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Valencia
1.- Introducción.
PORTADA CONFERENCIA
Hoy en día, la novela negra está viviendo, según algunos, una edad de oro y
otros, menos complacientes, hablan sin remilgos de una ‘burbuja’ del género de la
misma forma que ya ocurrió hace unos años con la novela histórica, con las historias
de vampiros o, más recientemente, con la novela erótica. Es evidente que la literatura,
como cualquier otra cosa, no es ajena a las modas y lo más fascinante de todo es que
nadie sabe (aunque hay miles de teorías al respecto como explicaré más adelante) por
qué unas historias tienen más éxito que otras según unos patrones que nadie, repito,
nadie, sabe a ciencia cierta cómo funcionan.
Pero, de todos los cuentos, de todas las historias, entre las más atractivas
siempre hay dos elementos fundamentales que se repiten de manera obsesiva desde
hace siglos: el amor y la muerte. O, en sus versiones más extremas y, por tanto, más
atrayentes, el sexo y el asesinato. Los humanos, más que animales sociales, somos
animales de relatos. Necesitamos la narración y el cuento del que nacerán el mito, la
leyenda e incluso el dogma y la religión para entender por qué demonios estamos
aquí y qué es lo que podemos esperar del futuro. Por eso no es de extrañar que haya
sido con un libro con el que, casi, hemos construido una civilización.
CAÍN Y ABEL
Aún puedo citar otro relato antiquísimo como precursor del género negro o
policial, pero de otra tradición también mediterránea, pero mucho más occidental. Me
refiero a la tragedia de Sófocles Edipo Rey, escrita entorno al año 430 antes de Cristo.
Como saben ustedes, Edipo es el rey de Tebas y sobre la ciudad ha caído la maldición
de la peste. El rey hace que se consulte al oráculo de Delfos que revela que la urbe ha
sido castigada porque la sangre del rey anterior, Layo, que fue asesinado, no ha sido
vengada y que, además, un gran pecado, como el incesto, se está cometiendo. Edipo
organiza una investigación que revela –con gran estupor– que el asesino de Layo es
él mismo que no sólo mató a su padre sino que, además, se casó con su madre,
Yocasta. Y todo eso en una estructura circular que, como lector me maravilla, pero
que como escritor me causa cierta depresión al comprobar que todo está ya inventado
y contado desde hace muchísimo tiempo.
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Podemos comprobar así que las historias sobre la muerte –o sobre el
asesinato– son las que han movido a la Humanidad desde los albores de la Historia y
lo sigue haciendo hoy en día. Uno de los escritores franceses de más éxito en estos
días, Pierre Lemaitre escribe en su novela Irène lo siguiente: «El éxito indescriptible
de la literatura policiaca demuestra con toda evidencia hasta qué punto el mundo
necesita de la muerte. Y del misterio. El mundo persigue esas imágenes no porque
necesite imágenes. Porque sólo tiene eso. Aparte de los conflictos bélicos y de las
increíbles carnicerías gratuitas que la política ofrece a los hombres para calmar la
inagotable necesidad de muerte ¿qué tienen?. Imágenes. El hombre se nutre de
imágenes de muerte porque tiene hambre de muerte. Y sólo los artistas pueden
aplacarla. Los escritores escriben sobre la muerte para los hombres a los que les hace
falta la muerte; crean dramas para calmar su necesidad de dramas. El mundo quiere
siempre más».
Esta necesidad de muerte –aunque sea ficticia– explica por qué la novela negra
ha tenido un éxito tan continuado a lo largo del tiempo a pesar de ser considerada por
los críticos como un género menor, intrascendente o, simplemente, literatura basura.
Esta mala fama la tuvo ya desde sus inicios puesto que las novelas de misterio y
crímenes se vendían en los quioscos de las estaciones de tren británicas por tan solo
un penique y de ahí que los grandes estudiosos de la Literatura las denominaran con
desprecio como penny novels, (novelas de penique), aptas sólo para que las leyeran
los obreros cuando regresaban a casa desde las fábricas. Este tipo de publicaciones,
que en Estados Unidos florecerían bajo el nombre de Pulp (que quiere decir ‘pulpa’
porque estaban editadas en el papel más barato que había) no tenían demasiada
calidad literaria porque se hacían casi al por mayor.
De esta escuela, la pionera del género, surgió el detective más famoso del
mundo, Sherlock Holmes, nacido de la pluma de Arthur Conan Doyle. Tras su estela
vendría posteriormente Agatha Christie que, a lo largo de su extensa producción,
introduciría la figura del detective aficionado como Miss Marple o Hércules Poirot.
