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23/II/2016

Valencia

La novela negra a pleno sol


Tertulia-Conferencia en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés

1.- Introducción.

PORTADA CONFERENCIA

Hoy en día, la novela negra está viviendo, según algunos, una edad de oro y
otros, menos complacientes, hablan sin remilgos de una ‘burbuja’ del género de la
misma forma que ya ocurrió hace unos años con la novela histórica, con las historias
de vampiros o, más recientemente, con la novela erótica. Es evidente que la literatura,
como cualquier otra cosa, no es ajena a las modas y lo más fascinante de todo es que
nadie sabe (aunque hay miles de teorías al respecto como explicaré más adelante) por
qué unas historias tienen más éxito que otras según unos patrones que nadie, repito,
nadie, sabe a ciencia cierta cómo funcionan.

La historia de la Literatura está llena de espectaculares metidas de pata (a J.K.


Rowling, por ejemplo, le rechazaron más de una docena de veces su historia sobre un
niño-mago porque los editores decían que no veían a quién podía interesar las
aventuras de un tal Harry Potter), de enormes e inesperados éxitos que nadie esperaba
como 50 sombras de Grey y también de sonoros fracasos de autores más que
consagrados que no conseguían dar con la diana del público a pesar de haberlo hecho
otras veces. La novela negra, ahora mismo, parece vivir, como decía antes, algo
parecido a una edad de oro o, como dijo hace escasas semanas un escritor de mucho
nivel literario y muy pocos lectores de cuyo nombre no me quiero acordar, es que la
novela negra ya es la nueva peste negra a la que se parece, incluso, en que causa
muchos muertos. Para zanjar la cuestión –si es que se puede zanjar de alguna
manera– me gustaría citar una frase de una autoridad en la materia como es el librero
Paco Camarasa. Decía Camarasa, comisario del festival Barcelona Negra y
propietario de la tristemente cerrada librería ‘Negra y Criminal’ de la Ciudad Condal
que el desprecio por la novela negra da la razón a dos grandes maestros de la
Literatura Universal como Borges y Bioy Casares cuando decían que “cabe sospechar
que ciertos críticos niegan al género policial la jerarquía que le corresponde
solamente porque le falta el prestigio del tedio (…) Ello se debe, quizá, a un
incofesado juicio puritano que considera que un acto puramente agradable no puede
ser meritorio”.

Y es aquí donde quiero poner el primero de los acentos en esta conferencia. En


mi opinión, la novela negra es un género dedicado al entretenimiento y, de paso,
cumple otras muchas funciones pero, en estos tiempos donde la oferta de ocio es la
mayor de la Historia de la Humanidad, una novela no puede pretender ser otra cosa
que lo que en realidad es: un modo agradable de vivir otras vidas, otras situaciones,
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aprender algo de camino (mucho o poco) y entretenerse la más de las veces. Hay
quien entiende que la Literatura debe ser siempre grave, trascendente, pesada y, en
definitiva, un auténtico peñazo y yo reivindico, como escritor, el papel del contador
de historias, del chamán que, a la luz de las hogueras en las cuevas, fabulaba nuevos
mundos que ayudaran a entender éste; del trovador que entonaba cantares de gesta de
damas, caballeros y dragones; del anónimo pícaro que enseñaba las vergüenzas de su
época escondido en la voz de Lázaro de Tormes o de los miles de escritores o
guionistas que nos han contado mil y una aventuras de todo tipo. Algunas nos han
servido sólo para entretenernos, de otras hemos aprendido algo y habrá muchas más
que sólo habrán supuesto una monumental pérdida de tiempo. Aún así, si lo
pensamos bien, los seres humanos llevamos siglos contándonos cuentos unos a otros
y lo que ha ido cambiando es el formato y así hemos evolucionado desde el mito
contado a la lumbre al videojuego y del mester de juglaría a la serie de televisión.

2.- Antiguas historias de amor y muerte.

Pero, de todos los cuentos, de todas las historias, entre las más atractivas
siempre hay dos elementos fundamentales que se repiten de manera obsesiva desde
hace siglos: el amor y la muerte. O, en sus versiones más extremas y, por tanto, más
atrayentes, el sexo y el asesinato. Los humanos, más que animales sociales, somos
animales de relatos. Necesitamos la narración y el cuento del que nacerán el mito, la
leyenda e incluso el dogma y la religión para entender por qué demonios estamos
aquí y qué es lo que podemos esperar del futuro. Por eso no es de extrañar que haya
sido con un libro con el que, casi, hemos construido una civilización.

CAÍN Y ABEL

Y me refiero –como ya habrán podido imaginar ustedes y, además podemos


verlo en esta imagen a la Biblia. No se me negará que, al menos en lo que al Antiguo
Testamento se refiere, la Biblia está llena de robos, asesinatos, violaciones, matanzas
e incluso genocidios. Es más, ya en su primera parte, el Génesis, aparece el primer
homicidio de la Historia de la Humanidad y su investigación por parte de las
autoridades o, por decirlo mejor, por parte de la única autoridad que había entonces:
Dios. Concretamente en el capítulo IV cuando Caín, loco de celos, mata a su hermano
Abel. Y también aparece aquí, en uno de los cuentos más antiguos de la Humanidad,
la primera resolución de un caso de asesinato aunque, en esta ocasión, como el
investigador es Dios, la verdad se averigua enseguida. Se lo recuerdo: cuando Dios le
pregunta a Caín dónde está Abel, el, hasta ese momento, presunto asesino le contesta
aquello de: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano? a lo que Dios le responde:
¿Qué has hecho? ¡Escucha! La sangre de tu hermano clama desde el suelo. Ahora
estás maldito y la tierra, que abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano
rechazará tu mano. Como puede verse, el mismo Dios aporta la prueba del crimen
para resolver el caso y eso que, como Todopoderoso, ya lo sabía con anterioridad,
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pero aún así muestra la evidencia ante el sospechoso que, como no podía ser de otra
manera, confiesa.

PROFETA DANIEL DE MIGUEL ANGEL EN LA CAPILLA SIXTINA

También en la Biblia podemos encontrar otro par de relatos donde se resuelve


un misterio y, en esta ocasión, sin intervención divina, sino gracias al ingenio y la
inteligencia de un investigador que no es cualquiera, sino el profeta Daniel. En el
Libro de Daniel hay dos historias que convierten a Daniel (cuyo nombre en hebreo,
quiere decir, por cierto, ‘Dios es mi juez’) en el primer investigador de la historia.

