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IV.

La enfermedad: más revelación que


misterio de la sabiduría de Dios
escondida dentro del corazón
PUNTOS INSPIRADORES:
Como apuntamos en la reflexión anterior,
Francisco no solamente pasó por la guerra,
sino que de igual modo la guerra pasó por él
dejándolo hecho pedazos.
¿De qué otra manera puede Dios entrar en
nuestras vidas? Difícilmente puede entrar por
un corazón duro, le es más fácil hacerlo por un
corazón quebrantado.

Donde hay tristeza, hay tierra sagrada.

Dios va pasando.
Dios sana un corazón quebrantado cuando le
entregamos todas las piezas en una dinámica
de oración, autoconocimiento y discernimiento.

Para numerosas personas la enfermedad


constituye un enorme inconveniente que hay
que aguantarse hasta que pase, o bien, vivir
en rebeldía, sin embargo la rebeldía cierra las
puertas del alma.

En la enfermedad nos sentimos inútiles,


inactivos.

Pero mientras nos hallamos muy inactivos,


Dios está muy activo y necesita nuestra
quietud para obrar en la purificación de
nuestras motivaciones y deseos.
Para los santos, la enfermedad formaba parte
de su conversión integral.

Con demasiada frecuencia, en el


acompañamiento espiritual uno percibe que lo
que sacude el alma en clave de sufrimiento,
enfermedad y crisis tiene relación con energías
creativas, que desde lo profundo buscan ser
encauzadas hacia nuevos rumbos.

En el caso de Francisco, la derrota de Perusa le


produjo una honda herida en su ego, dejándolo
con una considerable inestabilidad emocional,
que por momentos lo llevaba a una gran
actividad, y en otros a una depresión y
ansiedad (2 Cel 3 y 4).
Todo esto dominado por la búsqueda de un
nuevo rumbo.
Parece que Francisco estaba sufriendo lo que
llamamos hoy pos trauma de guerra.

La enfermedad convirtió a Francisco en la


humanidad sufriente, conduciéndolo hacia una
nueva frontera más existencial que geográfica.

Lo aquietó para vivir el momento. Dios se


revela en el momento presente.
Aquí tal vez es oportuno citar la frase de
Dante:

“La enfermedad nos casa una vez más con


Dios”.
En la enfermedad todo nos es quitado para
que apreciemos que todo es don.

Lentamente, Francisco iba descubriendo que


nada es propio, excepto nuestros pecados y
vicios.

Somos nada más administradores de los


múltiples dones que Dios nos ha dado.

Nuestra tarea es restituirle lo que es de Él, sus


dones en nosotros, poniéndolos al servicio del
proyecto de Dios y los demás.
Pero además la enfermedad nos lleva a
conocernos más hondamente y a convertirnos
en personas más profundas.

El vicio supremo del mundo moderno es la


superficialidad.
Lo que la gente precisa hoy no son personas
que saben mucho sino gente profunda, gente
sabia.

No obstante la sabiduría no es barata.

Es el privilegio de aquellos cuyas ilusiones,


imágenes falsas y dependencias han sido
pulidas por el sufrimiento.
Francisco vivió todo este proceso durante su
enfermedad.

En su carta desde la cárcel de Redding,


titulada “De Profundis”, el escritor Irlandés
Oscar Wilde decía:

“He escuchado a muchos predicadores


hablando del dolor en términos de misterio.
Desde este lugar de pena y sufrimiento yo
digo que el dolor, más que misterio, es
revelación.

Porque he descubierto aquí cosas sabias


esenciales que nunca hubiera descubierto en
momentos y lugares de paz y tranquilidad”.
“Placer para el cuerpo, bello dolor para el alma
bella”, indicaba él.

El primer requisito para vivir desde el alma es


sufrir al servicio de la humanidad.

En la enfermedad todo nos es quitado para


que percibamos que todo es don.

El dolor nos conduce a nuestra fragilidad


humana.
A descubrir que no somos dioses, sino
criaturas totalmente dependientes del Creador.

Expresaba Wilde en la misma carta:


“En estos momentos, agarrar la mano de Dios
fue lo que me salvó, o mejor dicho, fue Dios
quien agarró mi mano y fue llevándome y
enseñándome por estos caminos oscuros la
sabiduría divina escondida adentro”.

La sanación es en el tiempo de Dios y por la


mano de Dios.

No se le puede apurar, Él tiene mucho que


enseñarnos.

Nos invita a escucharlo y confiar en Él.

A veces nos sentimos abandonados por Él, aun


así quizás es el mismo Dios purificándonos de
las falsas imágenes suyas que tenemos y
recreándonos en Su verdadera imagen.

A veces sentimos la falta del consuelo de Dios.

Santa Teresa de Jesús, en un momento de


desesperación, le preguntó:

¿por qué me trata de esta manera tan dura,


Señor? La respuesta del Señor fue:

“Pero Teresa, así trato a todos mis amigos”.


A lo cual ella respondió:
“Por eso Señor tienes pocos amigos”. Aunque
asimismo decía:
“Dios tiene que quitar sus consuelos para que
caigamos en la cuenta de nuestra tendencia a
buscar los consuelos de Dios más que el Dios
de los consuelos.

Existe la tendencia a buscar en la


espiritualidad un escape del sufrimiento,
cuando en realidad la salvación, integración y
liberación pasa por la cruz.

El dolor nos lleva a nuestra fragilidad humana.

Fuentes franciscanas para consultar


sobre este tema:
1Cel 3, LM 1,2

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