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Pensamiento político moderno

Pensamiento político moderno

Leviatán 1
Pero la Edad moderna crea una tercera vía de acceso al mundo, como habíamos dicho. El
yo que nace en la modernidad no es sólo el yo cartesiano de la estufa, sino también el yo
del foro, el yo de los salones y de la vida pública, el yo que reflexiona sobre la vida política.

Las teorías griegas, sobre todo de Platón y Aristóteles, habían pasado el tamiz de la Edad
media: El zoón politikón, que define al ser humano, habla de la primacía de la sociedad
sobre el individuo, de ahí la importancia de elaborar sistemas coherentes de organización
política, que en el caso del cristianismo obedecen, como el resto de la creación, a una
iniciativa divina: para Sto. Tomás, Dios no sólo ha creado un orden físico, con unas leyes
naturales, sino también un orden moral en armonía con sus propios preceptos y un orden
social al cual ha de plegarse la vida política para poder realizar el Bien común en el que se
integran los bienes particulares; todo hombre lleva dentro de sí, en su propia naturaleza,
estos principios, por lo que la postura es conocida como iusnaturalismo medieval.

En la Edad moderna va a resurgir con una fuerza especial la meditación sobre la estructura
social, y aunque, especialmente desde Grocio, y de forma discutida desde el mismo Hobbes,
renazca un iusnaturalismo moderno, éste tendrá unas características distintas del anterior
al estar contagiado de esos tintes definidores de la modernidad, su racionalismo matemático.

Tomás Hobbes (1588-1679), filósofo que nombramos al comenzar el empirismo y al que


podemos considerar como iniciador del pensamiento social moderno. Aplica el método
analítico a la sociedad, descompone ésta en sus unidades básicas, los individuos, para
desde ahí reconstruir el complejo social. Es decir lo originario, frente al pensamiento clásico
y medieval, es el individuo, no la sociedad (v. T. 64.), la cual surge a partir de un pacto entre
los individuos. Para ello supone un estado natural en el que los individuos son iguales y
libres. Ahora bien, estos individuos chocan en sus aspiraciones unos con otros produciendo
un estado de inseguridad y de guerra permanente: homo homini lupus. Para conseguir una
cierta seguridad los individuos se unen mediante un pacto, originan la sociedad civil y crean
una autoridad, que puede ser un individuo o una asamblea, a la que entregan toda su
libertad. El ciudadano queda así despojado de todos sus derechos con el deber de
obediencia absoluta al soberano y éste, a su vez, queda como poder absoluto siendo su
voluntad la fuente de todas las leyes, el Estado se convierte así en el Leviatán al que se
inmola todo (v. T. 65.).

También inglés, empirista, contractualista, pero con un espíritu distinto es John Locke, del
que ya hemos estudiado su teoría del conocimiento. También en él se da una prioridad al
individuo, lo que se proyecta en la existencia de un hipotético estado de naturaleza, pero en
este caso los hombres no están enfrentados, sino que viviendo en un estado de igualdad y
libertad se guían por la ley natural, en este caso la razón. Pero el estado de naturaleza se
puede perfeccionar, sobre todo para solucionar los problemas relacionados con el derecho
de propiedad, para lo cual se constituye la sociedad civil. El paso se da mediante un contrato
en el que los hombres ceden sólo parte de sus derechos, principalmente el de crear y aplicar
las leyes, y mediante el cual se constituye el Estado. Este nunca tendrá un poder absoluto
porque el ciudadano conserva el poder de revocar la cesión de sus derechos y el derecho
de resistencia ante el poder. Siendo fundamentalmente el pacto una cesión de derechos
relacionados con las leyes, Locke mantendrá la diferenciación de poderes: el poder
legislativo será el poder supremo, consistirá en hacer leyes e incluirá el judicial. El otro poder
será el ejecutivo, encargado de aplicar las leyes, próximo a él estará el federativo, poder de
establecer alianzas. Está en germen, pues, la idea de la división de poderes.