De mayor calidad literaria sería Chesterton con las aventuras del Padre Brown e
incluso hay quien le considera el padre de un subgénero dentro del negro como es el
thriller de contenido político y de espionaje con su novela corta El hombre que fue
Jueves. En cualquier caso, las características de la novela negra/policial británica
fueron, incluso, fijadas como dogma por el Detection Club, una organización de
escritores a la que pertenecían la propia Christie y Chesterton (que llegó a ser su
presidente) y que fijaba las normas para escribir relatos de detectives. Las reglas eran
estas:
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1) La solución de los misterios o enigmas debe ser necesaria para resolver el
conflicto central.
3) La solución del problema debe ser sólo encubierta por el escritor, eso quiere
decir que hay que dejar pistas para que el lector pueda descubrirlas por sí
mismo antes del final de la historia, aunque la gracia está en complicar la
trama para que sea imposible.
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3) LITERATURA CLASISTA: Precisamente porque los crímenes se
desarrollan en ambientes de la alta sociedad, los culpables tienen perfiles
muy definidos. Los autores de los crímenes suelen ser de baja condición
social como el consabido mayordomo, la criada, el mozo de cuadra, el
mendigo o el simple ratero. Y en el caso de que no sean de baja condición
social, tienen ese aire del hijo bastardo de las tragedias de Shakespeare, es
decir, o bien es el segundón vicioso y comido por la envidia; el yerno
despechado porque el suegro lo menosprecia o el pariente lejano venido a
menos. Las damas y los caballeros decentes de la era victoriana y post
victoriana no delinquen nunca. Los culpables, en estas novelas, siempre
vienen de fuera del sistema o de la zona baja del sistema.
Todo esto cambió de raíz cuando, a finales de los años 20 del siglo XX, la
batuta de la novela negra o policial cruza el Atlántico para instalarse en Estados
Unidos. Allí, las historias de crímenes abandonan los elegantes salones de la alta
burguesía y las cacerías de la nobleza para bajar a las sucias calles de Chicago, Nueva
York o Los Ángeles envuelta en humo de tabaco sin filtro, whisky barato y acordes
tristes de jazz y blues. Si en la escuela británica el cadáver era un jarrón chino que
aparecía lánguidamente muerto sobre la alfombra de la biblioteca, en la escuela
norteamericana autores como Dashiell Hammett o Raymond Chandler cogieron aquel
jarrón y lo tiraron por la ventana. Había llegado el llamado hardboiled (o hervido
hasta endurecer, en referencia a los huevos duros) donde el crimen ya no era un juego
intelectual o un duelo de ingenio sino una mirada a la realidad sucia, violenta y
corrupta de los tiempos de la Gran Depresión. De hecho, hasta la aparición del
hardboiled, la ficción de detectives no tenía todavía el adjetivo por el cual sería
conocida hasta hoy. Fue el hardboiled el que pintó de oscuro a la novela y al género.
Fue entonces cuando nació el género negro y se fijarían las características del mismo
hasta, prácticamente, el día de hoy y no sólo para la literatura, sino también para el
cine.
BLACK MASK
Para que se hagan una idea de la importancia del hardboiled sólo voy a
mencionar al actor Humphrey Bogart. Aquí, con su sombrero de ala ancha, el
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cigarrillo encendido en la boca y la gabardina. Es el prototipo del detective perdedor;
del fracasado que arrastra su existencia en los medios más degradados de las
decadentes ciudades donde vive y cuya existencia siempre está en el filo del bien y
del mal aunque, al final, tiene un peculiar código del honor que le hace mejor persona
de lo que es en realidad. Ese es Humphrey Bogart en el papel de Sam Spade, en El
halcón maltés, la obra cumbre de Dashiell Hammett y también interpretó al otro gran
detective del hardboiled: a Phillip Marlowe de Raymond Chandler en El largo adiós.
Precisamente en esta novela de 1959, verdadero libro sacro del género, Marlowe se
definía a sí mismo de esta manera: «Soy un investigador privado con licencia y llevo
algún tiempo en este trabajo. Tengo algo de lobo solitario, no estoy casado, ya no soy
un jovencito y carezco de dinero. He estado en la cárcel más de una vez y no me
ocupo de casos de divorcio. Me gustan el whisky y las mujeres, el ajedrez y algunas
cosas más. Los policías no me aprecian demasiado, pero hay un par con los que me
llevo bien. Soy de California, nacido en Santa Rosa, padres muertos, ni hermanos ni
hermanas y cuando acaben conmigo en un callejón oscuro, si es que sucede, como le
puede ocurrir a cualquiera en mi oficio, y a otras muchas personas en cualquier
oficio, o en ninguno, en los días que corren, nadie tendrá la sensación de que a su
vida le falta de pronto el suelo».