SUSANA Y LOS VIEJOS

La primera fábula es la conocidísima de Susana y los viejos cuya


representación vemos en este cuadro renacentista. Susana es una bella mujer judía
que vive con los suyos en el exilio de Babilonia cuando es sorprendida por dos
ancianos mientras se baña. Como no accede a darles sus favores, los ancianos le
acusan de adulterio y es condenada a morir lapidada. Cuando camina hacia su terrible
ejecución, el profeta Daniel, entonces un niño, detiene el cortejo e interroga a los dos
viejos sátiros que caen en numerosas contradicciones y se revela así la falsedad de su
testimonio, por lo que son ellos los condenados a muerte. En otro relato del Libro
Profético, Daniel –ya adulto– desenmascara a los sacerdotes del dios Bel, a quien el
pueblo entregaba comida y bebida cada noche como tributo y que, según ellos, era
consumida por la divinidad. Cada noche, las ofrendas desaparecían misteriosamente,
pero Daniel, un día, espolvorea harina en el suelo del templo y a la mañana siguiente,
las huellas en el piso y los restos de harina en las suelas de las sandalias de los
sacerdotes revelan el engaño. Aquí, no hay intervención de Dios, sino que es el
ingenio de un hombre el que deshace el misterio.

EDIPO REY ANTE LA ESFINGE

Aún puedo citar otro relato antiquísimo como precursor del género negro o
policial, pero de otra tradición también mediterránea, pero mucho más occidental. Me
refiero a la tragedia de Sófocles Edipo Rey, escrita entorno al año 430 antes de Cristo.
Como saben ustedes, Edipo es el rey de Tebas y sobre la ciudad ha caído la maldición
de la peste. El rey hace que se consulte al oráculo de Delfos que revela que la urbe ha
sido castigada porque la sangre del rey anterior, Layo, que fue asesinado, no ha sido
vengada y que, además, un gran pecado, como el incesto, se está cometiendo. Edipo
organiza una investigación que revela –con gran estupor– que el asesino de Layo es
él mismo que no sólo mató a su padre sino que, además, se casó con su madre,
Yocasta. Y todo eso en una estructura circular que, como lector me maravilla, pero
que como escritor me causa cierta depresión al comprobar que todo está ya inventado
y contado desde hace muchísimo tiempo.

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Podemos comprobar así que las historias sobre la muerte –o sobre el
asesinato– son las que han movido a la Humanidad desde los albores de la Historia y
lo sigue haciendo hoy en día. Uno de los escritores franceses de más éxito en estos
días, Pierre Lemaitre escribe en su novela Irène lo siguiente: «El éxito indescriptible
de la literatura policiaca demuestra con toda evidencia hasta qué punto el mundo
necesita de la muerte. Y del misterio. El mundo persigue esas imágenes no porque
necesite imágenes. Porque sólo tiene eso. Aparte de los conflictos bélicos y de las
increíbles carnicerías gratuitas que la política ofrece a los hombres para calmar la
inagotable necesidad de muerte ¿qué tienen?. Imágenes. El hombre se nutre de
imágenes de muerte porque tiene hambre de muerte. Y sólo los artistas pueden
aplacarla. Los escritores escriben sobre la muerte para los hombres a los que les hace
falta la muerte; crean dramas para calmar su necesidad de dramas. El mundo quiere
siempre más».

3.- El nacimiento de la novela negra. La escuela británica y americana.

Esta necesidad de muerte –aunque sea ficticia– explica por qué la novela negra
ha tenido un éxito tan continuado a lo largo del tiempo a pesar de ser considerada por
los críticos como un género menor, intrascendente o, simplemente, literatura basura.
Esta mala fama la tuvo ya desde sus inicios puesto que las novelas de misterio y
crímenes se vendían en los quioscos de las estaciones de tren británicas por tan solo
un penique y de ahí que los grandes estudiosos de la Literatura las denominaran con
desprecio como penny novels, (novelas de penique), aptas sólo para que las leyeran
los obreros cuando regresaban a casa desde las fábricas. Este tipo de publicaciones,
que en Estados Unidos florecerían bajo el nombre de Pulp (que quiere decir ‘pulpa’
porque estaban editadas en el papel más barato que había) no tenían demasiada
calidad literaria porque se hacían casi al por mayor.

No obstante, si tenemos que fijar un momento fundacional para la novela


negra, se considera que la novela policial, o de misterio tiene su partida de
nacimiento en 1841 y el padre de la criatura es este señor de la acuarela inquietante:

EDGAR ALLAN POE


+
LOS CRÍMENES DE LA CALLE MORGUE

Fruto de su atormentada mente nació el relato Los crímenes de la calle


Morgue. Hasta ese momento, las historias sobre los rincones más oscuros del alma
humana habían tenido en la novela gótica nacida en el Romanticismo su nicho natural
donde crecer. Sin embargo, a partir de Los crímenes de la calle Morgue se prescinde
del componente sobrenatural o terrorífico (ya no habrá vampiros, fantasmas u
hombres-lobo para presentar al mal, sino que la maldad está en los seres humanos y
sus pasiones más desatadas y violentas) para crear las características peculiares de
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este tipo de relatos: así, tenemos un misterio o crimen inicial (en el caso de la calle
Morgue es una mujer y su hija que han sido salvajemente asesinadas en su habitación
en París con la puerta cerrada con llave por dentro) y un personaje, el detective, que
debe resolver el caso utilizando la deducción y la inteligencia. A partir de este cuento
se crea todo un subgénero literario cuyo patrón se repite una y otra vez: se plantea un
desafío a la lógica del lector, un juego para su intelecto, un plantear la pregunta
«¿cómo ha ocurrido?» y, así, el escritor obligaba al lector a seguir la historia como si
estuviera jugando una partida de ajedrez. Como decía Manuel Vázquez Montalbán,
«las novelas policíacas basadas en el desvelamiento de un enigma me parecen
crucigramas, a veces excelentemente redactados, pero crucigramas al fin y al cabo».

