Azores, Madera o las islas del Cabo Verde; pues era toda-
vía su convicción, que, debido a que Alemania debía ocupar estas islas an-
tes de ocupar Gibraltar, los Estados Unidos y la Gran Bretaña no podrían
atacar el continente africano sin antes ocupar las islas atlánticas. Cuando
Raeder objetó que «no podemos permitirnos apartar de su actual cometido
un número considerable de submarinos con este solo objeto», Hitler aban-
donó su idea. Este incidente tal vez sirva para dar cuenta del pesimismo
con que Hitler contemplaba ya la amenaza de un ataque al África occiden-
tal. Una gran parte de su aparente ansiedad por Noruega era debida, para-
dójicamente, al hecho de que la defensa de Noruega era algo en la cual po-
día intervenir. Por el contrario, no podía hacer nada para defender el Áfri-
ca occidental; y lo sabía muy bien.
Raeder se había negado siempre a aceptar este punto de vista. El 12 de di-

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Hitler no se equivoco

ciembre de 1941, aun cuando convencido de que la acción enemiga no era


todavía inminente, presionó en favor de la ocupación de Dakar, «que sería
de valor para la batalla del Atlántico», y anunció que «el Alto Mando Na-
val, ahora como siempre, abogaba en favor de la consolidación de la posi-
ción francesa en el África occidental». Pero esta proposición, lógica antes
de iniciar el ataque a Rusia, había perdido todo contacto con la realidad
después del fracaso de la campaña rusa, y más aún después de la entrada
de los americanos en la contienda. A su debido tiempo él mismo lo com-
prendió también. Fue él quien primero se refirió a esta circunstancia el 26
de agosto de 1942. Recordó a Ilitler que la ocupación de Gibraltar «sigue
siendo el más preciado de los objetivos», pero añadió, «para el futuro».
Más importante todavía, aun cuando «seguía considerado un posible in-
tento de los anglosajones para ocupar el África occidental, y poner pie en
ella con ayuda de los franceses, con una grave amenaza sobre el esfuerzo
de guerra alemán», implicaba que él, lo mismo que Hitler, había llegado fi-
nalmente a la conclusión de que nada podía hacerse para evitarlo.
Después hablaba de las consecuencias de un feliz desembarco aliado, y
anticipaba que éstos se dirigirían luego a Italia para destruir la posición
alemana en el África occidental; pero su única recomendación era que
«Alemania debía mantener su sólida posición en el Mediterráneo y, sobre
todo, su dominio sobre Creta, y no podía permitirse perder el Píreo y Saló-
nica». Si esto quiere decir algo, es que Raeder aceptaba como inevitable la
ocupación aliada del África occidental, la pérdida de África del Norte para
Alemania y, tal vez, incluso la derrota de Italia. Y Hitler veía lo mismo que
Raeder. «No ocultaba su disgusto con los italianos», y no tenía intención
de abandonar Creta «por el momento». La ocupación del África occidental
por los aliados, que Hitler y Raeder nunca más volvieron a discutir, y que
habían llegado a considerar como inevitable, empezó el 8 de noviembre, de
1942, y no encontró prácticamente resistencia. Combinada con la ofensiva
final en el desierto oriental, que alcanzó Bengasi el 22 de noviembre, pron-
to hizo de Túnez el último bastión del Eje en el norte de África y llevó, a su
debido tiempo, a la derrota total de los ejércitos alemán e italiano en dicha
zona.

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Capitulo XI

El fin de la Flota Alemana de superficie Enero 1943

I La liberacion de la flota de la intervencion de Hitler


El año 1942, empezado con la orden de Hitler de que la flota de superficie
se concentrara en Noruega, terminó con un acontecimiento que le llevó a
ordenar su inmediata disolución. En este año tuvieron lugar transiciones
más graves que ésta, y que motivaron un cambio en la dirección de la gue-
rra. La ofensiva japonesa se detuvo y fue contenida; Rommel fue contenido
y rechazado desde El Alamein; los aliados empezaron su capítulo de gran-
des ofensivas con los desembarcos en el África occidental; los submarinos
alcanzaron y pasaron el punto culminante de sus éxitos, entrando en un
declive del cual no habrían ya de recobrarse. Pero nada es más demostra-
tivo del cambio que había tenido lugar en este tiempo que la cuestión, rela-
tivamente insignificante, de la flota alemana; pues este punto arroja una
luz más clara sobre el estado de la mente de Hitler que aquellos otros acon-
tecimientos, más importantes.
La flota de superficie alemana, tan pequeña a! principio de la guerra, había
escapado a la atención de Hitler durante los dos primeros años. Hasta que
se iniciaron sus temores por Noruega, en otoño de 1941, había dejado a
Raeder que hiciera el mejor uso posible de los pocos buques que tenía a su
disposición; y Raeder había usado de ellos con buen resultado. La cons-
trucción empezada de unas pocas unidades en los astilleros, había sido de-
morada a menudo; algunas de las observaciones de Hitler habían sugerido
que, en una de sus crisis, su actitud hacia la flota de superficie sería hostil.
El 16 de septiembre de 1939 había confesado que el Bismarck, el Tirpiz y
los dos cruceros pesados no darían demasiado rendimiento». El 10 de octu-
bre de 1939 se había preguntado, si era «realmente necesario» terminar la
construcción del Graf Zeppelin, el único portaaviones alemán. Pero el re-
traso en terminar los buques en los astilleros no fue puesto a debate, y has-
ta fines de 1942 no hubo ninguna crisis referente a la flota. Después de la
pérdida del Graf Spee en 1939, tuvieron lugar algunas protestas por parte
de Hitler. Después de la pérdida del Bismarck, el 27 de mayo de 1941, reac-
cionó de la misma forma, admirándose, el 6 de junio, de que el «buque no
hubiera confiado en su poder artillero y atacado al Pince of Wales con ob-
jeto de destruirlo una vez hundido el Hood». Sin embargo, aun cuando in-
cluso Raeder, después de la pérdida del Bismarck, admitió que «la
efectividad de los buques de superficie, está limitada por su escaso núme-

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Hitler no se equivoco

ro», Hitler aprobó la reinstauración por Raeder de la política clásica y su


intención de mantenerla a pesar de la experiencia del Bismarck.
A pesar de su reducido número, dijo Raeder en esta fecha, los buques de
superficie «sostienen una decisiva ofensiva contra los buques mercantes,
que es la única forma de vencer a la Gran Bretaña... Es posible que sean
gradualmente destruidos. Esta posibilidad, sin embargo, no debe permitir
que se impida a los buques de superficie el seguir operando... El hecho de
que estén operando, o incluso la posibilidad de que aparezcan en el Atlánti-
co, apoya en gran manera la campaña submarina. Los ingleses se ven obli-
gados a proteger sus convoyes con grandes fuerzas. Si estas fuerzas es-
tuvieran libres podrían operar con efectos destruc^ lores en otros lugares...
Los ingleses estarían tambien en condiciones de reforzar sus defensas
antisubmarinas a expensas de la escolta de sus convoyes. Por estas razo-
nes, es urgentemente necesario mantener y operar con la pequeña flota de
superficie alemana.»
Hitler estuvo de acuerdo con este punto de vista; Inó incluso más lejos, or-
denando que el crucero Seidlitz y el portaaviones Graf Zeppelin, dos bu-
ques no (rrminados, cuyo futuro había sido puesto en duda durante algún
tiempo, fueran concluidos una vez I!usía hubiera sido derrotada.

II Las restricciones impuestas a la flota alemana y la falta de


combustible
Menos de dos meses después, Hitler empezó a preocuparse seriamente por
la defensa de Noruega. En el año siguiente, después de la entrada de los
americanos en la guerra, Raeder seguía argumentando que «básicamente,
la idea de utilizar estos buques en la guerra contra los buques mercantes
en el Atlántico era buena», pero estaba anticuada. Los cruceros fueron en-
viados a través del canal de la Mancha en interés de la defensa de Noruega;
todos los otros buques pesados disponibles fueron trasladados a la zona
noruega; y, excepto desde las bases de Noruega contra los convoyes que se
dirigían al norte de Rusia, la flota de superficie alemana no volvió a operar
ya más.
No fue solamente el temor por Noruega, sin embargo, lo que impuso esta
limitación al uso de los buques de superficie. El 13 de noviembre de 1941,
en relación con el movimiento del Tirpiz a Trond-heim, Raeder admitió
que, aparte de la necesidad de su presencia en Noruega, no podían ser
mandados al Atlántico, como se había previsto anteriormente, «debido a la
situación del petróleo y a la situación del enemigo». La situación del ene-
migo, después de la pérdida del Bismarck habla por sí misma, aun cuando

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Hitler no se equivoco

Raeder se había sentido en otros tiempos inclinado a aceptar el riesgo in-


crementado.
La escasez de combustible, sin embargo, era tal, que no se podía ya igno-
rar. El bloqueo empezaba a surtir sus efectos.
El 13 de noviembre de 1941 calculó que, con reservas de 380.000 tonela-
das, suministros mensuales de 57.000 toneladas, faltarían unas 34.000 to-
neladas cíe la cantidad mensual necesaria para operaciones normales; y la
situación era peor de lo que estas cifras revelaban, porque Alemania debía
atender también a las necesidades de la flota italiana. Al mismo tiempo
anunció que, «en consideración a la actual difícil situación en el combusti-
ble», el Alto Mando Naval había decidido que, incluso si el Schranhorst y
el Gneisenaii se adentraban en el Atlántico, en lugar de atravesar el Canal
en dirección a los puertos, «no podrían llevar a cabo operaciones contra los
buques mercantes». Un mes más tarde la situación del combustible era to-
davía peor; según Raeder, el 12 de diciembre de 1941, era «muy crítica» 222.
No solamente las necesidades de la marina habían sido reducidas en un 50
%, motivando «una intolerable restricción en la movilidad de nuestros bu-
ques»; las demandas italianas de reservas alemanas habían asimismo au-
mentado, y las exportaciones rumanas a Alemania e Italia habían cesado
por razones económicas.
En 1942, el problema del combustible empeoró todavía. El 1 de abril las re-
servas de la marina alemana habían descendido a 150.000 toneladas, cifra
que podía compararse con el hecho de que 20.000 toneladas habían sido
consumidas en el desplazamiento del grupo de Bresta a través del Canal y
del Eugen hacia Noruega. Los suministros de Rumania habían sido reanu-
dados; pero eran sólo de 8.000 toneladas mensuales comparadas con las
460.000 toneladas de antes; y este suministro había sido prometido ente-
ramente a Italia. Las necesidades de las flotas alemana e italiana, que ha-
bían sido estimadas en 100.000 cada una en noviembre de 1941, des-
cendieron en abril de 1942 de 97.000 a 61.000 toneladas. El 15 de junio,
Raeder se vio obligado a pedir que no se hicieran más entregas a Italia; y
Hitler aceptó esta demanda. Pero la pura necesidad obligó a disponer de
cantidades más elevadas para las operaciones realizadas en el Mediterrá-
neo a fines del mismo año. El 19 de noviembre, incluso los movimientos en
el Ártico de los buques alemanes con base en Noruega fueron suspendidos
por falta de combustible. El 22 de diciembre, los buques podían ser repos-
tados solamente por el método «de mano a boca», y Raeder, esperando
nuevas demandas por parte de Italia, advirtió que la situación podría to-
davía empeorar.

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Hitler no se equivoco

Por consiguiente, incluso si la flota de superficie no hubiese sido estaciona-


da en Noruega, las operaciones contra las rutas comerciales hubiéranse vis-
to limitadas, aparte de los mayores riesgos implicados después de la entra-
da de los Estados Unidos en la guerra.
En otro aspecto, sin embargo, el temor de Hitler por Noruega aumentó su
interés por la flota de superficie y le indujo a suscribir ideas que favorecían
a la flota, y que eran del beneplácito de Raeder. El 13 de noviembre de 1941
Raeder tenía todavía sus dudas sobre si debían proseguir los trabajos en el
portaaviones Graf Zeppelin, puesto que calculaba que éste no estaría
terminado hasta fines de 1944, aun en las más favorables circunstancias.
Sin embargo, Hitler expresó su deseo de proseguir los trabajos y estaba se-
guro de que la aviación podría utilizar el portaaviones en un futuro próxi-
mo. El 12 de marzo de 1942, Raeder pidió que las obras fueran aceleradas y
que las fuerzas aéreas en Noruega fueran reforzadas. Una reciente salida
del Tirpiz contra un convoy ártico, en el que escapó justamente de ser
torpedeado por aviones torpederos, le convenció de la debilidad de
sus fuerzas en relación con la flota inglesa, del peligro, en particular, repor-
tado por los aviones torpederos enemigos, y de la necesidad de disponer de
portaaviones y bases aéreas para apoyar las operaciones alemanas si se
quería que éstas tuvieran éxito, así como también para defender a No-
ruega. Hitler había llegado a la misma conclusión; ordenó que fuera refor-
zada la aviación en apoyo de la flota; asimismo ordenó que el portaaviones
fuera rápidamente terminado. El 13 de abril, sin embargo, fue evidente que
no podría estar dispuesto para operar antes del invierno de 1943, y el 13 de
mayo se decidió la rápida conversión de cuatro grandes buques mercantes
en portaaviones auxiliares. «El Füh-rer considera descartado que las gran-
des unidades de superficie operen sin la protección de la aviación.» La con-
versión del Seidlitz fue asimismo estudiada, pero Raeder informó en con-
tra de ella después de una investigación.

III Hitler ordena la disolucion de la Flota


La mayor preocupación de Hitler no se debía, ciertamente, a la flota; era
por Noruega y la incapacidad de la armada para defenderla. Su temor por
Noruega continuó en 1942, perdiendo en intensidad, tal vez, con el paso
del tiempo; su convicción de que los buques serían incapaces de servir a
fines más importantes, la defensa de Noruega contra la invasión, por ejem-
plo, había ido en aumento desde la salida del Tirpiz; especialmente, dado
que los portaaviones convertidos no podrían entrar en servicio hasta den-
tro de un año. Y fue en contra de su decisión que tuvo lugar el sigmente in-

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cidente. El 31 de diciembre de 1942, el Hipper, el Lutzow y seis destructo-


res, al atacar un convoy con destino a Rusia, fueron sorprendidos por las
fuerzas de escolta bajo el mando del acorazado Onslow, y abandonaron
inmediatamente la acción después de haber perdido
un destructor. La nueva de esta acción no mejoró por el hecho de que, de-
bido a una interrupción en las comunicaciones alemanas, Hitler recibió
primero la noticia a través de una emisora inglesa. Los buques alemanes
habían recibido la orden de evitar todo encuentro comprometido; pero Hi-
tler estimó que sus sospechas acerca de las cualidades combativas de la flo-
ta y su capacidad para defender Noruega habían sido confirmadas. Su in-
dignación fue enorme.
El 6 de enero de 1943, en su entrevista con Raeder, habló, según informe
de Raeder, «durante hora y media sobre el papel de los buques prusianos y
alemanes desde su existencia». «La flota de alta mar — declaró —, no tuvo
ninguna notable contribución durante la Guerra Mundial. Es norma mal-
decir al Kaiser... pero la verdadera razón es que la flota carecía de hombres
de acción... La revolución y el hundimiento de la flota en Scapa Flow no
redundaron en beneficio del crédito de la flota alemana.» El reciente inci-
dente demostraba que las circunstancias no habían cambiado; y había deci-
dido que «en la actual crítica situación... no podemos permitir que nues-
tros grandes buques permanezcan anclados durante meses enteros... En el
caso de una invasión de Noruega, nuestras fuerzas aéreas serían más efi-
caces atacando la flota de invasión que viéndose obligadas a defender a
nuestra propia flota. La flota no tendría un gran valor para evitar que el
enemigo estableciera una cabeza de puente». Y, como no sería eliminar
«una unidad combatiente que hubiera alcanzado su total utilidad», no de-
bería considerarse como «una degradación si decidía desmantelar los gran-
des buques».
Raeder fue encargado de investigar inmediatamente los siguientes puntos.
¿Debían conservarse los portaaviones auxiliares ya encargados? ¿Podían
convertirse en portaaviones los cruceros de bolsillo Lut-zow y Scheer? ¿Po-
día ampliarse el programa de construcción de submarinos y acelerarse si se
eliminaban los buques mayores? «Los submarinos constituyen el arma
más importante en la última guerra y deben considerarse de igual impor-
tancia en ésta» «El comandante en jefe hará un informe que será de gran
valor histórico. El Führer examinará cuidadosamente este documento.»
El informe de Raeder expresa que «apenas si tuvo ocasión para hacer un
comentario; pero su impresión final de la entrevista fue que Hitler, aun
cuando había descrito su decisión como definitiva, volvería a considerar de

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Hitler no se equivoco

nuevo su punto de vista si se presentaban argumentos sólidos. Cuando


Raeder volvió de nuevo con su memorándum, descubrió que se había equi-
vocado en esto; sus argumentos por escrito fueron ignorados. El 30 de ene-
ro de 1943, por consiguiente, dimitió el mando que había desempeñado
desde 1928, y fue sucedido por el almirante Doenitz.
Doenitz, el defensor de los submarinos, puso inmediatamente manos a la
obra y cumplimentó los deseos de Hitler sobre los buques de superficie,
aun cuando consideraba también demasiado oiurgu'u la decisión de Hitler.
El 26 de febrero de 1944 persuadió a Hitler, a pesar de su repugnancia, a
permitir la retención del Tirpiz, del Schranhorst y del Lut-zow, para apo-
yar las operaciones contra los convoyes aliados que se dirigían al norte de
Rusia. Pero, salvo estas excepciones, los planes fueron llevados a cabo, des-
mantelándose la flota de superficie y convirtiéndolos en buques de entre-
namiento para el personal de los submarinos.

