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Prologo
Este libro habla de la estrategia de Hitler. He tenido en cuenta la diferencia
que existe entre la estrategia y las operaciones, y es mi intención referirme
sólo a la primera de estas dos esferas militares. Por dicho motivo, apenas
hago mención de la parte que le correspondió a Hitler en la ejecución de
las operaciones, o sea, en la realización práctica de sus planes; el interés
principal se concentra en la preparación de sus planes estratégicos durante
la guerra.
En la exposición de las pruebas me limito, en lo posible, al uso de los docu-
mentos que son de actualidad. Estoy seguro que se reconocerá un cierto
mérito en la forma de enfocar el tema desde este punto de vista, siempre
que los documentos se basten por á mismos, sin el apoyo de conclusiones
que, aunque dignas de toda confianza, son menos auténticas; espero, en es-
te aspecto, haber conseguido mi propósito.
Es por este motivo que me ha sido dado prestar atención más detallada a
los temas navales, puesto que los documentos más importantes y comple-
tos que podemos consultar en la actualidad son los archivos de la antigua
marina de guerra alemana. Sin embargo, no me he limitado en mi exposi-
ción a los testimonios de los archivos navales. Al contrario, siempre que ha
sido necesario hacer resaltar uno de los aspectos de la estrategia de Hitler,
he consultado otros documentos militares que tratan de otros aspectos de
la guerra y que fueron puestos a mi disposición. Todos los documentos pre-
sentados ante el Tribunal de Nurenberg han sido estudiados desde este
punto de vista y son precisamente éstos los que constituyen la parte princi-
pal de mi material de consulta, sin contar otras series de documentos de
los cuales la índole del tema a tratar me obligaba a echar mano. En la nota
siguiente doy cuenta más detallada de mis referencias. Se podrá objetar
que, al enfocar principalmente el problema naval, el tema tratado será un
tanto arbitrario e incompleto; sin embargo, prescindiendo del hecho de
que el desarrollo naval es tan completo que permite adquirir una visión
más cabal del tema, hay otro motivo, lo confieso, y no se debe solamente a
que la documentación naval es más voluminosa que las otras, sino a que
ocupa una posición mucho más relevante que las demás. La posición britá-
nica representaba el eje central de los problemas de Hitler y la potencia na-
val británica que, en última instancia, fue la causa material de su derrota,
se reveló fundamental en sus efectos sobre su estrategia militar ya desde
un principio. No me guió el intento de querer demostrar este hecho cuando
comencé a escribir este libro, y fue sólo después de estudiar el curso que si-
guieron los acontecimientos cuando me percaté plenamente de la validez
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Capitulo I
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paz gracias a la proporción del treinta y cinco por ciento...» Ninguna de las
pruebas que podemos disponer en la actualidad y que hacen referencia a
las negociaciones navales anglo-germanas contradicen las afirmaciones de
Raeder. Alemania tomó la iniciativa en esas negociaciones; y lo hizo con la
intención de hacer una tentativa en favor de los intereses de la Gran Breta-
ña; las proposiciones alemanas en sí estaban lo suficientemente bien deli-
mitadas para garantizar a este país el fin de la rivalidad naval anglo-germa-
na. Las declaraciones de Raeder quedan confirmadas por su confesión de
que siempre se mostró «escéptico con respecto al plan del Führer para ga-
narse la buena voluntad de Inglaterra...» Siempre se lamentó de las limi-
taciones que el plan imponía a la expansión naval germana. Esta confesión
es confirmada por los documentos. Durante una conferencia celebrada en
el mes de junio del año 1934 10, en la que Hitler insistió en que las violacio-
nes de las cláusulas navales de Versalles debían mantenerse en el más ab-
soluto secreto, Raeder «expuso su punto de vista de que, de todas formas,
había que incrementar el poder de la flota para poder oponerla a Ingla-
terra».
Esta actitud de Hitler con respecto a la negociación del Acuerdo 'Naval An-
glo-Germano es confirmada, además, por su manifiesta aversión a violar el
Acuerdo y el haber ordenado un cambio en la política naval sólo cuando las
circunstancias comenzaron a presionarle en este sentido. No fue hasta des-
pués del Acuerdo de Munich, en el otoño del año 1938, que, en opinión de
Raeder 11, «comenzó a percatarse de la resistencia de Inglaterra y a recono-
cer en esta potencia el alma de la oposición del mundo entero contra Ale-
mania». Sin embargo, no se dio por vencido todavía en su política de que-
rer llegar a un acuerdo con Inglaterra. Pero así como hasta aquel momento
nada indica que no hubiese sido sincero en querer limitar la expansión na-
val germana, por lo menos, por el momento, con respecto a las cifras con-
venidas en el año 1935, en el otoño del año 1938 comenzó a interesarse en
la ampliación de la potencia de la marina de guerra alemana. El comienzo
de este proceso, dice Raeder, fue la adopción por Hitler del punto de vista
de que «todas las oportunidades que se nos ofrecen por los tratados ratifi-
cados deben ser aprovechadas... después de unas negociaciones pre-
liminares y amistosas con Inglaterra»; y en el mes de diciembre del año
1938 se hizo uso del derecho de construir hasta el cien por cien, en lugar
del cuarenta y cinco por ciento, de los submarinos británicos. «A partir del
mes de octubre del año 1938 — continúa la declaración de Raeder —, me
recalcó que cada navio que construyéramos debía ser más potente que su
oponente inglés, y me advirtió que debíamos estar preparados para embar-
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tencias occidentales?
Ésta parece ser la evidente explicación a primera vista; y Raeder, por lo
menos, estaba convencido de ello por aquella época. Su memorándum del
3 de septiembre de 1939, comienza diciendo que «el Führer estuvo conven-
cido hasta el último momento de que la guerra debía ser evitada, aun en el
caso de que esto significase aplazar el acuerdo final sobre la cuestión pola-
ca». Continúa diciendo que Hitler declaró que éste era su punto de vista,
deduciendo de ello que Hitler decidió no aplazar el ataque contra Polonia
por estar convencido de que esto no significaba necesariamente la guerra
con Francia y la Gran Bretaña. En una carta posterior del 11 de junio de
1940 15, dirigida a todos los oficiales navales, Raeder anunció nuevamente
que «el Führer había esperado hasta el último momento poder aplazar el
conflicto con Inglaterra hasta los años 1944-1945». Pero ésta es una ver-
sión demasiado simplificada de los hechos: Raeder, en su impotencia, ha-
cía caso omiso del curso de los acontecimientos durante los seis meses
anteriores.
Es evidente que Hitler creyó hasta el último momento que las potencias oc-
cidentales no intervendrían en favor de Polonia; es evidente también que
durante los primeros meses del año 1939, a pesar de ciertos recelos, estaba
convencido de que no intervendrían si él sabía elegir el momento oportu-
no. A fin de cuentas, sus métodos le habían proporcionado brillantes éxitos
durante los años 1936, 1937 y 1938; confiaba plenamente en que obtendría
de nuevo el éxito deseado y que se le presentaría el momento oportuno pa-
ra actuar. En esta disposición de ánimo se arriesgó a la «liquidación final
de Checoslovaquia», y, algo más tarde, el 25 de marzo de 1939, reveló que
no tenía ninguna prisa por atacar a su próxima víctima. Por aquella fecha
le dijo a von Brauchistsch que, a pesar de que el problema no debía ser
abandonado, no intentaría forzar la cuestión polaca en un futuro próximo,
a no ser que se presentaran condiciones políticas especialmente favorables
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fianza que había expresado en sus directrices del mes de abril, que tal vez
fuese imposible aislar a Polonia. El 23 de mayo, en un discurso a los oficia-
les del Estado Mayor, reconoció que «el problema polaco no puede ser
.deslindado del conflicto con el Oeste... No es seguro que en una lucha ger-
mano-polaca pueda ser evitada la guerra con el Oeste...» 20. En unas órde-
nes del 4 de agosto, dirigidas a la Sección de Operaciones de la marina de
guerra alemana, se declara que «es posible que, en el caso de un conflicto
con Polonia, intervengan las potencias garantizadoras (Francia e Inglate-
rra)».
Sin embargo, continuaron sin interrupción los preparativos para el ataque
contra Polonia, y la decisión de Hitler de pasar a la acción en el otoño, se
fue confirmando por momentos. En un discurso pronunciado el 23 de ma-
yo anunció su decisión de atacar Polonia «en la primera ocasión que se
presentase...» o, mejor dicho, puesto que las directrices del mes de abril
eran lo suficientemente explícitas a este respecto, confirmó esta decisión a
pesar de todos los posibles riesgos. En cuanto a las órdenes navales del 4
de agosto, el hecho de su existencia es una razón más para creer que, por
aquel entonces, había decidido ya pasar a la acción directa en 1939, fuese
cual fuese la actitud de las potencias occidentales. En estas órdenes se da-
ban instrucciones a dos acorazados de bolsillo para ocupar posiciones
avanzadas en el Atlántico, en el caso de que la Gran Bretaña y Francia de-
clararan la guerra cuando fuera invadida Polonia. Órdenes similares para
los submarinos fueron discutidas por el Estado Mayor Naval el 2 de agosto
21. Entre el 19 y el 24 de agosto, de acuerdo con estas órdenes, a pesar de
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tunidad mejor para atacar a Polonia. ¿Qué es lo que le impulsó, en tales cir-
cunstancias, a poner en práctica esa decisión?
IV El Pacto Ruso-Germano
Una posibilidad, de cuya existencia e importancia no puede haber la me-
nor duda, fue la de concertar un pacto con Rusia. Las negociaciones ruso-
germanas comenzaron a principios del mes de abril de 1939. Continuaron
durante todo aquel período en el cual, Hitler, mientras iba perdiendo la
confianza en la posible neutralidad de la Gran Bretaña, reunía los medios
necesarios que. le permitieran lanzarse a la acción en 1939. No cabe la me-
nor duda de que estas negociaciones, y, sobre todo, el hecho de que fueran
comenzadas por iniciativa rusa, influyeron poderosamente en su actitud
con respecto al problema creado por el cambio de actitud británica. Las ín-
timas relaciones entre las fases de estas negociaciones por un lado, y las
decisiones de Hitler por otro, son directas y claras 22.
Cuando el embajador ruso llamó el 17 de abril de 1939 al Secretario de Es-
tado alemán, tan poco tiempo después de haberse publicado la declaración
anglo-polaca, hacía meses que se encontraba en Berlín sin haber aprove-
chado otras oportunidades para discutir sobre temas políticos con el Mi-
nisterio de Asuntos Exteriores alemán; preguntó, sin ninguna clase de
rodeos, cuál era la opinión de Alemania con respecto a las relaciones ruso-
germanas y manifestó que no había razón alguna para no mejorar las que
entonces existían. Parece probable que, al dar este paso, Moscú reacciona-
ra por su propia cuenta con respecto a la reciente declaración anglo-pola-
ca; sin embargo, fuese cual fuese el motivo, el significado de esta actitud
no podía pasar inadvertido en Berlín. El 28 de abril pronunció Hitler su
discurso en el Reichstag, ante el cual denunció el Tratado Naval Anglo-Ger-
mano y en el que omitió referirse en tonos hostiles a la Rusia Soviética. Es-
te discurso fue seguido en Rusia por la destitución de Litvinov el 3 de ma-
yo, y el 20 del mismo mes el Gobierno soviético se decidió a dar un paso
más hacia el acercamiento con Alemania. Al preguntarle a Molotov si las
conversaciones económicas ruso-germanas podían ser reanudadas, éste
respondió que las conversaciones económicas «sólo podían ser reanudadas
si las bases políticas necesarias para ellas habían sido estructuradas previa-
mente». Tres días más tarde, Hitler se dirigió a sus generales. El discurso
fue tan confuso como largo, pero una cosa aparece bien clara: Hitler había
ya decidido que, a pesar de todo, la política alemana era atacar a Polonia
en la primera oportunidad que se presentase. Una semana después de este
discurso, el 30 de mayo, después de previas vacilaciones, se informó al em-
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muy poco antes había cambiado de opinión con respecto a un punto tan
importante. Pero incluso en el caso de que llegara a esta decisión después
de la substitución de Litvinov, a principios del mes de mayo, tal como
afirmó Hitler, en lugar de tomar la decisión a fines de mes, lo cierto es que
las directrices referentes a Polonia habían sido ya anunciadas; y este hecho
basta para demostrar que, prescindiendo de lo que podía esperar de un
pacto con Rusia, existía además, otro elemento en la situación.
Este otro factor era la ulterior determinación de Hitler, después de las de-
claraciones de Chamberlain 26 del 31 de marzo, de mantenerse fiel al nuevo
programa que el cambio de frente en la política exterior británica le había
obligado a adoptar: o sea, atacar a Polonia en el otoño.
Ésta era su actitud y hemos tratado de fundamentarla sobre la base de la
íntima relación cronológica entre sus directrices del mes de abril y la decla-
ración anglo-polaca. Pero esto no revela en toda su amplitud el por qué la
declaración anglo-polaca no sólo forzó sus movimientos, sino que también
le ayudó a perder la serenidad. Existe la evidencia de que, aun en el caso de
no haber logrado concertar un pacto con Rusia, hubiese atacado, no obs-
tante, a Polonia.
Al revisar los resultados de esta argumentación, es necesario recordar que
Hitler anunció sus directrices para el ataque contra Polonia antes de que
las negociaciones ruso-germanas hubiesen sido iniciadas en serio y, ade-
más, el hecho de que no fue precisamente por iniciativa de Hitler, sino sólo
de Moscú, el que se iniciaran negociaciones en sentido positivo. La fase si-
guiente la encontraremos expuesta en su discurso del 23 de mayo 27. Su ob-
jeto fue confirmar su decisión de atacar a Polonia en la primera ocasión
oportuna; sin embargo, seguramente porque su mente no estaba todavía
preparada para las negociaciones con Rusia, la esperanza de un resultado
feliz de las mismas representaba sólo un factor subordinado a estas conclu-
siones.
Lo cierto es que estaba sumamente interesado en el resultado de las nego-
ciaciones con Rusia; mencionó que «en los comentarios de la Prensa rusa
se observa una prudente reserva»; creía que «no era imposible que Rusia
se desinteresará por completo de la destrucción de Polonia». Pero muy le-
jos de estar seguro de esto, lejos de dejarse influir por cualquier esperanza
con respecto al pacto con Rusia, continuaba creyendo que Rusia se opon-
dría a cualquier ataque contra Polonia; y, sin embargo se aferraba a la
decisión que ya había tomado de lanzarse al ataque.
«En el caso de que Rusia tome medidas para oponerse a nuestros planes
— declaró —, nuestras relaciones con el Japón se harán más íntimas y es-
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las fuerzas aéreas, por ejemplo, mientras la flota de guerra británica no es-
té en condiciones de adoptar contramedidas; pero éste ya no será el caso
en los años 1940 y 1941. Frente a Polonia, para tomar otro ejemplo, los ca-
rros de combate serán más eficaces, puesto que el Ejército polaco no puede
contrarrestar la acción de los mismos. Cuando la presión directa no puede
ser considerada ya por más tiempo como factor decisivo, ha de ser reem-
plazada por el factor sorpresa y por la habilidad en la acción.» Con cada
mes que se retardara, estaba convencido de que disminuiría la ventaja de
los armamentos alemanes con respecto a Polonia y a las potencias occiden-
tales. Además, Alemania «se encuentra por el momento dominada por el
fervor patriótico, que es compartido por otras dos naciones, Italia y el Ja-
pón», pero es posible que esta situación no perdure siempre. Fue por estas
razones, más que por influencia de cualquier esperanza con respecto al
pacto con Rusia, que decidió continuar firmemente adelante con sus pla-
nes.
Sin embargo, todavía resultaba importante aislar a Polonia antes de atacar-
la; todavía era lo bastante prudente para percatarse plenamente de este he-
cho; y comenzó a pensar en que un pacto con Rusia podría colmar esta as-
piración. Pero el problema que le afectaba más vivamente era aislar a Polo-
nia del Oeste y no de Rusia. «Nuestros esfuerzos deben tender a aislar a
Polonia — declaró —. El éxito de este aislamiento es de una importancia
decisiva. No debe haber un conflicto simultáneo con el Oeste.» «Un ataque
contra Polonia sólo se revelará satisfactorio, en el caso de que no interven-
ga el Oeste.» Cuando Polonia fue atacada, se prohibió que ningún soldado
alemán cruzara la frontera del Oeste; nada debía incitar a la Gran Bretaña
y a Francia a declarar la guerra. En el ataque contra el Oeste «debe ser
nuestro objetivo comenzar con un golpe aniquilador... pero esto sólo será
posible si no nos embarcamos en una guerra con Inglaterra por culpa de
Polonia».
Y, sin embargo, como Hitler confiesa en el mismo discurso, a pesar de los
preparativos tomados, «lo más probable es que el problema polaco no pue-
da ser independiente, de un conflicto con el Oeste... No es seguro que, du-
rante el curso de una lucha germano-polaca, pueda ser evitada la guerra
con el Oeste». Pero en esta situación, el 23 de mayo, antes de poseer la cer-
teza de que se llegaría a la firma del pacto con Rusia, incluso antes de ha-
berse decidido a continuar las negociaciones, y convencido de que un pacto
con Rusia no sería capaz de evitar la guerra con las potencias occidentales
si atacaba a Polonia, no vaciló un solo instante en seguir firmemente el cur-
so que se había trazado. «Incluso en el caso de que intervinieran las poten-
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guerra. En sus esfuerzos por rehuir el problema británico, Alemania era dé-
bil en el mar, en su desesperación por anticiparse al problema, una vez ine-
vitable, la lanzó a una guerra para la cual no estaba preparada; y esto debi-
do a que la debilidad de la marina de guerra alemana había pasado a ser
considerada como un factor de importancia menor en relación con otros
que concordaban con su impaciencia por lanzarse a la acción.
Pero no existe razón para creer que esta desventaja fue pasada por alto por
todos. En tanto que Hitler se sentía inclinado a ignorarla, otros le presta-
ban la máxima atención. El memorándum de Raeder del mes de septiem-
bre del año 1939 y su carta del mes de junio del año 1940 revelan con toda
claridad que había prevenido a Hitler de que la marina de guerra alemana
no podía contar con el menor éxito si estallaba un conflicto armado con la
Gran Bretaña en el año 1939. El 15 de abril de 1939, al discutir con Musso-
lini la fecha en la cual Alemania estaría preparada para «demostrar su po-
tencia», Goering dijo «que Alemania es comparativamente muy débil por
mar» 38. Mussolini aconsejó en más de una ocasión a su aliado, durante los
últimos meses de paz, sobre la conveniencia de aguardar dos o tres años
más teniendo en cuenta la situación en que se encontraba la marina de
guerra alemana 39.
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Capitulo II
La primera Fase
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riesgo de una guerra general, como en el efecto que ejerció al alterar su es-
trategia para la primera campaña en el caso de que la guerra se generaliza-
ra. En su discurso del 23 de mayo de 1939 44, expuso que, en el caso de
intervenir las potencias occidentales, «sería preferible atacar en el Oeste y
liquidar a Polonia incidentalmente», y que, si se llegaba a una alianza en-
tre Rusia y el Oeste, «atacaría en primer lugar a Francia e Inglaterra con
unos cuantos golpes aniquiladores». Esto era más fácil de decir que de ha-
cer, desde luego, pero sus declaraciones eran un claro exponente de su mo-
do de pensar, y éste sufrió un cambio como resultado del pacto ruso. Podía
no impedir que las potencias occidentales declarasen la guerra; pero, al
menos, impedía que pudiesen ayudar a Polonia; y volcó todas las esperan-
zas de Hitler en una nueva dirección y le indujo a cambiar sus planes estra-
tégicos. En tanto que la primera campaña quedaba limitada a Polonia, si
ésta era derrotada rápidamente, la Gran Bretaña y Francia, incluso si de-
claraban la guerra, tal vez acceptasen el fait accompli tan pronto Polonia
hubiese sido aniquilada 45.