No es casualidad que la novela policiaca o criminal se gestara en Gran Bretaña


y en los Estados Unidos. Estos dos países fueron los primeros que tuvieron grandes
ciudades y, por tanto, cuerpos de policía metropolitanos como Scotland Yard de
Londres (fundado en 1829) o el Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva
York (fundado en 1845). Ambas fuerzas tenían entre sus cometidos la resolución de
crímenes mientras que, aquí en España, por ejemplo, aunque la antepasada del
Cuerpo Nacional de Policía, la ‘Policía del Reino’ de Fernando VII es de 1824 y la
Guardia Civil nació en 1849, eran cuerpos, en su origen, más destinados al
mantenimiento del orden público que a la investigación criminal.
Debido a que son los padres del género, la novela negra de factura anglosajona
y que sirve de referencia a todo lo demás se divide, tradicionalmente en dos escuelas
o tendencias:

3.1. La escuela británica. La novela-enigma.

SHERLOCK Y MISS MARPLE. LA ESCUELA BRITÁNICA

De esta escuela, la pionera del género, surgió el detective más famoso del
mundo, Sherlock Holmes, nacido de la pluma de Arthur Conan Doyle. Tras su estela
vendría posteriormente Agatha Christie que, a lo largo de su extensa producción,
introduciría la figura del detective aficionado como Miss Marple o Hércules Poirot.
De mayor calidad literaria sería Chesterton con las aventuras del Padre Brown e
incluso hay quien le considera el padre de un subgénero dentro del negro como es el
thriller de contenido político y de espionaje con su novela corta El hombre que fue
Jueves. En cualquier caso, las características de la novela negra/policial británica
fueron, incluso, fijadas como dogma por el Detection Club, una organización de
escritores a la que pertenecían la propia Christie y Chesterton (que llegó a ser su
presidente) y que fijaba las normas para escribir relatos de detectives. Las reglas eran
estas:

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1) La solución de los misterios o enigmas debe ser necesaria para resolver el
conflicto central.

2) El detective debe usar su ingenio y su habilidad para resolver el enigma en un


contexto concordante con la historia.

3) La solución del problema debe ser sólo encubierta por el escritor, eso quiere
decir que hay que dejar pistas para que el lector pueda descubrirlas por sí
mismo antes del final de la historia, aunque la gracia está en complicar la
trama para que sea imposible.

4) Circunstancias improbables o inusuales, super-criminales, venenos


desconocidos, entradas o pasadizos secretos, coincidencias imposibles y
casualidades afortunadas no pueden ser usadas nunca.

5) La justicia debe ir de la mano del detective y debe aplicarse al final de la


historia sobre el verdadero criminal. Es decir, al final, el malo pierde.
Siempre.

Con estas cinco normas se entiende a la perfección todo el sistema de la


novela policial británica más clásica. Aún así, podemos añadir unas cuantas
características que la hacen muy peculiar:

1) SIN VIOLENCIA: En este tipo de relatos jamás aparece la violencia de


manera explícita. Ni Sherlock Holmes ni Miss Marple o Hércules Poirot
utilizan jamás la fuerza y los asesinatos son siempre un suceso anterior a la
acción narrada, es decir, la historia empieza con el hallazgo del cadáver o
este aparece en el transcurso de la misma, pero jamás se ve el homicidio. De
hecho, ninguno de los elementos que definen un homicidio es descrito como
se debería. El cadáver siempre ‘aparece’ como si fuera un jarrón chino que se
ha roto, pero nunca hay sangre, ni vísceras ni siquiera demasiados signos de
violencia, todo lo más algún vidrio quebrado o un candelabro volcado.

2) SIN CRÍTICA SOCIAL: Tanto si el detective es profesional (como Sherlock


Holmes) o aficionado (como el Padre Brown), el crimen sucede en ámbitos
de la alta sociedad con lo que en estos relatos no aparece otro elemento
fundamental de la novela negra tal y como la entendemos hoy en día que es
su condición de testigo o denunciante de la sociedad en la que vive. Hay
quien dice –un servidor de ustedes, sin ir más lejos– que la novela negra
tiene mucho de novela social porque, al desarrollarse en su época y su
contexto histórico, muestra la sociedad de su tiempo para denunciar o,
simplemente, describir. Las novelas de la Era Clásica Británica no hacen la
más mínima mención a los problemas e inquietudes de su tiempo.

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3) LITERATURA CLASISTA: Precisamente porque los crímenes se
desarrollan en ambientes de la alta sociedad, los culpables tienen perfiles
muy definidos. Los autores de los crímenes suelen ser de baja condición
social como el consabido mayordomo, la criada, el mozo de cuadra, el
mendigo o el simple ratero. Y en el caso de que no sean de baja condición
social, tienen ese aire del hijo bastardo de las tragedias de Shakespeare, es
decir, o bien es el segundón vicioso y comido por la envidia; el yerno
despechado porque el suegro lo menosprecia o el pariente lejano venido a
menos. Las damas y los caballeros decentes de la era victoriana y post
victoriana no delinquen nunca. Los culpables, en estas novelas, siempre
vienen de fuera del sistema o de la zona baja del sistema.

3.2. La escuela norteamericana. El ‘hardboiled’.

LA ESCUELA NORTEAMERICANA. EL ‘HARDBOILED’

Todo esto cambió de raíz cuando, a finales de los años 20 del siglo XX, la
batuta de la novela negra o policial cruza el Atlántico para instalarse en Estados
Unidos. Allí, las historias de crímenes abandonan los elegantes salones de la alta
burguesía y las cacerías de la nobleza para bajar a las sucias calles de Chicago, Nueva
York o Los Ángeles envuelta en humo de tabaco sin filtro, whisky barato y acordes
tristes de jazz y blues. Si en la escuela británica el cadáver era un jarrón chino que
aparecía lánguidamente muerto sobre la alfombra de la biblioteca, en la escuela
norteamericana autores como Dashiell Hammett o Raymond Chandler cogieron aquel
jarrón y lo tiraron por la ventana. Había llegado el llamado hardboiled (o hervido
hasta endurecer, en referencia a los huevos duros) donde el crimen ya no era un juego
intelectual o un duelo de ingenio sino una mirada a la realidad sucia, violenta y
corrupta de los tiempos de la Gran Depresión. De hecho, hasta la aparición del
hardboiled, la ficción de detectives no tenía todavía el adjetivo por el cual sería
conocida hasta hoy. Fue el hardboiled el que pintó de oscuro a la novela y al género.
Fue entonces cuando nació el género negro y se fijarían las características del mismo
hasta, prácticamente, el día de hoy y no sólo para la literatura, sino también para el
cine.

BLACK MASK

El apelativo ‘negro’ nacería de esta revista, Black Mask, que se editaría en


Estados Unidos desde 1920 a 1951 y donde escribirían los grandes de la novela negra
americana como los mencionados Dashiell Hammett y Raymond Chandler.

