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Foucher-articulo

08/08/2014

Fronteras y geopolítica
por Michel Foucher,
geógrafo, diplomático, ensayista

“No hay ningún tema más recurrente en los escritos de los utopistas
humanitarios que la supresión de las fronteras. Su supresión pura y simple, o el
establecimiento de un federalismo universal que las haría inofensivas.
Personas que han cortado cualquier contacto entre su ideología y la verdad de
las cosas quieren alcanzar la mejor sociedad de sus sueños; les parece
cómodo tachar de nuestros mapas esas líneas arbitrarias, que ni siquiera
cuadran con las grandes divisiones regionales reconocidas por la geografía
física y que, ahí donde señalan los contactos más dolorosos, no coinciden casi
nunca con líneas de separación naturales. Resulta muy tentador afirmar que
las fronteras han sido inventadas por los hombres de Estado y los militares
para oprimir a los pueblos; resulta fácil convencer de ello a las personas
simples, sobre todo en los países, como Francia, donde el pueblo se deja llevar
fácilmente por un idealismo natural y generoso. Quienes tengan una noción
geográfica clara de la frontera no se dejarán llevar por esas derivas de la
imaginación y del pensamiento especulativo".

De este modo, los geógrafos Jean Brunhes y Camille Vallaux, en su


Géographie de la guerre et de la paix, sur terre et sur mer, publicada en 1921,
tras un terrible conflicto que provocó cambios territoriales considerables en
Europa, nos invitan a considerar las fronteras políticas que separan a los
Estados y estructuran el mundo contemporáneo como realidades inevitables,
múltiples y necesarias. ¿Qué es una frontera? ¿Para qué sirven las fronteras?
¿Quién las ha trazado y quién sigue trazándolas? ¿Por qué sigue habiendo
conflictos o tensiones en torno a cuestiones territoriales en la era de Internet y
de la globalización? ¿Cómo explicar la diversidad de las fronteras? ¿Cuáles
son los efectos de éstas sobre las sociedades? En resumen, ¿por qué se habla
tanto de las fronteras en el siglo XXI, ya sea en Europa (que busca sus últimos
límites), en América del Norte (que duda entre nuevo muro y frontera

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inteligente), en Oriente Próximo, en Asia y en torno a Rusia o también en África,


cuando el espíritu de los tiempos es del discurso del "sin fronteras"?

Definir y delimitar

El concepto de frontera se refiere a los límites políticos entre dos Estados


contiguos: esta discontinuidad es una institución establecida por decisiones
políticas y que se rige por textos jurídicos. Líneas de reparto de las soberanías,
limitan –a partir de una delimitación por medio de tratados y sobre el mapa,
seguida de una demarcación sobre el terreno con vallas y otras herramientas
físicas de separación– territorios regidos por una soberanía estatal y que
conforma el marco de la atribución y de la transmisión de una nacionalidad, una
ciudadanía como vínculo jurídico de un Estado con su población constitutiva.
No hay identidad sin frontera.

El mundo está estructurado, según mis cálculos, por aproximadamente 230.000


km de fronteras políticas terrestres y 264 fronteras interestatales. En francés, la
palabra "frontera" es el adjetivo femenino derivado del sustantivo "frente": front,
frontier, frontière. Ir a la frontera, era situarse allí donde debía aparecer el
enemigo. En el Misterio del sitio de Orleáns, Juana de Arco expresa un deseo:
“Espero impaciente a que llegue mañana para ver a los ingleses en frontera”.

Los frentes no han desaparecido de la superficie del planeta: Kosovo y Bosnia,


el Cáucaso, Transnistria, Cachemira, la península coreana, el delta del Níger,
Darfur, Etiopía/Eritrea, donde la decisión del Tribunal Internacional de Justicia,
ha sido recusado por una de las partes en conflicto, por citar sólo algunos
casos de tensiones permanentes. En otros lugares, el trabajo de delimitación y
de demarcación prosigue: China y Rusia acaban por fin de ponerse de acuerdo
mediante un tratado sobre sus fronteras comunes, pero no ocurre lo mismo en
el caso de India y China o entre Marruecos y Argelia en la región del Sahara
Occidental. Otro límite se está levantando, en forma de muro de separación;
para responder, supuestamente, en primer lugar a imperativos de seguridad, se
presenta cada vez más como la futura frontera oriental de Israel en el horizonte
2010. El hecho de que, de momento, se trate de una iniciativa unilateral

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recuerda que éste es uno de los modos de fijación de los trazados, en ausencia
de acuerdo o incluso de negociación. ¿Frontera ideal? Algunos lo dudan:
"¿Acaso la frontera ideal no es la que otorga a cada pueblo el sentimiento de
sentirse libre en su tierra, porque entonces la frontera puede ser lugar de
encuentro y de cooperación en lugar de línea de confrontación? escribe Théo
Klein a Ariel Sharon de visita en París, el 27 de julio de 2005.

