BEEBE, L. Y H. GILES (1984) “Speech accomodation theories: a discusión in terms of
second-language acquisition”. International Journal of the Sociology of Language: 46. 5-31.
El estudio de la variación lingüística en contextos sociales ha capturado el interés de
los eruditos en varias ciencias relacionadas con lo social y con el lenguaje. El deseo de entender la relación entre las variables lingüísticas y sociales dio lugar al campo multidisciplinario de la sociolingüística, la cual, según Hymes (1972), se focaliza en el estudio de la diversidad del lenguaje en diferentes contextos sociales. Si bien se reconoce el hecho de que la sociolingüística en la última década ha dado un gran salto para informarnos cómo, cuándo y dónde modulamos nuestro discurso, algunos psicólogos sociales del lenguaje, sin embargo, han expresado su desacuerdo con el estado actual de las investigaciones. Las reservas expresadas por los psicólogos han sido, en principio, desde el campo teórico. Primero, dicen, la sociolingüística tradicional ha sido más descriptiva que explicativa, careciendo, de esa manera, del poder de predicción. Segundo, los sociolingüistas principalmente han enfatizado las correlaciones entre la lingüística y las variables sociales definidas objetivamente a gran escala (por ejemplo, edad, sexo, etc.); así, degradan empíricamente la idea de que las actitudes subjetivas, la percepción de las situaciones, las disposiciones cognitivas y afectivas, entre otros factores que atañen a los hablantes, podrían interactuar para determinar sus emisiones lingüísticas. Tercero, los psicólogos sociales del lenguaje afirman que la sociolingüística, de acuerdo con su tendencia a excluir del lenguaje las definiciones de las variables sociales y estructurales, no pueden sostener completamente la idea de que el lenguaje pueda, a menudo, asumir el rol de una variable independiente al crear, definir y negociar contextos sociales. Reconocen excepciones como las de Labov (1970), Sankoff (1971) y Scotton (1980). Estos sociolingüistas intentaron tratar algunas cuestiones utilizando fenómenos socio- psicológicos, tales como las actitudes, las intenciones y las motivaciones, como determinantes del comportamiento lingüístico y considerando algunas de las funciones creativas y negativas del discurso. Algunos sociolingüistas, por su parte, reconocen la contribución que los psicólogos sociales del lenguaje han hecho al predecir y explicar la variación lingüística en contextos sociales, y al integrar los sentimientos de los hablantes, sus valores, actitudes y percepciones al diseño de la investigación. La mayoría de los sociolingüistas, sin embargo, no han incorporado los descubrimientos de los psicólogos sociales a sus investigaciones. Esto se podría deber a la falta de familiaridad con la investigación psicológica. O podría haber algún reparo sobre la orientación tomada por las investigaciones psicológicas. Por un lado, el psicólogo social del lenguaje, al ser más un psicólogo que un lingüista, casi nunca realiza un análisis lingüístico detallado del discurso usado por los interlocutores. En segundo lugar, las variables del discurso estudiadas son, a menudo, fenómenos tales como la duración del turno, el ritmo, las pausas y las interrupciones – variables que quienes no son lingüistas podrían estudiar en oposición a las que son usualmente preferidas por los sociolingüistas, a saber, diferenciaciones fonéticas, categorías gramaticales, cambios semánticos y la estructura del discurso. Además, el psicólogo social diseña cuidadosamente controles experimentales pero a menudo no reconoce el problema generalizado de surge del hecho de que los datos recogidos no son muestras del lenguaje inconsciente en contextos de interacción espontáneos. El sociolingüista podría discutir que el psicólogo social se especializa en reacciones que no son lingüísticas, en muestras de discursos tomadas de juegos de roles en contextos experimentales simulados. Los sociolingüistas, así como los psicólogos sociales, han señalado que estos datos son un complemento, pero no un sustituto, del análisis de fenómenos lingüísticos (ver Beebe y Zuengler 1981; Giles et al. 1980). Los sociolingüistas han demostrado repetidamente que las variables lingüísticas así como las variables sociales determinan los resultados lingüísticos (por ejemplo, Marshall 1979; Ferguson 1975; Long 1981; Scarcella 1981; Beebe 1974, 1980; Trudgill 1974). Por lo tanto, los sociolingüistas se sorprenden ante la sugerencia de que ellos no reconocen completamente el lenguaje como una variable potencialmente independiente ni como una variable dependiente. De hecho, ambos, los sociolingüistas y los psicólogos sociales, estudian al lenguaje como una variable independiente, pero sus respectivas interpretaciones difieren enormemente. Si bien ambos grupos pueden ser concientes de las dos interpretaciones diferentes del “lenguaje como una variable independiente”, los psicólogos sociales usan el término para