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Clase 1 T Lit Eeyl 2016
Clase 1 T Lit Eeyl 2016
Estimados colegas,
¡Bienvenidos a la Clase 1!
Estos objetivos específicos implican tener especialmente en cuenta el hecho de que la teoría
literaria ha surgido y se ha consolidado a partir de 1970 -si no antes- como un contra-discurso
crítico que se sabe en contienda con la historia de la literatura, perspectiva dominante en las
instituciones escolar y universitaria. Esta es, quizá, la primera dificultad con la que nos
encontramos: la dimensión crítica y polémica propia de este campo disciplinar y la
consecuente paradoja de todo intento de formalización curricular.
Vinculadas con esta primera dificultad, encontramos otras dos: la dificultad de definir y
precisar cuál es el objeto de esta disciplina y, por otro lado, cuáles son los alcances
concretos de la teoría literaria. A priori, uno diría que el objeto de la teoría literaria es la
literatura. Y la literatura como objeto (al menos la literatura a la que la teoría suele prestarle
atención) ya es un problema, precisamente porque opera en y sobre los límites de lo
representable e imaginable. Pero, además, la literatura toma como asunto cualquier experiencia
humana y, en especial, la ordenación, interpretación y articulación de esa experiencia: trata de
la historia y también de lo inexistente, de la vida cotidiana así como de las experiencias límites,
de sí misma y de otras formas de representación de modo que por intermedio de ella ingresan
como objeto de reflexión otros objetos (los medios masivos de comunicación, la moda, la
cultura popular, etc.) que nos fuerzan a ampliar los alcances de la teoría literaria.
Ahora bien, el momento en que la teoría literaria se revela como una fuente especialmente
provechosa para la descripción de las cuestiones de racionalidad y significación más generales
coincide, en palabras de Jorge Panesi, con “(…) el repliegue de la literatura en el mundo
contemporáneo, inclusive su marginalidad creciente” (2014, p. 329). La idea de la
centralidad y la utilidad política de esta disciplina se gesta y desarrolla en los estrechos
límites de la vida académica.
Como ocurre con la emergencia de la mayoría de los discursos, no hay pleno acuerdo respecto
de cuándo ubicar los orígenes de la teoría literaria: hay quienes consideran que nace con los
románticos alemanes y quienes atribuyen su surgimiento a los formalistas rusos. En cualquier
caso, la teoría literaria, al igual que la literatura (tal como la concebimos hoy) y la crítica, es
un discurso moderno que se gesta y formaliza hacia fines del siglo XVIII y comienzos del siglo
XIX, momento en que la producción y crítica de arte se institucionalizan en una esfera autónoma
separada del discurso científico, moral y jurídico, y regulada por lógicas propias (Habermas,
1993).
Sin embargo, antes de la Revolución Francesa la modernización ya había dado origen a una
crítica fundamental de la sociedad burguesa. Con la literatura del Iluminismo comienza a
gestarse una crítica del principio dominante de utilidad que fue formulada por primera vez
por Jean Jacques Rousseau (1712-1778) y retomada después por los autores del Romanticismo
alemán(Johan W. Goethe, Friedrich Schiller, Novalis, Friedrich Hölderlin). Simultáneamente a la
escritura típicamente iluminista que fusionaba una intención didáctica con el principio de crítica
racional, se desarrolla lo que se conoce como estética del genio. Esta estética se caracterizará
por el deseo de una vida experimentada en su totalidad en clara oposición al principio de
utilidad y al sometimiento de todas las esferas de la vida a la mecanización y a la fragmentación
de las actividades. Poesía y razón se desarrollarán a partir de entonces en direcciones opuestas.
La estética del genio forma parte de la autocrítica del Iluminismo que se encargó de poner de
relieve el carácter contradictorio del progreso: ya en ese entonces se empieza a advertir
que el desarrollo científico y tecnológico va de la mano de una regresión en las relaciones
humanas. En este sentido, la estética del genio puede pensarse como correlato de la crítica
rousseauniana de la civilización.
En rechazo a los principios de racionalidad y trabajo calculado, los escritores que integran esta
corriente le atribuirán una gran importancia a la sensibilidad sin restricciones, esto es, a un
tipo de producción y recepción artísticas no dirigidas u orientadas a fines específicos. La
revalorización de la espontaneidad e imaginación en la creación artística y de
la barbarie implicó una verdadera fractura de la esfera artística con la racionalidad y el
pensamiento moral vigente.