HUMPHREY BOGART & ROBERT MITCHUM

Para que se hagan una idea de la importancia del hardboiled sólo voy a
mencionar al actor Humphrey Bogart. Aquí, con su sombrero de ala ancha, el
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cigarrillo encendido en la boca y la gabardina. Es el prototipo del detective perdedor;
del fracasado que arrastra su existencia en los medios más degradados de las
decadentes ciudades donde vive y cuya existencia siempre está en el filo del bien y
del mal aunque, al final, tiene un peculiar código del honor que le hace mejor persona
de lo que es en realidad. Ese es Humphrey Bogart en el papel de Sam Spade, en El
halcón maltés, la obra cumbre de Dashiell Hammett y también interpretó al otro gran
detective del hardboiled: a Phillip Marlowe de Raymond Chandler en El largo adiós.
Precisamente en esta novela de 1959, verdadero libro sacro del género, Marlowe se
definía a sí mismo de esta manera: «Soy un investigador privado con licencia y llevo
algún tiempo en este trabajo. Tengo algo de lobo solitario, no estoy casado, ya no soy
un jovencito y carezco de dinero. He estado en la cárcel más de una vez y no me
ocupo de casos de divorcio. Me gustan el whisky y las mujeres, el ajedrez y algunas
cosas más. Los policías no me aprecian demasiado, pero hay un par con los que me
llevo bien. Soy de California, nacido en Santa Rosa, padres muertos, ni hermanos ni
hermanas y cuando acaben conmigo en un callejón oscuro, si es que sucede, como le
puede ocurrir a cualquiera en mi oficio, y a otras muchas personas en cualquier
oficio, o en ninguno, en los días que corren, nadie tendrá la sensación de que a su
vida le falta de pronto el suelo».

Y es en esta descripción del propio Marlowe en la que hallamos todas las


características del hardboiled norteamericano. Como estas novelas estaban pensadas
para un público trabajador o proletario, estaban escritas con un lenguaje directo, sin
florituras, con una genuina preocupación social, una ambientación realista y unas
descripciones urbanas verdaderas, especialmente cuando se trataba de ambientes
marginales y los suburbios. En las novelas del hardboiled no hay sitio para las
disquisiciones intelectuales ni para los juegos de ingenio de la novela británica. De
hecho, en estas novelas no es tan importante la resolución del crimen sino saber el
porqué se cometió. De hecho, tanto el detective como los criminales cruzan a menudo
la barrera del bien y del mal y el protagonista, como el propio Marlowe, es un
fracasado y un cínico que termina salvándose por los pelos gracias a un rudimentario
sentido del honor.

Los crímenes de la novela inglesa no tenían más motivación que el de retar al


detective a resolver el caso, o sea, que el asesino mataba porque era su cometido. Sin
embargo, en el hardboiled, las motivaciones son mucho más humanas. En las calles
de América se mata por rabia, ansia de poder, odio, envidia, codicia o lujuria. Y, por
eso, en los diálogos aparece un lenguaje mucho más crudo y se da más importancia a
la acción que al análisis del crimen. En el hardboiled apenas hay misterio y el asesino
no viene de la parte baja del sistema social, o de fuera del sistema porque el asesino –
como dice el escritor argentino Carlos Salem– es el sistema.

Si me he entretenido tanto en explicar la evolución desde la novela de


detectives a la novela negra es porque estoy convencido que, a día de hoy, en pleno
siglo XXI, se puede entender todo este tipo de literatura desde estas dos perspectivas.
O por decirlo de otra manera: que entre la escuela inglesa y la escuela norteamericana
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lo inventaron prácticamente todo y, desde entonces, la novela negra (que ya podemos
considerar así en todas sus múltiples variantes, subgéneros y peculiaridades) ha hecho
variaciones sobre el mismo tema con mayor o menor fortuna. Sin duda ha habido
cierta evolución en las voces, los estilos e incluso algunos experimentos, pero, desde
Los crímenes de la calle Morgue a mediados del siglo XIX hasta hoy, nos seguimos
moviendo en los mismos parámetros. Y lo mejor de todo es que, a pesar de que es lo
mismo si atendemos a las raíces puras de sus estructuras y argumentos, la novela
negra tiene la virtud de reinventarse constantemente porque se adapta a los cambios
que experimenta la sociedad y le muestra sus miedos, sus preocupaciones y sus
vergüenzas.

4.- Europa en negro. Del ‘noir’ francés a las tres vías.

Decía antes que el hardboiled supuso arrojar por la ventana el relato


detectivesco inglés para que se hiciera añicos en las sucias calles norteamericanas de
la Gran Depresión. Tras la Segunda Guerra Mundial, el género hizo el viaje de vuelta
de Estados Unidos a Europa, pero, esta vez, no se paró en las islas británicas sino que
se instaló en el corazón del Viejo Continente. En América, el éxito de estos relatos,
llevados también al cine, le conferían un aire de literatura menor, pero fue en Europa,
y especialmente en Francia, donde aquellas historias encontraron una editorial que
estaba dispuesta a dignificar el género para sacarlo de las páginas de papel barato y
concederle otro aire. Si la revista Black Mask le había concedido el apelativo de
‘negro’ para todo ese elenco literario, sería la editorial francesa Gallimard la que
daría al adjetivo su verdadera dimensión y, por qué no decirlo, elevaría el nivel
intelectual de estas historias.

SERIE NEGRA DE GALLIMARD & GEORGES SIMENON

Me estoy refiriendo a la famosa ‘Serie Negra’ de la editorial Gallimard donde


se publicarían (y se sigue haciendo) los grandes clásicos de la novela norteamericana
y también las aportaciones que harían primero autores franceses y belgas y, con
posterioridad, del resto de Europa. Se llamaba ‘Serie Negra’ por el color de las tapas
de sus libros y, con ella, nacería lo que conocemos como el ‘noir’ que es el ejemplo
por excelencia de la novela negra de corte europeo.

El traslado de las coordenadas de la novela negra al entorno europeo hizo que


las historias se transformaran y, con ellas, sus personajes. Con todo, seguía siendo la
misma materia: los rincones más oscuros del alma humana, en definitiva, la maldad.
Sin embargo, hay diferencias. En el hardboiled, el sistema, la sociedad, es la que es y
sus personajes sobreviven a ella como buenamente pueden. En el ‘noir’ francés
aparece por primera vez en la novela negra un compromiso político y un sentido
mucho más colectivo de los problemas. Personajes como Sam Spade o Phillip
Marlowe son detectives privados, dotados del celoso individualismo típico de la

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sociedad norteamericana que quieren al Estado y a los poderes públicos cuanto más
lejos, mejor. Sin embargo, los detectives europeos suelen ser policías o ex policías,
también hay jueces, fiscales e incluso forenses, es decir, que son funcionarios. Eso no
quiere decir que estén siempre de acuerdo en cómo funciona la sociedad en la que se
desarrollan sus investigaciones, pero si tienen un componente de servicio público que
se hace patente en todo momento. Decía Hening Mankell, el gran escritor sueco
creador del comisario Kurt Wallander, que el utilizaba el acto criminal que tenía que
investigar su criatura literaria como «un espejo para examinar la sociedad».

