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E
l conflicto entre religiosidad mítica y razón es un conflicto
entre dos formas de pensamiento de primer grado,
incapaces cada una de ellas de reconocer y valorar la
importancia de la otra: la religiosidad mítica “exclusivista” –
que durante siglos ha dominado el panorama en Occidente y
sigue haciéndolo en muchas otras sociedades no-occidentales-
entra en conflicto con la racionalidad “exclusivista”.
Diversos autores utilizan distintos nombres para referirse a estos niveles. Voy a emplear la terminología y
el enfoque de la llamada Espiral Dinámica puesta a punto por Clare Graves [2], Don Beck y Christopher
Cowan [3], combinada con la propuesta de Ken Wilber y con aportaciones personales. Según este autor,
podemos encontrar tres grandes fases en la evolución de la conciencia humana: fase pre-racional,
racional y trans-racional, cada una de las cuales se divide en otras tantas subfases o niveles. A saber:
Fase pre-racional:
1. Nivel Arcaico-instintivo. Se trata del nivel de la su¬pervivencia básica, un nivel en el que resultan
prioritarios el alimento, el agua, el calor, el sexo y la seguridad y en el que la supervivencia depende de
los hábitos y de los instintos. Apenas si existe yo diferenciado y la perpetuación de la vida requiere de la
agrupación en hordas de supervivencia. Se halla presente en las primeras sociedades humanas, en los
recién nacidos, los ancianos, los últimos estadios de quienes padecen la enfermedad de Alzheimer, los
locos que vagabundean por las calles y las masas hambrientas.
2. Nivel Mágico-animista. Está determinado por el pensamiento animista y por una extrema polarización
entre el bien y el mal. Los espíritus mágicos pueblan la tierra y a ellos hay que supeditarse apelando a
todo tipo de bendicio¬nes, maldiciones y hechizos. Se agrupa en tribus étnicas. El espíritu mora en los
ancestros y es el que cohesiona a la tribu. Los vínculos políticos están determinados por el paren¬tesco y
el linaje.
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Parece “holístico” pero, en realidad, es ato¬místico (“cada recodo del río tiene su nombre pero el río
carece de nombre”). Este nivel se halla presente en el vudú, en los juramentos de sangre, en el rencor
hacia otras etnias o grupos, en los encantamientos, los rituales fami¬liares, las creencias y las
supersticiones mágicas de una et¬nia dada.
Se encuentra fuertemente implantado en muchas culturas del ter¬cer mundo y también en las bandas, los
equipos deportivos y las tribus urbanas del primer y del segundo mundo.
3. Nivel Mítico primario. Aquí comienza la emergencia de un yo ajeno a la tribu; Los valores propios son
el poder y la fuerza, el impulso y la determinación, el heroismo ego o etnocéntrico. egocéntri¬co. La
mente mítica está poblada de espíritus míticos, dragones, bestias y perso¬nas poderosas. Los señores
feudales protegen a sus subor¬dinados a cambio de obediencia y trabajo.
Este nivel es el fundamento de los imperios feudales (el poder y la gloria). El mundo se presenta como
una jungla llena de amenazas y de todo tipo de predadores. Los seres humanos se dividen en
dominantes y dominados. El yo campa a sus anchas sin cortapisas de ningún tipo. Se halla presente en el
rebelde sin causa, en los trastornos fronterizo de la personalidad (boderline), en los reinos feudales, en
los héroes épicos, en los líde¬res de las bandas, en los malvados de las películas de James Bond, en los
mercenarios, en las estrellas del rock, en Atila, rey de los hunos y en El señor de las moscas.
4. Nivel Mítico Desarrollado. En este nivel la vida tiene un sentido, una di-rección, un objetivo y un orden
impuesto por un Otro to¬dopoderoso. Este orden impone un código de conducta ba¬sado en principios
absolutistas y fijos acerca de lo que está “bien” y de lo que está “mal”. El acatamiento de ese códi¬go y de
esas reglas se ve recompensado, mientras que su violación, por el contrario, tiene repercusiones muy
graves y duraderas. Fundamento de las antiguas naciones. Jerarquías sociales rígidas y paternalistas.