De los frentes a las fronteras

La Europa contemporánea se caracteriza por un movimiento de devaluación


progresiva y mutuamente acordada respecto a las funciones de barrera y de
traslado de las funciones de control a puntos situados en el interior de un
territorio nacional (puertos, aeropuertos, plataformas logísticas). Pero la
transformación de los antiguos frentes en fronteras abiertas, que marca la
historia de la construcción europea en una parte del continente, no ha
finalizado totalmente.

A este respecto, el “viejo” continente europeo es, desde el punto de vista


geopolítico, el más nuevo ya que, desde 1989, se han creado y reconocido más
de 14.000 km de fronteras internacionales nuevas. Sólo una ha desaparecido,
sin ruido de sables, la que separaba las dos Alemanias, a un lado y otro de un
segmento del Telón de Acero. El "divorcio de terciopelo" entre las entidades
checa y eslovaca y la conquista –o reconquista– de la independencia de las
repúblicas de la antigua Unión Soviética han contribuido a este movimiento de
reorganización, que tiende a una mayor fragmentación del mosaico europeo.

La formación de Estados Nación sobre bases etno-lingüísticas, emprendida con


el movimiento romántico de las nacionalidades en la Europa del siglo XIX,
prosigue. No ha culminado en los Balcanes, ya que nuevas entidades –Kosovo,
Montenegro– reivindican a su vez un estatuto independiente, tras diez años de
tensiones graves y sangrientas provocadas por los dirigentes nacionalistas que
han intentado imponer sus fronteras nacionales mediante guerras de
purificación étnica. El destino de Moldavia y del enclave secesionista de
Transnistria sigue siendo incierto. En resumen, la cuestión de las fronteras en

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Europa sigue abierta. Nos recuerda la realidad del tema y su fuerza simbólica.
Toda esta evolución está regida por los Estados preexistentes y organizaciones
internacionales. Pero sorprende el juego del argumentario esgrimido, en el que
los protagonistas recurren constantemente al viejo concepto de frontera
histórica para que se valide el derecho del primer ocupante (en el caso del
proyecto de la Gran Serbia, por ejemplo). Éste viene a menudo acompañado
por la invocación de fronteras denominadas naturales, es decir, la elección de
configuraciones hidro-topográficas para justificar un trazado determinado.

Trazados y trazadores

La determinación de un trazado siempre parece haber puesto a los trazadores


frente a dudas que superan lo profano. Por consiguiente, sería más legítimo
esgrimir argumentos de autoridad: en el pasado, los trazados se presentaban,
sucesivamente, como obra de las divinidades, de la naturaleza, de los príncipes
o de la geometría. El primer gran recorte consciente del mundo se remonta a
1494, cuando el papa Alejandro VI obligó a los soberanos español y portugués
a ponerse de acuerdo respecto a un reparto del mundo conocido y de los
nuevos mundos por descubrir; fue el Tratado de Tordesillas, completado en
1529, tras el viaje de Magallanes, por el Tratado de Zaragoza, lo que no fue del
agrado ni de Francia ni de Inglaterra. La invocación de los dioses no tuvo nada
que ver en las decisiones de la Comisión Radcliffe que, en 1947, dibujó hasta
el más mínimo detalle los trazados de la partición entre India y las dos partes
de Pakistán, a partir de un criterio en principio religioso. En los recientes
debates sobre las fronteras últimas de Europa, se recurre de nuevo al
argumento religioso, ya sea para señalar el efecto político del límite entre el
cristianismo occidental (católico y protestante) y el culto ortodoxo, que va de la
frontera fino-rusa a la que separa Croacia de Bosnia y Serbia, o de manera
más abierta a propósito de la cuestión de la candidatura turca.

No menos frecuente es el recurso a la Naturaleza, que definirá el Bósforo y los


Urales como límites de la Europa geográfica. A lo que los partidarios de una
Europa muy grande podrían objetar que el Bósforo es ante todo una costura y
un vínculo y que los Urales –"puestos de relieve" por el geógrafo y cartógrafo

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de Pedro el Grande, Vassili Nikititch Tatichtchev, para señalar que Moscovia


venía a situarse en Europa en el momento en el que se emprendía en Rusia un
proceso de modernización– son una barrera muy mediocre y que Siberia está
poblada de rusos, hasta Vladivostok.

En los períodos coloniales, las grandes potencias responsables de los trazados


–los británicos han trazado un 21% de las fronteras del mundo en el antiguo
Tercer Mundo, los franceses un 17%, los portugueses, los alemanes y los
españoles aproximadamente un 4% cada uno– procedieron apoyándose en las
matemáticas: dando prioridad a trazados que se remitían a los paralelos y a los
meridianos, cuando un gran río o una cadena montañosa no ofrecían ninguna
base conocida, evidente o aceptada. ¿Fronteras coloniales, fronteras arbitrarias
al ser impuestas sin consentimiento de las poblaciones afectadas y dividir a los
grupos étnicos? Sin duda alguna. Pero el hecho de que se hayan mantenido
tras las independencias resultantes de la descolonización, salvo algunas
excepciones (subcontinente indio) resulta milagroso. Y sus efectos todavía
perduran.