No se puede hablar del ‘noir’ francés sin hablar de Georges Simenon. El autor
belga puso a su comisario Jules Maigret a lo largo del más de centenar de novelas
que escribió sobre él a indagar (y por tanto, a describir) en docenas de historias de
personas, pueblos y ciudades de Francia para resolver los casos a los que se
enfrentaba. En la serie de Maigret, el delito es central, pero no es el único eje de la
historia, puesto que la vida cotidiana, las costumbres y la esfera privada de los
personajes son también el foco de atención. Las novelas del inspector Maigret tienen
también un marcado carácter humanista y social puesto que sus protagonistas (buenos
y malos) se entienden porque están en un contexto determinado, tanto profesional
como doméstico y sentimental. El comisario Maigret siempre resuelve sus casos
hablando con la gente y, a través de los diálogos, penetra en el interior del alma
humana y en las circunstancias de cada uno de sus interrogados. Con Simenon, se
añadió un nuevo ingrediente al guiso del relato negro-policial, puesto que sobre el
enigma de la tradición inglesa y la crítica social y la acción trepidante de la tradición
norteamericana se unió el discurso interior de los personajes, sus pensamientos y sus
almas.

La novela negra europea, pues, asume con mayor intensidad el pegarse al


terreno y a la época en la que se desarrolla más aún que el hardboiled y se ha llegado
a decir que la novela negra de la Europa Continental tiene un componente misionero
pues no se resigna a la pura descripción de la sociedad sino que cae en la tentación de
influir en la mente del lector con más intenciones morales. O dicho de otro modo, en
una parte del ‘noir’ no sólo se describe y critica la sociedad sino que se pretende,
además, cambiarla o, por lo menos, decir qué es lo que tiene que cambiar.

A partir del ‘noir’ francés, la novela negra se expande por toda Europa y
empieza a tomar formas propias según cada país. Eso si contamos solamente con lo
que se podría considerar como género negro químicamente puro, es decir, la historia
policial contemporánea porque fuera de esta clasificación me dejo los híbridos y
experimentos de toda suerte y condición. Y pondré un ejemplo que quiere servir de
homenaje a Umberto Eco, que nos dejó el pasado sábado. Su obra más célebre, El
nombre de la rosa, es en realidad una novela de detectives sin detectives con muchos
guiños a las historias de detectives. Y no es un trabalenguas. Como recordarán
ustedes, la historia se desarrolla en una abadía benedictina del norte de Italia en 1327
donde un monje franciscano inglés llamado Guillermo de Baskerville y su novicio
Adso de Melk intentan resolver una serie de muertes en el seno del monasterio
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provocados, al parecer, por un libro prohibido, oculto en la inmensa biblioteca de la
abadía y que, además, mata. Solamente en el nombre del protagonista, Guillermo de
Baskerville ya se percibe el homenaje a Sherlock Holmes pues el monje es un calco
físico del personaje de Arthur Conan Doyle que lleva en el apellido, incluso, el
nombre de la aventura más famosa de Holmes como es El perro de los Baskerville y
su ayudante, Adso, tiene un nombre demasiado parecido al de Watson, el inseparable
y leal compañero del detective de la pipa y la lupa.

Ahora mismo, hay cierta coincidencia para separar en tres grupos principales
las tendencias de la novela negra. Quizá sea para intentar poner algo de orden dentro
del inmenso maremagnum de títulos, autores y tendencias que existen. Por definirlas
de alguna manera, algunos expertos les llaman ‘vías’ y las dividen de la siguiente
manera:

IAN RANKIN & DON WINSLOW

 LA VÍA ANGLOSAJONA: Es la heredera directa de las dos grandes escuelas


clásicas y sigue pegada a la tradición de novela-enigma, a las tramas de
misterio o al puro thriller. En los últimos años, sus autores más exitosos son
británicos que han conjugado lo mejor de la tradición clásica de la historia de
detectives con la esencia de violencia y realidad más sucia del
hardboiled. Aquí se podrían encuadrar autores como Ian Rankin, P.D. James,
Phillip Kerr o Ruth Rendell. En esta vía se encuadran también otros autores
norteamericanos como Don Winslow o Sue Grafton.

LISBETH SALANDER

 LA VÍA NÓRDICO/ESLAVA: Que aglutina a autores como la legión de


suecos con Maj Sjöwall y Per Wahlöö como padres fundadores de una
corriente que siguieron otros como Henning Mankell, Stieg Larson, Åsa
Larson y Camilla Läckberg. De ahí pasó a Noruega con escritores como Jo
Nesbø, Finlandia y Alemania, así como otros países de Centroeuropa como la
República Checa o Austria. Hay quien incluye en esta vía a los nuevos autores
del ‘noir’ francés como Pierre Lemaitre ya que los considera herederos también
del estilo de Georges Simenon y su comisario Maigret. Esta vía se caracteriza
por historias que tienen un estilo más pausado y metódico, con un mayor gusto
por el suspense y la introspección, un afán por el suspense y un cierto sadismo
a la hora de presentar los crímenes. A su vez, estos autores juegan con
atmósferas casi góticas debido al frío y a la oscuridad de los inviernos en sus
respectivos países.

V.MONTALBÁN-MARKARIS-CAMILLARI-IZZO

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 LA VÍA MEDITERRÁNEA: Aquí es donde se enmarca nuestra –como
explicaré más adelante– escasa tradición de novela negra. Hay cierto consenso
en apuntar a Manuel Vázquez Montalbán como el padre de esta vía en la que se
encuadran otros autores como el griego Petros Markáris, el francés de Marsella
Jean Claude Izzo, el italiano Andrea Camilleri, los españoles Andreu Martín,
Alicia Giménez Barlett, Lorenzo Silva, Víctor del Árbol, Francisco González
Ledesma, Juan Madrid o el alicantino Mariano Sánchez Soler, entre muchos
otros entre los que se incluye este servidor de ustedes y su modestísima
aportación. Y en esta vía encontramos también la genial nota exótica de Donna
León, norteamericana de Nueva Jersey que ha descrito como nadie la
atmosfera criminal de Venecia en su serie sobre el comisario Brunetti.

5.- La novela negra mediterránea.