Sólo hay un modo correcto de pensar. Ley y orden, control de la impulsividad a través de la culpa,
creencias literales y fundamentalistas y obediencia a una ley impuesta por un Otro fuertemente
convencional y conformista. A menudo asume un aspecto “religioso” o “mítico”, aunque también puede
asumir el aspecto de un Orden o de una misión secular o atea. Se halla presente en la América puritana,
en la China confuciana y en la Inglaterra de Dickens, en los códigos de honor de la caballería, en las
obras buenas y caritativas, en el fundamentalismo islámico, en las “buenas obras” de los scouts, en el
patriotismo de la “mayoría moral”.
Fase racional
Muy orientada hacia objetivos y especialmente (en el primer mundo) hacia el beneficio material. Las leyes
de la ciencia gobiernan la política, la economía y los asuntos humanos. El mundo se presenta como una
especie de tablero de aje¬drez en el que destacan los ganadores. Alianzas comercia¬les y explotación de
los recursos de la Tierra en beneficio propio. Fundamento de las sociedades de estados.
Se halla presente en el espíritu de la Ilustración, en Walt Street, en la Costa Azul, en la clase media
emergente de todo del mundo, en la industria de la moda y de la cosmética, en la búsqueda del triunfo, en
el colonialismo, en la guerra fría, en el materialismo y en el neo-liberalismo individualista.
Estos cinco niveles forman parte de lo que Don Beck y Christopher Cowan llaman “Conciencia o
pensamiento de primer grado”. Esto quiere decir que ninguno de estos niveles es capaz de tomar
conciencia de la existencia de los demás niveles. Por consiguiente, cada uno de los niveles del primer
grado considera que su visión del mundo es la única adecuada y, por lo tanto, reacciona negativamente
cada vez que se siente amenazado.
Fase trans-racional
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Énfasis en el diálogo y las relaciones. Fundamento de las comunidades de valor (agrupaciones libremente
elegidas basadas en sentimientos compartidos). Toma de decisiones sustentada en la conciliación y el
consenso. Presta atención a la espiritualidad, la armonía y el enriquecimiento del potencial humano.
Hay ocasiones en que desencadena la emergencia de una nueva espiritualidad que engloba la totalidad
de la existencia. El pensamiento holístico utiliza todos los niveles de la espiral dinámica, advierte la
interacción existente entre múltiples niveles y detecta los armónicos, las fuerzas místicas y los estados de
flujo que impregnan cualquier organización.
Una vez visto esto, pasemos ahora el ‘hecho religioso’. Para empezar creo que es crucial el diferenciar
entre “religiosidad”, “tradiciones religiosas” e “instituciones religiosas”.
Acerca de la religiosidad
La paulatina irrupción de conciencia individual (en la que es posible ver el trasfondo de lo que algunas
religiones llaman el “pecado original”) va irremediablemente acompañada por la angustia del yo separado.
Esta angustia podría representar la “caída” y la “expulsión” del paraíso de la fusión inconsciente con el
Todo, fusión propia del estado de conciencia pre-egoico. Podemos ver, pues, en la base del sentimiento
religioso el anhelo de liberación de tal angustia del yo separado. Este anhelo religioso puede adoptar dos
formas básicas: las llamadas religiosidad horizontal [4] y la religiosidad vertical [5].
Para la religiosidad horizontal el término “religión” significa, pues, unir (cohesionar) la propia individualidad
y unir las individualidades en un sistema de creencia que fortalezca la identidad social o étnica.
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Hay que destacar que casi todas las grandes tradiciones religiosas tienen un núcleo central de
religiosidad vertical practicada por una minoría de seguidores –a lo que podríamos llamar también religión
esotérica-, mientras que la mayor parte de la población religiosa practica una religiosidad horizontal –a la
que podríamos llamar también religión exotérica-.
Así pues, mientras que la religiosidad horizontal se basa en creencias, la religiosidad vertical se basa en
experiencias. Veamos esto con más detenimiento.
