misterio de la sabiduría de Dios escondida dentro del corazón PUNTOS INSPIRADORES: Como apuntamos en la reflexión anterior, Francisco no solamente pasó por la guerra, sino que de igual modo la guerra pasó por él dejándolo hecho pedazos. ¿De qué otra manera puede Dios entrar en nuestras vidas? Difícilmente puede entrar por un corazón duro, le es más fácil hacerlo por un corazón quebrantado.
Donde hay tristeza, hay tierra sagrada.
Dios va pasando. Dios sana un corazón quebrantado cuando le entregamos todas las piezas en una dinámica de oración, autoconocimiento y discernimiento.
Para numerosas personas la enfermedad
constituye un enorme inconveniente que hay que aguantarse hasta que pase, o bien, vivir en rebeldía, sin embargo la rebeldía cierra las puertas del alma.
En la enfermedad nos sentimos inútiles,
inactivos.
Pero mientras nos hallamos muy inactivos,
Dios está muy activo y necesita nuestra quietud para obrar en la purificación de nuestras motivaciones y deseos. Para los santos, la enfermedad formaba parte de su conversión integral.
Con demasiada frecuencia, en el
acompañamiento espiritual uno percibe que lo que sacude el alma en clave de sufrimiento, enfermedad y crisis tiene relación con energías creativas, que desde lo profundo buscan ser encauzadas hacia nuevos rumbos.
En el caso de Francisco, la derrota de Perusa le
produjo una honda herida en su ego, dejándolo con una considerable inestabilidad emocional, que por momentos lo llevaba a una gran actividad, y en otros a una depresión y ansiedad (2 Cel 3 y 4). Todo esto dominado por la búsqueda de un nuevo rumbo. Parece que Francisco estaba sufriendo lo que llamamos hoy pos trauma de guerra.
La enfermedad convirtió a Francisco en la
humanidad sufriente, conduciéndolo hacia una nueva frontera más existencial que geográfica.
Lo aquietó para vivir el momento. Dios se
revela en el momento presente. Aquí tal vez es oportuno citar la frase de Dante:
“La enfermedad nos casa una vez más con
Dios”. En la enfermedad todo nos es quitado para que apreciemos que todo es don.
Lentamente, Francisco iba descubriendo que
nada es propio, excepto nuestros pecados y vicios.
Somos nada más administradores de los
múltiples dones que Dios nos ha dado.
Nuestra tarea es restituirle lo que es de Él, sus
dones en nosotros, poniéndolos al servicio del proyecto de Dios y los demás. Pero además la enfermedad nos lleva a conocernos más hondamente y a convertirnos en personas más profundas.
El vicio supremo del mundo moderno es la
superficialidad. Lo que la gente precisa hoy no son personas que saben mucho sino gente profunda, gente sabia.
No obstante la sabiduría no es barata.
Es el privilegio de aquellos cuyas ilusiones,
imágenes falsas y dependencias han sido pulidas por el sufrimiento. Francisco vivió todo este proceso durante su enfermedad.
En su carta desde la cárcel de Redding,
titulada “De Profundis”, el escritor Irlandés Oscar Wilde decía:
“He escuchado a muchos predicadores
hablando del dolor en términos de misterio. Desde este lugar de pena y sufrimiento yo digo que el dolor, más que misterio, es revelación.
Porque he descubierto aquí cosas sabias
esenciales que nunca hubiera descubierto en momentos y lugares de paz y tranquilidad”. “Placer para el cuerpo, bello dolor para el alma bella”, indicaba él.
El primer requisito para vivir desde el alma es
sufrir al servicio de la humanidad.
En la enfermedad todo nos es quitado para
que percibamos que todo es don.
El dolor nos conduce a nuestra fragilidad
humana. A descubrir que no somos dioses, sino criaturas totalmente dependientes del Creador.
Expresaba Wilde en la misma carta:
“En estos momentos, agarrar la mano de Dios fue lo que me salvó, o mejor dicho, fue Dios quien agarró mi mano y fue llevándome y enseñándome por estos caminos oscuros la sabiduría divina escondida adentro”.
La sanación es en el tiempo de Dios y por la
mano de Dios.
No se le puede apurar, Él tiene mucho que
enseñarnos.
Nos invita a escucharlo y confiar en Él.
A veces nos sentimos abandonados por Él, aun
así quizás es el mismo Dios purificándonos de las falsas imágenes suyas que tenemos y recreándonos en Su verdadera imagen.
A veces sentimos la falta del consuelo de Dios.
Santa Teresa de Jesús, en un momento de
desesperación, le preguntó:
¿por qué me trata de esta manera tan dura,
Señor? La respuesta del Señor fue:
“Pero Teresa, así trato a todos mis amigos”.
A lo cual ella respondió: “Por eso Señor tienes pocos amigos”. Aunque asimismo decía: “Dios tiene que quitar sus consuelos para que caigamos en la cuenta de nuestra tendencia a buscar los consuelos de Dios más que el Dios de los consuelos.
Existe la tendencia a buscar en la
espiritualidad un escape del sufrimiento, cuando en realidad la salvación, integración y liberación pasa por la cruz.