VIGATA

Decía al principio de esta charla que la novela negra vive hoy en día un auge
que algunos celebran (o celebramos) como una edad de oro y otros reniegan de él
como si fuera una plaga. Es evidente que ahora hay una cierta explosión si
atendemos, sobre todo, al número de títulos que se editan cada año y, sobre todo, a la
enorme cantidad de festivales del género negro que han brotado como setas tras un
día de lluvia. Hace menos de una década, el único festival de novela negra en España
era el de Gijón mientras que, hoy en día, la oferta se multiplicado hasta casi lo
increíble. Barcelona Negra, Valencia Negra, las Casas Ahorcadas de Cuenca, Morella
negra como la trufa, Cartagena Negra, Granada Negra, Getafe Negro u Ontinyent
Negre son sólo algunos ejemplos y me imagino que habrá muchos más. Y lo más
divertido del caso es que la abundancia de festivales y encuentros nos ha convertido
en una potencia europea en la materia, digo, de hacer festivales, que no de hacer
novelas o productos audiovisuales. Y digo que la situación es paradójica porque
debemos ser el país de Europa que más festivales negros celebra a pesar de ser uno de
los que menos tradición de novela negra tiene. Si decía al principio que la novela
negra nace a mediados del siglo XIX en el ámbito anglosajón, el género es
prácticamente desconocido en España hasta bien entrada la mitad del siglo XX.
Somos un país, así hay que decirlo, sin ninguna tradición en la materia. Eso no quiere
decir que nuestra Literatura no le haya prestado atención a los crímenes y la muerte –
más bien todo lo contrario– pero sí es cierto que la variante del misterio y la
investigación policial brilla por su ausencia salvo contadas ocasiones hasta 1972
cuando aparece la primera novela de la serie de Pepe Carvalho por parte de Manuel
Vázquez Montalbán. Aquella novela se llamaba Yo maté a Kennedy y no se trataba
tanto de una novela negro-policial al uso sino más bien un texto experimental, a
medio camino entre unas memorias ficticias y el ensayo que, en realidad, es una
inmisericorde caricatura de la sociedad estadounidense de finales de los 60 y
principios de los 70. Sin embargo, la saga de Pepe Carvalho se desarrollaría en 18

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novelas, 30 relatos, una obra de teatro, y once libros de cocina. Así, el estilo y los
usos de la novela negro-policial se integrarían por completo en las aventuras del
detective gallego afincado en Barcelona. Precisamente al adaptar a las coordenadas
españolas unas tramas y unos personajes completamente ajenos a la tradición literaria
de nuestro país, el resultado fue un nuevo producto con características propias que
conviven con el respeto a los cánones del hardboiled americano y la novela-enigma
británica, es decir, una estructura narrativa construida alrededor de una investigación,
la comisión de un delito como punto de partida argumental, personajes detectivescos,
la descripción de ambientes criminales y la voluntad de denuncia social. El resultado
fue tan bueno que tras la estela de Carvalho aparecerían otros detectives, no sólo
españoles, sino también franceses, italianos y griegos e, incluso, latinoamericanos.

Dice el investigador Fernando Martínez Laínez que la característica principal


de esta novela europea y meridional es “la desilusión provocada por el derrumbe
ideológico de una izquierda muy afín a los partidos comunistas” Para este autor, la
novela negra mediterránea –al menos en los autores más consagrados hoy en día–
tiene siempre ciertos ecos de nostalgia política basados, sobre todo, en la antigua
militancia de sus autores en partidos de izquierda lo que conlleva que en sus tramas
se perciba siempre un “acentuado cuño social y realista”. De hecho, el propio Petros
Márkaris ha llegado a decir que “la novela negra del Mediterráneo tiende a integrar el
discurso político en la trama de ficción". También hay, al contrario de lo que pasa en
la novela negra nórdica o anglosajona, una presencia constante de la gastronomía ya
que sus protagonistas suelen ser amantes de la buena mesa y del buen vino. También
son muy frecuentes los elementos fácilmente reconocibles como estereotipos de la
cultura mediterránea como las terrazas en las calles, la sociedad que vive más en la
calle que en sus propias casas y, en general, el carácter abierto y participativo de su
gente. Decía el maestro Rafael Chirbes que no era posible contar historias lánguidas y
melancólicas a la luz de la costa valenciana porque “bajo este sol desvergonzado no
hay romanticismo que valga”.

Así pues, aquí empezamos a encontrar características propias de esa novela


negra que un servidor de ustedes reivindica como escrita a pleno sol. La novela negra
tiene éxito, por mucho que les sepa mal a los gurús de la Literatura, porque se fusiona
con la realidad del tiempo y de las circunstancias que le han tocado vivir, pero en esa
virtud lleva consigo también su perdición porque, al estar tan pegada a la actualidad y
al momento, las novelas negras (salvo honrosas excepciones) suelen envejecer muy
mal. Hoy en día, casi 40 años después de su primera aparición, los primeros casos de
Pepe Carvalho ya no son tan comprensibles ni tan frescos como lo fueron en su
momento. Y es que, estas sagas de detectives mediterráneos no tienen más remedio
que actualizarse constantemente y, por seguir con Pepe Carvalho, podemos
comprobar como el detective gallego pasó de investigar asesinatos en el Comité
Central de un Partido Comunista que intentaba acoplarse a los nuevos tiempos
democráticos a perseguir a Luis Roldán en los años finales del mandato de Felipe
González para pasar por Afganistán dado que el terrorismo yihadista era el nuevo
temor de la sociedad española para acabar, en su última aventura, iniciando un viaje
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alrededor del mundo en el que su autor ponía en solfa los excesos de la globalización.
Carvalho ha sido el modelo que han seguido todos los demás autores de novela negra
mediterránea ya que tenía que avanzar conforme avanzaba la sociedad. De la misma
forma que hizo Simenon con Maigret (e hicieron después Petros Márkaris con el
comisario Jaritos, Jean-Claude Izzo con Montale, Andrea Camilleri con el comisario
Montalbano), estos detectives mediterráneos maduraban y cambiaban conforme
avanzaba la serie, aportando así una complejidad que los distingue de otros
protagonistas estereotipados del género. Por ejemplo, la protagonista de las novelas
de la norteamericana Sue Grafton en su famosa serie El abecedario del crimen, la
investigadora privada Kinsey Millhone, siempre es la misma, con la misma edad y sin
que se perciban en ella cambios significativos a pesar de que ya ha protagonizado 23
novelas desde la primera, que se llamaba A de Adulterio hasta la última entrega que
lleva por título W de Whisky. Sólo le quedan dos así que aún hay oportunidad de que
experimente alguna transformación.