IV La salud y actitud de Hitler con respecto a la guerra en esta


epoca
Este incidente no fue importante en sí ni por sus consecuencias. Los acon-
tecimientos habían disminuido el valor de la flota de superficie alemana; si
hubiese seguido existiendo, hubiera sido de escasa utilidad, como los res-
tos que permanecían en agujas del Norte. Los acontecimientos habían ido
demasiado lejos para las advertencias de Raeder, aunque hubiera sido es-
cuchado, para poder ser aprovechadas. Pero arroja alguna luz sobre el es-
tado de la mente de Hitler a principios de 1943, y es importante por esta
razón.
Por muy dado que fuera a vociferar, especialmente en público y en las au-
diencias, no había perdido nunca la cabeza en las conferencias con el
comandante en jefe de la marina. Nunca hasta entonces se había dejado
llevar por Ja ira en estas conferencias, ni las había utilizado para lecturas
de dudosa veracidad. Hasta entonces, si no había estado a menudo dispu-
esto a atender los consejos de Raeder, había por Jo menos escuchado sus
puntos de vista. La violencia de la entrevista del 6 de enero de 1943 es no-
table por el contraste con los informes anteriores.
Este contraste no es difícil de explicar. En un sentido particular, su estalli-
do era una admisión palpable de que se había equivocado al esperar la in-
vasión de Jos aliados en Noruega. El desembarco en el África occidental, y
la subsiguiente amenaza a Italia y el frente meridional, no había dejado la
menor duda o este respecto; y si hubiese seguido negándose a reconocer su
error durante algún tiempo, y no lo hubiera admitido abiertamente, el

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error era tan evidente a fines de 1942 que podía ahora tomar venganza en
la flota, que no era ya necesaria para la defensa de Noruega. Pero se había
equivocado también en sus cálculos en otros puntos, y, hablando en térmi-
nos generales, su acción era la culminación de una serie de fallos durante
varios meses, y su efecto se dejaba sentir sobre su salud y su temperamen-
to.
Había dirigido la guerra durante más de tres años; desde que se hizo cargo
del mando del Ejército el 19 de diciembre de 1941 lo había dirigido por sí
mismo, viviendo, casi como un recluso, pero sintiendo al mismo tiempo
que debía intervenir cada vez más en la esfera de las operaciones, como
opuesto a la estrategia, y en los menores detalles. Pero sus grandes esfuer-
zos y su creciente intervención no había motivado ninguna diferencia. Du-
rante el pasado año, había luchado sólo contra casi todo el mundo; desde
el verano anterior, por lo menos, su vida había sido un cúmulo continuo de
adversidades; y desde el otoño la situación se había vuelto contra él en to-
dos los aspectos. La ofensiva japonesa había sido contenida. Rommel se
batía en retirada, Malta triunfaba, y los aliados estaban en África del Nor-
te. Los submarinos empezaban también a decaer. En Rusia, el enemigo no
sólo seguía combatiendo después de un segundo verano, sino que los ale-
manes estaban contenidos en Stalingrado desde agosto, la ofensiva alema-
na en el Cáucaso había sido contenida en septiembre, y el 19 de noviembre
había empezado la gran ofensiva rusa que había obligado a la Wehr-macht
a abandonar el Cáucaso a fines de diciembre. Ahora estaban aniquilando a
las fuerzas alemanas en Stalingrado, y — a pesar de la pública promesa de
que Stalingrado sería conservado — se preveía ya la rendición final de la
ciudad el 31 de enero. Y así debía continuar durante seis semanas más, en
la región del Don y la Ucrania.
La flota alemana pagó las consecuencias de todos estos fracasos — por Sta-
lingrado en particular — y por sus efectos derivados del estado mental de
Hitler, así como por sus errores en la amenaza que pesaba sobre Noruega.
Pues era un enfermo físico y nervioso desde fines de 1942; los primeros sig-
nos visibles de desgaste físico se hicieron aparentes a principios de 1943
223; y eran debidos al sobrees-fuerzo y a la tensión nerviosa que inevitable-

mente padecía dada la prolongación de la guerra y su método de dirigirla;


no puede haber ninguna duda de que, en los últimos meses, este proceso
fue acelerado por la amarga certidumbre de la derrota. Él mismo se negaba
a admitir esta realidad pero, desde otoño de 1942, sabía que había perdido
la guerra.
Incluso sus ocasionales anuncios de futuros propósitos revelan Ja pérdida

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de sus esperanzas y testifican su aumento desde este momento. Sus ambi-


ciones habían disminuido desde el momento en que los Estados Unidos en-
traron en la guerra. El compromiso con las potencias occidentales había si-
do lo máximo en que se había atrevido a confiar desde entonces. Pero ha-
bía creído posible, por algunos meses, que este compromiso podría alcan-
zarse; y en sus esperanzas había incluido, como condición previa para di-
cho acuerdo, la derrota de Rusia. El 26 de agosto de 1942, él y Raeder ha-
bían convenido en que «la situación de la guerra sigue siendo
dominada por la urgente necesidad de derrotar a Rusia y crear con ello un
espacio vital a cubierto de cualquier bloqueo y fácil de defender. Entonces
podríamos seguir luchando durante años enteros. La lucha contra el pode-
río marítimo anglosajón decidiría finalmente el resultado de la guerra y po-
dría llevar a Inglaterra y a los Estados Unidos al punto de discutir las con-
diciones de la paz... Cuando Rusia esté derrotada deberemos seguir hasta
el final de la lucha naval contra los anglosajones, como única forma de
obligarlos a negociar.»
El 19 de noviembre, Hitler estudiaba todavía nuevas ofensivas.
«Desea que se tomen medidas contra el enemigo que pueda embarcar en
dirección a Egipto y al Oriente Medio a través de la ruta de El Cabo, con
objeto de aliviar la presión sobre nuestras tropas en África y facilitar un
posterior avance hacia el Oriente Medio...; el Führer desea también trans-
portar submarinos en construcción, porque, desde que los americanos ocu-
paron Islandía, ha considerado de nuevo la idea de una repentina invasión
y el establecimiento allí de una base aérea.»
Pero ésta fue la última ocasión en que habló de semejantes proyectos. Al
empezar la ofensiva rusa, el frente del Este adquirió un aspecto diferente.
Los rusos sabían, después de la lucha por Stalingrado, que habían ganado
la batalla por la supervivencia y que ahora empezaba la batalla de su libera-
ción; y Hitler, que hasta entonces había afirmado que los rusos estaban en
sus últimos esfuerzos (1), tenía que saberlo también. Había empezado ya a
considerar, con gran repugnancia y sin ninguna esperanza de éxito, nego-
ciaciones de paz con el gobierno soviético, que Ribbentrop y otros le ha-
bían estado sugiriendo en los últimos tiempos 224, y que habían empezado
ya en 1943, sólo para interrumpirse a mediados del mismo año 225. Y si esto
revela que había abandonado toda esperanza de una derrota militar rusa, y
que había comprendido que, sin un acuerdo de paz con ella, no lograría
tampoco un equilibrio con las potencias occidentales, existían también po-
cas esperanzas en las gestiones de paz celebradas al mismo tiempo con Oc-
cidente 226. Pero el rápido curso de los acontecimientos en los otros frentes

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Hitler no se equivoco

advertía que esta última esperanza habría de ser pronto abandonada tam-
bién. Y había concluido, según explicó a Raeder el 22 de diciembre de
1942, que «había que evitar ante todo un derrumbamiento en cualquier
frente donde el enemigo pudiera dañar el territorio nacional».
En esta observación del 22 de diciembre de 1942 define cuál llegó a ser en
realidad su pretensión a principios de 1943 hasta el fin de la guerra. Defen-
der la fortaleza alemana; resistir antes de retirarse en ningún frente hasta
que fuera completamente inevitable, como el único método para asegurar
la defensa de Alemania; prolongar la lucha lo máximo posible, incluso si se
desplomaba la resistencia de Alemania: éstas eran las únicas ideas que le
guiaban. No tenía otra estrategia. Ningún plan para el futuro sostenía esta
política; solamente la esperanza de que Rusia y Occidente disputaran entre
sí; de que los submarinos recobraran la supremacía que había perdido a fi-
nes de 1942; que la introducción del nuevo tipo de submarinos salvara la
situación, y que otras armas nuevas pudieran evitar la derrota.

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Capitulo XII

La Estrategia de Hitler en derrota

I Su direccion de la guerra a partir de 1943


Tal era, por aquella época, el balance de fuerzas en contra de Alemania que
estas esperanzas se esfumaron finalmente y la política de Hitler oscilaba
continuamente entre el aplazamiento de operaciones y futuras derrotas de
las que estaban en curso.
Podía insistir en que Túnez, como dijo el 19 de noviembre de 1942, era una
«posición clave decisiva»; podía decidir mantenerla a toda costa; podía
reforzarla de un modo tan efectivo que, el 6 de enero de 1942, el general Ei-
senhower informó a los jefes del Estado Mayor aliado que «a no ser que es-
tos refuerzos puedan ser material e inmediatamente reducidos, la situa-
ción, tanto aquí como en la zona del Octavo Ejercito, empeorará sin duda
alguna». Pero, a pesar de todas las apariencias de un falso éxito, la batalla
por Túnez no podía representar otra cosa para Alemanía que una acción de
retaguardia y este hecho fue reconocido ya desde un principio. La decisión
de luchar en el África del Norte fue tomada, como dijo Raeder el 19 de no-
viembre de 1942, «porque la presencia del Eje en Túnez impele al enemigo
a emplear fuerzas considerables; impide los éxitos enemigos puesto que le
interceptan el paso por el Mediterráneo ».
La posición alemana en Túnez se hizo desesperada en el mes de marzo de
1943; y si este hecho, que condujo al hundimiento final del Eje en el África
del Norte el 7 de mayo, fue debido a una concepción estratégica muy supe-
rior de los aliados, esta superioridad era en parte el resultado del continuo
fracaso de los submarinos en el Atlántico. «La conquista de Túnez por el
enemigo — declaró Hitler el 14 de marzo de 1943 —, a parte de conducir a
la pérdida de Italia, significará para el enemigo un ahorro de 4 a 5 millones
de toneladas de barcos, de forma que los submarinos tendrán que trabajar
de cuatro a cinco meses para igualar esta cantidad.» Esta afirmación no só-
lo confirmaba la naturaleza negativa de sus propósitos en continuarla; exa-
geraba igualmente los éxitos de los submarinos. Las pérdidas aliadas por la
acción de los submarinos había descendido a 336.000 toneladas en el mes
de diciembre de 1942, a 200.000 toneladas en el mes de enero de 1943; y,
a pesar de que esta cifra volvió a subir hacia fines de año, y a 627.000 tone-
ladas en el mes de marzo, los meses de abril y mayo de 1943 destacan co-
mo el período en que la ofensiva de la Batalla del Atlántico pasó finalmente
a manos de los aliados. Continuó descendiendo la cifra de toneladas hundi-

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das y el número de submarinos hundidos, que había continuado siendo tan


elevado, que el 8 de febrero de 1943, Doenitz, el sucesor de Raeder, se vio
obligado a atribuirlo a traición, así como a la supremacía aérea aliada en el
Atlántico que continuó aumentando. En el mes de mayo fueron 45 los sub-
marinos hundidos, pérdida que ya era insostenible y que condujo, hacia fi-
nes de aquel mes, a la retirada total, aunque temporal, de todos los subma-
rinos del Atlántico Norte. Doenitz, y Raeder anteriormente, habían hecho
todo lo que había estado en su poder para impedir este desarrollo, insis-
tiendo en la necesidad de que la aviación cooperara con los submarinos,
presentando planes para un programa de construcción de submarinos de
27 a 30 unidades al mes y efectuando experimentos con nuevos torpedos
acústicos. Pero no podía disponerse de la aviación. El consentimiento de
Hitler de un mayor número de mano de obra y material logró poco efecto
en vista de las limitaciones que existían en este sentido; y los nuevos torpe-
dos todavía no se hallaban en estado de producción cuando ocurrió la cri-
sis en el mes de mayo. Una vez solucionada ésta, Doenitz se vio obligado a
admitir que había sido derrotado por los dos nuevos factores que no ha-
bían merecido atención y a los cuales no se había hecho frente. El primero,
«el radar», dijo el 31 de mayo de 1943, ha sido «el mievo instrumento de
localización usado por los barcos y los aviones aliados». El segundo, que ya
había explicado el 14 de mayo, era que, junto con los nuevos instrumentos
de control, los aliados habían iniciado en el mes de abril una serie de ofen-
sivas en el golfo de Vizcaya. Esta ofensiva redundó en tal éxito que la salida
para los submarinos había quedado reducida a una estrecha franja a través
del Golfo, cerca de las costas españolas y que exigía un recorrido de diez
días.
Éstos eran los dos motivos en los cuales basó su decisión de retirar los
submarinos del Atlántico Norte, pero durante la conferencia del 31 de
mayo, llamado expresamente para discutir la situación ellos submarinos,
Hítler expuso claramente que no aprobaba la decisión que había tomado.
Durante el curso de la entrevista interrumpió a su comandante en jefe y ex-
clamó «no podemos renunciar a la guerra submarina. El Atlántico es mi
primera línea defensiva en el Oeste. Incluso si tengo que librar una batalla
defensiva allí, es preferible esto a esperar defenderme en las costas de Eu-
ropa. No puedo permitir la libertad de acción de las fuerzas enemigas re-
nunciando a la guerra submarina». Doenitz era lo bastante optimista al
creer que podría encontrar con-tramedídas; pero insistió también en la
diferencia habida entre una guerra defensiva y las pérdidas Insostenibles.
Se le permitió, por consiguiente, mantener su decisión y, al final de la en-

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trevista, Hitler no sólo firmó una orden para incrementar un programa de


construcción de submarinos, que se había negado a firmar desde que le fue
presentado por primera vez en el mes de abril, sino que incluso elevó la ci-
fra de 30 a 40 por mes. Expresó sus temores de que «el nuevo instrumento
detector del enemigo tal vez responda a principios que todavía no nos son
familiares ».
La primera consecuencia importante de la caída de Túnez, la posibilidad
de navegar libremente por el Mediterráneo, fue completada antes de fines
del mes de mayo; y sólo, aunque indirectamente, disminuyendo la presión
sobre la navegación aliada provocó un ulterior empeoramiento de la opor-
tunidad de Alemania en la Batalla del Atlántico. Pero la guerra naval había
dejado ya de ser el temor principal de Hitler, ya que, con la caída de Túnez,
quedaba amenazado todo el frente sur de Europa. El que esto ocurriría, se
había revelado ya evidente desde el desembarco de los aliados en el noroes-
te de África; el 19 de noviembre de 1942, pocos días después de haberse
efectuado estos desembarcos, Raeder llegó a la conclusión de que los alia-
dos poseían barcos y tropas suficientes para llevar a cabo una acción de
gran envergadura en el Mediterráneo tan pronto hubiesen limpiado el nor-
te de África y que ésta sería con toda probabilidad la zona de su próximo
avance. Pero había sido imposible tomar medidas contra esta prevista ac-
ción del enemigo. El esfuerzo realizado para sostenerse en Túnez había em-
pleado todos los recursos alemanes; la falta de una adecuada información
le había hecho imposible Juzgar dónde el enemigo lanzaría su próximo ata-
que.
El 19 de noviembre de 1942, Hitler y Raeder habían creído que los Balca-
nes, a través del mar Egeo, era la dirección más probable; el 22 de. diciem-
bre de 1942, Raeder consideró igualmente probable un ataque contra la pe-
nínsula ibérica; y no fue hasta el mes de mayo, cuando Túnez estaba a pun-
to de caer, que se aceptó como segura una acción aliada contra Italia. Pero
incluso continuó la incertidurnbre sobre si el ataque se dirigiría a través de
Sicilia o Cerdeña. El 13 de mayo, cuando Doenitz visitó Roma, encontró
que el mando militar naval italiano estaba convencido de que el mayor pe-
ligro lo representaba Cerdeña; que Mussolini creía que era Sicilia y que
Kesselring estaba en desacuerdo con Mussolini. Cuando regresó a Alema-
nia para celebrar una conferencia con Hitler al día siguiente, descubrió que
Hitler había aceptado como fidedigna una orden aliada que había sido
«capturada» recientemente. No se ((mostró de acuerdo con el Duce de que
el punt^ de invasión más probable era Sicilia; creía que la orden anglosajo-
na capturada confirmaba la suposición de que el ataque planeado se dirigi-

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Hitler no se equivoco

ría contra Cerdeña y el Peloponeso».


Además de complicar esta inseguridad el problema defensivo alemán, el
agotamiento de los recursos alemanes impedía llevar a cabo un contra-
ataque como medida de defensa. En parte con esta finalidad y en parte pa-
ra superar las dificultades con que se enfrentaban los submarinos, espe-
cialmente en el golfo de Vizcaya, el Estado Mayor Naval alemán había in-
tentado, durante algún tiempo, reavivar el viejo plan de la ocupación de Es-
paña y la conquista de Gibraltar, con el consentimiento de España si era
posible, y sin el mismo si era necesario.
El 22 de diciembre de 1942, antes de presentar su dimisión, Raeder había
expuesto que por dos razones era de «la máxima importancia estratégica
ocupar la península ibérica... incluso en el caso de que esta medida exija
grandes sacrificios económicos para el resto de la Europa continental». Hi-
tler se había sentido inclinado a considerar nuevamente el plan; era su in-
tención «entablar negociaciones con España y prepararse para una ocupa-
ción». El Estado Mayor Naval, aun después de la dimisión de Raeder, no
había renunciado al plan. El 11 de abril de 1943, Doenitz presentó a Hitler
un memorándum exponiendo las ventajas, tanto para la guerra submarina
como para la defensa del frente sur, que resultarían de la ocupación de Es-
paña y Portugal, denominando al nuevo proyecto «Gisela». El 13 de ma-
yo, en Roma, se enteró de que también Kesselring era del parecer que un
ataque alemán contra la península ibérica «era el mejor sistema para ali-
viar la situación en el Mediterráneo». El 14 de mayo, en consecuencia, du-
rante su entrevista con Hitler, insistió más firmemente que nunca de que
este «ataque contra el flanco de la ofensiva anglo-sajona» era la mejor «so-
lución estratégica», ya que provocaría un cambio radical en el Mediterrá-
neo y los submarinos podrían actuar desde bases más seguras.
Pero el memorándum de Doenitz del 11 de abril había admitido ya que la
operación «Gisela» no podía llevarse a cabo sin el consentimiento de Espa-
ña, y que ésta no parecía probable que lo diese y que la operación «agrava-
ría grandemente el problema de los suministros»; por Jo tanto, no pudo
haberse llamado a engaño cuando Hitler rechazó el plan.
«No estamos en condiciones—fue la respuesta de Hitler —, para llevar a ca-
bo una operación de esta índole. Sin el consentimiento de España no se po-
día pensar ni tan sólo en la cuestión... El pueblo latino es tenaz y comenza-
ría una lucha de guerrillas contra nosotros. En el año 1940 tal vez hubiera
sido posible ganarse a España para una tal acción si el ataque italiano con-
tra Grecia no la hubiese desconcertado tanto. Es imposible ahora... El
Eje debe enfrentarse con el hecho de que está ligado a Italia.» Éste era un

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hecho irrefutable. Los recursos de Alemania en el frente sur eran muy limi-
tados por estar ligada a tantos frentes; los de Italia no existían sin necesi-
dad de este pretexto; y lo mismo que las obligaciones alemanas en los de-
más frentes hacían imposible un contraataque a través de España, ha~
cían igualmente imposible, en unión con el peso muerto de Italia, de em-
prender ninguna medida defensiva contra el previsto ataque aliado. Doe-
nitz recordó este hecho durante su visita a Roma el 13 de mayo. «Nuestras
fuerzas combinadas — le dijo al Alto Mando italiano en aquella fecha—,
son demasiado débiles para interceptar los planes enemigos destruyendo
los puertos de embarque de la flota de invasión.» Podía enviar más subma-
rinos al Mediterráneo, pero esto era todo lo que podía hacer Alemania; sin
embargo, estaba convencido de que los submarinos «jamás estarían en
condiciones de detener una invasión». «En consecuencia, el único proble-
ma es la defensa por tierra... A pesar de que un oficial naval preferiría lu-
char en el mar, debemos comprender que nuestras fuerzas navales son de-
masiado limitadas... El único sacrificio de la flota naval italiana hubiera tal
vez podido ser de alguna ayuda si hubiese tenido lugar antes.» Y fue debi-
do a que reconoció que el único plan posible era luchar contra los desem-
barcos aliados en las costas, fue el momento en que hizo un último y vano
esfuerzo en favor de la ocupación de España cuando se entrevistó con Hi-
tler el 4 de mayo.
Mucho más seria, desde luego, que su realización, pues no existía otra solu-
ción posible, fue el reconocimiento de que la moral italiana se había hundi-
do. Dudaba, confesó a Hitler, si los italianos harían algo para interceptar
los desembarcos aliados en sus costas; y el propio Hitler, convencido ya de
por sí de que «algunos elementos italianos se alegrarán si Italia pasa maña-
na a ser un dominio británico», comenzó a dudar, al escuchar el informe
de Doenitz, de si incluso Mussolini «estaba decidido a continuar hasta el fi-
nal».
La invasión de Sicilia comenzó el 10 de julio de 1943 consiguiendo una
completa sorpresa táctica y no encontrando resistencia. Además, es de
subrayarla falta de .potencialidad y de información por parte de Hitler, y
confirmó lo que ya se suponía con respecto al estado de ánimo del pueblo
italiano. El 17 de julio, una semana antes de la dimisión de Musso-lini, el
problema más sobresaliente de Hitler era encontrar a alguien que «pudiese
tomar el mando en sus manos» en Italia y comprobar el estado de des-
moralización del Ejército italiano. Estaba «convencido de que, sin el Ejérci-
to italiano, no podemos defender la península entera. Si puede provocarse
un cambio radical en la situación italiana, será necesario correr el riesgo;

