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1.- Introducción:
Como podemos deducir, conocer los factores de riesgo nos proporciona dos
posibilidades. La primera, es conocer los desencadenantes de las conductas violentas de
un sujeto y así poder adoptar las estrategias de intervención precisas para modificar dicha
conducta. La segunda, es tratar de eliminar, de manera previa, los factores de riesgo que
puedan propiciar la aparición de conductas violentas en un sujeto, con lo cual estaríamos
trabajando en las raíces originarias del problema, es decir, haciendo prevención.
En este sentido, hay estudios que indican que variaciones del gen MAOA, que
ayuda a regular las sustancias químicas cerebrales ligadas al comportamiento violento, o
la propia trisomía 47 XYY se convierten en factores de riesgo de índole genético
vinculados a esta conducta. (Pincus, 2003)
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En la misma línea, está probado que los niveles altos de testosterona en los
varones o la hiperactividad orgánica son otros factores de riesgo generadores de
violencia. (Sanmartín, 2004).
A estos factores, hay que unir que las situaciones de maltrato infantil, puede ser la
causa de anomalías neurobiológicas que originen posteriores conductas violentas. De
este modo, el maltrato físico y el psicológico, combinado o por separado, pueden alterar el
desarrollo del sistema nervioso central, con lo cual los impulsos tendentes a la violencia
son de difícil control.
El pobre control de la conducta impulsiva, relacionado con los bajos niveles del
metabolito 5-HIAA; el efecto similar causado por niveles bajos de glucosa, asociados a
deficiencias alimenticias; el uso de alimentos con determinados colorantes patógenos; la
toxicidad cerebral por plomo provocada por estar el individuo inmerso en ambientes
donde este elemento está presente en cantidades que hacen que el organismo lo
acumule, constituyen otro gran bloque de factores de riesgo de origen biológico. (Tobeña,
2003)
Desde una perspectiva más clínica hay que atender a las psicopatías cuya
sintomatología patognomónica o asociada cursa con conductas violentas.
En este sentido, las distorsiones cognitivas, que impiden una correcta percepción
de la realidad, como la que se da en muchos delincuentes juveniles, que tienen una
percepción distorsionada de sus reacciones y de la repercusión de las mismas en los
demás, entrarían dentro de dicha categorización.
El modelo conductista, afirma que los niños incorporan las conductas aprendidas,
de acuerdo a las contingencias externas. Esta orientación sostiene que en la fase de
socialización, el ser humano adquiere parte de sus pautas conductuales a través de un
proceso en el que son etapas claras la exposición, el posterior moldeamiento y la
subsiguiente internalización de valores, actitudes, conductas y normas que son aceptados
por el entorno. Por ello, la vida del niño o adolescente en un entorno en el que los valores
admitidos contengan un determinado grado de violencia, en cualquiera de sus múltiples
manifestaciones, o en el que este tipo de comportamiento sea necesario para asegurar
cierto éxito, o la supervivencia, termina modelando un perfil conductual violento.
También hay que tener en cuenta como factores de riesgo tanto una disciplina familiar
laxa como excesivamente rigurosa, cambiante o con disparidad de criterios entre los
progenitores o las personas adultas que deben hacerse cargo del niño. A lo ya dicho, hay
que sumar un historial familiar delictivo, o de drogodependencia en los padres, parientes
adultos próximos o hermanos mayores.
Los niños víctimas de abusos sexuales o que sufran violencia física o psicológica son
hechos que determinan un riesgo muy elevado a presentar conductas violentas.
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El hecho de que en las primeras edades se perciba una falta de afecto o se tenga una
sensación de rechazo por parte de los padres, con falta de comunicación y apoyo, es otro
de los factores de riesgo sociales de alta significación.
Por su parte, Rutter (2000) pone de manifiesto que también es un factor de riesgo
importante la vivencia por parte de los niños de situaciones bélicas, prebélicas o
posbélicas, habitual en mucha población recién llegada actualmente en nuestro entorno
social.
Si bien la conducta violenta es un hecho externalizado que puede darse por igual
en diferentes individuos, el origen de dicha conducta no siempre tiene los mismos factores
de riesgo precipitantes.
6.- Bibliografía
MORENO, F.X. (2003a) El Bullying, conducta violenta entre escolares I y II. Revista
Asuntos Educativos 36 y 37.
MORENO,F.X. (2003b) El absentismo y la institución escolar” Revista Cuadernos de
Pedagogía. 327, 7-14.
PINCUS, J.H. ( 2003) Instintos básicos. Madrid. Oberon.
RUTTER, M. et alt. (2000): La conducta antisocial de los jóvenes. Madrid, Cambridge University
Press.
SANMARTIN, J. (2004) El laberinto de la violencia. Barcelona. Ariel.
TOBEÑA, A. (2003): Anatomía de la agresividad humana. De la violencia infantil al belicismo.
Barcelona, Debolsillo, Random House Mondadori, S.A.
VÁZQUEZ, A. (2004): “Psicología forense: sobre las causas de la conducta criminal”, en
PsicologíaCientífica.com. http://www.psycologia.com/articulos/ar-ang_vazquez01.htm.