referirse a un fenómeno interpersonal (ver Smith et al. 1980). Ellos se refieren a la forma en que la lengua elegida (por ejemplo el francés frente al inglés) o el estilo usado por un interlocutor afecta la decodificación o la codificación del otro interlocutor. En otras palabras, en esencia es una perspectiva interaccionista. Para el sociolingüista, por otra parte, el hecho de que “el lenguaje sea una variable independiente” es primariamente comprendido como un fenómeno intrapersonal. Esto significa que para un determinado individuo indica la forma en que el contexto lingüístico (por ejemplo el contexto fonético de una palabra o de un sonido) afecta la forma del lenguaje que la persona codifica. El contexto lingüístico es visto como accesorio frente a las variables socialmente independientes. Este último punto refleja la diferencia en las orientaciones entre psicólogos y sociolingüistas – una diferencia que en sí misma no representa un problema. Sin embargo, hay un problema más allá de las dificultades esperables respecto a las actitudes acerca del lenguaje, las dos disciplinas no están siendo ni lo suficientemente contrapuestas, ni lo suficientemente integradas. Además, parece que las investigaciones en uno de los campos, no es lo bastante conocido por el otro. El presente trabajo, si bien se dirige en esta instancia a un determinado conjunto de comportamientos lingüísticos (i.e. la acomodación lingüística), tiene la modesta intención de rectificar el estado de cosas actual, a la vez que representa un intento por profundizar el potencial para una investigación sustantiva y, si no interdisciplinaria, multidisciplinaria para estos así como para otros fenómenos lingüísticos. En este trabajo intentaremos lograr dos objetivos. Primero, daremos una mirada general a la teoría de la acomodación lingüística (“speech accomodation theory”, SAT) en su formato más reciente. Seguiremos con una breve exposición de los hallazgos en el campo de la sociolingüística y la psicología social, los cuales serán discutidos a la luz del marco teórico antes mencionado. En segundo lugar, dirigiremos nuestra atención hacia la interrelación de las teorías que fueran formuladas a partir de las nociones fundamentales de la psicología social inherentes a la SAT. Estas dos perspectivas son particularmente relevantes para comprender el proceso de la adquisición de la segunda lengua (SLA), pero se encuentran limitadas por no haber tomado aún adecuadamente en consideración los factores lingüísticos. Luego discutiremos brevemente las investigaciones de los sociolingüistas y otros exponentes de la lingüística aplicada a propósito del SLA, para proveer una perspectiva más comprensiva y multidisciplinaria acerca de la adquisición de la segunda lengua.
La teoría de la acomodación lingüística
Los psicólogos sociales han establecido discutiblemente un nuevo paradigma en la
sociolingüística, como veremos, y en la adquisición de la segunda lengua. Esto se ha focalizado esencialmente en el proceso cognitivo que media entre las percepciones sociales del contexto que tienen los individuos y sus comportamientos comunicativos (ver, por ej., Giles y Smith 1979; Giles, Robinson y Smith 1979). Para elucidar la naturaleza de la organización cognitiva, los investigadores han confiado en una serie de procesos sociales y psicológicos que subyacen la codificación y decodificación de los comportamientos lingüísticos. El interés de explorar los procesos cognitivos ha sido la mayor preocupación de la SAT y sus satélites, lo cual será presentado en un apartado posterior. La SAT fue construida para explicar algunas de las motivaciones que subyacen determinadas acomodaciones en el habla de la gente durante sus interacciones y algunas de las consecuencias sociales que nacen de ellas. Más específicamente, se originó para dilucidar los procesos afectivos y cognitivos que subyacen las convergencias y divergencias discursivas (ver Street y Giles 1982). La convergencia ha sido definida como una estrategia lingüística por la cual los individuos se adaptan al modo de hablar de sus interlocutores, mientras que la divergencia se refiere al modo como los hablantes acentúan las diferencias en su modo de hablar en relación con sus interlocutores (ver Giles 1979). Un punto central de este marco teórico radica en el hecho de que, durante las interacciones sociales, los participantes están motivados para ajustar (o acomodar) sus estilos discursivos como una manera de alcanzar alguno de los siguientes objetivos: lograr la aprobación social del destinatario, obtener eficacia comunicativa entre los interlocutores y mantener una identidad social positiva. La teoría ha sido elaborada recurriendo a un número de principios de la psicología social (Giles 1980), pero en el contexto actual, los resumiremos en términos de las proposiciones reformuladas más recientemente (Street y Giles 1982; Thakerar et al. 1982). 