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en caso contrario, no servirá de nada enviar fuerzas alemanas y, de esta


forma, comprometer nuestras últimas reservas». Hitler no encontró la per-
sona que buscaba; el hundimiento italiano estaba ya demasiado avanzado
para poder ser detenido.
Mussolini cayó y fue sucedido por Badoglio el 25 de julio y esto forzó la ma-
no de Hitler. Temía tanto las consecuencias en los Balcanes por el cambio
de frente de Italia, que decidió mantenerse firme en la península a toda
costa y, si era necesario, en contra de los propios italianos. El 27 de julio,
durante una conferencia en la que Kesselring, Jodl y el representante de la
marina de, guerra alemana en Italia, hablaron en favor de la evacuación de
Sicilia y la retirada a una línea al norte de Italia, Hitler, todavía indeciso so-
bre la conveniencia de evacuar Sicilia, no tomó ninguna decisión a este res-
pecto hasta que los aliados liquidaron la cuestión ocupando Sicilia el 17 de
agosto, y anunció que había decidido emprender una acción inmediata pa-
ra mantenerse firme en 1; península. Ordenó que se llevaran a cabo opera-
ciones para el rescate de Mussolini, la reinstauración del fascismo, la ocu-
pación alemana de Roma y evitar a toda costa la huida de la flota naval ita-
liana. «Debemos actuar inmediatamente — declaró —, o los anglosajones
se nos adelantarán ocupando los aeródromos. El Partido Fascista sólo está
aletargado y volverá a resurgir detrás de nuestras líneas. Todo argumento
en favor de un posible aplazamiento es un error. Éstas son cuestiones que
un soldado no puede comprender, sino sólo un hombre con visión política.
»
Una vez tomada la decisión, se sintió de nuevo aliviado y con renovada
confianza en sí mismo como solía ocurrirle en tales casos; y el hecho de
que se decidiera a planear nuevas ofensivas, aun cuando en menor escala,
incluso contra los propios italianos, no cabe la menor duda que contribuyó
a elevar su estado de ánimo. El conocimiento de que el Gobierno italiano
estaba en negociaciones con los aliados, no le afectó en absoluto y no hizo
nada para impedirlo. Al contrario, tenía la sensación de que esto simplifi-
caría su problema. Durante todo el mes de agosto de 1943 y hasta la rendi-
ción final de Italia, el 8 de septiembre, pareció navegar por encima de la
confusión.
El 2 de agosto observó que el programa antiaéreo funcionaba bien; y aña-
dió que, a pesar de que no era posible hacer más por el momento, «las
operaciones defensivas no bastan; debemos reanudar la ofensiva». Estaba
seguro de que «el estado actual puede ser superado si hacemos todo lo hu-
manamente posible para tener en marcha la producción de guerra». El 11
de agosto amplió sus planes para contrarrestar la amenaza aérea emplean-

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do nuevos métodos de defensa y ampliando las defensas antiaéreas y de


aviones de combate. «Los que no sean necesarios en las ciudades, deben
abandonarlas... Construiremos pequeñas casas en gran número. Constarán
de un dormitorio para los padres, otro para los niños con camas plegables
y un lugar para cocinar.» Admitió que la situación era «peligrosa» y que
los meses siguientes exigirían grandes sacrificios de todos; pero «hay mu-
chos ejemplos en la historia en que se presentaba una solución inesperada
en situaciones tan difíciles como la nuestra». Discutió, a continuación «los
síntomas que revelan diferencias cada vez mayores entre los anglosajones
y los rusos», y «las discrepancias entre los objetivos de guerra británicos y
los rusos», y habló, como si fuera para consolarse, del «peligro de la expan-
sión del poder de Rusia hasta el corazón de Europa». «Incluso a pesar de
que los anglosajones están todavía decididos a aniquilarnos, no es imposi-
ble que sucedan acontecimientos políticos favorables», ya que la Gran Bre-
taña pronto comprendería que se había «metido en una posición su-
mamente comprometida», y que sólo «si toda Europa se une bajo un poder
central fuerte, bajo el mando de Alemania, puede existir desde ahora algu-
na seguridad». Existía también el consuelo de que los aliados todavía esta-
ban embarcados en la guerra contra el Japón, «una guerra muy poco popu-
lar en los Estados Unidos». «Es necesario concentrar toda nuestra fe y
nuestro potencial, y actuar». El 19 de agosto, cuando Doenitz le informó
que la actuación de los instrumentos de radar para localización de los
submarinos «pueden ser las causas responsables de nuestras graves pérdi-
das», y que confiaba poder reanudar los ataques contra los convoyes en el
Atlántico a fines de septiembre, con nuevas armas, Hitler admitió que «la
teoría de lo que le informaba justificaba muchos hechos sorprendentes y
que, con su descubrimiento, se había realizado un gran avance».
Los comentarios de Doenitz sobre Hitler en esta fecha, el 15 de septiembre,
fueron que «la enorme potencia que irradia el Führer, su inquebrantable
confianza, su amplia visión de la situación de Italia, le han hecho compren-
der que todos nosotros somos insignificantes comparándonos con él...
Todo aquel que crea que lo puede hacer mejor que el Führer, está loco».
Este comentario puede parecer ridículo hoy en día, pero no es imposible
comprender los sentimientos de Doenitz. Debido a que nunca quería en-
frentarse con las dificultades, Hitler se mostraba desde su mejor lado cuan-
do las cosas eran sencillas, tanto si esta simplificación era debida, como
durante el primer año de la guerra, a encontrarse con una situación suma-
mente fácil o, como era el caso de ahora, con el hecho de que las dificulta-
des lo empujaban por todos los lados.

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Sin embargo, la posición de Alemania era desesperada y la fase favorable


de Hitler había pasado ya a mediados de septiembre de 1943. En el mes de
agosto, los rusos reemprendieron su ofensiva en el frente sur; un inminen-
te peligro procedente de Rusia dominó, por vez primera el 28 y 29 de agos-
to, las conferencias con el comandante en jefe naval. Francia, la zona de
Vichy había sido ocupada cuando los aliados desembarcaron en el noroeste
de África, se convirtió en un riesgo cada vez mayor después de la rendición
del Gobierno italiano, y a la vista de la creciente amenaza aliada en el Me-
diterráneo. Después de los desembarcos aliados en Italia y el hundimiento
de la misma, un ataque a través de los Balcanes, tanto desde el sur de Italia
como desde el mar Egeo, parecían inminentes. Durante la segunda mitad
del mes de septiembre, los submarinos volvieron a reanudar sus activida-
des contra los convoyes, provistos de torpedos acústicos; la nueva ofensiva
obtuvo algunos éxitos, de tal forma, que Hitler, el 24 de septiembre, «seña-
ló con insistencia desconocida la importancia de la guerra submarina, que
es e único lugar de luz en una situación militar por demás obscura». Pero
pronto se reveló que no podía ganar de nuevo la iniciativa; en el Atlántico,
como en los demás frentes, dominaban los aliados. Sólo 20 barcos fueron
hundidos durante el mes de septiembre; 20, en octubre, 14, en noviembre
y sólo 13, ninguno de ellos en el Atlántico Norte, durante el mes de diciem-
bre de 1943, en tanto que fueron destruidos 64 submarinos durante estos
mismos cuatro meses.
A pesar de la compleiidad creciente de sus problemas, la política de Hitler
jamás vaciló. En la península italiana se mantuvo firme durante todo el
tiempo posible en la línea más al sur, a fin de impedir a los aliados «dispo-
ner de un puente hacia los Balcanes» desde el sur de Italia y debido a los
efectos políticos que tendría una retirada del sudeste de Europa. El 24 de
septiembre de 1943, cuando el mariscal de campo von Weichs, comandan-
te de la región sudeste, apoyado por Doenitz, rogó que se le permitiera eva-
cuar las avanzadillas alemanas en el mar Egeo, incluyendo Creta, Hitler re-
chazó la proposición por las mismas razones antes aducidas, a pesar de
que se mostró de acuerdo con Doenitz de que el enemigo probablemente
ocuparía las islas en cuestión en su avance. No podía «ordenar la propues-
ta evacuación de las islas debido a las repercusiones políticas que seguirían
a la misma. La actitud de nuestros aliados en el sudeste, y también de Tur-
quía, es determinada exclusivamente por la confianza que tienen en nues-
tro poder. Abandonar estas islas sería causar una impresión muy desfavo-
rable. Para evitar un golpe tal a nuestro prestigo, tenemos que tomar en
consideración incluso la pérdida eventual de tropas y material.»

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Su actitud con respecto al frente ruso era la misma. Cuando los rusos co-
menzaron su ofensiva en el sector sur, decidió convertir Crimea en una
«fortaleza inconquistable». El 27 de octubre, cuando todo daba a entender
que Crimea sería cortada por tierra, y que la evacuación, si se aplazaba por
más tiempo, sería necesario efectuarla por mar, insistió todavía en que se
mantuviera firme todo el tiempo posible y que su evacuación debía ser evi-
tada «en tanto exista una posibilidad de restablecer el frente sur». El 19 de
diciembre su intención de sostener Crimea todo el tiempo posible, «aun-
que sólo sea por razones políticas» fue ratificada; en tanto que el 1 de ene-
ro de 1944 estaba todavía convencido de que «todo depende de contener la
ofensiva rusa en el sur y sostener Crimea i). Por esta fecha, las fuerzas ale-
manas en el norte habían sido debilitadas de tal manera para este fin, que
los países bálticos se enfrentaban con un gran peligro pero también en este
caso se «mantuvo firme en su decisión de no retroceder una sola pulgada
si podía evitarlo».
La misma política fue aplicada en el Atlántico. A pesar de que ya a princi-
pios de 1944 Doenitz se había visto obligado a suspender sus vanos inten-
tos de renovar los ataques contra los convoyes debido a las elevadas pérdi-
das sufridas, el número de submarinos en servicio de patrulla sólo fue dis-
minuido ligeramente. La guerra submarina continuó a pesar del hecho de
que eran destruidos más submarinos que barcos mercantes.
Prescindiendo del hecho de que la política de Hitler no permitía alternati-
va alguna con respecto a la presencia de submarinos alemanes en alta mar,
existía ahora una razón adicional para mantenerse firme en esta decisión,
a pesar de las pérdidas sufridas, el hecho de que desde el 19 de diciembre
de 1943, cuando el tema de unos «posibles planes para la invasión de la
Europa occidental por los anglosajones» fue discutido de nuevo en las con-
ferencias de Hitler por vez primera desde la entrada de América en la gue-
rra, había sido aceptado como seguro que la invasión de la Europa occiden-
tal sería intentada por los aliado: durante el transcurso del año
1944. Como en el caso de toda invasión aliada procedente del mar, desde
la del noroeste de África y como nronto se demostraría de nuevo en la Nor-
man-día, Alemania no podía contar con otros medios que tratar de impedir
la invasión desde sus costas. Sólo podía intentar retrasarla; y los submari-
nos, cuya sola presencia en los mares ligaba a las unidades navales enemís-
ras, eran el único medio disponible para este fin. Fracasaron en la misión
que se les había confiado, no impidiendo en absoluto los preparativos de
los aliados como tampoco el desembarco en Normandía; y cuando se llevó
a cabo la invasión, se demostró que los preparativos terrestres alemanes

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Hitler no se equivoco

eran más que insuficientes, y poco adecuados.


Una vez logrados los desembarcos iniciales, Hitler y sus consejeros se en-
frentaron de nuevo con el problema que se les había ido planteando con
monótona regularidad en los demás frentes desde el fracaso de Stalingrado
y la pérdida de Túnez; y llegaron, después de los mismos desacuerdos, a la
misma conclusión. El 29 de junio de 1944, Hitler «expuso su punto de vis-
ta de la situación de la guerra», que eran los mismos que ya había expuesto
desde finales de 1942. «No podemos permitir — declaró—, que se desarro-
lle una guerra móvil, puesto que el enemigo nos supera en movilidad, en
poder aéreo y en combustible. Todo depende de reducirlo a su cabeza de
puente... y luego luchar para desgastarlo y obligarle a emprender la retira-
da.» De todas las alternativas, ésta era h. única política posible. Como Kei-
tel y Jodl habían manifestado ya el 12 de julio de 1944, y como sin duda al-
guna Hitler supo ya con mayor antelación «si el enemigo consigue ampliar
su cabeza de puente y consigue libertad de acción móvil, perderemos toda
la Francia y nuestra próxima línea defensiva será la Línea Maginot o el vie-
jo West Watt»; y las posibilidades de defender a Alemania serían muy re-
motas en este caso.
Estas conclusiones se demostraron pronto como ciertas, ya que el intento
de reducir a los aliados a su cabeza de puente, en Normandía terminó en
un rotundo fracaso; y cuando cayó Cherburgo, el 26 de junio, y cuando un
Ejército americano desembarcó en la costa sur de Francia el 15 de agosto,
la derrota de los alemanes era ya sólo cuestión de tiempo. Incluso si no s©
hubiese visto obstaculizado por la revuelta y el atentado del 20 de julio, y
como resultado del cual, a pesar de que celebró una conferencia inmediata-
mente después de haberse atentado contra su vida, ya no volvió a tomar
parte en otras conferencias hasta el 13 de octubre de 1944, Hitler hubiera
sido incapaz de enfrentarse con aquella situación tan abrumadora. Se afe-
rró a su política, negándose a retirarse en ningún frente, desde el Ártico a
los Balcanes hasta verse obligado a ello y, cuando finalmente Alemania fue
invadida, decidió emplear la táctica de la «tierra quemada» dentro del pro-
pio Reich, publicando unas directrices en este sentido el 19 de marzo de
1945. Pero su política, al igual que las continuas órdenes que promulgaba
desde Berlín, sólo podían aplazar lo que era inevitable: la rendición total.

II Un juicio critico de su estrategia en derrota


Pero si es por demás evidente que la estrategia de Hitler, a partir del otoño
del año 1942, sirvió solamente para aplazar el final, es necesario recalcar
que logró este fin, y cabe preguntarse si hubiera podido usar una estrategia

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Hitler no se equivoco

mejor que la de tratar de ganar tiempo y retirarse sólo cuando ya no podía


sostener una posición. Otro aspecto de la cuestión es afirmar que empleó
esta táctica de un modo poco inteligente; y el general Halder tiene induda-
ble rozón al criticar su «concepto poco estratégico de la fortaleza alemana,
su insistencia en colocar las fortificaciones del Atlantic Wall al borde mis-
mo de la costa donde podían ser destruidas por la artillería naval, su nega-
tiva a conceder la iniciativa a los comandantes locales... 227. Pero estos erro-
res, para usar una distinción en la que insiste el propio general Halder 228,
se referían todos a la esfera de las operaciones y no a la de la estrategia; y
es muy diferente alegar que en la esfera estratégica otra política hubiese si-
do preferible o incluso posible, a la que se seguía.
Existía, de hecho, sólo una alternativa militar, la de las operaciones flexi-
bles basadas en retiradas estratégicas. Pero esto hubiera resultado igual-
mente desastroso a la vista del equilibrio de fuerzas que existía ya a fines
de 1942; es también probable que sólo hubiese redundado en una derrota
final más rápida de Alemania. Retirarse a fin de reorganizarse hubiese sig-
nificado lanzarse en manos de los aliados, ya que la debilidad de Alemania
no se basaba tanto en la dispersión de sus fuerzas combativas, sino en la
inferioridad de todos sus recursos con respecto a los del enemigo. Los alia-
dos estaban en una posición en la cual hubiesen podido explotar mucho
mejor una retirada alemana que éstos aprovecharse de la misma. Prescin-
diendo por completo de las consecuencias políticas de una tal actitud en
Alemania e incluso entre los satélites de Alemania, sus conferencias milita-
res, aun sólo contando por el ahorro de estos esfuerzos que representaban
para los aliados y la más rápida concentración de su potencial en las fron-
teras alemanas, hubiese sido mucho más rápidamente desastroso que
aquella política que supo elegir Hitler.
Es esto lo que vale para la naturaleza ambigua e inconclusa de las críticas
del general Halder a Hítle'-después del año 1942 y, desde luego, de toda
críticíi que se basa en el argumento de que existía cualquier otra alternati-
va militar a la estrategia de Hitler después de fines de aquel año. El general
Halder arguye que, por un lado, después de Stalingrado, el único sistema
que prometió éxito en el frente ruso era el de la guerra de operaciones flexi-
bles; que la estrategia que siguió Hitler en Rusia durante los años 1943 y
1944 no era «una guerra militar»; que los contraataques y la defensa móvil
hubiesen sido una respuesta mejor a la invasión en el Oeste que el intento
de mantenerse firme en la costa 229. Al mismo tiempo, sin embargo, admite
que resultaba indudable hacia fines de 1943, por lo menos, que la guerra
estaba perdida... Gracias al sacrificio de sangre alemana y a costas de expo-

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Hitler no se equivoco

ner el suelo patrio a las fuerzas aéreas enemigas, pudo continuar toda-
vía durante algún tiempo más. Pero ¿eran los resultados que se ganaban
compensados por estos sacrificios?... ¿Existía la posibilidad de anular la in-
vasión y conseguir de esta forma bases más tolerables de paz? ¿Podía la
fortaleza alemana detener al enemigo frente a sus muros?
¡No! Dejémonos de una vez para siempre de cuentos... Alemania no dispo-
nía de medios de defensa 230.
Este segundo punto de vista es mucho más realista. La guerra había sido
perdida a fines de 1942; no existía ninguna alternativa militar, excepto el
ganar tiempo. Pero, en este caso, también es cierto que ninguna otra estra-
tegia hubiese podido ser mác efectiva que la que consiguió Hitler y la impli-
cación lógica del punto de vista de Halder no es que Hitler se equivocara
en la dirección de la guerra después de 1942, sino que jamás debiera haber
cometido su error político inicial de comenzar la guerra contra naciones
que eran demasiado poderosas y que hubiese debido reconocer cuando sus
posibilidades habían tocado a su fin. Pero esto significa eludir la cuestión.
El error inicial había sido cometido; la guerra no podía ser terminada con
negociaciones; Hitler no se podía rendir.
Antes de enfrentarnos con estas consideraciones políticas, como opuestas
a las militares, es necesario introducir el restante factor militar, las «armas
secretas», para enjuiciar debidamente su estrategia. Si es cierto que la gue-
rra había sido ya perdida a fines de 1942, es igualmente cierto que Hitler
aceptó este hecho sin reservas de ninguna clase. Sabía que la proporción
de fuerzas era tal que, sin un arma nueva, la derrota era inevitable; y el
problema militar es juzgar si estaba en lo justo al considerar estas nuevas
armas, que todavía no existían y que se hallaban en fase de estvidio y expe-
rimentación, como una justificación suficiente a su decisión de prolongar
la guerra.
Halder insiste en el punto de vista de que las armas secretas «a pesar de to-
do, le colocaron al borde de la victoria»; y acusa a Hitler de haber perdido
dos años decisivos en el rápido desarrollo de la V-l y V-2 231. Pero no existe
ninguna evidencia apoyada en documentos que confirmen o denieguen la
acusación de Halder y la veracidad de la opinión de Halder debe ser puesta
en duda. Es cierto que tanto la V-l como la V-2 fueron introducidas dema-
siado tarde cuando, como dice Halder, «la negra sombra de la supremacía
aérea del enemigo se cernía ya sobre su producción y uso», y, por su signi-
ficación, así como por experiencia en el arma, debe aceptarse que su intro-
ducción anterior hubiese creado graves problemas para las potencias alia-
das. Pero aparece igualmente cierto, y esto está más de acuerdo con el pun-

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Hitler no se equivoco

to de vista de Halder, que la guerra estaba ya perdida, que su introducción


anterior se hubiese encontrado con una reacción muy diferente en la direc-
ción de la guerra por las potencias aliadas; que hubiese afectado el curso,
pero no el resultado final y, con toda probabilidad, tampoco a la duración
de la guerra. Los aliados tenían sus propias armas secretas y además goza-
ban de una amplia superioridad estratégica en todos los aspectos.
Un argumento similar surge en relación con el desarrollo del nuevo tipo de
submarinos. Hitler no hizo nada para retrasar su ejecución y producción, y
es dudoso que hubiese podido hacer algo más de lo que hizo para lanzarlos
a la lucha. Su historia, por el contrario, proporciona evidencia incontrover-
tible del grado en que, desde el punto de vista de mano de obra y materia-
les, Alemania estaba ya en franca derrota tanto en el sentido de las opera-
ciones como en el estratégico. No puede existe la menor duda de que inclu-
so en el caso de que Alemania hubiera sido capaz de operar con las nuevas
unidades, e incluso si éstas hubiesen alcanzado lo que de las mismas espe-
raban Hitler y Doenitz, su introducción, al igual que la V-1 y la V-2, hubie-
ra sido contrarrestada por la adopción de planes diferentes por parte de los
aliados. Y si se insiste en el hecho de que tanto con respecto a la V-l y la V-
2, como los nuevos submarinos, Alemania casi llegó a tiempo de lanzarlos
a las operaciones, queda por preguntar si la confianza en su éxito eventual,
que tanto estimuló a Hitler y a Doenitz durante los últimos dieciocho me-
ses de guerra, no estaba en cierto modo justificada.
Doenitz estuvo en lo cierto, el 26 de febrero de 1944, al achacar el continuo
fracaso de los viejos submarinos y decidirse por «el nuevo tipo de sub-
marino y tácticas submarinas». Los nuevos submarinos hubiesen presen-
tado graves problemas a los aliados, en vista de su gran velocidad de in-
mersión, y su introducción hubiese evitado las graves pérdidas
que Alemania sufría en submarinos. Pero está lejos de ser cierto que las
tácticas submarinas hubiesen logrado ejercer graves efectos en el hundi-
miento de barcos aliados y, por consiguiente, en el curso general de la gue-
rra; y las experiencias con el Schnorkel, adaptado al viejo tipo de submari-
nos en el año 1944 como medida temporal, redundó en el efecto opuesto.
Pero estas observaciones con respecto a las nuevas armas son necesaria-
mente tentadoras, tal como ha sido admitido; y si no podemos tener la cer-
teza, incluso hoy en día, que su introducción no hubiese podido llevar con-
sigo un cambio, mucho menos puede saberse por anticipado. Por consi-
guiente, no es mostrarse realista acusar a Hitler por usarlas como un argu-
mento adicional en favor de su táctica de ganar tiempo, sobre todo, si acep-
tamos, como lo hace Halder, de que hubiesen podido representar una dife-

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Hitler no se equivoco

rencia.
Desde un punto de vista estrictamente militar es difícil encontrar un error
en estos elementos en su estrategia, lo mismo que, desde el punto de vista
estrictamente militar, basándonos en la suposición de que la guerra había
de ser continuada, es imposible discutir qué otra estrategia hubiese sido
mucho más inteligente que la de Hitler después de principios del año 1943.
Negar esto es peligroso.
Su última decisión, sin embargo, fue tan inevitable que es inútil criticarla.
Cualesquiera que fuesen las esperanzas que Hitler concedió a las armas se-
cretas, en una posible desunión entre Rusia y las potencias occidentales,
las demás circunstancias eran tales, que su estrategia no hubiera sido dife-
rente si no hubiesen existido tales armas y tales posibilidades. La decisión
de que no habría capitulación frente a las fuerzas del exterior y ninguna re-
volución de las fuerzas del interior, había sido ya expuesta en su discurso
del 23 de noviembre de 1939 232 Había sido explícito también en su con-
ducta desde el comienzo de la guerra; y la expuso claramente en el mismo
discurso, durante las primeras semanas de la guerra, en el sentido de que
«Sobreviviré o moriré en esta lucha» y que «Jamás sobreviviré a la derrota
de mi pueblo».