En otras palabras, el efecto principal del pacto ruso no fue convencer a Hi-
tler de que Polonia podía ser atacada sin guerra, pero si a estimularle en la
creencia de la posibilidad de una guerra corta; y esto queda confirmado al
establecer una comparación entre sus declaraciones del 23 de mayo de
1939 con las del 22 de agosto, así como también en relación con su estrate-
gia para la primera campaña. El 23 de mayo no estaba todavía seguro de la
firma del pacto ruso, admitía que una guerra con las potencias occidenta-
les podía resultar difícil, una «lucha a vida o muerte». «La idea de que se
trata de una empresa fácil es peligrosa... Debemos quemar nuestras na-
ves... Todo Gobierno debe aspirar a una guerra corta; sin embargo, debe-
mos estar preparados para una guerra de diez o quince años de duración.»
El 22 de agosto, durante el discurso en que anunció el pacto ruso, no sólo
se sintió inclinado a creer que las potencias occidentales no declararían la
guerra ante la imposibilidad de poder ayudar a Polonia; sino que también
confiaba en que, aun en el caso de que declarasen la guerra, aceptarían lo
inevitable y harían la paz una vez Polonia hubiese sido derrotada. «Nadie
cuenta con una guerra larga», dijo de acuerdo con una de las versiones de
su discurso 46. «Si von Brauchistsch 47 me hubiese dicho que necesitaría
cinco años para conquistar Polonia, le hubiese replicado que no podía atre-
verme a iniciarla. Es una estupidez decir que Inglaterra lo que desea es una
guerra de larga duración. » En otra versión, este paraje es expuesto de un
modo diferente, pero el sentido es el mismo 48.
Raeder alega que se sintió «horrorizado» por la presunción de que tal vez
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so para operar antes de principios del mes de octubre, o sea, antes de que
acabasen sus provisiones y bajase la moral de combate de sus tripulantes.
Igualmente debía ser anulada la prohibición de atacar navios de guerra
franceses, sobre todo la que hacía referencia a los ataques de los submari-
nos contra los acorazados de combate Dunkerque y Strasbourg, que
representaban la principal amenaza contra los acorazados de bolsillo ale-
manes. La orden prohibitoria de minar los puertos franceses permitía a los
convoyes de tropas británicas desembarcar en el continente sin ser moles-
tados, y lo mismo cabía aducir contra la prohibición de atacar los barcos
mercantes franceses; estas prohibiciones debían ser anuladas lo antes
posible. Debido a que todos los barcos mercantes franceses y todos los bar-
cos ingleses de pasajeros eran inmunes y, porque, de acuerdo con la Con-
vención de La Haya, los submarinos tenían la terminante prohibición de
hundir los barcos mercantes ingleses sin previa advertencia, 'y sólo des-
pués de haber sido identificados como tales, los submarinos hundieron
muchos menos barcos mercantes de lo que hubiesen podido en un momen-
to en que las defensas enemigas 110 estaban debidamente organizadas. Es-
tas prohibiciones debían ser igualmente anuladas y ser enviada una segun-
da oleada de submarinos para operar con completa libertad contra los bar-
cos enemigos.
Excepción hecha de insistir en que los barcos de pasajeros, una vez identifi-
cados como tales, debían continuar inmunes a cualquier ataque, Hitler
aprobó el 23 de septiembre todas estas recomendaciones; por aquel enton-
ces había comenzado ya a dudar, al igual que Raeder, de que las potencias
occidentales se mostrarían dispuestas a concertar un acuerdo. Pero la pro-
posición más importante de todas, o sea, que los submarinos pudiesen
hundir cualquier barco mercante, enemigo sin previa advertencia fue anu-
lada inmediatamente; Hitler se mostró dubitativo con respecto a otras su-
gerencias de mayor alcance que Raeder le hizo durante aquella entrevista.
Tan pronto se esfumaron sus cortas esperanzas, Raeder no dudó un solo
instante en conceder toda la prioridad, y de un modo inmediato, a la gue-
rra contra la Gran Bretaña. En consecuencia, además de proponer la anula-
ción de las limitaciones especiales impuestas al estallar la guerra, insistió
cerca de Hitler para que éste tomara en consideración otras medidas más
serias, medidas que él estaba convencido sería necesario adoptar si Alema-
nia quería ganar la guerra. Estas medidas pueden ser clasificadas en tres
apartados.
En primer lugar, la necesidad de extender la guerra al mar por todos los
medios, incluso contraviniendo las leyes internacionales. El 23 de septiem-
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con el Oeste hasta estar preparado para atacar a su vez a las potencias occi-
dentales, había redundado igualmente en un fracaso. Pero incluso en este
caso las condiciones continuaban siendo buenas para atacarlos y «ases-
tarles golpes aniquiladoíes», sobre todo si actuaban sin la menor vacila-
ción ni retraso.
El único problema, pues, era decidir los planes estratégicos para el ataque
en el Oeste. Y, puesto que parecía que las condiciones en las que habría de
realizarlo serían parecidas a las que él había calculado, su decisión no se
corroboraba con las ideas que alimentaba en su mente hacía ya mucho
tiempo. El 23 de mayo de 1939 había dicho que su aspiración, si se volvía
hacia el Oeste, era ocupar Holanda y Bélgica «a toda velocidad» y asegurar
la pronta derrota de Francia. Trataría igualmente de eliminar rápidamente
a la Gran Bretaña por medio de «un golpe final decisivo», por ejemplo, un
ataque aéreo para destruir su flota. Pero lo más probable era que la guerra
contra la Gran Bretaña fuese de larga duración; y, por consiguiente, era
esencial asegurarse el dominio de la Europa occidental y alejar a la Gran
Bretaña de estas regiones.
«Si Holanda y Bélgica son ocupadas con pleno éxito, y si Francia es igual-
mente derrotada, las condiciones fundamentales para una lucha con resul-
tado victorioso contra Inglaterra estarán aseguradas. Inglaterra podrá, en
este caso, ser bloqueada desde la costa occidental francesa por medio de la
Luftwaffe; la marina de guerra, en colaboración con los submarinos, po-
drán completar el bloqueo. Inglaterra no estará en condiciones de luchar
en el continente... el tiempo luchará en contra de Inglaterra. Alemania no
se desangrará a muerte en tierra. Esta estrategia se ha revelado como nece-
saria por la experiencia de la Primera Guerra Mundial. Con una marina de
guerra más poderosa al comenzar las hostilidades o un movimiento de cer-
co de la Wehrmacht en dirección al canal de la Mancha, el fin de la guerra
hubiese sido muy diferente...»
«Alemania no dispone en la actualidad de una marina de guerra poderosa,
pero una vez la Wehrmacht... haya ocupado posiciones más importantes,
la producción industrial cesará de consumirse en las batallas terrestres y
podrá ser destinada para beneficio de las fuerzas aéreas y de la marina de
guerra en su lucha contra la Gran Bretaña» 52.
Los puntos de vista de Hitler se diferenciaban de los de Raeder en un solo
punto. Ambos estaban de acuerdo de que la guerra contra las potencias oc-
cidentales, una vez comenzada, había de llevarse hasta su final; que la
Gran Bretaña representaba el obstáculo principal y que el objetivo princi-
pal era, si no derrotarla, por lo menos, obligarla a aceptar el control de Ale-
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parece ser que, a partir del 27 de enero, cuando creó un Estado Mayor a las
órdenes de Keitel para planear la campaña de Noruega 75, dudaba todavía
en lanzarse a esta acción. Pero la intercepción del Altmark, un barco de
suministro alemán, en aguas noruegas por destructores británicos el 17 de
febrero, además de provocar su profunda indignación, puso fin a sus vaci-
laciones. El 19 de febrero, según Jodl 76, «insistió enérgicamente en la rea-
lización de sus planes »; el 1 de marzo publicó las primeras directrices para
la ocupación de Noruega y Dinamarca. El 3 de marzo, de nuevo según Jodl,
«insistió nuevamente en una pronta y violenta acción contra Noruega: sin
retrasos» ; y, aquel mismo día, decidió finalmente, que Noruega debía ser
atacada con anterioridad a Francia, con varios días de intervalo.
En las directrices del 1 de marzo 77, la operación de Noruega recompensó fi-
nalmente a Hitler del retraso del plan que consideraba más importante e
inmediato, o sea, la derrota cíe Francia. El objetivo principal era evitar la
instalación de las fuerzas británicas en Escandinavia y en el Báltico. Pero
las fuerzas a emplear en dicha acción debían ser lo más reducidas posibles,
«la debilidad numérica debe ser compensada por la rapidez de la opera-
ción, y por la sorpresa»; no se pasaron por alto, sin embargo, las conse-
cuencias que la acción pudiera ejercer sobre los países neutrales. «En prin-
cipio — continúan las directrices —, haremos todo lo posible para dar a la
operación el cariz de una ocupación pacífica, el objeto de la cual es la pro-
tección militai de la neutralidad de los Estados escandinavos.»
Si estos dos puntos revelan que su principal preocupación era todavía el
ataque contra Francia, la primera proporciona la razón por su interés por
Noruega y explica por qué anticipó el plan noruego a su objetivo principal.
Aparte de la necesidad defensiva para prevenir una ocupación aliada de
Noruega 78, tenía el más vivo interés en impedir cualquier movimiento que
pudiera redundar en perjuicio del ataque proyectado contra Francia. Esto
es, por lo menos, lo que le dijo a von Falkenhorst cuando el 21 de febrero le
dio el mando de la invasión de Noruega. «El éxito — dijo—, que hemos con-
quistado en el Este y qué obtendremos igualmente en el Oeste, se vería per-
judicado por la ocupación británica de Noruega 79.»
Hasta mediados de marzo, Raeder estaba igualmente decidido. El 9 de
marzo, sin embargo, previno a Hitler contra los riesgos que entrañaba la
operación: «La operación es contraria a todos los principios de la guerra
marítima, cíe acuerdo con los cuales, sólo podría llevarse a efecto contando
con una supremacía naval.» Pero albergaba la confianza, sin embargo, de
que la operación redundaría en el éxito deseado, sobre todo, gracias al fac-
tor sorpresa; y estaba convencido de la necesidad de llevarla a cabo, sobre
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evitar toda clase de incidentes con las naciones neutrales antes de haber
comenzado su ofensiva en el Oeste y, por el momento, Raeder se sometió a
la fuerza de estos argumentos. «El momento para la declaración del estado
de sitio — concluyó el 1 de noviembre—, dependerá del tiempo y naturaleza
de las operaciones de la Wehrmacht. En el caso de que éstas violaran la
neutralidad de Estados neutrales, habrá llegado también el momento para
tomar medidas más enérgicas por parte de la marina de guerra.»
Antes de su próxima conferencia con Hitler, convencido de que el Führer
se mantendría firme en su actitud, Raeder decidió enfocar el asunto desde
un punto de vista totalmente diferente. El 10 de noviembre sugirió «desis-
tir por el momento de declarar el estado de sitio y, por el contrario, conti-
nuar intensificando gradualmente el bloqueo». Como primer paso, que de-
bía darse en una fecha a decidir algún tiempo después, sugirió que se per-
mitiera a la marina de guerra hundir sin previa advertencia «a aquellos
barcos neutrales que positivamente se sabía que transportaban contraban-
do... por ejemplo; los barcos griegos». De nuevo, Raeder se enfrentó con
una negativa. «Su proposición — se le contestó — sería tomada en conside-
ración tan pronto se observara un cambio de actitud en las potencias neu-
trales; por ejemplo, en el caso de una ofensiva.» Hitler se mostró igualmen-
te firme cuando Raeder planteó de nuevo la cuestión el 22 de noviembre y
preguntó por «las futuras acciones políticas y militares para justificar una
mayor intensificación de la guerra submarina». «La esperada ofensiva por
tierra — fue la respuesta—, originará protestas por parte del enemigo y de
los neutrales... Se decidirá después; del comienzo de la ofensiva si la guerra
naval debe ser intensificada.»
Otra oportunidad se le ofreció a Raeder cuando, el 27 de noviembre, y co-
mo represalia por el uso por parte de los alemanes de minas magnéticas, el
Gobierno británico extendió ei bloqueo a las exportaciones alemanas; has-
ta aquel momento sólo las importaciones alemanas habían sido objeto de
las pro-nibiciones impuestas sobre el contrabando. El 8 de diciembre insis-
tió Raeder sobre la conveniencia de tomar contramedidas, y, a ser posible,
en forma de declaración de estado de sitio. Pero Hitler insistió por su parte
que esto sólo podía ser tomado en consideración como complemento de la
próxima ofensiva terrestre. Expuso el mismo punto de vista el 30 de di-
ciembre, cuando Raeder sugirió que los barcos neutrales en ios Downs de-
bían ser atacados por las fuerzas aéreas alemanas después de una previa
advertencia a los Gobiernos neutrales: «Un momento favorable para diri-
gir tal advertencia — fue la respuesta de Hitler — será el comienzo de la
intensificación general de la guerra.» Durante la misma conferencia repitió
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do presentó este plan por primera vez, Hitler se negó a tomarlo en conside-
ración; pero el 30 de diciembre del año 1939 se mostró de acuerdo en que
los barcos de todas las naciones que habían vendido o arrendado otros a
Inglaterra, sobre todo los barcos griegos, fuesen torpedeados sin previa
advertencia.
De esta forma, a pesar de que Hitler se manifestó contrario a quebrantar
de un modo abierto los derechos de los neutrales y también a una declara-
ción total del bloqueo de Inglaterra, sus objeciones con respecto a unos
métodos menos francos de extender la guerra fueron gradualmente anula-
das. El 26 de enero de 1940 expuso que «la intensificación gradual se justi-
ficaba por sí misma. De esta forma, se han evitado enteramente las dificul-
tades políticas».
Hitler trató siempre de evitar las complicaciones políticas. Su aprobación a
cualquier método de extender los ataques a los neutrales fue tomada des-
pués de haber especificado claramente que estos ataques se limitarían a la
zona declarada americana, o sea, una zona que estaba prohibida a los bar-
cos de los Estados Unidos y, por cuyo motivo, no podían originarse inci-
dentes con los norteamericanos. El 23 de febrero de 1940, cuando Raeder
propuso una mayor intensificación de la guerra naval, Hitler la rechazó fir-
memente y se negó a tomarla en consideración «teniendo en cuenta el efec-
to psicológico que podría tener en los Estados Unidos». Raeder consideró
esta negativa como «un obstáculo insuperable en el desarrollo y acción del
arma submarina» ; pero Hitler se mantuvo firme en su decisión. No ponía
ninguna objeción en el ataque a buques mercantes enemigos por todos los
medios a su alcance; estaba dispuesto a consentir el hundimiento de bu-
ques neutrales si los pretextos eran buenos y si las circunstancias eran lo
bastante obscuras. Pero no quería declarar oficialmente el bloqueo de In-
glaterra y, excepto en el caso de Noruega y Dinamarca, cualquier operación
que pudiese provocar el malestar entre los neutrales y, sobre todo, entre la
opinión pública
americana, la quería volver a tomar en consideración para tomar entonces
una decisión definitiva una vez hubiese desencadenado el ataque contra
Francia.
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los planes estratégicos que sirvieron de base a Hitler durante los primeros
nueve meses. La falta de una flota de superficie no podía ser ya compen-
sada una vez comenzada la guerra; y las pérdidas sufridas frente a las cos-
tas de Noruega agravaron aún más este problema. La construcción de los
submarinos requiere mucho tiempo y más aún su puesta a punto para ser
lanzados al combate 84, de forma que un programa de construcciones, por
muy amplio e intenso que hubiese sido, incluso siendo substituido al co-
mienzo de la guerra, no hubiese en modo alguno podido ser decisivo antes
de la derrota de Francia. Teniendo en cuenta estas consideraciones, como
lo hizo Hitler, no parece probable que, concentrando toda la atención en la
guerra naval y destinando todos los recursos disponibles, incluyendo el ar-
ma aérea, contra la navegación mercante británica e incluso contando con
la debilidad propia de la Gran Bretaña durante los primeros meses de la
guerra, que el resultado hubiese podido afectar más la posición de la Gran
Bretaña que las consecuencias de la conquista de Noruega y la derrota de
Francia. Los grandes éxitos alemanes por tierra fueron de una importancia
inmediata, no sólo con respecto a la guerra como conjunto, sino también
para la guerra naval. Las fuerzas de escolta británica sufrieron graves pér-
didas, no sólo durante las operaciones de Noruega sino también durante la
evacuación de Dunkerque; las fuerzas de escolta de la marina de guerra
francesa fueron eliminadas. Los submarinos abandonaron el mar del Nor-
te, y el mar Báltico para trasladarse a nuevas bases en el golfo de Vizcaya y
su efectividad se redobló al acortarse sus desplazamientos y poder exten-
derse a zonas de operaciones más efectivas. La ocupación alemana de los
puertos del canal de la Mancha y, sobre todo, el traslado de las fuerzas aé-
reas alemanas a las bases creadas en Francia, influyeron en el aumento de
las pérdidas británicas de buques mercantes en la costa oriental. Pronto
nos vimos obligados a hacer pasar los convoyes por el canal Inglés o por el
sur de Irlanda, y enviarlos a los puertos de la costa occidental a través del
canal del Norte o dando la vuelta por el sur de Escocia. Éstas y otras des-
viaciones de las antiguas rutas marítimas, incluyendo el cierre virtual del
Mediterráneo al entrar Italia en la guerra, fueron un grave obstáculo im-
puesto a nuestra marina mercante.
Si, a pesar de las limitaciones impuestas por Hitler, la batalla contra las ru-
tas comerciales marítimas ya fue de por sí bastante grave durante el pri-
mer año de guerra, esta situación adquirió caracteres desastrosos durante
los tres últimos meses de este primer año, los meses de junio, julio y agosto
de 1940, como resultado de los éxitos alcanzados por Hitler, que lo hubiese
logrado siguiendo la política propuesta por Raeder.
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no era en modo alguna insensata. El haber contado con esta posibilidad es,
quizás, haber sido demasiado optimista; pero nada perdía con haberse for-
jado dicha ilusión.
Los planes estratégicos de Hitler hasta la caída cíe Francia no fueron, por
consiguiente, planes defensivos; fueron, en todos los casos, planes estraté-
gicos perfectamente estudiados y llevados a cabo con gran maestría. Le
proporcionaron también el éxito que contaba alcanzar con los mismos;
puesto que, basados en un juicio exacto de la falta de preparación de las
potencias occidentales, le proporcionaron no sólo el beneficio de ser per-
fectos, sino también el haber sabido emplear el método adecuado en el
momento más oportuno. Aparte de la preparación alemana, en compara-
ción con la falta de preparación de las potencias occidentales, no cabe la
menor duda de que los éxitos obtenidos por Alemania se debieron, en gran
parte, a una firme voluntad de decisión, juicio exacto e ingenio, y a una
gran perspicacia; y, a pesar de que se puede aducir también el factor suerte
85, no debe esto impedirnos ver aquellas otras cualidades.
Por otro lado, sus éxitos, a pesar de lo completos que fueron, no represen-
taron el valor exacto de la capacidad estratégica de Hitler. La derrota de
Francia representó el fin del período fácil de la guerra para Hitler. A conti-
nuación, la posición adquirió características muy diferentes y la situación
se hizo mucho más compleja. Los problemas con que se enfrentaba Alema-
nia, lo mismo que la Gran Bretaña, eran problemas de un orden diferente,
de dimensiones mucho más amplias, que los que había estudiado hasta
aquel momento. La nueva situación ofrecía a Hitler posibilidades casi ili-
mitadas. Pero es cierto también que se enfrentaba con factores muy difíci-
les: el problema de las distancias, la falta de unión entre Alemania y las de-
más potencias del Eje, la falta de una marina de guerra, la superioridad na-
val británica. La solución de los nuevos problemas exigía un planteamiento
sumamente meticuloso. En comparación con la capacidad estratégica que
hasta aquel momento había sido exigida de él, había obtenido los éxitos ba-
sándose sólo en la destreza, la cual había desempeñado un papel no des-
preciable.