PEPE CARVALHO + PLATOS SUCULENTOS

La novela negra contada a pleno sol tiene, además, otra característica que se
repite en los autores más destacados del género y que es el papel de la gastronomía. A
los detectives mediterráneos les gusta la buena mesa y el buen vino aunque sea de
maneras diferentes. Los investigadores de la novela negra nórdica-centroeuropea y
angloamericana suelen sobrevivir a base de pizza congelada, hamburguesas,
salchichas baratas, cerveza, whisky o vodka, según el país en el que estén. Sin
embargo, a los nuestros les encanta comer, aunque cada uno tiene sus rituales. Por
ejemplo, Carvalho es un experto gastrónomo que conoce como nadie los mejores
restaurantes de Barcelona y, a su vez, es un experto cocinero. Sin embargo,
Montalbano prefiere la comida tradicional siciliana de tasca como el conejo a la
cazadora Al marsellés Fabio Montale, la criatura de Jean-Claude Izzo tiene tanto
amor al vino que es casi un enólogo que trasiega buenos caldos mientras degusta su
plato favorito que son los mejillones a la bretona. El comisario griego Jaritos, sin
embargo, es más de comida casera y, en especial, de los tomates rellenos que le
prepara su mujer y del café fuerte que toma en el salón familiar. El propio creador de
Jaritos, Petros Márkaris, decía que todo esto era lógico porque «tanto los detectives
del sur de Europa como sus creadores se han criado en familias en las cuales las
madres eran amas de casa y en una sociedad en la que la calidad del hogar se juzgaba
sobre todo por las bondades de la cocina». De este modo, la presencia de la
gastronomía dota a las novelas de estos autores de cierto halo costumbrista así como
de una defensa de los elementos de la cultura popular de cada país. Es más, la
presencia de la comida supone una de las principales diferencias también en la actitud
ante la vida de estos detectives. Así, mientras en la novela nórdica, los protagonistas
de las historias de Stieg Larson, Henning Mankell o Camilla Läckberg son seres
solitarios, melancólicos y tristes, casi siempre incapaces de disfrutar de la vida, los
detectives mediterráneos, aunque tienen una visión mucho más pesimista del mundo
(como explicaré más adelante), son de los que piensan que no hay más vida que ésta

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y que no hay que escatimar los placeres que uno pueda proporcionarse, como el del
buen comer.

Otra de las características más importantes de la novela negra mediterránea es


su componente político. Todos los grandes maestros de esta vía (o sea, Vázquez
Montalbán, Márkaris, Camilleri e Izzo) fueron militantes de partidos de izquierda –
normalmente del Partido Comunista– en la década de los 60 y de los que se separaron
en algún momento. Esta antigua militancia, al menos en sus obras del género negro,
se transforma en feroces críticas sobre lo que se ha convertido la sociedad occidental
una vez cayó el muro de Berlín y, sobre todo, un profundo desencanto. En la novela
negra del sur de Europa, el realismo es una mirada amarga porque sus protagonistas
son espléndidos perdedores que son conscientes de que, por mucho que resuelvan los
asuntos delictivos que han de afrontar, la estabilidad y la paz jamás llegaran a la
sociedad corrompida por el mal funcionamiento de sus instituciones y de sus
responsables. Por ejemplo, la novela Defensa cerrada de Petros Márkaris, termina
con el lamento de su protagonista, el comisario Jaritos, que dice: ¿Cómo es que al
final me siento siempre como un gilipollas? ante la evidencia de que varios de los
culpables del caso que ha tenido que solucionar jamás irán a la cárcel por sus
conexiones con el poder político. Es bastante común que en la novela mediterránea (y
me van a permitir que incluya mi novela El silencio del pantano en este punto dado
que honestamente creo que cumple con la premisa) que se exponga el descontento
con el sistema al que han de proteger como policías a través de constantes
enfrentamientos con sus superiores, que suelen estar más preocupados por ocultar a la
opinión pública las implicaciones políticas, religiosas o empresariales de los casos
criminales que en resolverlos. En el caso español, Vázquez Montalbán añadió al
desencanto general la frustración que a él le generaba una Transición de la dictadura
a la democracia que, en su opinión, no se hizo como tocaba. Por ejemplo, en la
novela La soledad del manager de 1977 un directivo de una multinacional es
asesinado y su cadáver aparece con unas bragas en el bolsillo de su traje. Como la
familia desconfía de la Policía, encargan el caso a Pepe Carvalho, que tendrá que
indagar en el ambiente de una oligarquía económica que se prepara para seguir
mandando en la nueva democracia que está a punto de llegar. Es la gente que ganó
mucho dinero y prestigio social durante la dictadura franquista y pretenden seguir
haciéndolo en la recién estrenada democracia. Esta sentencia que uno de los
personajes le escupe a Carvalho es bien significativa del tono de la novela. Dice así:
Seamos sinceros, Carvalho. Franco nos enseñó una profunda lección. A base de
hostia limpia un país produce. La democracia no puede prosperar a base de hostia
limpia, pero necesita un cierto terror paralelo, sucio, que arroje a la gente en brazos
de las fuerzas equilibradoras limpias. Pues eso.