Anexos
Protocolo de Hossbach
Politica racial y territorial de Hitler
BERLIN, Noviembre 10 de 1937
Acta de La Conferencia realizada en la Cancillería del Reich. Berlín, No-
viembre 5 de 1937. De 4:15 a 8:30 p.m.
Los presentes:
El Fuhrer y Canciller del Reich,
Mariscal de Campo von Blomberg, Ministro de Guerra
Coronel General Baron von Fritsch, Comandante en Jefe del Ejército
Admirante Dr. H.C. Raeder, Comandante en Jefe de la Naval
Coronel General Goering, Comandante en Jefe de Lutwaffe
Baron von Neurath, Ministro de Asuntos Exteriores
Coronel Hossbach
El Fuhrer comenzó diciendo que la importancia del tema a tratar en la pre-
sente conferencia era tal que en otros países hubiera requerido la reunión
de todo el Gabinete de Gobierno, pero que en su caso había descartado este
hecho, basado precisamente en la importancia del mismo. La exposición

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Hitler no se equivoco

que el Fuhrer hizo del tema, fue fruto de una completa deliberación y de
sus experiencias durante los cuatro años y medio en el poder. Su deseo era
exponer a los presentes las ideas básicas relacionadas con los requerimien-
tos y oportunidades existentes para el desarrollo de la posición alemana en
el campo de los asuntos internacionales, y pidió a los asistentes que su ex-
posición fuera considerada, en su eventual muerte, como su testamento y
última voluntad para proteger los intereses a largo plazo de la política ale-
mana.
A continuación el Fuhrer expuso que en un principio el principal objetivo
de la política alemana era asegurar y preservar la comunidad racial, para
subsecuentemente aumentar su tamaño; lo que hizo de este objetivo una
cuestión de espacio.
La comunidad alemana compuesta por más de 85 millones de personas,
constituye un núcleo racial contenido dentro de los estrechos límites del
espacio habitable disponible en Europa, por lo cual tiene derecho a un ma-
yor espacio de habitación, el cual no pudo ser extendido anteriormente de-
bido a las condiciones políticas prevalecientes y al desarrollo histórico. Sin
embargo, debe destacarse que la continuación de estas condiciones políti-
cas constituye el peligro más grande para la preservación de la raza alema-
na.
Detener el declive del Germanismo en Austria y Checoslovaquia era tan po-
co probable como lo era mantener el nivel presente en la misma Alemania.
En vez de presentarse un crecimiento en la población, la esterilidad se ha-
cia cada vez mas evidente, y consigo los desórdenes de carácter social, da-
do que la ideología política permanecía efectiva tan solo cuando esta pro-
porcionaba la base para la realización de las demandas esenciales y vitales
de la gente. El futuro de Alemania estaba condicionado a la solución del
problema de espacio, y dicha solución debió haber sido contemplada con
anterioridad.
Antes de abordar la solución a la necesidad de espacio, suponiendo que la
haya, se debe considerar si esta puede ser planteada con base en la autar-
quía o en el crecimiento de la participación alemana en la economía mun-
dial.

Autarquia
Lograda unicamente bajo estricto liderazgo del Estado Nacional Socialista.
Asumiendo lo anterior, se pueden establecer los siguientes posibles resul-
tados:
A. En el campo de la materia prima, imponer la autarquía parcial.

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Hitler no se equivoco

1) Con respecto al carbon, debido a que puede ser considerado material pri-
ma, la autarquía es posible.
2) En lo concerniente a los minerales, la posición es mucho más díficil. Los
requerimientos de hierro, al igual que los de otros metales livianos pueden
ser alcanzados con recursos domésticos, lo cual no ocurre con materiales
como el cobre y el estaño.
3) Los requerimientos de textiles sintéticos serían alcanzables con recursos
domésticos si las existencias de madera fueran suficientes.
4) Grasas comestibles. Posible.
B. En el campo alimenticio la respuesta a la autarquía debía ser un rotundo
“NO”.
El crecimiento general del estandar de vida comparado con el de hace 30 o
40 años, se ha visto acompañado de un incremento en la demanda y el con-
sumo de los hogares incluso por parte de los productores (los granjeros).
Los frutos del incremento en la producción agrícola buscan satisfacer la
creciente demanda, por lo cual no representan un incremento absoluto de
la producción. Un incremento adicional en la produción posible unicamen-
te mediante la exagerada explotación del suelo era prácticamente imposi-
ble, dado que debido al uso de fertilizantes artificiales este ya mostraba se-
ñas de agotamiento. Adicionalmente, asi pudieran alcanzarse los niveles
máximos de producción, la importación de víveres era inevitable.
El no despreciable gasto de reservas internacionales para asegurar la provi-
sión de alimentos a través de la importación, suponiendo que las cosechas
fueran buenas, crecío en proporciones catastróficas cuando se presentaron
malas cosechas. La posibilidad de un desastre aumentó proporcionalmente
al crecimiento de la población. Es el caso por ejemplo del pan. El exceso de
nacimientos produjo un aumento en el consumo de éste dado que los niños
son mayores consumidores que los adultos.
En un continente que disfrutaba de un estandar de vida común, era impo-
sible vencer mediante reducción del estandar y racionamiento, las dificul-
tades de provisión de alimentos. De este modo, con la solución al proble-
ma del desempleo, el máximo nivel de consumo había sido alcanzado. Al-
gunas pequeñas modificaciones en la producción doméstica serían sin du-
da posibles, sin provocar cambio alguna en nuestra posición con respecto
al resto del mundo. Por lo tanto la Autarquía es insostenible con respecto a
la provisión de alimentos y a la economía como un todo.

Participacion en la Economia Mundial


A esta hubo limitaciones que fuimos incapaces de remover. El estableci-

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Hitler no se equivoco

miento de la posición de Alemania sobre una base segura y sólida fue obs-
truído por las fluctuaciones del mercado y los tratados comerciales no pro-
veyeron garantía alguna. En particular, debe recordarse que desde la Gue-
rra Mundial aquellos países que habían sido anteriormente exportadores
de alimentos se habían industrializado.
Estabamos viviendo una época de imperios económicos en la cual la urgen-
cia de colonización se volvía a manifestar. En el caso de Japón e Italia, mo-
tivos económicos alimentaron el deseo de expansión, mientras que para
Alemania la necesidad económica generó el estímulo necesario. Para aque-
llos países externos a los grandes imperios económicos, las oportunidades
de expansión económica se vieron drásticamente limitadas.
El boom en la economía mundial causado por el rearmamiento, no podía
conformar la base de una economía sólida en el largo plazo, este último
obstruído sobre todo por los disturbios económicos resultantes del Bolche-
vismo. Existía una pronunciada debilidad militar en aquellos estados cuya
existencia dependía del comercio internacional. Dado que nuestro comer-
cio exterior transitaba rutas marítimas dominadas por Gran Bretaña, era
más una cuestión de seguridad de transporte que de intercambio exterior,
lo cual reveló en tiempo de guerra, la total debilidad de nuestra situación
en el campo alimenticio.
El único remedio, que podría por cierto parecernos visionario, reside en la
adquisición de más espacio habitable, misión que a lo largo de los tiempos
ha sido el origen de la formación de estados y la migración de población.
Que dicha búsqueda no fuera de ningún interés para Gran Bretaña o para
aquellas naciones saciadas era entendible. Entonces si suponemos que ase-
gurar la situación alimentaria de Alemania es la principal preocupación, el
espacio necesario para lograr dicha meta solo puede ser encontrado en Eu-
ropa, y no en la explotación de colonias, como la perspectiva liberal-capita-
lista lo establece. Esta no es una cuestión de adquirir población, sino de
ganar espacio para uso agrícola.
Es mas, áreas productoras de materias primas en Europa ubicadas en la in-
mediata proximidad al Reich, pueden ser más eficientemente adquiridas,
que aquellas ubicadas en tierras lejanas; esta solución porlo tanto, deberá
ser suficiente durante dos o tres generaciones. Cualquier cosa adicional
que pueda ser necesaria más adelante deberá ser manejada por posteriores
generaciones. El desarrollo de las grandes constelaciones del mundo políti-
co progresará de manera lenta despues de esto, y el pueblo Alemán, con un
fuerte núcleo racial, podrá determinar cuales son los prerequisitos para lo-
grar mantenerse dentro del continente Europeo. En la historia de todas la

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Hitler no se equivoco

edades – El Imperio Romano y el Imperio Británico- ha probado que la ex-


pansión puede ser llevada a cabo derrotando la resistencia y tomando ries-
gos. En tiempos anteriores, nunca ha habido territorios sin dueño, y algún
día no habrá ninguno más; el atacante siempre tendrá que venirse en con-
tra del actual dueño.
La pregunta para Alemania es entonces determinar donde puede maximi-
zar la ganancia, manteniendo el costo de dicha acción al mínimo. La políti-
ca alemana deberá calcular las acciones de dos antagonistas inspirados por
el odio, Gran Bretaña y Francia, para quienes el coloso Aleman se ha con-
vertido en una piedra en el zapato.
Estos dos países se han opuesto a cualquier fortalecimiento de la posición
alemana, ya sea en Europa o en tierras lejanas; en dicha posición contaron
con el apoyo de sus partidos políticos. Ambos países vieron en el estableci-
miento de las bases militares alemanas en el extranjero el escudo del co-
mercio Alemán, lo cual trajó como consecuencias un fortalecimiento de la
posición de Alemania en Europa.
Debido a la oposición de los soberanos, Gran Bretña no puede cedernos
ninguna de sus posesiones coloniales. Después del traspaso de Abisinia a
Italia, Inglaterra sufrió una gran pérdida de prestigio, por lo cual regresar
al Este de Africa no se espera. Las concesiones británicas pueden ser en-
tendidas como un ofrecimiento dirigido a satisfacer nuestras demandas a
nivel colonial.
Una seria discusion acerca de la devolución de colonias solo pudo ser con-
siderado en un momento en el cual Gran Bretaña se encontraba en dificul-
tades y el Reich Alemán de encontraba armando y fuerte. El Fuhrer no
compartía la visión de que el Impero era inquebrantable. La oposición se
encontró menos entre los países conquistados que entre los competidores.
El Imperio Británico y el Imperio Romano no pueden ser comparados con
respecto a su permanencia; el último de ellos no fue confrontado durante
las Guerras Púnicas por ningún rival político de significancia. Fue sola-
mente el efecto de desintegración de laCristianidad, y los sìntomas de la
edad, que parecen en cualquier país, los que causaron que la antigua Roma
sucumbiera al ataque germano.
Además del Imperio Británico, hoy en día existen un número de estados
más fuertes que el. La madre patria británica fue capaz de proteger sus po-
sesiones coliniales a través de su alianza con otros estados. Como, por
ejemplo, Gran Bretaña pudiera haber defendido Cánada contra el ataque
de América o sus intereses en el Lejano Oriente contra el ataque de Japón!
El énfasis de la Corona Británica como símbolo de la unidad del Imperio es

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solamente la admisión, a que en el largo plazo, el Imperio no podrá mante-


ner su posición a través del poder político. Importantes indicadores de esto
fueron:
a. La lucha de Irlanda por obtener su independencia.
b. Las luchas constitucionales en India, donde la mitad de las medidas to-
madas por Gran Bretaña le dieron a los Indios la oportunidad de usar más
adelante como arma en contra del Imperio Británico, el incumplimiento de
sus promesos en lo referente a la Constitución.
c. El debilitamiento de Gran Bretaña en el Lejano Oeste gracias a la inter-
vención de Japón.
d. La rivalidad con Italia en el Mediterraneo, que bajo el hechizo de su his-
toria, manejada por la necesidad y dirigida por un genio expandió su posi-
ción de poder, interviniendo cada vez más en los intereses británicos. El re-
sultado de la guerra de Abisinia en donde Italia produciendo la conmción
del mundo Mohametano logró crecer sus dominios y afectar el prestigio
del Imperio Británico.
Resumiendo, puede decirse que con 45 millones de Británicos, la posición
del Imperio no pudo mantenerse mediante sus poderes políticos en el lar-
go plazo. La taza de la población total del Imperio con respecto a la pobla-
ción que habita la madre patria alemana es de 9:1, lo cual no puede ser una
advertencia para nosostros durante nuestra expansión territorial.
La posición de Francia era más favorable que la de Gran Bretaña. El Impe-
rio Francés fue establecido territorialmente de mejor manera, los habitan-
tes de sus posesiones coloniales representaban un suplemento a su poderío
militar. Pero Francia se enfrentó con dificultades políticas a nivel interno.
En la vida de una nación cerca del 10% de su territorio es gobernado me-
diante formas parlamentarias de poder, mientras el 90% lo es mediante
formas autoritarias de poder. Sin embargo hoy en día, Gran Bretña, Fran-
cia, Rusia y los pequeños estados adyacentes a ellos, deben incluidos como
factores (Machtfacktorem) en nuestros cálculos políticos.
El problema de Alemania no podrá ser resuelto solo mediante el uso de la
fuerza y sin correr riesgos. Las campañas de Federico el Grande durante
las Guerras de Silesia y Birmania contra Austria y Francia implicaron un
insólito riesgo, y la rápidez de la acción de Prusia en 1870 ha mantenido a
Austria fuera de la Guerra. Si uno acepta como base de la siguiente afirma-
ción el recurso del uso de la fuerza junto al riesgo que esta involucra, en-
tonces todavía se mantiene sin respuesta las preguntas de “Cuando” y “Có-
mo”. En este caso hay tres casos con los que se debe tratar:
CASO 1: Período 1943-1945. Después de esta fecha solo un cambio para lo

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peor puede ser esperado por nosotros. El equipo del ejército, la marina, la
luftwaffe, como también la formacion del cuerpo de oficiales ha sido casi
completado. El equipo y armamento son modernos; pues de esperarse un
poco más se correría el riesgo de que se volvieran obsoletos. En particular,
el secreto de las “Armas Especiales” no podrá ser mantenido para siempre.
El reclutamiento de reservas esta limitado a la actual composición de la
población por edades; adicionales retiros de grupos de edades mayores sin
entrenar no son posibles.
Nuestra fortaleza relativa disminuirá en relación al rearmamiento que será
llevado a cabo por el resto del mundo. Si no actuamos en el período entre
1943-1945, en cualquiera de estos años podrá producirse la crisis alimenta-
ria como consecuencia de la falta de reservas. Alcanzar el nivel de reservas
internacionales necesarias no es posible, convirtiéndose este en el punto
más débil del régimen.
Además el mundo estaba esperando nuestro ataque, por lo cual reforzó las
medidas de respuesta necesarias. Fue mientras el resto del mundo prepa-
raba sus defensas (sich abriegele) que nos vimos obligados a tomar la ofen-
siva. Nadie sabe aún cual será la situación para 1943-1945. Solo una cosa
es cierta, no podemos esperar más.
Por un lado estaba la gran Wehrmacht, la necesidad de mantenerlo en el
presente nivel y el envejecimiento tanto del movimiento como de sus líde-
res. Por el otro, las predicciones de una disminución del estándar de vida y
la baja en la tasa de natalidad, lo cual no dejo otra opción distinta a actuar.
Si el Fuhrer aún estuviera vivo, su principal objetivo sería resolver el pro-
blema de la necesidad de espacio a más tardar en 1943-1945. La necesidad
de actuar antes del período mencionado surgiría en los casos 2 y 3.
CASO 2:
Si conflictos internos se desarrollan en Francia, hasta tal punto que la cri-
sis doméstica absorba por completo su Ejercito y por ende su capacidad de
ataque a Alemania, entonces el tiempo para actuar en contra de los Checos-
lovacos habra llegado.
CASO 3:
Si Francia se encuentra tan envuelta en una guerra contra otro estado, de
tal manera que no pueda proceder contra Alemania.
Para el mejoramiento de nuestra posición político-militar nuestro primer
objetivo, en el evento de vernos envueltos en una guerra, debe ser derrotar
simultáneamente a Checoslovaquia y Austria con el objetivo de evitar cual-
quier amenaza proveniente del Este en contra nuestra. Si Checolosvaquia
se encuentra en conflicto con Francia, es poco problable que nos declaren

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Hitler no se equivoco

la guerra el mismo día la declaren a Francia. Entre los Checoslovacos, el


deseo de ir a la guerra incrementará en proporción a cualquier debilita-
miento en nuestro flanco, por lo cual cualquier amenaza de su parte se ve-
rá materializada en un ataque hacia Silesia, ya sea desde el norte o desde el
oeste.
Si los Checoslovacos fueran derrotados y una frontera Alemana-Hungara
común fuera desarrollada, sería más probable que la actitud de Polonia,
frente a un enfrentamiento entre Francia y Alemania, fuera neutral.
Nuestrsos acuerdos con Polonia solo mantendrán su fuerza en tanto que la
fortaleza de Alemania permanezca. Es importante tener en cuenta que si se
produjeran retrocesos en el frente Aleman, sería de esperarse, de parte de
Polonia, una acción contra Prusia y Silesia.
Suponiendo que fuera necesario actuar en 1943-1945, la actitud de Fran-
cia, Gran Bretaña, Italia, Polonia y Rsuia podría ser estimada de la siguien-
te manera: Actualmente el Fuhrer cree que Gran Bretaña y seguramente
Francia, tienen acuerdos escritos con los Checoslovacos. Dificultades rela-
cionadas con el Imperio, y el prospecto de verse enredados en una prolon-
gada guerra, fueron consideraciones decisivas a la hora de participar en
una guerra contra Alemania.
La actitud británica no está fuera del alcance de la influencia francesa. Un
ataque de parte de Francia sin el respaldo de Gran Bretaña, que pueda pa-
ralizar nuestras fortificaciones en el oeste es poco probable. Tampoco lo se-
ra el ataque francés a Bélgica y Holanda sin el respaldo británico; en el
evento de una ofensiva contra Francia, no debemos contemplar este últi-
mo, ya que nos enfrentaríamos ala hostilidad Británica.
Desde luego será necesario mantener una fuerte defensa en nuestra fronte-
ra oeste durante el ataque de Checoslovaquia y Austria. En relación con es-
to debe recordarse que las medidas de defensa de los Checoslovacos crecen
año tras año, y que el actual valor del ejercito austriaco igualmente se in-
crementó a lo largo del tiempo. Aún cuando las poblaciones involucradas,
especialmente las de Checoslovaquia y Austria implicarían la adquisición
de alimentos para 5 o 6 millones de personas, suponiendo que una forzosa
migración de 2 milones de personas desde Checoslovaquia y de 1 millón de
personas desde Austria fuera posible.
Desde el punto de vista político-militar, la incorporación de estos dos esta-
dos Alemania presenta una ventaja substancial, debido a que esto repres-
neta menores y mejores fronteras, la liberación de fuerzas para otros pro-
pósitos, y la posibilidad de crear hasta 12 nuevas divisiones, lo que signifca
una unidad por cada millón de habitantes.

