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LEYENDA DEL CABALLO DE PIEDRA

TEXTOS DE: Haroldo Rene Canek Zetina y Maria Luisa Boburg de Pinelo.

La creencia general de que en el fondo del lago Peten Itza se encuentra sumergido el caballo de
Hernán Cortés, conquistador de México, ha intrigado siempre a propios y extraños y ha mantenido
en suspenso los ánimos de nuestros historiadores.

Fue en los tiempos en que no se había terminado la conquista y ya se comenzaba la tarea no menor
de colonizar tierras descubiertas. Hernán Cortés, el capitán que había sojuzgado al imperio de
Moctezuma, supo de fabulosas riquezas en la casi legendaria tierra de Honduras.

A su llegada a las tierras inhóspitas, fecundas y hermosas de los Itzaes, el mejor elogio de la
portentosa hazaña acometida y realizada por Hernán Cortés, queda una leyenda que ilustra los
anales de la ciudad de Tayazal, en lo que ahora es el departamento de Peten y particularmente su
ciudad cabecera, en la isla de Flores, donde más tarde el rey Canek se sostuvo en la valerosas
huestes en su peñón, enhiesto como el símbolo de la libertad y valentía de la antigua raza.

Al pernoctar Cortés en la isla de Tayazal, admirando la singular decoración de sus templos poblados
de ídolos, la industriosa inteligencia de los nativos y la existencia de sus enalthies, libros en que se
conservan los secretos de su religión y sabiduría.

De aquí dicen que tuvo origen el ídolo que adoraban los Itzaes, con figura de caballo porque
habiendo muerto el que les dejo Cortés, hicieron los nativos su figura, porque cuando volviera viese
que no había muerto por descuido suyo.

Esta figura de caballo, hecha de calicanto, muy perfecta era el gran ídolo de los Itzaes. Estaba como
sentado en el suelo del templo, sobre las ancas, encorvados los pies, y levantado sobre las manos.
Adorábanle aquellos barbaros por Dios d los Truenos y Rayos, llamándole TZIMINCHAC, que quiere
decir, CABALLO DEL TRUENO O RAYO.

Convoco el rey Canek a sus principales para determinar que respuestas habían de dar cuando les
fuese pedido el caballo que pudiese satisfacer el empeño en que habían quedado de curarle, de
cuidarle de él, y devolvérselo.

Resolvieron que se hiciese esta estatua, representativa del caballo y que se pusiese en el adoratorio,
o en el templo principal; pues eso, si los españoles volviesen por el caballo, ya que no le podían
entregar vivo, viendo que tenían su estatua en aquella veneración y reverencia, satisficieran con
ello, pues no habían sido culpables en habérseles muerto.

Con la conquista que hizo de aquella isla el General Don Martin de Ursúa, se verá claramente que
ésta estatua de caballo, sí la tenían, y veneraban los Itzaes, no era en memoria ni era traslado del
caballo de don Hernán Cortés, porque éste originalmente lo tenían, aun en mayor y más torpe
veneración y abominable culto, que lo que se ha dicho.

Cuando los padres entraron al templo, donde estaba la maciza bestia, acompañados de la multitud
de nativos, que los seguían, así que el padre Orbita se paró en la tal estatua, no parecía sino que
había descendido el espíritu del Señor en él; pues arrebatando de un fervoroso y valiente celo de
la honra de Dios, cogiendo una piedra en la mano subió encima de la estatua del caballo y la hizo
pedazos, desparramándolos por el suelo.

El acto del padre Orbita causo indignación entre los nativos manos no en grado que ofendieran o
agredieran a los religiosos, quienes hallaron motivo para predicar contra la idolatría, explicando la
naturaleza irracional del caballo. Naturalmente, la interpretación y los comentarios de aquel
cronista respiran las ideas de su época cuando no era posible formar imparcial y justo criterio sobre
la religión y costumbre de los nativos.

Coria el año 1697 cuando entro el general Martin Ursúa y Arismendi a la isla de Flores, existían
todavía veinte cués o adoratorios, uno muy hermoso y capaz, y en el centro del templo muy curiosas
reliquias, en lo alto de él estaba pendiente, tres fajitas de diferentes colores, de hilo de algodón,
una canilla de hueso medio podrida; y más abajo una taleguilla de tres cuartas de largo, y en ella
pedacitos de huesos, también podridos; y debajo puestos en el suelo, tres sahumadores,
incensarios o braseros con estoraque y otros aromas con que hacia los holocaustos, y algunas hojas
secas de maíz, y en ella envuelto estoraque cosa que no se vio, ni halló en los demás ídolos, solo en
este; pues los demás solo tenían incensarios, anime-copal y encima de la canilla, en la parte superior
estaba puesta una corona.

Habiéndosele preguntado a una nativa vieja que era aquella canilla y hueso, respondiendo que era
el tezmín del gran capitán que así le llamaba ellos; porque decían que eran los huesos de un caballo,
que había dejado encargado el rey o un rey que hacía mucho tiempo había pasado por allí.

La tradición asegura que la escultura fue cincelada en Tzimintun que quiere decir caballo de piedra.
Lugar perteneciente al pueblo de San Andrés de este departamento, cercano a la orilla del noreste
del lago; después de labrada la esfinge, trato de trasportarla a Tayazal, lado de por medio, para ser
venerada en el principal de los adoratorios, pero estando en esta diligencia, naufrago la canoa que
la conducía, yéndose al fondo entre las puntas de Nintún y de Lepet, en cuyo sitio estuvo visible por
algún tiempo durante los reflujos periódicos de la luna y en días de sol y de calma; que la estatua
que encontraron y destruyeron los monjes en el año 1618, fue hecho posteriormente en reposición
de la primitiva que naufrago y fuese al agua; y por último , que si no se ha logrado verla en los
últimos tiempo, se debe a que la fabricación sería demasiado pesada y hundióse en el cieno, o habrá
criado lama, confundiéndose con las algas sublacustres y entorpeciéndose por eso la visibilidad .

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