Lo interesante (y también paradójico) es que, como bien advierte Peter Bürger (1992), las tres
categorías centrales de la estética romántica relativas a la producción, la recepción y la obra de
arte se oponen a la modernización pero, al mismo tiempo, son una consecuencia de ese mismo
proceso sociocultural. Estas categorías son:
- El artista como genio: el artista así concebido se presenta como dotado de
facultades no racionales y modos de conducta como la inspiración.
Por otra parte, la teoría literaria tiene una impronta netamente romántica al asumir la
relatividad geográfica e histórica del gusto estético. El relativismo romántico se oponía a la
doctrina clásica heredada del Iluminismo que concebía al arte y a la literatura según parámetros
canónicos, es decir, estables y universales que perduran aún en cierta crítica del siglo XX (ver,
por ejemplo, los trabajos de Harold Bloom, como El canon occidental). La valoración del
Romanticismo tanto del localismo y el folklore como del genio individual creador impulsó política
y culturalmente los nacionalismos europeos y la autonomía de los pueblos. En términos
estéticos, esto implicó un verdadero alegato a favor de la autonomía tanto del artista como de la
obra de arte lo que llevaría, paradójicamente, a fines del siglo XIX a propugnar la idea del “arte
por el arte”, es decir, una concepción del arte desvinculado de su contexto social y cultural.
La oposición entre “clasicismo y romanticismo” es solo una entre otras que van a atravesar el
presente curso, todas ellas estrechamente relacionadas: “imitación e innovación”, “antiguos y
modernos”, “tradición y ruptura”.
El Formalismo ruso
Antes de desarrollar los principales lineamientos de esta corriente teórica, es bueno recordar
que el Formalismo es impensable sin las rupturas que, simultáneamente, provocaron los
movimientos de vanguardia de principios de siglo XX en el campo artístico. Con
las vanguardias, como señala Peter Bürger (2000), el arte alcanza el estadio de la auto-
crítica al poner en cuestión no solo las tendencias artísticas precedentes sino también la
“institución arte” (esto es el aparato de producción y distribución del arte y las ideas que sobre
el arte dominan en una época dada) tal y como se ha formado en la sociedad burguesa. Y,
¿cómo llevan a cabo esta crítica? Exhibiendo los procedimientos y principios constructivos que
otras estéticas ocultaban o escamoteaban y proponiendo nuevas formas de producción y
circulación para los objetos artísticos. Volveremos sobre este punto en la clase dedicada a la
Representación.
En las primeras décadas del siglo XX surge en algunos círculos intelectuales del Este de Europa
una corriente que, a partir de diversas investigaciones y reflexiones en torno a la literatura,
cambiaría el pensamiento de Occidente: el Formalismo ruso (1915-1930). Los formalistas rusos
fueron, mayormente, un grupo de lingüistas que buscaron hacer del estudio de la literatura una
ciencia. Su principal preocupación fue buscar qué es lo que hacía de un texto cualquiera un
texto literario, es decir, indagar acerca de la “literariedad”, de lo propio y lo específico de la
literatura. Su objetivo era crear una ciencia de la literatura cuyo objeto no fuera la literatura
sino aquello que hacía de una obra concreta una obra literaria.
Y para los formalistas lo que hacía de una obra en particular una obra literaria era suforma.
Para no dejar de lado a esta figura que ocupó buena parte de las reflexiones en torno a la
literatura hasta el siglo XX, vamos a dedicar nuestra segunda clase al autor.
Por otra parte, como nos recuerda Panesi (2014), al querer afirmarse como un conocimiento
objetivo y científico, la teoría literaria formalista incursionó en el análisis del discurso político y
cinematográfico, y contribuyó así a la constitución de un nuevo campo cognoscitivo para los
objetos culturales. Esta ampliación de los alcances de la teoría literaria, también se acentuaría
con la teoría estructural y semiótica de los años sesenta y setenta.
El hecho de que muchos de sus presupuestos teóricos fueran retomados y profundizados por el
Estructuralismo y el Postestructuralismo pone de manifiesto la importancia del Formalismo ruso
como estadio fundacional de la teoría del siglo XX.
Estructuralismo y Postestructuralismo
La lingüística siguió constituyendo un modelo de trabajo y jugando un papel central en las
reflexiones teóricas y en las lecturas críticas de quienes se denominaron estructuralistas. Al
igual que sus antecesores los formalistas, relegaron el contenido temático y se centraron en la
relación lúdica o paródica de una obra con las formas, códigos y convenciones literarias. Los
trabajos de estos autores ofrecen “gramáticas” o inventarios de elementos y sus posibilidades
combinatorias para explicar la forma y significado de los textos literarios. Y no solo literarios, ya
que al interesarse fundamentalmente por las estructuras que producen el significado más
que por el valor de una obra, la crítica estructuralista (y luego la postestructuralista) incorporó a
sus análisis tanto los objetos banales de la cultura de masas (cine, moda, vida cotidiana,
mensajes publicitarios) como los objetos “serios” de otras especialidades como la filosofía o la
historia.