Si hasta aquel momento su estrategia y sus éxitos no habían requerido ta-
les esfuerzos, tampoco había demostrado que no pudiera hacerlos; después
de conseguir la derrota de Francia, no había estudiado todavía cómo proce-
dería a continuación. Había comenzado la guerra sin un plan determinado,
excepción hecha el de la campaña de Polonia; durante nueve meses no ha-
bía tenido en su mente otro plan que el de la derrota de Francia. La falta de
decisión y la falta de habilidad en hacer planes para el futuro, podían cau-
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Capitulo IV
La Invasion de Inglaterra
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planteó por segunda vez el tema de la invasión. Aparece claro que durante
esta segunda conferencia, fue Raeder el que tomó en todo momento la ini-
ciativa. Tenía especial interés en hacer resaltar dos puntos: que la marina
de guerra fuera la única responsable en la construcción de unidades desti-
nadas especialmente para las operaciones de desembarco y que era im-
prescindible contar con la superioridad aérea.
Fue Raeder y no Hitler quien planteó la discusión del tema en su primera
fase; los temas por los cuales se interesaba Hitler por aquellos días son su-
mamente instructivos. Demuestran que se daba por satisfechí en la guerra
contra la Gran Bretaña, tomando medidas que no representasen un ataque
directo. El 21 de mayo, en respuesta directa a la pregunta de Raeder, deci-
dió que «era preferible contar con que la guerra iba a ser de larga duración
y, por consiguiente, organizar un programa a larga vista para la cons-
trucción y entrenamiento de submarinos»; anunció, igualmente, que dedi-
caría toda su atención a los programas de construcción de submarinos y
aviones tan pronto hubiesen terminado las operaciones principales en
Francia. El 4 de junio expuso que su política era reducir los grupos de la
Wehrmacht tan pronto Francia hubiese sido derrotada, licenciando a los
reemplazos más viejos y a los obreros especializados para destinarlos a la
ejecución de aquel programa. Foco antes del 20 de junio, y como medida
para completar el bloqueo de la Gran Bretaña, ordenó al Estado Mayor Na-
val que estudiara las posibilidades de la ocupación de Islandia, proyecto
que recibió el nombre clave de «Icaro»; pero Raeder contestó el 20 de ju-
nio que se trataba de un proyecto imposible de ser llevado a la práctica.
Los días siguientes confirmaron la aversión de Hitler por la idea de la inva-
sión de Inglaterra. El 2 de julio, es cierto, unas primeras directrices
concernientes a la invasión, firmadas por Keitel, anunciaban que «el Füh-
rer lia decidido que el desembarco en Inglaterra es posible, siempre'que
podamos contar con una superioridad aérea indiscutible...», y los prepara-
tivos para un desembarco de 25 a 40 divisiones en un amplio frente debían
ser comenzados inmediatamente. Pero no se hizo mención de la posible fe-
cha de la operación; y, lo que es más, los preparativos debían iniciarse te-
niendo siempre en cuenta, sin embargo, que «se trata solamente de un
plan que todavía no ha sido decidido». Una cosa era llegar a la conclusión
de que la invasión era posible en determinadas circunstancias; otra cosa
muy diferente, el que la operación llegara a ser intentada. Con respecto a
este segundo punto, Hitler se mantuvo sumamente reservado.
Sus dudas fueron ahondadas por Raeder. Las directrices del 2 de julio lle-
vaban todo el sello de la influencia del Ejército. Al especificar un número
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tan
elevado de divisiones, en la esperanza de poder desembarcar en un amplio
frente, la operación fue considerada, según el punto de vista del Estado
Mayor Naval, de todo punto irrealizable. El 9 de julio fueron informadas
las dos Armas que el problema central de la operación era sencillamente la
cuestión del número de transportes con que se podía contar, y que el Es-
tado Mayor Naval consideraba la zona de Dover, un frente rnuy Kmitado,
como la única zona posible donde se podía contar con una protección ade-
cuada que garantizase el éxito del desembarco. Durante la siguiente confe-
rencia con Hitler, el 11 de julio, Raeder expuso estos argumentos y comen-
zó su firme apoyo a los misinos, a los cuales se aferró desde aquel momen-
to en contra de la idea de un desembarco en Inglaterra. La invasión debía
ser considerada solamente «como el último recurso para obligar a Inglate-
rra a rendirse». No era necesaria, puesto que la Gran Bretaña podía «ser
obligada a rendirse interceptando sencillamente sus vías de suministro...».
No podía abogar en «favor de una invasión de la Gran Bretaña, como lo ha-
bía hecho en el caso de Noruega. Las condiciones previas eran una supe-
rioridad aérea indiscutible y la creación de una zona libre de minas... Re-
sultaba imposible prever cuánto tiempo se necesitaría para limpiar una zo-
na de minas...».
Considerando que el Estado Mayor Naval había estado estudiando el pro-
yecto desde el mes de noviembre del año 1939 y que, a todas luces, fue el
primero en llamar la atención de Hitler y de los demás altos jefes militares
sobre el mismo tan pronto se le presentó la ocasión después de haberse
desencadenado la ofensiva contra Francia, la actitud de Raeder puede pa-
recer muy extraña. Al final de la guerra, declaró que había ordenado al Es-
tado Mayor Naval el estudio del proyecto en cuestión, no por creer necesa-
ria la invasión, sino por el deseo de estar preparado en el caso de que Hi-
tler le ordenara de pronto el estudio del proyecto. En tal caso, no se com-
prenden sus iniciativas a este respecto en los meses de mayo y junio. Tal
vez lo justifique un exceso de celo profesional, ya que al plantear la cues-
tión de la invasión de Inglaterra, era un medio seguro para situar al Estado
Mayor Naval a la altura de la situación, incluso en el caso de que se revela-
ra poco después que la invasión no debía o no podía llevarse a cabo. Es po-
sible también que Raeder cambiara de parecer con respecto a la posibili-
dad práctica de poder llevar a cabo la operación después de un detenido es-
tudio del proyecto como resultado de las exigencias presentadas por la
Wehrmacht en sus directrices del 2 de julio.
En todo caso, el 11 de julio, Hitler se mostró completamente de acuerdo
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con Raeder. A pesar de las directrices del 2 de julio, «el Führer considera la
invasión como una operación de última instancia e impone como condi-
ción previa y necesaria la superioridad aérea...». Continuó interesándose
por otros aspectos de la guerra: en el desarrollo y militariza-
ción de Trondhjem, que debía ser convertida en una gran base defensiva,
«una hermosa ciudad alemana debe ser construida en el fiordo»; en la de-
claración del estado de sitio de Inglaterra; en los planes para el aumento
de la flota alemana después de la guexra y la futura construcción de navios
de guerra; y, una vez abandonado el plan de invasión de Islandia, la adqui-
sición de una de las islas Canarias de España a cambio del Marruecos fran-
cés. En esencia, su actitud era la misma de siempre. Había llegado a la con-
clusión, es cierto, de que, dada la supremacía aérea, podía intentarse la in-
vasión de la Gran Bretaña. Los preparativos se iniciaron a partir del 2 de
julio; pero sin que nadie se los tomara en serio o se trabajara teniendo en
cuenta una fecha fija; habían pasado ya dos meses desde que el proyecto
en cuestión fue discutido por vez primera.
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Lion» debían continuar durante todo el invierno, pero sólo con el fin de po-
der ejercer una presión militar y política sobre la Gran Bretaña. «Los ingle-
ses deben continuar creyendo que nos estamos preparando para atacar en
un amplio frente. Al mismo tiempo, nuestra economía de guerra debe ser
aliviada del intenso esfuerzo impuesto por los preparativos de la invasión.
» En el caso de que se considerara conveniente llevar a cabo la operación
en la primavera o a principios del verano del año 1941, se dictarían las ór-
denes oportunas.
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del 30 de junio de 1940 101, Jodl argüyó que un asalto directo contra la
Gran Bretaña sólo podía ser tenido en cuenta si se podía tener confianza
con respecto a las consecuencias del mismo, y no puede existir la menor'
duda de que Hitler finalmente aceptó el plan «Sea Lion» sin tener confian-
za en el mismo. En sus directrices, es cierto, amenazó con dar una mayor
amplitud al plan, pero en su mente. «Sea Lion» no fue jamás otra cosa que
un gigantesco bluff. Ésta es la explicación de su manera de ver la operación
y, particularmente, el aspecto aéreo de la misma: trataba de crear y engran-
decer siempre aquellas circunstancias por las cuales, por una invasión en
potencia, pudiese asestar el golpe de gracia psicológico. En esto se encuen-
tra la explicación de cuáles eran sus pensamientos cuando describía el plan
«Sea Lion», como lo hizo frecuentemente, como «el último recurso». Tan-
to él como llaeder usaron esa expresión para describir sus respectivas acti-
tudes con respecto a «Sea Lion»; y no es difícil comprender que lo usaron
en un sentido diferente. Raeder quería decir, como así lo manifestó el 11 de
julio, que, «puede obligarse a la Gran Bretaña a rendirse cortando sus im-
portaciones», y, por consiguiente, la invasión directa jamás sería necesa-
ria: su «último recurso» precisamente era aquel del cual jamás deseaba te-
ner que echar mano. Lo que quería decir Hitler, era, durante una semana o
dos después de haber publicado las directrices del 16 de julio, que, puesto
que la Gran Bretaña era posible que cediese, no sería necesario ni tan sólo
el intento de invasión y, cuando los acontecimientos hubieron ya superado
esta fase, que el intento sólo se realizaría para derrotar a la Gran Bretaña.
Debido a que ésta era su actitud frente al plan de invasión desde el comien-
zo de su segunda fase hasta el aplazamiento eventual de «Sea Lion» el 12
de octubre, la actitud de Hitler representa una curiosa mezcla de obstina-
ción y de dudas. Por otro lado, después de haber sido rechazado su ofreci-
miento de paz, parecía esencial comprobar la decisión británica de resis-
tencia, comprobar si la amenaza de la invasión podía inducir a la Gran Bre-
taña a ceder, descubrir si podía ser debilitada de tal forma por posteriores
operaciones que se presentara la ocasión de asestar el golpe definitivo, pre-
parar y encaminar la invasión de tal forma que pudiera ser intentada si se
presentaban las condiciones favorables. Esto es lo que quiso decir el 1 de
julio, cuando declaró que «debemos estudiar la cuestión de si una opera-
ción directa provocará la rendición de la Gran Bretaña, y cuánto tiempo re-
querirá esto». Tan grandes eran sus deseos de que la guerra fuese corta,
tan claro su reconocimiento de que la ejecución de «Sea Lion» sería aún
más difícil en el año 1941, y tanto menos efectivo para obligar a la rendi-
ción de la Gran Bretaña, que se aferró al plan de invasión en 1940, a pesar
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Capitulo V
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campaña submarina como el más grave de los peligros para la Gran Breta-
ña...» Estos informes no eran, en modo alguno, exagerados; los submari-
nos representaban la mayor preocupación para el Gobierno británico. Las
pérdidas inglesas eran alarmantes: 164 buques mercantes habían sido
hundidos por los submarinos alemanes durante los seis primeros meses de
guerra; 211 en los cuatro meses de junio a septiembre de 1940; otros 63 en
el mes de octubre. Al final de los primeros catorce meses de guerra, los
submarinos habían hundido no menos de 471 buques británicos, aliados o
neutrales, con un desplazamiento de más de un millón de toneladas en
bruto. Estas cifras representaban un éxito considerable, teniendo en cuen-
ta de que Alemania sólo disponía de siete a ocho submarinos al mismo
tiempo en alta mar. Esta elevada cifra se debía solamente a la debilidad de
las defensas británicas. Sin embargo, estas defensas iban a experimentar
paulatinamente una considerable mejora: durante el punto culminante de
la Batalla del Atlántico, cada uno de los mucho más numerosos submari-
nos ingleses disponibles, hundió diez veces menos tonelaje que los pocos
submarinos que empleó Alemania al principio de la guerra o construidos a
tiempo para poder operar todavía en la primavera del año 1941. Pero las
defensas británicas, incluso en el año 1941, mejoraron muy lentamente; los
submarinos alemanes hubieran podido disponer de un plazo de tiempo
más largo para ocasionar daños, si no decisivos, sí más importantes a la na-
vegación mercante británica, si Hitler hubiese concentrado todos sus es-
fuerzos en la Batalla del Atlántico cuando fue aplazado indefinidamente el
plan «Sea Lion».
No es difícil comprender por qué no quiso seguir este curso. En parte, por-
que el plazo de construcción era tan largo y, en parte debido al reducido
número de submarinos con que Alemania se lanzó a la guerra, debido a su
oposición a construir un mayor número de unidades durante el primer
año; no se disponía de suficientes submarinos y su número no podía ser
aumentado rápidamente para poder ejercer un efecto rápido y decisivo en
la guerra, y conducirla a un pronto fin al que, después de ver fracasados
sus intentos de desembarco en Inglaterra, Hitler tenía más interés que
nunca en llegar. Incluso durante este período de gran debilidad defensiva
por parte de Inglaterra y la mayor oportunidad alemana en el mar, la máxi-
ma concentración en la campaña submarina no hubiese sido capaz de obs-
taculizar de un modo vital las importaciones británicas dentro de un es-
pacio de tiempo reducido; la decisión no se hubiese conseguido hasta fines
del año 1941. Gran Bretaña no se había dejado influir en ningún momento
por los éxitos conseguidos por Hitler en el continente. La amenaza de inva-
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II La cuestion rusa
Otra consideración que le condujo a adoptar esta actitud fue su interés en
querer atacar a Rusia. Hacía ya mucho tiempo había sido su intención dar
este paso cuando se presentara la oportunidad para ello y la esperanza de
que la Gran Bretaña se rendiría cuando Francia fuese, derrotada, le había
animado en la creencia de que podría volverse contra Rusia en un futuro
próximo. Cuando la Gran Bretaña reveló su inquebrantable deseo de resis-
tencia, y todo daba a entender que, más pronto o más tarde, habría que
pensar nuevamente en ejecutar el plan «Sea Lion», sus intereses se volvie-
ron hacia Rusia, aunque sin adquirir formas concretas. Cuando el plan
«Sea Lion», al igual que su anterior esperanza de la rendición británica, se
esfumo, la posibilidad de una campaña en el Este, favorecida por todo este
conjunto de circunstancias, surgió vivamente en su mente por otras mu-
chas razones.
A pesar de apreciar sus ventajas tácticas, Hitler jamás se había logrado re-
conciliar con el Pacto ruso; ni tampoco se había congraciado nunca con las
ventajas que Rusia había obtenido del mismo. Hasta el verano de 1940,
cuando consiguió su decisión favorable en el Oeste, lo había considerado
como una necesidad militar para evitar todo lo que pudiese despertar el re-
celo por parte de Rusia; y ésta se había aprovechado bien pronto de la si-
tuación. En el mes de octubre del año 1939, los Estados Bálticos se vieron
obligados a ceder bases militares a Rusia, con el consentimiento de Alema-
nia, y el Reich se vio forzado a limitar la guerra naval en el Báltico al oeste
del grado 20 de longitud E; todo lo que ocurriese al este de esta línea sería
considerado como una intrusión en la zona de influencia rusa. El 30 de no-
viembre del año 1939, se desencadenó el ataque ruso contra Finlandia, que
provocó un vivo disgusto en Hitler. En el mes de febrero del año 1940, con
ocasión de la firma del primer tratado comercial ruso-germano, las exigen-
cias rusas fueron por demás exageradas. En el mes de junio del año 1940,
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tra los intereses alemanes en los Balcanes y, en especial, para los campos
petrolíferos de Rumania. Las misiones militares y las tropas alemanas ha-
bían entrado en Rumania el 7 de octubre a fin de ejercer un mayor control
y proteger dichos campos petrolíferos. Las posibilidades eran alarmantes;
y Hitler estaba profundamente disgustado.
Como resultado directo, fueron abandonadas inmediatamente todas las
discusiones referentes a las operaciones en el Mediterráneo oriental en fa-
vor de medidas de mayor urgencia. Las decisiones de Hitler fueron anun-
ciadas el 4 de noviembre; fueron confirmadas posteriormente, el 12 de no-
viembre, por unas directrices. El plan de enviar divisiones acorazadas al
norte de África, ayudar a los italianos a avanzar en dirección al canal de
Suez, fue abandonado basándose en que «el ataque contra Alejandría, para
el cual se contaba con la participación de nuestras tropas, no puede ser lle-
vado a la práctica hasta mediados del año 1941». Las directrices del 12 de
noviembre añadían que «la intervención de las fuerzas alemanas sólo será
tomada en consideración si los italianos llegan hasta Marza Matruk; in-
cluso en este caso, las operaciones de la Luftwaffe no tendrán lugar hasta
que los italianos hayan construido las necesarias bases aéreas». Se anunció
igualmente el 4 de noviembre, que la «acción contra Turquía, con el fin de
avanzar hasta el canal de Suez por el Este a través de Siria... una variación
de la proposición original de Raeder... había sido abandonada, porque, en
vista de la creciente consolidación de la posición británica en el Mediterrá-
neo oriental, resultaría en una «operación de larga duración y entrañaría
graves riesgos».
La situación exigía medidas urgentes y muy diferentes entre sí. Debido a
que los campos petrolíferos de Rumania eran «amenazados por las fuerzas
británicas estacionadas en Lemnos», se imponía la urgente necesidad de
enviar fuerzas antiaéreas y aviones de combate a Rumania. En primer lu-
gar, para proteger a Rumania contra la infiltración y el ataque británicos,
pero también para ayudar a los italianos en Grecia, la Wehrmacht recibió
órdenes de preparar un ataque contra Grecia con diez divisiones a través
de Rumania y Bulgaria en dirección a Salónica. El 12 de noviembre, el obje-
tivo de esta operación fue definido como necesario para «la creación de ba-
ses aéreas alemanas en el Mediterráneo oriental, en especial contra las ba-
ses aéreas inglesas que amenazan los campos petrolíferos de Rumania».
La acción italiana amenazó igualmente con alterar los planes alemanes de
un ataque contra Gibraltar y la conquista de varias tle las islas del Atlánti-
co. Estos problemas, que ya de por sí entrañan grandes dificultades, se
convirtieron según un memorándum del 29 de octubre 121, «en un asunto
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gún día se quería llevar a la práctica el plan «Sea Lion». «Los ataques aé-
reos contra la Gran Bretaña — informó Raeder el 14 de noviembre — no
han logrado crear hasta ahora las condiciones necesarias para la realiza-
ción práctica de «Sea Lion». Los navios de guerra ingleses se concentran
todavía en los puertos de Plymouth y Ports-mouth. Es imprescindible un
cambio favorable en la situación antes de que se pueda pensar en un nuevo
intento de llevar a cabo la operación "Sea Lion".» Y el propio Hitler «con-
firmó que los ataques de la Luftwaffe no habían logrado alcanzar los re-
sultados que se esperaban de los mismos...». Pero su deseo de terminar lo
antes posible la guerra contra la Gran Bretaña era tan grande, que, a pesar
de todas sus dudas, las directrices del 12 de noviembre hacían hincapié en
que, «en el caso de que se tomara nuevamente en consideración la opera-
ción «Sea Lion», cada rama de las fuerzas armadas habría de hacer los má-
ximos esfuerzos para mejorar su actuación». Este deseo eran tan vivo, so-
bre todo entre el 14 de noviembre y el 3 de diciembre, en vistas de la situa-
ción aérea todavía tan poco favorable en el Canal, que Hitler ordenó al Es-
tado Mayor Naval que investigara la posibilidad de invadir el sur de Ir-
landa. Tal vez se ofreciesen ventajas políticas y militares al adoptar esta ru-
ta más indirecta hasta las islas británicas.
Al enviar el informe el 3 de diciembre, en forma de memorándum con el tí-
tulo «The Question of supporting Ireland against Britains». que revela
claramente la clase de ventajas políticas en las que pensaba Hitler, Raeder
rechazó la idea. Para poderla realizar con éxito, se requería la supremacía
naval que Alemania no poseía y jamás tendría; teniendo en cuenta las
grandes distancias, las vías de suministro jamás podrían ser defendidas;
las islas no tenían bases o puertos capaces de ser defendidos; el suministro
aéreo, que tendría que partir de las bases creadas en la Europa ocupada,
dependería siempre de las condiciones climatológicas y éstas eran muy
desfavorables en Irlanda. Desde todos los puntos de vista, «será imposible
contar con la ayuda de los irlandeses».
