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JOSÉ SANTIAGO JIMÉNEZ RUBIANO

I TEOLOGÍA
HISTORIA DE LA IGLESIA ANTIGUA – VIIIº INFORME FECHA: 07/05/19

EL IMPERIO CRISTIANO
Dentro del imperio cristiano, se ha de tener mayor claridad lo correspondiente al legado de
la dinastía valentiniana, que para una mejor comprensión de la interacción entre el poder civil
y el poder eclesiástico en los días de Teodosio I obliga a realizar una somera introducción
que arranque precisamente del reinado de Joviano (363-364), con el que se cierra el efímero
paréntesis pagano del reinado de Juliano.
La profunda implicación imperial en los asuntos eclesiásticos y el manifiesto compromiso
político de la Iglesia a través sobre todo de las únicas figuras de Dámaso de Roma y Ambrosio
de Milán, y buen frontispicio es la declaración del filósofo pagano Temistio en ocasión de la
asunción del consulado el primero de enero del 364 por el emperador cristiano Joviano:
Quien introduce la coacción arrebata la libertad que Dios nos ha concedido. [...] Que el
alma de cada cual sea libre para elegir el camino que crea mejor para practicar su piedad
(Discurso 5,68b. Trad. de J. Ritoré).

Nada mejor describe el ambiente de tolerancia religiosa a la muerte de Juliano que estas
frases pronunciadas por Temistio. Joviano se mantuvo, al parecer, al margen de las
rivalidades teológicas y eclesiásticas y no quiso congraciarse con ningún obispo o corriente
religiosa en particular ni imponer su propio credo, el homousiano1
Ahora bien, el acontecimiento más relevante para la Iglesia durante su reinado, la elección
de Dámaso como obispo de Roma, no parece que contó con la participación del emperador,
pues la intervención de las cohortes urbanas es explicable desde la salvaguardia del orden
público, que a la muerte de Liberio de Roma (24 de septiembre de 366) dos diáconos se
disputaron la sede, Dámaso y Ursino, y la disputa se saldó después de un baño de sangre en
la basílica Liberiana entre los partidarios de uno y otro con intervención de las cohortes
urbanas a favor del primero. Fue Dámaso además el impulsor de la revisión de la versión
latina de los Libros sagrados que llevó a cabo su amigo Jerónimo, conocida como la Vulgata.
Sin embargo, El emperador de la parte oriental, Valente, permaneció en la fe anomea en la
que fue bautizado. Una vez reducida la usurpación de Procopio, llevó a cabo una política de
persecución de los nicenos y de todos cuantos se oponían a las diversas corrientes arrianas:
anomea, homeusiana, homeana, macedoniana. Su encarnizado antiniceísmo le llevó a
perseguir a los monjes y ordenar que se les condujera a las ciudades para en ellas hacer frente
a sus deberes cívicos. La persecución finalizó cuando el emperador emprendió la guerra
contra los godos. Resultaba peligroso dejar en retaguardia a una población cristiana dividida
teológicamente y con muchos de sus miembros, en las personas de sus obispos, fueron