- La creencia es la expresión más simple de la religiosidad. De hecho, la mayor parte de las veces opera
sin ninguna conexión con la verdadera religiosidad. Creencia es casi sinónimo de militancia. El creyente
es siempre un militante. La creencia es superstición. Al contrario de lo que se cree popularmente, la
creencia no es un acto de fe religiosa, sino la adopción ciega de un sistema mítico que opera como un
símbolo de inmortalidad y de trascendencia, tendente a mitigar -no a disolver- la angustia existencial del
yo separado.
La creencia es una expresión pre-racional que sustenta la religiosidad horizontal. No necesita la razón. Es
más, en muchas de sus expresiones es anti-racional. La expresión popular de la mayoría de las religiones
actuales está sustentada en creencias de este tipo.
Dado que se trata, de hecho, de un sistema ideológico que opera como símbolo de inmortalidad y de
salvación, el creyente no puede permitir que otros no crean en lo que él cree, puesto que la incredulidad
ajena pone en tela de juicio la “veracidad” de su sistema de salvación y con ello su propia creencia en él.
Por ello, al tratar de convertir al otro, el creyente trata sobre todo de dominar su propio yo incrédulo.
Los fanatismos, los fundamentalismos, las guerras santas, las inquisiciones diversas, sean del color que
sean, proceden todos ellos de este nivel de religiosidad basado en las creencias. Las creencias, repito, ya
sean arcaicas-instintivas, mágicas o míticas, son la base de la religiosidad horizontal. La frase del Marx
“la religión es el opio del pueblo” puede ser perfectamente aplicada a esta forma de religiosidad, puesto
que la creencia tan sólo mitiga o narcotiza la angustia existencial del yo separado, pero de ninguna
manera la resuelve.
- La fe. Fe no es exactamente lo mismo que creencia. El creyente y el hombre o la mujer de fe viven una
religiosidad interiormente muy distinta, aunque exteriormente parezca la misma porque comparten los
mismos símbolos o creencias externas. La fe presupone la intuición preliminar y algo vaga del
conocimiento superior que sólo se adquiere mediante la verdadera experiencia religiosa de la Unidad
trascendente. Así como la creencia es anti-racional, la fe no se opone a la razón, aunque su naturaleza no
sea de índole racional. La fe es una forma de conocimiento basado en la intuición no racional, aunque
tampoco anti-racional.
La fe es el sentimiento religioso que queda cuando la creencia ha pasado el filtro de la razón. La persona
de fe verdadera tiende a alejarse del literalismo, del dogmatismo, del deseo de convertir a otros y del
fundamentalismo que definen al creyente estereotipo. La persona de fe no busca el consuelo de la
creencia, razón por la cual es presa a menudo de grandes y angustiosas dudas religiosas.
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La verdadera experiencia religiosa de la Unidad trascendente nos conduce, por el contrario, a dominios
de conocimiento y de existencia con significados muchos más profundos, intensos, complejos y
onmiabarcadores. La verdadera religiosidad es trans-racional, no pre-racional.
La razón ilustrada no diferencia entre estados pre-racionales y trans-racionales, por lo que considera que
todo lo no-racional es sencillamente pre-racional o irracional. Por ello, al tratar de desaguar el agua de las
creencias supersticiosas arroja al mismo tiempo al niño de la verdadera espiritualidad por el desagüe.
La experiencia religiosa de la Unidad trascendente supera, repito, el ámbito de lo racional pero sin
negarlo, incluyéndolo y utilizándolo en su nivel apropiado. En el Zen se dice que ninguna descripción del
sabor de una manzana puede hacernos sentir qué es una manzana. Por el contrario, cuando tenemos la
experiencia de morder una manzana, sabemos inmediatamente y de forma directa cuál es su sabor.
- La integración de la experiencia. Ahora bien, una cosa es tener una experiencia religiosa de Unidad
trascendente de forma puntual, ya sea espontánea o conscientemente buscada, y otra vivir la vida de
cada día de acuerdo a la visión obtenida en esa experiencia. La forma más madura, profunda y completa
de experiencia religiosa es aquella en la que la experiencia de lo trascendente se manifiesta en la vida
cotidiana del practicante.