Hitler no se mostró de acuerdo con estas objeciones; se mostró reacio a
abandonar el proyecto de Irlanda. Admitió que la operación era imposible
erí aquellas circunstancias: «el desembarco en Irlanda sólo será intentado
si este país nos pide ayuda». Pero cabía contar con la posibilidad de la coo-
peración del Gobierno irlandés. Y debido a que Irlanda sería tan importan-
te como base para los ataques aéreos contra los puertos del noroeste de la
Gran Bretaña, debido a que «la ocupación de Irlanda puede conducir al fi-
nal de la guerra», insistió en que se continuara el estudio de este proyecto.
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los argumentos expuestos por Raeder, se mostró más decidido que nunca a
añadir las Azores a la lista de sus objetivos.
Sin embargo, tenía plena conciencia de la importancia de la supremacía
naval y de la debilidad de Alemania en este sentido. El fracaso de «Sea
Lion», le había llevado a lamentar su pofítica de los años anteriores a la
guerra de no querer aumentar la flota de superficie. Durante los preparati-
vos para el ataque contra Gibraltar comenzó a preguntarse, partiendo del
supuesto de que todas sus defensas serían destruidas por la Luftwaffe, có-
mo podría interceptar de un modo efectivo el Estrecho y prevenir los con-
traataques británicos por mar. Incluso en el caso de apoderarse previamen-
te de todas las islas del Atlántico, Alemania no poseía una fota naval capaz
de defenderlas; Italia, aunque esto representaba una actitud por demás sig-
nificativa, no sería requerida para prestar su colaboración, así es que el
problema de impedir la reconquista británica de Gibraltar comenzó a apa-
recer insoluble.
Al enfrentarse con todas estas dificultades, no podía pasarse por alto la fal-
ta de navios de guerra; insistió, sin embargo, a pesar de estos hechos y de
los argumentos expuestos por Raeder, que la ocupación de Cabo Verde y
las Azores, así como también de las Canarias, continuara formando parte
integrante del plan de Gibraltar, y esto precisamente porque ahora sabía lo
que se podía conseguir con el poder naval. «El Führer — dijo Raeder el 14
de noviembre —, espera obtener buenos resultados de la conquista de Gi-
braltar y del cierre del Mediterráneo en el Oeste»; y estaba decidido a que
sus planes fueran tan amplios que sus esperanzas no volvieran a verse de-
fraudadas por la flota naval británica 127.
Raeder tuvo que rendirse; pero la seguridad de sus argumentos contra la
ocupación de Cabo Verde y las Azores aumentó las dudas de Hitler y redu-
jo sus esperanzas con respecto a Jas perspectivas de sus restantes planes
en el Mediterráneo. Raeder tenía que rendirse a la evidencia; sin embargo,
¿y si resultaba que estaba en lo cierto? ¿Y si fuera imposible conquistar y
conservar aquellas islas? Incluso suponiendo que pudieran ser conquis-
tadas, ¿cómo contrarrestar un contraataque británico contra Gibral-tar?
¿No resultaba cada vez más evidente a la luz de estos argumentos, que, fue-
se cual fuese el éxito de estos planes, la Gran Bretaña todavía estaría en
condiciones de continuar la lucha?
Si jamás había contado con un resultado más decisivo de la ocupación de
Gibraltar, el Estado Mayor Naval contribuyó en otra forma a reducir sus
esperanzas. En un memorándum fechado el 14 de noviembre de 1940, in-
formó que «la ocupación de Gibraltar y el control del Mediterráneo occi-
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dental, aunque muy importante, no eran suficientes de por sí». Como re-
sultado del ataque italiano contra Grecia, continuaba el argumento, la posi-
ción estratégica en el Mediterráneo oriental y el prestigio británico en los
Balcanes y el Cercano Oriente habían mejorado inmensamente. Las posi-
bles consecuencias eran que «el Mediterráneo oriental no seguiría el curso
que había planeado Alemania», que la Gran Bretaña tomaría la iniciativa
«con efectos adversos en el Mediterráneo oriental y en África, y en todas
las batallas futuras», y que la posición británica sería tan fuerte, que «ya
no será posible echar del Mediterráneo a la flota británica». El Estado Ma-
yor Naval estaba convencido de que era de una importancia decisiva impe-
dir este desarrollo; un ejemplo de lo que esto podía representar lo había si-
do el ataque conjunto de la flota y las fuerzas aéreas británicas contra la
marina de guerra italiana en Tárente el 11 y 12 'de noviembre. Exponía el
argumento de que la amenaza procedente de la Gran Bretaña y de los Esta-
dos Unidos «no sólo nos obliga a crear una Unión Europea, sino también a
luchar en África como el objetivo estratégico más adelantado de Alema-
nia», y, por consiguiente, aconsejaba una pronta ofensiva contra las regio-
nes de Alejandría y el canal de Suez. Italia, por sí sola, «jamás será capaz
de llevar a cabo la campaña de Egipto». «Los jefes alemanes responsables
de la dirección de la guerra... deben tener en cuenta el hecho de que por
parte de las fuerzas armadas italianas no se puede contar con actividades
especiales de operaciones o con una ayuda substancial.» Deben compren-
der igualmente que «Alemania no debe limitarse a ser un espectador des-
interesado en el Mediterráneo oriental, teniendo en cuenta la íntima rela-
ción existente entre las victorio-
sas campañas alemanas y el problema Mediterráneo-África. » Puesto que
Italia no podía actuar por su propia cuenta, tenía que hacerlo Alemania.
«El enemigo debe ser obligado a abandonar el Mediterráneo usando para
ello todos los medios a nuestro alcance. Toda la península griega, incluyen-
do el Peloponeso, debe ser limpiada de enemigos y ocupadas las bases.»
«Italia debe ser forzada a comenzar la ofensiva contra Egipto y deben en-
viarse tropas alemanas al teatro de operaciones para ayudar a las italia-
nas.» «A pesar de todas las dificultades, será imposible evitar una ofensiva
a través de Turquía.» «El canal de Suez debe ser minado.» Todas estas
operaciones eran esenciales como complemento a la conquista de Gibraltar
y al cierre del Mediterráneo en el Oeste si Alemania quería ganar la guerra.
Estos argumentos no estaban en modo alguno en contradicción con las
propias ideas de Hitler. Tenía la intención de conquistar Gibraltar; pero sa-
bía perfectamente que esto no sería suficiente. Si podía llevarse a la prácti-
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cesarias. Es cierto que dos días más tarde, el 5 de diciembre, cuando el jefe
del Estado Mayor de la Wehrmacht informó con respecto «a la prevista
operación en el Este» 130 expuso que «la primera misión que habían de lle-
var a cabo era el aniquilamiento del mayor número posible de unidades
enemigas, a fin de que los rusos no pudieran ocupar nuevas posiciones en
el interior del país...». Confirmó igualmente que «el número de divisiones
previstas para toda la operación (de 130 a 140) es suficíente». Y, en cierto
modo, esto representaba la aprobación «de los planes fundamentales de
operaciones de la Wehrmacht» que, como había él afirmado previamente,
sería la señal para la publicación de las directrices. Sin embargo, estas ob-
servaciones no representaban para él haber tomado una decisión en firme,
puesto que el 3 de diciembre, aun cuando por el momento había renuncia-
do de un modo definitivo a la operación «Sea Lion», no desechó la po-
sibilidad de ocupar el sur de Irlanda y, en tanto que las directrices para la
campaña del Este no fueron publicadas, Hitler continuó vacilando. Tan
fuerte era el argumento que se oponía al ataque contra Rusia antes de ha-
ber terminado la guerra con la Gran Bretaña que, a pesar de su preferencia
por la campaña del Este, a pesar de su indignación por las con-
traproposiciones rusas, a pesar de la urgente necesidad de tomar una firme
decisión, permaneció indeciso hasta que recibió un nuevo golpe.
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II La justificacion de Hitler
Su anterior disposición a efectuar el ataque para su propia protección se
había basado en la suposición de que podría efectuar el ataque cuando él
considerase llegado el momento oportuno, una vez hubiese terminado en
el Oeste. Su ansiedad con respecto a las intenciones rusas, aunque basadas
en una antigua desconfianza hacia Rusia, surgida sólo cuando tomó en
consideración lanzar una invasión contra Inglaterra y aceptar el riesgo de
quedar ligado en el Oeste, perduró sólo hasta el momento en que la opera-
ción «Sea Lion» pareció practicable. A continuación, el peligro de que Ru-
sia pudiera volverse contra Alemania, dejó de ser un factor importante en
sus planes. Afirmó que «Rusia teme el potencial alemán» ; estaba seguro,
incluso después de haberse decidido a marchar a través de los Balcanes pa-
ra invadir Grecia, que Rusia no abandonaría su posición neutral. Lo que le
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llevó a considerar cada vez más imperativo el ataque contra Rusia, fue el
hecho de que comenzó a considerarlo como el medio más efectivo, y, tal
vez el único posible que le quedaba, para obligar a rendirse a la Gran Breta-
ña.
Puesto que la Gran Bretaña no aceptaba sus condiciones de paz, ¿en qué
basaba sus esperanzas? En la intervención, de esto no cabía la menor du-
da, de los Estados Unidos y Rusia a su lado. Resultaba importante desba-
ratar estas ilusiones ahora que la Gran Bretaña había rehuido la derrota y
se había negado a entablar negociaciones de paz. En tanto que la Gran Bre-
taña continuase en pie de guerra, Alemania no podía ganar; cuanto más
tiempo se alargaba la guerra, tanta mayor era la posibilidad, si los peligros
no eran eliminados previamente, de que Alemania perdería la guerra. ¿No
era, acaso, preferible eliminar estos peligros cuanto antes mejor? ¿No se
vería obligada, acaso, la Gran Bretaña a rendirse una vez eliminados los
factores en los cuales basaba sus esperanzas? El 27 de diciembre de 1940,
al explicar su decisión a Raeder, dijo que «era necesario eliminar a toda
costa a los últimos enemigos que quedaban en el continente antes de poder
colaborar con la Gran Bretaña». El 8 de enero de 1941 repitió este punto de
vista.
«La Gran Bretaña es alimentada en su lucha por las esperanzas que ha
puesto en los Estados Unidos y en Rusia... La ambición británica es lograr
con el tiempo que el potencial ruso se vuelva contra nosotros. Si los Esta-
dos Unidos y Rusia entran en la gu<-rra en contra de Alemania, la situa-
ción para nosotros será sumamente complicada. Por consiguiente, toda
amenaza en este sentido, debe ser eliminada ya desde un principio.»
íil 25 de julio de 1941, cuando había comenzado ya la campaña del Este, ex-
presó su confianza de que «la Gran Bretaña no continuará la lucha si com-
prende que ya no tiene ninguna posibilidad de vencer».
De estos dos peligros, lo cierto es que el peligro americano era la única
amenaza seria. Así como todo daba a entender que los Estados Unidos
entrarían en la guerra contra Alemania, lo más probable era que Rusia no
lo hiciera. Desgraciadamente, sin embargo, el peligro americano era el úni-
co contra el que no podía hacerse nada efectivo de antemano para elimi-
narlo. No había nada, por otro lado, ninguna supremacía naval, ningún po-
der en esta tierra que pudiera impedirle de lanzar un ataque contra Rusia.
Es una faceta característica, tanto de la desesperación de Hitler, como de
la exagerada confianza que tenía en sí mismo que, en esta situación, des-
pués de haber pasado a considerar el ataque contra Rusia desde el punto
de vista de la posibilidad al punto de la necesidad, más tarde vino no una
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sola, sino dos virtudes de la necesidad. No sólo quería atacar a Rusia a fin
de asestar indirectamente un golpe a la Gran Bretaña, eliminando a uno de
los últimos enemigos de Alemania en el continente; quería atacarla en la
esperanza de que gracias a esta acción los Estados Unidos se resistirían a
entrar en la guerra.
El 8 de enero de 1941 expuso que «si Rusia se rinde, el Japón experimenta-
rá un gran alivio; y esto representará a su vez un mayor peligro para los Es-
tados Unidos». Durante el curso de aquel mismo año, manifestó en repeti-
das ocasiones su ansiedad por conocer la influencia que la campaña rusa
ejercía sobre los Estados Unidos. El 21 de junio, el día antes de iniciarse la
campaña, expresó su deseo «de evitar cualquier incidente con los Estados
Unidos hasta que «Barbarosa» (el ataque contra Rusia) esté ya en plena
marcha. Al cabo de unas semanas la situación aparecerá más clara y podre-
mos contar ya con un efecto favorable sobre los Estados Unidos y el Japón.
América se resistirá a entrar en la guerra, debido a la creciente amenaza
que representará para ella el Japón». El 9 de julio expresó que era su
máximo deseo «retrasar la entrada de los Estados Unidos en la guerra por
lo menos durante los dos meses siguientes... Una campaña victoriosa en el
Este ejercerá un efecto favorable sobre la situación global de la guerra y,
probablemente, también sobre la actitud de los Estados Unidos».
Todos estos argumentos, sin embargo, presentaban un grave defecto. No
eran complejos y ni el propio Hitler estaba convencido de los mismos. Lo
que se revelaba como necesario para substanciar su caso y completar el
círculo, era el convencimiento de que Rusia atacaría a Alemania si ésta no
atacaba a Rusia. Es una actitud característica de Hitler el que, una vez al-
canzado este punto, necesitara convencerse a sí mismo de que la campaña
del Este era jnevitible por esta causa. De esta forma, contrarrestó todas las
dudas que pudiese tener con respecto a los demás argumentos y también
cualquier vacilación que hubiese podido tener después de haber publicado
las directrices del mes de diciembre de 1941.
Llegó a este convencimiento sólo después de haber sido publicadas las di-
rectrices de «Barbarosa». Antes de este momento, tal como hemos expues-
to ya anteriormente, albergaba todavía la confianza de que Rusia no aban-
donaría su posición neutral e incluso amistosa con respecto a Alemania. La
evidencia recibida en Alemania confirmaba de tal modo este punto de vis-
ta, que tuvo que cerrar los ojos ante la misma para demostrar lo contrario
aunque sólo fuese para su propia satisfacción. En el mes de enero de 1941,
se firmó «un nuevo acuerdo germano-ruso mucho más amplio» sobre
cuestiones económicas 140. En el mes de febrero, el jefe de la Sección de
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Operaciones Navales fue convencido de que «la política exterior rusa se ba-
sa en el deseo de neutralidad y de evitar cualquier conflicto con las demás
potencias». En el mes de marzo, a pesar de la desaprobación por parte de
Rusia de la infiltración alemana en los Balcanes, ano es de esperar un cam-
bio de actitud por parte de Rusia», afirmaron las autoridades alemanas. En
el mes de abril, en la víspera del ataque alemán contra Grecia, el Estado
Mayor Naval alemán confirmó que «Rusia está aparentemente decidida a
conservar la neutralidad frente a Alemania». Más tarde, durante el curso
de aquel mismo mes, se afirmó que «los éxitos alemanes (en Grecia) ha-
bían impulsado a Rusia a volver a adoptar una actitud correcta», que «el
intento anglo-americano para lanzar a Rusia contra el Eje», había fracasa-
do y que «la actitud de Rusia frente a Alemania sigue mejorando».
Rusia continuó, posteriormente, dando pruebas positivas de su actitud. Se-
gún el Estado Mayor Naval, en una nota del 21 de abril, «se observa una
disminución en la tensión ruso-finlandesa como resultado de que Rusia es-
tá dispuesta a ceder y a hacer todo lo posible para evitar cualquier inciden-
te». La celebración del Primero de Mayo en Rusia y de acuerdo con la mis-
ma fuente de información, «demuestra que Rusia trata por todos los me-
dios de alejarse del peligro de una guerra»; el 6 de mayo interpretó el jefe
del Estado Mayor Naval alemán el nombramiento de Stalin como presiden-
te de los Comisarios del Pueblo como «el deseo por parte de Rusia de conti-
nuar la política en favor de Alemania y evitar todo conflicto con la misma».
El 10 de mayo, Rusia retiró sus representantes diplomáticos de Noruega,
Bélgica y Yugoslavia en otro esfuerzo para satisfacer a Alemania y de nuevo
aparece Stalin en los archivos del Estado Mayor Naval como «el puntal de
la colaboración germano-soviética». El 4 de junio, el 7 de junio y el 15 del
mismo mes, el Estado Mayor Naval alemán estaba todavía convencido de
que «Rusia hace todo lo posible para evitar un conflicto», que «Stalin está
dispuesto a hacer concesiones extremas». El 6 de junio el embajador ale-
mán en Moscú informó que Rusia sólo lucharía en el caso de ser atacada.
A pesar de todos los esfuerzos en este sentido, Rusia, desde luego, reveló
su profundo descontento por el avance alemán a través de los Balcanes y
adoptó medidas militares defensivas en sus fronteras del Oeste; los temo-
res alemanes no fueron en modo alguno reducidos por las maquinaciones
de sus vecinos rusos. En el mes de enero del año 1941, Rumania expresó su
«convencimiento de que los planes de Rusia era anexionarse la Moldavia»
141, y esperaba que «Alemania impediría una acción de esta índole con la
fuerza». Al mismo tiempo, Rusia hizo intentos cerca de Bulgaria para im-
pedir que. este país se uniera al Eje; Rusia previno a Finlandia de no aliar-
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se con ninguna otra nación; y Alemania recibió una protesta rusa por la en-
trada de las tropas alemanas en Rumania. En el mes de febrero, el Estado
Mayor finlandés advirtió a Alemania que el peligro ruso continuaba siendo
muy grave; y la conclusión era que «¡ sólo Alemania podía derrotar a Ru-
sia! ». Se observó un recrudecimiento en la tensión ya existente en la acti-
tud rusa cuando las tropas alemanas entraron en Bulgaria el 1 de marzo;
una movilización parcial rusa en el mar Báltico y en las fronteras occiden-
tales. A fines del mismo mes, se firmó el pacto de no agresión ruso-turco,
que fue considerado por algunos «como dirigido contra Alemania», en tan-
to que el pacto firmado entre Rusia y Yugoslavia a principios del mes de
abril, «después del coup d'état yugoslavo, fue considerado como dirigid)
Cia-ramente contra Alemania». El 10 de abril, pocos días después de ha-
berse iniciado el ataque contra Grecia, se supo que Rusia había declarado
el estado de alerta y había aumentado sus preparativos militares.
Existían motivos más que fundados, de ello no cabe la menor duda, en to-
das estas actividades para aumentar los temores alemanes; sin embargo,
después de -los éxitos alemanes en Grecia y tan pronto comprendió Rusia
que el ataque no se volvía hacia ella, se observó un cambio significativo en
la actitud rusa, tal como hemos expuesto ya anteriormente; no existen refe-
rencias en los archivos navales que confirmen los temores alemanes des-
pués de media-^os de abril. E incluso antes de este tiempo v aun cuando
no se hubiese presentado este cambio, la actitud de Rusia no podía ocultar
el hecho esencial de que deseaba mantenerse neutral si esto era posible.
Nadie en Alemania se engañó con respecto a esta actitud, excepción hecha
del propio Hitler; y él, en su ansiedad por justificar el ataque contra Rusia,
y para justificar su decisión, lo ignoró con su actitud característica.