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Hitler no se equivoco

No se espera que Italia objete la eliminación de los Checolosvacos, pero en


este momento es imposible estimar cual sea su actitud frente a lo referente
a Austria; dependiendo esto, claro está, de la sobrevivencia del Duce.
El grado de sorpresa y rápidez de nuestra acción son decisivos en la actitud
de Polonia. Polonia, con Rusia detrás, tendrá poca o ninguna inclinación
de envolverse en una guerra con Alemania. Una intervención militar por
parte de Rusia podrá ser contrarrestada a través de la rapidez de nuestras
operaciones, mientras que una intervención de este tipo por parte de Ja-
pón es muy dudosa.
Si el Caso 2 se presenta, es decir que Francia se viera envuelta en una gue-
rra civil, entonces la situación que se crearía por medio de la eliminación
de uno de nuestros mas poderosos oponentes, daría pie al conflicto con los
Checoslovacos.
El Fuehrer cree que la ocurrencia de los hechos de acuerdo a lo descrito en
el Caso 3 es mas factible debido a las presentes tensiones en el Mediterrá-
neo, y está resuelto a tomar ventaja de esto , aunque se presentarán dichas
condiciones antes de tiempo, es decir en 1938.
A la luz de pasadas expereincias, el Fuhrer no preve ningún fin temprano a
las hostilidades en España. Si se considera el tiempo que han tomado las
ofensivas de Franco, es posible que la guerra continué por otros tres años.
Por el otro lado, desde el punto de vista alemán, la victoria de Franco no es
deseable, por el contrario nos encontramos interesados en la continuación
de la guerra y en mantener la tensión en el Mediterráneo. Franco con la in-
discutible posesión de la península española por una parte evita cualquier
posible intervención de parte de los italianos y por otra se asegura la conti-
nuación de la ocupación de las islas Baleares.
Como es de nuestro interés que la guerra en España continúe, el objetivo
inmediato debe ser respaldar a Italia para que pueda tomar control de las
islas Baleares. Pero el establecimiento permanente de los italianos en las
islas será intolerable tanto para Francia como para Gran Bretaña, por lo
cual se desencadenará una guerra contra Italia, una guerra en la que Espa-
ña estará por completo a merced de los Blancos. La probabilidad de la de-
rrota de Italia en esta guerra es bastante baja, ya que Alemania la respalda-
rá proveyendo todas las materias primas necesarias.
El Fuhrer imaginó que la estrategia militar de Italia deberia ser la siguien-
te: En la frontera con Francia debe permanecer a la defensiva, y llevar a ca-
bo la guerra contra Francia desde Libia y hacia las colonias francesas del
norte de Africa.
Como un desembarco de las tropas de Franco en la costa de Italia puede

245/277
Hitler no se equivoco

ser descartado, y debido a que la ofensiva francesa contra Italia desde los
Alpes es muy díficil, el punto crucial de la operación yace en el norte de
Africa. La amenza de la flota italiana a las vías de comunicación de Francia
provocará una parálisis de las fuerzas de transporte del norte de Africa ha-
cia Francia, por lo cual las tropas apostadas en Francia estarán a disposi-
ción de Italia y Alemania.
Si Alemania hace uso de esta guerra para solucionar las cuestiones con los
Checsolovacos y los austriacos, podrá asumirse que Gran Bretaña, en gue-
rra contra Italia, decidirá no actuar contra Alemania. Sin el respaldo britá-
nico, una acción de guerra contra Alemania de parte de Francia espoco
problable.
El momento preciso para atacar Checoslovaquia y Austria depende del cur-
so que tome la guerra Anglo-Franco-Italiana, lo cual no quiere decir que
este debe empezar en el preciso momento que las operaciones militares de
estos tres estados. El Fuhrer no tiene en mente ningún tipo de acuerdo mi-
litar con Italia, pero quiere explotar esta situación, que puede no volverse a
presentar, para mantener su independencia de actuación y para comenzar
la campaña contra los checoslovacos. Este ataque deberá ser llevado a cabo
a la “velocidad de la luz”.
Evaluando la situación el Mariscal de Campo Von Blomberg y el General
Von Fritsch enfatizaron en repetidas ocasiones que es necesario que ni
Gran Bretaña, ni Francia aparezcan en el escena como enemigos de Alema-
nia y dijeron además, que podría darse el caso en cual el ejército francés le-
jos de verse comprometido en una guerra contra Italia, podría irse al mis-
mo tiempo a la guerra contra Alemania.
El General Von Fritsch estimó que en la frontera de los Alpes, las fuerzas
francesas diponibles pueden ser más o menos 20 divisiones, por lo cual la
superioridad de Francia se mantendría en la frontera accidental, haciendo
factible la invasión del Rin. En este caso, el avanzado estado de prepara-
ción de Francia debe ser tomado particularmente en cuenta y debe recor-
darse además, aparte del insignificante valor de las fortificaciones alema-
nas (en lo cual hizo especial enfásis), que las cuatro divisiones establecidas
en el oeste son incapaces de movimiento.
En referencia a la ofensiva alemana en el suroeste, el Mariscal de Campo
Von Blomberg prestó particular atención a la fortaleza de las fortificacio-
nes checoslovacas, las cuales han adquirido una estructura tipo Maginot
Line la cual dificultará el ataque alemán.
El General Von Fritsch mencionó que el propósito del estudio ordenado es-
te invierno para examinar la posibilidad de conducción de operaciones

246/277
Hitler no se equivoco

contra Checoslovaquia, se puso en evidencia la importancia del debilita-


miento del sistema checoslovaco de fortificaciones. Más adelante le Gene-
ral expreso su opinión diciendo que en las actuales circunstancias era me-
jor que renunciara a su plan de irse de vacaciones a partir del 10 de no-
viembre.
El Fuhrer descartó lo anterior debido a la proximidad del conflicto Anglo-
Francés-Italiano. El Fuhrer determinó el verano de 1938 como la fecha lí-
mite en la cual debería presentarse dicho conflicto. En respuesta a las con-
sideraciones del Mariscal de Campo Von Blomberg y del General Von
Fritsch con respecto a la actitud de Francia y Gran Bretaña, el Fuhrer repi-
tió nuevamente que descartaba cualquier tipo de intervención de parte de
los británicos, y que por lo tanto, el no creía que se presentara ningúna ac-
ción beligerante contra Alemania de parte de Francia.
Si el conflicto del Mediterráneo provocara una movilización general de Eu-
ropa, entonces Alemania deberá iniciar acciones contra Checoslovaquia.
Por el otro lado, si los poderes envueltos en el guerra se declaran desintere-
sados, entonces Alemania no deberá asumir la misma actitud.
El Coronel General Goring pensó que bajo el punto de vista del Fuhrer,
Alemania debería considerar la liquidación de todas sus responsabilidades
en España. El Fuhrer convino con esto y dijo finalmente que se reservaba
la divulgación de su decisión para el momento justo.
Durante la segunda parte de la Conferencia se discutieron las cuestiones
referentes al armamento.
Hossbach
Certificado correcto: Coronel (Equipo del General)
Source: Documents on Germany Foreign Policy 1918-1945
Series D Volume 1
Kindly supplied by Yale University Historical Department.

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Hitler no se equivoco

Mapas Operativos

Mapa Operaciones en Polonia

(1) Guderian XIX Cuerpo de Ejercito Motorizado: 2° y 20° Division de In-


fanteria Motorizada y 3° Division Panzer
(2) Kempf Division Panzer Kempf: 7° Regimiento Panzer, SS Regimiento
Deutschland
(3) Guderian Redespliegue XIX CEM despues de Septimbre 7 con la 10°
Division Panzer incluida

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Hitler no se equivoco

(4) Von Wieterheim XIV Cuerpo de Ejercito Motorizado: 1° Division


Ligera, 13° y 29° Division de Infanteria Motorizada, mas tarde la 5°
Division Panzer
(5) Hoepner XVI Cuerpo de Ejercito Motorizado: 1° y 4° Division Panzer,
dos divisiones de infanteria
(6) Hoth XV Cuerpo de Ejercito Motorizado: 2° y 3° Divisiones Ligeras,
25° Regimiento Panzer
(7) Von Kleist XXII Cuerpo de Ejercito Motorizado: 2° Division Panzer y 4°
Division Ligera
(8) 8° Ejercito XIII AK mas la Leibstandarte Adolf Hitler transferida des-
pues al 10° Ejercito
(9) 14° Ejercito VIII AK incluye el SS Regimiento Germania.
A Grupos de Ejercitos Norte y Sur de von Bock y von Rundstedt; 37 Divi-
siones de Infanteria, tres divisiones de Montaña, 15 divisiones moviles,
3.195 tanques.
Ejercito Polaco 38 Divisiones de Infanteria, once de caballeria, dos briga-
das motorizadas, 600 a 700 tanques ligeros.
Luftwaffe Kesselring 1° Flota Aerea con el Grupo Norte y Lohr 4° Flota
Aerea con el Grupo Sur, 1.550 aviones
Fuerza Aerea Polaca 750 aviones

Operacion «Caso Amarillo»

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Hitler no se equivoco

(1) Schmidt XXXIX Cuerpo Panzer: 9° Division Panzer, S.S Division


Verfügungs, despues dle 13 de Mayo Leibstandarte Adolf Hitler
(2) Hoepner XVI Cuerpo Pnaer: 3° y 4° Divisiones Panzer, 20° Division
de Infanteria Motorizada, S.S Totenkopf
(3) Hoth XV Cuerpo Panzer: 5° y 7° Divisiones Panzer
(4) (Grupo Kleist) Reinhardt: XXXXI Cuerpo Panzer: 6° y 8° Divisiones
Panzer
(5) (Grupo Kleist) Guderian: XIX Cuerpo Panzer: 1° y 2° Divisiones Pan-
zer, 10° Division Panzer, Regimiento de Infanteria Motorizada Gross-
Deutschland.
(6) (Grupo Kleist) Von Wietershein: XIV Cuerpo Motorizado: 2°, 13° y
29° Divisiones de Infanteria Motorizada
(7) Hoth XV Cuerpo Panzer: 5° y 7° Divisiones Panzer, 2° Division de In-
fanteria Motorizada

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Hitler no se equivoco

(8) Grupo Panzer Von Kleist XIV Cuerpo Panzer von Wietershein: 9° y
10° Divisiones Panzer,13° Division de Infanteria Motorizada, S.S Division
Verfugungs, Regimiento de Infanteria Motorizada Gross-Deutschland. De-
spues del 12 de Junio S.S. Division Totenkopf.
(9) Grupo Guderian XXXIX Cuerpo Panzer Schmidt: 1° y2° Divisiones
Panzer, 29° Division de Infanteria Motorizada. XXXXI Cuerpo Panzer
Reinhrdt: 6° y 8° Divisiones Panzer, 20° Division de Infanteria Motoriza-
da.
Ejercito aleman Von Brauchitsch: 120 divisiones de infanteria, 16 1/2 di-
visiones moviles, 2.574 tanques.
Grupo de Ejercito «A» y «B» von Rundstedt: 45 1/2 divisiones, von
Bock 29 1/2 divisiones
Luftwaffe Kesselring 2° Flota Aerea Grupo B: Sperrle 3° Flota Aerea Gru-
po A, total 2.750 aviones
Ejercitos Aliados Gamelin: 10 holandeses, 22 belgas, 9 britanicos (1°
Brigada de Tanques), 77 divisiones francesas, 6 divisiomes fancesas mo-
viles, 3.600 tanques
Fuerza Aerea aliada 2.372 aviones incluidos 1.151 cazas

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Mapa Operacion Barbarroja

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Hitler no se equivoco

(4) Hoepner 4° Grupo Panzer: XXXXI Cuerpo Panzer Reinhardt, LVI von
Manstein: 1°, 6° y 8° Divisiones Panzer; 3° y 36° Divisiones de Infanteria
Motorizada. S.S Totenkopf
(3) Hoth 3° Grupo Panzer: XXXIX Cuerpo Panzer Schmidt, LVII Cuerpo
Panzer Kuntzen, 7°,12°,19° y 20° Divisiones Panzer; 14°,18° y 20° Divi-
siones de Infanteria Motorizada.
(2) Guderian 2° Grupo Panzer: XXIV Cuerpo Panzer Geyr, XXXXVI
Cuerpo Panzer Vietinghoff, XXXXVII Cuerpo Panzer Lemelsen; 3°, 4°, 10°,
17° y 18° Divisiones Panzer; 10°, 29°, S.S Das Reich de Infanteria Motoriza-
da, Regimiento Gross-Deutschland.
(1) Von Kleist 1° Grupo Panzer: III Cuerpo Panzer von Mackensen; XIV
Cuerpo Panzer von Wietersheim, XXXXVIII Cuerpo Panzer Kempf; 9°, 11°,
13°, 14° y 16° Divisiones Panzer; 16°, 25° S.S Wiking de Infanteria Motori-
zada, S.S. Brigada Leibstandarte; Regimiento General Goering
Reserva OKH 2°, 5° Divisiones Panzer y 60° Division de Infanteria Mo-
torizada
Ejercito aleman von Brauchitsch 153 divsiones de infanteria, 17 divi-
siones Panzer, 3.417 tanques.
Luftwaffe Keller 1ra Flota Aerea Grupo Norte
Kesselring 2da Fota Aerea, VIII Cuerpo Aereo Grupo Centro
Lohr 4ta Flota Aerea, IV y V Cuerpos Aereos Grupo Sur
Total 3800 aviones
Ejercito sovietico 150 a 180 divisiones; 20.000 tanques, de esossolo
1000 T34 y 500 Kv.
Fuerza Aerea sovietica 10.000 aviones (2.750 modernos)

Indice
Prologo......................................................................................................... 10
Capitulo Primero ......................................................................................... 15
La Marina de Guerra Alemana, el Pacto Ruso, el Problema Britanico y el
Comienzo de las Hostilidades ..................................................................... 15
I La Flota naval alemana en el año 1939................................................. 15
II Las razones de su falta de preparacion ............................................... 17
III La politica exterior britanica y la decision de Hitler de atacar Polonia
22
IV El Pacto Ruso-Germano .....................................................................26
V El dilema de Hitler en el Oeste ............................................................ 31
Capitulo Segundo ........................................................................................42
La primera Fase ...........................................................................................42

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Hitler no se equivoco

I Los intentos de Hitler para aislar la Campaña de Polonia...................42


II Las proposiciones de Raeder al fallar este intento .............................44
III La actitud de Hitler frente a las proposiciones de la Flota; sus pro-
pios planes para un ataque inmediato a Francia ....................................47
Capitulo III ..................................................................................................58
La Invasion de Noruega y la Caida de Francia............................................58
I El forzado aplazamiento del ataque a Francia .....................................58
II Oposicion al plan frances, las cosnecuencias del aplazamiento y la
oposicion a la actitud de Hitler con respecto a la guerra........................62
III La invasion de Dinamarca y Noruega................................................65
IV Un juicio critico de la estrategia de Hitler hasta la caida de Francia 71
Capitulo IV...................................................................................................79
La Invasion de Inglaterra ............................................................................79
I La aversion de Hitler a adoptar el plan de invasion.............................79
II Su decision de llevar a cabo la invasion ..............................................82
III El fracaso del Plan............................................................................. 88
IV La explicacion de la actitud de Hitler................................................. 91
Capitulo V .................................................................................................. 101
Los meses cruciales, Septiembre a Diciembre 1940 ................................. 101
I La falta de interes de Hitler por la guerra naval................................. 101
II La cuestion rusa.................................................................................104
III Planes para el Mediterraneo; Gibraltar y las islas del Atlantico .....109
IV El ataque italiano contra Grecia........................................................113
V Sus consecuencias sobre los planes alemanes en el Mediterraneo....117
VI Sus consecuencias sobre la actitud de Hitler con respecto a Rusia. 118
VII El problema britanico ......................................................................121
VIII Obstaculos a los planes de Hitler en el Mediterraneo. ................. 125
IX La primera ofensiva britanica en el desierto occidental.................. 127
Capitulo VI................................................................................................. 133
La Decision de atacar Rusia ...................................................................... 133
I El proceso hasta alcanzar la decision ................................................. 133
II La justificacion de Hitler ....................................................................141
III Los preparativos y el ataque ............................................................ 147
IV Los errores de Hitler y sus consecuencias ....................................... 149
Capitulo VII ............................................................................................... 153
Africa del Norte, el Mediterraneo y los Balcanes 1941.............................. 153
I La Estrategia de Hitler en el Africa del Norte .................................... 153
II Su actitud en el Mediterraneo Occidental......................................... 156
III Sus planes para los Balcanes ............................................................161

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Hitler no se equivoco

IV Crisis en Africa del Norte ................................................................. 164


Capitulo VIII.............................................................................................. 169
La Batalla del Atlantico en 1941 ................................................................ 169
I Las consecuencias de la campaña submarina en la estrategia de Hitler .
169
II La Luftwaffe y la Guerra en el Atlantico ........................................... 174
III El deseo de Hitler de evitar incidentes con Estados Unidos........... 175
Capitulo IX................................................................................................. 182
Las Negociaciones Germano-Japonesas en 1941...................................... 182
I La presion alemana sobre el japon para un ataque sobre Singapur .. 182
II La negativa de Hitler de informar al Japon acerca de sus intenciones
de atacar Rusia ...................................................................................... 186
III La presion alemana ssobre Japon para un ataque sobre Rusia ......190
IV El ataque contra Pearl Harbor ..........................................................191
Capitulo X .................................................................................................. 195
1942............................................................................................................ 195
I La actitud defensiva de Hitler con respecto a la guerra ..................... 195
II La anulacion del plan para la invasion de Inglaterra ....................... 197
III Los temores de Hitler de una invasion a Noruega .......................... 199
IV La indecision de Hitler con respecto a Africa del Norte y Malta .... 203
V El fracaso aleman en la batalla del Atlantico ....................................207
VI El desembarco de los aliados en africa occidental........................... 213
Capitulo XI................................................................................................. 216
El fin de la Flota Alemana de superficie Enero 1943 ................................ 216
I La liberacion de la flota de la intervencion de Hitler ......................... 216
II Las restricciones impuestas a la flota alemana y la falta de combusti-
ble .......................................................................................................... 217
III Hitler ordena la disolucion de la Flota ............................................ 219
IV La salud y actitud de Hitler con respecto a la guerra en esta epoca 221
Capitulo XII ...............................................................................................226
La Estrategia de Hitler en derrota.............................................................226
I Su direccion de la guerra a partir de 1943..........................................226
II Un juicio critico de su estrategia en derrota .....................................235
Anexos .......................................................................................................239
Protocolo de Hossbach ..............................................................................239
Autarquia.............................................................................................. 240
Participacion en la Economia Mundial................................................. 241
Mapas Operativos......................................................................................250
Mapa Operaciones en Polonia ..............................................................250

255/277
Hitler no se equivoco

Operacion «Caso Amarillo» .................................................................. 251


Mapa Operacion Barbarroja .................................................................254
Indice .........................................................................................................255
Notas..........................................................................................................258

Notas
1 Excluyendo el Schlesien y el Schleswig Holstein, por demasiado anticuados.
2 Estas cifras han sido suministradas por los editores de The Führer Confe-
rences on Naval Affairs.
3 Contando con el tiempo necesario para el descanso de la tripulación, aprovisio-

namiento y recorrido de ida y vuelta, se necesitan tres submarinos para poder


destinar uno de ellos a una ininterrumpida acción de patrulla.
4 El Acuerdo naval anglo-germano fue un convenio bilateral de 1935, pactado

entre el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y Alemania donde se
autorizaba la creación de una flota de guerra alemana, pero limitándola al 35%
del tamaño de la Marina Real Británica. Siendo parte del proceso de pacificación
antes de la Segunda Guerra Mundial, el acuerdo dio cabida a la violación de re-
stricciones por parte de Alemania, limitaciones impuestas por el Tratado de Ver-
salles que indujeron a la crítica internacional y originaron un distanciamiento en-
tre los franceses y los británicos.
5 Según Giese, segundo ayudante del Estado Mayor de Raeder, la proporción del

treinta y cinco por ciento fue propuesta por Alemania, ya que la capacidad de los
astilleros no permitía construcciones mayores antes de 1943-1944, en tanto que
se negoció una proporción más liberal para los submarinos, ya que la cons-
trucción de éstos era más factible. Véanse sus declaraciones en «D. N., 722-
D». Con respecto a los detalles del Acuerdo Naval Anglo-Germano, léase el cam-
bio de notas publicado en Brasseys'? Naval Annual, 1936, pág. 311.
6 Véase, por ejemplo, el memorándum de Raeder del 11 de junio de 1940. (D. N.,

155-C Proceedings, part. 4, pág. 264.)