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sociedad norteamericana que quieren al Estado y a los poderes públicos cuanto más
lejos, mejor. Sin embargo, los detectives europeos suelen ser policías o ex policías,
también hay jueces, fiscales e incluso forenses, es decir, que son funcionarios. Eso no
quiere decir que estén siempre de acuerdo en cómo funciona la sociedad en la que se
desarrollan sus investigaciones, pero si tienen un componente de servicio público que
se hace patente en todo momento. Decía Hening Mankell, el gran escritor sueco
creador del comisario Kurt Wallander, que el utilizaba el acto criminal que tenía que
investigar su criatura literaria como «un espejo para examinar la sociedad».
No se puede hablar del ‘noir’ francés sin hablar de Georges Simenon. El autor
belga puso a su comisario Jules Maigret a lo largo del más de centenar de novelas
que escribió sobre él a indagar (y por tanto, a describir) en docenas de historias de
personas, pueblos y ciudades de Francia para resolver los casos a los que se
enfrentaba. En la serie de Maigret, el delito es central, pero no es el único eje de la
historia, puesto que la vida cotidiana, las costumbres y la esfera privada de los
personajes son también el foco de atención. Las novelas del inspector Maigret tienen
también un marcado carácter humanista y social puesto que sus protagonistas (buenos
y malos) se entienden porque están en un contexto determinado, tanto profesional
como doméstico y sentimental. El comisario Maigret siempre resuelve sus casos
hablando con la gente y, a través de los diálogos, penetra en el interior del alma
humana y en las circunstancias de cada uno de sus interrogados. Con Simenon, se
añadió un nuevo ingrediente al guiso del relato negro-policial, puesto que sobre el
enigma de la tradición inglesa y la crítica social y la acción trepidante de la tradición
norteamericana se unió el discurso interior de los personajes, sus pensamientos y sus
almas.
A partir del ‘noir’ francés, la novela negra se expande por toda Europa y
empieza a tomar formas propias según cada país. Eso si contamos solamente con lo
que se podría considerar como género negro químicamente puro, es decir, la historia
policial contemporánea porque fuera de esta clasificación me dejo los híbridos y
experimentos de toda suerte y condición. Y pondré un ejemplo que quiere servir de
homenaje a Umberto Eco, que nos dejó el pasado sábado. Su obra más célebre, El
nombre de la rosa, es en realidad una novela de detectives sin detectives con muchos
guiños a las historias de detectives. Y no es un trabalenguas. Como recordarán
ustedes, la historia se desarrolla en una abadía benedictina del norte de Italia en 1327
donde un monje franciscano inglés llamado Guillermo de Baskerville y su novicio
Adso de Melk intentan resolver una serie de muertes en el seno del monasterio
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provocados, al parecer, por un libro prohibido, oculto en la inmensa biblioteca de la
abadía y que, además, mata. Solamente en el nombre del protagonista, Guillermo de
Baskerville ya se percibe el homenaje a Sherlock Holmes pues el monje es un calco
físico del personaje de Arthur Conan Doyle que lleva en el apellido, incluso, el
nombre de la aventura más famosa de Holmes como es El perro de los Baskerville y
su ayudante, Adso, tiene un nombre demasiado parecido al de Watson, el inseparable
y leal compañero del detective de la pipa y la lupa.
Ahora mismo, hay cierta coincidencia para separar en tres grupos principales
las tendencias de la novela negra. Quizá sea para intentar poner algo de orden dentro
del inmenso maremagnum de títulos, autores y tendencias que existen. Por definirlas
de alguna manera, algunos expertos les llaman ‘vías’ y las dividen de la siguiente
manera:
LISBETH SALANDER
V.MONTALBÁN-MARKARIS-CAMILLARI-IZZO
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LA VÍA MEDITERRÁNEA: Aquí es donde se enmarca nuestra –como
explicaré más adelante– escasa tradición de novela negra. Hay cierto consenso
en apuntar a Manuel Vázquez Montalbán como el padre de esta vía en la que se
encuadran otros autores como el griego Petros Markáris, el francés de Marsella
Jean Claude Izzo, el italiano Andrea Camilleri, los españoles Andreu Martín,
Alicia Giménez Barlett, Lorenzo Silva, Víctor del Árbol, Francisco González
Ledesma, Juan Madrid o el alicantino Mariano Sánchez Soler, entre muchos
otros entre los que se incluye este servidor de ustedes y su modestísima
aportación. Y en esta vía encontramos también la genial nota exótica de Donna
León, norteamericana de Nueva Jersey que ha descrito como nadie la
atmosfera criminal de Venecia en su serie sobre el comisario Brunetti.