El 27 de diciembre del año 1940, diez días después de la publicación de las
directrices «Barbaro-sa», consideró, al parecer sin el menor sentido de iro-
nía en sus observaciones, que «la situación política ha cambiado como re-
sultado de la actitud rusa». Se dejó dominar por la indignación, por la in-
certidum-bre de tener que ajusfar sus deseos en los Balcanes a los intere-
ses de Rusia... a «la inclinación de Rusia», como dijo más tarde, «a interfe-
rirse en los asuntos de los Balcanes». El 8 de enero de 1941, cuando las di-
rectrices tenían ya tres semanas, y de nuevo sin la menor ironía en sus pa-
labras, le dijo a Raeder que «Stalin debe ser- considerado como un frío es-
peculador: es capaz, si esto sirve a sus fines, de romper un tratado siempre
que lo crea conveniente», y añadió «se observan ya claramente influencias
diplomáticas inglesas en Rusia». En el mes de marzo de 1941, según una
declaración de Halder después de la guerra 142, estaba convencido de que
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defensa del África del Norte. Pero sus esfuerzos fueron en vano. Es cierto
que, a partir del mes de mayo, la operación «Atila» fue gradualmente
olvidada debido a una atmósfera de colaboración más estrecha con el almi-
rante Darían que había sido nombrado vicepresidente del Gobierno de
Vichy en el mes de febrero del año 1941. En el mes de mayo se entablaron
discusiones con Darían con respecto a la ayuda francesa a Alemania desde
Siria y las facilidades que podía ofrecer Francia para el envío de suministro
a las fuerzas del Eje en el África del Norte. En el mes de agosto comenzó el
Gobierno de Vichy a vender y a arrendar barcos a Alemania para ser usa-
dos en el envío de pertrechos alemanes al África del Norte y se iniciaron
igualmente negociaciones para el uso de Bizerta por los alemanes. El es-
tado de estas negociaciones fue comunicado en la conferencia naval que se
celebró el 22 de agosto. El 12 de diciembre, Darían llegó al extremo de ofre-
cer a Alemania un intercambio de información sobre los movimientos na-
vales. Expresó también su deseo de conferenciar con Raeder. Hitler dio su
aprobación a la visita de Raeder a Francia, que se efectuó a fines de enero
del año 1942. Pero, a pesar de estas ne,-gociaciones, la colaboración no hi-
zo grandes progresos y el problema sobre lo que debía hacerse en el África
occidental, al igual que los planes referentes a la conquista de Gibraltar, las
islas del Atlántico y Malta, quedó pendiente de decisión durante todo el
año 1941.
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con Rommel, provocara una amenaza sobre la posición británica tanto más
grave cuanto que era inesperada.
Por el contrario, las instrucciones de Rommel eran puramente defensivas,
como ya se ha observado, y, ai mismo tiempo, Hitler había dispuesto (Rae-
der protestó contra ello y consiguió anularlo el 22 de mayo) que la defensa
de toda la costa griega hasta Salónica, incluida Lernos, el Píreo y posible-
mente Creta, debía ser confiada a Italia tan pronto como Creta hubiera si-
do ocupada. Su único interés era la defensa de esta zona recientemente
conquistada; e incluso entonces la costa podía confiarse a los italianos. El
25 de mayo, durante la batalla de Creta, tomó otra decisión con motivo de
la rebelión en el Irak; esta decisión subordinaba las operaciones en el
Oriente Medio al ataque a Rusia. «El movimiento árabe de libertad — de-
claró —, es nuestro aliado natural contra Inglaterra en el Oriente Medio. A
este respecto, la rebelión en el Irak adquiere una especial importancia. En
consecuencia, he decidido favorecer el desarrollo de ios acontecimientos
en el Oriente Medio ayudando al Irak.» Debía mandarse una misión mi-
litar y suministrar armas y aviación. Debía arrojarse material de propagan-
da; incitar a la revuelta; reunir información. Pero, aparte de esto, y de
acuerdo con las anteriores disposiciones, no debía hacerse nada más.
«Hasta que la operación «Bar-barosa» haya terminado, no podrá decidirse
si es posible lanzar una ofensiva contra Suez arrojando finalmente a Ingla-
terra de su posición entre el Mediterráneo y el golfo Pérsico»
Los esfuerzos del Alto Mando Naval (O.K.M) durante las dos semanas si-
guientes no causaron mella en la opinion de Hitler. A fines de junio, nue-
vas órdenes y directrices en relación con el ataque a Rusia anularon su pri-
mera decisión. Tres operaciones distintas fueron proyectadas en el Medite-
rráneo y el Oriente Medio. Debía atacarse Egipto desde Libia; realizar un
avance desde Bulgaria, a través de Turquía, hasta Suez; una tercera ofensi-
va contra el Irak desde posiciones de partida a conquistar todavía en la
Trans-caucasia. Pero ninguno de estos planes podía realizarse hasta des-
pués de la derrota de Rusia.
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a Raeder que «era su intensión concentrar todos los esfuerzos para re-
forzar las armas aérea y naval tan pronto la operación «Barbarosa» hu-
biese terminado con el éxito previsto». El 25 de julio protestó de que «no
existía ninguna razón que justificase la preocupación del comandante en
jefe de la Marina por un cambio de opinión con respecto a la importancia
del bloqueo de la Gran Bretaña por las fuerzas aéreas y navales; mi punto
de vista original no ha sufrido ningún cambio en este sentido». Pero su po-
lítica continuó siendo la misma, hasta el extremo de que, temporalmente,
Raeder desistió en su lucha. «Es imposible recuperar el tiempo perdido»,
dijo el 25 de julio; lo único que se podía hacer era que, una vez terminada
la campaña contra Rusia, se concediese la prioridad a la marina de guerra.
Hitler le dio la promesa en este sentido; publicó aquel mismo día unas di-
rectrices 179 que afirmaban, una vez más, que «el dominio militar de Euro-
pa después de la derrota de Rusia permitirá reducir los efectivos de la
Wehrmaclit en un próximo futuro», ventaja que redundaría en especial be-
neficio de la marina de guerra y de la Lufttoaffe; durante el resto del año,
Raeder no volvió a presentar sus quejas.
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abstenerse de toda acción militar dentro de este cordón sanitario. Más im-
portante que éste, que fue ignorado tanto por Alemania como por las po-
tencias occidentales, fue la legislación de neutralidad de los Estados Uni-
dos del mes de noviembre del año 1939, que anuló la anterior legislación
que prohibía la compra de armas por parte de los beligerantes, en interés
de las potencias occidentales, pero, al mismo tiempo, para aislar a los Esta-
dos Unidos del conflicto, se prohibió a los barcos americanos navegar por
las zonas declaradas de combate, de forma que todas las compras efectua-
das por las potencias occidentales debían ser transportadas por dichas po-
tencias en sus propios barcos.
Otro de los pasos que dio el presidente Roose-velt, además de los ya men-
cionados, «fue eliminar el signo dólar», a fin de facilitar la compra de ma-
terial de guerra por parte de la Gran Bretaña. El 11 de marzo del año 1941
fue aprobada por la Cámara de Representantes la Ley de Préstamo y
Arriendo, y el presidente Roosevelt anunció al mundo que significaba «el
fin del compromiso con la tiranía»; esta Ley permitía arrendar al Reino
Unido barcos, aviones, víveres y municiones. Al mismo tiempo, Raeder co-
menzó a sospechar que los barcos americanos se dedicaban a escoltar los
convoyes hasta la altura de Islandia, donde los buques británicos se hacían
cargo de la escolta.
La primera reacción de Raeder, el 18 de marzo, fue proponer que Alemania
insistiera cerca de los Estados Unidos para que éstos extendieran sus zo-
nas prohibidas a la navegación incluyendo Islandia y los estrechos de Ale-
mania; que Alemania comunicara a América que sus barcos serían ataca-
dos, tanto en las zonas antiguas como en las nuevas, sin previa adver-
tencia; que se negara a respetar la zona de neutralidad panamericana o, al
menos, reconocerla sólo en una profundidad de 300 millas; y que, aun en
el caso de hallarse fuera de estas zonas, los barcos americanos pudieran ser
detenidos y examinados, y hundidos en el caso de que transportasen con-
trabando. La primera reacción de Hitler fue mostrarse de acuerdo con es-
tas proposiciones; incluso se mostró conforme con limitar la zona america-
na en una profundidad de tres millas.
Pero no se atrevió a tomar una decisión definítiva sobre este problema; el
12 de abril 180 insistió Raeder de nuevo en sus proposiciones y el 20 de
abril, después de discutir el asunto con el Ministerio de Asuntos Exterio-
res, Hitler, a pesar del hecho de que el Gobierno de los Estados Unidos
había anunciado recientemente su intención de ocupar Groenlandia
con fines defensivos, y la extensión hacia el este de su zona de seguridad y
zonas de patrulla hasta el 26° oeste, y, a pesar del hecho de que éstas fue-
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británicos o por su propia cuenta y riesgo, dentro de los límites de las anti-
guas zonas de combate americanas. El 25 de julio aseguró a Raeder que
«jamás le pedirá cuentas al comandante de un submarino si por error
torpedea un barco americano». Pero las antiguas zonas de combate ameri-
canas, en torno al Reino Unido, poca o ninguna importancia tenían ya en
relación con las operaciones en curso; «la ruta marítima Estados Unidos-
Islandia» fue específicamente excluida de la autorización del 18 de julio; y
el 25 de julio reiteró su deseo de que «en lo posible, se evitaran futuros in-
cidentes, con el fin de impedir que los Estados Unidos declaren la guerra
mientras dure la campaña del Este». El 22 de agosto rechazó una proposi-
ción del Estado Mayor Naval de que la zona panamericana en aguas de
América del Sur, reconocida por aquel entonces por Alemania en una pro-
fundidad de 300 millas, fuese, limitada a sólo 200 millas.
Sin embargo, no fue posible evitar futuros incidentes 183; y éstos incitaron
al presidente Roosevelt a tomar la iniciativa. El 11 de septiembre publicó la
orden de «disparar primero» y declaró que «desde este momento si los bu-
ques alemanes o italianos penetran en aguas cuya protección es necesaria
para la defensa de América, lo harán por su cuenta y riesgo». El 15 de sep-
tiembre su secretario de Marina definió la expresión «aguas» afirmando
que «la marina de guerra americana protegerá todos los barcos, sea cual
sea la bandera que enarbolen, que transporten material de Préstamo y
Arriendo entre el continente americano y las aguas de Islandia». El 16 de
septiembre se concedió por vez primera protección a los convoyes británi-
cos a partir de Halifax 184 185. Anticipándose al desarrollo de estas medidas
previstas en el discurso del Presidente, Raeder declaró el 7 de septiembre
que «no existe ya ninguna diferencia entre los barcos británicos y america-
nos»; y él y Doenitz 186 sometieron a Hitler, durante la conferencia ce-
lebrada en aquella fecha, unas enmiendas detalladas y completas en rela-
ción con las instrucciones alemanas que regían la guerra en el Atlántico.
El contenido de sus proposiciones era que todo barco de guerra, británico
o americano, que escoltase un convoy, y cualquier barco mercante que
formase parte del mismo, podía ser hundido, dentro o fuera de la zona de
defensa americana, excepción hecha de una zona hasta 20 millas de la cos-
ta americana o hasta el 60° oeste, que era el límite de la zona de defensa
americana reconocida por Alemania. Hitler insistió, sin embargo, en que
«se evitaran todos los incidentes en la guerra contra los barcos mercantes
hasta mediados de octubre»; y después de una detallada discusión de la si-
tuación en su conjunto, durante la cual expuso de que «a fines de septiem-
bre tendrá lugar la gran decisión en la campaña de Rusia», Raeder y Doe-
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na, más en interés del Japón que de Alemania ya que le ofrece una oportu-
nidad única, que tal vez no vuelva a presentarse, de conseguir los objetivos
nacionales del Japón, una oportunidad que le permitirá jugar un papel
predominante en el Lejano Oriente.
Pero admitió, al igual que Hitler que, con respecto a los Estados Unidos,
«era necesario, desde luego, correr un cierto riesgo».
Lo más sobresaliente en este aspecto de las negociaciones con el Japón, es
la actitud de Hitler en aceptar los riesgos y en perseguir fines confusos e in-
compatibles. Por un lado, deseaba mantener a los Estados Unidos lejos de
la guerra; y sus propios esfuerzos en el Atlántico durante el año 1941, son
un testimonio por demás evidente de su deseo en este sentido. Por otro la-
do, su deseo más imperativo era terminar la guerra con la Gran Bretaña,
«debilitar la posición de Inglaterra», tal como declaró Ribbentrop ante el
Tribunal Militar de Nurenberg, «y de esta forma conseguir la paz» 192; y, en
consecuencia, estaba dispuesto a correr el riesgo de la entrada de los Esta-
dos Unidos en la guerra en compensación a la entrada en la misma del Ja-
pón.
Este deseo era incrementado con cada aplazamiento japonés; pero existió
ya desde un principio, y se debió principalmente al deseo de forzar a la
Gran Bretaña a aceptar sus condiciones, y fue también el resultado, en par-
te, como lo había sido en su decisión de atacar a Rusia el de una confianza
desmesurada en la potencialidad de su posición europea, de una negativa a
querer enfrentarse con las consecuencias de la entrada de América en la
guerra. A pesar de lo mucho que deseaba evitar este desarrollo de los acon-
tecimientos, estaba interesado aún más en aplazarlo; y se sintió impulsado
a buscarlo en el Lejano Oriente, en tanto trataba de evitarlo en el Atlántico,
convencido de que, aun cuando fuese desfavorable, no sería desastroso.
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Japón no influía para nada en los fríos cálculos de los japoneses, ni siquie-
ra antes del ataque alemán contra Rusia. El 22 de mayo de 1941, cuando
preguntó a Hitler por el estado de las relaciones con el Japón, fue informa-
do de que «sin duda, existían dificultades internas en el Japón».
En esta situación, incluso un esfuerzo especial alemán hubiese sido en va-
no; pero no cabe la menor duda de que tal esfuerzo hubiera merecido,
cuando menos, intentarse. Pero Hitler se aferraba a su clásica política de
conservar en secreto sus intenciones de atacar a Rusia y se limitó a añadir
el 22 de mayo que debe «ser continuada la política de buena amistad». Y
cuando, sin haber informado previamente a los japoneses, se inició la cam-
paña en el Este al mes siguiente, el resultado fue que se creó un evidente
malestar en las relaciones germano-japonesas. Mat-suoka fue desposeído
de su cargo de embajador por no haber conocido las intenciones de Hitler;
una mayoría dentro del Gobierno japonés se volvió contra sus recomenda-
ciones de que el Japón se uniera a Alemania, invocando el Artículo 5 del
Pacto Tripartito, que decía que el instrumento no era válido en contra de
Rusia; y se decidió continuar con los propios preparativos, de acuerdo con
los intereses nacionales, para lanzar una ofensiva contra los mares del Sur
de cuya intención Alemania tampoco debía ser informada 199.
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mente que éste era el deseo de Hitler; y añadió que el Führer sólo deseaba
el ataque japonés contra Rusia si creían disponer de fuerzas suficientes pa-
ra llevar a cabo la empresa: en ningún caso podía permitirse que las opera-
ciones japonesas contra Rusia se quedaran a medio camino. Lo que no apa-
rece tan claro es si Hitler, cuando ordenó su nueva política, reconoció que
el ataque japonés contra Rusia sólo podía realizarse a expensas de abando-
nar el tan encarecido plan de ataque japonés contra Singapur. Sin embar-
go, a pesar de que el telegrama de Ribbentrop del 10 de julio hacía refe-
rencia a la «expansión en dirección sur», así como también al «problema
ruso», el riesgo era implícito al dirigir la presión alemana hacia el nuevo
objetivo; y las propias observaciones de Hitler, varias semanas más tarde,
revelan que estaba dispuesto a correr el riesgo. El 22 de agosto, cuando
Raeder le preguntó por su opinión con respecto a la actitud del Japón, rep-
licó que «estaba convencido de que el Japón llevará a cabo un ataque con-
tra Vladivostock tan pronto haya concentrado las fuerzas necesarias para
conseguirlo». Prescindiendo del hecho de que parecía darse por satisfecho
con la nueva situación creada, en ningún momento mencionó el nombre de
Singapur; a pesar de que añadió que suponía que «el Japón se asegurara al
mismo tiempo posiciones en la Indochina».
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vertencia era necesaria si que rían obtener la certeza de que Alemania e Ita-
lia declararían la guerra a los Estados Unidos en el caso de que el Japón se
decidiera a dar este paso. La advertencia, sin embargo, se expresaba en tér-
minos sumamente vagos y el Gobierno japonés se mostró igual-
mente reservado sobre, sus verdaderas intenciones. El embajador japonés
en Berlín informó a Ribbentrop el 28 de noviembre de que no «estaba al
corriente de las intenciones exactas del Japón» 205; no estaba informado de
las intenciones de su Gobierno o había recibido órdenes de no revelarlas.
No fue hasta el 6 de diciembre que fue informado que, el Japón no tenía in-
tención de lanzar ningún ataque contra Rusia 206. El embajador alemán en
Tokio tampoco pudo enterarse de cuáles eran las intenciones exactas del
Japón. El 30 de noviembre 207, el embajador informó a Berlín de que el mi-
nistro de Asuntos Exteriores japonés temía un rompimiento con los Esta-
dos Unidos y que el Gobierno japonés estaba tomando todas las medidas
necesarias para esta eventualidad; pero añadió que «por el momento, no
sabía nada concreto». El 3 de diciembre el agregado naval alemán 208 sos-
pechó una «rápida acción militar en dirección sur, dentro de un plazo de
tiempo muy corto, por las fuerzas armadas japonesas», y el 6 de diciembre
añadió que la guerra entre el Japón y los Estados Unidos era inevitable. Pe-
ro añadió igualmente en este informe, el día del ataque contra Pearl Har-
bour, que los japoneses no divulgarían la hora Cero. Suponía sólo que esta
acción militar tendría lugar en el plazo de unas tres semanas y que la ofen-
siva en dirección sur consistiría en ataques simultáneos contra Siam, las
Filipinas y Borneo.
Basándonos en todas estas evidencias, no hay razón alguna para dudar de
las declaraciones hechas ante el Tribunal Militar de Nurenberg 209 al efecto
de que el ataque contra Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941 fue una
sorpresa, tan completa como desagradable, para el Gobierno alemán. Cia-
no confirma en su «Diario», el 4 de diciembre de 1941, que la sorpresa fue
desagradable en extremo. «La reacción de Berlín — escribió—, a la deman-
da japonesa (la promesa de declarar la guerra a los Estados Unidos si era
necesario) es extremadamente reservada. Tal vez acepten, porque no les
queda otra solución, pero la idea de provocar la intervención de América
gusta cada vez menos a los alemanes...»
Hitler aceptó la demanda japonesa después del ataque contra Pearl Har-
bour. El 11 de diciembre declaró la guerra a los Estados Unidos y el 14 del
mismo mes felicitó oficialmente al embajador japonés. Lo hizo como al-
guien a quien el método, por lo menos, del ataque contra Pearl Harbour
merecía su plena aprobación. «Han dado ustedes la exacta declaración de
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guerra. Éste es el único método posible; concuerda con los nuestros. Nego-
ciar todo el tiempo que sea posible; pero cuando se descubre que el otro es-
tá dispuesto a humillarnos, golpear lo más fuerte posible en declaraciones
de guerra” 210
Pero su propia conducta desmiente sus palabra y confirma el juicio de Cia-
no; así como también su conducta en el Atlántico durante el año 1942, tan-
to con respecto a la ofensiva japonesa como a la guerra en su conjunto, de-
muestra que lamentaba vivamente la acción japonesa y consideraba la ac-
ción de Pearl Harbour como un verdadero desastre.
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día decidió mandar al Tirpiz a Trondheim antes de que hubiera sido termi-
nado. El 19 de julio de 1941 anunció que «en el Norte y en el Oeste las tres
armas de las Fuerzas Armadas debían tener en cuenta posibles ataques in-
gleses contra las islas del Canal y la costa de Noruega». Las medidas orde-
nadas en marzo, sin embargo, fueron una reacción directa de la incursión
británica contra las islas Lofoten del 4 de marzo; el anuncio de julio fue
simplemente una precaución ordinaria relacionada con el ataque a Rusia.
No fue hasta otoño de 1941 que Hitler empezó a sentir serias preocupacio-
nes por Noruega; pero entonces fueron tan graves cuanto más inexplica-
bles.
El 17 de septiembre sugirió que el crucero de batalla Schranhorst y el Gnei-
senau, entonces en Brest, debían trasladarse a Noruega «con objeto de
defender la zona norte». A Raeder le disgustó esta decisión; el 13 de no-
viembre, al asentir que el Tirpiz no fuera mandado al Atlántico «debido a
ser más necesaria su presencia en la zona norte», propuso que el acoraza-
do de bolsillo Admiral Scheer y los cruceros de batalla anclados en Brest
fueran mandados al Atlántico para destruir mercantes enemigos. Hitler se
negó a esta demanda. En su lugar, ordenó a Raeder que intentara el cruce
del Canal por los cruceros; pensó que convendría asimismo mandar el
Scheer a Noruega. La razón de esta actitud era su creencia de que «el pun-
to vital en la actualidad es el mar de Noruega».
