La primera fiesta del nunca se olvida, le había dicho Romero, cuando le
entregó la invitación a la Gala del Solsticio. Sol se sentía una actriz de Hollywood, era su primera invitación a las famosas fiestas de los ejecutivos de la empresa. Había hecho dos entregas de dinero en solo una semana y Romero quería agasajarla. Nunca había visto tanto lujo. En Santa Rosa de la Pampa nadie tenía una mansión como esa, ni siquiera la Casa Grande de la tía Carmela se comparaba con las columnas de mármol negro, los pisos de Carrara y los muebles Luis XI originales. Los hombres y mujeres parecían de otro mundo, con sus sonrisas impecables y sus ademanes encantadores. Parecían de otro mundo. Sol recorrió despacio los seis bares dispuestos alrededor de la piscina sin decidirse a tomar algo. Alguien le rozó el hombro. - Hola, tú eres Sol verdad, yo soy Mónica, cuando Romero invita a alguien por primera vez soy la encargada de mostrarle la casa - dijo en tono monocorde, mirándola fijamente, sin sonreír. Era una morena alta y espléndida y se movía con soltura. - ¿Vas a quedarte a dormir? - No, había pensado volver a mi casa – contestó Sol y se sintió fuera de lugar al lado de esa mujer esfinge. - Si cambias de opinión, me lo dices – respondió Mónica y siguió con su tono automático - Empezaremos por la biblioteca. - Un camarero les acercó copas de cava, sortearon a los malabaristas que en ese momento hacían acrobacias con clavas de fuego y llegaron a la biblioteca donde un grupo de hombres fumaban puros y debatían sobre temas políticos. Había dos camareras con uniformes dorados y tacones altísimos. - Desde luego este no es el sitio más animado- dijo Mónica - pero está bien si quieres conocer gente y hacer contactos. - A mí me gustaría más bailar un poco – dijo Sol. - Las salas de baile están en la primera planta, ya llegaremos. Cruzando el parque tenemos la sala de masaje y la sauna por si quieres relajarte. - Esto parece un resort de cinco estrellas – comentó Sol. - En realidad es mucho mejor- dijo Mónica. En la sala de masaje casi a oscuras había diez camillas ocupadas por hombres y mujeres bañados de una luz muy pálida de color violeta. Sol pudo aspirar el aroma a de incienso y aromas esenciales. Sonaba una música extraña de tonos muy graves. A Sol le hubiera gustado entrar pero Mónica apresuró el paso hacia un pequeño puente sobre un lago artificial que conducía a la bodega. En la puerta había dos hombres altos de traje que no movieron la cabeza para mirarlas. - A la bodega te llevare otro día, ahora no se puede- dijo Mónica y la condujo hacia un camino bordeado de hortensias y grandes bancos de madera labrada. Subieron a la primera planta por una escalera muy ancha de hierro forjado. En la primera planta había tres salas de baile, un salón comedor y una sala de Juegos. - Qué raro no se escucha la música- dijo Sol. - Todas las salas están insonorizadas para no molestar a los que juegan al póker o al ajedrez en la sala de juegos. - ¿En la segunda planta qué hay?- preguntó Sol curiosa. - Están los dormitorios, y el despacho privado de Romero. Se puede entrar en todas las habitaciones menos en esa- le advirtió. Una joven de largos cabellos rubios y cara aniñada se acercó nerviosa a Mónica y le dijo algo al oído mientras se frotaba las manos temblorosas. - Terminaremos la visita en otro momento - le dijo Mónica y sin darle tiempo a responder desapareció con la joven. Sol se quedó mirándolas bajar rápidamente las escaleras en dirección a la bodega y sin poder evitar el impulso, las siguió. Se escondió bajo la escalera de hierro y vio a las dos jóvenes entrar en la bodega. A rato salió Romero hablando con un hombre canoso. Algo parecía inquietarlos. Romero hizo una señal a los guardias de la puerta y en unos segundos se apagaron las cuatro farolas que alumbraban el sitio. En la oscuridad Sol no podía distinguir las formas con nitidez, le pareció ver a alguien que vestía una túnica y a una mujer que se quejaba y no podía caminar. Los hombres de traje y corbata la cogieron cada uno por un brazo y se la llevaron hacia la parte de atrás de la bodega. La chica dijo algo en voz alta, le pareció reconocer el acento ruso de Katerina, la recepcionista. El corazón de Sol latía de prisa. Desde donde estaba ya no podía ver nada, solo sombras a la luz de la luna.