De poco vale alcanzar una visión superior de forma puntual si después no sabemos cómo vivir nuestra
vida de cada día de acuerdo a esa visión. En este punto, la experiencia religiosa de la Unidad
trascendente se convierte en experiencia religiosa inmanente.
La verdadera experiencia religiosa no es sólo la que vivimos en las cimas de las montañas, en la soledad
de nuestro retiro, o en la perfecta contemplación del estado de meditación, sino la que somos capaces de
vivir y de compartir en nuestras relaciones y situaciones cotidianas. Aquí, el sabio, el asceta, el místico
vuelve a ser un ser humano común, al integrar las visiones superiores con la cotidianidad.
En el origen de casi todas las tradiciones religiosas se encuentra una experiencia trascendente, es decir,
alguien, el fundador o los fundadores, que han experimentado un estado de conocimiento supremo y de
trascendencia, una verdad inefable.
Esta experiencia religiosa de la Unidad trascendente puede suceder de dos formas: A) surgida
espontáneamente o B) conscientemente buscada y generada por una determinada técnica psico-fisio-
espiritual. Si la experiencia ha surgido espontáneamente, sin la mediación de ninguna tecnología
espiritual, el fundador no puede transmitir a los demás más que la fe en dicha experiencia. De este modo,
suele suceder que, con el transcurrir del tiempo, esta experiencia real y espontánea del fundador pasa a
convertirse en un vago recuerdo del pasado y la tradición iniciada por él se carga paulatinamente de
elementos supersticiosos y de creencias. Este es el caso de las tradiciones basadas en una religiosidad
horizontal.
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Toda tradición religiosa, ya sea de índole horizontal o vertical, conlleva un aspecto positivo y otro
negativo. En el lado positivo, la tradición religiosa vehícula de generación en generación un sistema de
valores, una tecnología espiritual y unos descubrimientos que constituyen un precioso patrimonio religioso
de la humanidad con un fuerte poder civilizador, evolutivo, y una riqueza evolutiva insoslayable.
En el lado negativo, las tradiciones religiosas, como cualquier cuerpo vivo, están sujetas a la
contingencia: han nacido en un contexto geográfico, en un marco socio-cultural y en una época histórica
específicas. Por lo tanto, tienden a envejecer, a anquilosarse, a extrapolar valores propios de un contexto
temporal, social y geográfico determinado a otros en el intento de convertirlos en valores universales.
Esto da como resultado que, a menudo, en muchas tradiciones religiosas no encontramos más que un
pálido reflejo de la experiencia religiosa trascendente que le dio origen. Muchas tradiciones religiosas,
especialmente las de carácter horizontal, han desaparecido o desaparecerán inevitablemente, ya que su
labor y su función sólo pueden tener lugar en un marco social, histórico y evolutivo determinado.
Se podría decir que las instituciones religiosas son la concreción en el espacio y en el tiempo de las
tradiciones religiosas, las cuales a su vez, lo son o tratan de serlo, de la experiencia religiosa o del cuerpo
doctrinario de su fundador.
Las instituciones religiosas son el aspecto más material de la religiosidad, su concreción en la materia, en
el espacio, en el tiempo y en las contingencias de lo social, lo político y lo económico.
Por ello mismo, las instituciones religiosas son el aspecto de lo religioso que más sujeto está al deterioro,
a la perversión, a la corrupción, procedente no sólo de la condición humana, sino también provocada por
el paso mismo del tiempo y por las circunstancias sociales, políticas y económicas.
Desde mi punto de vista, las instituciones religiosas son como el cuerpo de la religiosidad. Así como el
cuerpo humano envejece, se anquilosa, enferma, se deteriora y muere, también a las instituciones
religiosas les sucede lo mismo.
Una vez visto esto, podemos abordar con mayor concreción la pregunta: ¿Cuál es el papel de las
religiones en el siglo XXI? Para ello tenemos que clarificar: ¿a qué nos estamos refiriendo cuando
decimos “religiones”?, ¿a la “religiosidad”?
Si es así, ¿a qué tipo de religiosidad nos estamos refiriendo, a la religiosidad que hemos llamado
horizontal o a la vertical? ¿O tal vez nos referimos a las diversas tradiciones religiosas actualmente
existentes? ¿O con “religiones” queremos decir “instituciones religiosas”?