Las ideas de Locke, el sensualismo empirista en el conocimiento, y el contractualismo en


política, tendrán una cierta resonancia en Francia durante el siglo XVIII. Este siglo es
conocido como el siglo de las luces, o la Ilustración, haciendo referencia a la luz natural de
la razón (de la que ya hablaba Descartes) frente a la oscuridad de la superstición y de la
ignorancia. En este momento se acentúa la capacidad crítica de la razón y se aplica a las
dimensiones prácticas del ser humano, a la sociedad, a la política, a la religión y a la historia.
En Inglaterra su principal representante fue Hume, pero fue en Alemania y Francia donde
alcanzó mayor desarrollo. En Alemania el principal representante fue Kant, al cual dejamos
para un tema posterior dadas sus particular importancia; en cuanto a Francia hay que
señalar a pensadores como Montesquieu, Voltaire, Rousseau, además de los que de alguna
manera intervinieron en la Enciclopedia, especialmente Diderot, su director, y D´Alembert.
Muy brevemente se puede decir que la Ilustración supone una extremada confianza en la
razón para construir un nuevo mundo y acercarse al ideal de felicidad, lo cual entronca con
una concepción de la historia basada en el progreso, tanto de las sociedades humanas en
sus aspectos políticos, como en los técnicos y en la construcción y logro de nuevos
conocimientos (estas ideas están en germen ya desde la obra de Descartes). Este mismo
ideal de progreso conlleva la crítica a la autoridad, por lo menos como fuente de verdad, que
pasa a ser sustituida por la razón. "La razón es, respecto al filósofo lo que la gracia es en
relación con el cristiano. La gracia obliga al cristiano a actuar; la razón al filósofo. Los demás
hombres son presa de sus pasiones, sin que las acciones que ejecutan sean precedidas de
la reflexión: son hombres, que caminan entre tinieblas; mientras que el filósofo en sus
propias pasiones no actúa sino después de la reflexión; camina en la noche pero precedido
de una luz", dice la entrada "filósofo" de la Enciclopedia.

Montesquieu (1689-1755) pasará a la historia de la filosofía y de la política por la defensa,


en su obra El espíritu de las leyes, de la división de poderes, en el ejecutivo, judicial y
legislativo. Voltaire (1694-1778), será un gran divulgador de los ideales de la Ilustración, un
crítico del optimismo leibniciano, y un defensor de la razón, la tolerancia y el progreso.
Rousseau (1712-1778) será el defensor de un estado de naturaleza perdido, en el que el
hombre era originalmente bueno, y tras el cual, mediante pacto llega a una sociedad civil
que le corrompe. Sin embargo la sociedad civil era necesaria porque el idílico estado inicial,
tras el surgimiento de la propiedad privada se había convertido en una guerra de todos
contra todos. El contrato social se realiza entre dos partes, cada individuo y sus
representantes y quedan todos obligados a cumplir las leyes. La voluntad general viene a
ser la representación de los intereses de todos los individuos, por lo que no se puede decir
que haya renuncia a sus propios derechos ni a su libertad, en cuanto que la obediencia a la
ley que determina la voluntad general, supone que en esta ley está expresada la propia
libertad (v. T. 66.). En cuanto a la Enciclopedia, hay que señalar su carácter casi epopéyico,
en cuanto que se pretende reunir todo el saber de su época y ponerlo al alcance de todos.
Obra desigual, de varios autores, tuvo el acierto en muchas de sus voces de abrir debates
de honda repercusión política.

Aunque el periodo que llamamos modernidad no esté acabado, falta aún por estudiar lo que
podríamos llamar su culminación, podemos sin embargo ver cómo apuntan nuevos
problemas y como se empiezan a plantear los caminos que recorrerá el pensamiento
contemporáneo. Nacida de la reflexión del yo cartesiano, que se corresponde con el
individualismo burgués, el pensamiento teórico recorre todos los caminos posibles, agota
todas las posibilidades, y conduce directamente a una contradicción insalvable: hija del yo,
como dijimos, su destino es perder el yo y el mundo, quedar encerrada en una conciencia a
la que, por que se le escapa el mundo, cada vez se hace más difícil su propia afirmación y
sin embargo la realidad, a pesar de su incertidumbre teórica, está ahí, apremiante, con sus
guerras y sus miserias; la filosofía teórica tiene que volverse sobre el saber práctico, la
política y el análisis social, para reencontrar el verdadero sentido de ese yo que está
preparado para acabar con el Antiguo Régimen y erigirse como nuevo poder dirigente. La
Revolución francesa al cortar las cabezas de la monarquía está cortando, sobre todo, un
orden político y social, pero también científico y gnoseológico, que a trompicones aún
encontraba su fundamentación en los comienzos de la Edad media.

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