VIGATA
Decía al principio de esta charla que la novela negra vive hoy en día un auge
que algunos celebran (o celebramos) como una edad de oro y otros reniegan de él
como si fuera una plaga. Es evidente que ahora hay una cierta explosión si
atendemos, sobre todo, al número de títulos que se editan cada año y, sobre todo, a la
enorme cantidad de festivales del género negro que han brotado como setas tras un
día de lluvia. Hace menos de una década, el único festival de novela negra en España
era el de Gijón mientras que, hoy en día, la oferta se multiplicado hasta casi lo
increíble. Barcelona Negra, Valencia Negra, las Casas Ahorcadas de Cuenca, Morella
negra como la trufa, Cartagena Negra, Granada Negra, Getafe Negro u Ontinyent
Negre son sólo algunos ejemplos y me imagino que habrá muchos más. Y lo más
divertido del caso es que la abundancia de festivales y encuentros nos ha convertido
en una potencia europea en la materia, digo, de hacer festivales, que no de hacer
novelas o productos audiovisuales. Y digo que la situación es paradójica porque
debemos ser el país de Europa que más festivales negros celebra a pesar de ser uno de
los que menos tradición de novela negra tiene. Si decía al principio que la novela
negra nace a mediados del siglo XIX en el ámbito anglosajón, el género es
prácticamente desconocido en España hasta bien entrada la mitad del siglo XX.
Somos un país, así hay que decirlo, sin ninguna tradición en la materia. Eso no quiere
decir que nuestra Literatura no le haya prestado atención a los crímenes y la muerte –
más bien todo lo contrario– pero sí es cierto que la variante del misterio y la
investigación policial brilla por su ausencia salvo contadas ocasiones hasta 1972
cuando aparece la primera novela de la serie de Pepe Carvalho por parte de Manuel
Vázquez Montalbán. Aquella novela se llamaba Yo maté a Kennedy y no se trataba
tanto de una novela negro-policial al uso sino más bien un texto experimental, a
medio camino entre unas memorias ficticias y el ensayo que, en realidad, es una
inmisericorde caricatura de la sociedad estadounidense de finales de los 60 y
principios de los 70. Sin embargo, la saga de Pepe Carvalho se desarrollaría en 18
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novelas, 30 relatos, una obra de teatro, y once libros de cocina. Así, el estilo y los
usos de la novela negro-policial se integrarían por completo en las aventuras del
detective gallego afincado en Barcelona. Precisamente al adaptar a las coordenadas
españolas unas tramas y unos personajes completamente ajenos a la tradición literaria
de nuestro país, el resultado fue un nuevo producto con características propias que
conviven con el respeto a los cánones del hardboiled americano y la novela-enigma
británica, es decir, una estructura narrativa construida alrededor de una investigación,
la comisión de un delito como punto de partida argumental, personajes detectivescos,
la descripción de ambientes criminales y la voluntad de denuncia social. El resultado
fue tan bueno que tras la estela de Carvalho aparecerían otros detectives, no sólo
españoles, sino también franceses, italianos y griegos e, incluso, latinoamericanos.