Si ésta era su opinión antes de la entrada de los americanos en la guerra,
su temor por Noruega se convirtió en una obsesión cuando dicho desem-
barco tuvo lugar. Sin otra justificación, al parecer, que la anterior incursión
en las Lofoten, estaba convencido de que Noruega sería atacada en un futu-
ro próximo. El 29 de diciembre de 1941 estaba seguro de que «si los ingle-
ses hacen las cosas como son debidas, atacarán Noruega del Norte en dis-
tintos puntos»; estaba seguro de que «mediante un ataque general con su
flota y tropas de desembarco intentarán arrojarnos de allí, tomar Narvik si
es posible, y ejercer con ello presión sobre Suecia y Finlandia». «Esto —
añadía—, puede ser decisivo para la guerra. La flota alemana, en conse-
cuencia, debe valerse de todas sus fuerzas para la defensa de Noruega. Se-
ría conveniente transferir todos los buaues.de guerra y acorazados de bol-
sillo allí con este fin.» El 12 de enero de 1943 estaba más que seguro de que
«tendrá lugar una ofensiva en gran escala sobre Noruega por parte de los
ingleses y rusos conjuntamente)); el 22 de enero su ansiedad era ya tan
grande que loeró hacerle aparecer histérico. Estaba «completamente con-
vencido de aue Inglaterra y los Estados Unidos tratarían de influir sobre el
curso de la guerra atacando la Noruega del Norte» ; «profundamente
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nados, con Rommel bien situado en África del Norte, Hitler pareció estar
impresionado por fin con la posibilidad de una victoria en el Mediterráneo.
En una entrevista con Mussolini a fines de abril, convino en mandar dos
batallones de. paracaidistas y otros refuerzos para Rommel, y aprobó el au-
mento de las fuerzas alemanas dispuestas para el asalto a Malta. El repre-
sentante de la marina alemana en la entrevista estaba «satisfecho por el
creciente interés del Führer por esta importante zona de operaciones y por
la consiguiente intensificación del espíritu de lucha en este lugar. Todo es-
te asunto adquiría ahora una nueva importancia después de haber sido
considerada como secundaria, donde las victorias eran consideradas como
un don del Cielo, pero donde nadie se preocupaba por hacer nada».
Sin embargo, en la entrevista Hitler-Mussolini se tomó una decisión que
fue considerada por esta autoridad como «no del todo bien aceptada». Era
el aplazamiento de la operación de Malta desde fines de mayo a mediados
de julio: el plan concebido por Hitíer era que Rommel debía ocupar To-
bruk y completar la ocupación de Libia a principios de junio, y, a continua-
ción, el ataque a Malta a mediados de julio, y Rommel debía luego avanzar
hasta el delta del Nilo.
No tardaron en presentarse otras divergencias. Rommel se vio detenido an-
te Tobruk hasta la tercera semana de junio; Hitler cambió de opinión re-
ferente a la conquista de Malta. El 15 de junio explicó la razón de este súbi-
to cambio de frente. Reconociendo la importancia de la captura de Malta,
«no creía que ésta pueda realizarse mientras progrese la ofensiva en el Es-
te; durante este tiempo la aviación no puede prescindir de ningún avión de
transporte». De todas formas, no estimaba muy grandes las probabilidades
de éxito, «especialmente con tropas italianas».
Es obvio que estas dos consideraciones hubiese debido considerarlas Hi-
tler ya a finales de abril, cuando se manifestó de acuerdo en llevar a cabo la
operación; las necesidades de los otros frentes le hicieron resistirse a
aceptar los argumentos de Raeder el 12 de marzo; su desconfianza hacia
Italia era ahora profunda y permanente. Es cierto que expuso aún otra ra-
zón para este retraso en la operación, a saber, que, una vez hubiera caído
Tobruk, la mayor parte de los suministros del Eje al África del Norte parti-
rían de Creta, fuera del alcance de los ataques de Malta. Pero éste era un
argumento muy pobre, teniendo en cuenta que ni él mismo trató de negar
que la conquista de Malta sería del mayor valor estratégico. Algún otro fac-
tor tuvo que intervenir aquí — posiblemente el retraso en la conquista de
Tobruk — que le indujo a apartarse de la decisión que había tomado ante-
riormente. Fuera lo que fuera, era menos importante que el hecho de que
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dos de enero de 1942; los Estados Unidos no estaban preparados para este
ataque. No existía entonces ningún sistema de convoy para el enorme volu-
men de transportes marítimos en esta zona; ni fue tampoco introducido
eficazmente hasta el siguiente mes de julio. Los submarinos encontraron
aquí un terreno más fácil y provechoso que en el Atlántico oriental y cen-
tral, donde el sistema de convoyes y las medidas inglesas contra los subma-
rinos, en particular la aviación y el radar habían superado lenta pero pro-
gresivamente, sus dificultades, y limitado sus éxitos. No menos de 250 bu-
ques fueron hundidos a la vista de la costa oriental americana desde me-
diados de enero hasta fines de julio.
La oportunidad para hundir buques en esta proporción en la zona america-
na no fue la única ventaja de que gozaron los submarinos durante este año,
que vio alcanzar el punto álgido de sus triunfos. Las primeras construccio-
nes de submarinos después de más de dos años de guerra, durante cuyo
período, a pesar de los obstáculos, el rendimiento había aumentado lenta-
mente, empezaba a tener un efecto notable sobre el número de submarinos
disponibles. Comparado con el número sorprendentemente bajo de 15 en
abril de 1941, en abril de 1942 se encontraban 63 submarinos en alta mar,
aparte de los situados en el Mediterráneo. De éstos, 47 estaban en aguas
del Atlántico y 14 en el Ártico. En junio siguiente había 70 sólo en el Atlán-
tico, 92 en noviembre siguiente 219, cuando su número alcanzó finalmente
la cifra que Doenitz, al principio de la guerra, había estimado como el míni-
mo necesario para la victoria sobre la Gran Bretaña. Entre los submarinos
en actividad aumentaba el número del tipo más grande, de 750 toneladas,
con una autonomía mayor que los que Alemania había usado durante los
dos primeros años de la guerra. No pocos eran de 1.000 toneladas; y estos
dos tipos eran aptos para operar -en zonas muy distantes, en el Atlántico
Sur así como en las costas americanas, fuera del alcance de las defensas
aliadas. Excepto en la zona de los convoyes del Atlántico Norte, que estaba
relativamente inmune, todas las zonas al alcance de los submarinos, y no
solamente la costa americana, veían aumentar el número de buques hundi-
dos en proporción al mayor número y tamaño de los submarinos alemanes
en el mar. En todas las zonas, en los primeros siete mesas de 1942, fueron
hundidos por los submarinos más de dos millones y medio de toneladas,
incluidos 142 buques-cisterna; otros 108 buques fueron hundidos en agos-
to.
El mando de los submarinos sobreestimó, empero, sus triunfos, preten-
diendo haber hundido 308 buques, con 2.015.000 toneladas, incluidos 112
buques-tanque, desde mediados de enero hasta mediados de mayo; y, a la
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los convoyes estaban tan fuertemente protegidos que era difícil para los
submarinos siquiera acercárseles, mientras que el número cada vez mayor
de aviones enemigos, «la gran amenaza para los submarinos hoy en día»,
reducía continuamente las zonas en las que éstos podían operar sin sufrir
pérdidas. Era esta circunstancia, y no el ataque a los convoyes, lo que era
responsable de las graves pérdidas registradas últimamente por los subma-
rinos. Si debían evitarse estas pérdidas, era esencial que los submarinos
fueran apoyados por la aviación, y que debería estudiarse la inclusión de
nuevos perfeccionamientos técnicos. La interceptación y localización por el
radar podría burlar a la aviación durante algún tiempo; los torpedos
acústicos actualmente en curso de desarrollo podrían permitir a los subma-
rinos eliminar a los buques de, escolta desde largas distancias. Pero todas
estas medidas requerían tiempo, y de ellas podía esperarse solamente que
permitieran un alivio momentáneo. Lo que se necesitaba en esta situación
era el desarrollo de un submarino completamente nuevo y de gran veloci-
dad bajo la superficie. Éste se encontraba ya en su estado experimental; pe-
ro tardaría mucho en estar listo para la fabricación.
Hitler se manifestó «completamente de acuerdo con estos planes»; expre-
só una vez más su convicción de que «los submarinos desempeñaban un
papel decisivo en el resultado de la guerra». Pero esta convicción se había
formado demasiado tarde. Los temores de Doenitz no tardaron en demos-
trar su fundamento. Los nuevos submarinos, que ocupaban un lugar tan
destacado entre las esperanzas de Hitler en 1943, no llegaron nunca a ope-
rar; al cabo de pocas semanas, los desembarcos en África del Norte debían
demostrar cuan improbable era que los aliados esperaran a que tales pla-
nes maduraran o a que Hitler enmendara sus errores.
El que estos desembarcos pudiesen tener lugar, o por lo menos tan pronto
después que los Estados Unidos hubieran unido sus fuerzas a las de Ingla-
terra, era debido al hecho de que Alemania, después de haber fracasado en
su intento por invadir Inglaterra; después de haber fracasado en explotar
el Oriente Medio, había fracasado también en dominar las rutas comercia-
les con los submarinos. Nada menos que una revolución política interior,
contraria a la guerra, y la posesión de una flota considerable al estallar la
guerra, hubieran permitido a Hitler entablar con éxito la batalla de Inglate-
rra; en la lucha por el Oriente Medio, la victoria había sido hecha imposi-
ble por la decisión de atacar a Rusia; en la batalla del Atlántico, hubiera po-
dido alcanzarse la victoria si el esfuerzo submarino hubiese sido realizado
oportunamente. Alcanzó su punto culminante cuando la ocasión había ya
pasado.
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error era tan evidente a fines de 1942 que podía ahora tomar venganza en
la flota, que no era ya necesaria para la defensa de Noruega. Pero se había
equivocado también en sus cálculos en otros puntos, y, hablando en térmi-
nos generales, su acción era la culminación de una serie de fallos durante
varios meses, y su efecto se dejaba sentir sobre su salud y su temperamen-
to.
Había dirigido la guerra durante más de tres años; desde que se hizo cargo
del mando del Ejército el 19 de diciembre de 1941 lo había dirigido por sí
mismo, viviendo, casi como un recluso, pero sintiendo al mismo tiempo
que debía intervenir cada vez más en la esfera de las operaciones, como
opuesto a la estrategia, y en los menores detalles. Pero sus grandes esfuer-
zos y su creciente intervención no había motivado ninguna diferencia. Du-
rante el pasado año, había luchado sólo contra casi todo el mundo; desde
el verano anterior, por lo menos, su vida había sido un cúmulo continuo de
adversidades; y desde el otoño la situación se había vuelto contra él en to-
dos los aspectos. La ofensiva japonesa había sido contenida. Rommel se
batía en retirada, Malta triunfaba, y los aliados estaban en África del Nor-
te. Los submarinos empezaban también a decaer. En Rusia, el enemigo no
sólo seguía combatiendo después de un segundo verano, sino que los ale-
manes estaban contenidos en Stalingrado desde agosto, la ofensiva alema-
na en el Cáucaso había sido contenida en septiembre, y el 19 de noviembre
había empezado la gran ofensiva rusa que había obligado a la Wehr-macht
a abandonar el Cáucaso a fines de diciembre. Ahora estaban aniquilando a
las fuerzas alemanas en Stalingrado, y — a pesar de la pública promesa de
que Stalingrado sería conservado — se preveía ya la rendición final de la
ciudad el 31 de enero. Y así debía continuar durante seis semanas más, en
la región del Don y la Ucrania.
La flota alemana pagó las consecuencias de todos estos fracasos — por Sta-
lingrado en particular — y por sus efectos derivados del estado mental de
Hitler, así como por sus errores en la amenaza que pesaba sobre Noruega.
Pues era un enfermo físico y nervioso desde fines de 1942; los primeros sig-
nos visibles de desgaste físico se hicieron aparentes a principios de 1943
223; y eran debidos al sobrees-fuerzo y a la tensión nerviosa que inevitable-
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advertía que esta última esperanza habría de ser pronto abandonada tam-
bién. Y había concluido, según explicó a Raeder el 22 de diciembre de
1942, que «había que evitar ante todo un derrumbamiento en cualquier
frente donde el enemigo pudiera dañar el territorio nacional».
En esta observación del 22 de diciembre de 1942 define cuál llegó a ser en
realidad su pretensión a principios de 1943 hasta el fin de la guerra. Defen-
der la fortaleza alemana; resistir antes de retirarse en ningún frente hasta
que fuera completamente inevitable, como el único método para asegurar
la defensa de Alemania; prolongar la lucha lo máximo posible, incluso si se
desplomaba la resistencia de Alemania: éstas eran las únicas ideas que le
guiaban. No tenía otra estrategia. Ningún plan para el futuro sostenía esta
política; solamente la esperanza de que Rusia y Occidente disputaran entre
sí; de que los submarinos recobraran la supremacía que había perdido a fi-
nes de 1942; que la introducción del nuevo tipo de submarinos salvara la
situación, y que otras armas nuevas pudieran evitar la derrota.
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hecho irrefutable. Los recursos de Alemania en el frente sur eran muy limi-
tados por estar ligada a tantos frentes; los de Italia no existían sin necesi-
dad de este pretexto; y lo mismo que las obligaciones alemanas en los de-
más frentes hacían imposible un contraataque a través de España, ha~
cían igualmente imposible, en unión con el peso muerto de Italia, de em-
prender ninguna medida defensiva contra el previsto ataque aliado. Doe-
nitz recordó este hecho durante su visita a Roma el 13 de mayo. «Nuestras
fuerzas combinadas — le dijo al Alto Mando italiano en aquella fecha—,
son demasiado débiles para interceptar los planes enemigos destruyendo
los puertos de embarque de la flota de invasión.» Podía enviar más subma-
rinos al Mediterráneo, pero esto era todo lo que podía hacer Alemania; sin
embargo, estaba convencido de que los submarinos «jamás estarían en
condiciones de detener una invasión». «En consecuencia, el único proble-
ma es la defensa por tierra... A pesar de que un oficial naval preferiría lu-
char en el mar, debemos comprender que nuestras fuerzas navales son de-
masiado limitadas... El único sacrificio de la flota naval italiana hubiera tal
vez podido ser de alguna ayuda si hubiese tenido lugar antes.» Y fue debi-
do a que reconoció que el único plan posible era luchar contra los desem-
barcos aliados en las costas, fue el momento en que hizo un último y vano
esfuerzo en favor de la ocupación de España cuando se entrevistó con Hi-
tler el 4 de mayo.
Mucho más seria, desde luego, que su realización, pues no existía otra solu-
ción posible, fue el reconocimiento de que la moral italiana se había hundi-
do. Dudaba, confesó a Hitler, si los italianos harían algo para interceptar
los desembarcos aliados en sus costas; y el propio Hitler, convencido ya de
por sí de que «algunos elementos italianos se alegrarán si Italia pasa maña-
na a ser un dominio británico», comenzó a dudar, al escuchar el informe
de Doenitz, de si incluso Mussolini «estaba decidido a continuar hasta el fi-
nal».
La invasión de Sicilia comenzó el 10 de julio de 1943 consiguiendo una
completa sorpresa táctica y no encontrando resistencia. Además, es de
subrayarla falta de .potencialidad y de información por parte de Hitler, y
confirmó lo que ya se suponía con respecto al estado de ánimo del pueblo
italiano. El 17 de julio, una semana antes de la dimisión de Musso-lini, el
problema más sobresaliente de Hitler era encontrar a alguien que «pudiese
tomar el mando en sus manos» en Italia y comprobar el estado de des-
moralización del Ejército italiano. Estaba «convencido de que, sin el Ejérci-
to italiano, no podemos defender la península entera. Si puede provocarse
un cambio radical en la situación italiana, será necesario correr el riesgo;
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Su actitud con respecto al frente ruso era la misma. Cuando los rusos co-
menzaron su ofensiva en el sector sur, decidió convertir Crimea en una
«fortaleza inconquistable». El 27 de octubre, cuando todo daba a entender
que Crimea sería cortada por tierra, y que la evacuación, si se aplazaba por
más tiempo, sería necesario efectuarla por mar, insistió todavía en que se
mantuviera firme todo el tiempo posible y que su evacuación debía ser evi-
tada «en tanto exista una posibilidad de restablecer el frente sur». El 19 de
diciembre su intención de sostener Crimea todo el tiempo posible, «aun-
que sólo sea por razones políticas» fue ratificada; en tanto que el 1 de ene-
ro de 1944 estaba todavía convencido de que «todo depende de contener la
ofensiva rusa en el sur y sostener Crimea i). Por esta fecha, las fuerzas ale-
manas en el norte habían sido debilitadas de tal manera para este fin, que
los países bálticos se enfrentaban con un gran peligro pero también en este
caso se «mantuvo firme en su decisión de no retroceder una sola pulgada
si podía evitarlo».
La misma política fue aplicada en el Atlántico. A pesar de que ya a princi-
pios de 1944 Doenitz se había visto obligado a suspender sus vanos inten-
tos de renovar los ataques contra los convoyes debido a las elevadas pérdi-
das sufridas, el número de submarinos en servicio de patrulla sólo fue dis-
minuido ligeramente. La guerra submarina continuó a pesar del hecho de
que eran destruidos más submarinos que barcos mercantes.
Prescindiendo del hecho de que la política de Hitler no permitía alternati-
va alguna con respecto a la presencia de submarinos alemanes en alta mar,
existía ahora una razón adicional para mantenerse firme en esta decisión,
a pesar de las pérdidas sufridas, el hecho de que desde el 19 de diciembre
de 1943, cuando el tema de unos «posibles planes para la invasión de la
Europa occidental por los anglosajones» fue discutido de nuevo en las con-
ferencias de Hitler por vez primera desde la entrada de América en la gue-
rra, había sido aceptado como seguro que la invasión de la Europa occiden-
tal sería intentada por los aliado: durante el transcurso del año
1944. Como en el caso de toda invasión aliada procedente del mar, desde
la del noroeste de África y como nronto se demostraría de nuevo en la Nor-
man-día, Alemania no podía contar con otros medios que tratar de impedir
la invasión desde sus costas. Sólo podía intentar retrasarla; y los submari-
nos, cuya sola presencia en los mares ligaba a las unidades navales enemís-
ras, eran el único medio disponible para este fin. Fracasaron en la misión
que se les había confiado, no impidiendo en absoluto los preparativos de
los aliados como tampoco el desembarco en Normandía; y cuando se llevó
a cabo la invasión, se demostró que los preparativos terrestres alemanes
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ner el suelo patrio a las fuerzas aéreas enemigas, pudo continuar toda-
vía durante algún tiempo más. Pero ¿eran los resultados que se ganaban
compensados por estos sacrificios?... ¿Existía la posibilidad de anular la in-
vasión y conseguir de esta forma bases más tolerables de paz? ¿Podía la
fortaleza alemana detener al enemigo frente a sus muros?
¡No! Dejémonos de una vez para siempre de cuentos... Alemania no dispo-
nía de medios de defensa 230.
Este segundo punto de vista es mucho más realista. La guerra había sido
perdida a fines de 1942; no existía ninguna alternativa militar, excepto el
ganar tiempo. Pero, en este caso, también es cierto que ninguna otra estra-
tegia hubiese podido ser mác efectiva que la que consiguió Hitler y la impli-
cación lógica del punto de vista de Halder no es que Hitler se equivocara
en la dirección de la guerra después de 1942, sino que jamás debiera haber
cometido su error político inicial de comenzar la guerra contra naciones
que eran demasiado poderosas y que hubiese debido reconocer cuando sus
posibilidades habían tocado a su fin. Pero esto significa eludir la cuestión.
El error inicial había sido cometido; la guerra no podía ser terminada con
negociaciones; Hitler no se podía rendir.
Antes de enfrentarnos con estas consideraciones políticas, como opuestas
a las militares, es necesario introducir el restante factor militar, las «armas
secretas», para enjuiciar debidamente su estrategia. Si es cierto que la gue-
rra había sido ya perdida a fines de 1942, es igualmente cierto que Hitler
aceptó este hecho sin reservas de ninguna clase. Sabía que la proporción
de fuerzas era tal que, sin un arma nueva, la derrota era inevitable; y el
problema militar es juzgar si estaba en lo justo al considerar estas nuevas
armas, que todavía no existían y que se hallaban en fase de estvidio y expe-
rimentación, como una justificación suficiente a su decisión de prolongar
la guerra.
