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Rocío rueda
Antonio Quintana R.
Investigaciones:
Instituto para la Investigación Educativa y el Desarrollo Pedagógico.
IDEP 2008.
M. Heidegger
Este desfase es muy importante de considerar pues puede afectar no sólo el nivel
de conocimientos técnicos y de las habilidades de los usuarios, operarios y
gestores del nuevo sistema, sino incluso las preferencias y valoraciones respecto
a los objetivos del mismo. En consecuencia, el concepto de tecnología
incorporada tiene que ver con el de «flexibilidad interpretativa de los aparatos»,
refiriéndose aquí Quintanilla a la obra de Bijker (1994) 6 , donde el conjunto de
los contenidos culturales (interpretaciones) que se pueden incorporar a un
sistema técnico no es ilimitado, pues existen restricciones impuestas por la propia
estructura del sistema; es decir, aunque todos los artefactos admiten diferentes
interpretaciones, no todas las interpretaciones lógicamente posibles son
técnicamente compatibles con cualquier artefacto. La razón de estas limitaciones
no puede estar de nuevo en las condiciones sociales y culturales que contribuyen
a configurar una tecnología, sino en la estructura interna del sistema técnico.
Sin embargo, esta teoría es criticada por el mismo Quintanilla al señalar que no
deja lugar para analizar el diferente papel que en el desarrollo tecnológico
desempeñan las interpretaciones que se incorporan a los sistemas técnicos. Por
ejemplo, la interpretación de las técnicas de control de la maternidad como
«instrumento del diablo» lo que impidió o limitó su difusión; y aquellas otras,
que permanecen fuera de ellos, pero que pueden tener una gran incidencia en su
desarrollo y en su configuración social, como la conciencia ecologista que ha
conducido a innovaciones técnicas.
Ante esta situación, Quintanilla propone analizar con más detenimiento los
mecanismos de trasvase de contenidos culturales desde los sistemas técnicos a
los sistemas sociales, y a la inversa, esto es. de los sistemas sociales a los técnicos,
sin embargo, Quintanilla resalta la carencia de una teoría comprensiva y
suficientemente apoyada en datos empíricos que nos ayude a comprender los
cambios técnicos, que son por lo general de alta complejidad.
La lección que nos deja Quintanilla es que este vacío se debe en parte a la
parcialidad de los enfoques teóricos sobre la técnica, especialmente en el campo
de la filosofía y de las ciencias sociales. Así, la consideración de la técnica como
una forma de conocimiento (práctico, aplicado, etc.) facilita la identificación de
la técnica con la cultura, pero dificulta la percepción de las complejas
dimensiones de la cultura técnica. De otra parte, la concepción de la técnica, como
artefacto socialmente construido, si bien permite reivindicar un papel importante
de los factores culturales en el desarrollo de lo técnico, reduce todos los aspectos
relevantes del cambio técnico a cambios sociales.
En países como el nuestro tal vacío tiene unas implicaciones particulares. Por
ejemplo, ni tecnólogos, ni ingenieros producen conocimientos para resolver
problemas. La formación de técnicos y tecnólogos reproduce una
instrumentalización de estos campos de saber, que reduce su acción a vincularse
y adaptarse a un mercado laboral. En efecto, nuestra política educativa, en
términos de la formación tecnológica, está orientada bajo una lógica de educación
para el trabajo, más que en una lógica de la educación para la invención, la
expresión o producción cultural.
De los sistemas técnicos a la tecnocultura
Cerremos el grupo de españoles con José Sanmartín, quien intenta interpretar la
historia del ser humano como un proceso creciente de inadaptación de la
naturaleza y, a la vez, de adaptación al entorno tecnocultural que él mismo ha ido
construyendo sobre aquélla; entorno hecho de aparatos. Su hipótesis es que la
historia del ser humano podría describirse como la evolución de un ser que,
adaptado en sus fases protohumanas a la naturaleza, inició el camino de la
hominización en el momento mismo en que empezó a huir de la naturaleza,
interponiendo entre él y su entorno natural algunos productos de la tecnocultura.
Para Sanmartín la característica del siglo XX es la de ser el tiempo de la tecnología
más que de la técnica, entendiendo por aquélla una técnica guiada por la ciencia
hacia el control de una entidad o proceso.
Sin embargo, Sanmartín destaca que los productos de la tecnología ya no sólo se
superponen a la naturaleza, sino que se están integrando en la estructura de lo
real como si fueran naturales; es decir, el conocimiento científico de la estructura
íntima de lo real está permitiendo controlar tecnológicamente entidades y
procesos naturales desde su interior, lo que se traduce, por ejemplo, en lo
reproducción o replicación artificial de esas entidades y procesos naturales.
Los ejemplos desde la genética, la biología molecular y la microbiología nos
señalan cómo de igual modo que hemos creado artificialmente elementos
naturales, podemos ahora producir seres vivos naturales e inventar nuevas
especies, si no van dotados de la etiqueta «made in», difícilmente pueden
distinguirse de sus homólogos naturales (Sanmartín, J. 2001:88).
En efecto, a partir de la segunda mitad del siglo xx se ha producido un cambio
cualitativo notable en la construcción de nuestro medio. Y nunca mejor dicho lo
de “nuestro” porque es a ese entorno tecnocultural que vamos interponiendo
entre nosotros y la naturaleza al que nos hemos adaptado progresivamente
conforme nos hemos alejado de la naturaleza (Sanmartín, J. 2001:80).
En cosecuencia esta red de la tecnocultura ya no se entiende por encima de la
naturaleza sino que se encuentra en el centro mismo de ésta, reconstruyéndola, a
modo de naturaleza artificialmente construida o “tecnonaturaleza”.
Sanmatín avanza un paso más y se pregunta cómo esa tecnonaturaleza ha perdido
en lagunos casos visos de realidad y se ha vuelto virtual. Una segunda
reconstrucción tecnológica de la naturaleza la ha convertido ahora en puros bits
de información donde el ser humano empieza a adaptarse a
esa tecnonaturaleza virtual, principalmente de redes digitales; adaptación que ha
comenzado por la esfera cultural, económica, y laboral. Una nueva realidad se
construye en las pantallas, influyendo no sólo en nuestra conducta, sino sobre
nuestra percepción del mundo, haciéndonos vivir frecuentemente una realidad
que en cierto modo es virtual, pero que desde los propios medios puede
presentarse como “realidad real” .
En suma, para Sanmatín comienza a percibirse además una separación drástica
entre los que adaptan y los inadaptados al nuevo orden de las cosas. Se está dentro
o fuera del nuevo sistema – aunque no exclusivamente-, según se controle y
maneje o no la información. El poder ya no consiste tanto en controlar
tecnológicamente la naturaleza, cuanto en controlar la información producida
tecnológicamente. Como sugerencia, Sanmartín propone una Ética global y una
Declaración Universal de Responsabilidades, que se traducirán en un marco que,
sin cercenar la curiosidad científica y sin lastrar a priori las potencialidades de la
tecnología, eviten que el ser humano, la sociedad y el medio ambiente se
expongan a daños irreparables.