LA ALBUFERA

En la novela mediterránea, el escenario es tan importante como los personajes


y la trama y, sobre todo, las ciudades. Eso no pasa, por ejemplo, en la novela nórdica
ni en la francesa hecha al gusto centroeuropeo como la que hace Pierre Lemaitre. En
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este último caso, su inspector Verhoeven trabaja en París pero uno puede leerse toda
la serie publicada hasta ahora y no encontrará en ninguna de sus historias nada que
evoque a la capital francesa. Una de mis pasiones cuando viajo, es seguir la estela de
los personajes de un libro que me haya gustado. Bueno, pues, en el caso de Lemaitre,
no es posible encontrar un café, un restaurante o siquiera un banco en un determinado
jardín que fuera utilizado o visitado por el protagonista. Ocurre igual, en el caso de
los nórdicos, ni Henning Mankellm, ni Stieg Larson, ni Camilla Läckberg ni Jo
Nesbø hacen de Ystad, Estocolmo, Fjällbacka u Oslo, respectivamente, un ser
literario vivo sino que simplemente lo usan como simple escenario para el desarrollo
de sus tramas. En el caso de la novela mediterránea, las ciudades en las que se
desarrolla suelen ser otro personaje más y, sin su participación omnipresente en la
historia, no se puede entender su desarrollo en toda su dimensión. En las novelas
mediterráneas, la ciudad cobra protagonismo a través de un método doble: por un
lado, está la acción y, por otra, la reflexión. En la acción, los protagonistas patean la
ciudad. Recorren sus calles, sus plazas, sus restaurantes, sus atractivos turísticos y
también las zonas más sórdidas. A través de este peregrinaje, los autores van pintando
el paisaje y también el paisanaje, es decir, la gente que habita la urbe, con sus
grandezas y sus miserias. Por otra parte, la reflexión viene del discurso interior de los
protagonistas que, o bien añoran un entorno urbano que está desapareciendo tragado
por la modernidad o bien se congratulan de poder disfrutar todavía de rincones únicos
o especiales que les proporcionan placer o simplemente consuelo. De este doble
juego de acción y reflexión brota en los personajes de la novela negra mediterránea
una curiosa relación de amor y odio con la ciudad en la que viven. Algunos autores,
como este humilde escribidor que les habla esta tarde, hemos convertido a la ciudad
donde se desarrollan nuestras historias –en mi caso, Valencia– en una especie de
entidad que, como el dios romano Jano, tiene dos caras: una alegre, luminosa y
perceptible a simple vista, con sus jardines, sus terrazas, y su aparentemente
despreocupada y vital forma de ver la vida mientras que la otra cara, oculta bajo el
asfalto y la civilización de siglos, es un pestilente pantano, lleno de miasmas
venenosos cuya maligna influencia trepa por el alma de los pilares blancos de la
Ciudad de las Artes y las Ciencias de la misma forma que lo hacía por el interior de
los muros blanqueados de las barracas en las novelas de Vicente Blasco Ibáñez.

Dice el profesor de Criminología y también escritor Vicente Garrido que


España es un país donde se mata poco. Y tiene razón, afortunadamente. Más del 70
por ciento de los asesinatos que se producen aquí son a causa de la violencia de
género, con lo que los ajustes de cuentas entre criminales, los asesinatos pasionales,
las venganzas y los psicópatas son escasos en las estadísticas policiales y judiciales.
De esta forma, los escritores que pretendemos hacer novela negra bajo el
desvergonzado sol mediterráneo tenemos pocas fuentes de inspiración en la
actualidad, a no ser, claro, que novelemos la corrupción política donde podríamos
escribir auténticas enciclopedias. Sin embargo, para que una novela policíaca
funcione tiene que ser verosímil. No quiero decir que sea verdad, porque se trata de
una historia de ficción, pero nadie se creería que un señor pudiera ir a una tienda,
como ocurre en Estados Unidos, comprarse una pistola y freír a tiros a su vecino
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porque le quitó una novia cuando iban al instituto. En toda la cuenca mediterránea, el
crimen tiene unos códigos y unas maneras muy diferenciados y particulares. Como he
dicho antes, nuestras historias sólo funcionan si consiguen pegarse al terreno y al
tiempo vivido todo lo que puedan y de ahí que surja otra de las características que nos
distingue de las novelas del norte de Europa o de Estados Unidos: la representación
de la violencia.

En este caso no puedo ponerme como ejemplo ya que en mi novela hay más
de una escena de tortura y ensañamiento con la víctima (supongo que es porque viví
en Suecia durante una temporada y se me pegó algo más que el idioma y el gusto por
llevar el pelo como un vikingo). En todo caso, en la novela negra mediterránea no
aparece el sadismo y la brutalidad que es casi marca de fábrica de la novela nórdica y
angloamericana. En este caso, lo más frecuente es que, como marcaba la vieja
tradición inglesa de la novela-enigma, el cadáver simplemente aparezca y que los
detalles de su muerte no sean especialmente escabrosos. Decía Donna León que
encontraba especialmente desagradables e innecesarias las largas descripciones de las
autopsias que se dan en las novelas del norte de Europa. No obstante, esa tendencia
está empezando a cambiar quizá por influencia de los nórdicos así que, en los
próximos años, podemos encontrarnos con otros modos de encarar las historias
negras donde, si se me permite la licencia, haya más casquería.

LA BARRACA Y BLASCO IBÁÑEZ

No quiero cerrar esta charla sin hacer alguna mención a la novela negro-
policial ambientada en Valencia. A la hora de preparar esta conferencia, no me podía
quitar de la cabeza la alargada sombra de Vicente Blasco Ibáñez. Evidentemente,
Blasco Ibáñez no escribió jamás una novela negra al uso, pero, especialmente en su
serie valenciana en la que se incluyen clásicos como Cañas y barro, La Barraca o
Arroz y Tartana el tratamiento de la codicia, la muerte y, en general, las pasiones
humanas más arrebatadas y violentas son todo un monumento, si no al género negro,
si al menos a la parte más negra del comportamiento humano. Algo parecido ocurre
con el desaparecido Rafael Chirbes –ignorado durante demasiado tiempo– que fue
descubierto a raíz de la serie Crematorio basada en su novela homónima y que ha
provocado la extraña unanimidad en la crítica al calificarla como la novela definitiva
sobre la corrupción. Soy de los que piensan que la influencia de Rafael Chirbes es
inmensa, pero, a la vez, hay que señalar que el maestro de Tavernes de la Valldigna
tampoco escribió nunca una novela negra pero sus libros, todos ellos, rezumaban la
negrura de la traición y la decepción que sólo los seres humanos son capaces de
proporcionar a sus semejantes.

EL SILENCIO DEL PANTANO

Si hablamos en sentido estricto de novela negro-policial valenciana, fue Ferrán


Torrent el pionero del género pero, en los últimos años, otras voces han ido

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Valencia
apareciendo en el panorama y, como no podía ser de otra manera, también tenemos
nuestro propio festival de novela negra que ya va por la tercera edición, con gran
éxito, por cierto. Autores como Manel Gimeno, Xavier Aliaga, Emili Piera, Ramón
Palomar, Vicente Garrido, Santiago Álvarez, Vicente Garrido, Luis Valera, Carlos
Aimeur, Joaquín Camps o un servidor de ustedes, entre muchos otros, hemos
aportado al género historias que se desarrollan en nuestro entorno y lo pretendemos
hacer sin complejos porque, a pesar de que el pasodoble dice aquello que Valencia es
la tierra de las flores, de la luz y del color, el sol más brillante de la playa de la
Malvarrosa, a veces, no consigue iluminar el rincón más oscuro y de la Creación
donde, en determinados casos, puede hallar refugio el demonio maligno más
aterrador que existe: El alma humana. También aquí. A pleno sol.

IMAGEN DE CIERRE DE LA CONFERENCIA

Muchas gracias.

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