1. La gente intentará converger lingüísticamente hacia un patrón lingüístico que se cree caracteriza a su receptor cuando ellos (a) desean su aprobación social y los costos que se perciben son inferiores respecto a las ganancias que se esperan; y/o (b) desean una eficiencia comunicativa mayor, y (c) no se percibe que las normas sociales dicten estrategias discursivas alternativas. 2. La magnitud de la convergencia lingüística será una función de (a) la extensión del repertorio del hablante, y (b) factores (diferencias individuales y del contexto) que podrían incrementar la necesidad de aprobación social y/o una mayor eficiencia comunicativa. 3. La convergencia será evaluada positivamente por los receptores cuando el comportamiento resultante sea (a) percibido como tal psicológicamente (i.e. como integracional); (b) percibido a una distancia sociolingüísticamente óptima de ellos; y (c) atribuido con un propósito positivo. 4. La gente intentará mantener sus patrones lingüísticos o aún divergir lingüísticamente de los atribuidos a sus receptores cuando ellos (a) definen a los participantes de la interacción como pertenecientes a grupos diferentes y desean mantener una identidad de grupo, o (b) quieren disociarse personalmente del otro interlocutor, o (c) desean traer los comportamientos discursivos del otro a un nivel que les sea subjetivamente aceptable. 5. La magnitud de tal divergencia será una función de (a) la extensión del repertorio de los hablantes, y (b) las diferencias individuales y los factores contextuales que aumentan las funciones afectivas y cognitivas mencionadas en (4). 6. El mantenimiento del estilo de habla y la divergencia serán evaluados negativamente por los receptores cuando los actos sean percibidos como psicológicamente divergentes, pero serán evaluados favorablemente por los observadores que definan la interacción en términos de identidad grupal y que compartan esa identidad con el hablante.
Los artículos de este ensayo subrayan la viabilidad de la SAT en general y muchas de
sus proposiciones en particular. Lo hacen en el contexto de una gran variedad de disciplinas involucradas, metodologías adoptadas, marcos sociales estudiados, grupos sociales y culturales tomados como muestra y características lingüísticas evaluadas. Tal diversidad muestra el potencial real para que la SAT pueda despegarse del molde de la psicología social y, así, emerger como más central, en la línea de nuestra discusión original, hacia el campo interdisciplinario (ver Trudgill 1981). Desde la perspectiva de la producción del SAT, vemos que la proposición (1) recibe un apoyo significante. Por ejemplo, podemos ver en un número de trabajos que la gente, aún aquellos muy jóvenes (Purcell; ver también Garvey y BenDebba 1974; Welkowitz et al. 1976), y cuando las políticas legislativas demandan lo opuesto (Bourhis), modificarán sus discursos hacia los de sus compañeros a corto plazo o hacia los de la comunidad receptora a largo plazo cuando buscan la aprobación social, y/o cuando intentan que sus mensajes sean más efectivos desde el punto de vista comunicativo. Esta convergencia queda ilustrada por el cambio de código de los habitantes de Montreal al pedirles orientación en la calle, ya sea en inglés como en francés, por los niños en Hawai que cambian las características prosódicas y léxico-gramaticales del código cuando se juntan en pequeños grupo (ver Ros y Giles 1979) constituyendo grados diversos de criollización (Purcell), por la variación fonológica de una agente de viajes en los sonidos /h/, /ng/, /c grupo/, /intervocal t/ al conferenciar en su oficina con clientes de diversos niveles socioeconómicos y educativos (Coupland), por los cambios de los individuos en la frecuencia y duración de sus intervenciones cuando quieren congraciarse con su interlocutor (Putman y Street), y por el uso que hacen los estadounidenses de los sonidos /t/ y /d/, durante su residencia en Inglaterra. Además, y nuevamente por razones relacionadas con valores afectivos y cognitivos positivos, la gente convergerá hacia donde crean que sus interlocutores se ubican lingüísticamente. A diferencia de los ejemplos anteriores, algunos intentos de convergencia pueden ser imprecisos cuando el hablante intenta ubicar la membresía lingüística de sus interlocutores. Esto puede ser ilustrado a través de los inmigrantes provenientes de Singapur y Australia que fracasan en el uso de la gramática, el léxico y la prosodia al intentar ajustarse al habla de los ingleses nativos (Platt y Weber). Ahora, mientras hay evidencia respecto a la proposición (2), en el sentido de que los individuos que poseen lenguas y dialectos asociados al prestigio y al control social probablemente mantengan sus hábitos lingüísticos y converjan más que aquellos que tengan un menor estatus sociolingüístico, surgen, por su puesto, muchas ocasiones en las que los primeros podrían requerir la aprobación de estos últimos. En este sentido, podemos observar ocasiones en las que los hablantes nativos del inglés fracasan en sus intentos de converger