La novela negra contada a pleno sol tiene, además, otra característica que se
repite en los autores más destacados del género y que es el papel de la gastronomía. A
los detectives mediterráneos les gusta la buena mesa y el buen vino aunque sea de
maneras diferentes. Los investigadores de la novela negra nórdica-centroeuropea y
angloamericana suelen sobrevivir a base de pizza congelada, hamburguesas,
salchichas baratas, cerveza, whisky o vodka, según el país en el que estén. Sin
embargo, a los nuestros les encanta comer, aunque cada uno tiene sus rituales. Por
ejemplo, Carvalho es un experto gastrónomo que conoce como nadie los mejores
restaurantes de Barcelona y, a su vez, es un experto cocinero. Sin embargo,
Montalbano prefiere la comida tradicional siciliana de tasca como el conejo a la
cazadora Al marsellés Fabio Montale, la criatura de Jean-Claude Izzo tiene tanto
amor al vino que es casi un enólogo que trasiega buenos caldos mientras degusta su
plato favorito que son los mejillones a la bretona. El comisario griego Jaritos, sin
embargo, es más de comida casera y, en especial, de los tomates rellenos que le
prepara su mujer y del café fuerte que toma en el salón familiar. El propio creador de
Jaritos, Petros Márkaris, decía que todo esto era lógico porque «tanto los detectives
del sur de Europa como sus creadores se han criado en familias en las cuales las
madres eran amas de casa y en una sociedad en la que la calidad del hogar se juzgaba
sobre todo por las bondades de la cocina». De este modo, la presencia de la
gastronomía dota a las novelas de estos autores de cierto halo costumbrista así como
de una defensa de los elementos de la cultura popular de cada país. Es más, la
presencia de la comida supone una de las principales diferencias también en la actitud
ante la vida de estos detectives. Así, mientras en la novela nórdica, los protagonistas
de las historias de Stieg Larson, Henning Mankell o Camilla Läckberg son seres
solitarios, melancólicos y tristes, casi siempre incapaces de disfrutar de la vida, los
detectives mediterráneos, aunque tienen una visión mucho más pesimista del mundo
(como explicaré más adelante), son de los que piensan que no hay más vida que ésta
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y que no hay que escatimar los placeres que uno pueda proporcionarse, como el del
buen comer.
LA ALBUFERA
En este caso no puedo ponerme como ejemplo ya que en mi novela hay más
de una escena de tortura y ensañamiento con la víctima (supongo que es porque viví
en Suecia durante una temporada y se me pegó algo más que el idioma y el gusto por
llevar el pelo como un vikingo). En todo caso, en la novela negra mediterránea no
aparece el sadismo y la brutalidad que es casi marca de fábrica de la novela nórdica y
angloamericana. En este caso, lo más frecuente es que, como marcaba la vieja
tradición inglesa de la novela-enigma, el cadáver simplemente aparezca y que los
detalles de su muerte no sean especialmente escabrosos. Decía Donna León que
encontraba especialmente desagradables e innecesarias las largas descripciones de las
autopsias que se dan en las novelas del norte de Europa. No obstante, esa tendencia
está empezando a cambiar quizá por influencia de los nórdicos así que, en los
próximos años, podemos encontrarnos con otros modos de encarar las historias
negras donde, si se me permite la licencia, haya más casquería.
No quiero cerrar esta charla sin hacer alguna mención a la novela negro-
policial ambientada en Valencia. A la hora de preparar esta conferencia, no me podía
quitar de la cabeza la alargada sombra de Vicente Blasco Ibáñez. Evidentemente,
Blasco Ibáñez no escribió jamás una novela negra al uso, pero, especialmente en su
serie valenciana en la que se incluyen clásicos como Cañas y barro, La Barraca o
Arroz y Tartana el tratamiento de la codicia, la muerte y, en general, las pasiones
humanas más arrebatadas y violentas son todo un monumento, si no al género negro,
si al menos a la parte más negra del comportamiento humano. Algo parecido ocurre
con el desaparecido Rafael Chirbes –ignorado durante demasiado tiempo– que fue
descubierto a raíz de la serie Crematorio basada en su novela homónima y que ha
provocado la extraña unanimidad en la crítica al calificarla como la novela definitiva
sobre la corrupción. Soy de los que piensan que la influencia de Rafael Chirbes es
inmensa, pero, a la vez, hay que señalar que el maestro de Tavernes de la Valldigna
tampoco escribió nunca una novela negra pero sus libros, todos ellos, rezumaban la
negrura de la traición y la decepción que sólo los seres humanos son capaces de
proporcionar a sus semejantes.
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apareciendo en el panorama y, como no podía ser de otra manera, también tenemos
nuestro propio festival de novela negra que ya va por la tercera edición, con gran
éxito, por cierto. Autores como Manel Gimeno, Xavier Aliaga, Emili Piera, Ramón
Palomar, Vicente Garrido, Santiago Álvarez, Vicente Garrido, Luis Valera, Carlos
Aimeur, Joaquín Camps o un servidor de ustedes, entre muchos otros, hemos
aportado al género historias que se desarrollan en nuestro entorno y lo pretendemos
hacer sin complejos porque, a pesar de que el pasodoble dice aquello que Valencia es
la tierra de las flores, de la luz y del color, el sol más brillante de la playa de la
Malvarrosa, a veces, no consigue iluminar el rincón más oscuro y de la Creación
donde, en determinados casos, puede hallar refugio el demonio maligno más
aterrador que existe: El alma humana. También aquí. A pleno sol.
Muchas gracias.
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