7 D. N. (C. and A.) Supplement B, p. 1178. Resulta interesante recordar que Hess

estaba obsesionado por este tema cuando aterrizó en el año 1941 en la Gran Breta-
ña. Véase W. S. Churchill, The Second World War, vol. III (The Grana Alliance),
pág. 46.
8 D. N. 75-TC.

9 D. N. (C. and A.) Statement VII, and Supplement B, pág. 1438.


10 D. N., 189-C.
11 D. N. (C. and A.), Statement VIL

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Hitler no se equivoco

12 Admiral of the Fleet Lord Chatfield, Autobiography, vol. II (íí Might Happen
Again), pp. 75-6. Esta afirmación está incluida en el memorándum del 27 de abril
de 1939, en el cual Alemania denunció el acuerdo. Véase Brassey's Naval Annual,
1940, p. 265.
13 Mi Lucha, edición inglesa completa. Hurst and Blackett, 1939, capítulo IV, pág.

128.
14 D. N. (C. and A.) Supplement E, p. 1439.
15 D. N. 155-C; Proceedings, part. 4, pág. 264.
16 D. N., 100-R.
17 D. N. 120-C, Enclosure A; Proceedings, part. 2, pág. 142.
18 D. N. 120-C, Enclosure B. Anexo I de estas directrices se encuentran en C, ane-

xo II en D, del documento 120-C. Proceedings, part. 2, pág. 143.


19 D. N., 1874-PS.
20 D. N. 79-L; Proceedings, part. I, pp. 166-70.
21 Véase D. N. 126-C, Proceedings, párt. 2, pág. 148, referente a una carta del 2 de

agosto con instrucciones a los submarinos destinados al Atlántico, «por vía de


precaución», si no variaba la intención de atacar a Polonia.
22 Véanse Nazi-Soviet Ralations, 1939-1941; Documenta from archives of the Ger-

mán Foreign Office (U. S. State Dept., 1948),


23 Ulrich Friedrich Wilhelm Joachim von Ribbentrop (Wesel, 30 de abril

de 1893 – Núremberg, 16 de octubre de 1946) fue un político, diplomático, militar


y Ministro de Asuntos Exteriores de la Alemania nazi desde 1938 hasta 1945. Joa-
chim Ribbentrop, hijo del teniente coronel Richard Ribbentrop y de Johanne So-
phie Hertwig, provenía de una familia acomodada y durante su adolescencia se
educó en Alemania y Suiza en colegios privados. De 1910 a 1914 trabajó en Can-
adá como comerciante de vinos alemanes. Tras declararse la Primera Guerra
Mundial volvió a su país por la ruta de Estados Unidos, ingresando en el ejército y
participando en el frente oriental y luego fue asignado a un cargo en la agregadur-
ía militar alemana en Estambul. Ascendió a teniente y obtuvo una Cruz de Hierro.
Tras la guerra Ribbentrop volvió a sus actividades empresariales, siendo consider-
ado un hombre apolítico volcado en sus negocios, y sin dar mayores muestras de
antisemitismo durante los años de la República de Weimar. El 15 de mayo de
1925 fue adoptado por una tía lejana suya de nombre Gertrud von Ribbentrop
(1863-1943), cuyo padre Karl Ribbentrop había recibido un título aristocrático en
1884 y que desde entonces se apellidaba von Ribbentrop. Por ello, Joachim Rib-
bentrop empezó entonces utilizar en su propio apellido la partícula nobiliaria
von, aunque no le correspondía por nacimiento. En 1920 se casó en Wiesbaden
con Anna Elisabeth Henkell, con la que tuvo cinco hijos, continuando sus activi-
dades como empresario especializado en comercio internacional durante la Re-
pública de Weimar

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Hitler no se equivoco

24 No se sabe con certeza si Hitler hizo uno o dos discursos por separado el 22 de
agosto, puesto que existen dos textos de aquel mismo día. Yo me refiero a los mis-
mos como si se tratara de uno solo. Con respecto a los dos textos, véase D. N.,
798-PS y 1014-PS; Proceedings, part. I, pág. 172. El resumen de los mismos que,
sin embargo, contienen extractos de los dos, véase D. N., 3-L.
25 El Tratado de no Agresión entre Alemania y la Unión de Repúblicas

Socialistas Soviéticas, conocido coloquialmente como Pacto Ribbentrop-


Mólotov, fue firmado entre la Alemania nazi y la Unión Soviética por los minis-
tros de Asuntos Exteriores de Alemania y la Unión Soviética, Joachim von Rib-
bentrop y Viacheslav Mólotov respectivamente. El pacto se firmó en Moscú el 23
de agosto de 1939, nueve días antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial. El
tratado contenía cláusulas de no agresión mutua, así como un compromiso para
solucionar pacíficamente las controversias entre ambas naciones mediante con-
sultas mutuas. A ello se agregaba la intención de estrechar vínculos económicos y
comerciales otorgándose tratos preferenciales, así como de ayuda mutua: El prin-
cipal elemento era que ninguno de los países celebrantes entraría en alguna alian-
za política o militar contraria al otro, lo cual implicaba en la práctica que la Unión
Soviética rechazaría integrarse a cualquier bloque formado contra el Tercer
Reich. No obstante el tratado contenía también un Protocolo Adicional Secreto
(sólo para conocimiento de los jerarcas de ambos gobiernos y no reveladas al
público) donde el Tercer Reich y la Unión Soviética definían prácticamente el rep-
arto de la Europa del este y central fijando los límites de la "influencia" alemana y
soviética mediante mutuo acuerdo, determinando que ambos Estados fijaban pac-
tos para no interferir en sus respectivas "zonas de influencia" mientras reconoc-
ían los "intereses" de cada uno sobre ciertos territorios de Europa Oriental. Así, el
Pacto establecía que Polonia quedaría como "zona de influencia" que se reparti-
rían entre ambos estados mediante un "común acuerdo" que tuviese en cuenta
los "intereses mutuos", mientras que la Unión Soviética lograba que Alemania re-
conociese a Finlandia, Estonia, Letonia y la Besarabia como "zonas de interés so-
viético" y, más tarde, también reconociera a Lituania como tal, aunque a cambio
la URSS se comprometía a respetar los "intereses especiales" de Alemania sobre
la ciudad de Vilna. También en estas cláusulas secretas se comprometían a con-
sultarse mutuamente sobre asuntos de interés común y a no participar en cualqu-
ier alianza formada en contra de alguno de los estados firmantes.

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Hitler no se equivoco

26 Arthur Neville Chamberlai (Birmingham, 18 de marzo de 1869 - Heckfield,


9 de noviembre de 1940) fue un político conservador británico, Primer Ministro
del Reino Unido entre el 28 de mayo de 1937 y el 10 de mayo de 1940. Es famoso
por su política de apaciguamiento con respecto a la Alemania nazi y la Conferen-
cia de Múnich de 1938. Era el hijo menor de Joseph Chamberlain, secretario de
estado para las colonias y uno de los líderes de la rama liberal "unionistas" que se
unieron al Partido Conservador. Fue uno de los políticos más conocidos a finales
del siglo XIX por su política abiertamente imperialista. También su hermanastro
Joseph Austen Chamberlain se dedicó a la política, llegando a ser presidente de la
Cámara de los Comunes, ministro y jefe del Partido Conservador. Los inicios de
Arthur en política fueron bastante tardíos, puesto que accedió a ella tras una
próspera carrera en el mundo de los negocios. Su primera misión, al igual que
había sucedido con su padre, la de alcalde de Birmingham (1915).
En 1918 es elegido diputado por el Partido Conservador, y entre 1923-24
desempeñó por primera vez el cargo de Ministro de Hacienda. En 1924 cambió de
ministerio y pasó a ser el responsable de Sanidad, cargo que desempeñaría hasta
1929. Dos años más tarde fue nombrado Ministro de Hacienda (Chancellor of the
Exchequer) de nuevo, cargo que ocuparía hasta 1937. Chamberlain afrontó la cri-
sis económica con medidas proteccionistas.
En 1937 accede a la jefatura del Partido Conservador y al cargo de primer minis-
tro, sucediendo a Stanley Baldwin. Su nombre históricamente quedará ligado a su
política exterior, en lo que se llamó «appeasement» (apaciguamiento), que pre-
tendía contemporizar con la política expansionista de Adolf Hitler cediendo a la
mayor parte de sus exigencias. De ese modo Chamberlain pretendía salvaguardar
la paz mundial. La culminación de esta política fue la Conferencia de Múnich de
1938, que permitió a la Alemania nazi anexionarse los Sudetes. Asimismo mantu-
vo la neutralidad del Reino Unido en la Guerra Civil Española y reconoció al go-
bierno del general Franco el 26 de febrero de 1939, recibiendo duras críticas del
diputado laborista Clement Attlee.
Sin embargo, la invasión alemana de Checoslovaquia hace modificar a Chamber-
lain su política, favoreciendo a partir de ese momento la industria armamentística
británica y preparando una posible guerra. Acordó con Francia el 31 de marzo de
1939 garantizar la integridad de Polonia , por lo que el 3 de septiembre de 1939
declaró la guerra a Alemania al invadir ésta Polonia. Sin embargo, el fracaso de la
expedición británica a Noruega en 1940 hará que sea cuestionado. Este hecho y
su débil salud hacen que dimita. Fue sustituido por Winston Churchill, a quien
Chamberlain siempre apoyó desde la presidencia del Consejo de Estado. Cham-
berlain participó en el gabinete de Churchill pero igualmente tuvo que renunciar
por problemas de salud. Chamberlain murió de cáncer seis meses después de hab-
27 D. N., 79-L; Proceedings, part. I, pp. 166-70.
er renunciado en noviembre de 1940.
28 Nazi-Soviet Relations, 1939-1941.

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29 Véase Nazi-Soviet Relations, 1939-1941. Con respecto a diversos puntos de este


párrafo, véase Europe in Decay, de L. B. Namier, que hace referencia al material
en cuestión.
30 D. N., 789-PS.
31 Véase D. N.; ref. discurso «Hossbach», 386-PS; Procee-dings, part. I, págs. 156-

63.
32 D. N., 788 y 1014-PS; Proceedings, part. I, pág. 172.
33 D. N., 1871-PS y 77-TC.
34 Benito Amilcare Andrea Mussolini (Dovia di Predappio, Forlí, 29 de julio

de 1883-Giulino di Mezzegra, 28 de abril de 1945) fue un periodista, militar, polí-


tico y dictador italiano. Primer ministro del Reino de Italia con poderes dictator-
iales desde 1922 hasta 1943, cuando fue depuesto y encarcelado brevemente.
Escapó gracias a la ayuda de la Alemania nazi, y asumió el cargo de presidente de
la República Social Italiana desde septiembre de 1943 hasta su derrocamiento en
1945, y posteriormente muerte por ejecución.
Mussolini —también conocido como el Duce— pasó de ser el número 3 en el
escalafón del Partido Socialista Italiano y dirigir su rotativo Avanti!, a promover
el fascismo dentro de Italia. Durante su mandato estableció un régimen cuyas car-
acterísticas fueron el nacionalismo, el militarismo y la lucha contra el liberalismo
y contra el comunismo, combinadas con la estricta censura y la propaganda esta-
tal. Mussolini se convirtió en un estrecho aliado del canciller alemán Adolf Hitler,
caudillo del nazismo, sobre quien había influido. Bajo su gobierno, Italia entró en
la Segunda Guerra Mundial en junio de 1940, como aliado de la Alemania nazi.
Tres años después, los aliados invadieron el Reino de Italia y ocuparon la mayor
parte del sur del país. En abril de 1945, trató de escapar a Suiza, pero fue captura-
do y fusilado, cerca del lago de Como por partisanos comunistas. Su cuerpo fue
llevado a Milán, donde fue ultrajado.

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Hitler no se equivoco

35Erich Johann Albert Raeder (Wandsbeck, 24 de abril de 1876 – Kiel, 6 de


noviembre de 1960) fue un Großadmiral (Gran Almirante) alemán de la Kriegs-
marine durante la Segunda Guerra Mundial, fue uno de los pocos altos mandos
que se atrevió a discutir las decisiones del Führer Adolf Hitler. Fue relevado de su
cargo en 1943, siendo sustituido por Karl Dönitz Raeder nació en Wandsbeck,
uno de los siete distritos de la ciudad alemana de Hamburgo. Hijo de un director
de escuela, entró a formar parte en la Marina Imperial Alemana en 1894.
Combatió en la Primera Guerra Mundial, participando en la batalla del banco
Dogger en 1915 y en la Batalla de Jutlandia en 1916.
En 1922 ascendió al grado de Contralmirante y en 1925 ya era Vicealmirante. En
1928 alcanzó el grado de Almirante General y fue nombrado Comandante en Jefe
de la Reichsmarine. En 1933 se declaró públicamente adherente a Hitler; pero no
era antisemita delarado. Se opuso a la expulsión de los oficiales judíos de la Mari-
na y protestó junto a Günther Lütjens y Karl Dönitz por los sucesos de la Noche
de los Cristales Rotos. En 1935 propuso a Hitler el llamado Plan Z de rearme de la
Kriegsmarine, el cual comenzó en 1939 y debía continuarse hasta 1946. Entre
otras medidas se encontraban la construcción de gran cantidad de navíos de guer-
ra de gran desplazamiento y el equipamiento con cañones similares a los de los
acorazados de la clase King George británicos, además de la construcción de los
submarinos (U-Boote), que se debía realizar en completo secreto. Dispuso tam-
bién la conversión de buques mercantes en mercantes armados con poder de fue-
go similar al de un crucero ligero. El 1 de abril de 1939 recibió el bastón de mando
de Großadmiral (Gran Almirante) de la Kriegsmarine, convirtiéndose en el pri-
mer oficial naval que alcanzó ese honor desde Alfred von Tirpitz. En octubre de
1939, Raeder sugirió a Hitler la ocupación de Dinamarca y Noruega argumentan-
do que Alemania no podría derrotar a Gran Bretaña a menos que se instalaran
bases navales en dichos países. En abril de 1940, Hitler autorizó la Operación We-
serübung contra dichas naciones, pero aunque el resultado final fue un éxito, las
pérdidas que tuvo la Kriegsmarine en hombres y equipo, le parecieron inacept-
.
ables. El plan fue concebido por Theodor Kranck Raeder se opuso a la Operación
León Marino de invasión de Gran Bretaña tal y como era proyectada debido a las
restringidas zonas de desembarco y a la presencia de 800 unidades navales ene-
migas en el área; pensaba que existían otros métodos menos costosos para doble-
gar a los británicos, especialmente con la fuerza submarina. Advirtió que para lle-
var a cabo la invasión era imprescindible que la Luftwaffe adquiriera primero el
control absoluto de los cielos.
36 D. N., 79-L.
37 5 D. N., 1871-PS y 77-TC.
38 Véase Notes of a Conference between Goering and Mussolini, del 15 de abril de

1939. (D. N., 1874-PS.)


39 Véase el telegrama del embajador alemán en Roma dirigido a Berlín el 5 de

agosto de 1939. (D. N., 1822-PS, ídem 2.)

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Hitler no se equivoco

40 La alianza militar anglo-polaco se refiere a la alianza entre el Reino Unido y la


Segunda República Polaca formalizado por el Acuerdo anglo-polaco en 1939 y ad-
endas posteriores de 1940 y 1944, para la asistencia mutua en caso de invasión
militar de Alemania, como se especifica en un protocolo secreto.
El 31 de marzo de 1939, en respuesta al desafío del Acuerdo de Munich y la
ocupación de Checoslovaquia de la Alemania nazi, el Reino Unido se
comprometió el apoyo de sí mismo y Francia para garantizar la independencia de
Polonia.
... En caso de cualquier acción que claramente amenazada la independencia de
Polonia, y que el Gobierno polaco en consecuencia considera que es vital para re-
sistir con sus fuerzas nacionales, el Gobierno de Su Majestad se sienten obligados
a la vez a prestar el Gobierno polaco todo el apoyo en su poder . Ellos han dado el
Gobierno polaco una garantía para este efecto.
Puedo añadir que el Gobierno francés me han autorizado a dejar claro que están
parados en la misma posición en esta materia al igual que el Gobierno de Su Ma-
jestad.
El 6 de abril, durante una visita a Londres por el ministro de Asuntos Exteriores
polaco, se acordó formalizar la garantía como una alianza militar anglo-polaco, en
espera de las negociaciones.
Esta garantía se amplió el 13 de abril a Grecia y Rumania tras la invasión de Alba-
nia de Italia
El 25 de agosto, dos días después de que el pacto nazi-soviético, se firmó el Acuer-
do de Asistencia Mutua entre el Reino Unido y Polonia. El acuerdo contenía
promesas de asistencia militar mutua entre las naciones en el caso de que cual-
quiera fue atacado por algunos "países europeos". El Reino Unido, sintiendo una
peligrosa tendencia del expansionismo alemán, trató de impedir la agresión ale-
mana por esta muestra de solidaridad. En un protocolo secreto del pacto, el Reino
Unido se ofreció asistencia en el caso de un ataque a Polonia específicamente por
Alemania, mientras que en el caso del ataque de otros países estaban obligados a
las partes a "ponerse de acuerdo sobre las medidas a tomar en común ". Tanto el
Reino Unido y Polonia estaban obligados a no entrar en acuerdos con otros ter-
ceros países que eran una amenaza para el otro. Debido a la firma del pacto, Hit-
ler aplazó su planeada invasión de Polonia a partir de agosto 26 hasta el 1 de sep-
tiembre.
41 Véanse, a este respecto, las declaraciones de Ribbentrop (D. N., 91-TC; Procee-

dings, part. 10, pág. 183), Goering (D. N. (C. and A.), Supplement B, págs. 1105-
6) y las Actas del Tribunal de Nurenberg (Proceedings, part. 2, pág. 164).
42 D. N., 126-C.
43 Esta orden fue interpretada por el Estado Mayor Naval en el sentido de que los

submarinos y los acorazados de bolsillo que se encontraban ya en alta mar, de-


bían limitarse a adoptar posiciones de espera y no iniciar ningún ataque. El
hundimiento del Athenia, sin previa advertencia, la noche del 3 de septiembre de
1939, fue una violación de esta orden por el comandante del submarino.