Para responder a estas preguntas, es de suma utilidad tener en cuenta los datos obtenidos por Don Beck
y Christopher Cowan. Aunque sus estimaciones son sólo aproximativas, su lectura nos hace ver lo
siguiente:
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Con el fin de poder comprender lo que pueden dar de sí tanto la religiosidad innata del ser humano como
las diversas tradiciones religiosas en el futuro, podemos comenzar por ver lo que ha sucedido en el
pasado y lo que está sucediendo en el presente. Solo entonces podremos hacer una prospectiva de
futuro con cierta confianza.
Fijémonos, por ejemplo, en los conflictos más característicos en torno a lo religioso. Los dos conflictos
más comunes son a) el enfrentamiento interreligioso y b) el enfrentamiento entre religión y modernidad.
A) El enfrentamiento interreligioso
La historia está plagada de guerras de religiones. Aún actualmente las noticias diarias no sacuden con
guerras interreligiosas o enfrentamientos entre adeptos de distintas religiones que dejan un impresionante
saldo de muertos, heridos y un reguero de odio y de violencia.
Este conflicto tiene lugar, de hecho, entre religiosidades horizontales, basadas en las creencias, y no
entre religiosidades verticales, basadas en la experiencia de la Unidad trascendente. Se enfrentan
aquellos que tienen creencias distintas con el convencimiento de que la creencia de cada uno de ellos es
la verdadera, y la otra falsa.
Además, es importante darse cuenta de que la mayoría de los enfrentamientos entre partidarios de
religiones distintas no se producen estrictamente por motivos religiosos sino por motivos económicos,
políticos, y territoriales, -es decir, por la búsqueda de poder- para los que “lo religioso” es sólo una excusa
y una tapadera que utilizan los líderes maquiavélicos que manipulan a las masas de creyentes.
El conflicto entre personas que han experimentado la Unidad subyacente a la diversidad es imposible por
definición y por naturaleza. Sea cual sea el camino por el que se ha llegado a ella, la experiencia de la
Unidad es la experiencia de la Unidad. No hay dos experiencia de dos Unidades diferentes. Hay una
única experiencia de una única Unidad. Las personas que practican una religiosidad vertical abren su
corazón a la totalidad. Y la totalidad incluye a los seguidores de otros caminos espirituales.
La lucha entre religiones se da pues sólo en el nivel de religiosidad basado en las creencias pre-
racionales, estado espiritual en el que, como hemos visto, se encuentra el 70 % de la población mundial.
El conflicto entre lo religioso y lo racional dista aún mucho de estar resuelto. Aunque es muy importante
darse cuenta de que este conflicto sucede en realidad entre una religiosidad horizontal basada en la
creencia y la razón, no entre la religiosidad vertical y la razón. La experiencia de la Unidad trascendente
es trans-racional, no pre-racional, esto quiere decir que incluye la visión racional.
La visión racional emergió por primera vez en la historia de la humanidad de forma evidente alrededor del
siglo V antes de la era común, tanto en la Grecia clásica con los primeros filósofos griegos como en India
con el Buda Sakiamuni, o en China con Confucio y Lao Tsé.
No obstante, ambas racionalidades –la oriental y la occidental- tomaron rumbos distintos: los filósofos
griegos se enfocaron sobre la naturaleza del mundo físico, objetivo, mientras que el Buda aplicó el
análisis racional al mundo mental, subjetivo.
La filosofía racionalista griega daría lugar al pensamiento científico y éste a la tecnología moderna,
mientras que el racionalismo budista daría lugar a un conocimiento profundo de la conciencia humana y a
una tecnología espiritual muy desarrollada, cuyo objetivo último es la liberación de la ignorancia y de la
angustia del yo separado.
Aún después de su emergencia en una élite de seres humanos, el racionalismo siguió rodeado por una
población mayormente anclada en las creencias y en las supersticiones, ya fueran de carácter mágico-
animista o mítico.
