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Estamos tan ligados a la opinión del otro, a lo que a nuestro parecer es lo correcto y

principalmente a las decisiones impulsivas de nuestro subconsciente. Es así como Diego Felipe
Becerra se debatió entra la vida y la muerte siendo está la ganadora.

Este joven de 16 años a quién sus amigos, docentes y familiares conocían como un hombre
alegre, enérgico y artístico solía recurrir a las calles de Bogotá a transmitir lo que en su mente
se visualizaba e inspirarnos con sus creaciones allí plasmadas, una noche queriendo realizar lo
que para él era una pasión lo llevo hasta el final de sus días. Esa noche como cualquier otra para
él y sus amigos inspirados en el arte callejero, salieron a plasmar su creación en el puente de la
116 con Boyacá siendo perseguidos por policías arriesgándose a lo que pasaría si aquellos los
alcanzaban, la chica con quién ese día se encontraban se queda atrás y Diego al ver lo que
sucedía salió en su búsqueda y emprendió nuevamente su huida hasta poder ser cubierto por
un árbol en una calle cerrada pero luego de un tiempo tomo la decisión de salir y allí ser
requisado por un patrullero pero lo que los uniformados no esperaban era nuevamente la huida
de aquel joven y por consecuencia a ello y él en un estado totalmente inofensivo recibe un
impacto de bala en su espalda.

Posteriormente a la escena este joven es llevado a la Clínica Shaio ubicada al norte de Bogotá,
pero lastimosamente la vida de él estaba contada hasta ese momento.

Los oficiales en compañía de un conductor deciden hacer el montaje de un robo para que
aquellos quedaran exonerados de todo delito aun sabiendo que aquel acto guiado por el impulso
fue una decisión errónea y desesperada.

En su momento los padres de este muchacho exigen por medio de cartas la aceptación como
víctimas de este altercado tan abrupto con relación a su hijo y piden el no ascenso al general
Francisco Patiño por la participación inadecuada en el montaje contra su hijo. Hasta el día de
hoy quedan preguntas sin responder y a la espera de sus soluciones.

Estos son sucesos que nos hacen dudar de la serenidad que muchos de los seres humanos
llevamos en nuestra interior y de cómo ante cualquier altercado nuestro yo impulsivo reluce
ante los demás sin medir consecuencia alguna.

Historia vemos y vivimos constantemente y más en ciudades con grandes lugares y distracciones
a nuestro alcance, con cientos de personas con diferentes pensamientos y conceptos de la vida.
Podemos ser impulsados por nuestras mentes, pero más por quienes están a nuestro alrededor.
La pregunta que muchos nos hacemos en situaciones como la de Diego Felipe y los uniformados
sería, ¿cuál sería mi acto allí? ¿sería capaz de afrontar mi error y evitar más daños de los ya
causados? ¿estamos listos para marcharnos queriendo hacer lo que nos apasiona? Preguntas
sin respuestas obtendríamos en base a este relato, hoy estamos aquí y mañana no sabremos y
hasta el día de hoy nuestros actos deben ser cuidados y pensados con anterioridad, saber si es
un bien el que voy a realizar y si lo es, estar consiente de asumir lo que más adelante se nos
presentara respecto a esta decisión.

Somos educados con y para un propósito, un oficial para cuidar y proteger el medio donde
vivimos, un joven para aprender y en su futuro aportar a nuestra sociedad, un docente para
enseñar y aplicar, ¿pero si no es esto lo que decido hacer? Si lo que me apasiona se encuentra
en otros aspectos, ¿debería realizarlo o quedarme allí porque es la sociedad quién me dice que
debo y que no hacer con mi vida?, la libertad es el rol importante en todo esto. Estamos hechos
para vivir el ahora, para realizar lo que me gusta siempre y cuando no perjudique a nadie, pero
es aquí donde encontramos el problema, puede que para ti este bien pero para el otro es un
acto de ofensa.

Grafitear al igual que muchas otras distracciones o pasiones es honorable y respetable,


admirable y nadie tiene el derecho de que por ello la vida de una persona sea decisión de otra.

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