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There will be blood

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Mara Negrón

¿No sé si recuerdan la película There will be blood (2007), traducida al castellano por “Los
pozos de la ambición”? Daniel Day-Lewis hace el papel de un ambicioso don nadie que poco
a poco convence a todo un pueblo de California de venderle sus tierras a cambio de la
construcción de escuelas, de infraestructura y trabajo. La comunidad está sumida en la
superstición del fundamentalismo religioso. Un pacto muy siniestro pero evidente se firma
entre la religión y el capital. Las mejores escenas de la película son aquellas en que
Plainview, el ambicioso petrolero, negocia su influencia moral sobre la población del pueblo
gracias a la cooperación del interesado y avaro pastor, Eli Sunday (Paul Dano). Desde el
título de este relato del petróleo y del fundamentalismo americano se nos promete sangre.
Y la habrá. No sólo la sangre negra del petróleo extraído de la tierra, sino también la sangre
de los hombres que con su fuerza de trabajo extraen el preciado mineral y que la tierra se
chupa a su vez, pero sobre todo la que Plainview derrama al final cuando le raja la cabeza a
Eli Sunday, pues éste durante años se ha mantenido fiel a su contrato: salvación por dinero.
La religión es el rostro limpio y moral del capital amoral. El bienestar y la riqueza del primer
mundo siempre se han levantado sobre la explotación y la muerte: éste sería uno de los
mensajes de este poema épico del desarrollismo capitalista. Petróleo y capital que como
dioses hacen posible nuestro bienestar. Sólo los esfuerzos de ciertos sectores políticos han
trabajado para denunciar el imperturbable trabajo de la muerte que supone el progreso.
¿Pero, estamos dispuestos a renunciar a él? No. Pues no queremos renunciar al aire
acondicionado, no queremos renunciar al carro, no queremos prescindir de nuestras
comodidades ni cambiar nuestros gestos cotidianos. Así que nuestra riqueza siempre huele
un poco, o bastante, a sangre.
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Cuando pienso en la construcción del “gasoducto” anunciada por la Autoridad de Energía
Eléctrica de Puerto Rico no puedo dejar de meditar en una nueva aventura energética.
Pienso, con cierto pesimismo, que hay mucho dinero pero que también “habrá sangre”.
Otro siniestro pacto entre intereses financieros revestidos con el color verde se está
firmando. Este proyecto de infraestructura del gobierno de Fortuño, ha sido como sabemos
bautizado, cínicamente, “Vía verde”. ¿Cómo puede un proyecto de perforación de un tubo
para transportar gas “natural” tomar su color a la causa del ecologismo mundial? En ningún
país del planeta la construcción de un tubo de 92 millas, que atraviese la isla desde Peñuelas
hasta San Juan, a un costo de 9.6 millones (contrato otorgado a un desarrollista sin
experiencia en construcción de gasoductos, pero que es un gran amigo del Gobernador, el
señor Pedro Rey Chacón), se consideraría un proyecto ecológico. ¿Cuándo en Puerto Rico
nos sentaremos realmente a hablar con seriedad de ecología? ¿Cuándo se convocarán
diversos sectores enterados para pensar una transformación de nuestros hábitos
cotidianos a la par con un desarrollo de nuestra infraestructura pública que, a muy largo
plazo, sea sostenible y cónsono con las advertencias de la comunidad científica mundial en
cuanto al calentamiento global se refiere? ¿Cuándo vendrá un gobierno que convierta en
una prioridad el desarrollo serio, de veras serio, de una transportación pública eficaz y
accesible? ¿Para cuándo los programas de reciclaje, para cuándo el fomento de la
agricultura? ¿Para cuándo un uso más responsable del recurso del agua? ¿Para cuándo una
configuración de desarrollo que tome en consideración nuestras condiciones geográficas y
climáticas? ¿Por qué no pensar en energías renovables no contaminantes como la energía
solar y eólica? Lo cierto es que no será con la Administración de Fortuño, y probablemente
tampoco con la próxima. Nuestros políticos carecen de compromiso, la mayor parte de las
veces no están informados y en última instancia el amiguismo y la corrupción terminan
decidiendo nuestro futuro. Esto se combina con la dejadez de las mayorías. ¡¿Así la “vía
verde” servirá para bajarnos la factura de electricidad?! ¡Oh, loable finalidad, prueba
fehaciente del altruismo de nuestro Gobernador! «Algo huele a podrido en el reino… », todo
esto huele a especulación, a dinero, y creo que va a haber lamentablemente sangre.