con la manera como ellos creen que suenan los individuos de Singapur y los aborígenes (Platt y Weber). En lo que respecta a la proposición (4), se encontró que los entrevistados que rechazaron a los entrevistadores, predeciblemente también divergen lingüísticamente (Putman y Street). Menor atención se presta implícitamente en este trabajo al punto de vista de la recepción en las proposiciones del SAT. Tomando en consideración la proposición (3), los entrevistados que convergen con sus entrevistadores en términos de la frecuencia del habla y latencia en la respuesta reciben una reacción favorable de estos en términos del interés social percibido, pero pueden despertar burla o malestar cuando se le atribuye a la convergencia una carga negativa por estar incompleta o ser inadecuada. Los observadores de las interacciones también se alinean con las nociones inherentes en la proposición (6) al ver que los solicitantes de empleos, al ser percibidos como divergentes por sus posibles empleadores, son valorados como frívolos, sin entusiasmo y carentes de elocuencia. Si bien hay confirmación empírica en los estudios de las proposiciones de la SAT (especialmente la 1), a la vez que un aumento en la atención prestada a los mecanismos lingüísticos involucrados y a las condiciones socio-estructurales en las que ocurren, la contribución no deja en duda el estatus embrionario de la SAT. De hecho, consideraciones empíricas del rol de las normas sociales implícitas que operan como construcciones situacionales en los procesos de acomodación, llevaron a Ball et al. en sus investigaciones a revisar las proposiciones (3) y (6) como fueron presentadas anteriormente. Al mismo tiempo, muchos estudios han cuestionado los análisis de datos lingüísticos provenientes de las interacciones, lo cual no se puede resolver en términos de reformulación de proposiciones más sofisticadas sin recurrir a pesquisas más profundas. Veremos cuatro de estos puntos que, de alguna manera, se encuentran interrelacionados. Primero, en los estudios empíricos futuros necesitamos investigar múltiples niveles lingüísticos de análisis (Putman y Street) durante la duración de una conversación (Coupland; Purcell) para poder desentrañar cuáles son las características que se acomodan, cuándo y cómo, y cuáles no se acomodan de ninguna manera (ver Trudgill 1981). La utilización de los conceptos de “convergencia” y “divergencia” en las proposiciones 1/2 y 4/5 del SAT respectivamente son lingüísticamente muy imprecisos. En segundo lugar, necesitamos especificar cuáles son las dimensiones involucradas en las consecuencias evaluadas de los actos de acomodación. Los usos de términos como “aprobación social” en las proposiciones 1 y 2, y los de reacciones “positivas” y “negativas” en las proposiciones 3 y 6 son, también, muy generales. El hecho de que la convergencia parezca estar más conectada con el interés social percibido que con la competencia percibida en algunas situaciones, confirma esto (Putman y Street). Tercero, observamos que no todos los cambios que pueden ser etiquetados como de “convergencia” y “divergencia” caen fructíferamente bajo la rúbrica de la SAT (Platt 1977). Por ejemplo, algunos cambios que pueden ser medidos objetivamente como de convergencia interpersonal pueden, en diferentes ocasiones, ser mejor conceptualizados como debidos a una o más de las siguientes influencias: normas situacionales (Ball et al.); demandas sociolingüísticas de los diferentes géneros (Purcell); y la presentación positiva de uno mismo (competencia). En consecuencia, necesitamos avanzar hacia una más amplia base teórica que nos permita un marco interpretativo (Coupland) para comprender el complejo entretejido de las diferentes estrategias comunicativas con propósitos normativos, de presentación de uno mismo, de negociación y acomodación (entre otros). Finalmente, necesitamos determinar de manera más completa el rol de la toma de conciencia en la SAT, porque hay una tendencia a disminuir la consideración de esta noción dentro de los confines del formato proposicional (ver Street y Giles 1982; Berger 1980). De hecho, vemos que las actitudes y las intenciones de la gente para acomodarse (bilingüísticamente), así como sus reacciones anticipadas, no siempre coinciden con lo que realmente hacen o sienten en marcos específicos de comunicación (Bourgis; Platt y Weber; Ajzen y Fishbein 1980). Sin embargo, observamos que, a veces, las directivas bastante explícitas “desde arriba” inducen acomodaciones lexicogramaticales conscientes (Platt y Weber); además, los investigadores de interacciones sociales pueden etiquetar retrospectivamente algunos cambios de acento que han escuchado. Sin embargo, la gente a menudo no es lo suficientemente conscientes de sus propios cambios y de los cambios de los demás por motivos de acomodación lingüística en los niveles lingüísticos que no se relacionen con los contenidos de las locuciones.
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