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“Quiero que la gente me trate mejor en la calle, con respeto” (Pipi, 14 años)
“No quiero estar en la calle. En algunos lugares la gente te trata mal, quisiera que la
gente cambie…” (Ariel, 11 años)
“Algunos me tratan mal, no tienen que cuestionarme, yo igual si no me compran digo
muchas gracias.” (Jonathan, 10 años)
“Que la gente me trate bien cuando vendo la revista, que sonrían y me digan gracias,
hasta luego.” (Débora, 11 años)
Estos niños sólo piden un guiño, un gesto de afecto que los habilite como seres
humanos, como parte integrante de la sociedad. Su brazo en alto no busca golpear sino
poner en venta una revista que, reflejando sus inquietudes y necesidades, les permite, a
penas, sobrevivir. La sociedad los rechaza como si esgrimieran un arma. Son, en
definitiva, el espejo en el que no nos queremos ver. Un espejo que, destrozado, repite,
hasta el cansancio, la imagen de nuestros pensamientos más miserables.
La pobreza y la marginación de los otros se convierte, así, en el reaseguro de aquellos
que gozan de los beneficios de “pertenecer” que son, en definitiva, los de poder “ser”.
Esta forma de exclusión no hace más que sumarse a una larga “genealogía del
racismo” que como señalaba Foucault existe desde mucho tiempo atrás y fue inscripto
en los mecanismos del Estado con la emergencia del biopoder y la determinación de una
separación entre “…lo que debe vivir y lo que debe morir.”
De este modo, el “racismo” (y hasta el “pobrismo”) tiene una doble función. Por un
lado, procura fragmentar, desequilibrar; y por el otro imponer el principio que sostiene
que mi vida depende de la muerte del otro.
“El racismo representa la condición con la cual se puede ejercer el derecho a matar.”
(Foucault, 1976) La historia de la humanidad sabe, sin dudas, de esto. Como señala
Ana Arendet (1963) en muchas sociedades el mal se naturaliza y pierde la “…
característica por la que generalmente se le distingue, es decir, la característica de
constituir una tentación”. De la tentación al “uso legal de la violencia” las estrategias
de opresión social presentan un amplio abanico de posibilidades no sólo instrumentadas
desde el aparato jurídico. Los medios de comunicación y el sistema educativo en
general cumplen una función primordial en la difusión de estas ideas.
A manera de ejemplo podemos remitirnos a dos situaciones muy reciente.
Con motivo de inicio del período lectivo 2007, la revista para niños GENIOS (del
Grupo CLARÍN) entregó, a manera de regalo, el diccionario ESPASA (Emecé Editores
SA/ Espasa. Impreso por Mariano Mas SA) en el que el término “judío” aparecía
definido como “avaro, usurero” (pág. 230) en una de sus acepciones.
Esta promoción de la edición Nº 469 de la revista escolar, provocó una denuncia del
padre de uno de los lectores ante el Instituto Nacional contra la Discriminación
(Inadi)
Este Instituto pidió el retiro del diccionario de circulación y consideró que este hecho
resultaba gravísimo atendiendo a la “…extendida distribución que supone a lo largo y
a lo ancho del país en el marco del comienzo de las clases”
Debemos recordar que la Real Academia Española decidió, no hace muchos años,
eliminar esta acepción del término “judío” de su diccionario, luego de una gran
polémica, no porque constituyera un “error” sino porque su diccionario es de
“definiciones” y no de “usos”.
En lo que a la justicia se refiere, tampoco son escasos los hechos de discriminación que
dejan sentado un nefasto precedente.
Una niña mocoví fue víctima de una violación a principios de noviembre de 2006 por
parte un vecino de Colonia Dolores (Santa Fe – Argentina). La Jueza de memores
Susana Bilich decidió sacarla de su comunidad instrumentando una suerte de “castigo
colectivo” por considerar que esa población no había sido capaz de protegerla. Así, la
niña, no sólo violada sino arrancado de su grupo socio-cultural de referencia, fue
trasladada primero a la ciudad de Santa Fe; luego entregada a la presidenta comunal
Dora Salteño; después, en febrero, enviada a vivir con una familia en Buenos Aires y
actualmente se encuentra en San Genaro. La peregrinación y el desarraigo, que no hacen
más que profundizar el daño causado por la violación, son el resultado de su pertenencia
a una comunidad aborigen y de la visión despectiva que la justicia arroja sobre estas
poblaciones. Claro está que ningún Juez hubiera actuado de esta manera si la niña no
fuera mocoví. El supuesto de una sociedad “salvaje” y “primitiva” avala la decisión de
la Jueza que vuelve a violar a la niña, ahora, en sus derechos más elementales (Ley
26.061 de Protección Integral de los derechos de los Niños), haciendo culpable de un
hecho triste y lamentable a toda su comunidad.
El secretario de Derechos Humanos de la Provincia de Santa Fe, Domingo Pochettino,
afirmó que el hecho de haber separado a la pequeña de la comunidad mocoví significa
someterla "…a un proceso de re-victimización que debemos evitar por todos los
medios" equivalente "…a un destierro en Grecia” basado en “…un criterio capaz de
degradar los vínculos del grupo o comunidad que constituye un claro índice de
autoritarismo en el órgano o institución que lo aplica”.
Como podemos ver, son muchos los engranajes que aún actúan para sostener los sólidos
pilares del “racismo”. Pobre, judío o mocoví, el “diferente” debe sufrir el desprecio de
la mirada lacerante de los “otros”, los “normales” a la manera de un verdadero infierno.
La articulación social y las relaciones interculturales son abortadas, así, antes de poder
manifestarse, en sociedades que tienden a la segregación y la exclusión. La manera en
que nos definimos en relación a los grupos de referencias y de pertenencia que
constituimos dicta las pautas de funcionamiento de la dinámica social y de nuestros
sistemas “democráticos” de gobierno. En la mediada en que estos “principios” se
naturalicen y sean replicados no sólo por el aparato estatal sino por nuestro accionar
cotidiano, el “racismo” estará garantizado. Victoria Lovell (poetisa rosarina) escribió
alguna vez: “Si los otros no me piensan / como podré justificarme ante el espejo”. Será,
por lo tanto, en esta forma de pensar(nos) en la que se pongan en juego las posibilidades
de una diálogo intercultural auténtico y plural.