Halder insiste en el punto de vista de que las armas secretas «a pesar de to-
do, le colocaron al borde de la victoria»; y acusa a Hitler de haber perdido
dos años decisivos en el rápido desarrollo de la V-l y V-2 231. Pero no existe
ninguna evidencia apoyada en documentos que confirmen o denieguen la
acusación de Halder y la veracidad de la opinión de Halder debe ser puesta
en duda. Es cierto que tanto la V-l como la V-2 fueron introducidas dema-
siado tarde cuando, como dice Halder, «la negra sombra de la supremacía
aérea del enemigo se cernía ya sobre su producción y uso», y, por su signi-
ficación, así como por experiencia en el arma, debe aceptarse que su intro-
ducción anterior hubiese creado graves problemas para las potencias alia-
das. Pero aparece igualmente cierto, y esto está más de acuerdo con el pun-
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rencia.
Desde un punto de vista estrictamente militar es difícil encontrar un error
en estos elementos en su estrategia, lo mismo que, desde el punto de vista
estrictamente militar, basándonos en la suposición de que la guerra había
de ser continuada, es imposible discutir qué otra estrategia hubiese sido
mucho más inteligente que la de Hitler después de principios del año 1943.
Negar esto es peligroso.
Su última decisión, sin embargo, fue tan inevitable que es inútil criticarla.
Cualesquiera que fuesen las esperanzas que Hitler concedió a las armas se-
cretas, en una posible desunión entre Rusia y las potencias occidentales,
las demás circunstancias eran tales, que su estrategia no hubiera sido dife-
rente si no hubiesen existido tales armas y tales posibilidades. La decisión
de que no habría capitulación frente a las fuerzas del exterior y ninguna re-
volución de las fuerzas del interior, había sido ya expuesta en su discurso
del 23 de noviembre de 1939 232 Había sido explícito también en su con-
ducta desde el comienzo de la guerra; y la expuso claramente en el mismo
discurso, durante las primeras semanas de la guerra, en el sentido de que
«Sobreviviré o moriré en esta lucha» y que «Jamás sobreviviré a la derrota
de mi pueblo».
Anexos
Protocolo de Hossbach
Politica racial y territorial de Hitler
BERLIN, Noviembre 10 de 1937
Acta de La Conferencia realizada en la Cancillería del Reich. Berlín, No-
viembre 5 de 1937. De 4:15 a 8:30 p.m.
Los presentes:
El Fuhrer y Canciller del Reich,
Mariscal de Campo von Blomberg, Ministro de Guerra
Coronel General Baron von Fritsch, Comandante en Jefe del Ejército
Admirante Dr. H.C. Raeder, Comandante en Jefe de la Naval
Coronel General Goering, Comandante en Jefe de Lutwaffe
Baron von Neurath, Ministro de Asuntos Exteriores
Coronel Hossbach
El Fuhrer comenzó diciendo que la importancia del tema a tratar en la pre-
sente conferencia era tal que en otros países hubiera requerido la reunión
de todo el Gabinete de Gobierno, pero que en su caso había descartado este
hecho, basado precisamente en la importancia del mismo. La exposición
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que el Fuhrer hizo del tema, fue fruto de una completa deliberación y de
sus experiencias durante los cuatro años y medio en el poder. Su deseo era
exponer a los presentes las ideas básicas relacionadas con los requerimien-
tos y oportunidades existentes para el desarrollo de la posición alemana en
el campo de los asuntos internacionales, y pidió a los asistentes que su ex-
posición fuera considerada, en su eventual muerte, como su testamento y
última voluntad para proteger los intereses a largo plazo de la política ale-
mana.
A continuación el Fuhrer expuso que en un principio el principal objetivo
de la política alemana era asegurar y preservar la comunidad racial, para
subsecuentemente aumentar su tamaño; lo que hizo de este objetivo una
cuestión de espacio.
La comunidad alemana compuesta por más de 85 millones de personas,
constituye un núcleo racial contenido dentro de los estrechos límites del
espacio habitable disponible en Europa, por lo cual tiene derecho a un ma-
yor espacio de habitación, el cual no pudo ser extendido anteriormente de-
bido a las condiciones políticas prevalecientes y al desarrollo histórico. Sin
embargo, debe destacarse que la continuación de estas condiciones políti-
cas constituye el peligro más grande para la preservación de la raza alema-
na.
Detener el declive del Germanismo en Austria y Checoslovaquia era tan po-
co probable como lo era mantener el nivel presente en la misma Alemania.
En vez de presentarse un crecimiento en la población, la esterilidad se ha-
cia cada vez mas evidente, y consigo los desórdenes de carácter social, da-
do que la ideología política permanecía efectiva tan solo cuando esta pro-
porcionaba la base para la realización de las demandas esenciales y vitales
de la gente. El futuro de Alemania estaba condicionado a la solución del
problema de espacio, y dicha solución debió haber sido contemplada con
anterioridad.
Antes de abordar la solución a la necesidad de espacio, suponiendo que la
haya, se debe considerar si esta puede ser planteada con base en la autar-
quía o en el crecimiento de la participación alemana en la economía mun-
dial.
Autarquia
Lograda unicamente bajo estricto liderazgo del Estado Nacional Socialista.
Asumiendo lo anterior, se pueden establecer los siguientes posibles resul-
tados:
A. En el campo de la materia prima, imponer la autarquía parcial.
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1) Con respecto al carbon, debido a que puede ser considerado material pri-
ma, la autarquía es posible.
2) En lo concerniente a los minerales, la posición es mucho más díficil. Los
requerimientos de hierro, al igual que los de otros metales livianos pueden
ser alcanzados con recursos domésticos, lo cual no ocurre con materiales
como el cobre y el estaño.
3) Los requerimientos de textiles sintéticos serían alcanzables con recursos
domésticos si las existencias de madera fueran suficientes.
4) Grasas comestibles. Posible.
B. En el campo alimenticio la respuesta a la autarquía debía ser un rotundo
“NO”.
El crecimiento general del estandar de vida comparado con el de hace 30 o
40 años, se ha visto acompañado de un incremento en la demanda y el con-
sumo de los hogares incluso por parte de los productores (los granjeros).
Los frutos del incremento en la producción agrícola buscan satisfacer la
creciente demanda, por lo cual no representan un incremento absoluto de
la producción. Un incremento adicional en la produción posible unicamen-
te mediante la exagerada explotación del suelo era prácticamente imposi-
ble, dado que debido al uso de fertilizantes artificiales este ya mostraba se-
ñas de agotamiento. Adicionalmente, asi pudieran alcanzarse los niveles
máximos de producción, la importación de víveres era inevitable.
El no despreciable gasto de reservas internacionales para asegurar la provi-
sión de alimentos a través de la importación, suponiendo que las cosechas
fueran buenas, crecío en proporciones catastróficas cuando se presentaron
malas cosechas. La posibilidad de un desastre aumentó proporcionalmente
al crecimiento de la población. Es el caso por ejemplo del pan. El exceso de
nacimientos produjo un aumento en el consumo de éste dado que los niños
son mayores consumidores que los adultos.
En un continente que disfrutaba de un estandar de vida común, era impo-
sible vencer mediante reducción del estandar y racionamiento, las dificul-
tades de provisión de alimentos. De este modo, con la solución al proble-
ma del desempleo, el máximo nivel de consumo había sido alcanzado. Al-
gunas pequeñas modificaciones en la producción doméstica serían sin du-
da posibles, sin provocar cambio alguna en nuestra posición con respecto
al resto del mundo. Por lo tanto la Autarquía es insostenible con respecto a
la provisión de alimentos y a la economía como un todo.
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miento de la posición de Alemania sobre una base segura y sólida fue obs-
truído por las fluctuaciones del mercado y los tratados comerciales no pro-
veyeron garantía alguna. En particular, debe recordarse que desde la Gue-
rra Mundial aquellos países que habían sido anteriormente exportadores
de alimentos se habían industrializado.
Estabamos viviendo una época de imperios económicos en la cual la urgen-
cia de colonización se volvía a manifestar. En el caso de Japón e Italia, mo-
tivos económicos alimentaron el deseo de expansión, mientras que para
Alemania la necesidad económica generó el estímulo necesario. Para aque-
llos países externos a los grandes imperios económicos, las oportunidades
de expansión económica se vieron drásticamente limitadas.
El boom en la economía mundial causado por el rearmamiento, no podía
conformar la base de una economía sólida en el largo plazo, este último
obstruído sobre todo por los disturbios económicos resultantes del Bolche-
vismo. Existía una pronunciada debilidad militar en aquellos estados cuya
existencia dependía del comercio internacional. Dado que nuestro comer-
cio exterior transitaba rutas marítimas dominadas por Gran Bretaña, era
más una cuestión de seguridad de transporte que de intercambio exterior,
lo cual reveló en tiempo de guerra, la total debilidad de nuestra situación
en el campo alimenticio.
El único remedio, que podría por cierto parecernos visionario, reside en la
adquisición de más espacio habitable, misión que a lo largo de los tiempos
ha sido el origen de la formación de estados y la migración de población.
Que dicha búsqueda no fuera de ningún interés para Gran Bretaña o para
aquellas naciones saciadas era entendible. Entonces si suponemos que ase-
gurar la situación alimentaria de Alemania es la principal preocupación, el
espacio necesario para lograr dicha meta solo puede ser encontrado en Eu-
ropa, y no en la explotación de colonias, como la perspectiva liberal-capita-
lista lo establece. Esta no es una cuestión de adquirir población, sino de
ganar espacio para uso agrícola.
Es mas, áreas productoras de materias primas en Europa ubicadas en la in-
mediata proximidad al Reich, pueden ser más eficientemente adquiridas,
que aquellas ubicadas en tierras lejanas; esta solución porlo tanto, deberá
ser suficiente durante dos o tres generaciones. Cualquier cosa adicional
que pueda ser necesaria más adelante deberá ser manejada por posteriores
generaciones. El desarrollo de las grandes constelaciones del mundo políti-
co progresará de manera lenta despues de esto, y el pueblo Alemán, con un
fuerte núcleo racial, podrá determinar cuales son los prerequisitos para lo-
grar mantenerse dentro del continente Europeo. En la historia de todas la
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peor puede ser esperado por nosotros. El equipo del ejército, la marina, la
luftwaffe, como también la formacion del cuerpo de oficiales ha sido casi
completado. El equipo y armamento son modernos; pues de esperarse un
poco más se correría el riesgo de que se volvieran obsoletos. En particular,
el secreto de las “Armas Especiales” no podrá ser mantenido para siempre.
El reclutamiento de reservas esta limitado a la actual composición de la
población por edades; adicionales retiros de grupos de edades mayores sin
entrenar no son posibles.
Nuestra fortaleza relativa disminuirá en relación al rearmamiento que será
llevado a cabo por el resto del mundo. Si no actuamos en el período entre
1943-1945, en cualquiera de estos años podrá producirse la crisis alimenta-
ria como consecuencia de la falta de reservas. Alcanzar el nivel de reservas
internacionales necesarias no es posible, convirtiéndose este en el punto
más débil del régimen.
Además el mundo estaba esperando nuestro ataque, por lo cual reforzó las
medidas de respuesta necesarias. Fue mientras el resto del mundo prepa-
raba sus defensas (sich abriegele) que nos vimos obligados a tomar la ofen-
siva. Nadie sabe aún cual será la situación para 1943-1945. Solo una cosa
es cierta, no podemos esperar más.
Por un lado estaba la gran Wehrmacht, la necesidad de mantenerlo en el
presente nivel y el envejecimiento tanto del movimiento como de sus líde-
res. Por el otro, las predicciones de una disminución del estándar de vida y
la baja en la tasa de natalidad, lo cual no dejo otra opción distinta a actuar.
Si el Fuhrer aún estuviera vivo, su principal objetivo sería resolver el pro-
blema de la necesidad de espacio a más tardar en 1943-1945. La necesidad
de actuar antes del período mencionado surgiría en los casos 2 y 3.
CASO 2:
Si conflictos internos se desarrollan en Francia, hasta tal punto que la cri-
sis doméstica absorba por completo su Ejercito y por ende su capacidad de
ataque a Alemania, entonces el tiempo para actuar en contra de los Checos-
lovacos habra llegado.
CASO 3:
Si Francia se encuentra tan envuelta en una guerra contra otro estado, de
tal manera que no pueda proceder contra Alemania.
Para el mejoramiento de nuestra posición político-militar nuestro primer
objetivo, en el evento de vernos envueltos en una guerra, debe ser derrotar
simultáneamente a Checoslovaquia y Austria con el objetivo de evitar cual-
quier amenaza proveniente del Este en contra nuestra. Si Checolosvaquia
se encuentra en conflicto con Francia, es poco problable que nos declaren
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ser descartado, y debido a que la ofensiva francesa contra Italia desde los
Alpes es muy díficil, el punto crucial de la operación yace en el norte de
Africa. La amenza de la flota italiana a las vías de comunicación de Francia
provocará una parálisis de las fuerzas de transporte del norte de Africa ha-
cia Francia, por lo cual las tropas apostadas en Francia estarán a disposi-
ción de Italia y Alemania.
Si Alemania hace uso de esta guerra para solucionar las cuestiones con los
Checsolovacos y los austriacos, podrá asumirse que Gran Bretaña, en gue-
rra contra Italia, decidirá no actuar contra Alemania. Sin el respaldo britá-
nico, una acción de guerra contra Alemania de parte de Francia espoco
problable.
El momento preciso para atacar Checoslovaquia y Austria depende del cur-
so que tome la guerra Anglo-Franco-Italiana, lo cual no quiere decir que
este debe empezar en el preciso momento que las operaciones militares de
estos tres estados. El Fuhrer no tiene en mente ningún tipo de acuerdo mi-
litar con Italia, pero quiere explotar esta situación, que puede no volverse a
presentar, para mantener su independencia de actuación y para comenzar
la campaña contra los checoslovacos. Este ataque deberá ser llevado a cabo
a la “velocidad de la luz”.
Evaluando la situación el Mariscal de Campo Von Blomberg y el General
Von Fritsch enfatizaron en repetidas ocasiones que es necesario que ni
Gran Bretaña, ni Francia aparezcan en el escena como enemigos de Alema-
nia y dijeron además, que podría darse el caso en cual el ejército francés le-
jos de verse comprometido en una guerra contra Italia, podría irse al mis-
mo tiempo a la guerra contra Alemania.
El General Von Fritsch estimó que en la frontera de los Alpes, las fuerzas
francesas diponibles pueden ser más o menos 20 divisiones, por lo cual la
superioridad de Francia se mantendría en la frontera accidental, haciendo
factible la invasión del Rin. En este caso, el avanzado estado de prepara-
ción de Francia debe ser tomado particularmente en cuenta y debe recor-
darse además, aparte del insignificante valor de las fortificaciones alema-
nas (en lo cual hizo especial enfásis), que las cuatro divisiones establecidas
en el oeste son incapaces de movimiento.
En referencia a la ofensiva alemana en el suroeste, el Mariscal de Campo
Von Blomberg prestó particular atención a la fortaleza de las fortificacio-
nes checoslovacas, las cuales han adquirido una estructura tipo Maginot
Line la cual dificultará el ataque alemán.
El General Von Fritsch mencionó que el propósito del estudio ordenado es-
te invierno para examinar la posibilidad de conducción de operaciones
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Mapas Operativos
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(8) Grupo Panzer Von Kleist XIV Cuerpo Panzer von Wietershein: 9° y
10° Divisiones Panzer,13° Division de Infanteria Motorizada, S.S Division
Verfugungs, Regimiento de Infanteria Motorizada Gross-Deutschland. De-
spues del 12 de Junio S.S. Division Totenkopf.
(9) Grupo Guderian XXXIX Cuerpo Panzer Schmidt: 1° y2° Divisiones
Panzer, 29° Division de Infanteria Motorizada. XXXXI Cuerpo Panzer
Reinhrdt: 6° y 8° Divisiones Panzer, 20° Division de Infanteria Motoriza-
da.
Ejercito aleman Von Brauchitsch: 120 divisiones de infanteria, 16 1/2 di-
visiones moviles, 2.574 tanques.
Grupo de Ejercito «A» y «B» von Rundstedt: 45 1/2 divisiones, von
Bock 29 1/2 divisiones
Luftwaffe Kesselring 2° Flota Aerea Grupo B: Sperrle 3° Flota Aerea Gru-
po A, total 2.750 aviones
Ejercitos Aliados Gamelin: 10 holandeses, 22 belgas, 9 britanicos (1°
Brigada de Tanques), 77 divisiones francesas, 6 divisiomes fancesas mo-
viles, 3.600 tanques
Fuerza Aerea aliada 2.372 aviones incluidos 1.151 cazas
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(4) Hoepner 4° Grupo Panzer: XXXXI Cuerpo Panzer Reinhardt, LVI von
Manstein: 1°, 6° y 8° Divisiones Panzer; 3° y 36° Divisiones de Infanteria
Motorizada. S.S Totenkopf
(3) Hoth 3° Grupo Panzer: XXXIX Cuerpo Panzer Schmidt, LVII Cuerpo
Panzer Kuntzen, 7°,12°,19° y 20° Divisiones Panzer; 14°,18° y 20° Divi-
siones de Infanteria Motorizada.
(2) Guderian 2° Grupo Panzer: XXIV Cuerpo Panzer Geyr, XXXXVI
Cuerpo Panzer Vietinghoff, XXXXVII Cuerpo Panzer Lemelsen; 3°, 4°, 10°,
17° y 18° Divisiones Panzer; 10°, 29°, S.S Das Reich de Infanteria Motoriza-
da, Regimiento Gross-Deutschland.
(1) Von Kleist 1° Grupo Panzer: III Cuerpo Panzer von Mackensen; XIV
Cuerpo Panzer von Wietersheim, XXXXVIII Cuerpo Panzer Kempf; 9°, 11°,
13°, 14° y 16° Divisiones Panzer; 16°, 25° S.S Wiking de Infanteria Motori-
zada, S.S. Brigada Leibstandarte; Regimiento General Goering
Reserva OKH 2°, 5° Divisiones Panzer y 60° Division de Infanteria Mo-
torizada
Ejercito aleman von Brauchitsch 153 divsiones de infanteria, 17 divi-
siones Panzer, 3.417 tanques.
Luftwaffe Keller 1ra Flota Aerea Grupo Norte
Kesselring 2da Fota Aerea, VIII Cuerpo Aereo Grupo Centro
Lohr 4ta Flota Aerea, IV y V Cuerpos Aereos Grupo Sur
Total 3800 aviones
Ejercito sovietico 150 a 180 divisiones; 20.000 tanques, de esossolo
1000 T34 y 500 Kv.
Fuerza Aerea sovietica 10.000 aviones (2.750 modernos)
Indice
Prologo......................................................................................................... 10
Capitulo Primero ......................................................................................... 15
La Marina de Guerra Alemana, el Pacto Ruso, el Problema Britanico y el
Comienzo de las Hostilidades ..................................................................... 15
I La Flota naval alemana en el año 1939................................................. 15
II Las razones de su falta de preparacion ............................................... 17
III La politica exterior britanica y la decision de Hitler de atacar Polonia
22
IV El Pacto Ruso-Germano .....................................................................26
V El dilema de Hitler en el Oeste ............................................................ 31
Capitulo Segundo ........................................................................................42
La primera Fase ...........................................................................................42
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Notas
1 Excluyendo el Schlesien y el Schleswig Holstein, por demasiado anticuados.
2 Estas cifras han sido suministradas por los editores de The Führer Confe-
rences on Naval Affairs.
3 Contando con el tiempo necesario para el descanso de la tripulación, aprovisio-
entre el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y Alemania donde se
autorizaba la creación de una flota de guerra alemana, pero limitándola al 35%
del tamaño de la Marina Real Británica. Siendo parte del proceso de pacificación
antes de la Segunda Guerra Mundial, el acuerdo dio cabida a la violación de re-
stricciones por parte de Alemania, limitaciones impuestas por el Tratado de Ver-
salles que indujeron a la crítica internacional y originaron un distanciamiento en-
tre los franceses y los británicos.