Con los ideales de la Revolución Francesa, el individuo logra por primera vez liberarse políticamente del
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yugo de la dictadura del mito y poner la individualidad en el centro de la vida social, política y religiosa.
Con la Revolución Industrial el pensamiento científico y sus aplicaciones tecnológicas irrumpen con fuerza
para convertirse en los valores directrices de las sociedades occidentales a partir de entonces y hasta la
actualidad.
Según los datos de Don Beck y Christopher Cowan, a pesar de que sólo el 30 % de la población mundial
se haya instalada en el nivel científico-racional, su cuota de poder es del 50 %. Y es de prever, y de
desear, que ambos índices no harán más que crecer en el presente siglo.
A pesar de ello, la post-modernidad ha traído una crisis de “lo racional” y muchos observadores tienen la
impresión de que lo irracional –lo mágico y lo mítico- está irrumpiendo de nuevo con fuerza en nuestras
sociedades. Desde mi punto de vista, esta crisis de lo racional es saludable porque supone el fin de la
“dictadura racionalista”.
Esta dictadura se apoyó en el siguiente presupuesto: “Todo lo que no es racional es irracional, es decir,
pre-racional, por lo tanto, regresivo”. Como ya he señalado antes, esta actitud coarta y reprime toda
posibilidad al ser humano de acceder a niveles de conciencia trascendente, cercenando un anhelo y un
impulso inherente a la naturaleza humana.
El racionalismo, al ser aún una forma de conocimiento de primer grado, es incapaz de alcanzar una visión
global de la complejidad de la conciencia humana. El racionalismo sólo puede ver desde el punto de vista
de la razón, pero no más allá. Y este es precisamente el nudo gordiano porque los racionalistas puros y
duros ni siquiera conciben ni aceptan la posibilidad de que haya algo más allá de la razón.
El conflicto entre la religiosidad mítica y la razón es un conflicto entre dos formas de pensamiento de
primer grado, incapaces cada uno de ellos de reconocer y valorar la importancia del otro: la religiosidad
mítica exclusivista – que durante siglos ha dominado el panorama en Occidente y sigue haciéndolo en
muchas otras sociedades no-occidentales- entra en conflicto con la racionalidad exclusivista. Es esta
racionalidad intolerante la que ha entrado en crisis con la post-modernidad, no la facultad racional del ser
humano.
No obstante, la pos-modernidad nos ha traído también una buena y gran noticia: la emergencia de un
nuevo nivel de pensamiento, al que podríamos llamar relativista-multicéntrico (ver el comienzo de este
escrito). Con este nuevo nivel, ya de segundo grado, se abre una gran oportunidad de reconciliar visiones
hasta ahora enfrentadas.
A mi modo de ver, el reto más importante que tenemos a partir de este siglo es: ¿Cómo favorecer un
proceso natural de evolución desde lo pre-racional a lo racional? Es decir, desde lo arcaico-instintivo (0,1
% de la población) a lo mágico-animista; desde lo mágico-animista (10 % de la población) a lo mítico;
desde lo mítico (60 % de la población) a lo racional.
¿Cómo favorecer la evolución natural desde lo racional (30 % de la población) a lo trans-racional; desde
lo trans-racional (12 % de la población) al estado de Unidad Fundamental y de plena realización del
potencial humano? Y esto, basándonos en un exquisito respeto a todas las formas de vida religiosas y
culturales.
En otras palabras, ¿cómo gestionar las necesidades diferentes y las relaciones entre las muchas
humanidades que conforman la Humanidad? Este es el reto y el imperativo histórico que se nos presenta.
Notas:
Dokushô Villalba (Utrera, 1956) es maestro budista zen, discípulo del Muy Venerable Taisen
Deshimaru Roshi, de quien recibió la ordenación de monje soto zen en 1978 en París y bajo cuya
dirección estudió el Zen hasta su fallecimiento, y del Muy Venerable Shuyu Narita Roshi, de
quien en 1987 recibió la Transmisión del Dharma. Fundador de la Comunidad Budista Soto Zen
en España y abad-fundador del monasterio zen Luz Serena, donde reside habitualmente.
Escritor, conferenciante y traductor. Es colaborador de Tendencias21 de las Religiones.
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