Leer la página de la AEE sobre “Vía verde” no carece de interés. Han pensado en todas las
preguntas que uno se puede hacer sobre el gasoducto aunque sus respuestas orientan la
lectura hacia conclusiones muy simplistas. Si bien no es falso que el gas natural es más
barato que el petróleo y que es una energía fósil más limpia que el petróleo (PERO NO
LIMPIA DEL TODO), las protestas y cuestionamientos que ha suscitado este proyecto
provienen no tanto de los entendidos generales sobre este recurso, sino sobre su impacto
ambiental. El problema del proyecto no es el gas natural, es la construcción del gasoducto.
¿Por qué un proyecto tan riesgoso y de tal envergadura que no nos hará a largo plazo
menos dependientes de la compra de energía? Pues el gas natural que cruzará el
gasoducto, como el petróleo que hoy consumimos, hay que comprarlo. Cierto, su precio en
el mercado es menor que el del petróleo, pero va en aumento. Es decir, este proyecto no
contempla la producción de energía, que sería la única manera de tornarnos a largo plazo
independientes de los mercados americanos del gas natural. El proyecto consiste en
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construir un “supertubo”, un gasoducto, para transportar una energía cuyos precios
continuarán dependiendo de la demanda mundial. No hay duda de que se trata de un
negocio a escala mundial, y que Estados Unidos es el líder de esa revolución del gas
natural.1

¿Por qué se piensa que los abastos de este recurso son abundantes? Ya que no es el gas
natural el que por sí solo podrá subvenir a la demanda mundial, sino su combinación con el
gas de esquisto. Afirma Leslie Palti-Guzmán, especialista del gas natural del Energy
Intelligence Group de New York, (citada por el periódico Le Monde: 13.04.11): «Las ventajas
del gas son múltiples: de todas las energías fósiles es la menos contaminante, existe en
abundancia y a un precio competitivo gracias al descubrimiento del gas de esquisto…». Los
Estados Unidos han desarrollado las técnicas de extracción del gas no convencional o gas de
esquisto, técnicas y recursos que se han convertido hoy por hoy en el centro de los
intereses económicos del planeta en cuanto a energía se refiere. El gas de esquisto es el
nuevo petróleo.

Una somera lectura de los diarios europeos basta para constatar que se trata en este
momento de un negocio de talla en el que hay mucha especulación y dinero. Desde nuestra
primera revolución industrial en el siglo XIX, los hombres se han adentrado en las entrañas
de la tierra para extraer de ella su subsistencia. Así hemos pasado del carbón, al petróleo,
de éste a la era nuclear, y quizá estemos en transición hacia la era del gas de esquisto. La
especulación de los grupos petroleros globales es febril.

El gas de esquisto parece ser el nuevo oro. El capital mundial petrolero ha descubierto una
nueva manera de reciclarse: perforar la tierra para extraer esta sustancia abundante en el
planeta. En tiempos en que los accidentes nucleares como el de la central japonesa de
Fukushima nos invitan a repensar nuestras necesidades energéticas, y en todo caso, a
estimarlas en función de la protección de la vida y el ambiente, y que el petróleo se
encarece y sus reservas disminuyen, los partidarios del nuevo oro gasificado se precipitan a
perforar los valles y montañas del planeta. Los canadienses saben bastante del asunto pues
todo el valle de San Laurent, que los americanos miran con mucho interés, ha sido
destinado a ese uso.