5 Según Giese, segundo ayudante del Estado Mayor de Raeder, la proporción del
treinta y cinco por ciento fue propuesta por Alemania, ya que la capacidad de los
astilleros no permitía construcciones mayores antes de 1943-1944, en tanto que
se negoció una proporción más liberal para los submarinos, ya que la cons-
trucción de éstos era más factible. Véanse sus declaraciones en «D. N., 722-
D». Con respecto a los detalles del Acuerdo Naval Anglo-Germano, léase el cam-
bio de notas publicado en Brasseys'? Naval Annual, 1936, pág. 311.
6 Véase, por ejemplo, el memorándum de Raeder del 11 de junio de 1940. (D. N.,
estaba obsesionado por este tema cuando aterrizó en el año 1941 en la Gran Breta-
ña. Véase W. S. Churchill, The Second World War, vol. III (The Grana Alliance),
pág. 46.
8 D. N. 75-TC.
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12 Admiral of the Fleet Lord Chatfield, Autobiography, vol. II (íí Might Happen
Again), pp. 75-6. Esta afirmación está incluida en el memorándum del 27 de abril
de 1939, en el cual Alemania denunció el acuerdo. Véase Brassey's Naval Annual,
1940, p. 265.
13 Mi Lucha, edición inglesa completa. Hurst and Blackett, 1939, capítulo IV, pág.
128.
14 D. N. (C. and A.) Supplement E, p. 1439.
15 D. N. 155-C; Proceedings, part. 4, pág. 264.
16 D. N., 100-R.
17 D. N. 120-C, Enclosure A; Proceedings, part. 2, pág. 142.
18 D. N. 120-C, Enclosure B. Anexo I de estas directrices se encuentran en C, ane-
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24 No se sabe con certeza si Hitler hizo uno o dos discursos por separado el 22 de
agosto, puesto que existen dos textos de aquel mismo día. Yo me refiero a los mis-
mos como si se tratara de uno solo. Con respecto a los dos textos, véase D. N.,
798-PS y 1014-PS; Proceedings, part. I, pág. 172. El resumen de los mismos que,
sin embargo, contienen extractos de los dos, véase D. N., 3-L.
25 El Tratado de no Agresión entre Alemania y la Unión de Repúblicas
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63.
32 D. N., 788 y 1014-PS; Proceedings, part. I, pág. 172.
33 D. N., 1871-PS y 77-TC.
34 Benito Amilcare Andrea Mussolini (Dovia di Predappio, Forlí, 29 de julio
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dings, part. 10, pág. 183), Goering (D. N. (C. and A.), Supplement B, págs. 1105-
6) y las Actas del Tribunal de Nurenberg (Proceedings, part. 2, pág. 164).
42 D. N., 126-C.
43 Esta orden fue interpretada por el Estado Mayor Naval en el sentido de que los
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bre de 1881 – Hamburgo, 18 de octubre de 1948) fue comandante en jefe del OKH
(Alto Mando del Ejército) en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial.
Walther von Brauchitsch nació en Berlín, hijo del general Bernhard von Brau-
chitsch y de Charlotte von Gordon. En 1900, tras entrenarse en la escuela de ca-
detes, Von Brauchitsch sirvió en la Guardia Prusiana, y durante la Primera Guer-
ra Mundial fue oficial del Estado Mayor. En 1910 contrajo matrimonio con Eliza-
beth von Karstedt, una rica heredera.Cuando Adolf Hitler llegó al poder y
comenzó a expandir el ejército, Von Brauchitsch fue nombrado jefe del distrito
militar de Prusia Oriental, en sustitución de Werner von Blomberg. En 1937, se
convirtió en comandante del IV Ejército. Pese a estar personalmente neutral al
Nazismo de muchas maneras, acabó convirtiéndose en una persona de gran con-
fianza para Hitler, y se vio forzado a aceptar 80.000 marcos alemanes del Führer
para poder divorciarse y casarse con Charlotte Schmidt. Sustituyó al frente del
OKH al general Werner von Fritsch como comandante en jefe del ejército de tier-
ra Heer tras la destitución de éste, acusado de homosexualidad en 1938.
Von Brauchitsch se resintió del creciente poder de las Schutzstaffel (SS), creyendo
que estaban intentando sustituir a la Wehrmacht como fuerza armada oficial de
Alemania. Tuvo desacuerdos con el Gauleiter de Prusia Oriental, Erich Koch, y
Hitler tuvo que interceder en la disputa entre ambos
48 D. N., 3-L. En esta versión el pasaje en cuestión dice lo siguiente: «Von Brau-
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52 D. N., 79-L; Proceedings, part. I, pág. 166-70. Ésta no fue, desde luego, la pri-
mera ocasión en que discutió la idea de un ataque contra los Países Bajos y Fran-
cia. Un plan parecido se discutió ya en 1938, con ocasión de la crisis checa. (D. N.,
375-PS y 448-PS.)
53 D. N., 52-L. No cabe la menor duda de que este memorándum fue redactado
bre es, probablemente, otro signo de oposición, pues no era costumbre en él to-
marse estas molestias. El hecho de que publicara igualmente sus directrices
aquel mismo día, sin aguardar a discutir este memorándum, fue, por el contrario,
una característica muy suya; el general Halder en unas declaraciones después
de la guerra ha hecho especial referencia a este punto, sobre todo, con respecto a
la oposición de von Brau-chistsch al plan en cuestión. (Véase D. N. (C. and A.),
suplemento B, págs. 1565-70.)
61 La evidencia la encontramos en la propia referencia de Hitler en su discurso
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62 D. N., 789-PS.
63 Compárense sus observaciones en el memorándum del 9 de octubre (D. N., 52-
L). O sea, «este plan de acción puede tener como resultado una conclusión más
rápida de la guerra».
64 Notes for the War Diary (D. N. 1798-PS), bajo el titular «Fines de noviembre,
1939».
65 D. N., 1796-PS.
66 D. N., 72-C. 7
67 D. N., 122-C.
68 D. N., 879-D.
69 Con respecto a la participación de Raeder en este plan, veanse las declaraciones
de Giese (D. N., 722-D), que expone que durante aquella época preparó diversas
entrevistas entre Raeder y Hagelin. Con respecto a la participación de Rosenberg,
véanse sus declaraciones en D. N. 004-PS.
70 Alfred Rosenberg (Tallin, 12 de enero de 1893 – Núremberg, 16 de octubre
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78 Éste era un peligro real, aun cuando no tan inminente por la época en que se
inició la invasión alemana. Con respecto a los planes aliados sobre el desembar-
co en Noruega, véase W. S. Churchill, The Second World War, vol. I; The Gathe-
ríng Storm, capílulo XXX, XXXI y XXXII.
79 D. N. (C. and A.). Supplement B (Interrogations), pág. 1537.
80 Raeder confesó que los buques de pasajeros eran ya tor-peados sin previa adver-
tencia en el caso de que viajaran sin luces o en convoy. Este aspecto de la guerra
naval puede ser estudiado en detalle en D. N., 100-C.
81 D. N., 65-UK.
82 Con respecto al texto íntegro de esta declaración, véase Führer Conferences on
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Norte-Oeste
El Plan Norte-Oeste, como sería conocido hasta julio de 1940, planteaba una
invasión por sorpresa a pequeña escala en las zonas de Yarmouth y Lowestoft,
con tres o cuatro divisiones de infantería y aerotransportadas seguidas por una se-
gunda oleada que incluiría divisiones panzer y motorizadas. No solo las zonas de
desembarco eran distintas de las definitivamente escogidas, también los puntos
de embarque diferían: fundamentalmente se contaba con poder utilizar puertos
en el mar del Norte y el Báltico, dado que en el momento de gestación del Plan
Norte-Oeste no se contaba aún con la bases en los Países Bajos y Francia que pro-
porcionaría la campaña de mayo y de junio de 1940 (Caso Amarillo).
El Alto Mando de la Luftwaffe reseñó el 30 de diciembre de 1939, examinando el
plan, que "la operación planeada puede ser considerada únicamente bajo condi-
ciones de absoluta superioridad aérea", dada la incapacidad de la Kriegsmarine
para proporcionar una adecuada escolta a los transportes que se utilizasen para la
invasión, puesto que la Royal Navy tenía un poderío muy superior al alemán en
buques de superficie.
88 Este documento se encuentra en W. S. Churchill, The mi World War, vol.
y 297.
90 Hasta el 21 de septiembre, de acuerdo con las cifras alemanas, habían sido des-
Churchill, The Second World War, vol. II (Their Finest Hour], págs. 229-32.
92 D. N., 79-L.
93 D. N., 798-PS. y 1014-PS.
94 D. N., 52-L.
95 D. N., 789-PS.
96 Acotación personal.
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97 D. N., 606-EC.
98 Hermann Wilhelm Göring (Rosenheim, 12 de enero de 1893 – Núremberg,
15 de octubre de 1946) fue un destacado político y militar alemán, miembro y fig-
ura prominente del Partido Nazi, lugarteniente de Hitler y comandante supremo
de la Luftwaffe. Hermann Wilhelm Göring nació en el sanatorio Marienbad
(Rosenheim, Baviera), cuarto hijo del matrimonio habido entre Heinrich Ernst
Göring (31 de octubre de 1839 – 7 de diciembre de 1913) y Franziska «Fanny»
Tiefenbrunn, muerta en agosto de 1923. Göring tuvo dos hermanos y dos herma-
nas: Albert y Karl Ernst Göring y Olga Therese Sophia y Paula Elisabeth Rosa
Göring.
La familia Göring era de orígenes aristocráticos y tenía ancestros tanto católicos
como protestantes. Su padre, soldado profesional en tiempos de Otto von Bis-
marck, se convirtió en el primer gobernador del África Suroccidental Alemana.
Vivió su infancia lejos de su familia, cuando su padre se jubiló fueron a vivir al
principio cerca de Berlín. Pero la mayor parte del tiempo vivieron en Veldestein,
en las proximidades de Núremberg, en un castillo medieval perteneciente al pa-
drino de Hermann y padre de Albert, el doctor Hermann Espenstein.
Ese entorno romántico influyó en su inclinación por todo tipo de vestimenta. Sus
resultados en la escuela, luego de un internado privado, fueron mediocres, pero
todo cambió en cuanto se le envió a la escuela de cadetes de Karlsruhe y más
tarde, en 1910, a la famosa Gross Lichterfelde cerca de Berlín. Adoraba literal-
mente la vida de aspirante a oficial prusiano y llevaba con orgullo el uniforme. De-
spués, cuando fue a Italia en compañía de sus amigos, redactó su diario donde
decía que admiraba las obras de Leonardo Da Vinci, Rubens, Tiziano y Bellini; esa
pasión por la pintura lo convertiría más tarde en uno de los coleccionistas más ex-
pertos de Europa.
99 D. N., 1809-PS.
100 N. D. (C. and A.), Supplement B, pág. 1179, Proceedings, part. 10, pág. 194.
101 D. n;, 1776-PS.
102 Con respecto a dichos detalles véanse Nazi-Soviet Relations, 1939-1941, y, tam-
1943.
106 Testimonio del general Warlimont en el año 1945, D. N., 3032-PS. Según War-
limont, Hitler hizo estas observaciones algún tiempo antes del 29 de julio del año
1940. No creemos equivocarnos al decir que hizo ya estas observaciones antes del
15 de julio, en cuya fecha decidió llevar a la práctica el plan «Sea Lion» en el oto-
ño.
107 Según Warlimont; véase D. N., 3032-PS y sus posteriores declaraciones en D.
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caso de un ataque alemán contra Gibraltar, véase documento núm. 2, pág. 105.
128 Véase Nazí-Soviet Relatíons, 1939-1941.
129 D. N., 2S5S-PS, págs. 323-4.
130 D. N., 1799-PS.
131 Véase W. S. Churchill, The Second World War, vol. II (Their Finest Haúr),
págs. 550-1. Con respecto a la alarma de Hitler con referencia a Vichy, véase igual-
mente su carta a Mus-solini del 31 de diciembre de 1940, citada por Churchill en
The Second World War, vol. III (The Grand Álliance), págs. 10-13, de Hitler e
MussolM, Lettere e Documenti.
132 Citada por W. S. Churchill, The Second World vol. III (The Grand Allian-
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ponen el archivo de las notas conservadas por el Estado Mayor Naval con motivo
de las relaciones ruso-germanas. En especial, los id. 104, 105, 107, 114, 116, 124,
128, 132, 133, 137, 144, 146, 149, 151, 159, 166, 167, 169, 176.
141 El río Moldavia pasa por Praga.
142 D. N. (C. and A.), Affidavit H.
143 D. N., 170-C, id. 168.
144 Proceedíngs, part. 10, pág. 250.
145 D. N., 74-C.
146 D. N., 446-PS.
147 D. N., 134-C.
148 D. N., 1317-PS; 447-PS; 1017-PS; 865-PS.
149 D. N., 2353-PS; págs. 368-373.
150 D. N., 872-PS.
151 D. N., 33-C, pág. 232.
152 D. N., 1746-PS, part. II.
153 D. N., 873-PS.
154 D. N., 876-PS.
155 El desembarco alemán en Creta comenzó el 20 de mayo.
156 D. N., 134-C.
157 D. N., 448-PS.
158 D. N., 872-PS.
159 Desmond Young, Rommel, pág. 93.
160 D. N., 134-C.
161 D. N., 872-PS.
162 D. N., 33-C, pág. 17.
163 Véase The Spanish Government and the Axis. Documentos núms. 12 y 13 en re-
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nes navales, que el 18 de febrero insistió «en la ocupación de Malta, incluso antes
cíe «Bai'barosá». (Véase D. N 170-C, id. 121.)
168 D. N., 872-PS.
169 D. N., 448-PS.
170 El envío de estas fuerzas.fpé anulado posteriormente poíno considerarlo esen-
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176 Goering admite que Creta podía demostrar su utilidad contra el tráfico británi-
co por el canal de Suez, pero destaca que «por aquel tiempo habían sido llevados
a cabo los preparativos para la invasión de Rusia y nadie pensaba en ir a África...
Creta hubiera podido ser una base para los ingleses contra nuestra posición en los
Balcanes y hubiera evitado una posible conexión entre... las flotas rusa y británi-
ca». (Véase D. N. (C. A.), suplemento B, página 1108.)
177 Véase el informe del vicealmirante Jefe de la Sección Naval Alemana con base
PS; en relación con las directrices del 18 de diciembre de 1940, D. N., 446-PS.
179 D. N., 174-C.
180 D. N., 849-D.
181 Con respecto a la creciente actividad americana en el Atlántico, véase W. S.
Churchill, The Second World War, vol. III (The Grand Alliance), cap. VIII. Entre
estos incidentes, debe mencionarse la detención en alta mar del buque mercante
americano Robín Moon, examinado y hundido por un submarino el 21 de mayo, y
el buque de guerra de los Estados Unidos Texas, perseguido por un submarino
durante los días 19 y 20 del mes de junio.
182 D. N., 118-C.
183 El buque mercante Sessa, que enarbolaba la bandera del Panamá, fue hundido
459.
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185 Edward Frederick Lindley Wood, 1er Conde de Halifax, KG, OM,
GCSI, GCMG, GCIE, PC (16 de abril de 1881–23 de diciembre de 1959), conocido
como Lord Irwin entre 1925 y 1934, y como Vizconde Halifax desde 1934 has-
ta 1944, fue un político conservador del Reino Unido. A menudo es recordado co-
mo uno de los arquitectos de la política de apaciguamiento anterior a la Segunda
Guerra Mundial. Durante varios años ocupó responsabilidades ministeriales en el
gabinete, siendo la más destacada de ellas la de Secretario de Estado de Asuntos
Exteriores en 1938, cuando se firmaron los Acuerdos de Múnich. En abril de 1926
sucedió a Lord Reading como Virrey de la India, ocupando el cargo hasta 1931.Na-
cido en una familia originaria del oeste del Reino Unido, los tres hermanos may-
ores de Halifax murieron durante la infancia, dejándole como heredero del título
nobiliario de su padre. Halifax nació con el brazo izquierdo atrofiado y carente de
mano, hecho que no le impidió aprender a montar a caballo, cazar o disparar.
Hijo de Charles Wood, 2º Vizconde Halifax, fue educado en el Eton College y en el
Christ Church College de Oxford, llegando a ser miembro del All Souls College.
Entre 1910 y 1925 ejerció como miembro del Parlamento. Durante la Primera
Guerra Mundial sirvió como Mayor en el regimiento de los Dragones de York-
shire, aunque prácticamente no entró en batalla, siendo destinado a tareas admin-
istrativas en 1917.
Tras ser rechazado para el puesto de Gobernador General de Sudáfrica y para el
de Subsecretario para las colonias, en 1922 se convirtió en Secretario de Estado
de Educación bajo el gobierno de Andrew Bonar Law, cargo en el que estuvo has-
ta 1924, cuando pasó a ocuparse de la cartera de Agricultura bajo el mandato de
Stanley Baldwin. Wood fue Virrey de la India entre 1926 y 1931. En 1925 había si-
do propuesto por el Rey Jorge V, debido a su origen familiar (su abuelo había sido
Secretario de Estado para la India) y a su inmaculado pedigree. Nombrado Bar-
on Irwin, llegó a Bombay el 1 de abril de 1926 con la intención de mejorar las re-
laciones Anglo-Indias y de calmar las tensiones religiosas en el país. Hombre de
profundas convicciones religiosas, fue considerado como la mejor elección para
negociar con Mahatma Gandhi. Tras su nombramiento, ignoró a Gandhi durante
19 meses.
El mandato de Irwin estuvo marcado por un perido de gran confusión política. La
exclusión de los miembros Indios de la Comisión Simon, encargada de estudiar
las reformas necesarias para llegar a un cierto nivel de autogobierno, provocó im-
portantes brotes de violencia, lo que obligó a Irwin a conceder ciertos privilegios
que fueron considerados como excesivos por el gobierno de Londres y como insu-
ficientes por parte de los indios.
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170-C, id. 134). Los comentarios de Raeder constan igualmente en D. N., 152-C.
196 Véase W. S. Churchill, The Second World War, vol. III (The Grana Alliancé),
pág. 161.
197 D. N., 1538-PS.
198 O Blagovestchensk: una ciudad en la frontera manchú do la U.R.S.S.
199 Véase W. S. Churchill, «.The Second World Wor», vol. III (The Grana Állian-
pág. 350.
210 D. N., 2932-PS.
211 D. N., 2353-PS; págs. 323-4.
212 D. N.; 134-C.
214 D. N, 134-C.
215 D. N., 556-2-PS.
216 Esto era verdad. El H. M. S. Barham fue hundido el 25 de noviembre de 1941;
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217 Pero no hasta el extremo que pudiera justificar las criticas de Halder en Hitler
as War Lord (Putnam, 1950), donde (pág. 36) escribe: «Era característico de Hi-
tler y de su capacidad estratégica que bajo la influencia de las victorias de Rom-
mel abandonó por entero su política de aceptar que una victoria decisiva sobre In-
glaterra en el norte de África era imposible. No tardó en sumergirse en extrava-
gantes visiones de la conquista de Egipto, de la ocupación del canal de Suez e in-
cluso del enlace con los japoneses a través del mar Rojo.» Es, desde luego otra
cuestión, si Halder, equivocándose al argüir que Hitler estuviera ya equivocado en
1942, no se equivocaba asimismo al argüir que estos objetivos eran imposibles de
alcanzar en una fecha anterior.
218 Para la ulterior evidencia de que el aplazamiento del plan de Malta fue una de-
cisión tomada por Hitler y Rommel, y que «fue asimismo rebatida por Jodl y el
Estador Mayor italiano», véase la carta de \& señora Jodl en el Times Ltterary
Supplement, 22 de septiembre de 1950.
219 Estas cifras incluyen los submarinos en ruta hacia las zonas dé operaciones
D, 642-D y 663-D.
221 Doenitz había asistido una vez a estas conferencias, el 17 de septiembre de
1941, pero esta entrevista había tenido como especial objeto discutir los inciden-
tes con los Estados Unidos en el Atlántico. El 14 de mayo de 1942 fue la primera
vez que Doenitz participó en una discusión sobre la ofensiva submarina.
222 El aceite Diesel, utilizado por los submarinos y los acorazados de bolsillo, no
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