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Hitler no se equivoco

44 D. N., 79-L, Proceedings, part. I, págs. 166-.70.


45 Además del texto de las directrices del 31 de agosto, las declaraciones de Goe-
ring confirman este punto (D. N. (C. and A.) Supplement B, pág. 1140). En la mis-
ma declaración (pág. 1119), Goering añade el hecho interesante de que, cuando
propuso un ataque aéreo por sorpresa contra la flota inglesa el día siguiente de co-
menzar la guerra, Hitler, que había tomado en consideración tal acción en su dis-
curso del 23 de mayo de 1939, la prohibió y dictó instrucciones enérgicas en con-
tra de la misma.
46 D. N., 789-PS y 1014-PS; Proceedings, part. I, pág. 172.
47 Heinrich Alfred Hermann Walther von Brauchitsch (Berlín, 4 de octu-

bre de 1881 – Hamburgo, 18 de octubre de 1948) fue comandante en jefe del OKH
(Alto Mando del Ejército) en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial.
Walther von Brauchitsch nació en Berlín, hijo del general Bernhard von Brau-
chitsch y de Charlotte von Gordon. En 1900, tras entrenarse en la escuela de ca-
detes, Von Brauchitsch sirvió en la Guardia Prusiana, y durante la Primera Guer-
ra Mundial fue oficial del Estado Mayor. En 1910 contrajo matrimonio con Eliza-
beth von Karstedt, una rica heredera.Cuando Adolf Hitler llegó al poder y
comenzó a expandir el ejército, Von Brauchitsch fue nombrado jefe del distrito
militar de Prusia Oriental, en sustitución de Werner von Blomberg. En 1937, se
convirtió en comandante del IV Ejército. Pese a estar personalmente neutral al
Nazismo de muchas maneras, acabó convirtiéndose en una persona de gran con-
fianza para Hitler, y se vio forzado a aceptar 80.000 marcos alemanes del Führer
para poder divorciarse y casarse con Charlotte Schmidt. Sustituyó al frente del
OKH al general Werner von Fritsch como comandante en jefe del ejército de tier-
ra Heer tras la destitución de éste, acusado de homosexualidad en 1938.
Von Brauchitsch se resintió del creciente poder de las Schutzstaffel (SS), creyendo
que estaban intentando sustituir a la Wehrmacht como fuerza armada oficial de
Alemania. Tuvo desacuerdos con el Gauleiter de Prusia Oriental, Erich Koch, y
Hitler tuvo que interceder en la disputa entre ambos
48 D. N., 3-L. En esta versión el pasaje en cuestión dice lo siguiente: «Von Brau-

chistsch me ha prometido que la guerra contra Polonia terminará en cuestión de


pocas semanas. Si me hubiese dicho que iba a durar varios años, o incluso sólo
un año, no hubiera dado la orden de avance y, temporalmente, me hubiera aliado
con Inglaterra en lugar de hacerlo con Rusia. No estamos en condiciones para sos-
tener una guerra de larga duración.»
49 D. N. (C. and A.), Statement VII.
50 D. N., 856-D.
51 Referente al texto completo de este «último ofrecimiento» a los aliados, en el

discurso de Hitler ante e] Reichstag el 6 de octubre, véase el The Times del 7


de octubre; referente a la negativa a iniciar tales gestiones por parte de Mr.
Chamberlain en la Cámara de los Comunes el 12 de octubre, véase el The Ti-
mes del 13 y 14 de octubre.

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52 D. N., 79-L; Proceedings, part. I, pág. 166-70. Ésta no fue, desde luego, la pri-
mera ocasión en que discutió la idea de un ataque contra los Países Bajos y Fran-
cia. Un plan parecido se discutió ya en 1938, con ocasión de la crisis checa. (D. N.,
375-PS y 448-PS.)
53 D. N., 52-L. No cabe la menor duda de que este memorándum fue redactado

por Hitler en persona. Las declaraciones de Goering y Jodl lo confirman.


54 El Oberkommando der Wehrmacht (OKW), traducible al español como

"Alto Mando de la Wehrmacht", fue parte de la estructura de las fuerzas armadas


alemanas durante la Segunda Guerra Mundial. En la práctica cumplía la función
del Ministerio de Guerra que había sido suprimido en 1938. El OKW fue creado el
4 de febrero de 1938 con ocasión del denominado Escándalo Blomberg-Fritsch
que había provocado la dimisión en bloque de la cúpula militar alemana.
En teoría el OKW era un organismo que coordinaba los esfuerzos del Ejército de
Tierra (Heer), la Armada (Kriegsmarine) y la Fuerza Aérea (Luftwaffe). Además,
estaba a cargo de plasmar las ideas de Hitler en órdenes militares a través del
Mariscal de campo Wilhelm Keitel y el general Alfred Jodl. Inicialmente tuvo po-
co control sobre las fuerzas armadas alemanas, pero al progresar la guerra, el
OKW empezó a enviar cada vez más órdenes directas a las unidades militares, si
bien la mayoría de estas unidades eran las que se encontraban en el Frente occi-
dental y en el Mediterráneo. De este modo, en 1942 el OKW comandaba de facto
todas las fuerzas alemanas a excepción del Frente oriental, que estaban controla-
das por el Oberkommando des Heeres (OKH). Tras el fracaso de la Batalla de
Moscú, Hitler destituyó al Mariscal Walther von Brauchitsch y asumió el mando
del OKH. Durante el resto de la guerra Hitler manipuló este sistema bipolar para
mantener bajo su control las decisiones más importantes.
No sería hasta el 28 de abril de 1945 (dos días antes de que cometiera sucidio) en
que Hitler puso al OKH bajo jurisdicción del OKW. El 8 de mayo las fuerzas ale-
manas se rendía incondicionalmente y finalizaba la Segunda guerra mundial.
55 D. N. 62-C.
56 D. N., 1796-PS.
57 D. N., 2329-PS.
58 D. N., 52-L., Subsección titulada «Fecha del Ataquen.
59 D. N., 440-PS.
60 D. N., 1796-PS. El hecho de que Hitler redactara el memorándum el 9 de octu-

bre es, probablemente, otro signo de oposición, pues no era costumbre en él to-
marse estas molestias. El hecho de que publicara igualmente sus directrices
aquel mismo día, sin aguardar a discutir este memorándum, fue, por el contrario,
una característica muy suya; el general Halder en unas declaraciones después
de la guerra ha hecho especial referencia a este punto, sobre todo, con respecto a
la oposición de von Brau-chistsch al plan en cuestión. (Véase D. N. (C. and A.),
suplemento B, págs. 1565-70.)
61 La evidencia la encontramos en la propia referencia de Hitler en su discurso

del 23 de noviembre del año 1939, citada en los siguientes párrafos.

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Hitler no se equivoco

62 D. N., 789-PS.
63 Compárense sus observaciones en el memorándum del 9 de octubre (D. N., 52-
L). O sea, «este plan de acción puede tener como resultado una conclusión más
rápida de la guerra».
64 Notes for the War Diary (D. N. 1798-PS), bajo el titular «Fines de noviembre,

1939».
65 D. N., 1796-PS.
66 D. N., 72-C. 7

67 D. N., 122-C.
68 D. N., 879-D.
69 Con respecto a la participación de Raeder en este plan, veanse las declaraciones

de Giese (D. N., 722-D), que expone que durante aquella época preparó diversas
entrevistas entre Raeder y Hagelin. Con respecto a la participación de Rosenberg,
véanse sus declaraciones en D. N. 004-PS.
70 Alfred Rosenberg (Tallin, 12 de enero de 1893 – Núremberg, 16 de octubre

de 1946) fue un político colaborador de Adolf Hitler y responsable de los territor-


ios ocupados por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial.
Es considerado como uno de los autores principales de credos ideológicos nazis
claves, incluyendo su teoría racial, persecución de los judíos, Lebensraum,
derogación del Tratado de Versalles y la oposición al arte moderno «degenera-
do». También es conocido por su rechazo al cristianismo, y por el rol central que
desempeñó en la promoción de lo que él llamaba "cristianismo positivo", una
ideología sectaria que pretendía una transición a una nueva fe nazi que negaba las
raíces hebreas y judías del cristianismo.
Fue procesado en Núremberg, sentenciado a muerte y ahorcado como un crimi-
nal de guerra. Proveniente de una familia de germanos bálticos, empezó la carrera
de arquitectura en 1910 en la Escuela Politécnica de Riga (que más tarde sería la
Universidad de Letonia). A consecuencia de la evolución de la Primera Guerra
Mundial, las autoridades rusas decidieron evacuar en 1915 la Escuela Politécnica,
incluidos los profesores, a Moscú, donde siguió estudios de ingeniería en la Escue-
la Superior Técnica de Moscú,los cuales culminó en 1917.
Desde su juventud defendió la pureza de la raza. Este pensamiento le llevó a re-
chazar a los bolcheviques; por ello, durante la Revolución de Octubre, Rosenberg
apoyó a los contrarrevolucionarios. Tras el fracaso de estos, emigró a Alemania en
1918, junto con Max Scheubner-Richter, quien se convirtió en una suerte de men-
tor de Rosenberg y de su ideología. Llegó a Múnich y contribuyó con Dietrich Eck-
art a la publicación del Völkischer Beobachter (Observador del Pueblo). Para esta
época, era un antisemita influenciado por el libro de Houston Stewart Chamber-
lain, Las bases del siglo XIX, uno de los libros claves protonazis de la teoría ra-
cial). Asimismo, era un antibolchevique, como resultado del exilio de su familia
71 Cito estas cifras de los editores de The Fuehrer Conference on Naval Affairs.

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Hitler no se equivoco

72 Al terminar la guerra, Raeder declaró que Hitler se decidió por la ope-


ración en cuestión el 12 de diciembre, después de haber recibido los infor-
mes correspondientes de Rosenberg (D. N., 1546-PS). En las Notes for the War
Diary (D. N., 1796-PS) leemos que «el Führer tomó en consideración la ne-
cesidad de utilizar los espacios danés y noruego para los fines estratégicos ale-
manes».
73 Vidkun Abraham Lauritz Jonssøn Quisling (18 de julio de 1887 – 24 de

octubre de 1945) fue un político noruego. El 9 de abril de 1940, con la invasión


alemana de Noruega en marcha, tomó el poder en un golpe de Estado apoyado
por los nazis. De 1942 a 1945, fungió como Ministro presidente, en colaboración
con las fuerzas de ocupación. Su gobierno, conocido como el Gobierno nacional,
estuvo dominado por ministros del Nasjonal Samling, el partido que Quisling
fundó en 1933. En contraposición, existía el Gobierno noruego en el exilio, reco-
nocido por los Aliados y presidido por Johan Nygaardsvold, el cual permanecía en
Londres. El gobierno colaboracionista participó, a sabiendas o no, de la Solución
final de la Alemania nazi. Quisling fue procesado durante la purga legal en Norue-
ga después de la Segunda Guerra Mundial y fue encontrado culpable de los cargos
de malversación de fondos, asesinato y alta traición. Fue ejecutado por un pelotón
de fusilamiento en la fortaleza de Akershus, en Oslo, el 24 de octubre de 1945. Du-
rante la Segunda Guerra Mundial, el término quisling se convirtió en sinónimo de
traidor. Hijo de un pastor de la Iglesia de Noruega, Quisling mezcló fundamentos
cristianos, desarrollos científicos y filosofía en una nueva teoría que denominó
«universismo». Antes de ingresar a la política, formó parte del ejército, al unirse
al Estado Mayor General en 1911 y especializarse en asuntos rusos. Fue enviado a
Rusia en 1918 y trabajó con Fridtjof Nansen durante la hambruna rusa de 1921 en
la República Socialista Soviética de Ucrania y regresó a Rusia para trabajar con
Frederik Prytz en Moscú. Cuando Prytz se marchó en 1927, Quisling permaneció
como el diplomático noruego responsable de la gestión de los asuntos diplomáti-
cos británicos. Por estos servicios, fue nombrado Comendador de la Orden del
Imperio Británico por el rey Jorge V, aunque el honor fue rescindido posterior-
mente. Retornó a Noruega en 1929 y fungió como Ministro de Defensa durante
los gobiernos de Peder Kolstad (1931–1932) y Jens Hundseid (1932–1933). Si bi-
en Quisling consiguió alguna popularidad después de sus ataques a la izquierda,
su partido nunca se desempeñó bien en las elecciones y era poco más que periféri-
co al momento de su llegada al poder en 1940.
74 Jodl alegó durante una conferencia celebrada en el mes de noviembre del año

1943 (D. N. 172-L) que el aplazamiento fue «debido principalmente a la situación


climatológica, pero, en parte tambien debido a nuestros armamentos».
75 D. N., 63-C.
76 Con respecto a esta y subsiguientes declaraciones de Jodl, véase D. N., 1809-PS.

El incidente del Atlmark tuvo lugar el 17 de febrero.


77 N. D., 174-C.

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78 Éste era un peligro real, aun cuando no tan inminente por la época en que se
inició la invasión alemana. Con respecto a los planes aliados sobre el desembar-
co en Noruega, véase W. S. Churchill, The Second World War, vol. I; The Gathe-
ríng Storm, capílulo XXX, XXXI y XXXII.
79 D. N. (C. and A.). Supplement B (Interrogations), pág. 1537.
80 Raeder confesó que los buques de pasajeros eran ya tor-peados sin previa adver-

tencia en el caso de que viajaran sin luces o en convoy. Este aspecto de la guerra
naval puede ser estudiado en detalle en D. N., 100-C.
81 D. N., 65-UK.
82 Con respecto al texto íntegro de esta declaración, véase Führer Conferences on

Naval Affairs, este último párrafo en el volumen correspondiente al año 1939.


83 Con respecto a la ampliación de este plan, véase D. N., 21-C.
84 Según el programa del mes de septiembre de 1939 se preveía un período de

construcción de 21 meses, de forma que los submarinos no podían ser lanzados a


las operaciones antes de dos años.
85 A este respecto, véase B. H. Liddell Hart, The Other Side of the HÜl, cap. X.
86 D. N., 442-PS.

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Hitler no se equivoco

87La Operación León Marino (en alemán: Unternehmen Seelöwe) fue un


plan alemán para invadir Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. La
invasión no llegó a ejecutarse, si bien sus preparativos fueron muy intensos y la
amenaza de invasión se mantuvo durante bastante tiempo, primero para manten-
er una presión psicológica sobre el pueblo y el gobierno inglés, y posteriormente
para encubrir los planes alemanes de ataque contra la Unión Soviética. El plan
fue mencionado por primera vez ante Hitler en una reunión el 21 de mayo de
1940, si bien la Kriegsmarine había estudiado la invasión ya en noviembre de
1939 (Plan Norte-Oeste), según órdenes del Gran Almirante Erich Raeder fecha-
das en el diario de guerra del mando de la Kriegsmarine el 15 de noviembre de
1939.

Norte-Oeste
El Plan Norte-Oeste, como sería conocido hasta julio de 1940, planteaba una
invasión por sorpresa a pequeña escala en las zonas de Yarmouth y Lowestoft,
con tres o cuatro divisiones de infantería y aerotransportadas seguidas por una se-
gunda oleada que incluiría divisiones panzer y motorizadas. No solo las zonas de
desembarco eran distintas de las definitivamente escogidas, también los puntos
de embarque diferían: fundamentalmente se contaba con poder utilizar puertos
en el mar del Norte y el Báltico, dado que en el momento de gestación del Plan
Norte-Oeste no se contaba aún con la bases en los Países Bajos y Francia que pro-
porcionaría la campaña de mayo y de junio de 1940 (Caso Amarillo).
El Alto Mando de la Luftwaffe reseñó el 30 de diciembre de 1939, examinando el
plan, que "la operación planeada puede ser considerada únicamente bajo condi-
ciones de absoluta superioridad aérea", dada la incapacidad de la Kriegsmarine
para proporcionar una adecuada escolta a los transportes que se utilizasen para la
invasión, puesto que la Royal Navy tenía un poderío muy superior al alemán en
buques de superficie.
88 Este documento se encuentra en W. S. Churchill, The mi World War, vol.

II (Their Finest Hour), págs. 289-90.


89 W. S. Churchill, The Second World War, vol. II (Their Finest Hour), págs. 293

y 297.
90 Hasta el 21 de septiembre, de acuerdo con las cifras alemanas, habían sido des-

truidas o averiadas 214 (12,6 %) de las 1.697 barcazas disponibles y 21 (12,5 %) de


los transportes.
91 Véase Máxime Mourin, Les Tentatives de Paix, 1939-45. págs. 86-8, y W. S.

Churchill, The Second World War, vol. II (Their Finest Hour], págs. 229-32.
92 D. N., 79-L.
93 D. N., 798-PS. y 1014-PS.
94 D. N., 52-L.
95 D. N., 789-PS.
96 Acotación personal.

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97 D. N., 606-EC.
98 Hermann Wilhelm Göring (Rosenheim, 12 de enero de 1893 – Núremberg,
15 de octubre de 1946) fue un destacado político y militar alemán, miembro y fig-
ura prominente del Partido Nazi, lugarteniente de Hitler y comandante supremo
de la Luftwaffe. Hermann Wilhelm Göring nació en el sanatorio Marienbad
(Rosenheim, Baviera), cuarto hijo del matrimonio habido entre Heinrich Ernst
Göring (31 de octubre de 1839 – 7 de diciembre de 1913) y Franziska «Fanny»
Tiefenbrunn, muerta en agosto de 1923. Göring tuvo dos hermanos y dos herma-
nas: Albert y Karl Ernst Göring y Olga Therese Sophia y Paula Elisabeth Rosa
Göring.
La familia Göring era de orígenes aristocráticos y tenía ancestros tanto católicos
como protestantes. Su padre, soldado profesional en tiempos de Otto von Bis-
marck, se convirtió en el primer gobernador del África Suroccidental Alemana.
Vivió su infancia lejos de su familia, cuando su padre se jubiló fueron a vivir al
principio cerca de Berlín. Pero la mayor parte del tiempo vivieron en Veldestein,
en las proximidades de Núremberg, en un castillo medieval perteneciente al pa-
drino de Hermann y padre de Albert, el doctor Hermann Espenstein.
Ese entorno romántico influyó en su inclinación por todo tipo de vestimenta. Sus
resultados en la escuela, luego de un internado privado, fueron mediocres, pero
todo cambió en cuanto se le envió a la escuela de cadetes de Karlsruhe y más
tarde, en 1910, a la famosa Gross Lichterfelde cerca de Berlín. Adoraba literal-
mente la vida de aspirante a oficial prusiano y llevaba con orgullo el uniforme. De-
spués, cuando fue a Italia en compañía de sus amigos, redactó su diario donde
decía que admiraba las obras de Leonardo Da Vinci, Rubens, Tiziano y Bellini; esa
pasión por la pintura lo convertiría más tarde en uno de los coleccionistas más ex-
pertos de Europa.
99 D. N., 1809-PS.
100 N. D. (C. and A.), Supplement B, pág. 1179, Proceedings, part. 10, pág. 194.
101 D. n;, 1776-PS.
102 Con respecto a dichos detalles véanse Nazi-Soviet Relations, 1939-1941, y, tam-

bién, D. N., 170-C.


103 D. N., 170-C, id. 54.
104 D. N., 170-C, id. 55 y 56.
105 D. N., 172-L, conferencia pronunciada por Jodl en el mes de noviembre del año

1943.
106 Testimonio del general Warlimont en el año 1945, D. N., 3032-PS. Según War-

limont, Hitler hizo estas observaciones algún tiempo antes del 29 de julio del año
1940. No creemos equivocarnos al decir que hizo ya estas observaciones antes del
15 de julio, en cuya fecha decidió llevar a la práctica el plan «Sea Lion» en el oto-
ño.
107 Según Warlimont; véase D. N., 3032-PS y sus posteriores declaraciones en D.

N. (C. and A.), Supplement B, pág. 1635-7.


108 D. N., 53-C.

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Hitler no se equivoco

109 D. N., 1229-PS.


110 D. N., 170-C.
111 Declaraciones del general Warlimont en 1945, D. N., 3031-PS, y D. N. (C. and

A.), Supplement E, pág. 1635-7.