La lectura de estos objetos “al modo literario” los llevó, incluso, a afirmar la indistinción entre
el lenguaje literario y el no literario, colocando así a la teorización literaria en un lugar
destacado dentro del juego institucional de las disciplinas teóricas. Si todo discurso es una
construcción que se hace sobre la base de determinados códigos y convenciones de escritura,
qué mejor que la teoría literaria para identificarlos y describirlos, para descomponer sus
constituyentes. El rigor científico se pone al servicio del cuestionamiento del signo, la
representación y el sujeto y, llevado a un extremo, del socavamiento de toda “verdad”. La
especulación lógica así practicada nos conduce a los fundamentos “ilógicos” sobre los que se
erige todo sistema de pensamiento.
Las teorías de Platón y Aristóteles en torno a los géneros, las formas, los modelos y figuras no
pueden considerarse en rigor parte de la teoría literaria en la medida en que su interés se
centraba en la decodificación de la literatura misma y no de los estudios literarios, es decir, que
predominaba en sus planteos una impronta prescriptiva respecto de la producción de los
productos culturales de su época.
En este sentido, suele considerarse a la teoría literaria como una disciplina que nos proporciona
las herramientas necesarias para apreciar y valorar acabadamente los grandes textos literarios y
que es útil, por lo tanto, para llevar a cabo un trabajo de crítica literaria. Culler ha señalado con
cierta suspicacia esta definición que buena parte de los críticos ingleses y norteamericanos dan
por buena de una forma casi intuitiva y naturalizada: la teoría literaria vendría a ser la sierva de
una sierva ya que su propósito es colaborar con el crítico en vistas a la explicación de las obras
maestras (1984, p. 13). En última instancia, la teoría literaria se constituye como una disciplina
auxiliar de los estudios literarios.
Llegados a este punto, ya podemos aventurar algunas respuestas a los interrogantes que
planteamos en los objetivos de la clase. De lo dicho hasta aquí se desprenden las siguientes
definiciones que nos proporcionan un primer acercamiento a la materia:
Sin embargo, y como ya hemos señalado en los apartados anteriores, la teoría literaria se
contrapone a los estudios literarios, tanto a la historia de la literatura como a la crítica literaria,
dado que analiza estas prácticas, las describe, expone sus presupuestos, en suma, las critica.
De este modo, podríamos decir que la teoría literaria es la crítica de la crítica,
o metacrítica (Compagnon, 1998, p. 19). Es una conciencia crítica que puede describirse como
una auto-reflexión literaria. Si la crítica literaria (que surge en los salones del siglo XVIII)
pone el acento en la experiencia de la lectura y aprecia, evalúa y juzga una obra, y
la historia literaria (nacida como disciplina académica en el transcurso del siglo XIX), por su
parte, atiende a los factores externos a la experiencia de la lectura, como la concepción o la
transmisión de las obras literarias, y explica el texto, la teoría literaria, en cambio, exhibe
los presupuestos según los cuales se evalúa o se explica una obra literaria: ¿a qué se
denomina literatura? ¿Cuáles son los criterios de valor literario? En definitiva, la teoría literaria,
lejos de ser un método o una técnica, insiste en poner bajo sospecha todo método o técnica y
nos incita a ser lectores suspicaces y escépticos.
En síntesis, desde esta última perspectiva, podemos deducir estas dos premisas:
¡Hasta la próxima!
Bibliografía
Bürger, P. (1992) “Literary Institution and Modernization”, en The Decline of Modernism,
Pennsylvania, Pennsylvania State University Press, pp. 3-18.
Bürger, P. (2000) Teoría de la vanguardia, Barcelona, Península.
Compagnon, A. (1998) Le démon de la théorie. Littérature et sens commun, París,
Seuil.
Culler, J. (1984) Sobre la deconstrucción, Madrid, Cátedra.
Habermas, J. (1993) “Modernidad, un proyecto incompleto”, en Casullo, Nicolás
(comp.), El debate modernidad posmodernidad, Buenos Aires, El cielo por asalto, pp.
131-144.
Panesi, J. (2014) “La caja de herramientas o qué no hacer con la teoría literaria”, El taco
en la brea, 1, pp. 322-333.
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conozcamos y que podamos compartir diferentes intereses e inquietudes
que puedan surgir a lo largo del curso. Los invitamos a presentarse y a
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