1
Partidarios del Concilio de Nicea. Sector que se mantuvo firmemente al lado del credo niceno de
325 d.C. Para ellos, el Hijo es consustancial (homoousios) al Padre.
perseguidos y desterrados. Aprovechó la ocasión para levantar todos los destierros
persiguiendo una unión tan necesaria en momentos sumamente críticos para el Imperio
romano; pero la desunión entre los cristianos, sobre todo en la parte oriental del Imperio, era
una realidad. La abundancia de herejías que se muestran, es clara manifestación del ambiente
de desunión de la época.
El punto de inflexión en lo tocante a política religiosa lo marcó el emperador Graciano, que
inició su reinado ordenando la confiscación de las propiedades de los herejes, quizá de los
donatistas, pues va dirigida la disposición a Hesperio, a la sazón procónsul de África, y no
del pretorio como dice el Código Teodosiano. No obstante, fue una acción puntual. Su acción
de gobierno en materia religiosa estuvo marcada por la influencia que sufrió de Dámaso de
Roma y de Ambrosio de Milán.
Por otra parte, tras el restablecimiento de la ortodoxia en Constantinopla después de cuarenta
años de dominio arriano, en mayo del 381 se iniciaron las sesiones del concilio de
Constantinopla, que tendría más tarde la denominación de ecuménico porque sus
resoluciones conciliares —y no solamente el credo— las aprobaron todas las iglesias. No
había necesidad de establecer un nuevo credo, pues todos los asistentes eran ortodoxos, sin
embargo hicieron una profesión de fe formalmente nicena al tiempo que formularon
anatematismos contra los eunomianos o anomeos, los arríanos o eudoxianos, los semiarrianos
o neumatómacos, los sabelianos, los marcelianos, los fotinianos y los apolinaristas . No hubo
discusión teológica alguna.
En su lugar el concilio reconoció como prelado de la ciudad imperial a Gregorio de Nacianzo,
que no llegó a tomar posesión de la sede de Sasima para la que fue consagrado por san
Basilio, y de esta forma corroboraba la decisión previamente adoptada por el emperador
Teodosio I.
En cuanto al concilio fueron los cánones que dispuso la asamblea episcopal. – o llamado
concilio- El segundo y el tercero tenían un enorme calado institucional, pues ponían en juego
el poder de los obispos y el de algunas circunscripciones episcopales en concreto. A lo que
se es preciso denotar que el segundo de los cánones ordenaba:
1. Según lo acordado por el concilio de Nicea en el canon 15 los obispos no debían abandonar
la sede episcopal para la que fueron consagrados.
2. El obispo de Alejandría tuviese jurisdicción para el gobierno eclesiástico de Egipto según
lo acordado en el concilio de Nicea en el canon 6.
3. Los obispos de la diócesis civil de Oriente administrasen sus jurisdicciones sin injerencia
ajena siempre que quedasen a salvo los privilegios de la iglesia de Antioquía según lo
acordado en el concilio de Nicea en el canon 6.
4. Lo mismo hiciesen los obispos de las diócesis de Asia, el Ponto y Tracia.
5. Ningún obispo debía abandonar su sede para consagrar obispos en otra y de otra
jurisdicción.
6. Los sínodos provinciales eran la máxima autoridad para resolver sus propios problemas.
7. Las iglesias establecidas en tierras bárbaras habrían de gobernarse de acuerdo con la
costumbre establecida desde tiempos apostólicos.
Y por tanto, la resolución final del concilio fue el envío de una carta sinodal al
emperador en la que los obispos agradecían a Dios por haber entronizado a Teodosio
I para la paz general de las iglesias y como sostén y bastión de la verdadera fe, y en la
que solicitaban del emperador que sancionase todo cuanto habían decretado,
finalizando con un ruego a Dios para que preservase el Imperio en paz y justicia y lo
hiciese perdurable. El contenido de la carta no hacía sino expresar la unión de los
obispos en la fe ortodoxa y la comunión con el emperador.

Finalmente, A finales del 384 llegó a Milán, expulsado por Teodosio I de su diócesis
en Durostorum (Mesia), el obispo arriano Mercurino-Auxencio, que fue bien recibido
por Justina, que gozaba de una autoridad acrecida tras la muerte de Graciano, y su
entorno. Su llegada provocó un conflicto que enfrentó a Ambrosio con la corte
imperial. La presencia de Auxencio en Milán ocasionó la petición al prelado milanés
de una basílica para la comunidad arriana, a la que se opuso con mayor tenacidad, pues
si cabe que años antes, en el 378, y coincidiendo entonces con la venida a Milán de
Justina con su retoño Valentiniano II. Ante la negativa de Ambrosio a secundar los
planes imperiales fue llamado al palacio, ante el consistorio, y enterado que fue el
pueblo católico de que su obispo estaba en palacio y de las presiones que en él tiene
que soportar, tomó la calle, se dirigió al palacio y a duras penas la guardia imperial
podía contenerlo. Ambrosio no se intimidó en ningún momento e incluso, se dice, que
estuvo dispuesto al martirio. Valentiniano II trató de reconducir la situación y ofreció
a Ambrosio la posibilidad de formar un jurado paritario que se reuniese en palacio y
deliberase a la vista del consistorio para que éste finalmente decidiese sobre los
diferentes asuntos.

Bibliografía
Ubiña, M. S. (2013). Historia del Cristianismo - Mundo Antiguo . Madrid: Trotta.

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