112 D. N., 66-C.
113 D. N., 170-C, id. 86.
114 Warlimont se mostró muy conciso sobre este punto (véase D. N. (C. and A.),

Supplement B, págs. 1635-7), y Goeriug confirma este hecho al alegar que no se


enteró de tal proyecto hasta el mes de noviembre del año 1949 (véase Supplement
B, págs. 1108-9).
115 D. N., 62 C.
116 D. N., 2353-PS, págs. 323-4.
117 D. N., 376-PS.
118 D. N., 1842-PS.
119 Véase las declaraciones de Goering a este respecto, D. N. (C. and A.), Suple-

mento B, pág. 1107.


120 D. N., 2762-PS.
121 D. N., 376-PS.
122 En el mes de septiembre, los rusos criticaron duramente la garantía alemana a

Rumania, considerando que iba dirigida directamente contra Rusia. El envío de


misiones militares alemanas a Rumania a principios del mes de octubre aumentó
la ansiedad y desconfianza rusas. Véase D. N., 170-C, id. 80 hasta 92, y Nazi-So-
viet Relations, 1939-1941.
123 D. N., 170-C id. 94. El 13 de octubre propuso Ribbentrop al Gobierno ruso una

ampliación de la cooperación ruso-germana y sugirió que Rusia se uniera al nue-


vo pacto Berlín-Roma-Tokio. Stalin aceptó esta oferta el 22 de octubre. Véase Na-
zi-Soviet Relations, 1939-1941.
124 D. N., 444-PS, 147-C.
125 D. N., 170-C, id. 99; Nazi-Soviet Relations, 1939-1941.
126 La razón adicional de su interés por las islas del Atlántico había sido ya expues-

ta en un memorándum del 29 de octubre de 1940. (D. N., 376-PS.)


127 Con respecto a los planes británicos en relación con las islas del Atlántico, en el

caso de un ataque alemán contra Gibraltar, véase documento núm. 2, pág. 105.
128 Véase Nazí-Soviet Relatíons, 1939-1941.
129 D. N., 2S5S-PS, págs. 323-4.
130 D. N., 1799-PS.
131 Véase W. S. Churchill, The Second World War, vol. II (Their Finest Haúr),

págs. 550-1. Con respecto a la alarma de Hitler con referencia a Vichy, véase igual-
mente su carta a Mus-solini del 31 de diciembre de 1940, citada por Churchill en
The Second World War, vol. III (The Grand Álliance), págs. 10-13, de Hitler e
MussolM, Lettere e Documenti.
132 Citada por W. S. Churchill, The Second World vol. III (The Grand Allian-

ce), págs. 10-13.

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133 D. N., 446-PS.


134 W. S. Churchill, The Second World War, vol. II (Thelr Finest Hour), pág. 510.
135 H. R. Trevor-Roper, The Last Days of Hitler, pág. 9.
136 D. N., 446-PS.
137 Citado en W. S. Churchill, The Second World War, vol. III (The Grana

Alliance), págs. 10-13.


138 D. N., 1866-PS.
139 D. N., 170-C, id. 150.
140 Con respecto a ésta y a las siguientes referencias, véase D. N., 170-C, que com-

ponen el archivo de las notas conservadas por el Estado Mayor Naval con motivo
de las relaciones ruso-germanas. En especial, los id. 104, 105, 107, 114, 116, 124,
128, 132, 133, 137, 144, 146, 149, 151, 159, 166, 167, 169, 176.
141 El río Moldavia pasa por Praga.
142 D. N. (C. and A.), Affidavit H.
143 D. N., 170-C, id. 168.
144 Proceedíngs, part. 10, pág. 250.
145 D. N., 74-C.
146 D. N., 446-PS.
147 D. N., 134-C.
148 D. N., 1317-PS; 447-PS; 1017-PS; 865-PS.
149 D. N., 2353-PS; págs. 368-373.
150 D. N., 872-PS.
151 D. N., 33-C, pág. 232.
152 D. N., 1746-PS, part. II.
153 D. N., 873-PS.
154 D. N., 876-PS.
155 El desembarco alemán en Creta comenzó el 20 de mayo.
156 D. N., 134-C.
157 D. N., 448-PS.
158 D. N., 872-PS.
159 Desmond Young, Rommel, pág. 93.
160 D. N., 134-C.
161 D. N., 872-PS.
162 D. N., 33-C, pág. 17.
163 Véase The Spanish Government and the Axis. Documentos núms. 12 y 13 en re-

lación con la carta de Hitler y la respuesta de Franco.


164 D. N., 872-PS.
165 D. N., 170-C, id. 22.

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166 El Oberkommando der Wehrmacht (OKW), traducible al español como "Alto


Mando de la Wehrmacht", fue parte de la estructura de las fuerzas armadas ale-
manas durante la Segunda Guerra Mundial. En la práctica cumplía la función del
Ministerio de Guerra que había sido suprimido en 1938. El OKW fue creado el 4
de febrero de 1938 con ocasión del denominado Escándalo Blomberg-Fritsch que
había provocado la dimisión en bloque de la cúpula militar alemana.
En teoría el OKW era un organismo que coordinaba los esfuerzos del Ejército de
Tierra (Heer), la Armada (Kriegsmarine) y la Fuerza Aérea (Luftwaffe). Además,
estaba a cargo de plasmar las ideas de Hitler en órdenes militares a través del
Mariscal de campo Wilhelm Keitel y el general Alfred Jodl. Inicialmente tuvo po-
co control sobre las fuerzas armadas alemanas, pero al progresar la guerra, el
OKW empezó a enviar cada vez más órdenes directas a las unidades militares, si
bien la mayoría de estas unidades eran las que se encontraban en el Frente occi-
dental y en el Mediterráneo. De este modo, en 1942 el OKW comandaba de facto
todas las fuerzas alemanas a excepción del Frente oriental, que estaban controla-
das por el Oberkommando des Heeres (OKH). Tras el fracaso de la Batalla de
Moscú, Hitler destituyó al Mariscal Walther von Brauchitsch y asumió el mando
del OKH. Durante el resto de la guerra Hitler manipuló este sistema bipolar para
mantener bajo su control las decisiones más importantes.
No sería hasta el 28 de abril de 1945 (dos días antes de que cometiera sucidio) en
que Hitler puso al OKH bajo jurisdicción del OKW. El 8 de mayo las fuerzas ale-
manas se rendía incondicionalmente y finalizaba la Segunda guerra mundial.
167 D. N., 33-C. Raeder era presionado en este sentido por el jefe de las operacio-

nes navales, que el 18 de febrero insistió «en la ocupación de Malta, incluso antes
cíe «Bai'barosá». (Véase D. N 170-C, id. 121.)
168 D. N., 872-PS.
169 D. N., 448-PS.
170 El envío de estas fuerzas.fpé anulado posteriormente poíno considerarlo esen-

cial los italianos; D. N., 134-C.


171 D. N., 1746-PS.
172 Esta operación fue preparada entre Hitler y la Luftwaffe. Goering fue su repre-

sentante. (Véase D. N. (C. I. A.), suplemento B, pág. 1108.) La primera referencia


de Raeder a Creta en sus entrevistas con Hitler no fue hasta el 22 de mayo, cuan-
do la invasión había ya empezado.
173 D. N., 170-C, id. 174.
174 Rommel propuso primeramente una ofensiva contra Suez, como el primer pa-

so hacia Basora y el golfo Pérsico, el 27 de julio. Véase Desmond Young, Rom-


mel, págs. 83-4.
175 D. N., 170-C, id. 168.

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Hitler no se equivoco

176 Goering admite que Creta podía demostrar su utilidad contra el tráfico británi-
co por el canal de Suez, pero destaca que «por aquel tiempo habían sido llevados
a cabo los preparativos para la invasión de Rusia y nadie pensaba en ir a África...
Creta hubiera podido ser una base para los ingleses contra nuestra posición en los
Balcanes y hubiera evitado una posible conexión entre... las flotas rusa y británi-
ca». (Véase D. N. (C. A.), suplemento B, página 1108.)
177 Véase el informe del vicealmirante Jefe de la Sección Naval Alemana con base

en Italia publicado en el The Daily Tele-graph, del 26 de febrero de 1947.


178 En relación con las directrices del 12 de noviembre de 1940, véase D. N. 444-

PS; en relación con las directrices del 18 de diciembre de 1940, D. N., 446-PS.
179 D. N., 174-C.
180 D. N., 849-D.
181 Con respecto a la creciente actividad americana en el Atlántico, véase W. S.

Churchill, The Second World War, vol. III (The Grand Alliance), cap. VIII. Entre
estos incidentes, debe mencionarse la detención en alta mar del buque mercante
americano Robín Moon, examinado y hundido por un submarino el 21 de mayo, y
el buque de guerra de los Estados Unidos Texas, perseguido por un submarino
durante los días 19 y 20 del mes de junio.
182 D. N., 118-C.
183 El buque mercante Sessa, que enarbolaba la bandera del Panamá, fue hundido

el 17 de agosto a 300 millas al sudoeste de Islandia. El 4 de septiembre se enta-


bló una lucha entre el destructor Geer de los Estados Unidos y un submarino ale-
mán a 63° N., 27°, 31' W.
184 W. S. Churchill, The Second World War, vol ÍII (The Grana Áttiance), pág.

459.

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Hitler no se equivoco

185 Edward Frederick Lindley Wood, 1er Conde de Halifax, KG, OM,
GCSI, GCMG, GCIE, PC (16 de abril de 1881–23 de diciembre de 1959), conocido
como Lord Irwin entre 1925 y 1934, y como Vizconde Halifax desde 1934 has-
ta 1944, fue un político conservador del Reino Unido. A menudo es recordado co-
mo uno de los arquitectos de la política de apaciguamiento anterior a la Segunda
Guerra Mundial. Durante varios años ocupó responsabilidades ministeriales en el
gabinete, siendo la más destacada de ellas la de Secretario de Estado de Asuntos
Exteriores en 1938, cuando se firmaron los Acuerdos de Múnich. En abril de 1926
sucedió a Lord Reading como Virrey de la India, ocupando el cargo hasta 1931.Na-
cido en una familia originaria del oeste del Reino Unido, los tres hermanos may-
ores de Halifax murieron durante la infancia, dejándole como heredero del título
nobiliario de su padre. Halifax nació con el brazo izquierdo atrofiado y carente de
mano, hecho que no le impidió aprender a montar a caballo, cazar o disparar.
Hijo de Charles Wood, 2º Vizconde Halifax, fue educado en el Eton College y en el
Christ Church College de Oxford, llegando a ser miembro del All Souls College.
Entre 1910 y 1925 ejerció como miembro del Parlamento. Durante la Primera
Guerra Mundial sirvió como Mayor en el regimiento de los Dragones de York-
shire, aunque prácticamente no entró en batalla, siendo destinado a tareas admin-
istrativas en 1917.
Tras ser rechazado para el puesto de Gobernador General de Sudáfrica y para el
de Subsecretario para las colonias, en 1922 se convirtió en Secretario de Estado
de Educación bajo el gobierno de Andrew Bonar Law, cargo en el que estuvo has-
ta 1924, cuando pasó a ocuparse de la cartera de Agricultura bajo el mandato de
Stanley Baldwin. Wood fue Virrey de la India entre 1926 y 1931. En 1925 había si-
do propuesto por el Rey Jorge V, debido a su origen familiar (su abuelo había sido
Secretario de Estado para la India) y a su inmaculado pedigree. Nombrado Bar-
on Irwin, llegó a Bombay el 1 de abril de 1926 con la intención de mejorar las re-
laciones Anglo-Indias y de calmar las tensiones religiosas en el país. Hombre de
profundas convicciones religiosas, fue considerado como la mejor elección para
negociar con Mahatma Gandhi. Tras su nombramiento, ignoró a Gandhi durante
19 meses.
El mandato de Irwin estuvo marcado por un perido de gran confusión política. La
exclusión de los miembros Indios de la Comisión Simon, encargada de estudiar
las reformas necesarias para llegar a un cierto nivel de autogobierno, provocó im-
portantes brotes de violencia, lo que obligó a Irwin a conceder ciertos privilegios
que fueron considerados como excesivos por el gobierno de Londres y como insu-
ficientes por parte de los indios.

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186 Karl Dönitz (Berlín, entonces Imperio alemán; 16 de septiembre de 1891 –


Hamburgo, entonces Alemania Occidental (actual Alemania); 24 de diciembre de
1980) fue un marino alemán que participó en la Primera y en la Segunda Guerra
Mundial. Comandó la Kriegsmarine de la Alemania nazi entre el 30 de enero de
1943 hasta el final de la guerra, con el rango de Großadmiral. Fue designado suce-
sor como Reichspräsident de su país por Adolf Hitler, cargo que desempeñó por
23 días entre el 30 de abril y el 23 de mayo de 1945, cuando fue detenido por or-
den de la Comisión Aliada de Control.
Karl Dönitz fue quien ordenó firmar la rendición de Alemania ante los Aliados y
la Unión Soviética el día 8 de mayo de 1945, terminando con ello la II Guerra
Mundial en Europa. Fue detenido por las Fuerzas Aliadas y llevado a la ciudad de
Núremberg, donde fue juzgado por crímenes de guerra y crímenes contra la paz.
Se le acusó de haber instruido a sus tropas para la guerra aun en tiempos de paz y
de ser el responsable de la Orden N.º 154, por la cual se desarrolló la ilimitada
guerra submarina, violando los principios de la guerra naval. Fue declarado cul-
pable y condenado a diez años y 20 días de prisión, saliendo en libertad el 1 de oc-
tubre de 1956, retirándose a vivir en una aldea cercana al puerto de Hamburgo.
Se dedicó a escribir acerca de sus experiencias durante la guerra, llegando a publi-
car dos autobiografías. Murió en 1980 a los 89 años. Nacido en la ciudad de
Berlín, Karl Dönitz ingresó en 1910 en la Marina Imperial con el rango de cadete.
Participó en la Primera Guerra Mundial como miembro de la tripulación del cru-
cero Breslau, que realizó diversas operaciones militares en el Mar Mediterráneo.
Cuando su navío pasó a formar parte de la flota del Imperio otomano, Dönitz
entró en acción en el Mar Negro contra fuerzas de la Armada del Imperio ruso. En
1916 solicitó su trasferencia a la fuerza de submarinos, lo cual fue aceptado en oc-
tubre de aquel año. En esta fuerza le correspondió servir en tres unidades distin-
tas:
SM U 39, efectuando cinco patrullas entre enero y diciembre de 1917.
SM UC 25, en la que realiza dos patrullas entre marzo y septiembre de 1918.
SM UB 68, en la que realiza una patrulla entre septiembre y octubre de 1918.
El 4 de octubre de 1918, su unidad tuvo problemas de estanqueidad y, tras naufra-
gar y perder a seis hombres de la dotación, es capturado por los británicos, per-
maneciendo en un campo de prisioneros hasta 1920. Formó parte de la Reich-
swehr, siendo nombrado Teniente de Navío en 1921, Capitán de Corbeta en 1928
y Capitán de Fragata en 1933. Al año siguiente se le comisiona como comandante
del crucero Emden, en el cual realiza un crucero de instrucción de un año, encar-
gado de la formación de los nuevos oficiales de la Armada
187 D. N., 1834-PS; Proceedings, part. 2, págs. 263-6, 279-80.
188 D. N., 75-C, Proceedings, part. 2, págs. 206-6
189 D. N., 1877-PS; Proceedings, pa.it. 2, págs. 269-71.
190 D. N., 1881-PS; Proceedings, part. 1, págs. 178-80.
191 D. N., 1862-PS; Proceedings, part. 2, págs. 271-2.
192 Proceedings, part. 10, págs. 200.

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Hitler no se equivoco

193 D. N., 1834-PS.


194 D. N., 75-C.
195 Véase la referencia de esta entrevista en los archivos navales alemanes (D. N.,

170-C, id. 134). Los comentarios de Raeder constan igualmente en D. N., 152-C.
196 Véase W. S. Churchill, The Second World War, vol. III (The Grana Alliancé),

pág. 161.
197 D. N., 1538-PS.
198 O Blagovestchensk: una ciudad en la frontera manchú do la U.R.S.S.
199 Véase W. S. Churchill, «.The Second World Wor», vol. III (The Grana Állian-

ce), pág. 172.


200 D. N., 2896-PS; Proceedings, part. 2, pág. 273.

201 D. N., 2897-PS; Proceedings, part. 2, pág. 274.


202 D. N., 2911-PS.
203 D. N., 3598-PS. En relación con esta advertencia, véase el «Diario» de Ciano

del 3 de diciembre de 1941.


204 Véase S. E. Morison, Histony of United States Naval Operations in World War

II, vol. III, pág. 88.


205 D. N., 656-D; Proceedings, part. 4, pág. 95.
206 D. N., 3600-PS.
207 D. N., 2898-PS.
208 D. N., 872-D.
209 Véase, por ejemplo, Proceedings, part. 10, pág. 139 part. 14, pág. 167; part. 15,

pág. 350.
210 D. N., 2932-PS.
211 D. N., 2353-PS; págs. 323-4.
212 D. N.; 134-C.

213 D. N., 872-PS.

214 D. N, 134-C.
215 D. N., 556-2-PS.
216 Esto era verdad. El H. M. S. Barham fue hundido el 25 de noviembre de 1941;

el Valiant y el Queen Elizabeth fueron gravemente averiados por submarinos ena-


nos italianos el 19 de diciembre de 1941. Cuando estas pérdidas fueron seguidas
por el minado de la escuadra de Malta, incluidos los cruceros Neptune, Arethusa
y Penélope, la flota del Mediterráneo contaba tan sólo con tres buques mayores
que los destructores H. M., cruceros Dado, Naiad y Euryalus.

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217 Pero no hasta el extremo que pudiera justificar las criticas de Halder en Hitler
as War Lord (Putnam, 1950), donde (pág. 36) escribe: «Era característico de Hi-
tler y de su capacidad estratégica que bajo la influencia de las victorias de Rom-
mel abandonó por entero su política de aceptar que una victoria decisiva sobre In-
glaterra en el norte de África era imposible. No tardó en sumergirse en extrava-
gantes visiones de la conquista de Egipto, de la ocupación del canal de Suez e in-
cluso del enlace con los japoneses a través del mar Rojo.» Es, desde luego otra
cuestión, si Halder, equivocándose al argüir que Hitler estuviera ya equivocado en
1942, no se equivocaba asimismo al argüir que estos objetivos eran imposibles de
alcanzar en una fecha anterior.
218 Para la ulterior evidencia de que el aplazamiento del plan de Malta fue una de-

cisión tomada por Hitler y Rommel, y que «fue asimismo rebatida por Jodl y el
Estador Mayor italiano», véase la carta de \& señora Jodl en el Times Ltterary
Supplement, 22 de septiembre de 1950.
219 Estas cifras incluyen los submarinos en ruta hacia las zonas dé operaciones

o procedentes de las mismas.


220 D. N., 423-D. Para In política de asesinar a las tripulaciones, véase D. N., &30-

D, 642-D y 663-D.
221 Doenitz había asistido una vez a estas conferencias, el 17 de septiembre de

1941, pero esta entrevista había tenido como especial objeto discutir los inciden-
tes con los Estados Unidos en el Atlántico. El 14 de mayo de 1942 fue la primera
vez que Doenitz participó en una discusión sobre la ofensiva submarina.
222 El aceite Diesel, utilizado por los submarinos y los acorazados de bolsillo, no

había visto todavía cortados sus suministros.


223 H. R. Trevor-Roper, The Last Daijs of Hitler, págs. 61-77.
224 Proceedings, part. 10, págs. 201-2, y Máxime Mourin, Les Tentatives de Paix,

1939-45, págs. 140-4.


225 Rebeca West, The Meaning of Treason, págs. 158-9.
226 Moxurin, págs. 144-7.

227 Halder, Hitler as War Lord, págs. 63-6.


228 Halder, págs. 25 y 50.

229 Halder, págs. 62-5.


230 Halder, pág. 64.
231 Halder, págs. 12 y 16.
232 D. N., 789-PS, pág. 46.

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