Imágenes e imaginario en líneas

En estas circunstancias, podría considerarse pertinente la definición lapidaria


adelantada por Ambrose Bierce en El diccionario del diablo (1911): "En
geografía política, la frontera es una línea imaginaria entre dos naciones, que
separa los derechos imaginarios de unos de los derechos imaginarios de otros”.
Lo que importa es menos “la” frontera que la relación que las comunidades
humanas mantienen con ésta. Es en efecto la única cuestión válida y lo que la
obra Fronteras revela es menos la materialidad de las fronteras que la mirada
que los hombres ponen sobre éstas.

Cierto es que muchas fronteras han sido trazadas por otros –potencias
coloniales, conferencias internacionales–, y no por las naciones afectadas, y a
menudo impuestas. Ello no quita que, una vez delimitada, la frontera tiene
efectos en las poblaciones limítrofes y en las naciones que las engloban, en
particular por medio de los mapas y de los manuales de historia y geografía y

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las retóricas oficiales de un Estado a propósito de sus vecinos. Icono de forma


linear que puede representarse en un mapa, la frontera alimenta el imaginario e
invita a la diferenciación.

Mirar al lado

Y es que la frontera designa el lugar del Otro y define los contornos de una
identidad, que supone una diferencia entre “ellos” y “nosotros”. “Para que
realmente haya un dentro, es necesario que éste se abra sobre el exterior para
recibirlo en su seno”, escribió el historiador Jean-Pierre Vernant, en un texto
inscrito en un mojón del puente de Europa, donde quien pasa de Estrasburgo a
Kehl olvida que acaba de franquear una frontera ya que no hay ni aduanero ni
policía para controlarlo. Dentro y fuera, Hestia y Hermes, como condición de la
identidad. Cada individuo debe asumir su parte de Hestia –guardiana del
hogar– y su parte de Hermes –nómada, vagabundo, maestro de los
intercambios, de los contactos, al acecho de los encuentros, dios de los
caminos y guía de los viajeros. Bien lo saben los exilados y los migrantes, que
sólo creen encontrar su salvación fuera, ya que han sido expulsados de sus
hogares.

Por consiguiente, no es sólo asunto de cartógrafos y militares, de príncipes y


de diplomáticos. Como la frontera remite a la identidad, el tema del límite y de
los confines ha inspirado a muchos otros viajeros: los que ejercen sus talentos
en la ficción y en la imagen. A la vez corte y costura, cesura e interfaz,
sucesivamente frente y frontera, contacto doloroso y lugar de partida de las
cooperaciones, la frontera no ha dejado nunca de fascinar, como observa
Julien Gracq a propósito del héroe de El mar de las Sirtes, y de inspirar a
escritores y poetas (Alessandro Barrico, Dino Buzatti, Max Frisch, Milan
Kundera, Uwe Jonson, Claudio Magris, Antonio Soler, Rober Louis Stevenson,
Carlos Fuentes, Pascal Quignard, Jorge Semprún, Bruno Arpaia, Silvia Baron-
Supervielle, Jean-Pierre Faye, Michel Warschawski), cineastas (G.W. Pabst,
Anthony Mann, Valerio Zurlini, Theo Angelopoulos, Orson Welles, Tommy Lee
Jones, Guillermo Arriaga, Wim Wenders), dramaturgos (Slawomir Mrozek, Una
casa en la frontera, 1979), compositores de ópera (Philippe Manoury, La

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frontera, ópera de cámara, 2004) y, por supuesto, fotógrafos a la búsqueda de


las identidades en los límites y confines, fotógrafos cuyos reportajes se
presentan en los ocho mundos, las ocho fábricas de mirada de esta obra.
“Cuando viajo, miro lo que me muestran y fotografío lo que hay al lado”, le dijo
un día Henri Cartier-Bresson a Michel Butor que, viviendo a dos pasos de Suiza
y de Italia, confiesa que “cruzar las fronteras me ayuda a ver” (entrevista, Le
Monde, 14 de abril de 2006).

Cruzar la frontera, mirar más allá, es asumir el riesgo de aventurarse en un


continente extranjero, enfrentarse a un horizonte diferente, sorprenderse con
nuevos rostros y descubrirse sin hogar, sin identidad o, al menos, cuestionado.
El antropólogo noruego Fredrik Barth recuerda que las fronteras no son
resultado, en la mayoría de los casos, de diferencias anteriores, sino que tienen
como efecto crearlas. Se trata de construcciones territoriales que ponen
distancia en la proximidad y provocan un efecto espejo. La mirada del otro y la
apertura siempre son un riesgo, ¿pero puede acaso el interior alcanzar su
plenitud sin un exterior que inscribe en su imaginario? Como observa Nicolas
Bouvier en Los caminos del mundo (1963): “Un viaje no necesita motivos. Un
viaje no tarda en demostrar que se basta por sí solo. Creemos que hacemos un
viaje, pero enseguida es el viaje el que nos hace, o nos deshace". La obra
Fronteras se ha concebido como un viaje, a través de mundos diferentes.
Sabemos cómo empezamos. ¿Qué sabremos al término del recorrido, una vez
franqueado el último límite?

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