Demos algunas precisiones técnicas. El gas de esquisto, gas natural de tipo no convencional,
se encuentra sedimentado en el esquisto, una roca. Esta roca sedimentada es muy
abundante en el planeta. Las técnicas para su extracción consisten en liberar esa sustancia
aprisionada en la roca. La producción del gas natural convencional es menos costosa pero
sus reservas se han reducido, razón por la cual la industria petrolera y del gas a escala
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mundial ven un nuevo dorado en la explotación de combustibles fósiles como el gas de
esquisto. En el pasado su producción era juzgada muy costosa pero los avances
tecnológicos como la fracturación hidráulica y la perforación permiten abaratar los costos
de la extracción del gas de esquisto. Se trata además de una fuente en gran cantidad. Según
el Instituto Francés de Petróleo se estiman en 920.000 millares de metros cúbicos, es decir,
una cantidad cinco veces superior a la del gas convencional. El tercio de esa nueva fuente de
riqueza se encuentra en el Asia del Pacífico, y una cuarta parte en Norteamérica, en
particular en Québec. Los Estados Unidos planifican duplicar su producción de gas de
esquisto de aquí al 2035. Actualmente, son el primer productor mundial, precedido sólo por
Rusia. La China abrió en el 2010 un centro de investigación y dispone de una gran cantidad
de la preciada roca.2

El programa GASH (Gas Shales in Europe) está preparando un mapa de las reservas de gas
de esquisto. En Europa ya se han perforado pozos en Alemania, Suecia y Polonia. El sur de
Francia contiene importantes reservas, y el subsuelo de París cuenta, según cifras del
periódico Le monde con 100 millares de barriles, es decir, el equivalente de las reservas
petroleras de Kuwait… Los patrones del petróleo y del gas mundial se entusiasman, sobre
todo por la abundancia del recurso.

Todo suena muy bien, hay gas de esquisto para los próximos 120 años. ¿Estamos en el
mejor de los mundos posibles: energía en abundancia, a bajo costo y que no contamina el
ambiente?

Hasta ahí la panacea: la extracción de esos hidrocarburos es desastrosa para el


medioambiente y las poblaciones que viven cerca de esos recursos. El proceso de extracción
sucede en dos tiempos. Primero se perfora para extraer el gas, –entre unos 2,000 a 3,000
metros de profundidad– y luego se hace “una fracturación hidráulica”: El gas se extrae
literalmente explotando la roca con agua a presión. Cada “fracturación” requiere entre 15 a
20 millones de litros de agua, es decir, el consumo cotidiano de una ciudad de 40,000
habitantes. Además, el agua se mezcla a productos químicos, algunos de ellos carcinógenos,
que luego contaminan los cuerpos de agua tornándolos inaptos para el consumo humano y
animal. El documental americano Gasland, de John Fox, que los cines del patio deberían
proyectar, muestra cómo en algunos lugares cerca de la extracción de esta roca el agua de
la pluma es inflamable.

Como si fuera poco, al momento de liberar la piedra se produce la emisión de metano, un


gas que es 25 veces más contaminante que el CO2 en cuanto a sus efectos para el
calentamiento global. Algunos investigadores americanos también han advertido del posible
riesgo de actividad sísmica relacionada con la explotación de este gas.

En Estados Unidos desde 2007 -según cifras que aparecen en la página de la Asociación de
Québec de Lucha en contra de la Contaminación Atmosférica-, hay 449,000 pozos
repartidos en 32 estados. Debemos concluir que así se está redibujando una nueva
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cartografía mundial energética en la que hay grandes intereses por parte de los grupos
petroleros todo poderosos como Aramco, Petrobras, Exxon, Shell, BP, Total.

El periódico New York Times ha denunciado los efectos nefastos de la explotación de ese
nuevo oro y publicó a finales de febrero una vasta investigación con documentos
confidenciales de la Agencia de Protección del Ambiente de los Estados Unidos. La misma
agencia que ha desestimado los reclamos de la comunidad en Puerto Rico. Y no es de
extrañarnos.

¿La pregunta que nos podemos hacer es qué es lo que vamos a comprar y a transportar por
el gasoducto? ¿Es gas natural o gas de esquisto no convencional, el nuevo oro de la industria
petrolera y del gas mundial?

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